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Platón




Enviado por davinti81



    1. La necesidad de una ciencia
      política
    2. La virtud es
      conocimiento
    3. La incompetencia de la
      opinión
    4. El Estado como
      tipo
    5. Las necesidades
      recíprocas y la división del
      trabajo
    6. Clases y
      almas
    7. La
      justicia
    8. La propiedad y la
      familia
    9. La
      educación
    10. La omisión del
      derecho
    11. La readmisión del
      derecho
    12. El hilo de oro de la
      ley
    13. La forma mixta de
      gobierno
    14. Instituciones sociales y
      políticas
    15. Instituciones educativas y
      religiosas
    16. La "República" y "Las
      leyes"
    17. Aristóteles: ideales
      políticos
    18. La nueva ciencia de la
      política
    19. Las clases de
      autoridad
    20. El imperio de la
      ley
    21. El conflicto entre lo ideal y
      lo real
    22. Los diversos y contrapuestos
      títulos de poder
    23. Formas de gobierno
      políticas y éticas
    24. Los principios
      democrático y oligárquico
    25. El mejor Estado posible en la
      práctica
    26. El nuevo arte del
      estadista
    27. La naturaleza como
      desarrollo
    28. El ocaso de la
      Ciudad-Estado
    29. El fracaso de la
      Ciudad-Estado
    30. Apartamiento o
      protesta
    31. Los
      epicúreos
    32. Los
      cínicos

    LAS AMBICIONES imperiales de Atenas perecieron con su
    derrota en la guerra del
    Peloponeso, pero aunque cambió su papel, su
    influencia en Grecia y, en
    último termino, su influencia en todo el mundo antiguo no
    disminuyó en modo alguno. Después de perder su
    imperio se fue conviniendo, cada vez en mayor grado, en el centro
    educativo del mundo mediterráneo, posición que
    conservó aun después de haberse desvanecido su
    independencia
    política y
    hasta bastante entrada la era cristiana. Sus escuelas de
    filosofía, ciencia y
    retórica fueron las primeras grandes instituciones
    europeas dedicadas a la educación
    superior y a la investigación que acompaña
    necesariamente a la instrucción avanzada, y a ellas
    acudían estudiantes de Roma y de todas
    las partes del mundo antiguo. La Academia platónica fue la
    primera de las escuelas filosóficas, aunque es probable
    que Sócrates,
    que enseñó especialmente retórica y oratoria, abriera
    su escuela algunos
    años antes que Platón, La
    escuela de
    Aristóteles el Liceo se abrió unos
    cincuenta años más tarde v las otras dos grandes
    escuelas la epicúrea y la estoica comenzaron unos treinta
    años después de Aristóteles.

    Quienes han captado plenamente la fina espontaneidad,
    tanto de la vida como del arte, de la era
    de Perícles, no pueden menos de considerar como una
    decadencia esta especialización académica del genio
    de Atenas. Probablemente es cierto que los griegos no se
    habrían dedicado a la filosofía, al menos del modo
    que lo hicieron, si la vida de Atenas hubiera seguido siendo tan
    feliz y tan próspera como parecía ser cuando la
    Oración Fúnebre de Pericles hizo resonar su nota
    dominante. Y, sin embargo, nadie puede dudar de que la enseñanza de las escuelas atenienses ha
    desempeñado en la cultura
    europea un papel tan
    grande como el arte ateniense
    del siglo v. En efecto, esas escuelas señalan el comienzo
    de la filosofía griega, en especial en sus relaciones con
    la política y
    los otros estudios sociales. En este campo, los escritos de
    Platón
    v Aristóteles fueron las primeras grandes exploraciones
    emprendidas por el intelecto europeo. En un comienzo no
    constituyeron sino una iniciación rudimentaria, nada a lo
    que pueda denominarse con propiedad
    cuerpo de ciencias
    distinguidas y clasificadas en la forma que hoy parece
    obvia.

    Los temas de estudio y sus interrelaciones estaban en
    proceso de
    creación. Pero en la época en que se
    completó el corpus de escritos aristotélicos
    año 323 a. C el esquema general de conocimiento
    filosofía, ciencia
    natural, ciencias de la
    conducta humana y
    crítica del arte quedó fijado de tal modo que sus
    líneas generales se pueden reconocer en cualquier
    época posterior del pensamiento
    europeo. Ningún estudioso puede desconocer la gran
    importancia del progreso de la especialización y del alto
    tipo de exactitud profesional que nos legaron las escuelas,
    aunque fuera algo académico y estuviera alejado de la
    actividad cívica.

    LA
    NECESIDAD DE UNA CIENCIA POLÍTICA

    Platón nació hacia el año 427 a. c.
    en el seno de una prominente familia
    ateniense. Muchos comentaristas han atribuido su actitud
    crítica respecto a la democracia a
    su nacimiento aristocrático, y es cierto que uno de sus
    parientes desempeñó un papel muy importante en la
    revuelta oligárquica del año 404. Pero el hecho
    puede explicarse perfectamente de otra manera; su desconfianza
    respecto a la democracia no
    era mayor que la de Aristóteles, quien no era noble por
    nacimiento y ni siquiera era ateniense. El hecho más
    importante del desarrollo
    intelectual de Platón fue el de que en su juventud fue
    discípulo de Sócrates,
    de quien sacó el pensamiento que fue siempre lo
    fundamental de su filosofía política: la idea de
    que la virtud es conocimiento.
    Dicho de otro modo, esto significaba la creencia en que existe
    objetivamente una vida buena, tanto para los individuos como para
    los estados, vida que puede ser objeto de estudio, a la que se
    puede definir mediante procesos
    intelectuales metódicos y que, por consiguiente, es
    posible practicar de modo inteligente. Esto explica por sí
    sólo el hecho de que Platón tuviese que ser, en
    algún sentido, aristócrata, va que el criterio para
    valorar resultados conseguidos en el campo del saber no puede
    dejarse nunca a los números o a la opinión popular.
    Llegado a la madurez al concluir la guerra del
    Peloponeso, hubiera sido difícil que compartiera el
    entusiasmo de Feríeles por la "feliz
    despreocupación" de la vida democrática. Su primer
    pensamiento en
    materia de
    política el recogido en la República, se produce en
    la época en que era más probable que un ateniense
    se dejase impresionar por la disciplina de
    Esparta y antes de que la desastrosa historia del imperio
    espartano pusiera de manifiesto lo vacío de tal disciplina.

    En la autobiografía que figura en la
    Epístola VII cuenta Platón que en su juventud tuvo
    la esperanza de hacer carrera política y había
    llegado a esperar qué la rebelión
    aristocrática de los Treinta (404 a. c.) produjera
    reformas de importancia en las que le cupiera la posibilidad de
    desempeñar algún papel, Pero la experiencia de la
    oligarquía hizo pronto que la democracia pareciera una
    edad de oro, aunque la democracia restaurada demostró
    inmediatamente su ineptitud con la ejecución de
    Sócrates.

    El resultado fue que yo, que había tenido en un
    principio gran interés en
    las cosas publicas, conforme miraba al torbellino de la vida
    pública y veía el movimiento
    incesante de las corrientes contrarias, acabé por sentirme
    aturdido. . . y finalmente vi con claridad que todas las polis,
    sin excepción, están mal gobernadas. Sus
    legislaciones son casi incurables, a no ser mediante algún
    plan milagroso
    puesto en práctica con buena suerte. Por ello me veo
    obligado a decir, en elogio de la recta filosofía, que
    desde ella podemos discernir en todos los casos lo que es justo
    para las comunidades y para los individuos y que, según
    esto, el género
    humano no verá los mejores hasta que adquiera autoridad
    política la raza de quienes siguen recta y
    auténticamente la filosofía o hasta que la raza de
    los gobernantes se convierta, por alguna suerte divina, en
    estirpe de verdaderos filósofos.

    Es muy tentador ver en este pasaje una razón
    importante de la fundación de la escuela platónica,
    aunque es curioso que en la Epístola no se menciona la
    escuela. La Fecha tiene que haber sido posterior en pocos
    años a la conclusión de sus viajes
    bastante prolongados y su vuelta a Atenas el año 588. Es,
    sin duda, cierto que la Academia no se fundó sólo
    para un propósito único y, en consecuencia.
    sería exagerado decir que Platón intentaba crear
    una institución para el estudio científico de la
    política y la educación de los
    estadistas. La especialización no había alcanzado
    aún este punto y es difícil que Platón
    concibiera la necesidad del filósofo en política
    como necesidad de hombres preparados ad hoc para 1 profesiones
    administrativa y legislativa. Más bien la concebía
    como necesidad 03 hombres en quienes una adecuada
    preparación intelectual hubiera aguzado la percepción
    de lo que era la vida buena v que estuvieran, por ende,
    preparados para discriminar entre el bien verdadero y el falso y
    entre los medios
    adecuados e inadecuados de alcanzar el verdadero bien.

    El problema era una secuela de la distinción
    entre naturaleza y
    convención que se habían planteado los griegos
    reflexivos durante la segunda mitad del siglo v. Por
    consiguiente, en la concepción platónica este
    problema no era sino una parte importante del más general
    de discriminar.

