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Integración: ¿La utopía Americana?




Enviado por jvitale



    Integración: ¿La
    utopía Americana?

    1. Resumen
    2. Pensamiento
      Integracionista
    3. Textos
      Fundacionales
    4. Realidad de
      integración
    5. Desafío
      Actual
    6. Consideraciones
      finales
    7. Bibliografía

    Resumen

    Este trabajo surge como reflexión teórico
    luego de varios congresos y seminarios en donde se trato el tema
    de la integración tanto como pensamiento,
    realidad y desafío, es así que me propuse realizar
    un mirada sucinta a la doctrina del americanismo, estudiando su
    vínculo histórico-filosófico en su primer
    ciclo de gestión, a saber aquél que germina
    en los orígenes de la idea de una integración continental como antecedente
    espiritual del MERCOSUR;
    abordando los textos integracionistas de los clásicos como
    San Martín, Bolívar, Monteagudo, Sarmiento, entre
    otros. Analizando además lo que se gesto en el acuerdo
    político de 1991, año en que entra en vigencia
    formalmente el Mercado
    Común del Sur, integrado por Argentina,
    Brasil,
    Uruguay y
    Paraguay. Y
    finalmente describir los desafíos a los que hoy nos
    enfrentamos en este proceso de
    integración, a partir de la "Iniciativa para las
    Américas" planteando el proyecto del
    ALCA como un
    escalón más en el proceso de
    integración americana.

    Palabras claves: integración economica;
    integración cultural; pensamiento
    latinoamericano; Mercosur;
    historia de las
    ideas; política; economía; historia latinoamericana;
    bloques economicos; ALCA; Monteagudo;
    Simon Bolivar; Protocolos;

    I.
    Introducción

    Nadie pone en duda que, en el actual marco de las
    relaciones
    internacionales, existe una tendencia mundial hacia la
    globalización y la integración regional. A
    pesar de que a primera vista ambos conceptos parezcan
    contradictorios en la medida (en que puedan considerarse
    excluyentes) lo cierto es que, en el nivel de la realidad
    económica y política, son
    tendencias y formas de organización complementarias.

    Paralelamente a la tendencia globalizadora se
    está presentando un proceso de conformación de
    bloques de integración concebidos como instrumento de
    consolidación de posiciones en el marco de las relaciones
    internacionales de principios del
    siglo XXI y como estrategia para
    lograr una mejor posición en la competencia por
    el mercado mundial.
    Esta nueva situación, consolidada en los últimos
    años, se traduce en la creación de Convenios
    Internacionales, con objetivos
    estrictamente comerciales y diferentes alcances, pero cuyo
    propósito común es, en términos generales,
    permitir mejores condiciones económicas para un adecuado
    desarrollo
    comercial de los países que lo suscriben.

    Hoy en día, debido al desarrollo
    mismo del sistema
    capitalista, la economía mundial ha
    trascendido los esquemas tradicionales basados en el intercambio
    comercial entre naciones, dando paso a un nuevo esquema de
    comercio a
    escala planetaria
    en donde los verdaderos actores económicos, las empresas
    multinacionales, desplazan su poder de
    inversión a aquellos ámbitos
    económicos más favorables que les permitan mejores
    condiciones de seguridad y
    competencia,
    independientemente de su vinculación nacional.

    Los países europeos desde los años
    cincuenta y los latinoamericanos una década más
    tarde, fueron desarrollando esquemas integracionistas donde lo
    económico era el núcleo fundamental, pero no
    único. El modelo europeo
    de integración, con una primera unión aduanera y
    mercado común, fue seguido por algunos países
    latinoamericanos tras años de diferentes esquemas, entre
    el panamericanismo de la OEA, el
    bolivarismo de la izquierda revolucionaria y el monetarismo de la
    Asociación Latinoamericana de Libre Comercio
    (ALALC).

    Lo importante es preguntarse la "integración para
    qué" o "integración para quién" este debe
    ser el punto de partida y el eje alrededor del cuál debe
    girar todo el proceso integrativo. La integración no es un
    fin en sí mismo. Es un instrumento para el desarrollo
    integral de nuestros pueblos, para el crecimiento
    económico, el desenvolvimiento social y el adelanto
    cultural.

    La integración
    económica latinoamericana no puede ser una
    integración cerrada, volcada exclusivamente hacia adentro
    en función
    de autarquías obsoletas. Ha de ser una integración
    abierta, competitiva y dinámica, vinculada al comercio
    mundial, pensada para promover el intercambio económico,
    comercial y financiero entre los grandes espacios
    económicos.

    En definitiva, la integración se ha tomado como
    un "objetivo en
    sí mismo" y no como un instrumento para el logro de los
    verdaderos objetivos de
    los Estados de la región; esto es, la autonomía de
    desempeño, la búsqueda de mecanismos
    que permitan a la región salir de su estado de
    dependencia; la realización de proyectos
    conjuntos, la
    coordinación de políticas;
    etc..

    El "para quién" de la integración, es
    visto como proceso de autonomización. Si vemos a la
    integración como un objetivo en
    sí mismo, como un mero proceso desarrollista y
    comercialista, pero dentro de las mismas pautas establecidas por
    la división internacional de la economía, es
    probable que aumentemos el intercambio comercial intrarregional,
    estamos también ampliando el mercado para aquellos que
    "controlan" a la región, sea en forma directa, o a
    través de subsidiarias de empresas
    multinacionales o transnacionales o de la banca privada
    transnacionalizada que opera en la región. Un sistema de
    integración como el vigente en Latinoamérica, en el que las pautas y
    mecanismos establecidos están insertos dentro del esquema
    de la división internacional del trabajo y de la
    economía, continúa manteniendo a la región
    en una relación de dependencia en vez de contribuir a la
    autonomía.

    Dentro de este modelo se
    inscribe, el MERCOSUR, ya que los procesos
    industriales vigentes son más competitivos que
    complementarios; giran alrededor del intercambio comercial
    especialmente, y no hay objetivos comunes de desarrollo
    industrial o tecnológico, como los encarados por la
    Unión
    Europea desde sus comienzos.

    Además, el "para quién" de la
    integración, está vinculado a una
    problemática filosófico-política, en el
    sentido de que debe contemplar el bien común, el bien del
    todo, y no de algunos sectores dominantes, como los empresariales
    por ejemplo, particularmente si son transnacionales.

    El proceso integrativo debe ser para maximizar las
    capacidades de los miembros de la región y no de aquellos
    que "penetran" en ella con propósitos ajenos a los
    objetivos (en el caso de que existan) regionales. Entendiendo a
    la integración como el proceso mediante el cual, dos o
    más actores forman un nuevo actor, siempre y cuando el
    proceso se complete. Este proceso es dinámico, ya que los
    miembros componentes del nuevo actor producen acciones y se
    interrelacionan entre sí y a la vez, en conjunto, con
    actores externos.

    El concepto de
    integración no es ni determinado, ni claro, ni inmutable.
    Se modifica en función de
    las distintas situaciones y de los diversos momentos. Su
    aplicación supone siempre un cambio, una
    metamorfosis, que lleva a nuevas formas y estructuras, a
    nuevos sistemas
    institucionales, políticos, sociales y
    económicos.

    Es pues imposible dar una definición definitiva
    de este concepto. Lo que
    sí puede decirse, es que el concepto actual de
    integración en Latinoamérica está determinado por
    la complejidad, diversidad, y diferencia de forma, de los
    actuales procesos que
    existen.

    La conclusión es que la única forma de
    promover la Integración Latinoamericana, es reconocer la
    base cultural, histórica, lingüística e
    ideológica común, dándole una
    proyección económica y social. Promoviendo la
    convergencia y la aplicación de los procesos actuales, sin
    excluir el objetivo político final.

