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Notas para un testimonio. Ciudad Universitaria, San Salvador, 30 de julio de 1975




Enviado por carlosevaristo



    1. Generalidades sobre El Salvador
      y el movimiento de masas
    2. Aproximaciones a la Universidad
      de El Salvador y la lucha social
    3. La masacre de estudiantes del
      30 de julio de 1975: un testimonio
    1. Generalidades
      sobre El Salvador y el movimiento
      de masas

    El Salvador es el país más pequeño,
    territorialmente hablando, de América
    Latina; uno de los más densamente poblados a principios del
    siglo XXI. Sus 21 mil kilómetros cuadrados abrigan a 6
    millones y medio de habitantes. Más de 300 habitantes por
    kilómetro cuadrado.

    El Salvador, ubicado en América
    Central y conservando sus tradicionales características de reducido territorio,
    alta densidad de
    población y alta concentración de la
    riqueza, saltó a las noticias mundiales en la
    década del 80 del siglo XX, cuando se generalizó la
    guerra civil.
    Fue todo un caso de estudio y una experiencia muy singular.
    ¿Cómo pudo surgir y desarrollarse un movimiento
    guerrillero en un país densamente poblado, sin
    montañas?. Era explicable la permanencia de la guerrilla
    más vieja de América
    Latina porque Colombia tiene
    tierras vírgenes en donde El Salvador cabe varias veces. Y
    en la única revolución
    triunfante y socialista del hemisferio occidental y que permanece
    hasta la fecha en América
    Latina y el Caribe, la de Cuba, el
    papel de "la
    montaña" para la victoria de la guerrilla fue crucial: en
    la Sierra Maestra se inició, potencializó y
    consolidó el movimiento guerrillero que después
    tomó las ciudades. La Revolución
    Sandinista, que triunfó en América Central
    derrocando la dictadura de
    Anastasio Somoza, tuvo su cuerpo guerrillero protegido en
    inmensas extensiones de inhóspita selva.

    De manera que en El Salvador la extensión
    territorial reducida y alta densidad de
    población determinaron el surgimiento de un
    movimiento guerrillero con alto contenido urbano y suburbano,
    conectado en lo rural con grandes segmentos del movimiento
    campesino. No se quiere decir que "la montaña" no tuvo un
    papel
    importante en el transcurso de la guerra en El
    Salvador, lo que se quiere señalar es que "los cerros",
    como se dice en El Salvador, no tuvieron la misma función de
    inaccesibilidad y cobertura que tuvieron en otras experiencias
    guerrilleras. En El Salvador no se podía ni siquiera
    pensar en un movimiento guerrillero que no estuviera fundido con
    la masa desde sus inicios. Y fue inusitado el crecimiento del
    movimiento guerrillero en un país pequeño en donde
    el Ejército podía llegar a cualquier punto
    geográfico en cuestión de un par de horas. En El
    Salvador se sustituyó la selva por la masa. La masa, el
    conjunto de habitantes empobrecidos en el campo y la ciudad se
    convirtieron en el refugio, el alimento, los ojos y oídos,
    el cuerpo social del cerebro
    revolucionario, el bosque y los árboles
    en que se desenvolvía la guerrilla. Por eso la experiencia
    del movimiento de masas en El Salvador es muy particular: es un
    movimiento de masas fundido con el movimiento insurgente de una
    manera muy estrecha; y esto es determinante para un movimiento
    guerrillero, tanto, que algunos analistas señalan que fue
    el vacío de apoyo social lo que hizo que la experiencia
    del Ché Guevara en Bolivia no
    fuera victoriosa.