    El verdadero conocimiento de la apariencia, la
    opinión y la ilusión engañosa. Para ello no
    era irrelevante ninguna rama de estudios avanzados, tal como, por
    ejemplo, la lógica
    o las matemáticas. A la vez resulta
    difícil creer que Platón, convencido como estaba de
    que tal conocimiento y su adquisición por los gobernantes
    era la única salvación de los estados, no esperase
    y confiase que la Academia diseminaría el
    conocimiento y la filosofía verdaderos, y no artes
    espurias, como la retórica. En edad más avanzada
    creía, ciertamente, que el arte político es
    la ciencia
    suprema o "regia".

    En los años 367 y 361 hizo Platón sus
    famosos viajes a
    Siracusa para ayudar a su amigo Dión en la educación y
    guía del rey Dionisio el Joven, en cuya ascensión
    al trono vio lo que esperaba: la ocasión de emprender bajo
    buenos auspicios una reforma política radical un
    gobernante joven, dotado de poder
    ilimitado y bien dispuesto a escuchar y aprovechar los consejos
    combinados de un sabio y un estadista experimentado. En la
    Epístola VII se cuenta en forma vivía lo sucedido.
    Platón descubrió muy pronto que los informes
    acerca de la buena disposición de Dionisio para aceptar
    consejos y para aplicarse al estudio o a los negocios
    públicos, eran equivocados. El proyecto fue un
    fracaso completo y, sin embargo, no parece que hubiera nada
    esencialmente visionario en los propósitos de
    Platón. Los consejos contenidos en sus cartas a los
    partidarios de Dión son prudentes y moderados y parece
    claro que los planes de Dión fracasaron porque éste
    no consiguió presentar a los siracusanos una
    política conciliatoria que resultase aceptable para ellos.
    Algunas partes de la Epístola VII de Platón
    muestran que se dio cuenta de la gran importancia que
    tenía para todo el mundo heleno la existencia en Sicilia
    de una fuerte potencia griega
    que sirviese de contrapeso a Cartago, lo que era, sin duda, un
    proyecto digno
    de un estadista, y si creía que era imposible el
    establecimiento de un poder adecuado
    sin la monarquía, esto era una conclusión
    que la helenización de Oriente por Alejandro hizo mucho
    para justificar. Por lo que en la aventura siciliana se refiere
    personalmente a Platón, es evidente que el ateniense
    sentía que un investigador serio, que había
    estado
    propagando durante una generación la doctrina de que la
    política necesitaba de la filosofía, no
    podía negar el apoyo pedido por Dión.

    Temía, por así decirlo, no ver en
    mí sino palabras —un hombre que
    nunca pusiera voluntariamente sus manos en una tarea
    concreta.

    En muchos de los diálogos platónicos se
    estudian cuestiones más o menos conexas con la
    filosofía política, pero hay tres que se ocupan de
    modo principal del tema y es de esos tres de donde podemos sacar
    fundamentalmente sus teorías. Son ellos la República, el
    Político y Las Leyes. La
    República fue escrita en la madurez de Platón, pero
    cuando éste era aún relativamente joven,
    probablemente dentro de la primera década de la apertura
    de su escuela. Aunque trata de constituir una unidad, y como tal
    la han considerado sus mejores críticos, es posible que su
    composición haya durado varios años, y hay buenas
    razones estilísticas para probar que el estudio acerca de
    la justicia
    contenido en el libro primero
    es relativamente temprano. Por el contrario, Las leyes es obra de
    la senectud de Platón y según tradición,
    estaba trabajando aun en ella al morir el año 347. Por
    consiguiente, transcurrieron treinta años y acaso
    más entre la redacción de la Republica y la de Las
    leyes. Puede verse en la primera de esas obras el
    entusiasmo de los primeros tiempos de la madurez de
    Platón, de la época en que fundó la escuela,
    y en la última la desilusión advenida con la edad,
    acentuada tal vez con el fracaso de su aventura de Siracusa. El
    Político fue escrito entre los dos diálogos
    mencionados, pero probablemente más cerca de Las Jeycs que
    de la República.

    LA
    VIRTUD ES CONOCIMIENTO

    La República es un libro que
    desafía todo intento de clasificación. No encaja en
    ninguna de las categorías de los estudios sociales
    modernos ni de la ciencia
    moderna. En él se tocan o se desarrollan
    prácticamente todos los aspectos de la filosofía
    platónica y el ámbito de sus temas es tal que puede
    decirse que se ocupa de toda la vida. humana.- Se refiere al
    hombre bueno y
    a la vida buena, la cual significaba para Platón la vida
    en un estado bueno,
    y a los medios de
    conocer cuáles sean esas cosas y a los modos de lograrlas.
    Para un problema tan general no es extraño ningún
    aspecto de la actividad individual o social. De ahí que la
    República no sea un tratado, que no pertenezca a la
    política, a la ética, a
    la economía o
    a la psicología, aunque incluye a todas ellas y
    aun a otras ramas del saber humano, puesto que no faltan en la
    obra el arte, la educación ni la
    filosofía. Esta amplitud de su materia, que
    es un poco desconcertante para un lector de formación
    académica, se explica por diversas causas. La mera
    mecánica literaria de la forma de diálogo
    que utilizaba Platón, permitía una amplitud y una
    libertad de
    composición que no podría tolerar un tratado.
    Además, en el momento en que escribió
    Platón, no se había hecho entre las diversas
    "ciencias" arriba mencionadas la distinción que, de modo
    un tanto artificial, se les ha asignado posteriormente. Pero
    más importante que la técnica literaria o
    científica es el hecho, a que va nos hemos referido, de
    que en la ciudad-estado la propia vida no estaba clasificada y
    subdividida en el grado en que hoy lo está. Como todas las
    actividades de un hombre estaban conexas de modo muy
    íntimo con su ciudadanía, ya que su religión era la
    religión
    del estado y su arte, en gran parte, arte cívico, no
    podía haber una separación tajante entre esos
    problemas. El
    hombre bueno tenía que ser un buen ciudadano;
    difícilmente podía existir salvo en un estado
    bueno; y resultaría ocioso discutir lo que era bueno para
    el hombre sin
    considerar también lo que era bueno para la polis. Por
    esta razón era forzoso que en lo que trataba de hacer
    Platón se entretejieran los problemas
    psicológicos y sociales y las consideraciones
    éticas y políticas.

    La riqueza y la variedad de los problemas y temas que
    figuran en la República no "Impiden que la teoría
    política contenida en esta obra esté muy unificada
    y tenga una estructura
    lógica
    bastante simple. Las posiciones principales en ella desarrolladas
    y las demás características de Platón pueden
    reducirse a unas pocas proposiciones y no sólo
    están dominadas todas ellas por un punto de vista
    único, sino que se deducen con gran rigor mediante un
    proceso de
    razonamiento abstracto, no divorciado en manera alguna de la
    observación de las instituciones
    reales, pero que no pretende basarse en ella. La
    clasificación de las formas de
    gobierno hecha en los libros VIII v
    IX es, hasta cierto punto, una excepción a lo anterior,
    pero el estudio de los estados reales se hace para señalar
    el contraste con el estado
    ideal y, por consiguiente, podemos dejarlo de lado al considerar
    el tema central de la República. Aparte de; esta y la
    teoría
    del estado se desarrolla siguiendo una línea muy
    concatenada, y que es a la vez sencilla y unificada. Es necesario
    insistir en Que esta teoría está demasiado dominada
    por una sola idea y es demasiado sencilla para poder explicar el
    tema de Platón, la vida política de la
    ciudad-estado. Ello explica por qué se sintió
    obligado su autor a formular una segunda teoría sin
    admitir, sin embargo, que la primera fuese poco sólida y
    explica también el hecho de que el más grande de
    sus discípulo Aristóteles, aunque acepta algunas de
    las conclusiones más generales de la
    República se acerca mucho más, en conjunto,
    a la forma de filosofía política desarrollada en el
    Político y en Las Leyes que al estado ideal de la
    República. La súper simplificación de
    la teoría política contenida en la más
    antigua de estas obras hace de ella, salvo por lo que se refiere
    a algunos principios muy
    generales, un episodio del desarrollo del
    tema.

    La idea fundamental de la República la
    encontró Platón en la doctrina de su maestro de que
    la virtud es conocimiento. Su desgraciada experiencia
    política personal
    reforzó en él esa idea que acabó por
    cristalizar en la fundación de la Academia con la
    finalidad de inculcar el espíritu del verdadero
    conocimiento como fundamento de un arte político
    filosófico. Pero la proposición de que la virtud es
    conocimiento implica la existencia de un bien objetivo que
    es posible conocer y que puede en realidad ser conocido mediante
    la investigación racional o lógica
    más bien que por intuición, adivinación o
    suerte. El bien es objetivamente real, piénsese lo que se
    quiera acerca de él, y debe realizarse no porque los
    hombres lo quieran, sino por ser bien. En otras palabras, la
    voluntad desempeña aquí un papel secundario; lo que
    el hombre
    quiere depende de lo que ve del bien, pero nada es bueno por el
    mero hecho de que se desee. Sitúese de aquí que el
    hombre que conoce el filósofo, el sabio o el hombre de
    ciencia debe tener un poder decisivo en el gobierno y que
    sólo su conocimiento le da título a ese poder.
    Ésta es la creencia latente en todo lo demás que
    hay en la República y esto es lo que obliga a
    Platón a sacrificar todos los aspectos del estado que no
    pueden colocarse bajo el principio del despotismo
    ilustrado.

