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Literatura. Trabajo de Análisis




Enviado por mdupin



    Trabajo de
    Análisis

    1. El Imperio Romano
    2. La literatura latina del
      ‘Saeculum augusteum’
    3. Reseña histórica
      de la literatura latina
    4. ‘Quintvs Horativs
      Flaccvs’
    5. Su Ars
      Poética
    6. El contenido de la
      Epístola
    7. Vigencia de las ideas
      horacianas
    8. Fuentes
      consultadas
    • El Imperio
      Romano

    Para comprender mejor la
    personalidad y la obra de Horacio deben conocerse el
    contexto histórico y el ambiente
    literario en que se educó. Cabe recordar algunos daros
    relevantes sobre el Imperio.

    Según la tradición romana, la ciudad de
    Roma fue fundada
    en el año 753 a.C. por los gemelos Rómulo y Remo a
    las orillas del Tíber. Esta pequeña ciudad
    floreció y se desarrolló hasta llegar a ser
    considerada, durante la época previa a la
    República, superior a sus vecinos; se hizo cada vez
    más fuerte a medida que se apoderó de más
    territorios. Ya en la República, alrededor del año
    270 a.C., Roma dominaba
    toda la península Itálica y proseguía su
    expansión. Este imperio, que a partir del siglo I a.C.
    sería gobernado por emperadores, creció y
    absorbió ciudades y territorios que hoy en día
    comprenden mas de 40 países; tenía unos 5000 Km. de
    un extremo a otro.

    Su sociedad
    poseía un gran afán por la guerra y la
    dominación de otros pueblos, que se contrastaba en gran
    medida con el amor por la
    vida rural. No cabe duda de que la conquista del imperio se
    llevó a cabo, en su mayor parte, a la fuerza y en
    ocasiones con la más extrema brutalidad. Pero
    también poseían los ciudadanos romanos un
    afán de cultura que
    les llevó a estudiar en profundidad las obras de sus
    antecesores de la civilización helénica.

    Después de Sila (90 a.C.) y Pompeyo el Grande (75
    a.C.-65 a.C.) subió al poder Julio
    César. Comenzaba la época más gloriosa de
    Roma, el
    período clásico.

     Cayo Julio César era miembro de una
    de las familias más laureadas de Roma, los Julios, que se
    decían descendientes de la misma Afrodita. Perseguido por
    Sila, quien le obligó a divorciarse de su esposa Cornelia,
    César huyó del dictador hasta que consiguió
    el perdón. Después inició su carrera militar
    en el Asia Menor hasta
    que Sila falleció y regresó a Roma donde
    inició su carrera senatorial. En el año 69 a.C. fue
    nombrado cuestor de la Hispania Ulterior para regresar
    años después a Roma donde inició su
    enfrentamiento con Pompeyo. Durante la estancia de éste en
    Oriente, Julio consiguió los nombramientos de edil,
    pontifex maximus y pretor urbano, congraciándose con la
    plebe y con el orden ecuestre al aliarse con Craso. En el
    año 61 César era nombrado gobernador de la Hipania
    Ulterior pero al año siguiente estaba de regreso en Roma.
    Los tres personajes con mayor influencia en aquellos momentos
    -Cesar, Pompeyo y Craso- decidieron unirse para formar el Primer
    Triunvirato, consolidado con el matrimonio de
    Julia, hija de César, con Pompeyo. Los triunviros se
    repartieron las zonas de influencia: Craso recibió el
    gobierno de los
    países de Oriente, Pompeyo permanecía en Roma y
    César asumía el mando militar de la Galia Cisalpina
    y el proconsulado de la Narbonense. Desde ese momento se
    enzarzó en una dura guerra contra
    los galos que duraría ocho años, consiguiendo la
    conquista de toda la Galia. Luchó contra los germanos en
    las orillas del Rin y envió dos expediciones a Britania.
    La muertes de Julia y Craso (54 y 53 a.C.) motivaron la
    separación entre Pompeyo y César al desaparecer los
    vínculos entre ambos. Cada uno deseaba imponerse debido a
    su tendencia al poder personal lo que
    provocaría una encarnizada guerra civil. Cuando en el
    año 49 Julio acababa su mandato en la Galia, el Senado le
    ordenó que retirara las legiones del territorio galo; esto
    motivó que César atravesara el Rubicón y
    marchara con sus tropas hacia Roma. Pompeyo se retiró a
    los Balcanes para preparar la resistencia
    mientras su lugarteniente en España era
    derrotado. César y Pompeyo se enfrentaron en Farsalia (48
    a.C.), viéndose obligado Pompeyo a huir a Egipto donde
    fue asesinado por Ptolomeo XIV. César no fue muy
    agradecido con quien mandó asesinar a su rival ya que
    marchó a Egipto y le
    arrebató el trono para entregárselo a Cleopatra,
    con la que mantuvo una estrecha relación. Desde ese
    momento se dedicó a poner fin a las resistencias
    pompeyanas venciendo definitivamente en Tapso y Munda a los
    partidarios de Pompeyo. En el año 45 a.C. se
    convertía en el único dueño de la
    situación y recibía el nombramiento de "dictator
    perpetuus" al que había de añadir los
    títulos de "imperator", "pontifex maximus" y "pater
    patriae". César ejercía más bien como un
    monarca, lo que motivó que las alarmas saltaran entre los
    partidarios de la república. Sus enemigos se aliaron para
    poner fin a su vida lo que ocurrió en marzo del año
    44 a.C.; Bruto fue el brazo ejecutor. El heredero de su programa
    reformista será su hijo adoptivo Octavio.

    Al acceder al poder Augusto encontró a
    Roma sumida en el más absoluto caos. Cuando
    falleció, el Estado
    había sido pacificado y organizado. Con esta frase pueden
    resumirse los más de 50 años que Octavio
    pasó al frente del gobierno romano,
    iniciándose en estos momentos el período conocido
    como Imperio. No en balde, posiblemente la obra
    arquitectónica más importante que se levantó
    durante su gobierno es el Ara Pacis (el Altar de la Paz) cuyos
    espléndidos relieves aún hoy podemos contemplar en
    las cercanías del Tíber.

