Trabajo de
Análisis
- El Imperio Romano
- La literatura latina del
‘Saeculum augusteum’ - Reseña histórica
de la literatura latina - ‘Quintvs Horativs
Flaccvs’ - Su Ars
Poética - El contenido de la
Epístola - Vigencia de las ideas
horacianas - Fuentes
consultadas
Para comprender mejor la
personalidad y la obra de Horacio deben conocerse el
contexto histórico y el ambiente
literario en que se educó. Cabe recordar algunos daros
relevantes sobre el Imperio.
Según la tradición romana, la ciudad de
Roma fue fundada
en el año 753 a.C. por los gemelos Rómulo y Remo a
las orillas del Tíber. Esta pequeña ciudad
floreció y se desarrolló hasta llegar a ser
considerada, durante la época previa a la
República, superior a sus vecinos; se hizo cada vez
más fuerte a medida que se apoderó de más
territorios. Ya en la República, alrededor del año
270 a.C., Roma dominaba
toda la península Itálica y proseguía su
expansión. Este imperio, que a partir del siglo I a.C.
sería gobernado por emperadores, creció y
absorbió ciudades y territorios que hoy en día
comprenden mas de 40 países; tenía unos 5000 Km. de
un extremo a otro.
Su sociedad
poseía un gran afán por la guerra y la
dominación de otros pueblos, que se contrastaba en gran
medida con el amor por la
vida rural. No cabe duda de que la conquista del imperio se
llevó a cabo, en su mayor parte, a la fuerza y en
ocasiones con la más extrema brutalidad. Pero
también poseían los ciudadanos romanos un
afán de cultura que
les llevó a estudiar en profundidad las obras de sus
antecesores de la civilización helénica.
Después de Sila (90 a.C.) y Pompeyo el Grande (75
a.C.-65 a.C.) subió al poder Julio
César. Comenzaba la época más gloriosa de
Roma, el
período clásico.
Cayo Julio César era miembro de una
de las familias más laureadas de Roma, los Julios, que se
decían descendientes de la misma Afrodita. Perseguido por
Sila, quien le obligó a divorciarse de su esposa Cornelia,
César huyó del dictador hasta que consiguió
el perdón. Después inició su carrera militar
en el Asia Menor hasta
que Sila falleció y regresó a Roma donde
inició su carrera senatorial. En el año 69 a.C. fue
nombrado cuestor de la Hispania Ulterior para regresar
años después a Roma donde inició su
enfrentamiento con Pompeyo. Durante la estancia de éste en
Oriente, Julio consiguió los nombramientos de edil,
pontifex maximus y pretor urbano, congraciándose con la
plebe y con el orden ecuestre al aliarse con Craso. En el
año 61 César era nombrado gobernador de la Hipania
Ulterior pero al año siguiente estaba de regreso en Roma.
Los tres personajes con mayor influencia en aquellos momentos
-Cesar, Pompeyo y Craso- decidieron unirse para formar el Primer
Triunvirato, consolidado con el matrimonio de
Julia, hija de César, con Pompeyo. Los triunviros se
repartieron las zonas de influencia: Craso recibió el
gobierno de los
países de Oriente, Pompeyo permanecía en Roma y
César asumía el mando militar de la Galia Cisalpina
y el proconsulado de la Narbonense. Desde ese momento se
enzarzó en una dura guerra contra
los galos que duraría ocho años, consiguiendo la
conquista de toda la Galia. Luchó contra los germanos en
las orillas del Rin y envió dos expediciones a Britania.
La muertes de Julia y Craso (54 y 53 a.C.) motivaron la
separación entre Pompeyo y César al desaparecer los
vínculos entre ambos. Cada uno deseaba imponerse debido a
su tendencia al poder personal lo que
provocaría una encarnizada guerra civil. Cuando en el
año 49 Julio acababa su mandato en la Galia, el Senado le
ordenó que retirara las legiones del territorio galo; esto
motivó que César atravesara el Rubicón y
marchara con sus tropas hacia Roma. Pompeyo se retiró a
los Balcanes para preparar la resistencia
mientras su lugarteniente en España era
derrotado. César y Pompeyo se enfrentaron en Farsalia (48
a.C.), viéndose obligado Pompeyo a huir a Egipto donde
fue asesinado por Ptolomeo XIV. César no fue muy
agradecido con quien mandó asesinar a su rival ya que
marchó a Egipto y le
arrebató el trono para entregárselo a Cleopatra,
con la que mantuvo una estrecha relación. Desde ese
momento se dedicó a poner fin a las resistencias
pompeyanas venciendo definitivamente en Tapso y Munda a los
partidarios de Pompeyo. En el año 45 a.C. se
convertía en el único dueño de la
situación y recibía el nombramiento de "dictator
perpetuus" al que había de añadir los
títulos de "imperator", "pontifex maximus" y "pater
patriae". César ejercía más bien como un
monarca, lo que motivó que las alarmas saltaran entre los
partidarios de la república. Sus enemigos se aliaron para
poner fin a su vida lo que ocurrió en marzo del año
44 a.C.; Bruto fue el brazo ejecutor. El heredero de su programa
reformista será su hijo adoptivo Octavio.
Al acceder al poder Augusto encontró a
Roma sumida en el más absoluto caos. Cuando
falleció, el Estado
había sido pacificado y organizado. Con esta frase pueden
resumirse los más de 50 años que Octavio
pasó al frente del gobierno romano,
iniciándose en estos momentos el período conocido
como Imperio. No en balde, posiblemente la obra
arquitectónica más importante que se levantó
durante su gobierno es el Ara Pacis (el Altar de la Paz) cuyos
espléndidos relieves aún hoy podemos contemplar en
las cercanías del Tíber.
