Sobre la tesis del fin
del mundo del trabajo
El presente trabajo consta de tres partes, en la
primera, hacemos el ejercicio de plantear el problema en
cuestión, a partir del seguimiento de la lógica
que cambia con los modelos de
concepción del estado de
bienestar al neoliberal, motivado por los procesos de
globalización que empiezan a determinar
cosmovisiones culturales, políticas,
económicas y sociales, que repercutirán en las
relaciones
internacionales al plantear el ámbito transnacional.
Producto de
esto los estados empiezan a competir fuertemente por mejorar su
eficiencia en
lo económico, dejando a un lado costos que eran
asumidos para la inversión social. El estado como
primer empleador se desdibuja, así las políticas
de pleno empleo pierden
peso frente al desmantelamiento estatal que busca reducir
costos. La
certeza de construir sociedades a
partir de proyectos de vida
individuales se pierde, lo cierto ahora es la incertidumbre. La
segunda, las hipótesis, que están referenciadas a
su ves en tres, una, que contempla en la discusión el
resignificado del concepto del
trabajo, dos a través de los postulados de Andree Gorz y
tres, en las ideas de Rifkin. La tercera, los comentarios que a
partir de este seguimiento se suscita a la luz de las
realidades latinoamericanas en especial la de Colombia.
El presente ejercicio se basó en las lecturas de
los textos de: Andre Gorz, "Salir de la sociedad
salarial"; Fernando Urrea, "La lógica
de la subcontratación en las relaciones
laborales contemporáneas: el revivalismo del capitalismo
salvaje o desregulado, vía la flexibilización de
los procesos de
trabajo en un contexto de mundialización de las
economías"; Enrique de la Garza Toledo, "Fin del trabajo o
trabajo sin fin" , " La flexibilización del trabajo en
América
Latina"; Harrinson B, "El lado oscuro de la producción flexible"; Edgar Varela Barrios,
"Flexibilización, desregulación y cambios en el
mundo del trabajo"; "El mito del fin
del trabajo"; Alonso L.E, "La crisis del
estado del
bienestar nacional y las regiones vulnerables, paradojas de
la
globalización y transformaciones de la
ciudadanía".
Pensemos en aquello que lleva al planteamiento del
Fin del trabajo, lo que se muestra y lo que
se vela, en este sentido asistimos al desmoronamiento de los
paradigmas que
han construido cosmovisiones del quehacer existencial humano y
que dentro de una lógica de pasos cualitativos producto de la
historia que se
construye en las decisiones, aparece otras concepciones que
revelan diversos significados de cómo seguir avanzando en
el deleite de apropiación de lo natural como
afirmación de la razón y en ella
paradójicamente lo irracional.
Los paradigmas que
ya se disuelven por completo son los Estados industriales
nacionales, generados a partir de la idea de ciudadanía
social, Estado del bienestar y clases obreras nacionales con
derechos
laborales y sindicales muy consolidados. En la etapa de la
posguerra se sustentaba en el modelo de
producción y de consumo
fordista, que entrelazaba la producción en masa con la
adquisición generalizada de bienes de
consumos industriales, teniendo un importante consumo
nacional y un desarrollo de
todos los elementos de consumo público, en forma de
derechos de
ciudadanía y derechos de bienestar.
El modelo de
capitalismo
del bienestar estaba establecido fundamentalmente en el
ámbito de Estado nación,
y el Estado
intervenía ya fuera para sostener la industria
nacional, o para el sostenimiento del bienestar nacional. La
sociedad de la
seguridad se
articulaba como un sistema de
garantías con un centro social, el Estado, obligado a
internalizar tanto las externalidades y fallos del mercado, como
normalizar las situaciones sociales. Aquí era común
hablar de las empresas de
características multinacionales o
transnacionales que tendían a plantear su comercio como
internacional, manteniendo la idea primera de la
fabricación nacional y de los Estados nacionales
reguladores que establecían las reglas de juego de ese
comercio
internacional como un intercambio mercantil entre
naciones.
Las particularidades de este Estado se construyó
a partir de los postulados intervencionista keynesianos, lo que
se viene denominando Welfare state o Estado del bienestar
que se constituyó como un sistema de
erradicación del subconsumo social en el ámbito
nacional, mediante la consolidación de consumos
improductivos, en el sentido de su situación en la
producción de capital
privado, y de políticas sociales que afectaron
directamente a la producción de la fuerza de
trabajo; al mismo tiempo que
funcionaba, también , como forma de estructuración,
de mediación y de canalización del conflicto
social.
El Estado, de esta manera se transformó, en un
conglomerado de instituciones
mediadoras con cierta autonomía propia, en las que se
enfrentaron los intereses de las diversas partes de la sociedad.
Un Estado intervencionista, por tanto, que se vio obligado a ir
sorteando contradicciones sociales y en, especial, a erigirse
como el elemento principal de la desradicalización y de
legitimación del conflicto
laboral y
territorial. Esto era posible mediante la construcción de un paradigma
corporatista que introducía una estructura
política
integradora, dentro del capitalismo avanzado, de los grupos
sociales-económicos de la producción, en un
sistema de representación y de mutua interacción
cooperativa en
el nivel del liderazgo y de
movilización y de control social en
las masas.
El Estado nacional que se configura reconoce las fallas
del mercado en el
ámbito de las relaciones
laborales, desde lo cual es posible hablar de capitalismo
corporatista o mejor, de la programación social del conflicto laboral, en el
que se instauró una dinámica de cooperación negociada,
donde la regulación corporatista del conflicto y el estado
del bienestar keynesiano se fundieron, en su origen, en una
especie de acuerdo implícito o compromiso de clases,
expresado en el pacto keynesiano, presidido por la
aceptación inevitable, por parte del trabajo, de la
lógica de la ganancia y del mercado como principales
guías de la asignación de recursos en el
ámbito micro, a cambio de
participar en la negociación de la distribución del excedente social en el
ámbito macro.
De esta manera el estado keynesiano supone la
institucionalización del conflicto industrial a
través de la función de
arbitraje y de
mediación del Estado contemporáneo, lo que
venía a subrayar la complementariedad de la reivindicativa
sindical con el reequilibrio del sistema productivo y la
estimulación de la demanda,
puntos centrales de las políticas económicas
Keynesianas. Además de la politización de la
economía
directamente ligada a una mercantilización de lo
político, en el sentido de un entramado complejo de
organizaciones
que compiten, directa o indirectamente, por prestar condiciones a
los ciudadanos votantes de acuerdo con sus fines
económicos, políticos y sociales, movilizando para
ello, a su vez, un enorme potencial de recursos
económicos, estratégicos y comunicativos.
Así el Estado intervencionista desmercatilizador, la
democracia
competitiva de los partidos, el crecimiento
económico, política de pleno
empleo,
institucionalización del conflicto, son características de estructuración y
de desarrollo de
las sociedades
opulentas planteadas como sociedades nacionales.
La desmercantilización parcial de ciertos
espacios de la economía occidentales
supusieron a nivel nacional, por tanto, una
racionalización del capitalismo moderno con efectos
complementarios positivos en la acumulación
económica y en la legitimación social. El consenso
democrático, la desradicalización del movimiento
obrero y un cierto reparto indirecto entre los sectores
intermedios de renta supusieron un modelo de sociedad del
bienestar donde el pacto keynesiano representó la
aceptación por parte de la mayoría de las
ciudadanías occidentales, y especialmente europeas, de la
racionalidad básica del sistema de producción. Este
proceso de
desmercantilización suponía, al fin y al cabo,
desvincular, parcialmente, el proceso de
reproducción y de gestión
social de la fuerza de
trabajo y con ello, como ya hemos señalado, el
reconocimiento de derechos que no solamente eran los derechos
políticos, sino que también era los derechos a
participar en cierto grado de distribución social, a la vez que el
reconocimiento del trabajo como centro social y como
convención fúndante de los estados
contemporáneos.
