Integración: ¿La
utopía Americana?
- Resumen
- Pensamiento
Integracionista - Textos
Fundacionales - Realidad de
integración - Desafío
Actual - Consideraciones
finales - Bibliografía
Este trabajo surge como reflexión teórico
luego de varios congresos y seminarios en donde se trato el tema
de la integración tanto como pensamiento,
realidad y desafío, es así que me propuse realizar
un mirada sucinta a la doctrina del americanismo, estudiando su
vínculo histórico-filosófico en su primer
ciclo de gestión, a saber aquél que germina
en los orígenes de la idea de una integración continental como antecedente
espiritual del MERCOSUR;
abordando los textos integracionistas de los clásicos como
San Martín, Bolívar, Monteagudo, Sarmiento, entre
otros. Analizando además lo que se gesto en el acuerdo
político de 1991, año en que entra en vigencia
formalmente el Mercado
Común del Sur, integrado por Argentina,
Brasil,
Uruguay y
Paraguay. Y
finalmente describir los desafíos a los que hoy nos
enfrentamos en este proceso de
integración, a partir de la "Iniciativa para las
Américas" planteando el proyecto del
ALCA como un
escalón más en el proceso de
integración americana.
Palabras claves: integración economica;
integración cultural; pensamiento
latinoamericano; Mercosur;
historia de las
ideas; política; economía; historia latinoamericana;
bloques economicos; ALCA; Monteagudo;
Simon Bolivar; Protocolos;
Nadie pone en duda que, en el actual marco de las
relaciones
internacionales, existe una tendencia mundial hacia la
globalización y la integración regional. A
pesar de que a primera vista ambos conceptos parezcan
contradictorios en la medida (en que puedan considerarse
excluyentes) lo cierto es que, en el nivel de la realidad
económica y política, son
tendencias y formas de organización complementarias.
Paralelamente a la tendencia globalizadora se
está presentando un proceso de conformación de
bloques de integración concebidos como instrumento de
consolidación de posiciones en el marco de las relaciones
internacionales de principios del
siglo XXI y como estrategia para
lograr una mejor posición en la competencia por
el mercado mundial.
Esta nueva situación, consolidada en los últimos
años, se traduce en la creación de Convenios
Internacionales, con objetivos
estrictamente comerciales y diferentes alcances, pero cuyo
propósito común es, en términos generales,
permitir mejores condiciones económicas para un adecuado
desarrollo
comercial de los países que lo suscriben.
Hoy en día, debido al desarrollo
mismo del sistema
capitalista, la economía mundial ha
trascendido los esquemas tradicionales basados en el intercambio
comercial entre naciones, dando paso a un nuevo esquema de
comercio a
escala planetaria
en donde los verdaderos actores económicos, las empresas
multinacionales, desplazan su poder de
inversión a aquellos ámbitos
económicos más favorables que les permitan mejores
condiciones de seguridad y
competencia,
independientemente de su vinculación nacional.
Los países europeos desde los años
cincuenta y los latinoamericanos una década más
tarde, fueron desarrollando esquemas integracionistas donde lo
económico era el núcleo fundamental, pero no
único. El modelo europeo
de integración, con una primera unión aduanera y
mercado común, fue seguido por algunos países
latinoamericanos tras años de diferentes esquemas, entre
el panamericanismo de la OEA, el
bolivarismo de la izquierda revolucionaria y el monetarismo de la
Asociación Latinoamericana de Libre Comercio
(ALALC).
Lo importante es preguntarse la "integración para
qué" o "integración para quién" este debe
ser el punto de partida y el eje alrededor del cuál debe
girar todo el proceso integrativo. La integración no es un
fin en sí mismo. Es un instrumento para el desarrollo
integral de nuestros pueblos, para el crecimiento
económico, el desenvolvimiento social y el adelanto
cultural.
La integración
económica latinoamericana no puede ser una
integración cerrada, volcada exclusivamente hacia adentro
en función
de autarquías obsoletas. Ha de ser una integración
abierta, competitiva y dinámica, vinculada al comercio
mundial, pensada para promover el intercambio económico,
comercial y financiero entre los grandes espacios
económicos.
En definitiva, la integración se ha tomado como
un "objetivo en
sí mismo" y no como un instrumento para el logro de los
verdaderos objetivos de
los Estados de la región; esto es, la autonomía de
desempeño, la búsqueda de mecanismos
que permitan a la región salir de su estado de
dependencia; la realización de proyectos
conjuntos, la
coordinación de políticas;
etc..
El "para quién" de la integración, es
visto como proceso de autonomización. Si vemos a la
integración como un objetivo en
sí mismo, como un mero proceso desarrollista y
comercialista, pero dentro de las mismas pautas establecidas por
la división internacional de la economía, es
probable que aumentemos el intercambio comercial intrarregional,
estamos también ampliando el mercado para aquellos que
"controlan" a la región, sea en forma directa, o a
través de subsidiarias de empresas
multinacionales o transnacionales o de la banca privada
transnacionalizada que opera en la región. Un sistema de
integración como el vigente en Latinoamérica, en el que las pautas y
mecanismos establecidos están insertos dentro del esquema
de la división internacional del trabajo y de la
economía, continúa manteniendo a la región
en una relación de dependencia en vez de contribuir a la
autonomía.
Dentro de este modelo se
inscribe, el MERCOSUR, ya que los procesos
industriales vigentes son más competitivos que
complementarios; giran alrededor del intercambio comercial
especialmente, y no hay objetivos comunes de desarrollo
industrial o tecnológico, como los encarados por la
Unión
Europea desde sus comienzos.
Además, el "para quién" de la
integración, está vinculado a una
problemática filosófico-política, en el
sentido de que debe contemplar el bien común, el bien del
todo, y no de algunos sectores dominantes, como los empresariales
por ejemplo, particularmente si son transnacionales.
El proceso integrativo debe ser para maximizar las
capacidades de los miembros de la región y no de aquellos
que "penetran" en ella con propósitos ajenos a los
objetivos (en el caso de que existan) regionales. Entendiendo a
la integración como el proceso mediante el cual, dos o
más actores forman un nuevo actor, siempre y cuando el
proceso se complete. Este proceso es dinámico, ya que los
miembros componentes del nuevo actor producen acciones y se
interrelacionan entre sí y a la vez, en conjunto, con
actores externos.
El concepto de
integración no es ni determinado, ni claro, ni inmutable.
Se modifica en función de
las distintas situaciones y de los diversos momentos. Su
aplicación supone siempre un cambio, una
metamorfosis, que lleva a nuevas formas y estructuras, a
nuevos sistemas
institucionales, políticos, sociales y
económicos.
Es pues imposible dar una definición definitiva
de este concepto. Lo que
sí puede decirse, es que el concepto actual de
integración en Latinoamérica está determinado por
la complejidad, diversidad, y diferencia de forma, de los
actuales procesos que
existen.
La conclusión es que la única forma de
promover la Integración Latinoamericana, es reconocer la
base cultural, histórica, lingüística e
ideológica común, dándole una
proyección económica y social. Promoviendo la
convergencia y la aplicación de los procesos actuales, sin
excluir el objetivo político final.
Su evolución y su éxito
es lo que puede permitir, a través de su convergencia, una
integración
económica latinoamericana abierta e interrelacionada
con otros procesos de integración.
