Victoria Camps Cervera –
1994
- Unos Valores para empezar
a hablar - El proyecto de
vivir - Iguales pero
diferentes - La libertad y sus
límites - Compartir
responsabilidades - Tolerar las
Diferencias - De la justicia a la
solidaridad - El deber de vivir en
paz
La educación es
necesariamente normativa. Su función no
es sólo instruir o transmitir unos conocimientos, sino
integrar en una cultura que
tiene distintas dimensiones: una lengua, unas
tradiciones, unas creencias, unas actitudes,
unas formas de vida.
Educar es, así, formar el
carácter, en el sentido más
extenso y total del término: formar el carácter
para que se cumpla un proceso de
socialización imprescindible, y formarlo
para promover un mundo más civilizado, crítico con
los defectos del presente y comprometido con el proceso
moral de las
estructuras y
actitudes
sociales.
A eso, a la formación del carácter,
es a lo que los griegos llamaban "ética".
Valores
éticos son los valores
"sencillamente humanos", de eso se trata, de recuperar el
valor de la
humanidad.
No obstante, los valores
éticos están en crisis. Los
valores siempre han nombrado defectos, faltas, algo de lo que
carecemos pero que deberíamos tener. Según Locke,
el malestar, la incomodidad que provoca el deseo de que la
realidad cambie y sea de otra manera. Si estuviéramos
plenamente ajustados con la realidad, no cabría hablar de
justicia ni de
valores como algo a conquistar, si se hace es porque no se
reflejan suficientemente en la práctica.
Hoy por hoy, el crecimiento
económico nos ha hecho creer que sólo vale lo
que produce dinero.
Decimos que la prosperidad económica no es más que
un paso, necesario pero insuficiente, para lograr una mayor
plenitud humana.
El bienestar es un fundamento ambivalente para la
producción de valores éticos. Por
una parte hay que darle la razón a Aristóteles cuando afirma que la virtud
sólo es patrimonio de
los seres libres, no de los esclavos, de quienes tienen tiempo para
dedicar su vida a la actividad política porque otros
y otras trabajan por ellos.
También hay que darle la razón a
Bertold Brecht cuando dice que lo primero es comer y lo segundo
hablar de moral. Hay
que reconocer que el que vive bien se acuerda poco de los que
sufren, que el bienestar material no genera una espontánea
solidaridad con
los pobres.
Las épocas de menor bienestar, como la actual, no
son del todo malas para recuperar y hacer más presentes
los valores; pero también hay que contar con los valores
éticos para superar la crisis
económica.
En realidad, los tiempos nunca son buenos para la
ética,
porque la ética exige, ante todo, autodominio, que
es costoso y nos pide sacrificio y templanza. No hay ética
sin una cierta disciplina,
una disciplina
razonable sin la cual es inútil tratar de transmitir
normas o
hábitos.
Ser buena persona hoy no
es, únicamente, ser buen ciudadano o buen político,
como pensaron los griegos. Cualquier actividad puede tener
dimensiones más o menos éticas, más o menos
humanas. En resumen, no tenemos un modelo de
persona ideal,
ni de sociedad, ni de
escuela, porque
nuestro mundo es plural y esa pluralidad es enriquecedora,
así como la convivencia de las diferencias.
Aunque nos falta un modelo de
persona, contamos con un conjunto de valores universalmente
consensuadas, un sistema
valorativo que sirve de arco y de criterio para controlar hasta
dónde llegan nuestras exigencias éticas individual
y colectivamente. Son valores de la civilización, producto de
más de 25 siglos de pensamiento,
que han dejado valores, principios e
ideales que se resumen en los llamados derechos
fundamentales.
La fundamentación de los derechos humanos
es la declaración universal de estos derechos realizada en 1948.
Ése es y debe ser nuestro punto de partida, la
única referencia que tenemos para empezar a hablar, para
resolver nuestros problemas y
conflictos.
Los derechos humanos
son la fuente de donde mana el derecho positivo,
la ética es la que juzga a la ley y la que
orienta su interpretación.
Creer en la ética, sin embargo, supone a
aceptar dos ideas:
- Que los derechos básicos
implican deberes, y deberes que no sólo incumben al
Estado sino
a todos los ciudadanos. - Que la ausencia de valores éticos deriva en
los problemas
estructurales de la sociedad.
Como dijo Rousseau, la
sociedad democrática y racional necesita algo que una a
los individuos, por encima de los intereses particulares, unos
"intereses comunes" que comprometan a toda la humanidad en
la empresa de
hacer un mundo más humano.
Las palabras valorativas, como igualdad o
libertad, no
pueden significar algo tan distinto en otras culturas.
La ética se funda también en la historia que se ha encargado
de ir llenando de contenido esos valores. Los valores
fundamentales deben serlo en cualquier parte y en cualquier
cultura.
Aunque tengamos valores universales, todavía quedan muchas
zonas dudosas y oscuras, donde el consenso es
complicado.
Es complicado consensuar la despenalización del
aborto, se
debe consensuar por la vía del diálogo o
de la democracia.
Nadie tiene derecho a imponer a otro sus puntos de vista, y menos
a hacerlo violentamente. La
comunicación es el único fundamento de la
aceptación de las normas como
normas justas.