Este modelo de relación social, que armoniza
conflictivamente acumulación y legitimación social,
correspondía con un tipo de intervención que se
presentaba, en su construcción retórica, como la
consecución de una sociedad de la seguridad, esto
es, de consecución de niveles de vida asegurados en el
compromiso político que se deriva del pacto keynesiano, de
la prioridad del pleno empleo y del reconocimiento de los
riesgos en la
propia continuidad y en su internalización por el mismo
aparato del estado. En esa convención genérica del
pleno empleo y en la misma tendencia general del Estado a ser
socializador de ciertos elementos y segmentos de la
producción, que en el sistema industrial fordista se
mostraba imprescindibles para la acumulación privada, pero
que el sector mercantil puro era incapaz de ocupar por su
insuficiente rentabilidad o
por la gran cantidad de capital
necesario para entrar en el sector, el estado se convertía
en empresario, participando en la economía para generar
empleo público, o para dotar al aparato productivo
nacional de inversiones en
investigación, en materias primas o en
bienes, en
suministros, en mantenimiento
de mercados,
inversiones
imprescindibles para mantener la acumulación
privada.
El avance de lo público en general y el de
la empresa
pública en particular es, por lo tanto, producto de las
tendencias ciertamente igualitaristas y de refuerzo de la
democracia y
de la ciudadanía del capitalismo en un contexto
histórico en el que no hay que olvidar el proceso de
reconstrucción social de las grandes guerras
mundiales; el enfrentamiento entre bloques geoestratégicos
y la propia fuerza estructural de unas clases obreras planta
industrial, la ciudad-fábrica y por normas y estilos
de vida fuertemente unificados.
El estado del bienestar y en la misma línea el
Estado productor no rompieron en ningún momento la
racionalidad básica del sistema de mercado, pero si que la
modificaron en parte con innegable éxito
social desde la salida de la guerra hasta
prácticamente mediados de los años setenta. Cabe
resaltar que en los años sesenta con la
institucionalización de los sistemas de
relaciones entre capital y trabajo en Europa
siguió un periodo de gran conflictividad y las visiones
optimistas de conciliación entre los intereses de obreros
y patrones fueron sustituidas por la tesis de las
tendencias hacia la descalificación del trabajo. En esta
época era muy aceptada la centralidad del trabajo en el
conjunto de las relaciones sociales y como fuente de identidad
colectiva.
Ahora bien, tengamos presente que durante los
años cincuenta con las primeras etapas de la automatización de los procesos productivos
y la institucionalización de los sistemas de
relaciones industriales se pensaba que estos fenómenos
contribuirían a la constitución de una nueva clase obrera y
significaría el enriquecimiento de las tareas o la
recalificación y ganancia de control de los
obreros sobre su trabajo, así como la extensión del
estado benefactor.
En estas circunstancias la división del trabajo
ya no sólo era capaz de animar el proyecto de
Adam Smith, el
del egoísmo particular, la mano invisible y la
acumulación privada, sino también el proyecto Durkheim, es
decir, la división de trabajo como complementariedad
funcional, el reconocimiento de derechos y progreso social y
cultural a través de un derecho restitutivo y
participativo convertido en regulador social. La modernidad,
siguiendo una dialéctica inscrita desde su propia constitución fundacional, presentaba,
aquí, la era de su razón social trascendente frente
a la simple razón técnico-instrumental de la
acumulación mercantil.
La sociedad industrial llegaba, así, a su apogeo
en el momento en que el trabajo,
separado en importantísimas franjas de la población, de la miseria y del pauperismo
reinante en la existencia obrera tradicional, se convertía
en el centro mismo de la codificación de la
ciudadanía y del Estado, e igualmente pasaba a ser en
sí mismo un Estado industrial, al atravesar las barreras
de su intervención en la asistencia social o en la
oferta de
bienes convencionales para conseguir con ello, por un parte,
minimizar la capacidad industrial excedente, acercando el
crecimiento
económico real al crecimiento potencial de los
aparatos productivos nacionales y por otra parte, impedir
estrangulamientos y retardos en los sistemas económicos y
sociales.
El Estado se convertía en fabricante para
acrecentar las posibilidades de acumulación de todo el
sistema económico, potenciando las posibilidades de
desarrollo tecnológico, de generación de mercados
asociados y sobre todo, del mercado de trabajo, y con ello, el
bienestar material y las posibilidades de distribución de
ese mismo bienestar, en una intervención paradójica
donde la propia razón desmercantilizadora era capaz de
relanzar las posibilidades acumuladoras del propio
mercado.
Pero este equilibrio
pronto se vería afectado: la crisis
fiscal del
Estado, manifestada en el disparo de la inflación y del
déficit público, porque el marco económico
dado por el capitalismo industrial y material ya no es, en esos
momentos asistimos a cambios de paradigmas susceptibles de
percepción, así, hoy aparece un
espacio mercantil global, con la singular característica
de capitalismo financiero, virtual e inmaterial, y en el que los
espacios comerciales se juegan ya no como un intercambio de
mercancías a nivel internacional, sino como un sistema
articulado de empresa–red a nivel transnacional,
donde lo que opera ya no es, por tanto, un comercio entre
países, entre economías nacionales como una
situación integrada de flujos de información, de comunicación, flujos financieros y
económicos a nivel internacional, a la vez que un nuevo
sistema de ordenación y complementación de la
división internacional del trabajo se establece como un
todo orgánico e interdependiente cruzando las barreras
jurídicas de las naciones y barreras culturales y
físicas de las regiones.
Estas transformaciones están generando la idea
típica de la
globalización, la idea de que precisamente nuestro
espacio de referencia es un espacio multinacional y que la
articulación de la economía ya no pasa tanto por el
Estado nacional como por una serie de obligaciones
económicas que podríamos denominar supranacionales.
Pero esta supranacionalización de la economía tiene
efectos importantes en la vida social.
El primer efecto, es la pérdida de la
autonomía de los Estados nacionales. Estos ya no regularan
la ciudadanía en función de
los derechos laborales y sociales, son incapaces de generar una
cultura de la
seguridad y de la garantía laboral, porque tienen que
competir, a nivel internacional, en mercados cada vez más
competitivos. Este espacio de la competitividad
internacional hace que los estados, en buena medida, más
que intervenir para garantizar los derechos de la
ciudadanía, lo hagan para generar situaciones mercantiles
eficientes y por lo tanto atienda los derechos de propiedad que
a los de bienestar. Esto trae sin duda algunas desigualdades
económicas, desmonte y privatización de las empresas
públicas y disolución de los monopolios
nacionales.
Bajo la perspectiva neoliberal el Estado de bienestar es
un Estado derrochador, deficitario, inflacionario y cada vez
menos eficaz para relanzar la demanda
efectiva al generar efectos de expulsión del sector
privado de grandes espacios de la economía y al
desincentivar la actividad económica privada por la
excesiva presión
impositiva y por su ingerencia en los mercados reales y
financieros.
Uno de los teóricos británicos Bob Jessop,
afirma que cada vez menos tenemos welfare state y cada vez
más workfare state, estamos presenciando la
transformación de un Estado del bienestar basado en las
políticas sociales a un Estado del rendimiento basado en
políticas de rentabilidad
financieras y productivas. El Estado está por ello pasando
de ser un Estado desmercantilizador a ser un Estado
mercantilizador incluso remercantilizador.
Las políticas sociales se van resituando
crecientemente hacia las propias de un estado asistencial que
solamente interviene en aquellos casos de extrema necesidad,
demarginación, de miseria, dejando de ser un elemento de
seguridad de las clases medias-laborales que tenderían,
según lo nuevos criterios mercantilizadores, a asegurarse
medios de
recibir bienes sociales por unas vías que no fueran las
del Estado, sino a través de sus propias posibilidades de
capitalización privada, a partir de las
constitución de fondos, depósitos, contratos de
servicios,
seguros y en
general a partir de la entrada, por la vía privada, de una
cierta reconstrucción del bienestar independiente de la
ciudadanía laboral y de la obligación
pública a mantenerla.