A.- Pensamiento
Integracionista
La reflexión americana es inherentemente
axiológica, crítica e histórica,
según el enfoque de Arturo Andrés Roig. El
célebre historiador estima que es un rasgo constitutivo
del pensar americano su pretensión de normatividad. Esta
crítica sólo en un aspecto limitado es de carácter
epistemológico. Junto a la dimensión lógica
y formal, la conciencia
crítica americana alcanza además un plano
estrictamente antropológico. La faz antropológica
es inmanente al carácter
práctico del pensamiento reflexivo americano.
Así, el pensamiento latinoamericano, concebido
como una antropología filosófica
crítica de espíritu humanista, se autocomprende
como orientación intelectual, ética y
política de un colectivo social.
La teoría
latinoamericana constituye así la autocomprensión
antropológico-filosófica de un sujeto
histórico en vistas al establecimiento de un sistema
axiológico de liberación. Ahora bien, esta
fundamentación gnoseológica es sólo la
primera parte de la estrategia
argumentativa de Roig en su fundamentación del concepto de
"pensamiento latinoamericano". La segunda parte consiste en
establecer los principios
metodológicos atinentes a esta teoría
humanista latinoamericana dentro del campo de investigación de las humanidades. En
efecto, en este punto Roig considera el estatuto metódico
que cabe adjudicar a la comúnmente llamada "historia de
las ideas". La apropiación
histórico-intelectual de la tradición legada debe
considerarse como el proceder metodológico
sistemático de la autorreflexión
antropológicamente interesada en el sujeto que nos
proponemos ser. La "historia de las ideas", piensa Roig, es
más que mera exposición
narrativa de conceptos y sistemas;
comprende además lo político (junto con la literatura y los saberes
populares) en lo que comporta de concepción del mundo y de
la vida. En la historia de las ideas, el pensamiento
latinoamericano va al encuentro del pasado para cincelar su
material temático y proyectarlo en sentido libertador a un
futuro emancipado, a saber, el de una América
libre, justa y soberana. En síntesis:
la historiografía intelectual es inescindible del
pensamiento americanista. Dice Roig: "En efecto, la
afirmación del sujeto, que conlleva una respuesta
antropológica y a la vez una comprensión de lo
histórico y de la historicidad, no requiere necesariamente
la forma del discurso
filosófico tradicional … De esta manera, una
teoría y crítica del pensamiento latinoamericano no
puede prescindir del quehacer historiográfico relativo a
ese mismo pensamiento. La historia de las ideas, como
también la filosofía de la historia que supone,
forman de este modo parte del quehacer del sujeto latinoamericano
en cuanto sujeto."
Por lo tanto la nación
latinoamericana, como proyecto
empeñosamente reiterado desde la emancipación hasta
el presente, sólo podría encontrar su posibilidad
real y su racionalidad histórica, en cada uno de los
recortados fragmentos del continente que, constituidos ya como
naciones, no podrían dejar de aportar a la comunidad
latinoamericana el caudal de cada irrenunciable memoria colectiva
y de cada específica autoconciencia.
No podemos comprender la utopía integral de
"Nuestra América" si no se dispone de una
conceptuación atenta a las especificidades
históricas de sus Repúblicas independientes. Es
decir que no se puede entender el integracionismo continentalista
desatendiendo el papel que en
ellas cumple el Estado
nacional, puesto que sus sociedades
civiles surgen en el proceso de centralización del poder soberano
a partir de las emancipaciones independentistas. Los
orígenes del americanismo preexisten a la creación
de los estados revolucionarios. Se ha dicho que no puede parecer
insólito que, atendiendo a la génesis y puntos de
partida de la conciencia
nacional hispanoamericana, ésta la encontremos
profundamente arraigada en el concepto de que América
forma parte esencial de la unidad del imperio, y aún, de
la unidad de la nación
española. De este modo, y contradiciendo la realidad de la
colonización económica, de la explotación
social y de la coerción cultural, la superestructura
jurídica del imperio y sus instancias
ideológico-políticas
se esforzaban por implantar el concepto de la igualdad de
todos los súbditos ante la Corona. Así, a
través de esta mediación ideológica el estado
imperial intentaba difuminar los regionalismos existentes, los
nacionalismos nacientes y la explotación de las diversas
clases trabajadoras.
Se despliega en dicho proceso una dialéctica
multipolar entre ciudad y región, nación y clase,
constitución y pueblo, unidad y
federación, hasta asumir una proyección
continental. La idea de Nación aglutinó aquí
una heterogénea composición interna que
encontró simbólicamente en el "continente" su
primer principio de unificación social. Según
Soler, lo que tiene lugar en el proceso independentista es la
dialéctica de una conciencia nacional que rebasa las
propias determinaciones de clase de los grupos criollos
que la impulsaron originalmente. Así, el radicalismo
pequeño-burgués actuó "desde arriba" por
medio de la
organización de la lucha armada de los
ejércitos insurgentes, concentrando el poder
ejecutivo del aparato estatal y proyectándose
ideológicamente hacia la confederación
hispanoamericana. Por ello es que desde las luchas emancipatorias
independentistas todos los grupos
sociales reivindicaron la soberanía como programa
unificador común, pre-constitucional, en torno a la idea
de una Nación supra-regional. Y esta sobrevive como
conciencia programática proyectada desde el pasado. Como
conclusión: el sueño continental de la "Patria
Grande" tiene su raíz histórica en los idearios
independentistas.
Asimismo, precisa Soler, son los principios
demoradicales los que orbitan en torno a la idea
de la soberanía popular de las ciudadanías
americanas, puesto que los temas igualitarios, en el marco del
contractualismo de Rousseau, o de
la Convención Nacional francesa, están presentes a
lo largo de todo el proceso independentista en sus distintas
vertientes regionales. Con las tareas concretas de la lucha de
liberación, y ante el imperativo de afirmar el poder
estatal central, se perfiló cada vez más la
tendencia a supeditar toda consideración social a la tarea
de la
organización de los Estados nacionales en forma
crecientemente dictatorial. En donde la vocación
independentista para la afirmación nacional, americana,
continentalista, encontró su culminación en los
grandes caudillos de la independencia,
San Martín y Bolívar (y su común secretario,
no siempre rescatado, Bernardo Monteagudo).
Ya los levantamientos tupacamaristas tuvieron un
contenido revolucionario y a la vez integracionista y unificador
de los sectores populares (indígenas, negros, mulatos y
zambos, criollos pobres, bajo clero) proyectados en sentido
nacional y continental. Pero la soberanía popular
latinoamericana encuentra a partir de Bolívar su unidad
programática fundacional, que San Marín
refrendaría en la praxis concreta de sus campañas
libertadoras. Efectivamente, Simón Bolívar elabora
un pensamiento político centrado en los valores de
la Igualdad, la
Libertad, la
Soberanía popular y la Independencia
nacional. Su voluntad de unificación hace que procure
incorporar a su proyecto nacional a las capas criollas acomodadas
junto a la masiva incorporación de los sectores populares
que participaron de las guerras
independentistas, con el fin de superar el atomismo reinante tras
la emancipación de la colonia. La idea bolivariana de la
integración americana se concebía como una
confraternidad de naciones y como ampliación de la
ciudadanía a los grupos
étnicos y a las capas sociales más
postergadas.