     Octavio Augusto nació el 24 de
    septiembre del año 63 a.C. en el seno de una familia burguesa
    procedente de Veletri, en el Lazio. Su padre se llamaba Cayo
    Octavio y había sido durante un tiempo gobernador
    de Macedonia. Su carrera política estuvo
    determinada por su matrimonio con
    Atia, una sobrina de César. Cuando Cayo Octavio iba
    alcanzar el consulado, falleció (58 a.C.). De ese
    matrimonio, posiblemente de conveniencia como todos entre los
    miembros de la élite romana, habían nacido dos
    hijos: Octavia y Cayo Octavio, conocido posteriormente como
    Augusto. La muerte del
    pater provocó que Turino -nombre de Augusto en estos
    momentos gracias al éxito
    alcanzado por su padre en una campaña en la zona de Turio-
    quedara bajo la tutela de Lucio Marcio Filipo, segundo esposo de
    su madre, quien impuso una férrea disciplina a
    la
    educación del joven. Pero el personaje con más
    ascendente en la política romana de
    esos años no tardó en granjearse la amistad del
    joven.

    En el año 45 a.C. Julio
    César adopta a Octavio quien, desde ese momento, se
    llamará Cayo Julio César Octaviano. Ese mismo
    año acompañó al dictador a las
    campañas militares en España,
    donde tomó un claro partido durante la guerra civil.
    Octaviano fue enviado al Épiro por César para
    detener a los partos. En este lugar recibió la noticia que
    provocaría su abierta participación en
    política: el asesinato de su padre adoptivo (15 de marzo
    del año 44 a.C.). Ante el dramático panorama que se
    ceñía sobre Roma, Antonio, como lugarteniente de
    César, se hizo cargo de la situación. Con cierto
    apoyo del Senado, la alianza de Lépido -que controlaba la
    caballería- y buena parte de la plebe, Antonio
    consiguió controlar parcialmente los resortes del poder.
    Pero Octaviano decidió regresar a Roma para recibir la
    herencia del
    dictador y convertirse en su vengador. En las cercanías de
    Bolonia se estableció el Segundo Triunvirato entre
    Octavio, Lépido y Antonio. Su objetivo era
    el restablecimiento de la autoridad
    estatal, iniciándose un período de
    persecución contra los republicanos. Numerosos senadores y
    caballeros fueron condenados a muerte sin
    juicio previo; los supervivientes tuvieron que huir o esconderse.
    La guerra civil era inminente pero Octaviano había jurado
    solemnemente vengar a los asesinos de su padre y ahora se le
    proporcionaba la ansiada oportunidad. De todos modos, los
    italianos estaban hartos de guerra, por lo que se impuso la paz.
    Mecenas y Polión, representando a Octavio y Antonio
    respectivamente, firmaron un tratado en el que se
    repartían el mundo conocido: Octavio recibía la
    zona occidental, Antonio la oriental y Lépido se
    debía de contentar con África. El pacto de Brindisi
    se refrendaba con el matrimonio entre Antonio y la hermana de
    Octavio, Octavia.

    La victoria sonreía a Octavio y el grano
    volvía a fluir en Roma. Paulatinamente, la estrella de
    Octavio inicia un vertiginoso ascenso apoyado por su
    política de reparto de tierras entre los soldados
    licenciados (ahora fuera de Italia para
    evitar tensiones con los campesinos) y su importante programa de obras
    públicas en Roma, diseñado por Agripa y en el que
    encontramos la construcción de acueductos, fuentes y el
    saneamiento de la Cloaca Máxima. Italia entera le
    prestaba juramento y le reclamaba como jefe, según reza en
    su testamento. El año 33 a.C. finalizaba el triunvirato y
    los dos cónsules elegidos eran partidarios de Antonio.
    Octavio no se dejó amilanar y, acompañado de una
    escolta armada, entró en la sala de reuniones y
    expulsó a los cónsules, nombrando a otros de
    probada fidelidad. Los cónsules expulsados y más de
    300 senadores se dirigieron a Antonio para solicitar su apoyo
    ante el acto de agravio provocado por Octavio, ahora más
    asentado todavía en el poder. Cuando finalizaba el
    año 32 a.C. Octavio declaraba la guerra a Cleopatra. Esta
    maniobra suponía el enfrentamiento con Antonio, que se
    produjo al año siguiente. La victoria conseguida sobre
    Antonio en Accio (2 de septiembre de 31 a.C) permitirá a
    Octavio hacerse con el poder definitivo en Roma. Antonio
    siguió a su amada Cleopatra a Egipto mientras Octavio
    desembarcaba en Grecia para
    poner paz en la zona, regresando de nuevo a Italia para sofocar
    una revuelta. Al año siguiente se dirigió a
    Asia para
    cortar los lazos que aún podía mantener Antonio. En
    agosto del año 29 a.C. llegó triunfante al
    país del Nilo. Tomada Alejandría, Octavio
    sólo pudo ver el cadáver de su enemigo ya que
    Antonio se suicidó al llegar a sus oídos la falsa
    noticia del suicidio de
    Cleopatra. La reina de la singular nariz no aguantó las
    amenazas de Octavio -quería que paseara su belleza por
    Roma como miembro de su cortejo triunfal- y puso fin a su vida.
    El rastro de sangre no
    acabó aquí ya que Cesarión y el hijo mayor
    de Antonio y Fulvia fueron asesinados, mientras que los hijos
    nacidos de la relación con Cleopatra fueron enviados a su
    viuda, Octavia.