    Su evolución y su éxito
    es lo que puede permitir, a través de su convergencia, una
    integración
    económica latinoamericana abierta e interrelacionada
    con otros procesos de integración.

    A.- Pensamiento
    Integracionista

    La reflexión americana es inherentemente
    axiológica, crítica e histórica,
    según el enfoque de Arturo Andrés Roig. El
    célebre historiador estima que es un rasgo constitutivo
    del pensar americano su pretensión de normatividad. Esta
    crítica sólo en un aspecto limitado es de carácter
    epistemológico. Junto a la dimensión lógica
    y formal, la conciencia
    crítica americana alcanza además un plano
    estrictamente antropológico. La faz antropológica
    es inmanente al carácter
    práctico del pensamiento reflexivo americano.

    Así, el pensamiento latinoamericano, concebido
    como una antropología filosófica
    crítica de espíritu humanista, se autocomprende
    como orientación intelectual, ética y
    política de un colectivo social.

    La teoría
    latinoamericana constituye así la autocomprensión
    antropológico-filosófica de un sujeto
    histórico en vistas al establecimiento de un sistema
    axiológico de liberación. Ahora bien, esta
    fundamentación gnoseológica es sólo la
    primera parte de la estrategia
    argumentativa de Roig en su fundamentación del concepto de
    "pensamiento latinoamericano". La segunda parte consiste en
    establecer los principios
    metodológicos atinentes a esta teoría
    humanista latinoamericana dentro del campo de investigación de las humanidades. En
    efecto, en este punto Roig considera el estatuto metódico
    que cabe adjudicar a la comúnmente llamada "historia de
    las ideas". La apropiación
    histórico-intelectual de la tradición legada debe
    considerarse como el proceder metodológico
    sistemático de la autorreflexión
    antropológicamente interesada en el sujeto que nos
    proponemos ser. La "historia de las ideas", piensa Roig, es
    más que mera exposición
    narrativa de conceptos y sistemas;
    comprende además lo político (junto con la literatura y los saberes
    populares) en lo que comporta de concepción del mundo y de
    la vida. En la historia de las ideas, el pensamiento
    latinoamericano va al encuentro del pasado para cincelar su
    material temático y proyectarlo en sentido libertador a un
    futuro emancipado, a saber, el de una América
    libre, justa y soberana. En síntesis:
    la historiografía intelectual es inescindible del
    pensamiento americanista. Dice Roig: "En efecto, la
    afirmación del sujeto, que conlleva una respuesta
    antropológica y a la vez una comprensión de lo
    histórico y de la historicidad, no requiere necesariamente
    la forma del discurso
    filosófico tradicional … De esta manera, una
    teoría y crítica del pensamiento latinoamericano no
    puede prescindir del quehacer historiográfico relativo a
    ese mismo pensamiento. La historia de las ideas, como
    también la filosofía de la historia que supone,
    forman de este modo parte del quehacer del sujeto latinoamericano
    en cuanto sujeto."

    Por lo tanto la nación
    latinoamericana, como proyecto
    empeñosamente reiterado desde la emancipación hasta
    el presente, sólo podría encontrar su posibilidad
    real y su racionalidad histórica, en cada uno de los
    recortados fragmentos del continente que, constituidos ya como
    naciones, no podrían dejar de aportar a la comunidad
    latinoamericana el caudal de cada irrenunciable memoria colectiva
    y de cada específica autoconciencia.

    No podemos comprender la utopía integral de
    "Nuestra América" si no se dispone de una
    conceptuación atenta a las especificidades
    históricas de sus Repúblicas independientes. Es
    decir que no se puede entender el integracionismo continentalista
    desatendiendo el papel que en
    ellas cumple el Estado
    nacional, puesto que sus sociedades
    civiles surgen en el proceso de centralización del poder soberano
    a partir de las emancipaciones independentistas. Los
    orígenes del americanismo preexisten a la creación
    de los estados revolucionarios. Se ha dicho que no puede parecer
    insólito que, atendiendo a la génesis y puntos de
    partida de la conciencia
    nacional hispanoamericana, ésta la encontremos
    profundamente arraigada en el concepto de que América
    forma parte esencial de la unidad del imperio, y aún, de
    la unidad de la nación
    española. De este modo, y contradiciendo la realidad de la
    colonización económica, de la explotación
    social y de la coerción cultural, la superestructura
    jurídica del imperio y sus instancias
    ideológico-políticas
    se esforzaban por implantar el concepto de la igualdad de
    todos los súbditos ante la Corona. Así, a
    través de esta mediación ideológica el estado
    imperial intentaba difuminar los regionalismos existentes, los
    nacionalismos nacientes y la explotación de las diversas
    clases trabajadoras.

    Se despliega en dicho proceso una dialéctica
    multipolar entre ciudad y región, nación y clase,
    constitución y pueblo, unidad y
    federación, hasta asumir una proyección
    continental. La idea de Nación aglutinó aquí
    una heterogénea composición interna que
    encontró simbólicamente en el "continente" su
    primer principio de unificación social. Según
    Soler, lo que tiene lugar en el proceso independentista es la
    dialéctica de una conciencia nacional que rebasa las
    propias determinaciones de clase de los grupos criollos
    que la impulsaron originalmente. Así, el radicalismo
    pequeño-burgués actuó "desde arriba" por
    medio de la
    organización de la lucha armada de los
    ejércitos insurgentes, concentrando el poder
    ejecutivo del aparato estatal y proyectándose
    ideológicamente hacia la confederación
    hispanoamericana. Por ello es que desde las luchas emancipatorias
    independentistas todos los grupos
    sociales reivindicaron la soberanía como programa
    unificador común, pre-constitucional, en torno a la idea
    de una Nación supra-regional. Y esta sobrevive como
    conciencia programática proyectada desde el pasado. Como
    conclusión: el sueño continental de la "Patria
    Grande" tiene su raíz histórica en los idearios
    independentistas.

    Asimismo, precisa Soler, son los principios
    demoradicales los que orbitan en torno a la idea
    de la soberanía popular de las ciudadanías
    americanas, puesto que los temas igualitarios, en el marco del
    contractualismo de Rousseau, o de
    la Convención Nacional francesa, están presentes a
    lo largo de todo el proceso independentista en sus distintas
    vertientes regionales. Con las tareas concretas de la lucha de
    liberación, y ante el imperativo de afirmar el poder
    estatal central, se perfiló cada vez más la
    tendencia a supeditar toda consideración social a la tarea
    de la
    organización de los Estados nacionales en forma
    crecientemente dictatorial. En donde la vocación
    independentista para la afirmación nacional, americana,
    continentalista, encontró su culminación en los
    grandes caudillos de la independencia,
    San Martín y Bolívar (y su común secretario,
    no siempre rescatado, Bernardo Monteagudo).

    Textos
    Fundacionales

    Ya los levantamientos tupacamaristas tuvieron un
    contenido revolucionario y a la vez integracionista y unificador
    de los sectores populares (indígenas, negros, mulatos y
    zambos, criollos pobres, bajo clero) proyectados en sentido
    nacional y continental. Pero la soberanía popular
    latinoamericana encuentra a partir de Bolívar su unidad
    programática fundacional, que San Marín
    refrendaría en la praxis concreta de sus campañas
    libertadoras. Efectivamente, Simón Bolívar elabora
    un pensamiento político centrado en los valores de
    la Igualdad, la
    Libertad, la
    Soberanía popular y la Independencia
    nacional. Su voluntad de unificación hace que procure
    incorporar a su proyecto nacional a las capas criollas acomodadas
    junto a la masiva incorporación de los sectores populares
    que participaron de las guerras
    independentistas, con el fin de superar el atomismo reinante tras
    la emancipación de la colonia. La idea bolivariana de la
    integración americana se concebía como una
    confraternidad de naciones y como ampliación de la
    ciudadanía a los grupos
    étnicos y a las capas sociales más
    postergadas.