Es con el artiguismo que se logró elaborar una
concepción de la democracia
americanista de rasgos propios. Artigas reelabora las doctrinas
del contractualismo en su vertiente roussoniana y le imprime un
contenido novedoso proveniente de la cultura de la
campaña y sus sectores populares. La organización nacional proyectada por
Artigas obedecía a una construcción progresiva de individuo,
comunidad y
federación. Así, la idea del contractualismo es
redefinida sobre bases comunitaristas demoradicales. Artigas era
partidario del gobierno
republicano basado en el respeto a la
autonomía de las provincias, planteando la necesidad de
establecer un contrato social,
pero no en el sentido del resguardo del libre goce de la propiedad
privada individual, sino como un contrato entre
comunidades, estados o regiones, para la salvaguarda de la
independencia nacional. Esta tesis contiene
ya una concepción integracionista. Puede verse con
esto que el pacto fundacional federativo de Artigas, que
Monteagudo proyectaría a nivel de un Congreso Continental,
está en la raíz histórico-política de
la emancipación americana.
En Bernardo Monteagudo encontramos una teoría
contractualista finamente acabada y un ideario de unión
americanista programáticamente expuesto en sus
lineamientos fundamentales. En su Ensayo sobre
la necesidad de una Federación General de los Estados
hispanoamericanos y plan de su
organización (1823), en donde Monteagudo escribía:
"La independencia que hemos adquirido es un acontecimiento que,
cambiando nuestro modo de ser y de existir en el universo,
cancela todas las obligaciones
que nos había dictado el espíritu del siglo XV y
nos señala las nuevas relaciones en que vamos a entrar,
los pactos de honor que debemos contraer y los principios que es
preciso seguir para establecer sobre ellos el derecho
público que rija en lo sucesivo los estados
independientes cuya federación es el objeto de este
ensayo y el
término en que coinciden los deseos de orden y las
esperanzas de libertad."
"Entre tanto no debemos disimular –dirá Monteagudo
más adelante- que todas nuestras nuevas repúblicas
en general y particularmente algunas de ellas,
experimentarían en la contienda inmensos peligros que ni
hoy es fácil prever, ni lo sería quizá
entonces evitar, si faltase la uniformidad de acción y
voluntad que supone un convenio celebrado de antemano y una
asamblea que le amplíe o modifique según las
circunstancias."
Monteagudo tenía en mente dos grandes
propósitos que guiaban su proyecto de una liga confederada
de naciones americanas: garantizar la pacificación interna
y consolidar la soberanía externa. Filosóficamente
lo orientaba la tradición del gran pensamiento
político de la modernidad: la
salida contractualista del "estado de
naturaleza"
representado por la amenaza de disgregación hobbesiana del
cuerpo social bajo la guerra civil,
mediante un pacto fundamental. Una vez conquistado el estado
civil jurídico-político de cada nación, era
necesario unificar continentalmente la América con el fin
de instaurar el estado de paz y libertad para la liga confederada
de los pueblos, y para hacer valer su soberanía frente a
los deseos expansionistas o restauracionistas europeos. En vistas
de estos objetivos Monteagudo escribía: "La paz interna de
la confederación quedará igualmente garantida desde
que exista una asamblea en que los intereses aislados de cada
confederado se examinen con el mismo celo e imparcialidad que los
de la liga entera. No hay sino un secreto para hacer sobrevivir
las instituciones
sociales a las vicisitudes que las rodean; inspirar confianza y
sostenerla. Las leyes caen en el
olvido y desaparecen los gobiernos luego que los pueblos
reflexionan que su confianza no es ya sino la teoría de
sus deseos. Más la reunión de los hombres
más eminentes por su patriotismo y luces, las relaciones
directas que mantendrán con sus respectivas gobiernos y
los efectos benéficos de un sistema dirigido por aquella
asamblea, mantendrán la confianza que inspira la idea
solemne de un congreso convocado bajo los auspicios de la
libertad, para formar una liga a favor de ella."
Ahora bien, el pensamiento de Monteagudo fue siempre
iluminista y demoradical, y no dejó nunca de apoyarse en
la filosofía rousseauniana, sistema conceptual del cual
deducía el principio de la soberanía popular como
fuente de legitimidad de la emancipación de la
ciudadanía concebida en términos iusnaturalistas.
En la Oración inaugural pronunciada en la apertura de la
Sociedad
Patriótica (13 de enero de 1812): "Yo tengo la
complacencia de esperar que la sociedad
patriótica contraerá todos sus esfuerzos a este
objeto, considerándolo como una de sus primordiales
obligaciones:
ella debe por medio de sus memorias y
sesiones literarias grabar en el corazón de
todos esta sublime verdad que anunció la filosofía
desde el trono de la razón: la soberanía reside
sólo en el pueblo y la autoridad en
las leyes: ella debe
sostener que la voluntad general es la única fuente de
donde emana la sanción de éste y el poder de los
magistrados; debe demostrar que la majestad del pueblo es
imprescriptible, inalienable y esencial por su naturaleza; que
cuando un injusto usurpador la atropella y se lisonjea de
empuñar un cetro que se resiente de su violencia y
ofrece a la vista de todos el proceso abreviado de sus
crímenes, no hace más que poner un precario
entredicho al ejercicio de aquella prerrogativa y paralizar la
convención social mientras dure la fuerza sin
debilitar un punto los principios constitutivos de la inmunidad
civil que caracteriza y distingue los derechos del
pueblo."
Mas contemporáneamente, ya con el fin de la
Guerra
Fría, la revolución
tecnológica, informática e informativa, la
aceleración de la mundialización y la
proliferación de tratados de
libre comercio
y de bloques regionales, el mundo asiste ha algunas expresiones a
los cuales los países de Latinoamérica no pueden ni
deben mantenerse al margen: como por ejemplo, el llamado fin de
la historia, sociedad de la información, el pensamiento único y
la integración regional.
Con la caída del muro de Berlín en 1989,
observada con gran emoción por la mayoría de los
ciudadanos del mundo. Símbolo ominoso, el cual
posiblemente representó (tanto cuando dividió el
mundo como cuando se desmoronó), un de los hechos mas
importantes de la segunda mitad del Siglo XX. Antes de la
caída del muro, el mundo estaba dividido entre el comunismo y el
capitalismo, y
las políticas globales tenían sus metas claras.
Después de la caída del muro, nada lució tan
claro, y los líderes se empecinaron en hablar de un "nuevo
orden mundial" que nunca supieron explicar con
claridad.
Los enemigos (racismo, discriminación, conflictos
étnicos, crecimiento demográfico, desempleo,
delincuencia,
corrupción, drogas,
enfermedades,
hambrunas, problemas
ambientales), que se vieron opacados durante años por
el "enemigo supremo", comenzaron uno a uno a resurgir a primer
plano. Los cerebros de los politólogos y analistas, no
perdieron tiempo en
elaborar teorías
sobre el mundo de la posguerra fría.