Los derechos humanos sólo son absolutos en el
enunciado, pero en la práctica suelen entrar en conflicto unos
con otros. El gran defensor de las libertades, John Stuart
Mill, dejó claro que las libertades individuales tiene una
sola pero importantísima limitación, que es el
daño al otro. Uno es libre para hacer lo que quiera,
salvo aquello que impida las libertades de los
demás.
Protágoras se pregunta, cómo se
enseña algo que se define como un saber práctico y
no sólo teórico. Los valores
morales pretenden formar el carácter, crear unos
hábitos, unas actitudes, unas maneras especiales de
responder a la realidad y de relacionarse con otros seres
humanos. Todo eso, ¿Cómo se enseña a
formar para la crítica, a decidir por su cuenta, con
autonomía? Sólo es posible decir cómo
no hay que enseñar ética.
En primer lugar, la enseñanza de la ética no debe
reducirse a la enseñanza de una asignatura. los valores
morales se transmiten, sobre todo, a través de la
práctica, a través del ejemplo, a través, de
situaciones que estén reclamando la presencia de valores
alternativos.
Las situaciones cotidianas, como corrupciones,
discriminaciones, intolerancias, insolidaridad, se reproducen en
la escuela. Las
escuelas, los centros educativos, son un microcosmos de los
conflictos
presentes en toda la sociedad.
El primer paso que hay que dar es tomar conciencia de los
conflictos y enfrentarse a ellos con respuestas colectivas
consensuadas. Entender que el conflicto
ético siempre depende de las actitudes, mentalidades y
comportamientos individuales.
¿Le corresponde a la escuela más que a
la familia la
enseñanza de la ética? No hay maestros
especialistas en ética. La educación en unos
valores éticos es tarea de todos los que actúan
sobre los educandos. La sociedad somos todos y de todos es la
responsabilidad de mejorarla, mejorando los
comportamientos de sus miembros. Todos deben actuar al
unísono, pero los espacios más propios de
la
educación son la familia y la
escuela.
La escuela es un lugar donde se hace algo más que
dar clase. Los alumnos aprenden comportamientos civilizados,
según sean los criterios que los guían. Es
inevitable que aprobemos unas conductas y desaprobemos
otras.
El gesto, la voz, la mirada, demuestran claramente lo
que pensamos o sentimos, más que mil palabras. Los
niños
registran esa reacción favorable o desfavorable a su
conducta,
asumamos esa conducta y
transmitamos a nuestros hijos y alumnos aquellos aspectos de
nuestro mundo que quisiéramos conservar.
2 El Proyecto de
Vivir.
La dignidad de la vida humana
El significado de la proclamación del derecho a
la vida es el del derecho de cada uno a no verse privado de la
vida por voluntad arbitraria de otros o de los poderes
establecidos. En ética el fin no justifica nunca el
empleo de
medios
violentos, la agresión y la violencia
llegan a cuestionar la validez ética de lo que
parecía justo.
El derecho de todo individuo a la vida va seguido de la
proclamación del derecho a la libertad y a
la seguridad, puesto
que son tres derechos complementarios. Derecho a la seguridad que le
permita moverse y actuar con libertad sin que su vida peligre por
ello.
Esa libertad es la que dota a la vida humana, por encima
de otras vidas animales, de una
dignidad especial. Dice Kant "piensa que
el otro es tan persona como tú y trátalo como tal
persona y no como una cosa susceptible de estar sólo a tu
servicio.
José Luis Aranguren ha explicado que la persona
es "constitutivamente moral", quiere decir que la vida humana es
un proyecto, algo no
previamente determinado, ni definido por algo o alguien ajeno al
sujeto que vive. La vida individual es un proyecto que se
llenará de contenidos, los cuales podrán o no estar
de acuerdo con las normas morales, pero será un proyecto
en cualquier caso.
A esa ausencia de proyectos se le
llama estar "desmoralizado". No tener moral significa no saber
qué hacer con la propia vida. Una vida con sentido, bueno
o malo (moral o inmoral), pero con sentido es una vida que
trasciende la animalidad y adquiere la condición
básica de su identidad como
vida humana.
Para realizar ese proyecto, lo primero que necesita es
tener autonomía, libertad. Pero también necesita
unas determinadas condiciones de vida. Esas condiciones no han
sido siempre las mismas, ni son las mismas en todas partes. En
una sociedad desarrollada por condiciones de vida humana, es la
"calidad de
vida".
El mismo Aristóteles reconocerá, en
consecuencia, que sólo pueden aspirar a la virtud aquellos
cuyas condiciones materiales de
vida son satisfactorias y le eximen a uno de tener que
preocuparse de cuestiones viles como la de trabajar para
sobrevivir. Para ser virtuoso hay que ser mínimamente
rico, estar bien dotado intelectualmente y
físicamente.
Es decir que no basta con ser libre. Es preciso vivir
dignamente. Es a eso a lo que aspira la justicia: a
que la dignidad sea u bien de todos. La justicia, dicen las
teorías
éticas, es condición de la felicidad. Y a lo que
aspira la vida humana es a ser feliz. la felicidad ha sido para
más de un filósofo el fin de la
ética.
Para que todos los individuos puedan orientar sus vidas
hacia ese fin que es la felicidad conviene que haya justicia, que
estén garantizadas la libertad y la igualdad de
todos. Cuando a uno no le es dado satisfacer siquiera sus
necesidades básicas, carece de la condición
fundamental para la felicidad.