    Es con el artiguismo que se logró elaborar una
    concepción de la democracia
    americanista de rasgos propios. Artigas reelabora las doctrinas
    del contractualismo en su vertiente roussoniana y le imprime un
    contenido novedoso proveniente de la cultura de la
    campaña y sus sectores populares. La organización nacional proyectada por
    Artigas obedecía a una construcción progresiva de individuo,
    comunidad y
    federación. Así, la idea del contractualismo es
    redefinida sobre bases comunitaristas demoradicales. Artigas era
    partidario del gobierno
    republicano basado en el respeto a la
    autonomía de las provincias, planteando la necesidad de
    establecer un contrato social,
    pero no en el sentido del resguardo del libre goce de la propiedad
    privada individual, sino como un contrato entre
    comunidades, estados o regiones, para la salvaguarda de la
    independencia nacional. Esta tesis contiene
    ya una concepción integracionista. Puede verse con
    esto que el pacto fundacional federativo de Artigas, que
    Monteagudo proyectaría a nivel de un Congreso Continental,
    está en la raíz histórico-política de
    la emancipación americana.

    En Bernardo Monteagudo encontramos una teoría
    contractualista finamente acabada y un ideario de unión
    americanista programáticamente expuesto en sus
    lineamientos fundamentales. En su Ensayo sobre
    la necesidad de una Federación General de los Estados
    hispanoamericanos y plan de su
    organización (1823), en donde Monteagudo escribía:
    "La independencia que hemos adquirido es un acontecimiento que,
    cambiando nuestro modo de ser y de existir en el universo,
    cancela todas las obligaciones
    que nos había dictado el espíritu del siglo XV y
    nos señala las nuevas relaciones en que vamos a entrar,
    los pactos de honor que debemos contraer y los principios que es
    preciso seguir para establecer sobre ellos el derecho
    público que rija en lo sucesivo los estados
    independientes cuya federación es el objeto de este
    ensayo y el
    término en que coinciden los deseos de orden y las
    esperanzas de libertad."
    "Entre tanto no debemos disimular –dirá Monteagudo
    más adelante- que todas nuestras nuevas repúblicas
    en general y particularmente algunas de ellas,
    experimentarían en la contienda inmensos peligros que ni
    hoy es fácil prever, ni lo sería quizá
    entonces evitar, si faltase la uniformidad de acción y
    voluntad que supone un convenio celebrado de antemano y una
    asamblea que le amplíe o modifique según las
    circunstancias."

    Monteagudo tenía en mente dos grandes
    propósitos que guiaban su proyecto de una liga confederada
    de naciones americanas: garantizar la pacificación interna
    y consolidar la soberanía externa. Filosóficamente
    lo orientaba la tradición del gran pensamiento
    político de la modernidad: la
    salida contractualista del "estado de
    naturaleza"
    representado por la amenaza de disgregación hobbesiana del
    cuerpo social bajo la guerra civil,
    mediante un pacto fundamental. Una vez conquistado el estado
    civil jurídico-político de cada nación, era
    necesario unificar continentalmente la América con el fin
    de instaurar el estado de paz y libertad para la liga confederada
    de los pueblos, y para hacer valer su soberanía frente a
    los deseos expansionistas o restauracionistas europeos. En vistas
    de estos objetivos Monteagudo escribía: "La paz interna de
    la confederación quedará igualmente garantida desde
    que exista una asamblea en que los intereses aislados de cada
    confederado se examinen con el mismo celo e imparcialidad que los
    de la liga entera. No hay sino un secreto para hacer sobrevivir
    las instituciones
    sociales a las vicisitudes que las rodean; inspirar confianza y
    sostenerla. Las leyes caen en el
    olvido y desaparecen los gobiernos luego que los pueblos
    reflexionan que su confianza no es ya sino la teoría de
    sus deseos. Más la reunión de los hombres
    más eminentes por su patriotismo y luces, las relaciones
    directas que mantendrán con sus respectivas gobiernos y
    los efectos benéficos de un sistema dirigido por aquella
    asamblea, mantendrán la confianza que inspira la idea
    solemne de un congreso convocado bajo los auspicios de la
    libertad, para formar una liga a favor de ella."

    Ahora bien, el pensamiento de Monteagudo fue siempre
    iluminista y demoradical, y no dejó nunca de apoyarse en
    la filosofía rousseauniana, sistema conceptual del cual
    deducía el principio de la soberanía popular como
    fuente de legitimidad de la emancipación de la
    ciudadanía concebida en términos iusnaturalistas.
    En la Oración inaugural pronunciada en la apertura de la
    Sociedad
    Patriótica (13 de enero de 1812): "Yo tengo la
    complacencia de esperar que la sociedad
    patriótica contraerá todos sus esfuerzos a este
    objeto, considerándolo como una de sus primordiales
    obligaciones:
    ella debe por medio de sus memorias y
    sesiones literarias grabar en el corazón de
    todos esta sublime verdad que anunció la filosofía
    desde el trono de la razón: la soberanía reside
    sólo en el pueblo y la autoridad en
    las leyes: ella debe
    sostener que la voluntad general es la única fuente de
    donde emana la sanción de éste y el poder de los
    magistrados; debe demostrar que la majestad del pueblo es
    imprescriptible, inalienable y esencial por su naturaleza; que
    cuando un injusto usurpador la atropella y se lisonjea de
    empuñar un cetro que se resiente de su violencia y
    ofrece a la vista de todos el proceso abreviado de sus
    crímenes, no hace más que poner un precario
    entredicho al ejercicio de aquella prerrogativa y paralizar la
    convención social mientras dure la fuerza sin
    debilitar un punto los principios constitutivos de la inmunidad
    civil que caracteriza y distingue los derechos del
    pueblo."

    Mas contemporáneamente, ya con el fin de la
    Guerra
    Fría, la revolución
    tecnológica, informática e informativa, la
    aceleración de la mundialización y la
    proliferación de tratados de
    libre comercio
    y de bloques regionales, el mundo asiste ha algunas expresiones a
    los cuales los países de Latinoamérica no pueden ni
    deben mantenerse al margen: como por ejemplo, el llamado fin de
    la historia, sociedad de la información, el pensamiento único y
    la integración regional.

    Con la caída del muro de Berlín en 1989,
    observada con gran emoción por la mayoría de los
    ciudadanos del mundo. Símbolo ominoso, el cual
    posiblemente representó (tanto cuando dividió el
    mundo como cuando se desmoronó), un de los hechos mas
    importantes de la segunda mitad del Siglo XX. Antes de la
    caída del muro, el mundo estaba dividido entre el comunismo y el
    capitalismo, y
    las políticas globales tenían sus metas claras.
    Después de la caída del muro, nada lució tan
    claro, y los líderes se empecinaron en hablar de un "nuevo
    orden mundial" que nunca supieron explicar con
    claridad.

    Los enemigos (racismo, discriminación, conflictos
    étnicos, crecimiento demográfico, desempleo,
    delincuencia,
    corrupción, drogas,
    enfermedades,
    hambrunas, problemas
    ambientales), que se vieron opacados durante años por
    el "enemigo supremo", comenzaron uno a uno a resurgir a primer
    plano. Los cerebros de los politólogos y analistas, no
    perdieron tiempo en
    elaborar teorías
    sobre el mundo de la posguerra fría.