    En El Salvador de la década del 80
    prácticamente se libraba un combate social mortal cuerpo a
    cuerpo todos los días. Una masa de civiles desarmados o
    armados con grandes desventajas que adquiría firmeza en la
    confrontación por la estructura
    ósea de la guerrilla. La masa civil convivía y
    luchaba con experimentados y crueles organismos militares y
    paramilitares entrenados y especializados en la represión
    durante más de medio siglo con la asistencia de la
    potencia
    más grande del planeta. En El Salvador de la década
    del 70 existía toda una organización nacional fogueada en la
    represión militar durante más de cinco
    décadas de "moderna" dictadura
    militar: Ejército, Guardia Nacional, Policía
    Nacional, Policía de Hacienda y organizaciones
    paramilitares legales como la
    Organización Democrática Nacionalista, ORDEN o
    ilegales como la Mano Blanca o los fatídicos Escuadrones
    de la Muerte. A
    este aparato militar y para militar le hacían frente cinco
    organizaciones
    guerrilleras que posteriormente se fundieron organizando el
    Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional,
    FMLN. El nombre del "Frente" está inspirado en Farabundo
    Martí líder
    movimiento revolucionario fusilado después de la derrota
    de la insurrección de 1932 en El Salvador. Farabundo
    Martí fue estudiante de Derecho en la Universidad de El
    Salvador y también Secretario de Augusto César
    Sandino, el líder
    revolucionario de Nicaragua.

    La desproporción de la lucha militar en El
    Salvador de las décadas del 70 y del 80 del siglo XX era
    obvia: un cuerpo militar oficial de cerca de 30 mil efectivos
    aproximadamente, aparte de los paramilitares contra
    organizaciones guerrilleras que en el mejor de los casos
    tenían unos 3 mil militantes. Pero estas organizaciones
    guerrilleras se pudieron desarrollar gracias a su vínculo
    con la masa social. El movimiento de masas y el movimiento
    guerrillero no eran lo mismo pero estaban relacionados en el
    proceso de
    oposición al régimen, diferenciadas pero
    complementadas la lucha militar guerrillera y la lucha civil de
    masas. Y al interior las organizaciones de masas se ramificaban
    por sectores sociales: los estudiantes de secundaria, los
    estudiantes universitarios, los campesinos, los obreros, el
    magisterio, los profesores universitarios, las cooperativas y
    otros. Estas organizaciones de masas incidían individual o
    asociadamente en la conducción de los procesos de
    lucha social: desde huelgas y reclamos legales hasta
    demostraciones, manifestaciones y violencia de
    calle. La energía social de estos movimientos de masas,
    tenía como combustible la injusticia en la distribución de la riqueza, eran sectores
    empobrecidos o en proceso de
    empobrecimiento.

    Hay que recordar que El Salvador ha sido un país
    en donde tradicionalmente ha existido una de las más altas
    concentraciones del ingreso en América Latina, ya
    reconocida por la gravedad de la disparidad social. En El
    Salvador, el Censo de Población de 1930, por ejemplo,
    recopilaba el sorprendente dato de la concentración de
    medios de
    producción: el 8% del millón y medio
    de habitantes de la época era propietario de medios de
    producción y el 92% de la población
    pertenecía a la clase de los deposeídos de medios
    de producción. Fue el único censo, que
    registró esta división de acuerdo a la
    posesión de medios de producción. Esta
    situación de polarización social se ha conservado
    en El Salvador; para la década del 80, se había
    agudizado, pasando de las luchas por reivindicaciones puramente
    económicas y sociales a la desobediencia civil y
    posteriormente a la lucha militar con el surgimiento
    sistemático de la guerrilla a principios de la
    década del 70. La guerrilla se transformó de
    grupos
    guerrilleros dispersos en agrupaciones político-militares
    que tuvieron capacidad de sostener una guerra civil generalizada
    en la década del 80. Era resultante de la lucha social
    y política
    que originó el proceso de industrialización de la
    década del 60 y del 70: más obreros empobrecidos,
    más campesinos sin tierra,
    más profesionales con bajos salarios,
    más empresarios marginados y quebrados por las grandes
    empresas y
    concentración de tierras que pertenecen a las
    periodísticamente acuñadas 14
    familias.

    La masacre de estudiantes universitarios el 30 de julio
    de 1975 en El Salvador es uno de los episodios destacados de la
    lucha del movimiento de masas.