Es así que el norteamericano Francis Fukuyama
presentó la teoría del "Fin de la Historia",
planteando que con el colapso del comunismo, todos
los grandes problemas de
la historia del mundo se habían resuelto. Que
estábamos asistiendo al fin de todas las grandes disputas,
y que por lo tanto se había instalado un notable consenso
respecto a la legitimidad de la democracia
liberal. Teoría desarrollada en su libro "El Fin
de la Historia y el Ultimo Hombre". Sus
críticos decían, la historia es imprevisible,
¿entonces por qué hablar de su fin?
¿porqué describir el cambio de una
clara bipolaridad a una difusa multipolaridad, en estos
términos históricos? Lo que ha muerto es el
marxismo, no
la historia.
El británico Paul Kennedy, padre de la
teoría de la decadencia de los imperios formulada en su
libro "Auge y
Decadencia de las Grandes Potencias", consideró que el
mundo se encamina hacia una fase en la que habrá un
reparto del Poder, con cuatro o cinco grandes potencias, sin un
líder
hegemónico. Señaló que los Estados Unidos
seguirá siendo un actor principal en los asuntos
mundiales, más debido a su poderío militar que a su
poder financiero. Que Japón
seguirá evolucionando como una potencia
tecnológica. Y la Europa integrada
será una gran potencia
económica. Asimismo estimó que China, con su
rápido crecimiento
económico, puede pasar a convertirse en un país
mucho mas influyente y poderoso.
El politólogo alemán Claus Leggewie,
señala que las democracias occidentales más
antiguas, como las de Estados Unidos y
Europa, se han
autocondenado a muerte. "Hay
demasiados fenómenos que amenazan a la democracia liberal:
la corrupción
y la violencia
política no son los menores". Desde una perspectiva
histórica, "el liberalismo
económico y la democratización política,
siempre iban de la mano. Al menos ese era el modelo
clásico en Europa y en los Estados unidos. Pero ahora uno
puede comprobar que la realidad no es tan mecánica".
Leggewie observa una escasa participación
política en casi todo el mundo. Cada vez más las
personas se alejan del sistema, convirtiéndose en
analfabetos políticos. Mientras la economía es
próspera, todos defiende la democracia. Cuando ya nadie se
ilusiona con el pleno empleo, o
cuando hay signo de que puede empeorar el nivel de vida, los
líderes dejan sola a la democracia. Pocos quieren seguir
comprometidos con sus valores, y
terminan construyendo una democracia sin demócratas; es
así que Leggewie habla de una crisis en la
democracia liberal. El liberalismo,
es una idea que se forjó para defender la autonomía
y las oportunidades del individuo, y que aseguró la
libertad económica y la democratización
política, hoy carece de armas suficientes
para resolver los conflictos
sociales y de integración, de sociedades
multiétnicas, en las que el pleno empleo ya es
impensable.
Según Samuel Huntington, los conflictos mundiales
estarán dados en la lucha entre las diferentes
civilizaciones: Occidental, Japonesa, Confucionista,
Islámica, Hindú, Eslava-Ortodoxa, Latinoamericana,
y posiblemente Africana. Las divisiones de Primer, Segundo y
Tercer Mundo ya no son relevantes. Los países deben ahora
clasificarse en términos de su civilización y
cultura, y no
en términos de sus sistemas políticos y desarrollo
económico.
Una civilización es una entidad cultural
definida, desde un punto de vista objetivo, por elementos comunes
como lenguaje,
historia, religión, costumbres
e instituciones.
Y desde un punto de vista subjetivo, por la
autoidentificación de los pueblos. El mundo estará
regido en gran medida, por la interacción de las grandes
civilizaciones, y los conflictos más importantes del
futuro ocurrirán entre ellas.
¿Por qué? En primer lugar (explica
Huntington), porque las diferencias entre las civilizaciones son
básicas, producto de la
historia de siglos, y no desaparecen con facilidad. Son
diferencias mucho más fundamentales que las diferencias
entre las ideologías y los regímenes
políticos. En segundo lugar, porque el mundo se
está quedando chico, y la interacción entre la
gente está aumentando. Lo que significa una mayor toma de
conciencia de las diferencias entre cada una de ellas. Tercero,
porque el proceso de modernización económica, y el
cambio social a lo largo del mundo, están apartando a la
gente de la vieja identidad
local, al tiempo que
debilita a los estados-nación como fuente de identidad. En
cuarto lugar, porque el crecimiento de la conciencia de cada
civilización aumenta con un papel dual que
juega occidente. Por un lado, occidente está en la
cúspide del poder, pero al mismo tiempo y tal vez como
resultado de ello, se produce una vuelta a las raíces en
las civilizaciones no occidentales.
Quinto, porque las características culturales son mucho
más difíciles de comprometer que las características políticas y
económicas. En los conflictos ideológicos y de
clases, la pregunta clave era ¿de qué lado
estás?, y las personas podían escoger de que lado
estaban, e incluso cambiar de bando. En los conflictos entre
civilizaciones la pregunta es ¿qué eres? y lo que
uno es, es algo que evidentemente no se puede cambiar.
Finalmente, porque la importancia del regionalismo
económico va en aumento, y el mismo será exitoso
cuando esté enraizado en una civilización
común.
Como hemos dicha anteriormente, las ideas de unidad
continental habían germinado en la etapa emancipadora en
el recinto de comunes creencias, normas y
objetivos. El idealismo
anfictiónico bolivariano no sustantivaba la
formación de un único mercado compartido. Todo lo
contrario, sus esfuerzos estaban encaminados al plano
superestructural . Este proyecto vivirá su momento de
apogeo en el Congreso de Panamá
(1826) y con avances y retrocesos caducará luego del
fallido Congreso de Lima (1864) y ulterior eslabonamiento de los
diversos Estados del área al mercado mundial. Extraviados
en su balcanización, los Estados de la Región
deberán esperar mejores épocas para plantearse el
tema de la unidad. En 1941, se suscribirá el Tratado de
Montevideo, que morirá nonato y habrá que esperar a
los años 50 para que las formulaciones de unidad cobren
nueva vigencia.
Uno de los proyectos de
integración económica más serios se remonta
a 1909, cuando un grupo de
políticos y empresarios argentinos proponen la
creación de la Unión Aduanera del Sud.
Argentina, Brasil y Chile firmaron
el 25 de mayo de 1915 en Buenos Aires el
Tratado de Cordial Inteligencia
Política y Arbitraje.
Los parlamentos de Brasil y Chile
aprobaron el Pacto, conocido como Tratado del ABC y en 1916 el
Congreso Argentino debatió este tratado, el cual fue
aprobado en el Senado pero la Cámara de Diputados lo
rechazó.
Federico Pinedo retoma el tema de la Unión
Aduanera del Sud e insiste en la idea de que un mercado ampliado
por la integración con países vecinos puede
favorecer el desarrollo de industrias de
exportación, y lo efectiviza en su
presentación en favor de la Unión Aduanera de Sud
América del 26 de junio de 1931. Pinedo preconiza a
favorecer la integración de las economías de los
países de América del Sur aunque la mayor parte de
las ideas de Pinedo en materia de
comercio exterior
no fueron tomadas en consideración, de todos modos
influyeron en los acontecimientos posteriores.
El planteamiento integracionista resurgirá, a
nivel mundial, en la segunda postguerra. En donde Estados Unidos
proveerá cooperación en ésta dirección a Europa Occidental, con el
objeto de contrarrestar el avance soviético.