    Es así que el norteamericano Francis Fukuyama
    presentó la teoría del "Fin de la Historia",
    planteando que con el colapso del comunismo, todos
    los grandes problemas de
    la historia del mundo se habían resuelto. Que
    estábamos asistiendo al fin de todas las grandes disputas,
    y que por lo tanto se había instalado un notable consenso
    respecto a la legitimidad de la democracia
    liberal. Teoría desarrollada en su libro "El Fin
    de la Historia y el Ultimo Hombre". Sus
    críticos decían, la historia es imprevisible,
    ¿entonces por qué hablar de su fin?
    ¿porqué describir el cambio de una
    clara bipolaridad a una difusa multipolaridad, en estos
    términos históricos? Lo que ha muerto es el
    marxismo, no
    la historia.

    El británico Paul Kennedy, padre de la
    teoría de la decadencia de los imperios formulada en su
    libro "Auge y
    Decadencia de las Grandes Potencias", consideró que el
    mundo se encamina hacia una fase en la que habrá un
    reparto del Poder, con cuatro o cinco grandes potencias, sin un
    líder
    hegemónico. Señaló que los Estados Unidos
    seguirá siendo un actor principal en los asuntos
    mundiales, más debido a su poderío militar que a su
    poder financiero. Que Japón
    seguirá evolucionando como una potencia
    tecnológica. Y la Europa integrada
    será una gran potencia
    económica. Asimismo estimó que China, con su
    rápido crecimiento
    económico, puede pasar a convertirse en un país
    mucho mas influyente y poderoso.

    El politólogo alemán Claus Leggewie,
    señala que las democracias occidentales más
    antiguas, como las de Estados Unidos y
    Europa, se han
    autocondenado a muerte. "Hay
    demasiados fenómenos que amenazan a la democracia liberal:
    la corrupción
    y la violencia
    política no son los menores". Desde una perspectiva
    histórica, "el liberalismo
    económico y la democratización política,
    siempre iban de la mano. Al menos ese era el modelo
    clásico en Europa y en los Estados unidos. Pero ahora uno
    puede comprobar que la realidad no es tan mecánica".

    Leggewie observa una escasa participación
    política en casi todo el mundo. Cada vez más las
    personas se alejan del sistema, convirtiéndose en
    analfabetos políticos. Mientras la economía es
    próspera, todos defiende la democracia. Cuando ya nadie se
    ilusiona con el pleno empleo, o
    cuando hay signo de que puede empeorar el nivel de vida, los
    líderes dejan sola a la democracia. Pocos quieren seguir
    comprometidos con sus valores, y
    terminan construyendo una democracia sin demócratas; es
    así que Leggewie habla de una crisis en la
    democracia liberal. El liberalismo,
    es una idea que se forjó para defender la autonomía
    y las oportunidades del individuo, y que aseguró la
    libertad económica y la democratización
    política, hoy carece de armas suficientes
    para resolver los conflictos
    sociales y de integración, de sociedades
    multiétnicas, en las que el pleno empleo ya es
    impensable.

    Según Samuel Huntington, los conflictos mundiales
    estarán dados en la lucha entre las diferentes
    civilizaciones: Occidental, Japonesa, Confucionista,
    Islámica, Hindú, Eslava-Ortodoxa, Latinoamericana,
    y posiblemente Africana. Las divisiones de Primer, Segundo y
    Tercer Mundo ya no son relevantes. Los países deben ahora
    clasificarse en términos de su civilización y
    cultura, y no
    en términos de sus sistemas políticos y desarrollo
    económico.

    Una civilización es una entidad cultural
    definida, desde un punto de vista objetivo, por elementos comunes
    como lenguaje,
    historia, religión, costumbres
    e instituciones.
    Y desde un punto de vista subjetivo, por la
    autoidentificación de los pueblos. El mundo estará
    regido en gran medida, por la interacción de las grandes
    civilizaciones, y los conflictos más importantes del
    futuro ocurrirán entre ellas.

    ¿Por qué? En primer lugar (explica
    Huntington), porque las diferencias entre las civilizaciones son
    básicas, producto de la
    historia de siglos, y no desaparecen con facilidad. Son
    diferencias mucho más fundamentales que las diferencias
    entre las ideologías y los regímenes
    políticos. En segundo lugar, porque el mundo se
    está quedando chico, y la interacción entre la
    gente está aumentando. Lo que significa una mayor toma de
    conciencia de las diferencias entre cada una de ellas. Tercero,
    porque el proceso de modernización económica, y el
    cambio social a lo largo del mundo, están apartando a la
    gente de la vieja identidad
    local, al tiempo que
    debilita a los estados-nación como fuente de identidad. En
    cuarto lugar, porque el crecimiento de la conciencia de cada
    civilización aumenta con un papel dual que
    juega occidente. Por un lado, occidente está en la
    cúspide del poder, pero al mismo tiempo y tal vez como
    resultado de ello, se produce una vuelta a las raíces en
    las civilizaciones no occidentales.

    Quinto, porque las características culturales son mucho
    más difíciles de comprometer que las características políticas y
    económicas. En los conflictos ideológicos y de
    clases, la pregunta clave era ¿de qué lado
    estás?, y las personas podían escoger de que lado
    estaban, e incluso cambiar de bando. En los conflictos entre
    civilizaciones la pregunta es ¿qué eres? y lo que
    uno es, es algo que evidentemente no se puede cambiar.
    Finalmente, porque la importancia del regionalismo
    económico va en aumento, y el mismo será exitoso
    cuando esté enraizado en una civilización
    común.

    B.- Realidad de
    integración

    Como hemos dicha anteriormente, las ideas de unidad
    continental habían germinado en la etapa emancipadora en
    el recinto de comunes creencias, normas y
    objetivos. El idealismo
    anfictiónico bolivariano no sustantivaba la
    formación de un único mercado compartido. Todo lo
    contrario, sus esfuerzos estaban encaminados al plano
    superestructural . Este proyecto vivirá su momento de
    apogeo en el Congreso de Panamá
    (1826) y con avances y retrocesos caducará luego del
    fallido Congreso de Lima (1864) y ulterior eslabonamiento de los
    diversos Estados del área al mercado mundial. Extraviados
    en su balcanización, los Estados de la Región
    deberán esperar mejores épocas para plantearse el
    tema de la unidad. En 1941, se suscribirá el Tratado de
    Montevideo, que morirá nonato y habrá que esperar a
    los años 50 para que las formulaciones de unidad cobren
    nueva vigencia.

    Uno de los proyectos de
    integración económica más serios se remonta
    a 1909, cuando un grupo de
    políticos y empresarios argentinos proponen la
    creación de la Unión Aduanera del Sud.

    Argentina, Brasil y Chile firmaron
    el 25 de mayo de 1915 en Buenos Aires el
    Tratado de Cordial Inteligencia
    Política y Arbitraje.

    Los parlamentos de Brasil y Chile
    aprobaron el Pacto, conocido como Tratado del ABC y en 1916 el
    Congreso Argentino debatió este tratado, el cual fue
    aprobado en el Senado pero la Cámara de Diputados lo
    rechazó.

    Federico Pinedo retoma el tema de la Unión
    Aduanera del Sud e insiste en la idea de que un mercado ampliado
    por la integración con países vecinos puede
    favorecer el desarrollo de industrias de
    exportación, y lo efectiviza en su
    presentación en favor de la Unión Aduanera de Sud
    América del 26 de junio de 1931. Pinedo preconiza a
    favorecer la integración de las economías de los
    países de América del Sur aunque la mayor parte de
    las ideas de Pinedo en materia de
    comercio exterior
    no fueron tomadas en consideración, de todos modos
    influyeron en los acontecimientos posteriores.