    Tras la restauración de la paz, Octavio entrega
    el poder al Pueblo y el Senado romanos, planteándose la
    retirada de la vida política. Este acto formaba parte de
    una estrategia
    premeditada pero los senadores no podían renunciar al
    abandono del artífice de la creación del nuevo
    Imperio. Por eso, el 16 de enero de 27 a.C. recibe del Senado el
    nombre de "Augustus", una nueva denominación oficial que
    recogía la grandeza de sus actos. Incluso se propuso
    llamarle Rómulo, como el fundador de la ciudad, pero sus
    amigos le advirtieron del peligro de denominarse como un rey. Y
    es que precisamente Augusto no quería repetir los errores
    de su padre adoptivo y presentarse ante la opinión
    pública como un dictador o un monarca. El nombre de
    Augusto tenía buenos augurios ya que se designaba
    así a aquellos lugares consagrados que habían sido
    elegidos por los augures. Desde ese momento empezaba una nueva
    época en la que Augusto concentraba en sus manos la
    autoridad pero
    conservando la apariencia de la libertad
    republicana. Como procónsul y cónsul tenía a
    su cargo la política exterior y la
    administración estatal, la autoridad sobre los
    demás magistrados y la convocatoria del Senado donde
    había alcanzado el título de "princeps senatus", la
    figura de mayor jerarquía en la institución. Su
    autonombramiento como "imperator" le situaba como jefe supremo de
    las legiones. Sin embargo, la tradicional constitución romana no fue suprimida ni
    transformada por lo que su "dictadura"
    estaba cargada de legalidad. Este período se denomina el
    principado de Augusto. Octavio se rodeó de un
    pequeño grupo de
    colaboradores que ejercían la función de
    gabinete ministerial. Su labor será crucial para el
    desarrollo que
    se vivirá en este momento. Agripa será el
    organizador y promotor de las reformas urbanísticas que se
    realizaron en Roma. Mecenas despuntará como promotor
    cultural y excelente financiero mientras que entre los generales
    pronto empezó a despuntar Tiberio, hijastro de Octavio.
    También escogió a veinte senadores entre los
    aristócratas para formar una especie de Consejo Asesor y
    evitar de esta manera la repulsa de la élite social
    romana. Una de sus primeras medidas de gobierno será la
    devolución al Senado de la gestión
    de las provincias que formaban el Imperio, excepto Hispania,
    Galia y Siria que quedaban bajo su jurisdicción. Las
    continuas sublevaciones que se producían en estos
    territorios serían la justificación por las que
    mantuvo estas provincias bajo su mando. El año 20 a.C. el
    rey parto Fraates
    entregaba las insignias conquistadas a las tropas de Craso, lo
    que suponía una especie de tratado de paz al tiempo que se
    instalaban dos reyes vasallos en las fronteras de Asia para
    asegurarse los envites partos, estableciendo la frontera
    común en el Éufrates. La zona de Judea se
    convertiría en provincia (año 6 d.C.) tras la muerte de
    Herodes. En la Galia, la ciudad de Lugdunum fue designada como la
    capital
    federal una vez pacificadas las regiones de la Cisalpina y la
    Narbonense. En este ámbito de conflicto en
    las provincias se produjo su llegada a tierras hispanas para
    sofocar las revueltas cántabras, fundando Cesar Augusta,
    la actual Zaragoza, y Emérita Augusta, la actual
    Mérida. En el año 24 a.C. regresa Octavio a Roma
    debido a un agravamiento de su enfermedad. Los opositores
    aprovechan su oportunidad para mover sus piezas aunque algunos no
    tengan muchas opciones como el cónsul Terencio
    Varrón, condenado a muerte por
    traición. Augusto deja temporalmente el poder en manos de
    Agripa y el cónsul Calpurnio Pisón, el padre de los
    ‘ilustres Pisones’ a quienes Horacio dedica su Ars
    Poetica. Su muerte parecía inminente, pero de manera
    milagrosa sobrevive gracias a la receta de un médico
    griego. Este año 23 a.C. realiza una nueva reforma
    administrativa al renunciar a su nombramiento anual como
    cónsul para ocupar el tribunado con el que
    conseguía el derecho de veto sobre los demás
    magistrados.

    La vida personal de
    Octavio tampoco está exenta de ajetreo. Su salud fue siempre muy
    frágil, estando afectado de eccema, colitis y bronquitis,
    enfermedades que
    se fueron enconando con el tiempo para convertirse en
    crónicas y motivar que siempre tuviera que ir
    acompañado de un médico, al tiempo que
    sentía pánico por las corrientes de aire. Apenas
    bebía y comía frugalmente; era muy austero en sus
    costumbres. Vivía en una pequeña habitación
    del palacio de Hortensio en la que no existían lujos. En
    sus matrimonios tampoco fue muy dichoso. Como muestra del buen
    entendimiento entre Octavio y Antonio se le impuso el matrimonio
    con Claudia, la hijastra de su aliado, aunque el enlace no se
    llegó a consumar. En el año 40 a.C. se casa con
    Escribonia, viuda ya en dos ocasiones, madre de Julia, su hija
    favorita a pesar de ser considerada la "viuda alegre" de Roma.
    Pronto se divorció para volver a contraer matrimonio con
    Livia Drusila. Livia estaba felizmente casada con Tiberio Claudio
    Nerón; de este matrimonio nacieron dos hijos: Druso y
    Tiberio. Pero Octavio se enamoró de ella -a pesar de estar
    embarazada de cinco meses- y convenció a su esposo para
    que se divorciara. Tampoco hubo descendencia para Octavio de esta
    relación. Los últimos años de la vida de
    Octavio estarán determinados por la búsqueda de un
    sucesor. Los herederos con mayores posibilidades eran sus nietos
    Gayo y Lucio César, hijos de Julia y Agripa. Pero estos
    jóvenes fallecen entre el año 2 y 4 de nuestra era.
    Octavio no tiene más remedio que delegar su
    sucesión en su hijo adoptivo Tiberio. Para evitar que
    la familia
    Julia se alejara del poder, obligó a Tiberio a adoptar a
    Germánico, nieto de Octavia por su madre.