¿Qué es el
hombre?
Los griegos limitaron la finalidad del ser humano
a la de ser un excelente ciudadano. El fin de la vida humana era
servir a la polis o a la comunidad. El pensamiento
cristiano hizo depender el ser del hombre de la
voluntad divina. En cambio, la modernidad proclama la
individualidad de la persona: el individuo es un ser
fundamentalmente libre, con derecho a elegir su propia
vida.
La modernidad define
a la persona como la libertad y la deja, así, en la
imprecisión más absoluta. Se puede ser de cualquier
manera y sólo depende de nosotros que así sea.
En nuestros tiempos se habla de "calidad de vida".
Queremos calidad, porque
ya tenemos suficientes cosas y exigimos que sean buenas. El
despilfarro y retroceso en lugar de progreso es una realidad que
también nos perjudica.
La calidad y la dignidad de la vida es algo tan
impreciso que no es entendido ni interpretado por todo el mundo
de la misma manera. Por esos está tan discutido el
aborto y la
eutanasia.
Los antiabortistas son "pro-vida". Defensores de
la vida a ultranza. Su postura viene a decir, cuantas más
vidas humanas mejor. Por lo general apoya su actitud en la
doctrina religiosa que hace a Dios dueño y señor de
cualquier vida humana e incluye en ese dominio la vida
del feto.
El partidario de que se despenalice el aborto,
piensa que es posible escoger entre una vida con dignidad y
calidad y otra vida tal vez no querida ni buscada. Piensan que
abortar o no abortar debe ser una decisión individual y
libre. Es pedir libertad para que la mujer decida
sobre algo que es todavía parte de su propia
vida.
El debate en
torno a la
eutanasia es
parecido. El defensor de la "muerte digna"
exige la libertar del moribundo para decidir sobre ella.
Aquí sólo se pide libertad para decidir sobre uno
mismo. Por eso la defensa de la vida, de una vida digna y de
calidad, debería ir unida a la máxima libertad para
decidir, si se da el caso, sobre el fin de la misma. que la vida
sea de calidad depende de nuestra capacidad de dominar el
supuesto desarrollo
técnico y el crecimiento
económico para que no se conviertan en
obstáculos para el progreso moral de la humanidad. La
vida humana debería consistir más en ser que
en tener. Es cierto que hay que tener para poder ser
alguien. Pero el tener por sí solo no da categoría
humana.
El derecho a ser iguales.
"Todos los hombres nacen libres e iguales" es el
principio básico por naturaleza.
Libertad e igualdad son las dos reivindicaciones que dan
contenido a la justicia. La lucha por la libertad ha sido
más persistente que la lucha por la igualdad en Occidente,
pero es la lucha por la igualdad lo que marca el origen
del pensamiento ético-político.
La literatura
homérica acepta y defiende una "aristocracia de la
sangre" y es
para los elegidos por la fortuna. Es la virtud guerrera, que se
apoya más que nada en la fortaleza física.
La democracia
griega, introduce la igualdad de los ciudadanos de la polis.
Aunque los ciudadanos son todavía pocos: ni esclavos ni
extranjeros se admiten en la comunidad
política.
Las mujeres y los artesanos son ciudadanos de derecho pero
están muy ocupados en tareas rastreras y viles, que le
impiden más dedicación en la política. La
mayoría trabaja para que unos pocos puedan gobernar,
pensar y filosofar.
El cristianismo admite a todos los hombres y
mujeres, pobres y ricos sin distinción, y les concede la
igualdad ante Dios. predica la caridad y el amor entre
los hombres, la ayuda mutua y el reparto de bienes. Pero
sin decisiones políticas
y leyes que vigilen
su cumplimiento, las prédicas morales sirven de poco. La
religión
les pide que confíen y esperen en un más
allá sin miserias y sin diferencias donde serán
recompensados.
Cuando el pensamiento filosófico empieza a ser
laico y se apoya en la razón humana como autoridad,
aparecen las teorías
del contrato social
como explicación a una supuesta libertad e igualdad de
todos los hombres que debe ser preservada y mantenida por la
fuerza de la
ley.
Los filósofos modernos buscarán una
explicación racional aceptable, querida voluntaria de la
necesidad de la ley moral. El ser humano no puede sobrevivir
solo: necesita el amparo de la
sociedad política para perpetuarse. gracias al Estado y las
leyes, cada
individuo se sabe protegido de posibles ataques de
otros.
Someterse a la ley significa, pues, la renuncia a
parte de las libertades individuales para no perder o ver
amenazada nuestra libertad. El Estado
iguala a todos los hombres: les concede igualdad de derechos o
igualdad ante la ley que regula la vida de todos.
La teoría
del Contrato
Social se refiere a la hipótesis de un contrato
originario entre los hombres para convivir ordenadamente y con
garantías de seguridad, siglos XVII y XVIII.
Tiene antecedentes en el mito de
Prometeo que explica el origen de la cultura. Los dioses
encargaron a Prometeo que debía dotar a cada especie de
sus capacidades en forma conveniente. Hermes debía dar a
los pueblos el sentido moral (honor) y justicia y repartirlos
igualitariamente y debía expulsar a los incapaces de
participar del honor y la justicia. El orden político se
basa en el reconocimiento de la igualdad moral.