    El planteamiento integracionista resurgirá, a
    nivel mundial, en la segunda postguerra. En donde Estados Unidos
    proveerá cooperación en ésta dirección a Europa Occidental, con el
    objeto de contrarrestar el avance soviético.

    En el cuadro de guerra
    fría, de carácter bipolar ortodoxo, con una
    profunda impermeabilidad inter-bloques y con una marcada
    asimetría intra-bloque (relación subordinada de los
    miembros vis a vis la potencia hegemónica), la URSS no
    constituía una amenaza para el hemisferio americano, en
    razón de los acuerdos internacionales vigentes.

      La Argentina de la
    segunda postguerra padecía (desde hacía casi un
    cuarto de siglo), de una degradación de su personalidad
    política internacional. El cuadro de posibilidades en el
    cual debe insertarse se estrecha por el debilitamiento de la
    relación con el Reino Unido (comenzó su
    declinación en la primera postguerra) y por la
    agudización en los 40 del habitual "antinorteamericanismo"
    argentino. Persuadida cierta elite de que el país
    había perdido el rol de influyente regional que el Reino
    Unido le había atribuido, a través del
    vínculo societario que se prolongó desde 1880 a
    1930, especuló con el desencadenamiento de un tercer
    conflicto
    bélico mundial que acelerase la industrialización
    argentina y reorientase la producción del país hacia un mercado
    latinoamericano autosuficiente en el que la Argentina
    desempeñase el papel de proveedor de bienes
    manufacturados.

      La política exterior del gobierno
    peronista utilizó diversos cursos de
    acción para lograr su objetivo de acrecentar el poder de
    Sudamérica bajo liderazgo
    argentino. Los medios de que
    se vale, técnicos y políticos de acuerdo con su
    programa de
    integración, son la búsqueda de la unión
    aduanera, la coordinación de las relaciones exteriores,
    la solidaridad en el
    ámbito de los derechos económicos y
    sociales y en el ámbito de las relaciones
    bilaterales.

      El punto de partida es la inteligencia
    brasileño-argentina en vísperas de las elecciones
    que llevarán a Vargas, nuevamente, a la primera
    magistratura de su país en 1950.

      El gobierno peronista, intentará llevar a
    cabo una política de integración, en un primer
    momento, en base a un acuerdo con el varguismo y más
    tarde, atento a la reticencia y rechazo brasileño,
    mediante la denominada unión económica con otros
    Estados sudamericanos.

      El tráfico mercantil de extranjería
    había estado orientado, principalmente, hacia Europa y
    Estados Unidos. La unión aduanera se acordará con
    Chile, Paraguay,
    Ecuador y
    Bolivia,
    estados de un menor grado de desenvolvimiento económico,
    con el propósito de reorientar el comercio hacia
    Sudamérica. Perón
    expresará: "América del Sur desea unirse, tal como
    lo permiten los estatutos de ONU y de OEA y tal como
    se están organizando, con rótulos y realidades
    progresivas, los Estados de Centro América y los Estados
    de Europa Occidental…".

    El gobierno argentino, consciente de su debilidad para
    enfrentar a la potencia rectora, tratará de acumular poder
    para resistir sus penalidades positivas y negativas. Durante este
    período bregara, en forma infructuosa, por derivar todo
    conflicto
    regional al ámbito de Naciones Unidas
    para neutralizar la hegemonía de los Estados Unidos; por
    erigir un único mercado a través de la racional
    complementación de las economías sudamericanas; por
    defender los principios de no intervención y de libre
    determinación; por el desarrollo programado de la
    región, en contraste con las ideas de desarrollo
    espontáneo que propiciaba el establishment de Estado
    Unidos; por la estabilización de los precios de las
    materias primas para financiar la industrialización de los
    Estados del área; por la democratización de la
    comunidad internacional (criticará el privilegio del veto
    de las grandes potencias en Naciones Unidas);
    y por la especial atención que dedica al enfrentamiento
    Norte-Sur, en detrimento del Este-Oeste.

    El gobierno justicialista no ratificará la Carta de
    Bogotá (OEA), los Acuerdos de Bretton Woods (FMI-BM) y el
    tratado de La Habana (GATT).

      El gobierno argentino se oponía a toda
    idea de supranacionalidad y en consecuencia instruirá a
    sus representantes en Bogotá (1948) para que intenten
    reducir las atribuciones de la OEA. La entidad interamericana
    sólo debía detentar competencias
    jurídicas, excluyendo todo avance de carácter
    político o económico sobre las jurisdicciones
    latinoamericanas.

      El gobierno peronista percibe que el
    enfrentamiento de guerra
    fría, ideológico en su exterioridad, encubre una
    disputa de poder entre las dos superpotencias. Aprovechará
    los intersticios que ofrece el sistema intraimperial americano
    para formular sus inclinaciones autonomistas
    heterodoxas.

    Otro de los métodos
    que empleó la política exterior justicialista para
    difundir sus ideas fue la designación de agregados obreros
    "que formarán parte de la representación
    diplomática de la sede en que actúen…" (ley de servicio
    exterior N° 12951, B.O. 5/3/1947). Guiada por este plan de
    difusión doctrinaria fundará la asociación
    latinoamericana de trabajadores solidaridad
    (ATLAS), iniciativa de formación de un movimiento
    sindical, que escape por igual a las influencias de la ORIT
    (pro-norteamericana) y de la Federación Sindical Mundial
    (pro-soviética).

      El presidente Perón
    entendió que la manera apropiada de llevar a cabo una
    política relativamente autónoma en el contexto
    internacional, entonces vigente, era a través de una
    alianza con Brasil, Chile y demás países de
    Latinoamérica. La otra alternativa era abdicar de su
    antiguo y continuado rol de contradictor de Estados
    Unidos.

      El primer plan, unión con Brasil y Chile,
    fracasará por las dificultades internas del varguismo. La
    cerril oposición política que soportaba y la
    continuación de la política de desarrollo
    industrial con la colaboración de Estados Unidos,
    llevarán al presidente brasileño a desertar del
    plan comunitario que superara la tradicional rivalidad
    brasileño-argentina en Sudamérica. Vargas se
    verá asediado, cuando no jaqueado, en lo que a
    política de poder en la subregión se refiere, por
    el ejército (su estado mayor jugará un
    actuación decisiva en el desbaratamiento de la
    inteligencia Vargas-Perón); por la opositora UDN y por
    cierta prensa, quienes
    razonaban que una alianza con Argentina, en esa contingencia
    histórica, implicaba transigir con su liderazgo en
    Latinoamérica. En definitiva, la opción del
    varguismo por una política exterior "alineada" no
    sólo es resultado de las presiones de su frente interno
    sino (quizás) de la convicción de que los recursos
    financieros y el auxilio tecnológico requerido por Brasil
    sólo podían ser provistos por la
    administración con sede en Washington.

      El segundo plan se realiza a base de pactos
    bilaterales con países de discutible viabilidad individual
    como naciones, por sus recursos y
    dimensiones de mercado. Es el caso de Paraguay, Ecuador y
    Bolivia.

      En la década del 50’ comienzan las
    dificultades del peronismo. El
    desenlace de la guerra de Corea (que disipa la posibilidad de una
    Tercera Guerra Mundial)
    añadido a la retracción de la producción agropecuaria, la
    deserción brasileña apuntada y la escasez de
    combustibles, conducirán a la política exterior
    peronista a asumir una actitud
    transigente hacia Washington. Es aquí cuando declinan los
    ataques a Estados Unidos y se negocian convenios con importantes
    empresas de este país en consonancia con los planes de
    sustitución de importaciones.
    Sin perjuicio de ello, el gobierno argentino persevera en su plan
    comunitario latinoamericano para contrarrestar su desigual
    relación societaria con la potencia hemisférica y
    es durante este período (1953-55) cuando concierta los
    acuerdos de Unión Económica favorecido por el
    ascenso al poder de Ibañez, Velasco Ibarra y Paz
    Estenssoro, al que debe agregarse Getulio Vargas, que si bien no
    se integra no se opone. Perú y Uruguay a
    pesar de ser invitados a adherirse al Acta de Santiago desestiman
    la propuesta.