    II. La Universidad de El
    Salvador y la lucha social

    El amanecer del 30 de julio de 1975 en El Salvador fue
    socialmente tenso. Parecía que todo ciudadano respiraba un
    aire pesado, con
    olor a muerte y a
    futuro. La sociedad estaba
    informada por los medios de
    comunicación de masas (radio, prensa, televisión) y por la experiencia de la
    represión pasada y presente de una dictadura militar
    que tenía casi medio siglo, que algo grave
    ocurriría en la Universidad de El Salvador.

    Desde el sofocamiento de la insurrección de
    campesinos, indígenas y proletarios del campo y la ciudad
    en 1932 que contabilizó cerca de 30 mil muertos, el
    país había vivido siempre bajo una dictadura
    militar, que abiertamente ejercía por turnos de graduados
    en la Escuela Militar y
    por golpes de Estado, la
    alternancia en el poder
    gubernamental. Cerradas las vías de la expresión
    democrática, la sociedad en su
    conjunto encontraba en la única Universidad del
    país una forma de respirar aires de democracia,
    inmersa en el asfixiante mundo represivo.

    La Universidad de El Salvador acogía el pensamiento y
    la práctica democrática, en contra de la dictadura
    y era una Institución que tenía toda una
    tradición de lucha. Fundada en 1847, la primera reforma de
    la Universidad fue realizada en contra del clero tradicional por
    el prócer nacional Capitán General Gerardo Barrios
    quien introdujo el laicismo en la enseñanza; desde entonces la Universidad de
    El Salvador ha tenido una convulsa evolución en la que institucionalmente han
    predominado posiciones liberales y de izquierda, pese a cortos
    períodos de dominio
    conservador y de derecha. En el seno de la Universidad se
    gestaron las luchas contra el incremento de pasajes en
    tranvías y se formaron académicamente
    líderes de la insurrección del 32, como
    Martí, Luna y Zapata hasta líderes del movimiento
    guerrillero que se desarrolló a principios de la
    década del 70, como los estudiantes de Economía Felipe
    Peña Mendoza y de Sociología Rafael Arce Zablah.

    La Universidad de El Salvador había sido una
    especie de "conciencia
    crítica" de sucesivos gobiernos dictatoriales militares y
    sus estudiantes principalmente, participaban de muchas formas en
    la crítica del "status quo": los estudiantes hacían
    "desfiles bufos" en los que se ridiculizaban a los gobernantes de
    turno y que eran una especie de "fiestas populares"; participaban
    en el apoyo jurídico y solidario en huelgas y
    demostraciones en contra del Gobierno.

    En la UES, se respetaba y se acogía a la "gente
    de izquierda", a marxistas y progresistas y a los pobres que
    deambulaban en su campus buscando protección política,
    económica y jurídica. Naturalmente, como
    Institución del Estado la
    Universidad acogía a todas las corrientes de pensamiento y
    acción pero en su seno ha predominado el pensamiento de
    izquierda. Por su inclinación hacia corrientes de
    pensamiento social progresista la UES ya había sufrido una
    intervención militar en 1972; entre los pasajes oscuros o
    mejor dicho claros de lo que significa una intervención
    militar en una Universidad, hay que recordar que se
    ocasionó una especie de "reparto del botín de
    guerra" que constituyó un abierto saqueo
    sistemático de los equipos e instalaciones, se
    vendían incluso en los alrededores de la misma
    Universidad, libros,
    máquinas de escribir, equipos de
    laboratorios, vidrios y ventanas. Como parte de la
    intervención militar en 1972, fueron capturados y enviados
    al exilio en la Nicaragua del dictador Anastasio Somoza las
    autoridades progresistas de la Universidad encabezadas por su
    Rector, el economista Rafael Menjívar, posteriormente
    fueron acogidos por la fraternal Costa Rica.
    Después de la intervención militar del campus de la
    Universidad en 1972, se inició una nueva etapa de
    persecución por parte de la dictadura contra dirigentes
    políticos, entre los que se contaban profesores
    universitarios, además de estudiantes. Cuando el campus
    militarizado fue abierto nuevamente, se encomendó la
    dirección a profesionales adeptos a la
    dictadura militar agrupados en el llamado Consejo de Administración Provisional de la
    Universidad de El Salvador, CAPUES.