Dentro de este contexto los Estados se imponen
austeridad al coste del factor trabajo, congelación, el
recorte o incluso el desmantelamiento, en todo o en parte de
importantes espacios y servicios del
Estado de bienestar, se introducen una fuerte
tecnificación del proceso productivo y los incrementos en
tipo de interés
han hecho que los típicos efectos redistributivos
clásicos de las políticas keynesianas hayan sido
sustituidos por los efectos antidistributivos de la
economía de la oferta.
La expansión de la economía financiera y
la creación de un tipo de empleo, más o menos
especializado, de alta remuneración en el aparato de
gestión
de esta economía financiera y especulativa, ha servido
para consolidar un nuevo nivel de medias-altas de renovada
cultura
promocionista, internacionalista e individualista, cristalizando
a partir de ella una cultura del dinero, del
poder y de la
ambición que ha servido tanto para quebrar el unificador
simbólico del consumo de masas nacional, basado en el
valor social
de una creciente clase media integradora, como para relegitimar y
encumbrar un nuevo elitismo meritocrático, inmediatamente
convertido en consumo ostentoso.
El modelo fordista de organización del desarrollo de la
producción ha sido desplazado por nuevos tipos de
división del trabajo, justo como proceso de
reestructuración productiva y de ordenación
económica de la postcrisis. Esta dinámica responde en las sociedades
occidentales como un proceso de reconversión
tecnológica llevado a cabo en una doble dirección, una, institucionalmente se opta
por una rápida desindustrialización de los
espacios, regiones y naciones productivas tradicionales (ramas y
sectores productivos ligados tecnológicamente a la
transformación electromecánica), y la segunda,
constituida por una economía neoindustrial o
postindustrial atravesada por lo tecnológico asentado en
la producción, en el tratamiento, en la circulación
y en el procesamiento de información.
Estas transformaciones han supuesto un enorme cambio en la
estructura
social de las sociedades occidentales que, en gran medida, puede
ser caracterizado por un fenómeno general: la
fragmentación. Las acciones
públicas y privadas para restaurar la tasa de beneficios
ha supuesto, desde principios de los
años ochenta, el definitivo abandono de cualquier
política de pleno empleo y con ello la contención
de las demandas salariales, el desempleo masivo,
la intensificación del uso del factor trabajo contratado y
el desarrollo de políticas de oferta destinadas a destruir
cualquier obstáculo que impidiera el funcionamiento del
mercado, aun cuando produjese fallos de asignación y de
desigualdad social evidentes.
Durante esta época las preocupaciones acerca del
trabajo se pueden apreciar en dos niveles: uno, Quienes estudian
diversas manifestaciones del trabajo y sus transformaciones
actuales, que han pasado a centrarse en el movimiento
obrero en los setenta, con un enfoque en la ciencia
política y dos, el estudio el movimiento obrero como
movimiento social con enfoques propios de la sociología industrial, del trabajo de las
relaciones industriales, de la economía del trabajo,
enfoque que analiza las formas y efectos de los cambios
tecnológicos, de organización, en las relaciones laborales,
los mercados de trabajo, las culturas laborales y empresariales.
Esto obedece a un proceso muy dinámico que puede
observarse con la creación de teorías
en los ochenta y noventa como regulacionismo,
especialización flexible, teorías
neoschumpeterianas, nuevos conceptos de producción,
etc.
De todas maneras existe una división entre
quienes siguen estudiando el trabajo y
esta división da lugar a dos corrientes: una, Pesimistas:
Ponen énfasis en nuevas segmentaciones del mercado de
trabajo, la extensión del trabajo precario o
atípico y ven el toyotismo como una forma superior de
control gerencial sobre el trabajo. Dos, Optimistas; ven en los
nuevos modelos de
producción una esperanza liberadora del trabajo humano, de
su carácter
enajenado, rutinario con escaso control del trabajador sobre el
mismo
La nueva estructuración de clases arroja hacia
sus márgenes a colectivos muy importantes de la antigua
clase obrera y de las viejas capas media: como es caso de los
parados de larga duración, que ya no van encontrar un
trabajo estable ni una ocupación que les garantice una
situación segura; lo mismo ocurre con los trabajos
precarios o con aquello que han empeorado sus condiciones de
realización debido a la pérdida de las
garantías laborales de los que los realizan; sin olvidar
gran parte de jubilados, que no pueden mantener las condiciones
de vida que tenían.
Lo que convencionalmente estaba homogeneizado se ha
fragmentado con la desindustrialización, la
hipertecnologización, la deslocalización productiva
y la nueva producción flexible, como consecuencia de la
sustitución de los grandes mercados nacionales de trabajo
regulados y defendidos, estatalmente, por toda una serie de
mercados segmentados e impermeabilizados de trabajo, que
funcionan transversalmente a escala
internacional, impulsando colas y trayectorias laborales
estructuradas con lógicas cada vez más
diferenciadas, pero en general aumentando el nivel de
precarización de la mayoría de ellas y todas bajo
la presión de
la plena disponibilidad y de la adaptación absoluta a los
requerimientos de la competitividad
mercantil mundial.
Recapitulemos algunos asuntos, los argumentos del fin
del trabajo pueden resumirse de la siguiente manera:
Primero, la decadencia de la industria en
relación con los servicios y el cambio en la estructura de
las ocupaciones con crecimiento relativo de los trabajadores
calificados, técnicos e ingenieros, cuellos blancos,
mujeres y jóvenes y por otro lado la extensión de
empleos atípicos, trabajos precarios, por horas, de
tiempo
parcial, eventuales, de mujeres, migrantes y minorías
étnicas. En el tercer mundo encontramos la
extensión del trabajo informal y los micronegocios y
autoempleos; en Europa altos
niveles de desempleo; todos
estos fenómenos han incrementado la heterogeneidad de los
trabajadores con la consiguiente repercusión en sus
normas,
valores y
actitudes. Lo
anterior repercute en la imposibilidad de formación de
organizaciones, ideologías, proyectos de
cambio social que partan de los trabajadores.
La fundamentación del fin del trabajo es la no
centralidad del trabajo sobre otros mundos de vida. La
caída de la ocupación industrial es en Europa y
Estados
Unidos, mientras en Canadá, Sudeste Asiático y
América
Latina se dan otras tendencias. Por ejemplo en el tercer mundo el
autoempleo se ha extendido mucho como forma de precariedad,
más que de la búsqueda de satisfacciones y
enriquecimiento de las tareas o flexibilidad creativa.
La tesis del fin del trabajo relacionada con la
heterogeneidad del mercado del trabajo y de las ocupaciones es
simplista al atribuir a las posiciones en el mercado laboral la
determinación de normas, valores y
actitudes.
Segundo, entender el fin del trabajo en
términos sociológicos como el fin de la centralidad
del trabajo en el conjunto de las relaciones sociales, de la
conformación de identidades colectivas. Para los
trabajadores los mundos extralaborales se han vuelto más
importantes en la constitución de identidades que el
trabajo. Esta argumentación es teórica, se trata de
la desarticulación y marginación del mundo del
trabajo con respecto de los otros mundos de vida de los
trabajadores. Se plantea la existencia de articulaciones
parciales y la posibilidad de que las articulaciones se
rompan o se puedan crear otras en función de ciertas
prácticas.
La identidad es
una configuración subjetiva compleja que da sentido de
pertenencia a un grupo o clase,
y evidentemente no depende sólo de la ocupación
sino de las diversas formas de vida, estén o no
articulados en la práctica o en la cabeza de los
individuos.
Tercero, la perdida de importancia del trabajo se
relaciona con su función de generador de valor, hoy la
riqueza de la sociedad se crea especulativamente en el sector
financiero globalizado ya no depende del trabajo. Se desprecia el
trabajo como creador de valor, se enfoca en dos sentidos, uno, en
cuanto a la riqueza dineraria que no esta en función del
trabajo y segundo en relación con la satisfacción
de las necesidades humanas a través de los productos del
trabajo.