      Los planes de unión no tenían como
    objetivo "desalinearse" del bloque occidental, liderado por
    Estados Unidos. El ABC se proponía vincular en el cono sur
    americano (a través de Brasil, Argentina y Chile) el
    centro, el Atlántico y el Pacífico, con el fin de
    crear un bloque con una mayor cuota de autonomía en sus
    decisiones, que le permitiera negociar en mejores condiciones su
    participación en el hemisferio.

      Las relaciones que establece el gobierno
    argentino no son de gobierno a gobierno, sino que por intermedio
    de los agregados obreros se establecen vínculos con
    organizaciones
    sindicales de distintos Estados latinoamericanos. Estos
    serán los difusores de la "Tercera
    Posición".

    El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca
    (TIAR), y sus cláusulas que sirvieron de base para el
    Tratado de la OTAN, será ratificado por el Congreso
    argentino en junio de 1950. Perón, mientras tanto,
    mejoró notablemente las relaciones con Estados
    Unidos.

    En los años ´60, bajo la influencia de las
    políticas desarrollistas que se daban en la región
    se renovaron los intentos integracionistas. En la presidencia de
    Arturo Frondizi se concretó la experiencia de la
    Asociación Latinoamericana de Libre Comercio
    (ALALC) en 1960 (Tratado de Montevideo), sobre la base de
    recomendaciones de la Comisión Económica para
    América
    Latina, CEPAL.

    En 1980 se firmó el nuevo Tratado de Montevideo
    que estableció la Asociación Latinoamericana de
    Integración (ALADI), que
    eliminó las exigencias del programa de desgravación
    aunque fijó, sin plazo, la ambiciosa meta de un Mercado
    Común regional. Este acuerdo regional suscrito en
    Montevideo por Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile,
    Ecuador, México,
    Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela,
    tiene como propósito alcanzar un mercado común
    latinoamericano, a través de un proceso progresivo de
    "articulación y convergencia" de las iniciativas de
    integración subregionales.

    En l985 los gobiernos de Argentina y Brasil, los
    primeros libremente electos después de períodos con
    ausencia de democracia, enfrentaban la necesidad de reorientar
    sus economías, esto llevó a comprender que un
    proceso de reconversión y expansión tendría
    más ventajas si era encarado en forma conjunta.

    Sobre esta base a fines de l985 los Presidentes
    Raúl Alfonsín de Argentina y José Sarney de
    Brasil, ratifican la voluntad de encarar el futuro en conjunto y
    con ello crean el marco político para que se exploren
    caminos de acuerdo.

    Una idea central era que este acuerdo debía
    servir no para cerrarse sobre sí mismos, sino para dar
    mayores oportunidades para que las economías de los dos
    países y, en definitiva el conjunto, saliera a integrarse
    al mundo.

    Es así que en 1985 la Argentina y el Brasil
    suscribieron la Declaración de Foz de Iguazú, donde
    se sientan las bases para la futura
    integración.

    El 23 de agosto de 1989 los presidentes Carlos Menen de
    Argentina y José Sarney de Brasil se reunieron para
    considerar el informe de la
    Comisión de Ejecución del Programa de
    Integración entre los dos países, conforme a lo
    dispuesto en el Acta para Integración Argentino –
    Brasileña.

    El proceso de integración continuó con el
    Acta de Buenos Aires, del
    16 de julio de l990, suscrita por los presidentes, Carlos Menen y
    Fernando Collor de Mello, por el cual se establece un Mercado
    Común entre la República Argentina y la
    República Federativa de Brasil el que deberá
    encontrarse definitivamente conformado el 31 de diciembre de
    1994.

    Posteriormente, a fines de l990 se suscribieron y
    registraron en ALADI un Acuerdo
    de Complementación Económica en que se
    sistematizaron y profundizaron los acuerdos comerciales
    bilaterales preexistente, dotándose de esta manera de un
    instrumento que facilitara la concreción de avances
    definitivos en la materia.

    Ese mismo año, representantes de ambos
    países se reunieron con autoridades de Uruguay y Paraguay,
    quienes expresaron su disposición para incorporarse al
    proceso de integración que se estaba llevando adelante. Se
    convino entonces en suscribir un acuerdo para crear un mercado
    común entre estas cuatro naciones.

    Todo este proceso tuvo incidencia en la
    formulación del Tratado de Asunción, el cual fue
    firmado el 26 de marzo de 1991 por los Presidentes Carlos Menen,
    Fernando, Collor de Mello, Andrés Rodríguez y Luis
    Alberto Lacalle Herrera y Cancilleres de Argentina, Brasil,
    Paraguay y Uruguay Guido di Tella, Francisco Rezek, Alexis Frutos
    Vaesken, Héctor Gros Espiell. Suscribieron el Tratado de
    Asunción, para la "constitución de un Mercado Común"
    entre sus países. Se previó para ello la
    elaboración de un programa de liberación comercial,
    la coordinación de políticas macroeconómicas
    y la puesta en vigencia de un Arancel Externo Común,
    así como otras normas y
    disciplinas comerciales, que entrarían en vigor a partir
    del 1 de enero de 1995.

    Entretanto, la zona de libre comercio se
    perfeccionó de acuerdo al Programa de Liberación
    Comercial contenido en el Anexo I del Tratado, que fijó
    rebajas arancelarias progresivas, lineales y automáticas.
    Paralelamente se acordó la eliminación de todas las
    restricciones no arancelarias al 31 de diciembre de 1994. Las
    ventajas principales de la unión aduanera para los
    miembros serían: por un lado, aprovechar la
    eliminación de las trabas al comercio entre los
    países miembros a fin de aumentar los intercambios, al
    tiempo de permitir inversiones
    que atiendan un mercado más amplio. También pueden
    beneficiarse con el mayor peso que el conjunto tendría en
    las negociaciones con otros países o
    agrupaciones.

    La forma definitiva que adoptó el bloque
    surgió del Protocolo de Ouro
    Preto, acordados en diciembre de l994.

    El Mercosur, ha seguido una línea de apertura
    hacia otros bloques comerciales, prueba de ello fue la firma del
    Acuerdo marco de cooperación interregional, entre Mercosur
    y la Unión
    Europea, el 15 de diciembre de l995, en Madrid.

    En la X Reunión de Consejo del Mercado
    Común realizada en San Luis el 25 de junio de 1996 se
    firmó el Protocolo de
    Adhesión de Bolivia y Chile. Si bien estos dos
    países no son miembros plenos del Mercosur, una vez que
    concluya el proceso de transición acordado existirá
    una zona de libre comercio entre ambas partes. El proceso de
    transición que para la mayoría de los productos
    durará ocho años, se caracteriza por progresivas
    desgravaciones por ambas partes.

    La integración regional fue avanzando y lo que le
    da credibilidad a la ciudadanía, es que cada uno de los
    países miembros mantiene un régimen
    democrático y este se consolida con la
    integración.

    C.- Desafío
    Actual

    La principal explicación del poco éxito
    en Latinoamérica de esquemas integracionistas como ALALC y
    ALADI se encuentra en que los estímulos políticos
    que los inspiraron no fueron lo suficientemente fuertes como para
    vencer la oposición de intereses amparados por
    altísimas protecciones arancelarias.