En el cuadro de guerra
fría, de carácter bipolar ortodoxo, con una
profunda impermeabilidad inter-bloques y con una marcada
asimetría intra-bloque (relación subordinada de los
miembros vis a vis la potencia hegemónica), la URSS no
constituía una amenaza para el hemisferio americano, en
razón de los acuerdos internacionales vigentes.
La Argentina de la
segunda postguerra padecía (desde hacía casi un
cuarto de siglo), de una degradación de su personalidad
política internacional. El cuadro de posibilidades en el
cual debe insertarse se estrecha por el debilitamiento de la
relación con el Reino Unido (comenzó su
declinación en la primera postguerra) y por la
agudización en los 40 del habitual "antinorteamericanismo"
argentino. Persuadida cierta elite de que el país
había perdido el rol de influyente regional que el Reino
Unido le había atribuido, a través del
vínculo societario que se prolongó desde 1880 a
1930, especuló con el desencadenamiento de un tercer
conflicto
bélico mundial que acelerase la industrialización
argentina y reorientase la producción del país hacia un mercado
latinoamericano autosuficiente en el que la Argentina
desempeñase el papel de proveedor de bienes
manufacturados.
La política exterior del gobierno
peronista utilizó diversos cursos de
acción para lograr su objetivo de acrecentar el poder de
Sudamérica bajo liderazgo
argentino. Los medios de que
se vale, técnicos y políticos de acuerdo con su
programa de
integración, son la búsqueda de la unión
aduanera, la coordinación de las relaciones exteriores,
la solidaridad en el
ámbito de los derechos económicos y
sociales y en el ámbito de las relaciones
bilaterales.
El punto de partida es la inteligencia
brasileño-argentina en vísperas de las elecciones
que llevarán a Vargas, nuevamente, a la primera
magistratura de su país en 1950.
El gobierno peronista, intentará llevar a
cabo una política de integración, en un primer
momento, en base a un acuerdo con el varguismo y más
tarde, atento a la reticencia y rechazo brasileño,
mediante la denominada unión económica con otros
Estados sudamericanos.
El tráfico mercantil de extranjería
había estado orientado, principalmente, hacia Europa y
Estados Unidos. La unión aduanera se acordará con
Chile, Paraguay,
Ecuador y
Bolivia,
estados de un menor grado de desenvolvimiento económico,
con el propósito de reorientar el comercio hacia
Sudamérica. Perón
expresará: "América del Sur desea unirse, tal como
lo permiten los estatutos de ONU y de OEA y tal como
se están organizando, con rótulos y realidades
progresivas, los Estados de Centro América y los Estados
de Europa Occidental…".
El gobierno argentino, consciente de su debilidad para
enfrentar a la potencia rectora, tratará de acumular poder
para resistir sus penalidades positivas y negativas. Durante este
período bregara, en forma infructuosa, por derivar todo
conflicto
regional al ámbito de Naciones Unidas
para neutralizar la hegemonía de los Estados Unidos; por
erigir un único mercado a través de la racional
complementación de las economías sudamericanas; por
defender los principios de no intervención y de libre
determinación; por el desarrollo programado de la
región, en contraste con las ideas de desarrollo
espontáneo que propiciaba el establishment de Estado
Unidos; por la estabilización de los precios de las
materias primas para financiar la industrialización de los
Estados del área; por la democratización de la
comunidad internacional (criticará el privilegio del veto
de las grandes potencias en Naciones Unidas);
y por la especial atención que dedica al enfrentamiento
Norte-Sur, en detrimento del Este-Oeste.
El gobierno justicialista no ratificará la Carta de
Bogotá (OEA), los Acuerdos de Bretton Woods (FMI-BM) y el
tratado de La Habana (GATT).
El gobierno argentino se oponía a toda
idea de supranacionalidad y en consecuencia instruirá a
sus representantes en Bogotá (1948) para que intenten
reducir las atribuciones de la OEA. La entidad interamericana
sólo debía detentar competencias
jurídicas, excluyendo todo avance de carácter
político o económico sobre las jurisdicciones
latinoamericanas.
El gobierno peronista percibe que el
enfrentamiento de guerra
fría, ideológico en su exterioridad, encubre una
disputa de poder entre las dos superpotencias. Aprovechará
los intersticios que ofrece el sistema intraimperial americano
para formular sus inclinaciones autonomistas
heterodoxas.
Otro de los métodos
que empleó la política exterior justicialista para
difundir sus ideas fue la designación de agregados obreros
"que formarán parte de la representación
diplomática de la sede en que actúen…" (ley de servicio
exterior N° 12951, B.O. 5/3/1947). Guiada por este plan de
difusión doctrinaria fundará la asociación
latinoamericana de trabajadores solidaridad
(ATLAS), iniciativa de formación de un movimiento
sindical, que escape por igual a las influencias de la ORIT
(pro-norteamericana) y de la Federación Sindical Mundial
(pro-soviética).
El presidente Perón
entendió que la manera apropiada de llevar a cabo una
política relativamente autónoma en el contexto
internacional, entonces vigente, era a través de una
alianza con Brasil, Chile y demás países de
Latinoamérica. La otra alternativa era abdicar de su
antiguo y continuado rol de contradictor de Estados
Unidos.
El primer plan, unión con Brasil y Chile,
fracasará por las dificultades internas del varguismo. La
cerril oposición política que soportaba y la
continuación de la política de desarrollo
industrial con la colaboración de Estados Unidos,
llevarán al presidente brasileño a desertar del
plan comunitario que superara la tradicional rivalidad
brasileño-argentina en Sudamérica. Vargas se
verá asediado, cuando no jaqueado, en lo que a
política de poder en la subregión se refiere, por
el ejército (su estado mayor jugará un
actuación decisiva en el desbaratamiento de la
inteligencia Vargas-Perón); por la opositora UDN y por
cierta prensa, quienes
razonaban que una alianza con Argentina, en esa contingencia
histórica, implicaba transigir con su liderazgo en
Latinoamérica. En definitiva, la opción del
varguismo por una política exterior "alineada" no
sólo es resultado de las presiones de su frente interno
sino (quizás) de la convicción de que los recursos
financieros y el auxilio tecnológico requerido por Brasil
sólo podían ser provistos por la
administración con sede en Washington.
El segundo plan se realiza a base de pactos
bilaterales con países de discutible viabilidad individual
como naciones, por sus recursos y
dimensiones de mercado. Es el caso de Paraguay, Ecuador y
Bolivia.
En la década del 50’ comienzan las
dificultades del peronismo. El
desenlace de la guerra de Corea (que disipa la posibilidad de una
Tercera Guerra Mundial)
añadido a la retracción de la producción agropecuaria, la
deserción brasileña apuntada y la escasez de
combustibles, conducirán a la política exterior
peronista a asumir una actitud
transigente hacia Washington. Es aquí cuando declinan los
ataques a Estados Unidos y se negocian convenios con importantes
empresas de este país en consonancia con los planes de
sustitución de importaciones.
Sin perjuicio de ello, el gobierno argentino persevera en su plan
comunitario latinoamericano para contrarrestar su desigual
relación societaria con la potencia hemisférica y
es durante este período (1953-55) cuando concierta los
acuerdos de Unión Económica favorecido por el
ascenso al poder de Ibañez, Velasco Ibarra y Paz
Estenssoro, al que debe agregarse Getulio Vargas, que si bien no
se integra no se opone. Perú y Uruguay a
pesar de ser invitados a adherirse al Acta de Santiago desestiman
la propuesta.