    La intervención militar de la UES se
    interpretó por vastos sectores de la población como
    un agravio al honor nacional. Se radicalizó el accionar
    estudiantil en contra del aparato interventor. La furia
    estudiantil no era sino una de las manifestaciones de la furia
    social. El movimiento campesino, de maestros, los obreros y sus
    sindicatos,
    radicalizaba sus formas de lucha debido a la agobiante
    situación de pobreza en que
    culminaron años de exclusión social impulsados al
    calor de la
    industrialización de la década del 60. Era una "ola
    roja" creciente, devastadora, del movimiento popular, y en ella
    se encontraba inmerso el movimiento estudiantil
    universitario.

    III. La masacre de
    estudiantes universitarios: un testimonio

    Días antes del 30 de julio de 1975, el Gobierno y
    especialmente el Ministerio de Defensa habían estado
    advirtiendo por la prensa radial,
    escrita y televisada del país, que la anunciada marcha de
    estudiantes universitarios programada para ése día
    no debería realizarse y que "actuarían con todo el
    peso de la ley en contra de
    toda alteración del orden público". Esto se
    decía siempre que se anunciaba una represión
    usualmente sangrienta…pero el 30 de julio esas palabras
    sonaban especialmente fatídicas, probablemente porque era
    evidente el grado de confrontación masiva que se
    avecinaba.

    Un helicóptero militar sobrevolaba el campus de
    la UES. Abajo, los preparativos para la marcha eran febriles.
    Entrando la tarde se inició la convocatoria por medio de
    los parlantes instalados en las azoteas de algunos de los
    principales edificios del campus, por los megáfonos que
    portaban los encargados de la agitación e invitaciones a
    gritos a formar las filas de la marcha. Mantas y pancartas
    aparecieron. Dos filas de uno en fondo bordeando las aceras y en
    el centro de la calle decenas de mantas y pancartas colgadas de
    centenares de manos, denunciando los atropellos y represiones de
    la dictadura militar. Distribución de volantes, como quien suelta
    millares de palomas mensajeras de un solo golpe. Gradualmente,
    muchos estudiantes con un nudo en la garganta, un vacío en
    el estómago y un rostro de piedra que reflejaba
    indignación se fueron incorporando a la marcha. A los ojos
    de los tripulantes del helicóptero debimos parecernos a
    una concentración de las hormigas llamadas "marabuntas",
    solamente que en la selva salvadoreña, plagada de gorilas.
    Se notaba que la gran mayoría de la gente que participaba
    "sacaba fuerzas de flaqueza", éramos civiles contra
    militares y los militares ya habían anunciado que
    usarían su armamento para impedir la marcha estudiantil.
    No se les pagaba por participar a los manifestantes, el pago
    podría ser la muerte, una
    apaleada, la comidilla intensa que invade ojos, oídos,
    nariz y garganta al aspirar el gas
    lacrimógeno o por lo menos la angustia eterna de quedar
    fichado por algún "oreja" o soplón infiltrado que
    remitiría la información a los fatídicos
    "escuadrones de la muerte".