Cuarto, La crisis del trabajo es un problema
político resultado de una lucha que ha implicado el cambio
del estado hacia el neoliberalismo, la reestructuración
productiva, organizaciones obreras incapaces de transformar sus
formas de lucha, reemplazo del conflicto obrero patronal por la
lucha de mercados. La crisis sindical esta relacionada con la
apertura de mercados, la extensión de la
subcontratación, reducción del empleo publico,
desregulación del mercado laboral, nueva cultura laboral,
etc.
Esta tesis muestra un nivel
más coyuntural y de caracterización de lo que ha
sucedido con la clase obrera y sus organizaciones frente a las
transformaciones y cambios de las relaciones de fuerza del
capitalismo
Hasta ahora se ha intentado rodear el asunto del fin del
trabajo y en ese intento nos hemos encontrado aspectos como la
globalización y el imperialismo,
neoliberalismo
y específicamente desregulación laboral, la
privatización de empresas públicas,
la descentralización de las unidades de
producción de alta tecnología y los
procesos de reestructuración industrial, el papel del
estado; en ellos es evidente que el trabajo se constituía
en el eje en cual giraba muchas cuestiones de los acuerdos
sociales que regían la sociedad. El trabajo
constituía la posibilidad de construcciones de proyectos
de vida a largo plazo, lo que daba mucha seguridad, ahora se
derrumba es tópico y el trabajo pierde su lugar de
constructor de sociedad, se transforma la lógica: cambios
profundos en las relaciones laborales, ausencia del Estado en su
regulación, desregulación y disminución
general del nivel de compromiso de los empleadores respecto a los
trabajadores; las nuevas contrataciones de personal son
siempre de personal
más escolarizado y los niveles de selección
se elevan regularmente; cambio de los sistemas de
remuneración salarial, prestacional y de seguridad
social y descenso continuo de ellos; sometimiento o
eliminación de los sindicatos;
incremento del empleo a tiempo parcial y del empleo informal;
eliminación de la estabilidad laboral y del empleo a vida.
Ante todo, lo ciclos de vida de los individuos son desordenados,
para los jóvenes el tiempo de inserción profesional
se prolonga, para los adultos la vida profesional se vuelve
más incierta y discontinua, para los de mayor edad los
riesgos de quedar
cesantes anticipadamente son cada vez mayores; reducción
de los tamaños de la planta, proliferación de los
pequeños talleres de producción y del trabajo en
casa; feminización de la nueva fuerza de trabajo
industrial; acelerado crecimiento de la producción en
pequeños grupos de
trabajadores, que a la vez producen a escalas pequeñas o
lotes por encargo; descentralización de los procesos
productivos y desconcentración de las actividades en
diferentes unidades autónomas; flexibilidad, polivalencia,
disponibilidad de la fuerza de trabajo y substitución de
trabajadores altamente calificados; balcanización de los
tipos de contratos
laborales, contratos de trabajo a término fijo, contratos
interinos, a tiempo parcial, contratos de retorno al empleo,
contratos empleo-solidaridad,
contratos de reinserción alternativos, etc.
Frente a los devenires de esta historia qué nos
depara el futuro, qué construir ante estas vicisitudes, se
agudiza la situación de esta racionalidad o por el
contrario cambia la lógica a lo humanizante y humanizador.
Todas son preguntas que subyacen y que se hace necesario
abordarlas de manera estructura mediante la elaboración de
hipótesis que permita ahondar en la
cuestión.
Ahora bien, pensemos que primeramente tendríamos
que revaluar la concepción del trabajo, así, es
difícil pensar que el fin del trabajo se produciría
por el aumento del tiempo libre, de tal forma que la humanidad
satisfecha trabajaría menos y viviría más.
La visión de los años noventa parece ser indicar
que no habrá trabajo para todos y que lo que
sucedería es la transformación del trabajo, es
decir los seres humanos seguirán trabajando aunque de
manera diferente; en estos momentos los países del tercer
mundo parecen anticiparse a los del primero en estas cuestiones
existiendo el sector del empleo informal y el
autoempleo.
No es la terminación del trabajo sino la
transformación del mismo por una vía no teorizada
por los que analizan la tercera revolución
tecnológica, no se trata de la recalificación del
trabajo basado en la computación y en la informática, que se presenta también
en las sociedades del tercer mundo sino de un trabajo informal
con precarización; es decir la reducción del
trabajo formal, estable, y la sustitución por otras formas
consideradas anómalas por los países desarrollados
pero que en el tercer mundo tienen una larga historia de
normalidad.
A través de la historia el trabajo ha tenido
diversas concepciones por ejemplo a mediados del siglo XIX la
teoría
económica dominó en el campo de las ciencias
sociales y acuño el concepto de valor
del trabajo (el trabajo como creador de valor) con atención en el trabajo industrial, esta
centralidad del trabajo industrial en las teorías se
mantuvo hasta los años sesenta. Posteriormente se
pasó del campo del trabajo al del mercado de forma que el
trabajo se vuelve un factor más en la función de
producción, cuyos precios los
fija el mercado. De la crisis de 1929 a los años sesenta
el trabajo es, sobre todo, institución de
regulación de la relación capital-trabajo y
organización de los obreros. Hacia los ochenta con el
inicio del neoinstitucionalismo se da un lugar importante pero no
central al trabajo, en los noventa lo que más interesa son
las cadenas de empresas o las instituciones
de coordinación entre estas y el trabajo se
vuelve un supuesto.
El trabajo ha cambiado desde el siglo pasado, los
limites del trabajo y no trabajo se han transformado
históricamente, en la antigüedad no se podía
diferenciar el trabajo de la religión o del
juego. El
circunscribir el trabajo a los límites de
la fábrica fue una circunstancia social, económica
y política, pues sus vínculos con el trabajo no
desaparecieron sino que fueron cortados materialmente durante la
jornada de trabajo capitalista.
El trabajo no tiende a terminar sino a confundirse con
otros mundos de vida considerados propios de la reproducción social de los
trabajadores.
Criterios tales como empleo formal e informal, empleo y
autoempleo, jornada continua y jornada discontinua,
producción para el mercado y autoconsumo, dejan de ser
criterios estáticos y se vuelven parte de la vida del
individuo.
No existe fin del trabajo sino una transformación
del significado de que es trabajar, de los ámbitos
privilegiados del trabajar, de los limites entre el trabajo y el
no trabajo con la ruptura de una parte de las ocupaciones, del
concepto de jornada de trabajo.
La segunda, podría estar planteada desde Andre
Gorz, en su estudio "Salir de la sociedad salarial" que
desarrolló a partir de la siguiente pregunta ¿los
países industrializados han entrado en una nueva era que
obligará a sus gobiernos a revisar de manera radical sus
ideas acerca de los medios para
alcanzar un casi pleno empleo? Al respecto dos enfoques, el de
los economistas y el de los tecnólogos.
Los primeros, aluden a la revolución
informacional asimilándolas a las otras revoluciones (como
la industrial) y que como tal generará más empleos
de los que suprime, siempre y cuando se respeten las leyes del
mercado. La segunda, que al parecer presenta más
aceptación, expone la Revolución informacional y la
mundialización de la economía como motivadoras de
una nueva sociedad donde los empleos tradicionales estables y a
tiempo completo van a desaparecer. Veamos sus
enunciados:
REINGENIERIA, Nueva manera de mezclar automatización y robotización y un
modelo de administración que permite máxima
flexibilidad de la gestión. Esto asegura el mismo nivel de
producción con la mitad del capital y entre un 40 a un 80%
menos de asalariados. De esto se desprenden dos hechos
importantes, uno, el Capitalismo usa cada vez menos trabajo para
producir mayor riqueza y dos, los empleos adicionales se pueden
dar o por distribución de las mismas actividades pero
entre más gente por un lado, o por generación de
actividades por fuera de la esfera capitalista por
otro.