Rousseau dice que la existencia del la sociedad
se explica por un pacto tácito, no explícito entre
los humanos, que los obliga a respetarse y les garantiza la
protección del Estado. Ese pacto es el reconocimiento
teórico de la igualdad de derechos.
Según Kant significa
que nadie tiene derecho a convertir al otro en un simple medio
para sus fines, que el deber máximo es reconocer la
dignidad de cada persona.
En la democracia griega, un porcentaje elevado de la
humanidad quedaba excluido del derecho a la igualdad.
La religión
cristiana dejó en claro que la igualdad esperada era
la de los bienaventurados en el reino de los cielos. la innovación de la modernidad es que
extiende el universo de
discurso de la
igualdad a todos los miembros de la sociedad humana, y nadie debe
quedar excluido de ese derecho.
Locke, el padre del liberalismo
moderno, entiende que el derecho de propiedad es
uno de los derechos naturales. Y aun cuando la propiedad
está mal repartida, no ve ahí un problema que
merezca una solución política.
Adam Smith, abanderado del neoliberalismo, dice
que "basta asegurar la libertad de mercado que
garantiza el crecimiento económico, paulatinamente se
equilibrarán las desigualdades".
La Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, aprobada por la Asamblea Nacional francesa de 1789 es
la proclamación política de la igualdad de todos
los hombres ante la ley, La revolución
burguesa francesa significa el fin de los privilegios de la
nobleza. Y aunque no se consigue la igualación real de
todos los humanos, quedan muchos ignorados y desheredados que
serán objetivo de
las doctrinas socialistas y marxistas.
A la igualdad en la libertad, Marx dice que
es una "libertad formal pero no real" mientras las condiciones
materiales de
unos y otros sigan siendo desiguales y dividan a la humanidad en
propietarios y desposeídos, en dominadores y
dominados.
El uso que capitalistas y proletarios puedan hacer de
esa libertad no es el mismo. El pobre y el rico no son
igualmente libres, aunque lo sean por derecho. Marx dice que no
será posible equilibrar las desigualdades mientras exista
la propiedad privada y mientras se mantenga un sistema
económico capitalista que permite que unos acumulen
riqueza mientras otros vendiendo la fuerza de su
trabajo apenas pueden sobrevivir.
Los esfuerzos de Marx van dirigidos a sustituir el
discurso
moralizante y engañoso por una revolución
que modifique las estructuras
económicas y transforme la historia. Así el
comunismo es
visto como el fin de un proceso hacia una sociedad sin clases,
sin conflictos y sin aparatos represivos, algo así como la
utopía de la igualdad en la
tierra.
Aunque suponían conocer las etapas que
debía seguir la historia, el comunismo no fue
la solución para los países que lo
implementaron.
El progreso vino por el esfuerzo conjunto del
liberalismo
progresista de John Stuart Mill y del socialismo
democrático. El modelo del Estado de bienestar es la
innovación más importante de nuestro
siglo y el aporte político más definitivo a favor
de la igualdad.
La igualdad de oportunidades:
El Estado de Bienestar.
Entiende la igualdad como igualdad de
oportunidades. Al Estado corresponde redistribuir los
bienes
básicos materiales y espirituales de forma que todos
puedan tomar decisiones. No se trata de repartir dinero ni
riqueza, sino de atender a las necesidades básicas de
todos, repartiendo con equidad lo que satisface a esas
necesidades: la educación, la
salud, el trabajo, la
jubilación o desempleo. El
derecho a obtenerlos, es lo más específico del
derecho a la igualdad, que es abstracto. Ha sido necesario
desarrollar por parte, los derechos básicos para paliar el
olvido, sujetos a derecho en teoría,
pero no en la práctica.
John Rawls establece como primer principio de la
justicia, la libertad igual para todos, la igualdad de
oportunidades para acceder al poder, acceso
a la educación, acceso a puestos de trabajo,
protección contra la discriminación por sexo o
raza.
La igualdad de oportunidades ha de ser el objetivo que
se proponga el Estado como
medio para proteger y asegurar la libertad igual para todos. Para
ello, deberá aplicar un reparto desigual destinado a
favorecer a los menos favorecidos. Priorizarlos en la distribución de bienes y servicios a
fin de satisfacer sus necesidades fundamentales. No ha de ser
"igualitaria", sino "equitativa".
El feminismo.
El otro gran avance hacia la igualdad, complemento del
Estado de Bienestar, ha sido el movimiento
feminista. Los derechos de la
mujer tuvieron que ser reconocidos como derechos
específicos, puesto que su inclusión en "los
derechos del hombre y del ciudadano" no les reconocía una
real igualdad de oportunidades.
La mujer ha sido
excluida expresamente de los derechos llamados "universales" como
el trabajo, el
sufragio, la educación, porque como dijera James Mill: "no
hacía falta que las mujeres votaran, puesto que su voto ya
estaba incluido en el de sus maridos".
El movimiento
feminista ha conseguido en el mundo occidental, la
igualación legal de los dos sexos. Y aunque no existan
barreras teóricas o legales, sí hay barreras
reales, pues han cambiado las leyes, pero no han cambiado las
mentalidades, ni las costumbres, ni las actitudes.