    Sin embargo, si se examina a fondo este principio,
    resulta tener una base más amplia de lo que pudiera
    suponerse a primera vista. En efecto, al analizarlo vemos que la
    asociación del hombre con el hombre en sociedad se basa
    en necesidades recíprocas y el intercambio de
    mercancías y servicios
    resultante de ellas. En consecuencia, el título que tiene
    el filósofo al ejercicio del poder no es sino un caso
    particular muy importante de algo que se encuentra dondequiera
    que los hombres viven juntos, a saber: que toda empresa cooperativa se
    basa en el hecho de que cada uno realice la parte de trabajo que
    le corresponde. Para darnos cuenta de lo que esto implica para la
    polis, es necesario saber qué clases de trabajo son
    esenciales, investigación que lleva a descubrir las tres
    clases de que habla Platón, de las cuales el
    filósofo-gobernante será, sin duda, el más
    importante. Pero esta división de tareas y esta
    consecución del mejor resultado posible en cada una de
    ellas la especialización de funciones que es
    la raíz de la sociedad descansa
    en dos factores, la aptitud natural y la educación. La primera
    es innata y la segunda cuestión de experiencia y
    preparación. En cuanto empresa
    práctica, la polis depende del control y la
    interrelación de esos dos factores; en otras palabras, de
    conseguir la mejor "capacidad humana y desarrollarla mediante la
    mejor educación. Todo el análisis ' viene a reforzar la
    concepción inicial: no hay ninguna esperanza para los
    estados, a menos que el poder se encuentre en manos de quienes
    saben de quienes conocen, en primer lugar, cuáles son las
    tareas que el estado
    bueno requiere que se realicen 'y, en segundo término,
    qué herencia y
    qué educación pueden proporcionar los ciudadanos
    aptos para realizarlas.

    Por consiguiente, la teoría de Platón es
    divisible en dos partes o tesis
    principales primera, que el gobierno debe
    ser, un arte basado en un conocimiento exacto; y segunda que la
    sociedad es una mutua satisfacción de necesidades por
    personas cuyas capacidades se complementan entre sí..
    Lógicamente, la segunda proposición es una premisa
    de la primera. Pero como es de presumir que Platón
    recibió la primera casi enteramente perfilada por
    Sócrates, es razonable suponer que en el tiempo la segunda
    fue una generalización o extensión de la primera.
    El principio socrático de que la virtud es conocimiento,
    resultó de mayor aplicabilidad de lo que parecía a
    primera vista.

    LA INCOMPETENCIA DE LA
    OPINIÓN

    La tesis de que
    el bien es problema de conocimiento exacto, deriva directamente
    de la distinción ya antigua entre naturaleza y
    convención y de las discusiones entre Sócrates y
    los sofistas. A menos que algo sea real y Objetivamente bueno, y
    a menos que los hombres razonables puedan ponerse de acuerdo
    respecto a ello, no hay ningún canon para un arte
    político como el que Platón esperaba fundar. El
    problema se expone por extenso en sus varias ramificaciones en
    los primeros Diálogos de Platón en la
    analogía que reaparece constantemente entre el estadista y
    el medico o el artesano conocedor de su oficio, en la
    comparación contraria que encontramos en el Gorgias de la
    oratoria con el
    estímulo del apetito por el arte de la cocina, en la falta
    de método y
    el carácter
    pretencioso atribuidos en el Protagoras a la enseñanza de los sofistas v, en un nivel
    más especulativo, en el problema, que también
    reaparece con frecuencia, del lugar relativo que ocupen la
    razón y la inspiración o el
    conocimiento metódico y la intuición. A la
    misma categoría pertenecen las largas discusiones sobre el
    arte que encontramos en la República y la
    valoración no muy benévola de los artistas como
    hombres que consiguen un efecto sin saber cómo ni por
    qué. Esto constituye un paralelo preciso de la
    acusación de que los estadistas aun los más grandes
    han gobernado por una especie de "divina locura". Es evidente que
    nadie puede seriamente tener la esperanza de enseñar la
    divina locura.

    Pero, a juicio de Platón, las dificultades
    ciudad-estado no son resultado únicamente de una
    educación defectuosa y aún menos de deficiencias
    morales en sus estadistas o sus maestros. Son más bien
    resultado de una enfermedad de todo el cuerpo político y
    de la misma naturaleza humana. El pueblo mismo, dijo
    Platón, es el gran sofista, una nota que reaparece
    constantemente en su ética es
    la convicción de que la naturaleza humana está en
    guerra consigo misma, de que existe un hombre inferior del cual
    debe salvarse a toda costa el hombre superior. Fue esto lo que
    hizo que Platón pareciera "casi cristiano" a los Padres de
    la Iglesia. Ha
    desaparecido por entero la fe en la "feliz
    despreocupación" elogiada de modo tan magnífico en
    la Oración Fúnebre. La feliz confianza de una
    generación que había creado espontáneamente
    v con éxito
    ha cedido el paso a la duda y la incertidumbre, de una
    época más critica. En Platón persiste
    aún la esperanza de que pueda ser posible recapturar la
    estructura
    mental más feliz, pero sólo mediante un
    metódico examen de sí mismo v una rígida
    autodisciplina. Así, pues, en su origen, la
    República era un estudio crítico de la
    ciudad-estado tal como realmente existía, con todos los
    defectos concretos que Platón veía en ella, aunque
    por razones especiales prefirió exponer su teoría
    en forma de polis ideal.

    Este ideal debía revelar aquellos principios
    eternos de naturaleza que las polis existentes trataban de
    desafiar.

    El principal de los abusos atacados por Platón
    era la ignorancia e incompetencia de los políticos, que es
    la maldición especial de las democracias. Los artesanos
    tienen que conocer sus oficios, pero los políticos no
    saben nada de nada, como no sea el arte innoble de adular a la
    "gran bestia". Tras el desastroso resultado de la guerra del
    Peloponeso, la generación durante la cual se
    escribió la República. fue una época
    en la que era especialmente probable que los atenienses admirasen
    la seriedad y la disciplina de Esparta. Platón no hubiera
    podido admirar nunca con entera sinceridad una educación
    militar unilateral como la de Esparta, por favorable que fuese la
    opinión que le mereciera la devoción al deber que
    producía entre los la lacedemonios; en este sentido
    Jenofonte fue mucho más lejos que él. Pero es de
    notar que al final de su vida cuando escribe Las leyes
    critica a Esparta mucho más a fondo que al elaborar la
    República. Por otra parte, la idea de un
    técnico especialmente preparado para el ejercicio de una
    profesión es una idea que en los días de
    Platón se encontraba en Grecia en sus
    primeros albores. No muchos años antes de que se abriera
    la Academia, un soldado profesional, Ifícrates,
    había asombrado al mundo al demostrar lo que podía
    hacer un cuerpo de tropas provistas de armas ligeras y
    preparadas profesionalmente, incluso contra la infantería
    pesada de Esparta. Se dice que la oratoria profesional
    comenzó aproximadamente en la misma época que la
    escuela de Isócrates. Así, pues, Platón no
    hizo sino exponer de modo explícito una idea que se estaba
    desarrollando ya antes de que él escribiera. Pero lo que
    percibió justamente es que el problema era mucho
    más amplio que la preparación de soldados u
    oradores e incluso que la preparación misma. Más
    allá de la preparación está la necesidad de
    saber qué es lo que se quiere enseñar y para
    qué se quiere preparar a los hombres. No puede suponerse
    que alguien tenga ya el conocimiento que debe enseñarse.
    Se necesita con toda urgencia más conocimiento. Lo que hay
    de realmente distinto en Platón es la unión de la
    enseñanza con la investigación o de los
    cánones de habilidad profesional con los cánones de
    conocimiento
    científico.

    En esto consiste la originalidad de su teoría de
    la educación
    superior expuesta en la República y así
    nos sentimos fuertemente tentados a creer que fue el intento de
    realizar entonces algo por el estilo lo que debió moverle
    precisamente a emprender la fundación de la Academia. La
    incompetencia es un defecto especial de los estados
    democráticos, pero hay otro defecto que Platón
    veía por igual en todas las formas de gobierno existentes.
    Es la extrema violencia y
    egoísmo de las luchas de partido que podía hacer en
    cualquier momento que una facción prefiriese su ventaja a
    la del estado. La armonía de la vida política ese
    ajuste de los intereses públicos y privados que Pericles
    se enorgullecía de ver conseguido en Atenas era, en
    realidad, como percibió Platón, en gran parte un
    ideal. La lealtad a la polis era, en el mejor de los
    casos, una virtud de base precaria, en tanto que era muy probable
    que la virtud política que se encontraba de ordinario
    fuese lealtad a algún tipo de gobierno de
    clase.

    El aristócrata era leal a una forma
    oligárquica de gobierno, el plebeyo a una
    democrática, y había muchas probabilidades de que
    ambos hiciesen causa común con los de su misma clase de
    otra polis. Prácticas que con arreglo a las normas de la
    ética política moderna serían consideradas
    como constitutivas de traición, eran bastante comunes en
    la política griega. El ejemplo más conocido, aunque
    en modo alguno el peor, es el de Alcibíades, que no
    dudó en intrigar contra Atenas, tanto con Esparta como con
    Persia, con objeto de restablecer su influencia política y
    la de su partido. Esparta, que tenía una forma de gobierno
    oligárquica, era considerada normalmente como el apoyo del
    partido oligárquico de todas las ciudades situadas dentro
    de su esfera de influencia, y del mismo modo Atenas hacía
    causa común con las facciones populares.