     Durante el gobierno de Augusto Roma vivió
    un extraordinario florecimiento cultural, artístico y
    literario. Uno de sus principales promotores será Mecenas
    -no en balde, con este nombre se designan a los personajes que
    favorecen el desarrollo
    artístico- quien supo atraerse la amistad de los
    poetas Virgilio, Horacio, que es quien nos compete, o
    Quintilio, entre otros. También es de destacar la fiebre
    arquitectónica que se vivió en Roma, con la
    restauración y la edificación de un amplio
    número de templos, basílicas, pórticos, un
    nuevo foro -Forum
    Augusti- para la capital
    imperial o el famoso teatro Marcelo
    que todavía hoy se contempla. El envejecimiento
    acentuó el mal carácter
    de Augusto, que veía como las gripes y la colitis se
    hacían sus inseparables compañeras. Se
    volvió más suspicaz e incluso aumentó su
    crueldad: veía por todos sitios inexistentes complots.
    Precisamente para salvaguardarse de ellos creó la guardia
    pretoriana. Sus reformas de las costumbres no habían
    surtido efecto como se puso de manifiesto con la inmoral actitud de su
    nieta, también llamada Julia. Tuvo que confinarla, lo que
    afectó tremendamente a su delicada salud. No resistió
    mucho más y falleció en las cercanías de
    Nola, en la Campania, el 15 de marzo del año 14, a los 77
    años de edad, después de una bronquitis. Su
    cadáver fue portado por toda Roma a hombros de los
    senadores y fue quemado en el Campo de Marte. Tras su muerte, el
    pueblo lo divinizaría.

    • La literatura
      latina del ‘saeculum augusteum’

    La consideración de determinados aspectos
    culturales, fundamentalmente en el terreno literario, que
    obedecían a un especial clasicismo, ha logrado que la
    época de Augusto haya merecido particular atención por parte de los historiadores. No
    puede negarse la influencia que tuvieron ciertas realizaciones
    culturales del siglo de Augusto en la formación de la
    ‘herencia de la
    Antigüedad’ en la cultura
    occidental y cristiana. Es indudable que el último
    régimen, con el
    Príncipe en persona a la
    cabeza, intentó encuadrar las realizaciones culturales de
    su época en un concreto y
    coherente programa ideológico, en el que ocupaba un
    papel
    importante la propaganda
    institucional y dinástica. Dicho programa se basaba en una
    concepción unitaria de la cultura, de sus manifestaciones
    artísticas y ético-religiosas, con lo que
    ponía un freno a ciertas tendencias propias del Helenismo
    que promulgaban ‘el arte por el
    arte’.
    La apelación a los modelos
    clásicos helenos sirvieron para primar en las
    realizaciones artísticas inspiradas por Augusto un cierto
    realismo y
    oposición a corrientes irracionales que se hallaban en
    auge. El éxito
    de dicho programa puede deberse a que se basó en un
    conjunto de ideas y aspiraciones compartidas por importantes
    sectores de los grupos dirigentes
    e intelectuales de la sociedad romana.
    La influencia cultural pudo ejercerse desde el poder en buena
    parte sin necesidad de recurrir a censuras, y dejando
    considerable margen de libertad a los
    artistas. Por otro lado, el Gobierno, el
    Príncipe y sus colaboradores, pudieron contar con
    inmensos recursos
    económicos para llevar a la práctica su programa
    cultural. También es cierto que ese programa abrió
    aún más la brecha existente entre la cultura de los
    grupos
    dirigentes y la de las masas populares. El clasicismo
    augústeo fue, en suma, cortesano y elitista; y ello, en
    último término, limitaría en algo su
    vigencia.

    Es evidente que Augusto deseaba una literatura comprometida con
    la obra política del nuevo régimen. Para ello
    contaba con medios
    económicos y sociales muy poderosos. Desde siempre, la
    literatura latina había estado
    teñida con un carácter
    netamente aristocrático, de élite; sobre todo la
    poesía
    había surgido en cenáculos, en círculos
    literarios en torno a las
    grandes casas de la nobilitas. La tradición era fuerte, y
    Augusto supo aprovecharla. Un colaborador suyo, de gran riqueza y
    amante de la voluptuosidad y el lujo, que ya ha sido nombrado, el
    aretino Mecenas, supo reunir a su alrededor un importante plantel
    de literatos –con mayoría de poetas- protegidos por
    él: Horacio, Virgilio, Propercio, Domicio Marso, C.
    Meliso de Spoleto, Plotio Tucca, Quintilio Varo, Valgio Rufo…
    Pero en una sociedad aristocrática como la romana, el
    Príncipe no era el único en poder y querer contar
    con tales círculos literarios. Otras grandes casas de la
    antigua nobleza también fueron capaces de continuar la
    tradición de la literatura elitista y protegida. Algunos
    de estos cenáculos incluso se formaron en torno a
    personajes en cierto modo contrarios al nuevo régimen:
    tales son los casos de Mesala Corvino, y, sobre todo, del viejo
    cesariano Asinio Polión. Al círculo del primero
    pertenecieron Tíbulo y el joven Ovidio; al del segundo, un
    historiador crítico del imperialismo
    romano: Timágenes de Alejandría.

    Ciertamente que la época de Augusto
    representó uno de los momentos más brillantes de la
    larga historia de la
    literatura latina.

    Antes de adentrarnos en el análisis de Horacio y su obra
    convendría repasar brevemente sus antecedentes
    literarios.

    • Reseña
      histórica de la literatura latina

    A diferencia de parte de la griega, toda la literatura
    romana es de autoría personal. En la historia de la literatura
    latina pueden distinguirse tres períodos: El primitivo, o
    arcaico (250 a.C. a 100 a.C.); el clásico (100 a.C. a 14
    d.C.); y la Edad de Plata, o la decadencia (14 d.C. a 476
    d.C.).

    El período primitivo coincide con el
    momento en que Roma se pone en contacto con Grecia y la
    toma por modelo; es un
    etapa de iniciación e imitación de las grandes
    obras homéricas. Roma se convierte en la heredera directa
    y difusora fervorosa de Grecia y su civilización. Da
    origen a uno de los rasgos más notables de las letras
    romanas: su carácter culto y minoritario, ya que los
    escritores, deslumbrados por el brillo del arte griego, olvidan
    los gustos del pueblo romano para imitar los refinados productos de
    aquél. No obstante, ya desde los comienzos la literatura
    latina se distingue de la griega por una tendencia hacia los
    géneros didácticos –moral,
    oratoria,
    historia, ciencia– como
    corresponde a un pueblo eminentemente práctico, que puso
    lo útil por encima de lo bello, y por un lenguaje
    sobrio y austero, que contrasta con la graciosa elegancia del
    helénico. El origen campesino y militar de Roma no
    dejó de influir en su literatura.