Además de la natalidad, asumida por naturaleza, las
mujeres asumen el cuidado de los enfermos y ancianos, la
continuidad de la familia,
los quehaceres domésticos, y otros tantos puntales de la
vida social no resueltos más que por el trabajo y el
servicio
voluntario y gratuito de la mujer. Trabajo
socialmente importante, pero poco reconocido.
La emancipación de la mujer debe mucho
a un modelo de Estado que ofreció a las mujeres una buena
parte de los servicios que
necesitaba para poder salir de su casa y acceder al mundo del
trabajo. Las posibles reconversiones y reformas del Estado y del
mercado laboral no
signifiquen un retroceso en lo avanzado hasta ahora, sino que,
por el contrario, sean utilizadas como forma de paliar las
discriminaciones cotidianas aún muy
persistentes.
Los extranjeros.
La distancia económica entre el Norte y el
Sur, la existencia de un tercer y cuarto mundo cada vez
más poblado, y otros temas, han sumido en la pobreza y la
indigencia a los países de la Europa del Este,
así se abrieron las puertas de la inmigración, que es la muestra
más evidente de que la igualdad está muy lejos de
ser una realidad o un derecho conquistado en el mundo.
Según John Rawls, los criterios de justicia para
redistribuir están claros, " el criterio justo es el de
distribuir favoreciendo a los menos favorecidos".
El derecho al trabajo, a la educación, a
una vivienda y un modo de vida dignos, a la salud; en suma, los derechos
económico-sociales como derechos universales son puestos
en cuestión por esa realidad inmigrante que pone de
manifiesto el escándalo de la desigualdad real.
La xenofobia y el racismo, el rechazo declarado
del extranjero o de quien pertenece a una cultura extraña,
no son sino la expresión del egoísmo que se resiste
a tener menos para que otros tengan más.
El problema es de justicia distributiva más que
de incomprensión hacia otros pueblos y otras culturas.
Ningún representante de otra cultura es excluido cuando
viene con los bolsillos llenos. El peligro de estas actitudes
racistas es que olviden su razón de ser más
material y acaben valiendo por sí mismas, y grupos de
jóvenes o nuevas generaciones conviertan el odio al
extranjero como algo asumido.
El rechazo étnico, tiene su contrapartida:
los rechazados se encierran en un "nosotros" que también
aspirará a conservarse puro, como reacción a la
persecución y al desprecio de los otros. Ambas actitudes
son evidencia de la pérdida del sentido de lo humano, base
de la justicia y de la fraternidad.
El derecho a la propia individualidad, o a la
diferencia de un grupo, es
también u derecho fundamental y una expresión de
libertad. La identidad
"humana", el reconocimiento de todos y cada uno de los individuos
como sujetos de una vida igualmente digna es la base para exigir
el
conocimiento de las diferencias. Primero iguales, para
poder ser luego distintos.
El derecho a mantener las diferencias culturales
sólo es justificable éticamente si cumple dos
condiciones:
- Que sean respetadas, las libertades individuales de
quienes integran esa cultura minoritaria y
diferente. - Que la diferencia no signifique discriminación, conciencia
de superioridad sobre los "otros", que quedarían
excluidos o marginados. No es fácil mantener estos
principios.
El tacto, la prudencia y el respeto
profundo al otro deben constituir el subsuelo de las
reivindicaciones nacionalistas.
Educar para la igualdad.
La experiencia educativa enseña que la
igualdad de oportunidades sigue siendo un mito. No
basta la educación pública para que se dé
automáticamente la igualdad de oportunidades.
En la práctica, las costumbres, los
hábitos, las mentalidades, los estereotipos y sobre todo,
las diferencias económicas, siguen discriminando aun
cuando exista una clara voluntad de superar las
desigualdades.
Ahí es donde la educación puede tener un
papel
imponente. El respeto al blanco
igual que al negro, al pobre igual que al rico, al
inválido o al seropositivo, es también un
hábito que se adquiere, como todos los hábitos, por
la repetición de actos, por la insistencia en
comportamientos dirigidos a desterrar cualquier forma de
separación del diferente por el simple hecho de ser
distinto. La familia, la
escuela y los centros educativos son los espacios idóneos
para la formación de tales hábitos.
4 La
Libertad y sus límites.
La autonomía moral.
Educar significa "conducir" , "dirigir". La
educación se ejerce, especialmente, sobre la infancia y la
adolescencia,
cuando la persona aún no está formada y es
más manejable. Es un ejercicio que reprime, coacciona y
domina sin disimulo. Mientras alguien es conducido a alguna
parte, difícilmente podremos decir que actúa
libremente.
La nueva escuela moderna generó el lema
"educar para la libertad" . Educar sí, pero
persuasivamente, sin castigos ni disciplinas, buscando más
la comprensión del niño que la sumisión
ciega.
Educar también, respetando las diferencias de
cada uno, su carácter, sus debilidades e inclinaciones,
respetando la pluralidad de opiniones y maneras de
ser.
Nosotros, acostumbrados a una educación
inflexible, nos resultó demasiado brusco el paso de una
escuela a la otra y así caímos en el otro
extremo.