    Este encendido espíritu de facción y de
    egoísmo de partido constituía, sin duda, una de las
    causas principales de la relativa inestabilidad del gobierno de
    las ciudades-estados. Platón lo atribuía en gran
    parte a la discrepancia de intereses económicos entre
    quienes tienen propiedad y
    quienes carecen de ella. El oligarca tiene interés en
    la protección de su propiedad y en la recaudación
    de lo que se le debe, por duro que ello pueda resultar para los
    pobres. El demócrata se inclina a planes encaminados a
    mantener a ciudadanos ociosos e indigentes a costa del erario, es
    decir, con dinero pagado
    por los ricos. Así, aun en la polis más
    pequeña hay —decía Platón— dos
    ciudades, la ciudad de los ricos y la ciudad de los pobres, que
    están en eterna guerra entre sí. Tan seria es esta
    situación que Platón no puede concebir otro remedio
    al faccionalismo característico de la política griega
    que un cambio
    profundo en la institución de la propiedad privada. Como
    remedio radical se inclinaría a aboliría por
    entero, pero cree que al menos es necesario eliminar los grandes
    extremos de miseria y riqueza. Y la educación de los
    ciudadanos para hacerles que prefieran el bienestar cívico
    a todo lo demás, es apenas menos importante que la
    educación de los gobernantes. La incompetencia y el
    espíritu de facción son dos males políticos
    fundamentales y todo plan encaminado a
    perfeccionar la ciudad estado tiene que enfrentarse con
    ellos.

    EL
    ESTADO COMO TIPO

    Las consecuencias teóricas o científicas
    del principio sostenido por Platón no son para él
    de menor importancia que las críticas. Hay un bien, tanto
    para los hombres como para los estados, y captar ese bien, ver lo
    que es y por qué medios se puede conseguir y gozar, es un
    problema de conocimiento. En efecto, los hombres tienen toda
    clase de opiniones acerca de ese bien y toda clase de nociones
    impresionistas respecto a la manera de conseguirlo, pero las
    opiniones son inacabables y hay poco que escoger entre ellas. El
    conocimiento del bien, caso de poderse lograr, sería algo
    totalmente distinto. En primer lugar, habría alguna
    garantía racional de él; se justificaría
    ante alguna facultad distinta de la que hace a los hombres
    mantener opiniones. y, en segundo término,
    sería uno e inmutable; no sería una cosa en Atenas
    y otra en Esparta, sino el mismo siempre y en todas partes. En
    resumen sería algo de la naturaleza y no de los vientos
    mudables de la costumbre y la convención. En el hombre,
    como en todas las cosas del mundo, hay algo permanente, una
    "naturaleza" distinta de la apariencia, y captar esa naturaleza
    es precisamente lo que distingue el conocimiento de la
    opinión. Cuando Platón dice que es el
    filósofo quien conoce el bien, no se jacta con ello de
    omnisciencia; -10 hay sino el aserto de que existe un canon
    objetivo y de
    que el conocimiento es mejor que la adivinación. La
    analogía del conocimiento profesional o científico
    no se aleja nunca de la mente de Platón. El estadista debe
    conocer el bien de un estado del mismo modo que el médico
    conoce la salud, y de
    modo semejante debe entender cómo operan las causas que la
    perturban o que la mantienen. Sólo el conocimiento
    diferencia al estadista verdadero del falso, como sólo el
    conocimiento diferencia al médico del
    matasanos.

    Esta determinación de ser científico
    implicaba para Platón, cuando escribió la
    República, que su teoría tenía que dibujar
    un estado ideal y no limitarse a describir un estado existente.
    Aunque ello pueda parecer paradójico, es literalmente
    cierto que la República describe una utopía, no
    porque sea una "novela", como
    cree Dunning, sino porque Platón intentó desde el
    primer momento hacer un estudio científico de la "idea del
    bien". El estadista debe saber qué es realmente el bien y,
    en consecuencia, qué se requiere para hacer un estado
    bueno. Debe saber también lo que es el estado, no en sus
    variaciones accidentales, sino lo que es intrínseca o
    esencialmente. Dicho sea de piso, el derecho del filósofo
    a gobernar sólo podría justificarse en el caso de
    que se demostrase que ello iba implícito en la naturaleza
    del estado. El estado platónico tiene que ser un "estado
    como tal", un tipo o modelo de
    todos los estados. Ninguna exposición
    meramente descriptiva de los estados existentes podía
    servir para este fin v ningún argumento meramente
    utilitario podría valer para justificar ese derecho del
    filósofo. La naturaleza general del estado como especie o
    tipo es el tema del libro, y el problema de sí los estados
    reales se ajustan o no a ese modelo es
    secundario.

    Este procedimiento
    explica el modo bastante desdeñoso como trata
    Platón los problemas relativos a la puesta en
    práctica de su ideal, que es probable que preocupasen al
    lector moderno. Es fácil exagerar lo lejos que se
    encuentra el tipo platónico de las condiciones reales,
    pero tal como Platón concebía el problema, la
    cuestión de sí podía crearse en la realidad
    su estado ideal era irrelevante. Lo que trataba de hacer era
    mostrar lo que en principio que ser un estado; si los hechos no
    son como el principio, tanto peor para los hechos. O, dicho de
    modo un poco distinto, lo que hacía era suponer que el
    bien es lo que objetivamente es; que les guste a los hombres o
    que se les pueda convencer de que lo deseen, es otra
    cuestión. Sí la virtud es conocimiento, hay que
    suponer, sin duda, que los hombres desearán el bien en
    cuanto descubran lo que es, pero el bien no será mejor por
    ello.

    El modo de proceder de Platón en este punto
    será mucho más comprensible si nos damos cuenta de
    que su concepción de lo que constituiría una
    ciencia política satisfactoria se construye según
    el procedimiento de
    la geometría.
    La relación de la filosofía platónica con
    las matemáticas griegas era extraordinariamente
    íntima, tanto por la influencia ejercida sobre
    Platón por los pitagóricos, como por la
    inclusión en su propia escuela de cuando menos dos de los
    más importantes matemáticos y astrónomos de
    su tiempo. Se
    cuenta incluso que se negaba a admitir como discípulos a
    quienes no hubiesen estudiado geometría.
    Además, el propio Platón planteó a sus
    discípulos el problema de reducir los movimientos
    aparentemente irregulares de los planetas a
    figuras geométricas simples y el problema lo
    resolvió Eudoxo de Cnido, Esta hazaña produjo la
    primera teoría científica del sistema
    planetario, así como la primera aproximación a una
    explicación matemática
    de un fenómeno natural. En resumen, el método y
    el ideal de la explicación científica exacta, que
    apareció por primera vez en la geometría v la
    astronomía griegas v que reapareció
    en la astronomía y la física matemática
    del siglo XVII, es una de las hebras de la gran tradición
    platónica. Tiene sus comienzos precisamente en la
    generación que contempló la fundación de la
    Academia y la elaboración de la
    República.

    No es, pues, sorprendente que Platón imaginara
    que el progreso en la comprensión racional de la vida
    buena debía encontrarse por un camino semejante. Para
    él era evidente que la precisión de la ciencia
    exacta se basaba en la captación de los tipos; no hay
    geometría a menos que nos contentemos con manejar figuras
    idealizadas, sin tomar en cuenta las divergencias y
    complicaciones que aparecen en cada una de las representaciones
    del tipo. Todo lo que puede pretender el hecho empírico,
    por ejemplo en astronomía, es que los tipos empleados
    "guarden las apariencias"; en una palabra, que las deducciones
    del astrónomo den un resultado que concuerde en apariencia
    con lo que acontece en los ciclos. Evidentemente, los tipos del
    astrónomo —sus verdaderos círculos y
    triángulos— nos dicen lo que "realmente" acontece.
    Del mismo modo, la República no aspira a describir
    catados, sino encontrar lo que es esencial o típico de
    ellos los principios sociológicos generales en que se basa
    toda sociedad de seres humanos en la medida en que aspira a una
    vida buena—. La línea de pensamiento es, en lo
    sustancial, semejante & la que hizo defender a Herbert
    Spencer una ética absoluta" deductiva, aplicable ;al
    hombre perfectamente adaptado de la sociedad completamente
    evolucionada, como tipo ideal de referencia para los estudios
    sociales descriptivos. Puede dudarse de la utilidad y aun de
    la posibilidad de tal proyecto, tal como lo concibieron
    Platón o Spencer, pero es un gran error creer que
    Platón intentaba dejar que su imaginación se
    perdiera en un vuelo por las regiones de la
    fantasía.

    LAS NECESIDADES RECÍPROCAS Y LA
    DIVISIÓN DEL TRABAJO

    La proposición de que el estadista debe ser un
    hombre de ciencia que conozca la idea del bien,
    proporcionó a Platón un punto de vista que le
    permitía criticar la ciudad-estado, a la vez que un
    método que conducía al estado ideal. De ese punto
    se vio llevado directamente a su análisis del estado típico, y
    también aquí encontró que podía
    seguir la regla de la especialización. Las frecuentes
    analogías entre el estadista y otras clases de
    trabajadores expertos, artesanos u hombres de profesiones
    liberales son, en realidad, algo más que meras
    analogías. Ello es cierto, en primer lugar, porque las
    sociedades
    surgen como consecuencia de las necesidades de los hombres, que
    sólo pueden ser satisfechas en cuanto aquéllas se
    complementan. Los hombres tienen muchas necesidades y ninguno de
    ellos se basta a sí mismo.