    Fue a mediados del siglo III a.C. cuando, a consecuencia
    de la primera guerra púnica, que facilitó la
    conquista de Sicilia, Roma trabó una estrecha
    relación con la cultura
    griega. Con ello comienza la Edad arcaica. La aristocracia
    romana recibió con los brazos abiertos el mundo cultural
    recién descubierto, y pronto comenzó a imitar la
    epopeya, y sobre todo el teatro
    griego.

    En el siglo III Livio Andrónico introduce el
    influjo helenístico con una primera traducción de
    la Odisea;
    Nevio compone la Guerra Púnica, primer gran poema
    nacional; Quinto Esenio incursiona en la épica con Anales.
    En el siglo II también Ennio escribe unos Anales en verso.
    En cuanto al teatro, en esta primera etapa se distinguen Plauto
    (la Aulularia, Menaechmi, Miles Gloriosus, Captivi, etc.) y
    Terencio (Andria, Heautontimorumenos, Formio, Adelphi,
    etc.).

    Aunque el influjo de la cultura griega
    se iba haciendo cada vez más potente, no faltó
    quien se opusiese a ella en nombre de las viejas tradiciones
    romanas. En este sentido fue Catón el Viejo quien con
    mayor energía defendió la austeridad de Roma frente
    a la ociosidad y la blandura. Escribió, en una prosa seca
    y desprovista de galas, una historia del pueblo romano,
    Orígenes, y De Agricultura, y
    se distinguió como orador vigoroso.

     Terminada la Edad arcaica –siglos III y II-,
    la literatura latina entra en su Edad de oro, que abarca
    en términos generales el siglo I a.C. De los dos
    períodos en que suele dividirse, el primero, o
    época de Cicerón, abarca un período de
    luchas civiles, en el que los intereses personales se anteponen a
    los del estado, y en
    el que se dejan de lado los viejos ideales de la austeridad y el
    patriotismo. Esta agitación política explica el
    auge de la oratoria y el
    carácter de la producción de Cicerón, figura
    capital de estos años.

    Marco Tulio Cicerón se dio pronto a conocer como
    orador y fue en este campo donde alcanzó mayores triunfos.
    Sus Catilinarias obtuvieron un gran éxito, así como
    también las Filípicas. También
    escribió una serie de tratados en
    prosa, entre los que figuran varios libros de
    retórica –El Orador, por ejemplo- y de temas
    filosóficos y morales –Sobre la naturaleza de los
    dioses, Los deberes, La amistad, etc.-. El secreto del
    ‘estilo ciceroniano’ reside en la prosa perfecta,
    rotunda y llena de sonoridad, en la que las frases se suceden con
    elegante y pausado ritmo.

    Entre los historiadores de la época de
    Cicerón ocupa un lugar destacado el propio Julio
    César, que demostró siempre un gran interés
    por las cuestiones literarias. Fruto de ello fueron los
    Comentarios sobre la guerra de las Galias y los Comentarios sobre
    la guerra civil. También cultivaron la historia en este
    período Salustio, con la Conjuración de Catilina y
    la Guerra de Yugurta, y Cornelio Nepote, autor de unos biografías de Varones
    ilustres.

    Durante la época de Cicerón, la poesía
    latina evoluciona, al tomar como modelo a los
    refinados líricos de la época alejandrina y
    abandonar su primitiva sencillez. Un ejemplo clarísimo de
    esto son los poemas de
    Catulo, donde, con estilo culto y artificioso, pero lleno de
    emoción, el yo lírico habla de su amor hacia
    Lesbia.

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    Completamente apartado de la delicadeza y la gracia de
    Catulo se halla el estilo –a veces árido, a veces
    entusiasta- de Lucrecio, quien en su extenso poema De la Naturaleza, trata
    de dar una explicación científica del mundo. Su
    teoría
    atomista refleja un gran pesimismo y responde a la inquietud e
    incredulidad de la época.

    A continuación, con el reinado de Augusto,
    la literatura latina se introduce de lleno en la Edad de
    oro
    propiamente dicha y llega a su momento cumbre. Aunque
    desapareciese la oratoria, al no ser posible la discusión
    política, una serie de grandes escritores, entre ellos
    Horacio, llevaron la poesía a su suprema perfección
    y clasicismo, guiados, por supuesto, por los modelos de la
    antigua Grecia.

    Además de Horacio, que se tratará luego
    con mayor profundidad, en la Edad de Oro se destacan Virgilio,
    Ovidio y Tito Livio. Publio Virgilio Marón, hijo de
    campesinos acomodados, comenzó su producción con las Bucólicas, diez
    églogas op diálogos pastoriles, en las que,
    imitando a Teócrito, lleva a cabo una bella
    idealización de la vida campestre. A estas breves
    composiciones, donde con dulces y emocionados versos describe la
    naturaleza como un agradable refugio de paz y sosiego,
    siguió más tarde el extenso poema didáctico
    titulado Geórgicas. En sus cuatro partes, relativas a la
    agricultura,
    los árboles
    frutales, los rebaños y las abejas, Virgilio habla
    nuevamente del campo, pero con una intención distinta:
    muestra
    cómo en la paz de la naturaleza el hombre se
    dignifica con el doloroso esfuerzo del trabajo, coincidiendo con
    el proyecto de
    Augusto de impulsar las tareas agrícolas. Desde el punto
    de vista literario, el mérito de las Bucólicas y
    las Geórgicas, o sea del aspecto lírico de su
    producción, se halla en la pureza y perfección del
    estilo, y todavía más en la exquisita delicadeza de
    sus descripciones del campo, llenas de melancólica
    ternura. Virgilio se presenta como uno de los poetas que mejor ha
    sabido expresar su emoción ante el bello
    espectáculo de la naturaleza. La Eneida, poema
    épico inspirado en Homero, tiene un
    carácter absolutamente distinto. En ella intenta
    glorificar a Augusto, presentándolo como descendiente del
    héroe troyano que da nombre a la obra. De forma perfecta,
    La Eneida ha sido considerada como el poema nacional romano; en
    el fondo viene a ser un monumento elevado a la grandeza de Roma y
    de sus ideales civiles y religiosos. Religiosidad y patriotismo
    son, en efecto, sus dos elementos principales.