Octavio Augusto nació el 24 de
septiembre del año 63 a.C. en el seno de una familia burguesa
procedente de Veletri, en el Lazio. Su padre se llamaba Cayo
Octavio y había sido durante un tiempo gobernador
de Macedonia. Su carrera política estuvo
determinada por su matrimonio con
Atia, una sobrina de César. Cuando Cayo Octavio iba
alcanzar el consulado, falleció (58 a.C.). De ese
matrimonio, posiblemente de conveniencia como todos entre los
miembros de la élite romana, habían nacido dos
hijos: Octavia y Cayo Octavio, conocido posteriormente como
Augusto. La muerte del
pater provocó que Turino -nombre de Augusto en estos
momentos gracias al éxito
alcanzado por su padre en una campaña en la zona de Turio-
quedara bajo la tutela de Lucio Marcio Filipo, segundo esposo de
su madre, quien impuso una férrea disciplina a
la
educación del joven. Pero el personaje con más
ascendente en la política romana de
esos años no tardó en granjearse la amistad del
joven.
En el año 45 a.C. Julio
César adopta a Octavio quien, desde ese momento, se
llamará Cayo Julio César Octaviano. Ese mismo
año acompañó al dictador a las
campañas militares en España,
donde tomó un claro partido durante la guerra civil.
Octaviano fue enviado al Épiro por César para
detener a los partos. En este lugar recibió la noticia que
provocaría su abierta participación en
política: el asesinato de su padre adoptivo (15 de marzo
del año 44 a.C.). Ante el dramático panorama que se
ceñía sobre Roma, Antonio, como lugarteniente de
César, se hizo cargo de la situación. Con cierto
apoyo del Senado, la alianza de Lépido -que controlaba la
caballería- y buena parte de la plebe, Antonio
consiguió controlar parcialmente los resortes del poder.
Pero Octaviano decidió regresar a Roma para recibir la
herencia del
dictador y convertirse en su vengador. En las cercanías de
Bolonia se estableció el Segundo Triunvirato entre
Octavio, Lépido y Antonio. Su objetivo era
el restablecimiento de la autoridad
estatal, iniciándose un período de
persecución contra los republicanos. Numerosos senadores y
caballeros fueron condenados a muerte sin
juicio previo; los supervivientes tuvieron que huir o esconderse.
La guerra civil era inminente pero Octaviano había jurado
solemnemente vengar a los asesinos de su padre y ahora se le
proporcionaba la ansiada oportunidad. De todos modos, los
italianos estaban hartos de guerra, por lo que se impuso la paz.
Mecenas y Polión, representando a Octavio y Antonio
respectivamente, firmaron un tratado en el que se
repartían el mundo conocido: Octavio recibía la
zona occidental, Antonio la oriental y Lépido se
debía de contentar con África. El pacto de Brindisi
se refrendaba con el matrimonio entre Antonio y la hermana de
Octavio, Octavia.
La victoria sonreía a Octavio y el grano
volvía a fluir en Roma. Paulatinamente, la estrella de
Octavio inicia un vertiginoso ascenso apoyado por su
política de reparto de tierras entre los soldados
licenciados (ahora fuera de Italia para
evitar tensiones con los campesinos) y su importante programa de obras
públicas en Roma, diseñado por Agripa y en el que
encontramos la construcción de acueductos, fuentes y el
saneamiento de la Cloaca Máxima. Italia entera le
prestaba juramento y le reclamaba como jefe, según reza en
su testamento. El año 33 a.C. finalizaba el triunvirato y
los dos cónsules elegidos eran partidarios de Antonio.
Octavio no se dejó amilanar y, acompañado de una
escolta armada, entró en la sala de reuniones y
expulsó a los cónsules, nombrando a otros de
probada fidelidad. Los cónsules expulsados y más de
300 senadores se dirigieron a Antonio para solicitar su apoyo
ante el acto de agravio provocado por Octavio, ahora más
asentado todavía en el poder. Cuando finalizaba el
año 32 a.C. Octavio declaraba la guerra a Cleopatra. Esta
maniobra suponía el enfrentamiento con Antonio, que se
produjo al año siguiente. La victoria conseguida sobre
Antonio en Accio (2 de septiembre de 31 a.C) permitirá a
Octavio hacerse con el poder definitivo en Roma. Antonio
siguió a su amada Cleopatra a Egipto mientras Octavio
desembarcaba en Grecia para
poner paz en la zona, regresando de nuevo a Italia para sofocar
una revuelta. Al año siguiente se dirigió a
Asia para
cortar los lazos que aún podía mantener Antonio. En
agosto del año 29 a.C. llegó triunfante al
país del Nilo. Tomada Alejandría, Octavio
sólo pudo ver el cadáver de su enemigo ya que
Antonio se suicidó al llegar a sus oídos la falsa
noticia del suicidio de
Cleopatra. La reina de la singular nariz no aguantó las
amenazas de Octavio -quería que paseara su belleza por
Roma como miembro de su cortejo triunfal- y puso fin a su vida.
El rastro de sangre no
acabó aquí ya que Cesarión y el hijo mayor
de Antonio y Fulvia fueron asesinados, mientras que los hijos
nacidos de la relación con Cleopatra fueron enviados a su
viuda, Octavia.