Conformes, sin notarlo, con el liberalismo más
puro, decidimos que lo otro (los valores, el cómo hay que
vivir, las buenas maneras, el respeto, etc.) se daría por
añadidura porque sí. Pero no es así. Incluso
la libertad exige una educación a propósito, porque
ser libre no es fácil, hay que aprender a serlo. Aprender
y por lo tanto enseñar a distinguir el para qué de
la libertad, el hasta dónde de la libertad y el sentido de
la libertad.
La libertad es un valor
moderno y junto a él aparece la "formación de
la conciencia moral".
El proceso hasta el reconocimiento de la libertad ha
sido lento, lo mismo que la evolución psicológica del
niño hasta sentirse y saberse separado del entorno, con
voluntad propia, y capaz de decidir y elegir por sí
mismo.
La ética de los griegos giraba en torno a "ser un
buen ciudadano", tanto para gobernar como para ser gobernado.
La unidad y la igualdad de los miembros de la comunidad
política eran más importantes que la individualidad
de cada uno.
En la Edad Media,
con el cristianismo ,
se produce el despertar de la conciencia. La ética
empieza a ser una ética de la persona y no una
ética de la naturaleza humana. Para la religión
cristiana , el mal moral consiste en desobedecer la ley divina.
No sólo la acción, sino la intención cuenta
para la valoración del acto moral.
Es la Reforma Protestante de Lutero, lo que
consagra a la libertad como principio indiscutible de la
existencia humana y condición necesaria para la
perfección moral. Lo que pide la conciencia y lo que pide
la moral no
siempre coinciden, especialmente si la moral es la
establecida por una iglesia. Es
Dios quien decide sobre la salvación, con independencia
de las buenas o malas obras, la fe y no las buenas obras es lo
que le redime.
El pensamiento humanista del Renacimiento es
esencialmente individualista. La introspección empieza
a perfilarse como el método
filosófico que culminará con el "Pienso, luego
existo " de Descartes. A
diferencia del animal, al hombre le es dado elegir su propia
vida.
Las teorías del Contrato Social, suscrita
por Rousseau y
otros, hacen ver que sin Estado no hay libertad, pues la función
del Estado es la de proteger a los individuos de agresiones
externas.
Para que el Estado conozca sus propios límites y
no se exceda en sus poderes, hará falta proclamar unos
derechos fundamentales que cualquier poder debe respetar. Estos
derechos son el desarrollo de
un derecho primordial: el derecho de todos los individuos a gozar
de igual libertad.
La moral no puede ser heterónoma sino
autónoma dice Kant. La ética insiste en la idea
de la propia autonomía. Que sea autónoma significa
que sus principios no pueden fundamentarse en una religión
o en una autoridad
terrenal. No hay otro origen de la ley moral, que la misma
razón humana, de ahí su autonomía. La ley
moral está dentro de mí, yo me la impongo y soy la
fuente de mis propias obligaciones y
deberes morales."
Las costumbres y los modos de vida, los
códigos existentes, la cultura, me ofrecen, de hecho
posibilidades de elección para actuar en uno u otro
sentido. Para saber cuál de las opciones es la correcta,
debo someterlas al criterio racional y pensar si esa
acción podría convertirse en ley universal de la
naturaleza. Sólo es moral lo que es
universalizable.
Es mi propia razón la autoridad que me
indica si debo o no decir la verdad, ser honrada, respetar al
otro o ayudarle si lo necesita.
El cumplimiento de la ley moral dependerá de
la voluntad de cada uno de seguirla o no seguirla. Kant habla
de "autonomía" : que el ser humano sea autónomo
significa que tiene la capacidad de darse a sí mismo las
leyes que van a regular su vida. Y es capaz de hacerlo porque
tiene razón, esa razón que le otorga la facultad de
elegir entre lo bueno y lo malo.
La idea de que la moral debe basarse en la
autonomía de la persona y no en autoridades externas,
la recogen los psicólogos que se han preguntado
cómo se forma la conciencia moral.
Piaget señala que habrá conciencia
moral, cuando la moral deje de identificarse con normas y
deberes impuestos por
otros y pasa a ser asumida o aceptada voluntariamente.
De pequeño, el niño no tiene otro
principio moral que el de la obediencia, obedece las normas
porque teme ser castigado o porque respeta a la autoridad que se
las impone.
El "uso de la razón" significa la capacidad de
aceptar el deber con autonomía, voluntariamente, desde la
convicción de que es correcto y
legítimo.
La vida humana es compleja, y el ser humano
vivirá momentos de autonomía y de
heteronomía. Tener conciencia moral significa ganar
autonomía, hacer por convicción y no por
obligación.
Libertad negativa y libertad
positiva.
Libertad negativa es la libertad pobre de horizontes y
que tiene poco que ver con la ética. Coincide con las
libertades civiles y políticas
declaradas y defendidas en las Constituciones políticas:
libertad para decir lo que uno piensa, para asociarse con quien
uno quiera, para votar o dejar de hacerlo.
Puede ser utilizada de muchas maneras, bien, mal o
regular. Y a ese uso de la libertad se le llama libertad
positiva, que es la libertad "para" hacer esto o aquello. En el
ejercicio positivo de la libertad, es donde podremos decidir si
nos dejamos gobernar o nos autogobernamos, si decidimos por
nosotros mismos o alguien o algo decide por nosotros.