     La producción de Publio Ovidio Nasón
    ofrece gran contraste con la de Virgilio y Horacio. Se aparta de
    su sencillez para caer el un estilo más lujoso y brillante
    que anuncia el de la época siguiente. Los temas
    también son distintos, ya que la preocupación
    moral y
    patriótica se sustituye por otras de carácter
    más mundano. No obstante, su obra refleja una gran
    imaginación y una extraordinaria habilidad narrativa.
    Así lo vemos en las Metamorfosis, extensa colección
    de relatos donde con un lenguaje lleno
    de color y bellas
    metáforas nos describe las transformaciones de diversos
    personajes mitológicos. Desterrado por Augusto a orillas
    del Mar Negro –tal vez a causa de la inmoralidad de su
    conducta– Ovidio
    escribió varios poemas
    elegíacos –Tristes, Pónticas- expresando su
    nostalgia y solicitando, sin éxito, el perdón del
    Emperador.

    Tito Livio escribió una extensa historia, que
    posteriormente se denominó Décadas, con el mismo
    propósito que motivó a Virgilio a escribir La
    Eneida, es decir, la exaltación del pasado de Roma y el
    elogio de sus viejas virtudes: energía, tenacidad,
    respeto a las
    tradiciones… Por eso no se preocupó de comprobar los
    acontecimientos que relataba, y sólo se esforzó en
    presentar los hechos gloriosos de los héroes como ejemplo
    para sus contemporáneos. Su obra, de la que sólo se
    conserva la cuarta parte, no tiene pues interés
    científico, pero sí alcanza valor
    literario gracias a su estilo amplio y solemne, y a los discursos que
    intercala en la narración poniéndolos, como
    Tucídides, en boca de los personajes. Tito Livio es
    considerado uno de los grandes prosistas de la literatura
    latina.

     El esplendor económico, político y
    literario alcanzado en la época de Augusto desaparece a la
    muerte de éste, para dar paso a un período de
    malestar y agitación: el conocido por Edad de
    Plata
    , que abarca todo el siglo I d.C. Varias causas
    contribuyen a ello: el gobierno de los emperadores, la corrupción
    de las costumbres, el desprestigio de la autoridad… La
    literatura pierde la serena perfección y la sencillez
    clásica de la Edad de Oro y se hace inquieta, complicada y
    difícil. En cuanto a l trasfondo de las obras, el abandono
    de las virtudes romanas y la inmoralidad de las costumbres se
    convierten en el tema favorito de los escritores, que
    reaccionarán con despreocupadas burlas, indignadas
    sátiras o serenos consejos morales. Es de mencionar que la
    literatura latina ofrezca en esta época numerosas figuras
    nacidas en España. Los autores más destacados son:
    Séneca, Petronio, Quintiliano, Fedro, Lucano, Marcial,
    Juvenal y Tácito. A la Edad de Plata le sigue la
    Época de decadencia, que se extiende desde el siglo
    II hasta el V, momento en que se derrumba el Imperio. Al siglo II
    corresponden Suetonio y Apuleyo.

    • ‘Quintvs
      Horativs Flaccvs’

    Quintvs Horativs
    Flaccvs

    (65 a.C.- 8 d.C.)

    Quinto Horacio Flaco nació en diciembre del
    año 65 a.C., hijo de un liberto, en Venusia (hoy Venosa
    Apulia, Italia). Pasó sus primeros años en el
    campo, donde aprendió la poesía campesina.
    Estudió en Roma, en la escuela de
    Orbilio. Allí conoció la literatura de poetas
    arcaicos como Livio Andrónico y también a los
    poetas de Grecia. En griego escribió sus primeros
    versos.

    Su padre quiso que refinase su cultura, como los
    jóvenes de ilustres familias atenienses. Por ello,
    subsidió a Horacio para que continuara sus estudios en
    Atenas. Allí, estudió a los maestros de
    filosofía griega y poesía en la Academia. La
    Academia, originaria de la antigua Grecia, era un jardín
    público de las afueras de Atenas; fue fundada hacia el
    año 387 a.C. por Platón. En
    estos jardines Platón
    había instruido a sus seguidores.

    Horacio fue nombrado tribuno militar por Marco Junio
    Bruto, asesino de Julio César. Luchó en el lado del
    ejército republicano que cayó derrotado por Marco
    Antonio y Octavio en Filipos. Gracias a la amnistía
    general volvió a Roma y rechazó el cargo de
    secretario personal de Augusto para dedicarse a escribir
    poesía. Cuando el poeta laureado Virgilio conoció
    sus poemas, hacia el año 38 a.C., le presentó al
    estadista Cayo Mecenas, un patrocinador de las artes y amigo de
    Octavio, que le introdujo en los círculos literarios y
    políticos de Roma, y en 33 a.C. le entregó una
    propiedad en
    las colinas de Sabina donde se retiró a escribir y
    pensar.