Tras la restauración de la paz, Octavio entrega
el poder al Pueblo y el Senado romanos, planteándose la
retirada de la vida política. Este acto formaba parte de
una estrategia
premeditada pero los senadores no podían renunciar al
abandono del artífice de la creación del nuevo
Imperio. Por eso, el 16 de enero de 27 a.C. recibe del Senado el
nombre de "Augustus", una nueva denominación oficial que
recogía la grandeza de sus actos. Incluso se propuso
llamarle Rómulo, como el fundador de la ciudad, pero sus
amigos le advirtieron del peligro de denominarse como un rey. Y
es que precisamente Augusto no quería repetir los errores
de su padre adoptivo y presentarse ante la opinión
pública como un dictador o un monarca. El nombre de
Augusto tenía buenos augurios ya que se designaba
así a aquellos lugares consagrados que habían sido
elegidos por los augures. Desde ese momento empezaba una nueva
época en la que Augusto concentraba en sus manos la
autoridad pero
conservando la apariencia de la libertad
republicana. Como procónsul y cónsul tenía a
su cargo la política exterior y la
administración estatal, la autoridad sobre los
demás magistrados y la convocatoria del Senado donde
había alcanzado el título de "princeps senatus", la
figura de mayor jerarquía en la institución. Su
autonombramiento como "imperator" le situaba como jefe supremo de
las legiones. Sin embargo, la tradicional constitución romana no fue suprimida ni
transformada por lo que su "dictadura"
estaba cargada de legalidad. Este período se denomina el
principado de Augusto. Octavio se rodeó de un
pequeño grupo de
colaboradores que ejercían la función de
gabinete ministerial. Su labor será crucial para el
desarrollo que
se vivirá en este momento. Agripa será el
organizador y promotor de las reformas urbanísticas que se
realizaron en Roma. Mecenas despuntará como promotor
cultural y excelente financiero mientras que entre los generales
pronto empezó a despuntar Tiberio, hijastro de Octavio.
También escogió a veinte senadores entre los
aristócratas para formar una especie de Consejo Asesor y
evitar de esta manera la repulsa de la élite social
romana. Una de sus primeras medidas de gobierno será la
devolución al Senado de la gestión
de las provincias que formaban el Imperio, excepto Hispania,
Galia y Siria que quedaban bajo su jurisdicción. Las
continuas sublevaciones que se producían en estos
territorios serían la justificación por las que
mantuvo estas provincias bajo su mando. El año 20 a.C. el
rey parto Fraates
entregaba las insignias conquistadas a las tropas de Craso, lo
que suponía una especie de tratado de paz al tiempo que se
instalaban dos reyes vasallos en las fronteras de Asia para
asegurarse los envites partos, estableciendo la frontera
común en el Éufrates. La zona de Judea se
convertiría en provincia (año 6 d.C.) tras la muerte de
Herodes. En la Galia, la ciudad de Lugdunum fue designada como la
capital
federal una vez pacificadas las regiones de la Cisalpina y la
Narbonense. En este ámbito de conflicto en
las provincias se produjo su llegada a tierras hispanas para
sofocar las revueltas cántabras, fundando Cesar Augusta,
la actual Zaragoza, y Emérita Augusta, la actual
Mérida. En el año 24 a.C. regresa Octavio a Roma
debido a un agravamiento de su enfermedad. Los opositores
aprovechan su oportunidad para mover sus piezas aunque algunos no
tengan muchas opciones como el cónsul Terencio
Varrón, condenado a muerte por
traición. Augusto deja temporalmente el poder en manos de
Agripa y el cónsul Calpurnio Pisón, el padre de los
‘ilustres Pisones’ a quienes Horacio dedica su Ars
Poetica. Su muerte parecía inminente, pero de manera
milagrosa sobrevive gracias a la receta de un médico
griego. Este año 23 a.C. realiza una nueva reforma
administrativa al renunciar a su nombramiento anual como
cónsul para ocupar el tribunado con el que
conseguía el derecho de veto sobre los demás
magistrados.
La vida personal de
Octavio tampoco está exenta de ajetreo. Su salud fue siempre muy
frágil, estando afectado de eccema, colitis y bronquitis,
enfermedades que
se fueron enconando con el tiempo para convertirse en
crónicas y motivar que siempre tuviera que ir
acompañado de un médico, al tiempo que
sentía pánico por las corrientes de aire. Apenas
bebía y comía frugalmente; era muy austero en sus
costumbres. Vivía en una pequeña habitación
del palacio de Hortensio en la que no existían lujos. En
sus matrimonios tampoco fue muy dichoso. Como muestra del buen
entendimiento entre Octavio y Antonio se le impuso el matrimonio
con Claudia, la hijastra de su aliado, aunque el enlace no se
llegó a consumar. En el año 40 a.C. se casa con
Escribonia, viuda ya en dos ocasiones, madre de Julia, su hija
favorita a pesar de ser considerada la "viuda alegre" de Roma.
Pronto se divorció para volver a contraer matrimonio con
Livia Drusila. Livia estaba felizmente casada con Tiberio Claudio
Nerón; de este matrimonio nacieron dos hijos: Druso y
Tiberio. Pero Octavio se enamoró de ella -a pesar de estar
embarazada de cinco meses- y convenció a su esposo para
que se divorciara. Tampoco hubo descendencia para Octavio de esta
relación. Los últimos años de la vida de
Octavio estarán determinados por la búsqueda de un
sucesor. Los herederos con mayores posibilidades eran sus nietos
Gayo y Lucio César, hijos de Julia y Agripa. Pero estos
jóvenes fallecen entre el año 2 y 4 de nuestra era.
Octavio no tiene más remedio que delegar su
sucesión en su hijo adoptivo Tiberio. Para evitar que
la familia
Julia se alejara del poder, obligó a Tiberio a adoptar a
Germánico, nieto de Octavia por su madre.
Durante el gobierno de Augusto Roma vivió
un extraordinario florecimiento cultural, artístico y
literario. Uno de sus principales promotores será Mecenas
-no en balde, con este nombre se designan a los personajes que
favorecen el desarrollo
artístico- quien supo atraerse la amistad de los
poetas Virgilio, Horacio, que es quien nos compete, o
Quintilio, entre otros. También es de destacar la fiebre
arquitectónica que se vivió en Roma, con la
restauración y la edificación de un amplio
número de templos, basílicas, pórticos, un
nuevo foro -Forum
Augusti- para la capital
imperial o el famoso teatro Marcelo
que todavía hoy se contempla. El envejecimiento
acentuó el mal carácter
de Augusto, que veía como las gripes y la colitis se
hacían sus inseparables compañeras. Se
volvió más suspicaz e incluso aumentó su
crueldad: veía por todos sitios inexistentes complots.