    Pero pareciera ser que todo esto se modifica en las
    últimas décadas del siglo pasado cuando los
    países de Latinoamérica, uno tras otro, reducen sus
    barreras arancelarias frente al mundo. A partir de este momento
    progresan los intentos de integración económica en
    todo el continente, siendo el Mercosur el esquema más
    importante.

    Pero existen en el Mercosur importantes temas sin
    solucionar. En primer lugar persiste un problema institucional:
    el esquema no tiene una secretaría efectiva mientras que
    el sistema de solución de controversias es poco operativo.
    Esta debilidad institucional ha permitido que persistan
    crecientes violaciones a los compromisos de los gobiernos en lo
    que hace, tanto a la formación del arancel externo
    común, como a la eliminación de las restricciones
    aduaneras a los intercambios entre las partes. Estos problemas,
    además de afectar el comercio y las inversiones,
    debilitan la posibilidad de que el Mercosur negocie como un
    bloque o con otros países.

    Sumado a los problemas arriba detallados el hecho de que
    los miembros principales del Mercosur (Argentina – Brasil) no
    haya logrado estabilizar sus instituciones y sus economías
    constituye un golpe muy duro para el proceso integrador, esto
    reduce la posibilidad de que los gobiernos de los países
    miembros logren financiamiento
    en el exterior en condiciones favorables, tanto para la
    renovación de los vencimientos de la deuda externa
    como para cubrir nuevas necesidades.

    Finalmente se está produciendo otro perjuicio,
    esta vez en los mercados terceros
    debido a que algunos productos
    brasileños (en especial la soja)
    están siendo ofrecidas por los exportadores a precios
    más bajos debido a que la nueva relación cambiaria
    que los favorece.

    El éxito inicial del Mercosur mostró su
    gran potencialidad como generador de comercio. Pero para superar
    la presente coyuntura se impone, en primer lugar, que la
    economía del Brasil recupere su equilibrio. A
    partir de este punto, los países que lo integran
    deberían trabajar para completar la formación de
    una verdadera Unión Aduanera, dar a la Secretaría
    del esquema mayores responsabilidades, además de potenciar
    el sistema de solución de controversias. De esta manera
    será posible que el proceso de integración de
    Latinoamérica recupere su vigoroso
    crecimiento.

    Resumiendo en el escenario internacional los años
    noventa fueron portadores de la consolidación de la
    hegemonía militar norteamericana, con las "intervenciones
    humanitarias" convirtiéndose en la forma usual de su
    ejercicio y de justificación del respaldo de otros
    países, a lo que se agregaron distintas señales de
    una recuperación parcial de la hegemonía
    económica estadounidense al menos respecto de varios de
    los sectores más dinámicos del actual
    funcionamiento económico mundial, recuperación
    avalada por los casi 10 años de crecimiento sostenido que
    esa economía tuvo hasta hace unos pocos meses, aunque
    simultáneamente a lo anterior la "tríada" (USA,
    Japón y
    la Unión Europea) se ha seguido consolidando como eje de
    funcionamiento de la economía mundial y como elemento
    articulador en la regionalización de las relaciones
    económicas internacionales, y en tal sentido los
    años noventa trajeron consigo no sólo los primeros
    pasos en la creación del ALCA sino también etapas
    superiores en la integración europea y distintos avances
    en el bloque asiático, si bien éste último
    fue el que atravesó por mayores problemas como
    consecuencia de la crisis que
    estalló en 1997 en los países de esa
    región.

    Durante la década de los noventa, se mantuvo
    además a nivel mundial el predominio ideológico de
    las concepciones neoliberales y su papel rector no sólo en
    la definición de estrategias y
    políticas nacionales e internacionales en el terreno
    económico, sino también en la redefinición
    del conjunto de las relaciones sociales. En particular, durante
    esa década el credo neoliberal se plasmó con
    fuerza al
    nivel de las relaciones económicas entre los
    países, en cuyo desenvolvimiento dicho credo ganó
    presencia como criterio rector sobre todo respecto del capitalismo
    atrasado: en el ámbito de los flujos internacionales de
    capital, la
    norma fue otorgar las más absoluta libertad a los grandes
    capitales para desplazarse globalmente, sin restricción
    alguna respecto de su ingreso, permanencia o
    resultados.

    Sin embargo, también en los años noventa
    ese predominio global del neoliberalismo
    se vio crecientemente enfrentado a dos tipos de
    cuestionamientos.

    Por un lado, el desenvolvimiento de la realidad mundial
    fue echando por tierra las
    apologías del capitalismo que acompañaron a la
    caída del socialismo en
    Europa, y según las cuales de dicha caída se
    desprendía la próxima llegada de una era de
    superación de contradicciones y desaparición de
    desigualdades como resultado del triunfo e imposición
    universal y definitiva de la democracia liberal y del libre
    mercado (recuérdese el anunciado "fin de la historia"),
    postulándose además una relación directa
    entre las enormes posibilidades que efectivamente brinda el
    actual avance científico técnico para mejorar en
    todos los sentidos el
    desarrollo
    humano, y la concreción sin trabas de esas
    posibilidades. Así, la capacidad de los avances
    biotecnológicos para multiplicar la producción de
    alimentos, se
    anunciaba como el cercano fin del hambre en el mundo, pero las
    hambrunas siguen presentándose; a los avances en la
    automatización y la robótica,
    se les ubicaba multiplicando simultáneamente la
    disponibilidad de todo tipo de bienes y los
    tiempos dedicados al ocio por la menor necesidad de trabajo vivo,
    pero en vez de eso lo que se ha multiplicado es la carencia de
    posibilidades de consumo, el
    desempleo y el
    empleo precario; de la revolución
    en la informática y las telecomunicaciones se desprendía un
    escenario de poblaciones bien informadas y con acceso
    generalizado a las nuevas formas de comunicación, pero ello sólo es
    cierto para una pequeña parte, ubicada en su
    mayoría en los países más desarrollados; los
    avances en la generación de tecnologías menos
    contaminantes se asumían como una próxima
    detención o reversión del deterioro ambiental, pero
    dicho deterioro continúa acentuándose, etc. Por
    consiguiente, en el escenario de los años noventa lo que
    se impuso fue la acentuación de los llamados "problemas
    globales" y la agravación de las desigualdades y de la
    polarización económica y social, todo lo cual
    constituye un evidente rechazo de la propia realidad hacia los
    postulados y promesas del neoliberalismo.

    Por otro lado durante el período reciente se han
    ido multiplicando las acciones de
    oposición frontal al neoliberalismo, emprendidas por
    grupos de aquella inmensa parte de la población que bajo el modelo neoliberal se
    ve sometida a distintas formas de exclusión y de
    explotación exacerbada.

    Desde la presentación de la propuesta
    estadounidense y hasta la fecha, el proceso de creación
    del ALCA se ha constituido en un punto central de referencia para
    los gobiernos latinoamericanos y caribeños, a la vez que
    en instrumento de aplicación de los principios
    neoliberales, no sólo en las relaciones con los Estados
    Unidos sino en el conjunto de las relaciones económicas
    externas de nuestros países.

    Ya desde los primeros llamados a formar la "Zona
    Hemisférica de Libre Comercio", los principios de
    carácter ideológico se hicieron claramente
    presentes en la propuesta, si bien se trataba de principios
    aplicados ya no prioritariamente al terreno de la lucha contra el
    "comunismo", sino al terreno de la economía y a otros
    aspectos en que el gobierno de Estados Unidos definía el
    "deber ser" de nuestros países, como son los problemas
    ambientales, los derechos humanos
    y la lucha contra el narcotráfico.