    La pureza juvenil tenía uno de sus mejores
    momentos de expresión como fuerza
    física,
    succionando fuerzas de los más puros y nobles sentimientos
    de justicia de la
    masa universitaria que se manifestaba en contra del gobierno.
    Creo que todos sentíamos que nos integrábamos a una
    marcha de protesta, con la muerte caminando y gritando a nuestro
    lado. Nadie esperaba premios ni estatuas por ello; el mejor
    premio era la confianza en que cada familia y amigos
    comprenderían los justos motivos del sufrimiento que
    ocasionaría la pérdida de un ser estimado y amado.
    En ese momento toda la educación familiar
    y moral de cada
    manifestante se materializaba: cada manifestante sentía
    que paso en la marcha era una reafirmación de altos
    valores de
    respeto al
    trabajo, honestidad y
    justicia y la
    entereza moral para
    defenderlos y difundirlos. Seguramente estos fueron los
    últimos pensamientos que tuvieron los compañeros y
    compañeras que dolorosamente murieron o "desaparecieron"
    durante la represión que conllevó la marcha. Ahora
    comprendemos como es que se muere sin morir, pues las fecundas
    vidas que fueron segadas el 30 de julio de 1975 verdaderamente se
    reencarnaron en la vida la Universidad de El Salvador y en el
    proceso democrático del país.

    A los gritos colectivos de "únete" muchos
    estudiantes, profesores y gente que observaba la marcha se fueron
    incorporando. Al pasar por el edificio de la Facultad de Jurisprudencia
    y Ciencias
    Sociales, vi a un conocido político de izquierda ahora
    en la palestra nacional, solamente observándonos. No
    sé si él se incorporó después, pero
    en ése momento sentí una consecuente superioridad y
    la actitud de
    observador de él me dió más fuerzas para
    seguir en la marcha.

    La tensa algarabía de la marcha, gritando
    consignas y canciones de crítica al Gobierno, hacía
    menos pesado el atardecer. Se nos parecía a un festejo por
    la consecuencia con que la Universidad de El Salvador, ha
    defendido, defiende y defenderá la justicia y la democracia. La
    tensión aumentaba en la misma proporción en que nos
    alejábamos de la ciudad universitaria, nuestro refugio
    moral, intelectual y material. La sección de la marcha en
    que yo iba, ya había recorrido un considerable trecho
    desde el campus de la Universidad, saliendo por la "entrada de
    Derecho" y bordeando la Escuela España, y
    luego doblando sobre la 25 Avenida Norte, hasta cerca de la
    Fuente Luminosa.

    El río humano, comenzó a estancarse.
    Corrientes de personas integradas a la marcha, empezaron a seguir
    la dirección opuesta, un signo
    inequívoco del peligro de la represión militar en
    los tramos siguientes de la ruta. Muchos decidimos continuar el
    rumbo de la marcha. Probablemente sentíamos que una coraza
    de nuestra resuelta lucha por la dignidad, nos protegía de
    las fricciones entre personas que se quedaban observando y otras
    que iniciaban un pausado o presuroso retiro. Nos fuimos acercando
    hasta llegar a la altura de la entrada del Externado de San
    José, el distinguido colegio de Jesuitas en donde
    recibió educación por un
    tiempo, el
    poeta nacional Roque Dalton.

    Yo pude divisar, desde ahí, un manto verde de
    uniformes militares, tendido una media cuadra enfrente del
    Hospital Rosales. No distinguí a esa distancia si eran
    soldados o Guardias Nacionales. El temor civil era especialmente
    punzante cuando se trataba de Guardias Nacionales. La Guardia
    Nacional era un cuerpo selecto de represión fogueado en el
    "mantenimiento
    del orden en el campo", adquirió un gran desarrollo
    después de la represión de 1932. Autoritarios y
    arbitrarios…la gente decía con humor negro que los
    guardias nacionales mataban primero y después preguntaban,
    expertos en golpes y tiros, iniciaban capturas hasta por malas
    miradas y dudaban de todo ciudadano; a falta de "esposas" ataban
    los dedos pulgares de los campesinos y civiles detenidos con
    "cordeles" o pitas hasta que los dedos se pusieran morados. La
    Guardia Nacional era más temida que el mismo
    Ejército, pues estaban físicamente y moralmente
    preparados y seleccionados para reprimir de la manera más
    cruel e insensible. Este cuerpo de represión
    desapareció con los Acuerdos de Paz firmados en
    1992.