Precisamente para salvaguardarse de ellos creó la guardia
pretoriana. Sus reformas de las costumbres no habían
surtido efecto como se puso de manifiesto con la inmoral actitud de su
nieta, también llamada Julia. Tuvo que confinarla, lo que
afectó tremendamente a su delicada salud. No resistió
mucho más y falleció en las cercanías de
Nola, en la Campania, el 15 de marzo del año 14, a los 77
años de edad, después de una bronquitis. Su
cadáver fue portado por toda Roma a hombros de los
senadores y fue quemado en el Campo de Marte. Tras su muerte, el
pueblo lo divinizaría.
- La literatura
latina del ‘saeculum augusteum’
La consideración de determinados aspectos
culturales, fundamentalmente en el terreno literario, que
obedecían a un especial clasicismo, ha logrado que la
época de Augusto haya merecido particular atención por parte de los historiadores. No
puede negarse la influencia que tuvieron ciertas realizaciones
culturales del siglo de Augusto en la formación de la
‘herencia de la
Antigüedad’ en la cultura
occidental y cristiana. Es indudable que el último
régimen, con el
Príncipe en persona a la
cabeza, intentó encuadrar las realizaciones culturales de
su época en un concreto y
coherente programa ideológico, en el que ocupaba un
papel
importante la propaganda
institucional y dinástica. Dicho programa se basaba en una
concepción unitaria de la cultura, de sus manifestaciones
artísticas y ético-religiosas, con lo que
ponía un freno a ciertas tendencias propias del Helenismo
que promulgaban ‘el arte por el
arte’.
La apelación a los modelos
clásicos helenos sirvieron para primar en las
realizaciones artísticas inspiradas por Augusto un cierto
realismo y
oposición a corrientes irracionales que se hallaban en
auge. El éxito
de dicho programa puede deberse a que se basó en un
conjunto de ideas y aspiraciones compartidas por importantes
sectores de los grupos dirigentes
e intelectuales de la sociedad romana.
La influencia cultural pudo ejercerse desde el poder en buena
parte sin necesidad de recurrir a censuras, y dejando
considerable margen de libertad a los
artistas. Por otro lado, el Gobierno, el
Príncipe y sus colaboradores, pudieron contar con
inmensos recursos
económicos para llevar a la práctica su programa
cultural. También es cierto que ese programa abrió
aún más la brecha existente entre la cultura de los
grupos
dirigentes y la de las masas populares. El clasicismo
augústeo fue, en suma, cortesano y elitista; y ello, en
último término, limitaría en algo su
vigencia.
Es evidente que Augusto deseaba una literatura comprometida con
la obra política del nuevo régimen. Para ello
contaba con medios
económicos y sociales muy poderosos. Desde siempre, la
literatura latina había estado
teñida con un carácter
netamente aristocrático, de élite; sobre todo la
poesía
había surgido en cenáculos, en círculos
literarios en torno a las
grandes casas de la nobilitas. La tradición era fuerte, y
Augusto supo aprovecharla. Un colaborador suyo, de gran riqueza y
amante de la voluptuosidad y el lujo, que ya ha sido nombrado, el
aretino Mecenas, supo reunir a su alrededor un importante plantel
de literatos –con mayoría de poetas- protegidos por
él: Horacio, Virgilio, Propercio, Domicio Marso, C.
Meliso de Spoleto, Plotio Tucca, Quintilio Varo, Valgio Rufo…
Pero en una sociedad aristocrática como la romana, el
Príncipe no era el único en poder y querer contar
con tales círculos literarios. Otras grandes casas de la
antigua nobleza también fueron capaces de continuar la
tradición de la literatura elitista y protegida. Algunos
de estos cenáculos incluso se formaron en torno a
personajes en cierto modo contrarios al nuevo régimen:
tales son los casos de Mesala Corvino, y, sobre todo, del viejo
cesariano Asinio Polión. Al círculo del primero
pertenecieron Tíbulo y el joven Ovidio; al del segundo, un
historiador crítico del imperialismo
romano: Timágenes de Alejandría.
Ciertamente que la época de Augusto
representó uno de los momentos más brillantes de la
larga historia de la
literatura latina.
Antes de adentrarnos en el análisis de Horacio y su obra
convendría repasar brevemente sus antecedentes
literarios.
A diferencia de parte de la griega, toda la literatura
romana es de autoría personal. En la historia de la literatura
latina pueden distinguirse tres períodos: El primitivo, o
arcaico (250 a.C. a 100 a.C.); el clásico (100 a.C. a 14
d.C.); y la Edad de Plata, o la decadencia (14 d.C. a 476
d.C.).
El período primitivo coincide con el
momento en que Roma se pone en contacto con Grecia y la
toma por modelo; es un
etapa de iniciación e imitación de las grandes
obras homéricas. Roma se convierte en la heredera directa
y difusora fervorosa de Grecia y su civilización. Da
origen a uno de los rasgos más notables de las letras
romanas: su carácter culto y minoritario, ya que los
escritores, deslumbrados por el brillo del arte griego, olvidan
los gustos del pueblo romano para imitar los refinados productos de
aquél. No obstante, ya desde los comienzos la literatura
latina se distingue de la griega por una tendencia hacia los
géneros didácticos –moral,
oratoria,
historia, ciencia– como
corresponde a un pueblo eminentemente práctico, que puso
lo útil por encima de lo bello, y por un lenguaje
sobrio y austero, que contrasta con la graciosa elegancia del
helénico. El origen campesino y militar de Roma no
dejó de influir en su literatura.