    En un primer momento, luego de la "Iniciativa Bush" vino
    un periodo de estancamiento provocado por el conflicto en el
    Golfo Pérsico, por la recesión de comienzos de los
    años noventa en la economía norteamericana y por
    las dificultades que tuvo la administración Clinton para conseguir la
    aprobación del Congreso a la incorporación mexicana
    al TLCAN; en un
    segundo momento, luego de la "Cumbre de Miami" hubo un nuevo
    receso, empujado inicialmente por la derrota demócrata en
    las elecciones de noviembre de 1994 y mantenido después
    por las vicisitudes de la elección presidencial
    estadounidense de 1996. Recién después de esa
    elección se empezó a mencionar la posible
    reactivación de distintas iniciativas de libre comercio
    con Latinoamérica, que se habían "congelado" como
    resultado de la campaña electoral, pero aún desde
    ese entonces los avances en el ALCA han seguido siendo escasos,
    principalmente porque el ejecutivo de aquel país ha
    encontrado una permanente oposición del Congreso para que
    le sea renovada la autorización de negociación por la vía
    rápida, requisito éste que reiteradamente se ha
    considerado como indispensable para agilizar la
    conformación del área hemisférica de libre
    comercio, y que nada hace prever que pueda ser cubierto incluso
    por la nueva administración. Así, recién
    en marzo de 1998, durante la Segunda Cumbre de las
    Américas, y a ocho años del lanzamiento de la
    "Iniciativa Bush", se pusieron formalmente en marcha las
    negociaciones, acordándose que ellas deberán ser
    concluidas a más tardar durante el año
    2005.

    El punto de partida es que el neoliberalismo ha venido
    imponiendo en nuestros países un proyecto de
    rearticulación internacional de largo alcance, definido y
    aplicado como parte de una estrategia que incluye al
    funcionamiento económico interno, y que para las
    últimas dos décadas efectivamente han sido
    modificados los parámetros de inserción mundial, de
    relacionamiento externo con los países desarrollados (en
    particular con la economía estadounidense) y de
    vinculación entre los propios países de la
    región. Como parte de esa rearticulación, se han
    reducido al mínimo las mediaciones entre el escenario
    económico mundial y el comportamiento
    económico interno, multiplicando la capacidad de las
    relaciones externas para actuar como vehículo de
    internalización de las tendencias mundiales y de libre
    penetración del gran capital
    multinacional y, con ello, para cambiar el perfil estructural de
    las economías y para transformarse en elemento
    determinante del mayor o menor dinamismo económico
    nacional, adecuándose hacia esa dirección las políticas comercial,
    cambiaria, de tratamiento a la inversión
    extranjera, monetaria, crediticia, salarial, fiscal,
    etc.

    De lo que se trata, por consiguiente, es de introducir
    profundas modificaciones en la articulación internacional
    que el neoliberalismo ha impuesto en
    nuestros países, redefiniendo los principios y los
    objetivos que han guiado a esa articulación,
    poniéndola al servicio de
    intereses distintos a los del gran capital y desprendiendo de
    allí un conjunto de políticas que apunten en
    direcciones por completo diferentes a las que han predominado en
    las décadas recientes.

    Para avanzar en esa dirección, un primer
    requisito es imponer una lectura del
    escenario mundial e internacional, de la relación con los
    Estados Unidos y de las relaciones intraregionales, por completo
    diferente a la lectura
    neoliberal. En tal sentido, resulta imprescindible cuestionar y
    desechar la visión "armonicista" que, de manera no tanto
    ingenua como sí interesada, ha predominado en los análisis gubernamentales, sobre todo
    respecto a los significados de la globalización, a los rumbos futuros de la
    economía mundial y a los resultados previsibles de la
    mayor vinculación con los Estados Unidos.

    II. Consideraciones
    finales

    El gran reto de la comunidad latinoamericana es abrir
    caminos a la convivencia pacífica y al diálogo,
    entre las diferentes culturas que encierra en su seno, para
    lograr una síntesis
    superior.

    Como firme fundamento para la articulación de
    Estados y sociedades responsables de su propio futuro,
    propulsoras de los derechos y los deberes que entraña la
    pertenencia a una comunidad de pueblos que comparten lenguas y
    valores de
    libertad, igualdad, pluralismo, justicia,
    solidaridad y empeño de paz duradera.

    Este proyecto de integración latinoamericana,
    puede y debe servir para empezar a construir un futuro mas
    equitativo y mas justo, y así dejar de ser una
    utopía. No es legítimo hablar de
    integración, cuando grandes mayorías de americanos,
    las de los indígenas, los negros, los colectivos
    marginales, están privados de la riqueza y el bienestar
    económico, de la educación, la
    cultura, y la participación política activa. El
    respeto a los
    derechos
    humanos, tanto los civiles y políticos, como los
    económicos, sociales y culturales, deben constituir el
    fundamento ético y jurídico de un proceso real de
    integración política, económica y
    cultural.

    La gran riqueza y la potencia creadora de la comunidad
    latinoamericana, reside en su diversidad cultural, étnica
    y racial. Lo que une es articular garantías
    jurídicas y acciones sociales, destinadas a fortalecer
    esas cualidades, a fin de que participen de lleno en el proyecto
    común.

    Por lo tanto, toda integración supone y se
    fundamenta en un proyecto político. Pero los procesos, las
    formas y los contenidos de la integración política,
    no son fijos, invariables, precisos. Por el contrario, pueden
    escogerse los mas diversos caminos y encararse las mas distintas
    formas, con el contenido político adecuado a la realidad
    condicionante, y al objetivo deseable en un momento
    determinado.

    Así encarada, con esta necesaria latitud, es
    deseable avanzar en el camino de la integración
    política latinoamericana. En Latinoamérica, hay
    evidentes elementos de unidad y de comunión. La historia,
    las tradiciones, la conciencia colectiva, la proximidad de las
    dos lenguas dominantes, el español y
    el portugués, la idea del hombre, de sus
    derechos y deberes: son algunos de estos elementos. A los que se
    une el precedente de los procesos de integración
    económica y de su deseable y futura
    convergencia.

    El desafío para Latinoamérica es elaborar
    marcos teóricos y epistemológicos propiamente
    americanos, que contemplen su realidad y su historia con el
    objeto de reorientar las relaciones externas de
    Latinoamérica y el Caribe las cuales deberían
    apuntar principalmente a reducir los niveles extremos de
    dependencia y de vulnerabilidad que el neoliberalismo ha
    generado, creando las condiciones necesarias para un desarrollo
    económico más autosustentado, en el cual se
    recupere la capacidad nacional y regional de definir los rumbos
    del desarrollo económico y social y se redimensionen los
    papeles asignados, al capital extranjero y al ahorro
    externo, a la búsqueda de mercados
    internacionales y a la relación con los Estados Unidos y
    con los demás países desarrollados, creando
    condiciones que permitan procesar y readecuar los dictados y
    señales provenientes del exterior.

    Bibliografía

    Apuntes de clase de las cátedras:

    "Historia Institucional Argentina" a cargo de la
    Profesora Susana T. Ramella.

    "Ideas Políticas y Sociales Americanas" a cargo
    de la Profesora Florencia Ferreira de Cassone.

    "Relaciones Internacionales" a cargo del Profesor Mario
    Martin Pouget.

    "Derecho Internacional
    Público" a cargo del Profesor XX Serra.

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    Javier Alejandro Vitale Gutierrez

    Est. Avanzado de Lic. en Cs. Pol. y Adm.
    Pública

    Facultad de Ciencias Políticas y
    Sociales

    Universidad Nacional de Cuyo

    Mendoza

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