    Al observar el tapón verde bloqueando la ruta
    anunciada de la marcha estudiantil la masa manifestante
    frenó. En la punta la marcha comenzó a convertirse
    en un gran racimo de gente, que se desgajaba poco a poco y
    buscaba otras salidas. Y un grupo
    desvió la ruta, en el llamado "paso a dos niveles"
    enfrente del edificio del Instituto Salvadoreño del
    Seguro Social,
    ISSS. Pero fue ineludible el choque pues los militares
    también bloquearon la ruta alternativa que siguió
    la marcha.

    "Mantengámonos unidos" gritaba un profesor
    universitario en la bifurcación del paso a dos niveles,
    agitando las manos para animar a los indecisos a unirse con el
    grupo que iba
    a la cabeza de la marcha y que se encontraba aislado enfrente de
    los soldados. "No dejemos solos a los compañeros que van
    adelante", "no dejemos que nos separen", agregaba el profesor. Me
    pareció consecuente el llamado de mantenernos unidos y no
    dejar que aislaran a la cabeza de la marcha y me desprendí
    con un grupo, corriendo por la bifurcación del paso a dos
    niveles y gritando a todo pulmón junto a mis
    compañeros y compañeras,
    "U…U…U…U…", hasta acercarnos al grupo
    que encabezaba la movilización.

    Nos habían cercado. Los soldados habían
    cerrado la calle, sin ceder, por donde debería continuar
    alternativamente la movilización y los soldados que
    estaban enfrente del Hospital Rosales se dirigieron hacia el
    inicio de la bifurcación del paso a dos niveles. El
    profesor y yo nos contábamos entre los manifestantes que
    quedamos enfrente de los soldados, atrapados. Los rostros de
    piedra de los soldados eran expresión de su disciplina
    militar, de la humillante dureza con que toda dictadura militar
    educa en el "arte" de la
    represión. En los soldados se reflejaba una
    determinación brutal para repelernos a toda costa. No
    sabíamos en qué momento usarían sus
    fusiles…conforme gritábamos la tensión entre
    ellos y nosotros aumentaba. Aquellos segundos y minutos nos
    parecen suspendidos en el tiempo.

    Estallaron disparos y un coctel molotov. Y se
    armó la de Troya. Los fusiles en manos de los soldados,
    que ya tenían un ángulo de menos de 45 grados
    dirigidos contra nosotros, empezaron con disparos al aire, pero a cada
    impacto, los soldados bajaban más el punto de mira de los
    fusiles, hasta apuntar y disparar directamente en contra de los
    manifestantes. "Nos están disparando" le comenté a
    mi amigo profesor. "No se preocupe que son balas de salva", me
    respondió. "No son de salva" le refuté. Me
    pareció que el sonido de las
    balas de plomo, era diferente…más sólido y
    "seco".