EMPLEOS PRECARIOS E INESTABLES, No solo las nuevas
tecnologías reducen los empleos; las empresas
están "concentrando" sus actividades en sus operaciones
"fundamentales". Por ende muchas actividades se están
externalizando con subcontratistas y asalariados externos
malpagados a destajo y trabajando tiempo variable por semana,
dependiendo del requerimiento. Cada vez más personas pasan
del empleo estable al empleo precario e inestable y son
considerados empleados independientes así trabajen
solamente para una empresa.
Además, las personas que aún tienen su empleo
estable y directamente con el empleador están preocupados
de perderlo.
CIVILIZAR EL TIEMPO LIBERADO, Se debe entender que en el
fondo no hay un grupo de
empleados y un grupo de desempleados pues la gente hace
transición permanente entre estos dos estados; igualmente
no se puede pensar que la única estrategia para
eliminar el desempleo sea la redistribución de las labores
entre los empleados y desempleados. La reducción de la
jornada laboral no es una alternativa que genere aumento en el
empleo. Por el contrario, podría aumentar el empleo
permanente pero de menos personas. Aquí lo importante es
saber como manejar el tiempo liberado por la
redistribución de labores y convertirlo en un recurso para
la sociedad de manera que todos se vuelvan dueños de su
tiempo, de su vida y de relaciones de cooperación y de
intercambio; es darle un nuevo valor como recurso a ese tiempo.
Esto se da por la vía política y sus medidas
implicarían el fin de la sociedad salarial, las cuales
son: El trabajo ya no es la medida de riqueza y el tiempo del
trabajo no es la medida del trabajo; El derecho a la
remuneración no depende del empleo y el valor de la
remuneración no depende de la cantidad de trabajo; El
ahorro del
tiempo de trabajo debe perseguir fines no económicos. Sin
embargo, se debe analizar si estas formas de
redistribución deben estar acompañadas de
reducción en el ingreso.
REDISTRIBUIR, Repartir los recursos entre más
personas, como aceptar reducciones del salario a cambio
de no hacer despidos, es una política puntual y no aporta
una solución adecuada ni permanente. Una política
de distribución debe repartir un volumen de
trabajo decreciente entre una población creciente. El ingreso no debe
disminuir en la medida en que a la vez con la reducción
del trabajo se está dando un aumento en la
generación de riqueza de la cual se puede redistribuir en
alguna proporción entre más personas; solo en el
caso en que las personas vinculadas crezcan en proporción
mayor al incremento de la riqueza se justificaría una
disminución del salario. Una vez
se reabsorba el desempleo el tiempo de trabajo tendrá que
ir disminuyendo sin que se reduzca la remuneración,
siempre que el índice de productividad
crezca en mayor proporción a las personas
empleadas.
INVERSIÓN DE VALORES, Cada vez más se
destinará menos tiempo a las actividades de la
producción y la actividad laboral dejará de tener
un papel
preponderante dentro de la esfera de la vida cotidiana de una
persona. El
trabajo se convertirá únicamente en el medio para
ganarse la vida y el empleo se escogerá dependiendo de la
cantidad de tiempo que deje disponible para las personas. Esto
implica que habrá de dotar de un objetivo
tangible los nuevos valores, en ruptura con el pasado donde la
vida estaba centrada en el trabajo.
REDUCCIÓN DEL TIEMPO DE TRABAJO, La
reducción de la jornada laboral no puede ser a
cuentagotas, debe ser notoria y en todo caso a igual escala de la del
crecimiento de la productividad.
Esta debe presentar las siguientes características:
Reducciones periódicas, por ejemplo cada 3 o 4 años
y en cantidades importantes; reducción hecha
mediante ley marco sin
importar el nivel de formación académica; dar el
tiempo suficiente a la ley para hacer
las previsiones necesarias sobre las necesidades cualitativas y
cuantitativas que cada rama de la
administración necesita (sector
público, empresa o
corporación, etc.); dar el tiempo suficiente para hacer
formación en sectores donde haya insuficiencia de personas
formadas; dar el tiempo suficiente para la negociación de convenios colectivos sobre
trabajo, salarios,
reorganización, etc.
DERECHO AL TRABAJO INTERMITENTE, Se refiere a la
posibilidad que deben tener personas que deseen tener trabajos
intermitentes remuneración de manera permanente o a
personas que deseen trabajar tiempo parcial remuneraciones no
equivalentes al 100% de la remuneración por tiempo
completo. El trabajo parcial se puede dar de diferentes maneras,
por ejemplo trabajar dos semanas por mes o seis meses por
año o 36 meses en 6 años. El hecho de remunerar de
manera permanente el trabajo intermitente da la posibilidad de
períodos de trabajo no remunerados como: Actividades
voluntarias de ayuda a la comunidad,
actividades artísticas y culturales, actividades
educativas.
EL SEGUNDO CHEQUE, La
estrategia de
redistribución por jornadas de tiempo parcial o trabajo
discontinuo generan sobrecostos que no se pueden cargar
directamente a las empresas. Esto se debe a que gran parte de la
población activa está empleada en actividades de
productividad estancada como la enseñanza, servicios sociales, hotelería,
sanidad. Cada trabajador tendrá derecho a su
remuneración salarial por el tiempo de trabajo y a un
segundo cheque que
compense las disminuciones salariales debidas a la
reducción periódica de la duración del
trabajo. Este segundo cheque existe en virtud de que la sociedad
y los ciudadanos adquieran y se reconozcan mutuamente derechos y
poderes.
El método de
financiación del segundo cheque debe satisfacer cuatro
condiciones: No recortar la remuneración de los
trabajadores; no incrementar costos para las empresas; permitir a
las empresas reducir sus costos salariales mediante inversiones
de productividad y mantener la compatibilidad de los precios del
mercado con el ingreso de las personas.
HACIA LA AUTOPRODUCCIÓN, Cuando el volumen de
trabajo que el capitalismo puede usar con beneficio propio
disminuye constantemente, no queda otro camino que desarrollarse
por fuera de la economía capitalista. Esto se puede
compensar con actividades como de servicios por fuera de la
esfera mercantilista. Sin embargo existen dos maneras para
poder
perpetuar la sociedad salarial desde el punto de vista mercantil:
Completar los salarios muy
bajos con asignaciones públicas; generar una red de servicios
públicos gratuitos o casi gratuitos para todo el mundo,
solventados por empleados que reciban un salario
normal.
Sin embargo estas soluciones
presentan el defecto de que se basan en la transformación
en empleos asalariados de una cada vez más amplia gama de
actividades. Como el objetivo de
una estrategia de distribución del tiempo es precisamente
el crecimiento de la autonomía, el desarrollo de servicios
mercantiles tienen que disminuir. Lo que se debe generar es
autoproducción de dichos servicios, que las personas
tengan actividades autoorganizadas y que las personas puedan
desarrollarse y realizar actividades en tres niveles:
Macrosocial, con actividades productivas; Microsocial, con
producción cooperativa y
comunitaria; Plano personal en la relación entre personas
o creación artística.
Se superará la sociedad salarial cuando se den
relaciones de cooperación voluntaria y de intercambio no
mercantil auto-organizado. La evolución cultural va en ese sentido,
dejando en segundo plano el valor del trabajo, el deseo de
éxito y
colocando en primer plano el desarrollo
personal.
La tercera, esta referida a la desarticulación de
la sociedad de la seguridad laboral y de la ciudadanía
social nos separa, definitivamente, de una sociedad intervenida
por el sector
público, sustentada en un sistema del bienestar
público que permite fuentes de
ingresos
relativamente estables a largo plazo y posibilita, con ello
mayores espacios de elección clara entre trabajo y ocio; y
el contra-argumento de Rifkin, que por el contrario, sostiene que
los avances técnicos y la actual reingeniería de la producción
están en la base de un cambio productivo que reduce las
necesidades de trabajo para mantener e incrementar el conjunto de
bienes y servicios producidos.
Dicho autor asume las ventajas del cambio
técnico, pero insiste en la necesidad de la no
desaparición de la función social del trabajo;
pero, para ello, de manera paradójica y antes que defender
la ciudadanía social, los derechos del trabajo o la
regeneración de los mercados de trabajo balcanizados y
precarizados, propone que se incorporen las personas desplazadas,
tanto del sector productivo privado como del público, a un
tercer sector donde se integra por aquellas entidades que prestan
funciones
sociales.