Fue a mediados del siglo III a.C. cuando, a consecuencia
de la primera guerra púnica, que facilitó la
conquista de Sicilia, Roma trabó una estrecha
relación con la cultura
griega. Con ello comienza la Edad arcaica. La aristocracia
romana recibió con los brazos abiertos el mundo cultural
recién descubierto, y pronto comenzó a imitar la
epopeya, y sobre todo el teatro
griego.
En el siglo III Livio Andrónico introduce el
influjo helenístico con una primera traducción de
la Odisea;
Nevio compone la Guerra Púnica, primer gran poema
nacional; Quinto Esenio incursiona en la épica con Anales.
En el siglo II también Ennio escribe unos Anales en verso.
En cuanto al teatro, en esta primera etapa se distinguen Plauto
(la Aulularia, Menaechmi, Miles Gloriosus, Captivi, etc.) y
Terencio (Andria, Heautontimorumenos, Formio, Adelphi,
etc.).
Aunque el influjo de la cultura griega
se iba haciendo cada vez más potente, no faltó
quien se opusiese a ella en nombre de las viejas tradiciones
romanas. En este sentido fue Catón el Viejo quien con
mayor energía defendió la austeridad de Roma frente
a la ociosidad y la blandura. Escribió, en una prosa seca
y desprovista de galas, una historia del pueblo romano,
Orígenes, y De Agricultura, y
se distinguió como orador vigoroso.
Terminada la Edad arcaica –siglos III y II-,
la literatura latina entra en su Edad de oro, que abarca
en términos generales el siglo I a.C. De los dos
períodos en que suele dividirse, el primero, o
época de Cicerón, abarca un período de
luchas civiles, en el que los intereses personales se anteponen a
los del estado, y en
el que se dejan de lado los viejos ideales de la austeridad y el
patriotismo. Esta agitación política explica el
auge de la oratoria y el
carácter de la producción de Cicerón, figura
capital de estos años.
Marco Tulio Cicerón se dio pronto a conocer como
orador y fue en este campo donde alcanzó mayores triunfos.
Sus Catilinarias obtuvieron un gran éxito, así como
también las Filípicas. También
escribió una serie de tratados en
prosa, entre los que figuran varios libros de
retórica –El Orador, por ejemplo- y de temas
filosóficos y morales –Sobre la naturaleza de los
dioses, Los deberes, La amistad, etc.-. El secreto del
‘estilo ciceroniano’ reside en la prosa perfecta,
rotunda y llena de sonoridad, en la que las frases se suceden con
elegante y pausado ritmo.
Entre los historiadores de la época de
Cicerón ocupa un lugar destacado el propio Julio
César, que demostró siempre un gran interés
por las cuestiones literarias. Fruto de ello fueron los
Comentarios sobre la guerra de las Galias y los Comentarios sobre
la guerra civil. También cultivaron la historia en este
período Salustio, con la Conjuración de Catilina y
la Guerra de Yugurta, y Cornelio Nepote, autor de unos biografías de Varones
ilustres.
Durante la época de Cicerón, la poesía
latina evoluciona, al tomar como modelo a los
refinados líricos de la época alejandrina y
abandonar su primitiva sencillez. Un ejemplo clarísimo de
esto son los poemas de
Catulo, donde, con estilo culto y artificioso, pero lleno de
emoción, el yo lírico habla de su amor hacia
Lesbia.
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Completamente apartado de la delicadeza y la gracia de
Catulo se halla el estilo –a veces árido, a veces
entusiasta- de Lucrecio, quien en su extenso poema De la Naturaleza, trata
de dar una explicación científica del mundo. Su
teoría
atomista refleja un gran pesimismo y responde a la inquietud e
incredulidad de la época.
A continuación, con el reinado de Augusto,
la literatura latina se introduce de lleno en la Edad de
oro propiamente dicha y llega a su momento cumbre. Aunque
desapareciese la oratoria, al no ser posible la discusión
política, una serie de grandes escritores, entre ellos
Horacio, llevaron la poesía a su suprema perfección
y clasicismo, guiados, por supuesto, por los modelos de la
antigua Grecia.
Además de Horacio, que se tratará luego
con mayor profundidad, en la Edad de Oro se destacan Virgilio,
Ovidio y Tito Livio. Publio Virgilio Marón, hijo de
campesinos acomodados, comenzó su producción con las Bucólicas, diez
églogas op diálogos pastoriles, en las que,
imitando a Teócrito, lleva a cabo una bella
idealización de la vida campestre. A estas breves
composiciones, donde con dulces y emocionados versos describe la
naturaleza como un agradable refugio de paz y sosiego,
siguió más tarde el extenso poema didáctico
titulado Geórgicas. En sus cuatro partes, relativas a la
agricultura,
los árboles
frutales, los rebaños y las abejas, Virgilio habla
nuevamente del campo, pero con una intención distinta:
muestra
cómo en la paz de la naturaleza el hombre se
dignifica con el doloroso esfuerzo del trabajo, coincidiendo con
el proyecto de
Augusto de impulsar las tareas agrícolas. Desde el punto
de vista literario, el mérito de las Bucólicas y
las Geórgicas, o sea del aspecto lírico de su
producción, se halla en la pureza y perfección del
estilo, y todavía más en la exquisita delicadeza de
sus descripciones del campo, llenas de melancólica
ternura. Virgilio se presenta como uno de los poetas que mejor ha
sabido expresar su emoción ante el bello
espectáculo de la naturaleza. La Eneida, poema
épico inspirado en Homero, tiene un
carácter absolutamente distinto. En ella intenta
glorificar a Augusto, presentándolo como descendiente del
héroe troyano que da nombre a la obra. De forma perfecta,
La Eneida ha sido considerada como el poema nacional romano; en
el fondo viene a ser un monumento elevado a la grandeza de Roma y
de sus ideales civiles y religiosos. Religiosidad y patriotismo
son, en efecto, sus dos elementos principales.