Los planes de unión no tenían como
objetivo "desalinearse" del bloque occidental, liderado por
Estados Unidos. El ABC se proponía vincular en el cono sur
americano (a través de Brasil, Argentina y Chile) el
centro, el Atlántico y el Pacífico, con el fin de
crear un bloque con una mayor cuota de autonomía en sus
decisiones, que le permitiera negociar en mejores condiciones su
participación en el hemisferio.
Las relaciones que establece el gobierno
argentino no son de gobierno a gobierno, sino que por intermedio
de los agregados obreros se establecen vínculos con
organizaciones
sindicales de distintos Estados latinoamericanos. Estos
serán los difusores de la "Tercera
Posición".
El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca
(TIAR), y sus cláusulas que sirvieron de base para el
Tratado de la OTAN, será ratificado por el Congreso
argentino en junio de 1950. Perón, mientras tanto,
mejoró notablemente las relaciones con Estados
Unidos.
En los años ´60, bajo la influencia de las
políticas desarrollistas que se daban en la región
se renovaron los intentos integracionistas. En la presidencia de
Arturo Frondizi se concretó la experiencia de la
Asociación Latinoamericana de Libre Comercio
(ALALC) en 1960 (Tratado de Montevideo), sobre la base de
recomendaciones de la Comisión Económica para
América
Latina, CEPAL.
En 1980 se firmó el nuevo Tratado de Montevideo
que estableció la Asociación Latinoamericana de
Integración (ALADI), que
eliminó las exigencias del programa de desgravación
aunque fijó, sin plazo, la ambiciosa meta de un Mercado
Común regional. Este acuerdo regional suscrito en
Montevideo por Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile,
Ecuador, México,
Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela,
tiene como propósito alcanzar un mercado común
latinoamericano, a través de un proceso progresivo de
"articulación y convergencia" de las iniciativas de
integración subregionales.
En l985 los gobiernos de Argentina y Brasil, los
primeros libremente electos después de períodos con
ausencia de democracia, enfrentaban la necesidad de reorientar
sus economías, esto llevó a comprender que un
proceso de reconversión y expansión tendría
más ventajas si era encarado en forma conjunta.
Sobre esta base a fines de l985 los Presidentes
Raúl Alfonsín de Argentina y José Sarney de
Brasil, ratifican la voluntad de encarar el futuro en conjunto y
con ello crean el marco político para que se exploren
caminos de acuerdo.
Una idea central era que este acuerdo debía
servir no para cerrarse sobre sí mismos, sino para dar
mayores oportunidades para que las economías de los dos
países y, en definitiva el conjunto, saliera a integrarse
al mundo.
Es así que en 1985 la Argentina y el Brasil
suscribieron la Declaración de Foz de Iguazú, donde
se sientan las bases para la futura
integración.
El 23 de agosto de 1989 los presidentes Carlos Menen de
Argentina y José Sarney de Brasil se reunieron para
considerar el informe de la
Comisión de Ejecución del Programa de
Integración entre los dos países, conforme a lo
dispuesto en el Acta para Integración Argentino –
Brasileña.
El proceso de integración continuó con el
Acta de Buenos Aires, del
16 de julio de l990, suscrita por los presidentes, Carlos Menen y
Fernando Collor de Mello, por el cual se establece un Mercado
Común entre la República Argentina y la
República Federativa de Brasil el que deberá
encontrarse definitivamente conformado el 31 de diciembre de
1994.
Posteriormente, a fines de l990 se suscribieron y
registraron en ALADI un Acuerdo
de Complementación Económica en que se
sistematizaron y profundizaron los acuerdos comerciales
bilaterales preexistente, dotándose de esta manera de un
instrumento que facilitara la concreción de avances
definitivos en la materia.
Ese mismo año, representantes de ambos
países se reunieron con autoridades de Uruguay y Paraguay,
quienes expresaron su disposición para incorporarse al
proceso de integración que se estaba llevando adelante. Se
convino entonces en suscribir un acuerdo para crear un mercado
común entre estas cuatro naciones.
Todo este proceso tuvo incidencia en la
formulación del Tratado de Asunción, el cual fue
firmado el 26 de marzo de 1991 por los Presidentes Carlos Menen,
Fernando, Collor de Mello, Andrés Rodríguez y Luis
Alberto Lacalle Herrera y Cancilleres de Argentina, Brasil,
Paraguay y Uruguay Guido di Tella, Francisco Rezek, Alexis Frutos
Vaesken, Héctor Gros Espiell. Suscribieron el Tratado de
Asunción, para la "constitución de un Mercado Común"
entre sus países. Se previó para ello la
elaboración de un programa de liberación comercial,
la coordinación de políticas macroeconómicas
y la puesta en vigencia de un Arancel Externo Común,
así como otras normas y
disciplinas comerciales, que entrarían en vigor a partir
del 1 de enero de 1995.
Entretanto, la zona de libre comercio se
perfeccionó de acuerdo al Programa de Liberación
Comercial contenido en el Anexo I del Tratado, que fijó
rebajas arancelarias progresivas, lineales y automáticas.
Paralelamente se acordó la eliminación de todas las
restricciones no arancelarias al 31 de diciembre de 1994. Las
ventajas principales de la unión aduanera para los
miembros serían: por un lado, aprovechar la
eliminación de las trabas al comercio entre los
países miembros a fin de aumentar los intercambios, al
tiempo de permitir inversiones
que atiendan un mercado más amplio. También pueden
beneficiarse con el mayor peso que el conjunto tendría en
las negociaciones con otros países o
agrupaciones.
La forma definitiva que adoptó el bloque
surgió del Protocolo de Ouro
Preto, acordados en diciembre de l994.
El Mercosur, ha seguido una línea de apertura
hacia otros bloques comerciales, prueba de ello fue la firma del
Acuerdo marco de cooperación interregional, entre Mercosur
y la Unión
Europea, el 15 de diciembre de l995, en Madrid.
En la X Reunión de Consejo del Mercado
Común realizada en San Luis el 25 de junio de 1996 se
firmó el Protocolo de
Adhesión de Bolivia y Chile. Si bien estos dos
países no son miembros plenos del Mercosur, una vez que
concluya el proceso de transición acordado existirá
una zona de libre comercio entre ambas partes. El proceso de
transición que para la mayoría de los productos
durará ocho años, se caracteriza por progresivas
desgravaciones por ambas partes.
La integración regional fue avanzando y lo que le
da credibilidad a la ciudadanía, es que cada uno de los
países miembros mantiene un régimen
democrático y este se consolida con la
integración.
La principal explicación del poco éxito
en Latinoamérica de esquemas integracionistas como ALALC y
ALADI se encuentra en que los estímulos políticos
que los inspiraron no fueron lo suficientemente fuertes como para
vencer la oposición de intereses amparados por
altísimas protecciones arancelarias.
Pero pareciera ser que todo esto se modifica en las
últimas décadas del siglo pasado cuando los
países de Latinoamérica, uno tras otro, reducen sus
barreras arancelarias frente al mundo. A partir de este momento
progresan los intentos de integración económica en
todo el continente, siendo el Mercosur el esquema más
importante.