Kant dice que la ética es una cuestión de
pura lógica: no debemos hacer lo que pensamos que "no
se debe". Las modas que nacen y mueren y que se infiltran en
la política, el trabajo, el ocio, los medios de
comunicación y otros, actúan como
tiranías escondidas contra una libertad individual que
deja de ser creativa.
Mill le pone un límite a la libertad
individual: el daño al otro. Todo debe estar permitido
, incluido el hacerse daño uno mismo, siempre que sea un
adulto. El paternalismo sólo es lícito con los
menores que no saben lo que quieren. Sufrimos el
autoengaño cuando pensamos que nos gobernamos a nosotros
mismos, pero en realidad seguimos las directivas del partido, la
iglesia, la
patria, etc.
Ser libre de… Libertad negativa.
Ser libre para … libertad positiva.
Hay 2 tipos de límites para nuestra
libertad:
- Los que vienen de afuera en forma de leyes, normas,
códigos. - Otros que la coartan en forma más velada como
doctrinas, dogmas, etc.
La limitación debería salir de nosotros
mismos, de saber que un cierto uso de la libertad. puede producir
más daño que bienes, de ahí nacen las leyes
que penalizan lo que puede dañar a otro.
La educación en y para la libertad ha de
proponerse dos objetivos
fundamentales. El primero es que ciertas normas o leyes no
son contrarias a la libertad, sino condición para tenerla.
Por ejemplo, es necesario imponer silencio para trabajar en clase
o escuchar la exposición
de un tema. Segundo, hay que enseñar que la
sociedad, la tele, la moda, tienen
redes invisibles
que nos enjaulan. Hay que desarrollar la conciencia
crítica, como la máxima finalidad educativa. Eso es
lo que quiso la escuela nueva con su "Educar en
Libertad".
¿Somos realmente libres como pensamos o estamos
condicionados por algo externo a nosotros? Esta pregunta se la
han hecho muchos filósofos. Todos aventuraron que no somos
libres. La auténtica libertad no consiste en esta supuesta
capacidad de elegir y tomar decisiones, sino que debería
consistir en el "conocimiento
de la necesidad".
Vivimos con la convicción de que elegimos entre
opciones diferentes y hasta nos culpamos y culpamos a los
demás de las elecciones equivocadas.
Éste es el terreno de la ética, no tener
ciencia cierta
absoluta del presente y del futuro y deben arriesgar respuestas.
Muchos filósofos quisieron superar la ética,
superar eso que delataba la pobreza de
nuestra condición.
5 Compartir responsabilidades.
El valor de la responsabilidad.
Educar para la libertad fue la consigna de una
educación antiautoritaria e imaginativa, de los sistemas
educativos de la segunda parte de este siglo. Se trataba de
evitar rigideces inútiles, de hacer más atractivo y
llevadero para maestros y alumnos, el proceso educativo. Se
trataba, sobre todo, de formar personas responsables, que
no siempre necesitaran las normas escritas, que aprendieran a
pensar por sí mismas y a explicar porqué actuaban
de esa manera.
La autonomía y la responsabilidad moral
consisten en la capacidad de cada uno de responder a situaciones
conflictivas, tomando como criterio sus creencias
éticas. Qué moral y autonomía son
inseparables como ya se dijo. Son los actos libres los que son
susceptibles de elección, los que constituyen la materia de la
moral.
La autonomía moral radica en la capacidad de
escoger el principio adecuado a cada caso y procurar darle la
interpretación más justa.
La responsabilidad individual tiene, la responsabilidad
de lo privado y la responsabilidad de lo
público.
Los distintos roles que confluyen en una misma persona
le obligan a asumir obligaciones
que puede desempeñar bien o mal. Una madre de familia, al
mismo tiempo es
profesional y atiende obligaciones de ciudadana. En cada uno de
esos ámbitos, ha de compartir responsabilidades comunes a
otras personas: el padre, los compañeros de trabajo, el
resto de los ciudadanos. Cuanto más público es
el rol, más difusas se hacen las responsabilidades, pero
no menos necesarias. Ahí es precisa una verdadera
CORRESPONSABILIDAD. Los males sociales nos afectan a
todos.
En las escuelas, la igualdad de oportunidades es un
ideal que no se cumple bien. Todos los niños
están escolarizados, pero las desigualdades por
diferencias económicas, físicas, culturales,
persisten y discriminan. Los responsables de la educación
pueden tomar medidas como apoyar a los alumnos con necesidades
educativas especiales solicitando apoyo social , a promover
actitudes que sensibilicen hacia la solidaridad y el
respeto mutuo.
No todo es culpa de las Instituciones.
Ni ellas ni los individuos son capaces por sí solos de
erradicar las injusticias. Todos somos de alguna manera,
responsables de los males de la sociedad. la indefensión
en que se encuentran, debería ser un problema de cada
ciudadano que dice respetar la dignidad de las
personas.
Si la educación transmite valores éticos a
través del ejemplo, ha de creer en ellos como algo con
posibilidades de cambiar la sensibilidad de la sociedad. Es
cierto que vivimos condicionados por cantidad de factores que
escapan a nuestro control.
La vida es un proyecto personal abierto:
la manera de ser de cada uno tiene un margen de
indeterminación que es el que señala las
diferencias morales entre las personas. Tenemos conciencia moral,
dicen los sicólogos, cuando asumimos voluntariamente las
normas, actitudes, respuestas frente a situaciones en que nos
encontramos. la ética nos exige que estas respuestas no se
contradigan con nuestros ideales y principios.