    Fue uno de los mayores poetas de Roma junto con
    Virgilio, y escribió obras de cuatro tipos:
    sátiras, épodos, odas y epístolas. Sus
    Sátiras abordan cuestiones éticas como el
    poder destructor de la ambición, la estupidez de los
    extremismos y la codicia por la riqueza o la posición
    social. El Libro I (35 a.C.) y el Libro II (30
    a.C.) de las Sátiras, ambos escritos en
    hexámetros, eran una imitación del satírico
    Lucilio. Las diez sátiras del Libro I y las ocho
    del Libro II están atemperadas por la tolerancia.
    Aunque los Épodos aparecieron también el 30
    a.C., se escribieron con anterioridad, ya que reclaman con
    pasión el fin de la guerra civil, que terminó con
    la victoria de Octavio sobre Antonio en Actium en el año
    31 a.C., y critican mordazmente los abusos sociales. Los 17
    poemas cortos en dísticos yámbicos de los
    Épodos constituyen adaptaciones del estilo
    lírico griego creado por el poeta Arquiloco. La
    poesía más importante de Horacio se encuentra en
    las Odas, Libros I, II y
    III
    (23 a.C.), adaptadas –y algunas, imitaciones
    directas- de los poetas Anacreonte, Alceo y Safo. En ellas pone
    de manifiesto su herencia de la poesía lírica
    griega y predica la paz, el patriotismo, el amor, la
    amistad, el vino, los placeres del campo y la sencillez. Estas
    obras no eran totalmente políticas
    y de hecho incorporan bastante mitología
    griega y romana. Se nota la influencia de Píndaro y
    son famosas por su ritmo, ironía y refinamiento. Fueron
    muy imitadas por poetas renacentistas europeos. Hacia el
    año 20 a.C. Horacio publicó el Libro I de sus
    Epístolas
    , veinte cartas cortas
    personales en versos hexámetros en las que expone sus
    observaciones sobre la sociedad, la literatura y la
    filosofía con su lógica
    del "punto medio", a favor de doctrinas como el
    epicureísmo, pero siempre abogando por la
    moderación, incluso en lo referente a la virtud. Para
    entonces su reputación era tal que, a la muerte de su
    amigo Virgilio el año 19 a.C., le sucedió como
    poeta laureado. Dos años después volvió a
    escribir poesía lírica cuando Augusto le
    encargó el himno Carmen saeculare para los juegos
    seculares de Roma. Las fechas de sus últimas obras, las
    Epístolas, Libro II;
    las Odas, Libro IV;
    y la Epístola a los Pisones, más conocida como
    Ars Poetica, son inciertas. Las dos cartas que
    aparecen en el Libro II son discusiones literarias. Ars
    Poetica
    , su obra más larga, ensalza a los maestros
    griegos, explica la dificultad y seriedad del arte de la
    poesía y proporciona consejos técnicos a los poetas
    aspirantes. Horacio murió en Roma el 27 de noviembre del
    año 8 a.C.

    • Su Ars
      Poética

    Las mismas epístolas literarias del segundo libro
    se ligan en parte a la defensa de la propia poesía que
    había en las Sátiras. Pero si la materia es
    semejante, es más íntimo, más profundo,
    más maduro el espíritu y el estilo de Ars Poetica.
    Ésta es un texto
    didáctico compuesto por máximas acerca de
    cómo se debe escribir y qué debe evitarse en la
    literatura, especialmente en la Poesía. En su Ars Poetica
    Horacio domina como señor de la experiencia la vida moral
    y el arte, no sólo con el estilo discursivo, lleno de
    gracia y finura, sino también con la sabiduría
    urbana de agudo moralista. Habla con más seguridad del
    arte y menor acritud hacia los poetas del pasado.

    Ars Poetica está dirigida a los
    ‘Pisones’, hijos de Pisón, que era un
    cónsul del Imperio. Pertenecían a una de las
    familias más poderosas de Roma, y se decían
    descendientes de Numa Pompilius, un rey mítico y
    semi-legendario que habría existido antes del
    Imperio.

    En Ars Poetica Horacio determina sus conceptos acerca de
    la literatura, que son los del clasicismo más acendrado y
    más fino. La epístola es un don de sabiduría
    madura de un hombre que se
    estudió mucho a sí mismo y a los demás, y
    que ha meditado mucho sobre lo que debiera ser el
    arte.

    Horacio renueva y enriquece la visión sobre la
    creación artística que en el siglo V a.C. Aristóteles dejara precisada en su
    Poética. El tono sufre una variación, pues,
    mientras Aristóteles realiza un registro
    –al que agrega comentarios y opiniones- de sus
    observaciones y de lo que grandes poetas habían mostrado,
    Horacio se presenta como un artista con conocimiento y
    experiencia suficiente que le confieren autoridad para aconsejar,
    criticar, elogiar y rechazar sin realizar investigaciones.

    El texto cuenta
    con treinta apartados conectados por el tema común al que
    se refiere y por los vocativos utilizados, propios del soporte
    textual elegido, con los que Horacio recaptura permanentemente la
    atención del lector y amengua la distancia
    enunciativa:

    "… Nobles, Pisones…" "¡Oh ilustre Pisón
    y vosotros, hijos dignos de tal padre…" "Caro Pisón
    …"

    Estos destinatarios reales son el puente y la excusa
    para exponer su concepción artística.

    Valiéndose de comparaciones ("Así como los
    árboles
    mudan la hoja al morir el año… así también
    perecen con el tiempo las palabras antiguas…" VII),
    anécdotas ("Un estatuario de cerca del Circo de Emilio…"
    IV), metáforas ("El atleta que anhela llegar primero a
    la meta
    mucho tiempo se ejercitó de niño…" XXIX), citas
    de autoridad ("Homero nos
    enseñó…" VIII) concreta su intención
    didáctica. Sus enseñanzas, sus
    premisas surgen en forma de exclamaciones o frases
    aforísticas, como:

    " Si no hay arte, el miedo de un defecto nos hace caer
    en otro peor (III)".

    "Nosotros y nuestras obras somos deudores a la muerte
    (VII)".

    "Recread instruyendo (XXVII)".

    • El contenido de
      la epístola

    En primer lugar aconseja la unidad de conjunto en
    toda obra. El artista debe entender el conjunto y no sólo
    las partes. Si bien, hay libertad para escribir "no ha de ser
    para poner en uno lo fiero con lo manso, ni para unir palomas con
    víboras y tigres con corderos". La obra debe tener una
    gran dosis de coherencia interna.

    El artista debe guiarse por dos criterios:
    oportunidad y selección;
    debe escoger un asunto proporcionado a sus fuerzas y mejor,
    "empezar sin énfasis, modestamente"; pues, caen en
    ridículo los que anuncian cosas graves y acaban con
    "frioleras". Un asunto conocido puede volver a tratarse, pero no
    como "servil copista". Además, y esto es un asunto en el
    que pone gran énfasis, "Toda obra de arte ha de tener por
    fundamento la simplicidad y la unidad"; es mejor lo simple que lo
    grandilocuentemente rimbombante. Como dice en ‘A su joven
    esclavo’: "No añadas cosa alguna al simple
    mirto".