    En consecuencia, se ayudan y hacen cambios entre
    sí. El ejemplo más sencillo es, naturalmente, la
    producción y cambio de
    alimentos y
    otros medios de mantenimiento
    físico, pero el argumento puede extenderse mucho
    más allá de las necesidades económicas de
    una sociedad. Para Platón esto aportaba el modelo de un
    análisis general de toda asociación de hombres en
    grupos
    sociales. Donde quiera que existe una sociedad, hay .alguna
    forma de satisfacción de necesidades y algún cambio
    de servicios
    encaminado a este fin.

    Este análisis que Platón introduce de modo
    tan sencillo y discreto en su construcción del estado ideal, es uno de
    los más profundos descubrimientos que contiene su
    filosofía social. Aclaró un aspecto de la sociedad
    que todo el mundo reconoce como de máxima importancia en
    toda teoría social y formuló de una vez por todas
    un punto de vista que la teoría de la ciudad-estado no
    abandonó nunca. Expuesto brevemente, equivale a esto:
    debe concebirse la sociedad como un sistema de
    servicios en el que todo hombre aporta algo y recibe algo. Lo que
    compete al estado es regular este cambio mutuo, y lo que trata de
    arreglar es la satisfacción más adecuada de las
    necesidades y el intercambio más armónico de
    servicios. Los hombres figuran en tal sistema como realizadores
    de una tarea necesaria y su importancia social depende del
    valor del
    trabajo que realizan. En consecuencia, lo que el individuo posee
    es, en primer término y de modo principal, un status
    dentro del cual tiene el privilegio de actuar, y la libertad que
    el estado le asegura no es tanto para el ejercicio de su libre
    voluntad como para la práctica de su
    vocación.

    Tal teoría difiere de una que pinte las
    relaciones sociales en términos de contrato o pacto
    y que, en consecuencia, conciba al estado como interesado de modo
    primordial en el mantenimiento
    de la libertad de elección. Una teoría de este
    tipo, aparece, como se señaló en el capítulo
    anterior tanto en el fragmento del sofista Antifón como en
    las observaciones sobre la justicia que
    hace Claucón en la primera parte del libro segundo de la
    República Pero Platón la rechazaba porque,
    basándose el pacto únicamente en la voluntad, nunca
    puede demostrar que la justicia sea intrínsecamente una
    virtud. Sólo si se puede demostrar que lo que un hombre
    hace tiene Sentido más allá del mero motivo de que
    quiere hacerlo, podrá probarse que los arreglos sociales
    se basan en la naturaleza y no en la convención. Hasta
    qué punto se consideró convincente el argumento, lo
    demuestra el hecho de que Aristóteles, cu quien no
    influyó mucho la mayor parte de la defensa
    platónica de su estado ideal, estaba en esto totalmente de
    acuerdo con su maestro. El análisis de la comunidad
    contenido en las páginas iniciales de la
    Política no era sino una nueva versión del
    argumento platónico de que una sociedad se basa en las
    necesidades mutuas.

    Pero el cambio de servicios implica otro principio de
    importancia casi igual: la división del trabajo y la
    especialización de las tareas. En efecto, para que-,sea
    posible satisfacer las necesidades mediante el cambio, cada uno
    tiene que tener más de lo que necesita de la
    mercancía que ofrece, del mismo modo que tiene que tener
    menos de lo necesario de la que recibe. Por consiguiente, es a
    todas luces necesario que exista alguna especialización.
    El agricultor produce más alimento del que necesita, en
    tanto que el zapatero produce más zapatos de los que puede
    usar. De ahí que sea ventajoso para ambos el hecho de que
    cada uno produzca para el otro, ya que los dos estarán
    mejor alimentados y vestidos trabajando juntos que si cada uno
    divide su trabajo para hacer las diversas cosas que necesita.
    Esto se basa, según Platón, en dos hechos
    fundamentales de la psicología humana, a
    saber: primero, que los diferentes hombres tienen diferentes
    aptitudes v, por lo tanto, algunos de ellos hacen mejor que otros
    algunas clases de trabajo; y segundo, que sólo se consigue
    la pericia aplicándose con firmeza a la obra para la que
    se es naturalmente apto.

    Por consiguiente, se producen todas las cosas en mayor
    número, mejor y con más facilidad, cuando cada uno,
    según sus aptitudes y en el tiempo oportuno, se dedica a
    un solo trabajo, estando dispensado de todos los
    demás.

    En este breve, pero extraordinariamente penetrante
    análisis de la sociedad y de la naturaleza humana se basa
    la ulterior construcción del estado
    platónico.

    Resulta, en consecuencia, que el filósofo
    gobernante no es algo peculiar, sino que su pretensión de
    ejercer el poder se justifica mediante el mismo principio que
    opera en toda la sociedad. Sí desterramos en absoluto la
    especialización, desterramos con ella todo intercambio
    social. Si imaginamos hombres sin ninguna diferencia de aptitud
    natural, ha desaparecido la base de la especialización. Si
    eliminamos toda preparación mediante la cual se
    perfeccione la aptitud natural, convirtiéndose en
    habilidad desarrollada, la especialización carece de
    sentido. Éstas son, pues, las fuerzas de la naturaleza
    humana en las que tienen que apoyarse la sociedad y el estado. El
    problema no es, entonces, el de si deben utilizarse, sino
    sólo el de cómo utilizarlas bien. ¿Debe
    dividirse a los hombres según sus aptitudes reales?
    ¿Debe educarse sabia y adecuadamente estas aptitudes para
    llevarlas a su forma más perfecta? ¿Deben ser sus
    necesidades superiores y más auténticas las
    necesidades que los hombres tratan de satisfacer cooperativamente
    o simplemente las necesidades de sus naturalezas inferiores y
    más voluptuosas? Estos problemas sólo pueden
    resolverse a la luz de lo que
    denomina Platón en términos amplios conocimiento
    del bien. Conocer el bien es saber cómo contestar a ellas.
    Y esa es la función
    especial del filósofo. Su conocimiento constituye a la vez
    la justificación de su derecho a gobernar y la causa de su
    deber de hacerlo.

    CLASES Y ALMAS

    Si reflexionamos sobre ello, será evidente que
    esta argumentación parte de un supuesto importante que
    Platón no expone de modo explícito. Se supone que
    las capacidades individuales son de tal tipo que, desarrolladas
    mediante una educación adecuadamente planeada y
    controlada, darán por resultado un grupo social
    armónico. Lo malo de los estados existentes es que la
    educación ha sido equivocada; o, en todo caso, si se
    necesita una herencia mejor y
    Platón cree que se necesita, una mejora de las estirpes
    existentes conseguirá esta finalidad. En otros
    términos, da por sentado que no hay en los seres humanos
    normales nada radicalmente asocial o antisocial que pueda
    producir desarmonía, precisamente por un desarrollo
    perfecto y complejo de las facultades individuales. Este supuesto
    no es cierto de modo evidente y muchos pensadores posteriores a
    Platón lo han discutido; algunos han llegado a suponer lo
    contrario, a saber, que la preparación socializada tiene
    que reprimir en mayor o menor grado la expresión del
    individuo. Pero esta posibilidad no entra en los cálculos
    de Platón. Aunque el supuesto que acabamos de mencionar no
    se expone de modo explícito, entra en la
    argumentación de la República en un punto en el que
    es probable, de no darse explicaciones, que resulte un tanto
    desconcertante. Este es el punto en el que se supone que el
    estado no es sino el individuo "descrito en caracteres mayores"
    n y en el que se supone, en consecuencia, que el
    problema de la justicia se transforma de búsqueda de una
    virtud individual en búsqueda de una propiedad del estado.
    La dificultad de la transición, que al lector moderno le
    parece un poco artificial, la enmascara Platón con la
    presunción de que es inherente a la naturaleza humana una
    aptitud para la sociedad y a la sociedad una adecuación a
    la naturaleza humana, e interpreta esto como paralelismo. La
    estructura subyacente, tanto el hombre como el estado, es la
    misma y ello impide que el bien del uno sea esencialmente
    distinto del bien del otro.

    Hay que admitir que a este supuesto se debe buena parte
    de lo que hay de más atractivo en el ideal ético de
    }a. ciudad-estado y en la representación que de
    ella hace Platón. Ello explica por qué en la
    ética platónica no existe una separación
    última entre inclinación v deber o entre los
    intereses de los individuos y los de la sociedad que pertenece.
    Cuando surgen tales conflictos
    —y la República se escribió porque
    surgen— el problema es cuestión de desarrollo y
    ajuste, no de represión y fuerza.

    Lo que necesita el individuo insocial es una mejor
    comprensión de su propia naturaleza v un desarrollo
    más completo de sus facultades a la luz de ese
    conocimiento.

    Su conflicto
    interno no es una lucha insoluble entre lo que desea y lo que
    debe hacer, porque, en último término, la plena
    expresión de sus facultades naturales es tanto lo que
    realmente desea como lo que tiene derecho a tener. El problema
    del estado bueno y el del hombre bueno son dos aspectos del mismo
    problema, y la solución de uno debe dar a la vez la del
    otro. La moralidad debe ser a la vez pública v privada v,
    cuando no ocurre así, la solución consiste en
    corregir el estado y mejorar el individuo hasta que alcancen su
    posible armonía. Puede dudarse con razón sí,
    en términos generales, se ha expuesto alguna vez un ideal
    moral mejor
    que éste.