Esto, resolvería dos problemas:
evitaría el desempleo de estas personas y
promovería el bienestar nacional (en este caso americano)
y, por ende, el internacional, al permitir afrontar problemas de
cooperación. La promoción y el desarrollo de este tercer
sector se financiaría con algún impuesto sobre el
consumo, en la idea de que esto sería soportable por la
ciudadanía, y no repercutiría negativamente en la
producción.
Lo que caracteriza a la revolución técnica
actual según las visiones tecnologistas en auge es que se
aplica de forma generalizada y con los mismos resultados
extraordinarios, en términos de incrementos de la
productividad, en todos los sectores.
Al cambio técnico se añaden las
convenciones dominantes de las empresas sobre el empleo:
constituye un coste que hay que reducir. Algunas respuestas de
los mercados
financieros a las reestructuraciones productivas son
significativas, de forma que, prácticamente, se asocia
innovación técnica con mejora
productiva, reducción del empleo y revalorización
financiera de los activos. El ciclo
se completa así: máxima tecnologización
implica también el triunfo de la economía
financiera internacional sobre políticas industriales y
sociales nacionales.
Para la tecnología
neoclásica, la primera manifestación del cambio
técnico es el ahorro de
inputs y, particularmente, de trabajo. Se trata del efecto
directo del cambio técnico. La idea de equilibrio
implicará que los precios de los factores se reduzcan al
igual que los precios relativos de los productos, lo
que dará origen a un incremento de la demanda, seguido, a
su vez, de un aumento de la producción y, en última
instancia, volver otra vez a la situación de equilibrio en
la economía.
La visión schumperteriana evolucionista
señala, entre otras diferencias, que la economía no
siempre está en equilibrio y que no se puede considerar
una función de producción única para toda la
economía.
Las innovaciones no se distribuyen uniformemente por el
conjunto de la economía, sino que los innovadores obtienen
beneficios extraordinarios que atraen a los imitadores y, de esta
forma, se difunden la novedad técnica.
Bajo estas circunstancias parece lógico deducir
que se producirá un aumento de la demanda de ocio, puesto
que no es necesario trabajar tanto para tener lo mismo a pesar de
la consideración schumperteriana de que puede generarse
desempleo.
Hasta los economistas laborales críticos que
insisten en que toda tecnología abstracta se desarrolla en
marcos concretos negociados, según las diferentes fuerzas
de los agentes sociales: de tal manera que con una misma matriz
tecnológica se pueden obtener resultados de empleo y
condiciones de vida muy diversos. En resumen, la acción
económica es siempre una acción social, que
está ubicada y contextualizada en un nicho de fuerzas
sociales y territoriales con su historia y su memoria, y la
tecnología, por ello, se explica, así, en un
conjunto de redes de acción
institucionales donde la propia tecnología se mezcla con
la política y la economía cristalizando en
construcciones sociales concretas imposibles de reducir a un
factor único. Esta visión acaba, de este modo, con
cualquier posibilidad de endosarle a la tecnología el
éxito o el fracaso social; la tecnología un
resultado de la
organización social, no su origen.
El debate del
reparto del empleo, solución o problema, para Rifkin
pierde de vista absolutamente la visión institucional de
la tecnología, y por tanto, ante el fin del trabajo. El
desempleo o subempleo parece, pues, instalado en la moderna
sociedad tecnológica, y por otra parte, se da la
posibilidad de producir más y mejor con los mismos
recursos, incluso con menos, está a la vista.
No solo eso, Rifkin alude a que las necesidades de
trabajo van a ser tan mínimas que este puede quedar sin
función social y requerir alguna actuación. Se
mantiene, igualmente, que ese aumento del tiempo libre, forzado
por la sustitución de hombres por máquinas
sin un convencimiento y una canalización hacia la
sociedad, puede derivar a una situación de extrema
violencia
social.
Qué supuestos subyacen en la propuesta de Rikfin
sobre el reparto del empleo? Primero, que el conjunto de bienes y
servicios que se proveen son los adecuados y suficientes para la
sociedad, solo que para producirlos se necesita menos gente.
Realmente no hay necesidad de mas bienes y servicios? Si nos
referimos a los bienes y servicios que podrían identificar
a la sociedad consumista, a los bienes posicionables, debemos
recordar que las sociedades occidentales se caracterizan por el
sobreconsumo.
A principios de los
años ochenta. Los sociodemócratas alemanes
proponían un crecimiento económico cero por
consideraciones medioambientales; es decir mantener los
estándares de vida como hasta entonces, pero no consumir
mas por que los recursos se agotan y se deteriora el medio
ambiente. El debate actual
no se plantea ya en estos términos, aunque podría
considerarse y destinar los recursos liberados de la
producción de bienes y servicios "consumistas" -los
llamaremos así- a la producción de bienes
comunitarios; entonces, no sería el fin del trabajo sino
de un estilo del mismo, pues lo que se sigue necesitando es un
trabajo socialmente útil y ecológico.
En segundo lugar, se da por supuesto que el costo de los
factores productivos y por consiguiente su remuneración,
se mantiene inalterada después de una innovación técnica, puesto que la
productividad técnica aumenta, la
remuneración debería aumentar.
Los precios de los productos son consecuencia de la
interacción de la oferta y de la demanda, en un conjunto
de múltiples mercados interdeterminados.
Un tercer supuesto que Rifkin adopta
implícitamente: es que no existen nuevos productores que
aprendan y utilicen las nuevas técnicas y
que se incorporan a la nueva esfera económica
incrementando la oferta. La cuestión es que si aumenta la
oferta los precios no pueden mantenerse, igual, por lo menos los
precios relativos.
En suma Jeremy Rifkin presupone, de manera
tácita, que los efectos de la actual oleada de
innovación industrial, cuanto al incremento de la
producción y a la reducción del trabajo, son los
que se producen en una economía cerrada y de fuerte
hegemonía de la economía nacional, justo cuando una
gran parte de nuestras transformaciones provienen de encontrarnos
en una economía abierta y global, presidida por la fuerte
movilización de las bases productivas a nivel mundial.
Así, a nuestro entender, los resultados para el trabajo de
introducir la globalización son completamente distintos, y
llevar a cabo las medidas de Rifkin en un entorno internacional
es como encender una cerilla de medio de un
ciclón.
Lo que se observa hoy en día, en los
países industrializados, es que la unidad básica de
consumo que es la familia
está sometida a la necesidad de mas rentas para
sostenerse.
Cada vez se necesita, mas trabajo para mantener
estándares de vida equiparables en términos
relativos.
Para Rifkin en las revoluciones industriales pasadas, se
produjo como efecto final una considerable reducción de la
jornada de trabajo, pero en la presente, por el contrario, los
inusitados crecimientos de la productividad, derivados de la
tecnología
de la información, están generando desempleo
estructural sin tener esperanzas en que este se compense al ser
sus efectos acumulados mucho mas rápidos que la posible
generación de empleo en otros sectores.
Las empresas están así, acelerando el
cambio técnico mediante la reducción de los costos
del factor de trabajo, ya sea por su reducción directa, o
por su uso más flexible o intensivo.
En general el pensamiento
tecnologista –siempre olvida: que el cambio técnico
depende de las relaciones sociales que estructuran el sistema
económico, y que cualquier suerte de determinismo
tecnológico oculta que la economía es un campo de
las fuerzas sociales, que existen jerarquías previas al
progreso y al uso tecnológico y que el cambio
técnico depende de los poderes políticos,
económicos y sociales que se concretan en las
políticas públicas, lo que es también por si
misma una forma de política- que son compatibles con estos
poderes.
En definitiva lo que hoy se plantea como reparto del
trabajo no es mas que reparto del empleo asalariado, y el
objetivo que lo alienta es menos una voluntad de repartir
igualitariamente la carga de trabajo que la de proceder a un
reparto más igualitario de la renta.