    En cuanto al lenguaje, se permite el uso de voces
    y expresiones nuevas, neologismos, para ideas nuevas. Considera
    lícito introducir "palabras selladas con el cuño
    del tiempo presente", pero se debe "siempre proceder con tiento".
    Por otra parte, el lenguaje
    debe ser adecuado al estado de ánimo y a la
    condición de quien habla. Como dice Aristóteles,
    "se ha de considerar quién las dice" porque "la
    naturaleza, valiéndose del lenguaje, expresa los
    movimientos del alma"

    Otro aspecto examinado es el verso.
    Aristóteles ya había expresado: "la naturaleza
    dictó el metro propio apto para las pláticas: el
    yambo"; Horacio, en coincidencia, dice que el yambo (una
    sílaba breve seguida de una larga) se acomoda más
    al diálogo y
    a la acción. Cree, además que cada verso tiene su
    carácter; por esto, conviene guardar el estilo adecuado,
    es decir, no emplear versos trágicos en un asunto
    cómico y viceversa. El dístico (pies desiguales) ha
    sido más utilizado en la epopeya.

    En cuanto a los caracteres de los personajes,
    exhorta a seguir la tradición. Aquellos personajes
    conocidos se deben mantener con el carácter que
    históricamente han tenido y desde el principio al final de
    la obra. Como ejemplo, vale citar: Aquiles se presentará
    impetuoso, iracundo, infatigable. Es importante observar los
    rasgos propios y las costumbres de cada edad, a fin de no
    desatinar al dar el papel de viejo
    al joven, o lo inverso. "Fijaos bien en los modelos vivos de la
    sociedad, en las diversas costumbres…". Una obra puede adolecer
    de faltas de estilo; pero, si pinta bien las costumbres y con
    naturalidad, gustará al público.

    Conmina a considerar también al
    público, observar también el auditorio de
    una tragedia y no sacar a escena "cuadros que no son para ser
    vistos" por su crueldad o violencia,
    pues sólo producirán incredulidad o asco. Esos
    episodios se pueden dar a conocer "por medio de una
    narración patética".

    Define claramente que el drama tendrá
    exactamente cinco actos, que no se introducirá dios alguno
    de manera trivial o frívola y que sobre el escenario
    sólo habrá cuatro interlocutores.
    Aristóteles, mencionando a Sófocles, hablaba de
    tres. Horacio aclara que podrá haber en escena veinte
    actores, pero sólo hablarán tres y un cuarto lo
    hará en aparte.

    Dedica varias palabras a la función
    del coro. Este es un actor, su función es recitar
    versos en los entreactos y amenizar con el canto y la música de
    flauta.

    El clasicismo de Horacio está abiertamente
    expresado en el apartado XXIII: "Estudiad los modelos griegos;
    leedlos noche y día". Promueve una observación de los modelos griegos y, a la
    vez, una autocorrección limando, los poetas, sus obras.
    Recomienda que el poeta debe someter juicio de algunos conocidos,
    pero no de adulones, aquello que escriba, y luego guárdalo
    nueve años, antes de volver sobre lo escrito. "Condenad
    todo poema que no ha sido depurado por muchos días de
    corrección…" La Poesía es uno de los
    géneros que no admite mediocridad.

    Una de sus premisas sobre el arte de escribir sentencia:
    "El principio y la fuente para escribir bien es tener
    juicio". Horacio invoca como fuente de juicio el estudio
    de los filósofos, en lo que hace al fondo de las
    cosas, y la observación los modelos vivos de la
    sociedad. Como Aristóteles, insiste en la necesidad de
    mostrar cosas verosímiles y tratar temas que sean
    útiles y agradables al público. "Recread
    instruyendo" "Saber mezclar lo útil con lo agradable". "La
    sabiduría dictó en verso sus primeras
    enseñanzas" con esta frase comienza su reflexión
    sobre el valor de la
    poesía.

    Tras mencionar a Anfión, Homero, Tirteo,
    determina como condiciones del poeta, el temperamento y el
    arte
    , es decir, se exigen mutuamente genio y estudio y
    cultivo. Finalmente, al hablar de los poetas, les confiere un
    conocimiento
    especial y el privilegio de disponer de la propia vida al aceptar
    y indicar explícitamente que debe permitírsele a
    ellos "quitarse la vida cuando les venga en gana".

    Si bien Horacio explicita su concepción
    poética en la Epístola a los Pisones , en esa misma
    carta
    manifiesta que su obra es el ejemplo más claro de lo que
    debe ser la poesía.

    "Sin escribir cosa alguna, enseñaré
    cómo se escribe; diré la misión y
    las reglas del poeta, el manantial donde ha de beber, lo que el
    buen gusto permite y lo que no, los atrevimientos del genio y los
    escollos de la ignorancia".

    • Vigencia de
      las ideas horacianas

    La vigencia de las ideas que transmite en su Ars Poetica
    es absoluta. Evidentemente existieron autores posteriores que
    agregaron sus propios consejos para la hora de escribir
    poesía, pero ello no quita que las pautas que da en la
    Epístola a los Pisones sean totalmente
    vigentes.

    Fuentes
    consultadas

    • Publicación de la Asociación Uruguaya
      de Estudios Clásicos: ‘Vixit Quintvs Horativs
      Flaccvs VII a.C. – MCMXCII d.C.’ Montevideo,
      1992.
    • José García López,
      ‘Historia de la Literatura’, Editorial Teide,
      Barcelona,
      1973
    • S. Segura Munguía, ‘Método
      de latín, 6º curso’, Editorial Anaya,
      Madrid
      1973
    • Luis A. García Moreno, "Historia
      Universal; II**La Antigüedad Clásica; El
      Imperio
      Romano; El ‘saeculum augusteum’; El clasicismo
      cultural augústeo" EUNSA, Pamplona, 1984.
    • Apuntes de Literatura I, Licenciatura en Comunicación, Universidad
      de Montevideo, 2003. Docente: Mónica
      Salinas.
    • Aristóteles, ‘El arte
      poética’, 6ta ed., Espasa-Calpe, Madrid,
      1979.
    • Bignone, E., ‘Historia de la literatura
      latina’, Losada, Buenos Aires,
      1952.
    • Horacio, Epístola a los Pisones, Ed.
      Porrúa.
    • www.epdlp.com
    • www.artehistoria.com

     

    María E. Dupin

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