    A la vez el intento platónico de hacer un
    análisis que sirva al propio tiempo para el individuo y
    para el estado, conduce a una teoría demasiado simplista
    para resolver el problema. El análisis del estado
    demuestra que es necesario que se realicen tres funciones. Hay
    que satisfacer las necesidades físicas latentes y el
    estado debe ser protegido y gobernado. El principio de
    especialización exige que se distingan los servicios
    esenciales y de ellos se sigue que hay tres clases: los trabajado
    / es que producen v los "guardianes" que a su vez se dividen,
    aunque no de modo tan tajante, en soldados y gobernantes o
    —si se trata de un solo gobernante— el
    filósofo – rey. Pero como la división de funciones
    se basa en la diferencia de aptitudes, las tres clases se basan
    en el hecho de que existen tres especies de hombres: los que son
    por naturaleza aptos para el trabajo,
    pero no para el gobierno, los que son aptos para gobernar, pero
    sólo bajo el control y la
    dirección de otros y, por último,
    los que son aptos para los más altos deberes del hombre de
    estado, tales como la elección última de medios y
    fines. Esas tres aptitudes implican en el aspecto
    psicológico tres facultades o "almas" vitales, a saber, la
    que incluye las facultades apetitivas y nutritivas, que
    Platón supone que residen más abajo del diafragma,
    la ejecutiva o "valerosa", que para Platón se encuentra en
    el pecho y, la que conoce o piensa el alma racional, situada en
    la cabeza. Parecería natural que cada una de estas almas
    tuviera su excelencia o virtud especial y propia, y Platón
    realiza en parte este plan. La sabiduría es la excelencia
    del alma racional y la valentía la de la activa, pero
    Platón duda de si la templanza puede limitarse al alma
    nutritiva. La justicia es la interrelación propia de las
    tres funciones, tanto si se trata de las clases del estado como
    de las facultades del individuo.

    Sería probablemente equivocado dar demasiada
    importancia a esta teoría de las "tres almas".
    Platón no parece haber tratado nunca de desarrollarla
    seriamente, y con frecuencia no la utiliza en sus estudios
    psicológicos. Por otra parte, no es cierto que en la
    República se distinga a las tres clases del modo tan
    tajante como deberíamos esperar dada su exposición
    esquemática de la teoría. Las clases no son, sin
    duda, castas, ya que la pertenencia a ellas no es hereditaria.
    Por el contrario, su ideal parece ser una sociedad en la que se
    da a cada niño la educación más elevada que
    sus facultades naturales le permiten aprovechar y en la que cada
    individuo asciende dentro de la polis a la posición
    más elevada que sus méritos (su capacidad
    más su educación y experiencia) le permiten
    desempeñar adecuadamente. En la República,
    Platón se muestra
    notablemente libre de todo prejuicio temperamental de clase
    —mucho más libre, por ejemplo, que
    Aristóteles— y mucho más libre de lo que
    parece estar en el esquema del estado que ocupa el segundo lugar
    en una escala de
    preferencia descrito en Las leyes. Pero una vez reconocido todo
    esto, subsiste el hecho de que el paralelismo que dio por
    supuesto entre las capacidades mentales y las clases
    sociales es una influencia restrictiva que le impidió
    tratar en la República de modo adecuado la complejidad de
    los problemas políticos que estudia. La teoría lo
    obligó a suponer que toda la inteligencia
    del estado se concentraba en los gobernantes, aunque sus
    repetidas referencias a la habilidad de los artesanos demuestran
    que no tomaba al pie de la letra el principio.

    Por otra parte, en su capacidad política los
    trabajadores no tienen otra obligación sino la de
    obedecer, lo que casi equivale a decir que propiamente no tienen
    en absoluto capacidad política. La posición que se
    les asigna no puede ser corregida ni siquiera por la
    educación, ya que no parecen necesitar educación
    para la actividad cívica ni para la participación
    en las actividades autónomas de la comunidad. En
    esta parte de la vida del estado no son más que
    espectadores.

    Con frecuencia se ha atribuido este resultado así
    lo hace, por ejemplo, Edward Zeller a un desprecio por los
    artesanos y las manufacturas en comparación con el trabajo
    intelectual, pero en verdad Platón mostró una
    admiración más autentica que Aristóteles por
    la habilidad manual. La
    explicación de ello debe encontrarse, sobre todo, en el
    supuesto de que el buen gobierno no es sino cuestión de
    conocimiento y que el conocimiento lo posee siempre una clase de
    técnicos, lo mismo que ocurre en la práctica de la
    medicina.
    Según Platón, la mayor parte de los hombres se
    encuentra de modo permanente en relación con sus
    gobernantes en la misma situación que el enfermo con su
    médico. Aristóteles planteó a este respecto
    un problema muy oportuno al preguntar sí no hay casos en
    que la experiencia es una guía mejor que el conocimiento
    de un técnico.13 El hombre que tiene que vivir
    en una casa no necesita que el constructor de la misma le diga
    sí es cómoda o no.
    Pero las ideas de Platón respecto al conocimiento
    sólido cuando escribió la República
    daban poca importancia a la experiencia. El resultado fue que no
    pudo percibir uno de los aspectos políticos más
    significativos de la ciudad estado, la vida civil de la cual
    deseaba perfeccionar. Su desconfianza respecto de la "feliz
    despreocupación" era tan grande que pasó al extremo
    opuesto v no concedía a los artesanos ninguna capacidad
    para el servicio
    público, salvo en sus oficios. La antigua discusión
    libre de la asamblea y el consejo de la polis han
    desaparecido por completo y hay que desarraigar por entero de las
    masas este aspecto de la
    personalidad humana que el demócrata ateniense
    estimaba por encima de todo. Por lo que se refiere a las
    actividades superiores de la vida, aquéllas se encuentran
    sometidas a la tutela de quienes son más sabios que
    ellas.

    LA JUSTICIA

    La teoría del estado contenida en la
    República culmina en la concepción de la justicia.
    La justicia es el vínculo que mantiene unida a una
    sociedad, una unión armónica de individuos cada uno
    de los cuales ha encontrado la ocupación de su vída
    en arreglo a su aptitud natural y a su preparación. Es
    tanto una virtud pública corno privada, ya que por medio
    de ella se conserva el máximo bien tanto del estado como
    de sus miembros. Nada es mejor para el hombre que tener su
    ocupación y ser apto para ella; nada es mejor para los
    demás hombres y para toda la sociedad que el hecho de que
    cada uno cumpla así los deberes que le corresponden con
    arreglo a la posición a que tiene derecho.

    Puede definirse, pues, la justicia como el principio de
    una sociedad compuesta de diferentes Tipos de hombres que se han
    unido bajo el impulso de su necesidad recíproca y que por
    su combinación en una sociedad y su concentración
    en sus diversas funciones han constituido un todo que es perfecto
    por ser el producto y la
    imagen de la
    totalidad de la mente humana que se le trate como lo que es,
    según su capacidad y preparación, en tanto que lo
    que él debe a la sociedad es la realización
    honesta de las tareas requeridas por el puesto que en ella se le
    ha atribuido.

    Para un lector moderno, tal definición de la
    justicia es, por lo menos, tan notable por lo que omite como por
    lo que incluye. No es en ningún sentido una
    definición jurídica, porque le falta la
    noción —que comportan la palabra latina ius y
    la inglesa righí (derecho)— de unos poderes de
    acción voluntaria en el ejercicio de los cuales debe el
    hombre estar protegido por la ley y apoyado por
    la autoridad del
    estado. A falta de esta concepción, Platón no
    entiende por justicia, salvo remotamente, el mantenimiento de la
    paz y el orden públicos; por lo menos, el orden extremo no
    es sino una pequeña parte de la armonía que crea el
    estado. Lo que el estado proporciona a sus ciudadanos no es tanto
    la libertad y la protección cuanto una vida —todas
    las oportunidades de intercambio social que constituyen lo
    necesario y las comodidades de una existencia civilizada. Es
    cierto que en tal vida social hay derechos, del mismo modo que
    hay deberes, pero difícilmente puede decirse que
    correspondan en ningún sentido peculiar a los individuos.
    Son más bien inherentes a los servicios o funciones que
    los individuos realizan. Basándose, como lo hace
    Platón, en el principio de que el estado lo crean las
    necesidades mutuas, el análisis se desarrolla
    necesariamente en términos de servicios y no de poderes.
    Ni siquiera el gobernante constituye una excepción, va que
    sólo tiene la especial función a
    que le da derecho su sabiduría. La noción de
    autoridad o poder soberano tal como la que adscribían los
    romanos a sus magistraturas, no tiene prácticamente sitio
    en la teoría política de Platón, ni en
    realidad en la de ningún filósofo
    griego.