La producción de Publio Ovidio Nasón
ofrece gran contraste con la de Virgilio y Horacio. Se aparta de
su sencillez para caer el un estilo más lujoso y brillante
que anuncia el de la época siguiente. Los temas
también son distintos, ya que la preocupación
moral y
patriótica se sustituye por otras de carácter
más mundano. No obstante, su obra refleja una gran
imaginación y una extraordinaria habilidad narrativa.
Así lo vemos en las Metamorfosis, extensa colección
de relatos donde con un lenguaje lleno
de color y bellas
metáforas nos describe las transformaciones de diversos
personajes mitológicos. Desterrado por Augusto a orillas
del Mar Negro –tal vez a causa de la inmoralidad de su
conducta– Ovidio
escribió varios poemas
elegíacos –Tristes, Pónticas- expresando su
nostalgia y solicitando, sin éxito, el perdón del
Emperador.
Tito Livio escribió una extensa historia, que
posteriormente se denominó Décadas, con el mismo
propósito que motivó a Virgilio a escribir La
Eneida, es decir, la exaltación del pasado de Roma y el
elogio de sus viejas virtudes: energía, tenacidad,
respeto a las
tradiciones… Por eso no se preocupó de comprobar los
acontecimientos que relataba, y sólo se esforzó en
presentar los hechos gloriosos de los héroes como ejemplo
para sus contemporáneos. Su obra, de la que sólo se
conserva la cuarta parte, no tiene pues interés
científico, pero sí alcanza valor
literario gracias a su estilo amplio y solemne, y a los discursos que
intercala en la narración poniéndolos, como
Tucídides, en boca de los personajes. Tito Livio es
considerado uno de los grandes prosistas de la literatura
latina.
El esplendor económico, político y
literario alcanzado en la época de Augusto desaparece a la
muerte de éste, para dar paso a un período de
malestar y agitación: el conocido por Edad de
Plata, que abarca todo el siglo I d.C. Varias causas
contribuyen a ello: el gobierno de los emperadores, la corrupción
de las costumbres, el desprestigio de la autoridad… La
literatura pierde la serena perfección y la sencillez
clásica de la Edad de Oro y se hace inquieta, complicada y
difícil. En cuanto a l trasfondo de las obras, el abandono
de las virtudes romanas y la inmoralidad de las costumbres se
convierten en el tema favorito de los escritores, que
reaccionarán con despreocupadas burlas, indignadas
sátiras o serenos consejos morales. Es de mencionar que la
literatura latina ofrezca en esta época numerosas figuras
nacidas en España. Los autores más destacados son:
Séneca, Petronio, Quintiliano, Fedro, Lucano, Marcial,
Juvenal y Tácito. A la Edad de Plata le sigue la
Época de decadencia, que se extiende desde el siglo
II hasta el V, momento en que se derrumba el Imperio. Al siglo II
corresponden Suetonio y Apuleyo.
Quintvs Horativs
Flaccvs
(65 a.C.- 8 d.C.)
Quinto Horacio Flaco nació en diciembre del
año 65 a.C., hijo de un liberto, en Venusia (hoy Venosa
Apulia, Italia). Pasó sus primeros años en el
campo, donde aprendió la poesía campesina.
Estudió en Roma, en la escuela de
Orbilio. Allí conoció la literatura de poetas
arcaicos como Livio Andrónico y también a los
poetas de Grecia. En griego escribió sus primeros
versos.
Su padre quiso que refinase su cultura, como los
jóvenes de ilustres familias atenienses. Por ello,
subsidió a Horacio para que continuara sus estudios en
Atenas. Allí, estudió a los maestros de
filosofía griega y poesía en la Academia. La
Academia, originaria de la antigua Grecia, era un jardín
público de las afueras de Atenas; fue fundada hacia el
año 387 a.C. por Platón. En
estos jardines Platón
había instruido a sus seguidores.
Horacio fue nombrado tribuno militar por Marco Junio
Bruto, asesino de Julio César. Luchó en el lado del
ejército republicano que cayó derrotado por Marco
Antonio y Octavio en Filipos. Gracias a la amnistía
general volvió a Roma y rechazó el cargo de
secretario personal de Augusto para dedicarse a escribir
poesía. Cuando el poeta laureado Virgilio conoció
sus poemas, hacia el año 38 a.C., le presentó al
estadista Cayo Mecenas, un patrocinador de las artes y amigo de
Octavio, que le introdujo en los círculos literarios y
políticos de Roma, y en 33 a.C. le entregó una
propiedad en
las colinas de Sabina donde se retiró a escribir y
pensar.
Fue uno de los mayores poetas de Roma junto con
Virgilio, y escribió obras de cuatro tipos:
sátiras, épodos, odas y epístolas. Sus
Sátiras abordan cuestiones éticas como el
poder destructor de la ambición, la estupidez de los
extremismos y la codicia por la riqueza o la posición
social. El Libro I (35 a.C.) y el Libro II (30
a.C.) de las Sátiras, ambos escritos en
hexámetros, eran una imitación del satírico
Lucilio. Las diez sátiras del Libro I y las ocho
del Libro II están atemperadas por la tolerancia.