Pero existen en el Mercosur importantes temas sin
solucionar. En primer lugar persiste un problema institucional:
el esquema no tiene una secretaría efectiva mientras que
el sistema de solución de controversias es poco operativo.
Esta debilidad institucional ha permitido que persistan
crecientes violaciones a los compromisos de los gobiernos en lo
que hace, tanto a la formación del arancel externo
común, como a la eliminación de las restricciones
aduaneras a los intercambios entre las partes. Estos problemas,
además de afectar el comercio y las inversiones,
debilitan la posibilidad de que el Mercosur negocie como un
bloque o con otros países.
Sumado a los problemas arriba detallados el hecho de que
los miembros principales del Mercosur (Argentina – Brasil) no
haya logrado estabilizar sus instituciones y sus economías
constituye un golpe muy duro para el proceso integrador, esto
reduce la posibilidad de que los gobiernos de los países
miembros logren financiamiento
en el exterior en condiciones favorables, tanto para la
renovación de los vencimientos de la deuda externa
como para cubrir nuevas necesidades.
Finalmente se está produciendo otro perjuicio,
esta vez en los mercados terceros
debido a que algunos productos
brasileños (en especial la soja)
están siendo ofrecidas por los exportadores a precios
más bajos debido a que la nueva relación cambiaria
que los favorece.
El éxito inicial del Mercosur mostró su
gran potencialidad como generador de comercio. Pero para superar
la presente coyuntura se impone, en primer lugar, que la
economía del Brasil recupere su equilibrio. A
partir de este punto, los países que lo integran
deberían trabajar para completar la formación de
una verdadera Unión Aduanera, dar a la Secretaría
del esquema mayores responsabilidades, además de potenciar
el sistema de solución de controversias. De esta manera
será posible que el proceso de integración de
Latinoamérica recupere su vigoroso
crecimiento.
Resumiendo en el escenario internacional los años
noventa fueron portadores de la consolidación de la
hegemonía militar norteamericana, con las "intervenciones
humanitarias" convirtiéndose en la forma usual de su
ejercicio y de justificación del respaldo de otros
países, a lo que se agregaron distintas señales de
una recuperación parcial de la hegemonía
económica estadounidense al menos respecto de varios de
los sectores más dinámicos del actual
funcionamiento económico mundial, recuperación
avalada por los casi 10 años de crecimiento sostenido que
esa economía tuvo hasta hace unos pocos meses, aunque
simultáneamente a lo anterior la "tríada" (USA,
Japón y
la Unión Europea) se ha seguido consolidando como eje de
funcionamiento de la economía mundial y como elemento
articulador en la regionalización de las relaciones
económicas internacionales, y en tal sentido los
años noventa trajeron consigo no sólo los primeros
pasos en la creación del ALCA sino también etapas
superiores en la integración europea y distintos avances
en el bloque asiático, si bien éste último
fue el que atravesó por mayores problemas como
consecuencia de la crisis que
estalló en 1997 en los países de esa
región.
Durante la década de los noventa, se mantuvo
además a nivel mundial el predominio ideológico de
las concepciones neoliberales y su papel rector no sólo en
la definición de estrategias y
políticas nacionales e internacionales en el terreno
económico, sino también en la redefinición
del conjunto de las relaciones sociales. En particular, durante
esa década el credo neoliberal se plasmó con
fuerza al
nivel de las relaciones económicas entre los
países, en cuyo desenvolvimiento dicho credo ganó
presencia como criterio rector sobre todo respecto del capitalismo
atrasado: en el ámbito de los flujos internacionales de
capital, la
norma fue otorgar las más absoluta libertad a los grandes
capitales para desplazarse globalmente, sin restricción
alguna respecto de su ingreso, permanencia o
resultados.
Sin embargo, también en los años noventa
ese predominio global del neoliberalismo
se vio crecientemente enfrentado a dos tipos de
cuestionamientos.
Por un lado, el desenvolvimiento de la realidad mundial
fue echando por tierra las
apologías del capitalismo que acompañaron a la
caída del socialismo en
Europa, y según las cuales de dicha caída se
desprendía la próxima llegada de una era de
superación de contradicciones y desaparición de
desigualdades como resultado del triunfo e imposición
universal y definitiva de la democracia liberal y del libre
mercado (recuérdese el anunciado "fin de la historia"),
postulándose además una relación directa
entre las enormes posibilidades que efectivamente brinda el
actual avance científico técnico para mejorar en
todos los sentidos el
desarrollo
humano, y la concreción sin trabas de esas
posibilidades. Así, la capacidad de los avances
biotecnológicos para multiplicar la producción de
alimentos, se
anunciaba como el cercano fin del hambre en el mundo, pero las
hambrunas siguen presentándose; a los avances en la
automatización y la robótica,
se les ubicaba multiplicando simultáneamente la
disponibilidad de todo tipo de bienes y los
tiempos dedicados al ocio por la menor necesidad de trabajo vivo,
pero en vez de eso lo que se ha multiplicado es la carencia de
posibilidades de consumo, el
desempleo y el
empleo precario; de la revolución
en la informática y las telecomunicaciones se desprendía un
escenario de poblaciones bien informadas y con acceso
generalizado a las nuevas formas de comunicación, pero ello sólo es
cierto para una pequeña parte, ubicada en su
mayoría en los países más desarrollados; los
avances en la generación de tecnologías menos
contaminantes se asumían como una próxima
detención o reversión del deterioro ambiental, pero
dicho deterioro continúa acentuándose, etc. Por
consiguiente, en el escenario de los años noventa lo que
se impuso fue la acentuación de los llamados "problemas
globales" y la agravación de las desigualdades y de la
polarización económica y social, todo lo cual
constituye un evidente rechazo de la propia realidad hacia los
postulados y promesas del neoliberalismo.
Por otro lado durante el período reciente se han
ido multiplicando las acciones de
oposición frontal al neoliberalismo, emprendidas por
grupos de aquella inmensa parte de la población que bajo el modelo neoliberal se
ve sometida a distintas formas de exclusión y de
explotación exacerbada.
Desde la presentación de la propuesta
estadounidense y hasta la fecha, el proceso de creación
del ALCA se ha constituido en un punto central de referencia para
los gobiernos latinoamericanos y caribeños, a la vez que
en instrumento de aplicación de los principios
neoliberales, no sólo en las relaciones con los Estados
Unidos sino en el conjunto de las relaciones económicas
externas de nuestros países.
Ya desde los primeros llamados a formar la "Zona
Hemisférica de Libre Comercio", los principios de
carácter ideológico se hicieron claramente
presentes en la propuesta, si bien se trataba de principios
aplicados ya no prioritariamente al terreno de la lucha contra el
"comunismo", sino al terreno de la economía y a otros
aspectos en que el gobierno de Estados Unidos definía el
"deber ser" de nuestros países, como son los problemas
ambientales, los derechos humanos
y la lucha contra el narcotráfico.