    Esto completa el esquema general de la teoría del
    estado de Platón. Partiendo del concepto de que
    el bien tiene que ser conocido mediante el estudio
    metódico, la teoría interpreta la sociedad
    alrededor de esta idea, mostrando que el principio está
    implícito en toda sociedad. La división del trabajo
    y la especialización de tareas son condiciones de la
    cooperación social, y el problema del filósofo-rey
    es el de ordenar estas cuestiones del modo más ventajoso.
    Como el carácter
    social es un rasgo inherente a la naturaleza humana, en la que es
    innato, la máxima ventaja para el estado significa
    también la máxima ventaja para los ciudadanos. En
    consecuencia, la meta es un
    ajuste perfecto de los seres humanos a las posibilidades de
    empleo
    significativo que proporciona el estado. Casi podría
    decirse que el resto de la argumentación platónica
    es un corolario. El único problema que queda se refiere a
    los medios por los cuales puede el estadista conseguir el ajuste
    necesario. En términos generales no hay sino dos maneras
    de afrontar este problema. Se eliminan los obstáculos
    especiales que se oponen a la buena ciudadanía o se
    desarrollan las condiciones positivas de la buena
    ciudadanía. Lo primero da como resultado la teoría
    del comunismo; lo
    segundo, la teoría de la educación.

    LA
    PROPIEDAD Y LA FAMILIA

    El comunismo
    platónico adopta dos formas principales que confluyen en
    la abolición de la familia. La
    primera es la prohibición de la propiedad privada, tanto
    de casas como de tierras o de dinero, a los
    gobernantes, y la disposición de que vivan en cuarteles y
    tengan sus comidas en una mesa común. La segunda es la
    abolición de una relación sexual monógama
    permanente, que es sustituida por una procreación regulada
    por mandato de los gobernantes, con el fin de conseguir la mejor
    descendencia posible. Esta agrupación de las funciones
    sociales de procrear hijos v de producir y poseer bienes era
    más evidente en una sociedad que vivía de modo
    principal en un régimen de economía
    doméstica que en la nuestra. Era fácil ligar una
    innovación radical con respecto a una de
    ellas con una innovación congospecto a la otra.
    Sin embargo, en la República el comunismo se aplica
    sólo a la clase de los guardianes, es decir, a los
    soldados y a los gobernantes, en tanto que 50 deja a los
    artesanos en posesión de sus familias tanto de sus
    propiedades como de sus esposas. No se explica cómo puede
    ser congruente esto con el ascenso de los rangos inferiores a los
    superiores. Pero la verdad es que Platón no se toma ]a
    molestia de desarrollar su plan con mucho detalle. Aún
    más extraño es el hecho de que —en
    conexión con su teoría de la propiedad
    privada— no dice nada acerca de los esclavos. Es un hecho
    que el estado platónico parecía poder existir sin
    esclavitud, ya
    que no se menciona ningún trabajo que debieran
    desempeñar de modo especial los esclavos, aspecto
    éste que difiere de modo notable del estado de Las leyes.
    Esto ha llevado a Constantín Ritter a sostener que en la
    República la esclavitud
    está "abolida en principio".5 Pero es casi
    increíble que Platón intentase abolir una
    institución universal sin mencionarla. Es más
    probable que considerase a la esclavitud como cosa de poca
    monta.

    Platón no fue, en modo alguno, el único en
    creer que una división económica tajante entre los
    ciudadanos de un estado es una situación política
    peligrosísima.

    En general, los griegos admitían con toda
    franqueza que los motivos económicos tienen mucha
    influencia en la determinación de la acción
    política y la afiliación política. Mucho
    antes de que se escribiera la República, Eurípides
    había dividido a los ciudadanos en tres clases: los ricos
    ociosos, que siempre ambicionan más; los pobres, que nada
    tienen y están devorados por la envidia, y la clase media
    los guardianes del orden— que "salva las
    ciudades".16 El estado oligárquico significaba
    para los griegos un estado gobernado por los nobles en su propio
    interés, y en el cual la posesión de propiedad es
    hereditaria, en tanto que un estado democrático era el que
    estaba gobernado por y para "los muchos", que no tenían
    cuna ni propiedad. La diferencia económica era la clave de
    la distinción política, como se ve claramente en la
    descripción platónica de la
    oligarquía.17 Por consiguiente, la importancia
    de las causas económicas en la vida política no era
    una idea nueva y. al creer que la gran diversidad de riqueza era
    incompatible con el buen gobierno, Platón seguía
    una convicción general que representaba la experiencia
    griega de muchas generaciones. Las causas del desasosiego
    cívico en Atenas, por lo menos desde los días de
    Solón, habían sido principalmente de este
    tipo.

    Tan firmemente estaba convencido Platón de los
    perniciosos efectos de la riqueza sobre el gobierno, que no
    veía medio de abolir el mal como no fuera la
    abolición de la riqueza misma por lo que se refiere a
    soldados y gobernantes. No existe otro procedimiento de curar la
    ambición de los gobernantes que no sea el de negarles el
    derecho a llamar propia a ninguna cosa. La devoción a su
    profesión cívica no admite ningún rival
    privado. El ejemplo de Esparta, donde se negaba a los ciudadanos
    el uso del dinero y el privilegio de dedicarse al comercio, tuvo
    sin duda mucho peso en la formación de este criterio
    platónico. Sin embargo, hay que estudiar cuidadosamente
    sus razones. No le importan en lo más mínimo las
    desigualdades de riqueza porque sean injustas en lo que se
    refiere a los individuos.

    Su finalidad era conseguir el grado máximo
    posible de unidad dentro del estado y la propiedad privada es
    incompatible con esa unidad. Es característica del
    pensamiento griego la importancia atribuida a este aspecto,
    porque cuando Aristóteles critica el comunismo, no lo hace
    por considerarlo injusto, sino basándose en que no
    produciría en realidad la unidad deseada. El comunismo de
    Pintón tiene, pues, una finalidad estrictamente
    política. El orden de ideas es exactamente el reverso del
    que ha animado de modo principal las utopías socialistas
    modernas; Platón no trata de utilizar el gobierno para
    igualar la riqueza, sino que iguala la riqueza con objeto de
    eliminar del gobierno una influencia perturbadora. Lo mismo
    ocurre también con la finalidad que persigue Platón
    al abolir e] matrimonio, ya
    que considera que el afecto familiar, dirigido hacia determinadas
    personas, es un poderoso rival del estado en la competencia por
    conseguir la lealtad de los gobernantes. La preocupación
    por los hijos propios es una forma de egoísmo más
    artera que el deseo de propiedad y Platón considera que la
    educación de los niños
    en los hogares es una mala preparación para la
    devoción con alma y vida que el estado tiene derecho a
    exigir. Por lo que hace al matrimonio, el
    criterio platónico se basa, además, en otras
    finalidades. Lo abrumaba lo casual del apareamiento humano que,
    como dice, no se toleraría en la cría de
    ningún animal doméstico.

    La mejora de la raza exige un tipo de unión
    más controlado y selectivo. Por último, la
    abolición del matrimonio suponía probablemente una
    crítica implícita de la posición de las
    mujeres en Atenas, donde sus actividades se resumían en el
    cuidado de la casa y la crianza de los hijos. Platón
    consideraba que con esto se privaba al estado de la mitad de sus
    potenciales guardianes. Por otra parte, no veía que en la
    capacidad natural de las mujeres hubiera nada que correspondiera
    a la práctica ateniense, ya que muchas mujeres
    están tan capacitadas como los hombres para pechar con
    obligaciones
    políticas y aun militares. Las mujeres de
    la clase de los guardianes deben, en consecuencia, compartir todo
    el trabajo de los hombres, lo que hace necesario que ambos
    reciban la misma educación y estén libres de los
    deberes domésticos estrictos.

    Hay algo un poco desagradable para el gusto moderno en
    el modo frió y nada sentimental en que argumenta
    Platón pasando de la cría de anímales
    domésticos a las relaciones sexuales de hombres y mujeres.
    No es que considere al sexo con
    ligereza, sino absolutamente lo contrario; pide un grado de
    control y de dominio de
    sí mismo que no se ha puesto en práctica nunca en
    ninguna población numerosa.

    Lo que ocurre es que sigue una línea de
    pensamiento sin desviarse en absoluto de ella y tomando muy poco
    en cuenta dificultades que son manifiestas para el sentimiento
    aunque no se formulen de modo explícito. Hay que conseguir
    la unidad del estado; la propiedad y la familia son
    obstáculos que se le oponen; en consecuencia, tienen que
    desaparecer la propiedad y el matrimonio. No puede haber duda de
    que Platón empleaba aquí el lenguaje
    auténtico del radicalismo doctrinario que está
    dispuesto a seguir la argumentación hasta los
    últimos extremos actué pueda llegar. Por lo que
    hace al sentido común, la respuesta de Aristóteles
    no dejó nada por decir. Es posible dijo el
    Estagirita unificar un estado hasta el punto de que deje de ser
    estado. Una cosa es una familia y otra un
    estado, y es mejor que ninguna de ellas trate de imitar a la
    otra.