Aunque los Épodos aparecieron también el 30
a.C., se escribieron con anterioridad, ya que reclaman con
pasión el fin de la guerra civil, que terminó con
la victoria de Octavio sobre Antonio en Actium en el año
31 a.C., y critican mordazmente los abusos sociales. Los 17
poemas cortos en dísticos yámbicos de los
Épodos constituyen adaptaciones del estilo
lírico griego creado por el poeta Arquiloco. La
poesía más importante de Horacio se encuentra en
las Odas, Libros I, II y
III (23 a.C.), adaptadas –y algunas, imitaciones
directas- de los poetas Anacreonte, Alceo y Safo. En ellas pone
de manifiesto su herencia de la poesía lírica
griega y predica la paz, el patriotismo, el amor, la
amistad, el vino, los placeres del campo y la sencillez. Estas
obras no eran totalmente políticas
y de hecho incorporan bastante mitología
griega y romana. Se nota la influencia de Píndaro y
son famosas por su ritmo, ironía y refinamiento. Fueron
muy imitadas por poetas renacentistas europeos. Hacia el
año 20 a.C. Horacio publicó el Libro I de sus
Epístolas, veinte cartas cortas
personales en versos hexámetros en las que expone sus
observaciones sobre la sociedad, la literatura y la
filosofía con su lógica
del "punto medio", a favor de doctrinas como el
epicureísmo, pero siempre abogando por la
moderación, incluso en lo referente a la virtud. Para
entonces su reputación era tal que, a la muerte de su
amigo Virgilio el año 19 a.C., le sucedió como
poeta laureado. Dos años después volvió a
escribir poesía lírica cuando Augusto le
encargó el himno Carmen saeculare para los juegos
seculares de Roma. Las fechas de sus últimas obras, las
Epístolas, Libro II;
las Odas, Libro IV;
y la Epístola a los Pisones, más conocida como
Ars Poetica, son inciertas. Las dos cartas que
aparecen en el Libro II son discusiones literarias. Ars
Poetica, su obra más larga, ensalza a los maestros
griegos, explica la dificultad y seriedad del arte de la
poesía y proporciona consejos técnicos a los poetas
aspirantes. Horacio murió en Roma el 27 de noviembre del
año 8 a.C.
Las mismas epístolas literarias del segundo libro
se ligan en parte a la defensa de la propia poesía que
había en las Sátiras. Pero si la materia es
semejante, es más íntimo, más profundo,
más maduro el espíritu y el estilo de Ars Poetica.
Ésta es un texto
didáctico compuesto por máximas acerca de
cómo se debe escribir y qué debe evitarse en la
literatura, especialmente en la Poesía. En su Ars Poetica
Horacio domina como señor de la experiencia la vida moral
y el arte, no sólo con el estilo discursivo, lleno de
gracia y finura, sino también con la sabiduría
urbana de agudo moralista. Habla con más seguridad del
arte y menor acritud hacia los poetas del pasado.
Ars Poetica está dirigida a los
‘Pisones’, hijos de Pisón, que era un
cónsul del Imperio. Pertenecían a una de las
familias más poderosas de Roma, y se decían
descendientes de Numa Pompilius, un rey mítico y
semi-legendario que habría existido antes del
Imperio.
En Ars Poetica Horacio determina sus conceptos acerca de
la literatura, que son los del clasicismo más acendrado y
más fino. La epístola es un don de sabiduría
madura de un hombre que se
estudió mucho a sí mismo y a los demás, y
que ha meditado mucho sobre lo que debiera ser el
arte.
Horacio renueva y enriquece la visión sobre la
creación artística que en el siglo V a.C. Aristóteles dejara precisada en su
Poética. El tono sufre una variación, pues,
mientras Aristóteles realiza un registro
–al que agrega comentarios y opiniones- de sus
observaciones y de lo que grandes poetas habían mostrado,
Horacio se presenta como un artista con conocimiento y
experiencia suficiente que le confieren autoridad para aconsejar,
criticar, elogiar y rechazar sin realizar investigaciones.
El texto cuenta
con treinta apartados conectados por el tema común al que
se refiere y por los vocativos utilizados, propios del soporte
textual elegido, con los que Horacio recaptura permanentemente la
atención del lector y amengua la distancia
enunciativa:
"… Nobles, Pisones…" "¡Oh ilustre Pisón
y vosotros, hijos dignos de tal padre…" "Caro Pisón
…"
Estos destinatarios reales son el puente y la excusa
para exponer su concepción artística.
Valiéndose de comparaciones ("Así como los
árboles
mudan la hoja al morir el año… así también
perecen con el tiempo las palabras antiguas…" VII),
anécdotas ("Un estatuario de cerca del Circo de Emilio…"
IV), metáforas ("El atleta que anhela llegar primero a
la meta…
mucho tiempo se ejercitó de niño…" XXIX), citas
de autoridad ("Homero nos
enseñó…" VIII) concreta su intención
didáctica. Sus enseñanzas, sus
premisas surgen en forma de exclamaciones o frases
aforísticas, como:
" Si no hay arte, el miedo de un defecto nos hace caer
en otro peor (III)".
"Nosotros y nuestras obras somos deudores a la muerte
(VII)".
"Recread instruyendo (XXVII)".
En primer lugar aconseja la unidad de conjunto en
toda obra. El artista debe entender el conjunto y no sólo
las partes. Si bien, hay libertad para escribir "no ha de ser
para poner en uno lo fiero con lo manso, ni para unir palomas con
víboras y tigres con corderos". La obra debe tener una
gran dosis de coherencia interna.
El artista debe guiarse por dos criterios:
oportunidad y selección;
debe escoger un asunto proporcionado a sus fuerzas y mejor,
"empezar sin énfasis, modestamente"; pues, caen en
ridículo los que anuncian cosas graves y acaban con
"frioleras". Un asunto conocido puede volver a tratarse, pero no
como "servil copista". Además, y esto es un asunto en el
que pone gran énfasis, "Toda obra de arte ha de tener por
fundamento la simplicidad y la unidad"; es mejor lo simple que lo
grandilocuentemente rimbombante. Como dice en ‘A su joven
esclavo’: "No añadas cosa alguna al simple
mirto".
En cuanto al lenguaje, se permite el uso de voces
y expresiones nuevas, neologismos, para ideas nuevas. Considera
lícito introducir "palabras selladas con el cuño
del tiempo presente", pero se debe "siempre proceder con tiento".