    Enmedio de un intenso traqueteo y humazón, se
    divisiban como sombras del futuro estudiantes que corrían
    y caían. El tiroteo se iniciaba a unos tres metros,
    enfrente de nosotros, dimos la vuelta y yo salí corriendo
    en sentido contrario a donde provenían los disparos. "No
    corra que es peor", me dijo el profesor. Como impactado por un
    rayo clavé mis plantas en el
    pavimento y pensando en lo peor, una ráfaga por la
    espalda, me sentí muy sereno, una amalgama de tranquilo y
    temerario, como ya lo he experimentado en otros momentos
    cruciales, tensos y decisivos de la vida. Parcimoniosamente
    viré mi cabeza hacia la izquierda. Parapetado en un poste
    de la esquina, divisé a un soldado que me apuntaba con su
    fusil…a punto de dispararme, creo. Por un instante no
    escuche la "tronazón" ni olfateé la humazón.
    Solo tenía oídos y nariz para el silencio y el olor
    a muerte. A pesar de la distancia y el caos, pausadamente le
    busqué la mirada del soldado, con una mirada seria, de
    reclamo, miré a la distancia sus ojos y su rostro. Nos
    separaban unos siete u ocho metros. Me le quedé viendo
    fijamente. No recuerdo que la mirada mía, estuviera
    inspirada en el temor, sino en la seguridad
    personal,
    exigiéndole simplemente que no me matara, con mi rostro
    adusto. Hay una especie de seguridad
    personal que
    se fundamenta en valores de
    justicia social y que le imprimen a las personas una serenidad,
    energía, seguridad y hasta cortesía y "don de
    mando", en los momentos cruciales. El rostro del soldado, de tez
    blanca (por lo que se me antojó que era oriundo de
    Chalatenango, departamento bello y heroico, con una
    población que acusa el predominio español en
    el mestizaje) de golpe se puso rojo, como un fósforo y de
    golpe, también se encendió de pálidez, se
    puso blanco como un papel. Cuando lo vi pálido, me
    sentí confortado, imaginé que había calado
    por un momento infinito en su conciencia y que
    comprendía que lo que hacía no era justo, que no
    debía matarme. Me parecía una consecuencia lógica
    de la superioridad con que se siente una persona
    encarnando los valores de
    justicia. Y gradualmente, como un ser de metal, robotizado, pero
    sintiéndome con el alma de un ser humano supremo, un gran
    señor, reprimido pero con mucha dignidad, volteé mi
    cabeza y empecé a caminar pausadamente, a la par del
    profesor. Recordé las aflicciones de mi infancia
    cuando sentía "dormida" la cadera de la pierna derecha
    como presagio a las inyecciones prescritas en el tratamiento
    médico. Solo que esta vez esperaba ser cosido a balazos
    por la espalda.

    Parece que a todos nos ocurre que no recordamos con
    tanto detalle actividades que ha desarrollado por días y
    por meses, como guardamos en la memoria
    detalles de los momentos decisivos de la vida. La pausada
    atravesada de una calle, el 30 de julio de 1975, la recuerdo con
    más detalle, por ejemplo, que un par de tensas caminatas
    que hice en el Volcán de San Salvador. En esa pausada
    caminata, que debe haber durado unos dos o tres minutos, recuerdo
    haber visto a quien posteriormente sería la Comandante
    Nidia Díaz, como protegiéndose de gases
    lacrimógenos, cerca de una pared. Y a otro
    compañero, que se me acercó, con un rostro, mezcla
    de incredulidad y terror, gritándome…"Nos
    están matando". Quizás el compañero esperaba
    que yo hiciera algo, pensé…mi impotencia y
    estupefacción ante lo que estaba sucediendo, solamente me
    produjo una mueca. Y recuerdo otros compañeros que
    saltaban por el techo de un edificio, enfrente de nosotros. Ya ni
    me acordaba del soldado que me apuntaba, porque la miríada
    de mortales, intensos, estruendosos y humeantes sucesos desviaban
    a cada segundo la atención de todos.

    Calle de por medio desde donde se parapetaba el soldado
    que me apuntó, había una casa convertida en un
    comercio en
    donde se vendía instrumental odontológico; en las
    escaleras de una especie de sótano de esta casa, sumido a
    medio cuerpo estaba un compañero a quien yo le
    había solicitado que se incorporara a la marcha. Este
    compañero era también un profesor de secundaria en
    un centro de enseñanza de una zona obrera, en donde yo
    también daba clases. El profesor de la Facultad de
    Economía y
    yo nos acercamos hacia él. "Tengo esquirlas en una pata",
    nos dijo. "No puedo caminar", agregó. "Esperate" le
    dijimos. Y el profesor y yo le hicimos una improvisada silla con
    nuestros brazos y lo sacamos "chineado" por la cuadra no cercada
    militarmente, que termina en la esquina nororiente del Hospital
    de Maternidad. Al llegar a la esquina, un ciudadano visiblemente
    indignado y solidario, a bordo de un microbús que
    tenía "logos" de una reconocida empresa nos dijo
    con tono de indignación: "los han
    reprimido…¿verdad?". "Sí hombre", le
    contestamos. "Déjenlo conmigo, yo lo llevo al Hospital",
    solicitó. Así introducimos al compañero
    baleado en el microbús. Días después
    encontré al compañero, recuperado, y pensé
    que alguno de nosotros debió acompañarlo para
    asegurarse del ingreso al Hospital.