La otra propuesta de Jeremy Rifkin es la creación
de un sector de trabajo voluntario capaz de absorber los
excedentes generados en el sector del mercado. En el se
unificarían los trabajadores expulsados de todos los tipos
de actividad mercantil, así como los provenientes de
distintas trayectorias sociales o profesionales debidamente
"reciclados" y dedicados a construir. Con otros voluntarios, un
enorme sector social de la economía, que por una parte,
atendiese necesidades sociales insatisfechas, y por otra, diese
salida social, laboral y vital a un creciente número de
efectivos laborales imposibles de colocar en el sector
mercado.
Compensación, con lo que se ven literalmente
obligados a trabajar en ese sector por no encontrar trabajo en el
sector formal y poder cobrar así un salario social por su
trabajo informal.
El empleo generado por el tercer sector solo puede ser
generado por los sectores de acumulación económica
y distribuido por el resto del sistema social, en ningún
caso tiene existencia autónoma o autógena. Con la
lógica del mercado como eje del sistema económico,
el tercer sector puede tener un factor fundamental en la
realización de ciertas labores sociales
complementarias.
La Flexibilización, es decir la perdida de la
estabilidad en los contratos de trabajo, como
característica principal de las sociedades
contemporáneas incluyendo los países de América
Latina, es una de las megatendencias de la
globalización de la sociedad capitalista.
Las premoniciones de Carlos Marx,
Federico Engels, M. Bakunin, J.P. Prouhdon y otros socialistas
radicales del siglo XIX, advertían acerca del inevitable
choque entre propietarios y no propietarios. La certeza de esta
premonición fue la base para la formación de una
teoría
anticapitalista que propició la idea de una
transformación revolucionaria de la sociedad, la
supresión del mercado fuente de explotación del
hombre por
el hombre y la
conformación de una alternativa humanista acerca de como
organizar la sociedad, la producción y la vida publica; en
un esquema de eliminación de la propiedad
privada. Las ilusiones revolucionarias estaban fincadas en el
papel protagónico de la clase obrera llamada a ser la
sepulturera del capitalismo, que de acuerdo con el desarrollo de
la sociedad llegaría a una etapa armónica de
modernidad.
En el siglo que acaba de culminar ocurrió el
auge, perigeo y desplome de dicha alternativa política. Lo
que actualmente existe de socialismo es la
estatización política. Socialismo para
la política, capitalismo para la economía, tal
parece ser la divisa de los remanentes del experimento
socialista. La clase obrera durante a finales del siglo XIX se
dedicó fundamentalmente a desarrollar una lucha sindical
por reivindicaciones económicas, sociales y asistenciales,
volviéndose un mecanismo de concertación que no
cuestionará el orden capitalista y permitiera una mayor
participación en el reparto social.
Lo que es el rasgo distintivo de nuestra época, a
despecho del predicamento socialista radical, es el creciente
auge, la expansión incontrolable del desempleo
estructural. Para los socialistas del siglo XIX la
eliminación de la explotación del capital se
expresaba en: la eliminación de la clase parásita
improductiva y las posibilidades ilimitadas de la
modernización científica y tecnológica que
liberaría al hombre del
trabajo por la disminución de la jornada
laboral.
Pero en la actualidad el tiempo libre no se cierne como
una oportunidad sino como una amenaza siniestra en nuestra
sociedad, dramática condición del desempleo que
imposibilita la concreción de proyectos de vida por parte
de miles de personas en el mercado laboral del mundo. En sociedad
como la americana este fenómeno se presenta como la
precariedad de los contratos laborales, la perdida del garantismo
institucional y legal. Surge entonces la OIT, organismo
internacional para velar por el cumplimiento de la legislación
laboral.
Existen tres grandes esferas de la concreción del
proceso de Flexibilización, en primer lugar: las
organizaciones, la transformación del sector estatal y la
esfera social llamado tercer sector (fundaciones, ONG, etc.); en
segundo lugar la diferencia entre Flexibilización y las
políticas publicas y en tercer lugar las regulaciones con
criterios de transparencia, equidad, confianza, etc. Y la
mitificación del cliente en ves
del ciudadano con sus derechos. De este modo, la flexibilidad
opera primordialmente dentro de las organizaciones empresariales,
a partir del reconocimiento de las partes, de la necesidad de
implantar un esquema polivalente de trabajo en
equipo, empowerment.
Enrique de la Garza sugiere que detrás del
dominio de la
flexibilidad se esconde una derrota del movimiento sindical. Jay
Mazur, sindicalista norteamericano, sostiene la necesidad de
desarrollar, a la par de la globalización económica, una agenda
con dos pilares básicos: el fortalecimiento de los
derechos laborales y el cuidado del medio ambiente.
La flexibilidad en políticas laborales en los
años 80s para América
latina, estuvo principalmente vinculada con la apertura
económica posterior al Consenso de Washington, la
desaparición del estado protector, la sustitución
de importaciones, el
férreo proteccionismo de la industria nacional y los
monopolios extranjeros afincados territorialmente.
Así los ajustes neoliberales se iniciaron en
América Latina con las dictaduras militares del cono sur
en los años 60s, estos ajustes fueron continuados por los
gobiernos civiles en los años 80s y en los 90s fueron
consolidados y extendidos por toda la región.
La Flexibilización del mercado de trabajo es una
de las tareas en la formación y estructuración de
las economías neoliberales. Esta Flexibilización
hace parte de uno de los pilares del neoliberalismo que es la
reforma estructural, que busca desmontar toda regulación
que afecte el libre mercado entre ellos, el del
trabajo.
La reestructuración productiva en América
latina ha sido efectivamente impulsada por la apertura
económica y por el cambio del estado hacia el
neoliberalismo; no ha implicado cambios en las configuraciones
socio técnicas
de los procesos productivos (tecnología,
organización y gestión, relaciones laborales,
perfil de la fuerza de trabajo y culturas). Los resultados
más evidentes son:
- No se evidencia una ventaja masiva de las
pequeñas y mediana empresas. - No en todos los países la capacidad
exportadora se correlaciona positivamente con la
innovación tecnológica. - Existen dos grandes estrategias de
reestructuración en América latina: el cambio
tecnológico duro y el cambio
Organizacional. - La innovación tecnológica dura en la
mayoría de los casos no ha significado la introducción de tecnología de
punta, sino pasada de moda y en
cuanto a lo Organizacional se trata de la introducción o profundización del
taylorismo. - El perfil de la fuerza de trabajo no ha cambiado
sustancialmente en el sector formal de la economía, en
cambio se ha notado un dramático crecimiento del sector
informal.
De la teoría económica neoclásica
viene la idea especifica de flexibilidad del mercado de trabajo,
entendida fundamentalmente como la eliminación de las
trabas, para que los mecanismos del mercado se encarguen, de modo
espontáneo, de asignar al factor trabajo precio y
empleo.
Walras (1954), postulando la economía como una
ciencia
deductiva, aporta unos de los supuestos más importantes de
la teoría neoclásica:
- Racionalidad de los agentes.
- Construcción de modelos como si fuera posible
controlar las variables. - No se toman en cuenta las instituciones
extraeconómicas. - Si se mantienen las condiciones de competencia
perfecta se tendrá el equilibrio.
En esta concepción tiene lugar especial la
teoría de la productividad marginal, la oferta y la
demanda de trabajo determinan la distribución del trabajo
y su precio. Por el
lado de la oferta del trabajo se supone que opera la ley de
rendimientos decrecientes. La idea de la flexibilidad del trabajo
es la eliminación de todas aquellas externalidades o
fallas del mercado por el lado de la oferta y de la demanda, pero
especialmente por el lado de la demanda, porque la oferta se
considera constante.
Desde sus orígenes ha sido dada por
institucionalistas y marxistas, para estos últimos, estas
declaran abolido el conflicto estructurado entre el capital y el
trabajo, los institucionalistas critican la posición del
neoliberalismo de declarar espurias las instituciones como los
sindicatos y
los sistemas de relaciones industriales, las relaciones de fuerza
entre capital y trabajo.