En un primer momento, luego de la "Iniciativa Bush" vino
un periodo de estancamiento provocado por el conflicto en el
Golfo Pérsico, por la recesión de comienzos de los
años noventa en la economía norteamericana y por
las dificultades que tuvo la administración Clinton para conseguir la
aprobación del Congreso a la incorporación mexicana
al TLCAN; en un
segundo momento, luego de la "Cumbre de Miami" hubo un nuevo
receso, empujado inicialmente por la derrota demócrata en
las elecciones de noviembre de 1994 y mantenido después
por las vicisitudes de la elección presidencial
estadounidense de 1996. Recién después de esa
elección se empezó a mencionar la posible
reactivación de distintas iniciativas de libre comercio
con Latinoamérica, que se habían "congelado" como
resultado de la campaña electoral, pero aún desde
ese entonces los avances en el ALCA han seguido siendo escasos,
principalmente porque el ejecutivo de aquel país ha
encontrado una permanente oposición del Congreso para que
le sea renovada la autorización de negociación por la vía
rápida, requisito éste que reiteradamente se ha
considerado como indispensable para agilizar la
conformación del área hemisférica de libre
comercio, y que nada hace prever que pueda ser cubierto incluso
por la nueva administración. Así, recién
en marzo de 1998, durante la Segunda Cumbre de las
Américas, y a ocho años del lanzamiento de la
"Iniciativa Bush", se pusieron formalmente en marcha las
negociaciones, acordándose que ellas deberán ser
concluidas a más tardar durante el año
2005.
El punto de partida es que el neoliberalismo ha venido
imponiendo en nuestros países un proyecto de
rearticulación internacional de largo alcance, definido y
aplicado como parte de una estrategia que incluye al
funcionamiento económico interno, y que para las
últimas dos décadas efectivamente han sido
modificados los parámetros de inserción mundial, de
relacionamiento externo con los países desarrollados (en
particular con la economía estadounidense) y de
vinculación entre los propios países de la
región. Como parte de esa rearticulación, se han
reducido al mínimo las mediaciones entre el escenario
económico mundial y el comportamiento
económico interno, multiplicando la capacidad de las
relaciones externas para actuar como vehículo de
internalización de las tendencias mundiales y de libre
penetración del gran capital
multinacional y, con ello, para cambiar el perfil estructural de
las economías y para transformarse en elemento
determinante del mayor o menor dinamismo económico
nacional, adecuándose hacia esa dirección las políticas comercial,
cambiaria, de tratamiento a la inversión
extranjera, monetaria, crediticia, salarial, fiscal,
etc.
De lo que se trata, por consiguiente, es de introducir
profundas modificaciones en la articulación internacional
que el neoliberalismo ha impuesto en
nuestros países, redefiniendo los principios y los
objetivos que han guiado a esa articulación,
poniéndola al servicio de
intereses distintos a los del gran capital y desprendiendo de
allí un conjunto de políticas que apunten en
direcciones por completo diferentes a las que han predominado en
las décadas recientes.
Para avanzar en esa dirección, un primer
requisito es imponer una lectura del
escenario mundial e internacional, de la relación con los
Estados Unidos y de las relaciones intraregionales, por completo
diferente a la lectura
neoliberal. En tal sentido, resulta imprescindible cuestionar y
desechar la visión "armonicista" que, de manera no tanto
ingenua como sí interesada, ha predominado en los análisis gubernamentales, sobre todo
respecto a los significados de la globalización, a los rumbos futuros de la
economía mundial y a los resultados previsibles de la
mayor vinculación con los Estados Unidos.
El gran reto de la comunidad latinoamericana es abrir
caminos a la convivencia pacífica y al diálogo,
entre las diferentes culturas que encierra en su seno, para
lograr una síntesis
superior.
Como firme fundamento para la articulación de
Estados y sociedades responsables de su propio futuro,
propulsoras de los derechos y los deberes que entraña la
pertenencia a una comunidad de pueblos que comparten lenguas y
valores de
libertad, igualdad, pluralismo, justicia,
solidaridad y empeño de paz duradera.
Este proyecto de integración latinoamericana,
puede y debe servir para empezar a construir un futuro mas
equitativo y mas justo, y así dejar de ser una
utopía. No es legítimo hablar de
integración, cuando grandes mayorías de americanos,
las de los indígenas, los negros, los colectivos
marginales, están privados de la riqueza y el bienestar
económico, de la educación, la
cultura, y la participación política activa. El
respeto a los
derechos
humanos, tanto los civiles y políticos, como los
económicos, sociales y culturales, deben constituir el
fundamento ético y jurídico de un proceso real de
integración política, económica y
cultural.
La gran riqueza y la potencia creadora de la comunidad
latinoamericana, reside en su diversidad cultural, étnica
y racial. Lo que une es articular garantías
jurídicas y acciones sociales, destinadas a fortalecer
esas cualidades, a fin de que participen de lleno en el proyecto
común.
Por lo tanto, toda integración supone y se
fundamenta en un proyecto político. Pero los procesos, las
formas y los contenidos de la integración política,
no son fijos, invariables, precisos. Por el contrario, pueden
escogerse los mas diversos caminos y encararse las mas distintas
formas, con el contenido político adecuado a la realidad
condicionante, y al objetivo deseable en un momento
determinado.
Así encarada, con esta necesaria latitud, es
deseable avanzar en el camino de la integración
política latinoamericana. En Latinoamérica, hay
evidentes elementos de unidad y de comunión. La historia,
las tradiciones, la conciencia colectiva, la proximidad de las
dos lenguas dominantes, el español y
el portugués, la idea del hombre, de sus
derechos y deberes: son algunos de estos elementos. A los que se
une el precedente de los procesos de integración
económica y de su deseable y futura
convergencia.
El desafío para Latinoamérica es elaborar
marcos teóricos y epistemológicos propiamente
americanos, que contemplen su realidad y su historia con el
objeto de reorientar las relaciones externas de
Latinoamérica y el Caribe las cuales deberían
apuntar principalmente a reducir los niveles extremos de
dependencia y de vulnerabilidad que el neoliberalismo ha
generado, creando las condiciones necesarias para un desarrollo
económico más autosustentado, en el cual se
recupere la capacidad nacional y regional de definir los rumbos
del desarrollo económico y social y se redimensionen los
papeles asignados, al capital extranjero y al ahorro
externo, a la búsqueda de mercados
internacionales y a la relación con los Estados Unidos y
con los demás países desarrollados, creando
condiciones que permitan procesar y readecuar los dictados y
señales provenientes del exterior.
Apuntes de clase de las cátedras:
"Historia Institucional Argentina" a cargo de la
Profesora Susana T. Ramella.
"Ideas Políticas y Sociales Americanas" a cargo
de la Profesora Florencia Ferreira de Cassone.
"Relaciones Internacionales" a cargo del Profesor Mario
Martin Pouget.
"Derecho Internacional
Público" a cargo del Profesor XX Serra.
AAVV. "Historia y evolución de las ideas políticas y
filosóficas argentinas". Academia Nacional de Derecho y
Ciencias
Sociales de Córdoba, Córdoba, 2000.
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MERCOSUR. Cambios y Continuidades" Buenos Aires. Ciudad
Argentina, 1999.
DUGINI, María Inés y MARTINEZ, Patricia.
"Proceso de integración. MERCOSUR". Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales, 1999.
DUGINI, María Inés. "Cambios y
continuidades en la reconstrucción del proceso
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Nacional RedMuni. Octubre. Facultad de Ciencias
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