    LA
    EDUCACIÓN

    Por mucha que fuera la importancia atribuida por
    Platón al comunismo como medio de eliminar
    obstáculos del camino del estadista, no era en el
    comunismo, sino en la educación, donde ponía mayor
    confianza. En efecto, la educación es el medio positivo
    gracias al cual puede el gobernante modelar la naturaleza humana
    en la dirección conveniente para producir un
    estado armónico. Un lector moderno no puede menos de
    asombrarse ante el gran espacio dedicado a' la educación,
    el meticuloso cuidado con que se sopesan los efectos de los
    diferentes estudios y forma en que da por supuesto Platón
    que el estado es, en primer termino y de modo principal, una
    institución educativa. Llega a denominarlo "la gran cosa";
    si los ciudadanos están bien educados, verán claro
    a través de las dificultades que les oponen y harán
    frente a las situaciones difíciles conforme se presenten.
    Tan extraordinario es el papel desempeñado por la
    educación en el estado ideal platónico, que algunos
    autores han considerado que aquélla constituye el tema
    principal de la Republica. Rousseau dijo
    que este libro apenas era una obra política, pero que era
    la obra mas' grande jamás escrita en materia de
    educación Es evidente que ello no es accidental,
    sino resultado lógico del punto de vista desde el cual se
    escribió el libro. Si la virtud es conocimiento, puede
    enseñarse, y el sistema educativo para enseñarla
    forma parte indispensable de un estado bueno. Desde el punto de
    vista de Platón, con un buen sistema educativo es posible
    cualquier mejora; sí se descuida la educación,
    importa poco lo que haga el estado.

    Concedido este grado de importancia a la
    educación, se sigue naturalmente de ello que el estado no
    puede dejarla a la demanda
    privada y a una fuente comercializada de oferta, sino
    que tiene que proveer los medios necesarios y que ocuparse de que
    los ciudadanos reciban efectivamente la preparación que
    necesitan, y tiene que asegurarse de que la educación
    impartida es congruente con la armonía y bienestar del
    estado. El plan de Platón establece, en consecuencia, un
    sistema de educación obligatoria bajo el control del
    estado. Su plan educativo se divide naturalmente en dos partes:
    la educación elemental, que comprende la
    preparación de los jóvenes hasta la edad de veinte
    años y culmina en el comienzo del .servicio
    militar, y la educación superior, destinada a aquellas
    personas selectas de ambos sexos que vayan a ser miembros de las
    dos clases gobernantes, la cual se extenderá desde los
    veinte hasta los treinta v cinco años. Es necesario
    considerar separadamente, como hace el propio Platón,
    estas dos ramas de la educación.

    El plan de un sistema educativo obligatorio y dirigido
    por el estado fue probablemente la innovación más
    importante sugerida por Platón en relación con la
    práctica ateniense; la insistencia con que se refiere a
    ella en la República puede interpretarse como una
    crítica de la costumbre democrática de dejar que
    cada hombre consiga para sus hijos la educación que bien
    le parezca o que encuentre en el mercado. En el
    Protágoras sugiere en términos generales que con
    frecuencia se da menos importancia a la educación de los
    hijos que a adorna de un buen potro. El hecho de que se excluya
    de la educación a mujeres cae dentro de la misma
    crítica. Como Platón creía que las
    capacidades naturales de niños y
    niñas no eran de diferente especie, concluía
    lógicamente que ambos sexos debían recibir el mismo
    tipo de instrucción y que las mujeres debían poder
    desempeñar los mismos cargos que los hombres. Desde luego,
    no se trata, en ningún sentido, de un argumento en favor
    de los derechos de
    las mujeres, sino meramente de un plan encaminado a conseguir
    para el estado toda la capacidad natural de que fuera posible
    disponer. Dada la importancia que tiene la educación en el
    estado, es extraordinario que Platón no estudie nunca la
    educación de los artesanos y que ni siquiera aclare si han
    de ser incluidos en el plan de instrucción elemental ni,
    mucho menos, caso afirmativo, la forma de hacerlo. Este hecho es
    otro ejemplo de la vaguedad y generalidad de sus conclusiones, ya
    que, a menos que un sistema educativo abierto a la competencia
    luciera posible la selección,
    parece totalmente impracticable su inequívoca
    intención de elevar de rango a los hijos de padres
    artesanos que presentasen promesas de dar buenos
    frutos.

    Por otra parte, no excluía a los artesanos y es
    discutible sí, como han creído algunos
    comentaristas, en especial Zeller, la omisión es una
    prueba del desprecio aristocrático sentido por
    Platón hacia los trabajadores. Por lo menos es cierto que
    no establecía una gran base de educación
    común, pese a lo mucho que esperaba de la educación
    selectiva de los jóvenes mejor dotados.

    El plan de educación elemental bosquejado en la
    República era más bien una reforma de la
    práctica existente que la invención de un sistema
    totalmente nuevo.

    En términos generales puede decirse que la
    reforma consistía en combinar la preparación dada
    de ordinario al hijo del caballero ateniense con la
    educación controlada por el estado que se daba a los
    jóvenes espartanos y en revisar a fondo el contenido de
    ambas. El plan de enseñanza se dividía, en
    consecuencia, en dos partes: gimnasia para la
    preparación del cuerpo y "música" para la del
    espíritu.

    Por música
    entendía Platón especialmente el estudio e
    interpretación de las obras maestras de la poesía,
    junto con cantar y tocar la lira. Es fácil exagerar la
    influencia ejercida por Esparta sobre la teoría
    platónica de la educación. Su rasgo más
    auténticamente espartano consiste en dedicar la
    educación exclusivamente a la preparación
    cívica. Su contenido era típicamente ateniense y su
    finalidad está dominada por el cultivo moral e
    intelectual. Esto es cierto aun de la gimnasia, que
    sólo de modo secundario aspira a la proeza física. Puede
    denominarse a la gimnasia preparación del alma por
    intermedio del cuerpo, a diferencia de la preparación
    directa del alma mediante la música. Está destinada
    a inculcar cualidades militares, tales como el dominio de
    sí mismo y el valor, un
    rigor físico dulcificado por la templanza, como la define
    el propio Platón. El plan educativo platónico
    representa, pues, una concepción ateniense y no espartana
    de lo que constituye un hombre educado. Cualquier otra
    conclusión sería inconcebible para un
    filósofo que creía que la única
    salvación posible de los estados había de
    encontrarse en el ejercicio de una inteligencia
    preparada.

    Pero aunque el contenido de la educación
    elemental era principalmente la poesía
    y las formas superiores de la literatura, no puede decirse
    que Platón desease de" modo especial una
    apreciación estética de tales obras. Las consideraba
    más bien como un medio de educación moral y
    religiosa —hasta cierto punto del mismo modo que han
    considerado la Biblia los cristianos. Por esta razón, se
    proponía no sólo expurgar en forma radical a los
    poetas del pasado, sino someter a los del futuro a una censura
    ejercida por los gobernantes del estado, con objeto de que no
    pudiera caer en manos de la juventud nada susceptible de ejercer
    sobre ella una mala influencia moral. En efecto, un hombre que
    como Platón era un con sumado artista, tenía una
    concepción singularmente filistea del arte. Acaso fuese
    más cierto decir que cuando escribe acerca del
    propósito moral del arte aparece en él una nota
    puritana, casi ascética, que resulta, en términos
    generales anacrónica en un griego del siglo iv, aunque
    vuelve a presentarse en otros pasajes de las obras de
    Platón. Filosóficamente, esto tiene conexión
    con el contraste tajante entre cuerpo y alma, que es más
    evidente en el Feclón que en ninguna de las demás
    obras de Platón, de quien pasó al cristianismo.
    La pobreza que
    exige Platón de sus gobernantes muestra acaso la
    misma tendencia, así como la preferencia expresada por una
    forma de estado muy primitiva (sin lujo), al comienzo de su
    construcción del estado ideal, y la sugestión que
    acompaña al mito de la
    caverna de que el filósofo puede tener que verse obligado
    a descender de una vida de contemplación y a tomar parte
    en los asuntos humanos. Evidentemente, el gobierno de los
    filósofos podría convertirse con
    facilidad en gobierno de los santos. Es probable que lo
    más análogo que haya existido nunca al estado ideal
    de Platón sea una orden monástica.

    Indudablemente, la propuesta mas original, a la vez que
    más característica, formulada en la
    República es el sistema de educación
    superior, mediante el cual se han de preparar estudiantes
    seleccionados entre los veinte y treinta y cinco años para
    las posiciones más elevadas ce la clase de los guardianes.
    Se ha subrayado bastante la relación que pueda existir
    entre tal concepto de la
    educación superior v el establecimiento de la Academia, v
    de todo el plan de una ciencia y un arte del hombre de estado. A
    no ser en una Academia, no había nada en la
    educación griega sobre lo que pudiera haber construido
    Platón; la idea era entera y característicamente
    suya. La educación superior de los guardianes era
    conscientemente profesional y Platón escogió para
    su plan de estudios los únicos estudios científicos
    que conocía matemáticas, astronomía v
    lógica. Sin duda creía que esos estudios más
    exactos son la única introducción adecuada al estudio de la
    filosofía, y hay pocas razones para dudar de que esperaba
    que el especial objeto de estudio del filósofo la idea del
    bien diese resultados de precisión y exactitud comparables
    a los de aquellas ciencias. Por esta razón, el plan del
    estado ideal culmina en el plan de una educación en la que
    se habría de fomentar tales estudios, y se habría
    de emprender nuevas investigaciones v
    de colocar a disposición de los gobernantes nuevos
    conocimientos. No es necesario creer que Platón estuviera
    en lo cierto al esperar una ciencia de la política tan
    exacta como las matemáticas para apreciar la grandeza de
    tal concepción. No seria justo exigir de él
    más que el intento de seguir la dirección que, en
    sus manos v en las de sus discípulos, estaba creando en
    las matemáticas lo que constituye acaso el más
    auténtico monumento a la inteligencia humana.

     

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    DAVID M.M

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