Por otra parte, el lenguaje
debe ser adecuado al estado de ánimo y a la
condición de quien habla. Como dice Aristóteles,
"se ha de considerar quién las dice" porque "la
naturaleza, valiéndose del lenguaje, expresa los
movimientos del alma"
Otro aspecto examinado es el verso.
Aristóteles ya había expresado: "la naturaleza
dictó el metro propio apto para las pláticas: el
yambo"; Horacio, en coincidencia, dice que el yambo (una
sílaba breve seguida de una larga) se acomoda más
al diálogo y
a la acción. Cree, además que cada verso tiene su
carácter; por esto, conviene guardar el estilo adecuado,
es decir, no emplear versos trágicos en un asunto
cómico y viceversa. El dístico (pies desiguales) ha
sido más utilizado en la epopeya.
En cuanto a los caracteres de los personajes,
exhorta a seguir la tradición. Aquellos personajes
conocidos se deben mantener con el carácter que
históricamente han tenido y desde el principio al final de
la obra. Como ejemplo, vale citar: Aquiles se presentará
impetuoso, iracundo, infatigable. Es importante observar los
rasgos propios y las costumbres de cada edad, a fin de no
desatinar al dar el papel de viejo
al joven, o lo inverso. "Fijaos bien en los modelos vivos de la
sociedad, en las diversas costumbres…". Una obra puede adolecer
de faltas de estilo; pero, si pinta bien las costumbres y con
naturalidad, gustará al público.
Conmina a considerar también al
público, observar también el auditorio de
una tragedia y no sacar a escena "cuadros que no son para ser
vistos" por su crueldad o violencia,
pues sólo producirán incredulidad o asco. Esos
episodios se pueden dar a conocer "por medio de una
narración patética".
Define claramente que el drama tendrá
exactamente cinco actos, que no se introducirá dios alguno
de manera trivial o frívola y que sobre el escenario
sólo habrá cuatro interlocutores.
Aristóteles, mencionando a Sófocles, hablaba de
tres. Horacio aclara que podrá haber en escena veinte
actores, pero sólo hablarán tres y un cuarto lo
hará en aparte.
Dedica varias palabras a la función
del coro. Este es un actor, su función es recitar
versos en los entreactos y amenizar con el canto y la música de
flauta.
El clasicismo de Horacio está abiertamente
expresado en el apartado XXIII: "Estudiad los modelos griegos;
leedlos noche y día". Promueve una observación de los modelos griegos y, a la
vez, una autocorrección limando, los poetas, sus obras.
Recomienda que el poeta debe someter juicio de algunos conocidos,
pero no de adulones, aquello que escriba, y luego guárdalo
nueve años, antes de volver sobre lo escrito. "Condenad
todo poema que no ha sido depurado por muchos días de
corrección…" La Poesía es uno de los
géneros que no admite mediocridad.
Una de sus premisas sobre el arte de escribir sentencia:
"El principio y la fuente para escribir bien es tener
juicio". Horacio invoca como fuente de juicio el estudio
de los filósofos, en lo que hace al fondo de las
cosas, y la observación los modelos vivos de la
sociedad. Como Aristóteles, insiste en la necesidad de
mostrar cosas verosímiles y tratar temas que sean
útiles y agradables al público. "Recread
instruyendo" "Saber mezclar lo útil con lo agradable". "La
sabiduría dictó en verso sus primeras
enseñanzas" con esta frase comienza su reflexión
sobre el valor de la
poesía.
Tras mencionar a Anfión, Homero, Tirteo,
determina como condiciones del poeta, el temperamento y el
arte, es decir, se exigen mutuamente genio y estudio y
cultivo. Finalmente, al hablar de los poetas, les confiere un
conocimiento
especial y el privilegio de disponer de la propia vida al aceptar
y indicar explícitamente que debe permitírsele a
ellos "quitarse la vida cuando les venga en gana".
Si bien Horacio explicita su concepción
poética en la Epístola a los Pisones , en esa misma
carta
manifiesta que su obra es el ejemplo más claro de lo que
debe ser la poesía.
"Sin escribir cosa alguna, enseñaré
cómo se escribe; diré la misión y
las reglas del poeta, el manantial donde ha de beber, lo que el
buen gusto permite y lo que no, los atrevimientos del genio y los
escollos de la ignorancia".
La vigencia de las ideas que transmite en su Ars Poetica
es absoluta. Evidentemente existieron autores posteriores que
agregaron sus propios consejos para la hora de escribir
poesía, pero ello no quita que las pautas que da en la
Epístola a los Pisones sean totalmente
vigentes.
- Publicación de la Asociación Uruguaya
de Estudios Clásicos: ‘Vixit Quintvs Horativs
Flaccvs VII a.C. – MCMXCII d.C.’ Montevideo,
1992. - José García López,
‘Historia de la Literatura’, Editorial Teide,
Barcelona,
1973 - S. Segura Munguía, ‘Método
de latín, 6º curso’, Editorial Anaya,
Madrid
1973 - Luis A. García Moreno, "Historia
Universal; II**La Antigüedad Clásica; El
Imperio
Romano; El ‘saeculum augusteum’; El clasicismo
cultural augústeo" EUNSA, Pamplona, 1984. - Apuntes de Literatura I, Licenciatura en Comunicación, Universidad
de Montevideo, 2003. Docente: Mónica
Salinas. - Aristóteles, ‘El arte
poética’, 6ta ed., Espasa-Calpe, Madrid,
1979. - Bignone, E., ‘Historia de la literatura
latina’, Losada, Buenos Aires,
1952. - Horacio, Epístola a los Pisones, Ed.
Porrúa. - www.epdlp.com
- www.artehistoria.com
María E. Dupin