Dentro del concepto del posfordismo (producción
en masa y consumo en masa), se acostumbra incluir corrientes
como:
Regulacionismo: trata de encontrar las
mediaciones entre producción y consumo, con instituciones
de regulación que permiten cierta consonancia en el
mediano y largo plazo entre producción y consumo y
rechazan la idea de neoclásica de ajustes
automáticos cuando los mercados se desregulan.
La especialización flexible:
también plantea que la producción en masa
llegó a su limite, coincidiendo con el surgimiento de un
nuevo paradigma
tecnológico, la economía de la variedad, donde las
Pymes tienen
mayor capacidad de cambio y de adaptación a estas nuevas
"variedades" en la producción, entonces se pasaría
de una lucha de clases a una lucha entre Pymes y grandes
empresas.
Las doctrinas gerenciales han sido revolucionadas desde
la década pasada, a través de la gran crisis
capitalista y de la recuperación en occidente de las
experiencias japonesas. Hay un componente importante de la
identidad del trabajador con la empresa, la
productividad y la calidad, en la
recuperación del saber hacer del obrero, el
involucramiento y la participación, en la
reintegración de tareas y la capacitación amplia.
Las principales criticas son porque: la noción de
flexibilidad tiene significados diversos; pretaylorista
practicada por pequeñas y medianas empresas no
modernizadas; toyotista con consenso y acuerdos entre
obreros y patrones y la del mercado neoclásico con
su desregulación de la demanda y de la oferta de empleo.
El ocultamiento de que la derrota que a sufrido la clase
trabajadora con la perdida de seguridad en el empleo y el
salario, la intensificación de las jornadas, el
debilitamiento de las instituciones reguladoras y el sindicato. El
considerar que la Flexibilización es una ideología de carácter
preventivo que no puede llegar hasta sus ultimas consecuencias
pero que mantiene asustado al trabajador.
Una parte de estas críticas trata de demostrar
que las relaciones laborales no han cambiado tanto en realidad,
empresas totalmente flexible no pueden funcionar, se necesita
negociación del orden con los trabajadores. La
flexibilidad no es un concepto unívoco, designa diversa
realidades acerca del trabajo, que pueden darse a la ves y
combinadas.
En síntesis,
la flexibilidad del trabajo como forma seria la capacidad de la
gerencia de
ajustar el empleo, el uso de la fuerza del trabajo en el proceso
productivo y el salario a las condiciones cambiantes de la
producción y puede tener varios contenidos según
las concepciones que la alimenten.
La flexibilidad del trabajo se ha extendido sobre todo
en los países más desarrollados de América
latina. Su presencia se ha visto en la forma de:
- Cambio en las leyes
laborales - Transformación de la contratación
colectiva - Ruptura y debilitamiento de los pactos colectivos
entre sindicato,
estado y empresa - Preferencia por la Flexibilización unilateral
impuesta por el patrono.
Han aparecido dos nuevas corrientes que buscan
convertirse en interlocutoras de la reestructuración
productivas de las empresas y en cuanto a la flexibilidad,
imponiendo limites o condiciones, sobre todo la bilateralidad: la
neocorporativa (el sindicato como socio de la empresa, en la
lucha por la productividad, abandonando la estrategia de la
confrontación) y por otro lado las autónomas. Los
resultados de estas estrategias, y en
general, la forma de la flexibilidad tienen como mediación
importante las diferentes relaciones industriales que se han
acuñado en América latina, en especial su
característica corporativa.
La vigilancia estatal sobre las relaciones laborales se
ha transformado, ahora el estado es el inductor de la
flexibilidad, sea legitimándola como en el caso de
Argentina y
Colombia o
propiciando pactos neocorporativos como en México.
En Colombia esas políticas se inician con la ley
50 de 1990 y luego la 100 de 1993, con ello se da el predominio
del sector financiero sobre el llamado sector real de la
economía, que a propiciado el paso del dinero del
sector productivo al especulativo. La cuestión estriba en
como conciliar la idea de democracia social y política con
los derechos de asociación, sindicalización,
negociación colectiva y al mismo tiempo atacar el
desempleo estructural y articular los sectores excluidos y
desarraigados en los proyectos de desarrollo. Pero el ajuste
estructural pregonado por los organismos multilaterales no da
respuesta positiva a estas inquietudes.
La competitividad es vista cada vez más en
termino de costos laborales y una de sus muestras más
paradigmáticas es el outsourcing con
la conformación de empresas redes. Bajo este concepto se
ha desarrollado el concepto de Pymes que basan su competitividad
en el desconocimiento del derecho de los trabajadores y la
subcontratación. Ideólogos neoliberales y
aperturistas han elevado a doctrina el aprovechamiento de la
precarización de las condiciones laborales.
La revista Dinero
una nueva vocera del sector financiero aperturista reconociendo
que la etapa de los despidos masivos de la incertidumbre laboral
ha resultado contraproducente para las empresas propugna por la
formula de implicar al trabajador como socio, manejando esquemas
de incentivos
sociales, para que se pague según la tarea o el desempeño, mediante mecanismo de
compensación flexible.
El sector público de América Latina se
propugna por abolir los contratos salariales a termino indefinido
y abolición de regímenes especiales de los servidores
públicos, para en su lugar pactar planes y proyectos con
vinculación anual. En Colombia las recientes
reestructuraciones no contemplan la redefinición de la
misión
o naturaleza de
las tareas sino que se plantea en términos netamente
fiscales.
El declive o derrota del movimiento obrero tiene diversa
causalidades: los cambios de los procesos productivos y de la
distribución y cambio en la sociedad de mercado
contemporánea. El desvertebramiento del binomio
sindicato-pueblo. En Colombia el desempleo estructural es
más del 21 %, hecho que en cualquier país del mundo
seria hecho evidente del fracaso de la política
económica. Solo de un 10 al 12 % del conjunto de los
asalariados están sindicalizados y solo una parte tiene
representación nacional. La sindicalización privada
ha sido fuertemente perseguida en el campo de las grandes
empresas nacionales y multinacionales.
Es síntoma del papel explosivo que representa el
desempleo su inclusión como primer punto de controversia
en las negociaciones de la insurgencia de las FARC y el gobierno en San
Vicente del Caguan. Admitiendo la correlación entre
violencia y
desempleo. El conflicto armado colombiano ha implicado gran fuga
de capitales y personas de los sectores medio altos de la
población propiciando en el largo plazo una crisis de
capital
intelectual y económico.
Federico Engel hace ya medio siglo dijo que la violencia
no crea riqueza pero es un medio de apropiación de la
misma. Una salida a la crisis se contempla dentro del cambio del
modelo de desarrollo
económico y en la concertación de mecanismo de
redistribución de la riqueza social.
La política de Flexibilización y las
desregulaciones protegen el mecanismo darwiniano de defensa del
más fuerte y debilitamiento de los sectores con menor
capacidad de reacción.
Al respecto podemos pregutarnos: ¿La
máxima flexibilidad permitirá dar el salto adelante
en el desarrollo de nuestros países?, ¿Cuál
es el papel del estado flexibilizante estatal y empresarial?
¿Se trata de llegar a la máxima flexibilidad o esta
es inevitable desde el punto de vista productivo? ¿La
flexibilidad tiene mas un carácter disciplinador de los
trabajadores organizados y un carácter preventivo que ser
el futuro de las relaciones laborales de manera generalizada?
¿la calidad
jugará algún papel determinante en la
reversión de estas tendencias, en el sentido que logre
colocar como estándar lo humano?
UNIVERSIDAD DEL VALLE
FACULTAD DE CIENCIAS DE LA
ADMINISTRACIÓN
PROGRAMA MAGISTER EN ADMINITRACIÓN DE
EMPRESAS
SEMINARIO: TRABAJO, SOCIEDAD Y MANAGEMENT
PROFESOR: EDGAR VARELA BARRIOS
Autor:
HORACIO GARNICA SILVA