    "Vamos a ver si hay otros compañeros que
    necesitan ayuda", me dijo el profesor, después de dejar a
    mi compañero en el microbús. Yo me sentía
    agotado y preocupado…como si mi vida hubiera estado en un
    hilo. Pero pensé que el profesor tenía
    razón, que probablemente otros compañeros
    necesitaban de nuestra ayuda y caminamos, en torno a la
    manzana del Instituto Central de Señoritas y regresamos a
    la esquina, en donde estuvo apuntándome el soldado. Ya no
    estaba el cerco militar.

    En la calle se observaban charcos de sangre, zapatos
    desperdigados; en los alrededores, gente estupefacta con mirada
    de indignación y dolor. Un camión del
    Ejército corrió sobre la calle que hacía
    unos minutos estaba bloqueada militarmente. El camión
    militar iba con el toldo descubierto en la parte trasera, raudo
    en dirección oriente enfrente del edificio del Seguro Social
    ante la mirada de decenas de personas. El toldo descubierto
    permitía ver el terrible "cargamento": eran estudiantes
    "sentados" a las orillas de la cama del camión, con la
    cabeza caída, tambaleándose, muchos de ellos
    seguramente habían encontrado la muerte durante la
    reprimida manifestación o la encontrarían
    después en las instalaciones militares. Hurgando con
    ansias dirigí mi vista hacia el interior del camión
    para tratar de reconocer a alguien, alcancé a divisar la
    motocicleta de Jaime Baires, amigo mío, un profesor
    graduado en Francia y que
    en esa oportunidad afortunadamente, abandonó la
    motocicleta en la confusión del tiroteo. Unos años
    después, Jaime Baires aparecería asesinado,
    bañado con ácido, según
    reportaron.

    Zapatos tirados, charcos de sangre, eran los
    mudos testigos del dolor y del terror, de la muerte…de la
    pureza en los ideales, en la entrega social, del coraje y de la
    determinación de un movimiento estudiantil. Esa tarde y en
    la noche no se porqué motivos no dejaban de retumbarme en
    la cabeza las notas de la Novena Sinfonía de Beethoven que
    aprendí a escucharla atentamente a instancias de mi padre,
    quien me explicaba destacando el profundo valor humano
    de la composición. Sentía que la escuchaba en el
    mas allá, en el futuro.

    Murieron muchos compañeros; aunque no existe una
    cifra oficial, se asegura que fueron cerca de 50 los que murieron
    o desaparecieron. Entre los muertos, el Gobierno solamente
    reconoció al estudiante Roberto Miranda; era un
    compañero muy interesado en la investigación científica, lo
    conocí personalmente porque solicitaba mi asesoría
    para investigaciones
    sobre el movimiento campesino. Después me enteré
    que también era poeta al publicarse algunos de sus
    poemas en un
    periódico de la Universidad. El velorio de
    Roberto Miranda, se realizó en Soyapango, una zona de
    creciente industrialización considerada por ésa
    época como "el corazón
    industrial de Centroamérica". Como un modesto recuerdo por
    su ejemplo, le dediqué a Roberto Miranda, mi primer
    trabajo de investigación publicado en la Revista
    Economía Salvadoreña.

    Los sucesos del 30 de julio de 1975 deben recordarse
    siempre como una de las grandes batallas por la libertad y la
    democracia en El Salvador. Fué una de las tantas grandes
    contribuciones de la UES al proceso de construcción de una nueva sociedad
    democrática en El Salvador. El Ministro de Defensa era el
    Coronel Carlos Humberto Romero, posteriormente derrocado en 1979,
    siendo Presidente.

    Ha pasado más de un cuarto de siglo, hay dolores
    y esperanzas eternos y para recordar esta deuda con quienes nos
    permiten seguir soñando en un futuro mejor ahora la
    vía se llama "Mártires del 30 de Julio".

     

    Carlos Evaristo Hernández

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