La Responsabilidad del
Educador.
Conviene distinguir entre la responsabilidad del
educador y la del educando. El educador tiene una
responsabilidad pública, Su trabajo consiste en
transmitir conocimientos y una forma de vida que constituyan las
bases para que los niños a los que está educando no
sólo puedan llegar a desenvolverse bien en la
sociedad que les tocará vivir, sino que puedan
contribuir a mejorar esa sociedad.
Para aceptar ese objetivo indiscutible de toda
educación, hay que luchar contra tres prejuicios
básicos de la mentalidad de nuestro tiempo:
1— Educar no es sólo INSTRUIR, sino
transmitir certezas, ideas y maneras de ser.
Los niños pasan en la escuela una
parte importante de su tiempo para la adquisición de
hábitos y de comportamientos. Es absurdo pensar que lo que
reciben en la escuela es solamente conocimientos teóricos
o una mera instrucción.
En la escuela aprenden también a
convivir, a relacionarse con iguales y superiores, a tratar a la
autoridad, a respetar a compañeros de distintas
procedencias, a repartir y a renunciar a cosas, a aceptar los
fracasos y cantidad de cosas que forman el "carácter" de
la persona.
Si recordamos la concepción de la ética
que tenían los griegos, " areté" era la virtud, era
la excelencia de una cosa. La Areté del ser humano
consistía en la "excelencia" de la persona, en el conjunto
de cualidades o virtudes que ésta debía ir
adquiriendo para llegar a ser una persona estupenda, una buena
persona.
Así para los griegos, la ética era la
adquisición de hábitos y actitudes que cuajaban en
un determinado estilo de vivir, en una forma de entender la vida
o en un carácter especial. Ésta es la manera de
relacionar ética con educación, pues el
carácter de las personas se forma básicamente a
través de la educación.
El educador contribuye a formar el carácter de
sus alumnos, a contagiarles su manera de ser, con su propio
comportamiento, con las reglas de convivencia de
cada lugar. Hay que tener en cuenta que la ausencia de normas
también es una manera de formar: una formación
negativa, en la desorientación, en la duda.
2— La educación no es neutra en cuanto a
valores. Max Weber dice
que la ética de la responsabilidad es un conjunto de
principios que debe ser llevado a la práctica
estableciendo una relación dialéctica. La
aplicación rígida de los principios formaría
personas no adaptables y abiertas, cerradas a la pluralidad de
los reclamos sociales.
Esa dialéctica entre los principios y las
consecuencias es la que debe hacer suya el educador. Todos
tenemos la responsabilidad de las consecuencias de lo que hacemos
con nuestros hijos o nuestros alumnos, con nuestros
compañeros de trabajo y amigos, así como la
coherencia que demostramos entre lo que hacemos y los principios
que decimos defender.
Educar es una responsabilidad pública, que es lo
mismo que decir corresponsabilidad o responsabilidad
compartida.
Entender que la responsabilidad por la educación
y por sus consecuencias es cosa de todos, implica abandonar la
teoría de que son las estructuras sociales o el Estado los
únicos factores y causantes de todos los defectos de la
educación.
Sería injusto e inadecuado imputarle al
educador individual todos los defectos de la educación,
pero también descargarle de toda
responsabilidad.
La responsabilidad por la educación misma, no
puede reducirse a distribuir certificados de aptitud
científica. Tiene que ser bastante más que eso,
significa adoptar ciertas directrices de actuación y
comportamiento.
Dijo Sartre:
"cuando elegimos, elegimos por toda la humanidad", eso quiere
decir que sabemos que somos responsables del futuro de la
humanidad. El educador, si entiende su trabajo como un trabajo de
formación global de la persona, es responsable de
proponerse esa formación global y poner los medios a su
alcance para lograrla.
Eso es lo que se entiende por ética de la
responsabilidad: la responsabilidad de avanzar en la
difusión y aceptación de un sistema de valores
básicos para la convivencia.
El educador debe convencerse de que
educar significa, enseñar cosas. Sostiene Hanna Arendt, pensadora de este siglo. El
educador debe dar a conocer, con afecto y con amor, el mundo
que, a su juicio, debe ser conservado. Educar en libertad, no es
educar en el relativismo del "todo vale".
Es por el contrario, enseñar sin
miedo, a distinguir entre lo valioso y lo desechable. Al
educador, lo que le corresponde es transmitir unas bases
mínimamente sólidas.
La Educación debe asumir su
responsabilidad pública. Un país ha de tratar de
construir y de sentar las bases éticas de su sistema
educativo. Ha de entender que las reformas del sistema no pueden
consistir sólo en meter más informática o más formación
física en
los planes de estudio.
Educar es una inversión que tiene que ver con una
sabiduría teórica y práctica, con un
enseñar a vivir desde un punto de vista no sólo
técnico, sino humano.
Enseñar a ser
responsable.
¿Cómo enseñar a vivir?
¿Qué es lo que hay que transmitirle al niño
para que aprenda a asumir responsabilidades?
Nuestras sociedades
están organizadas en torno al valor de la vida privada, la
formación ética responsable tendrá que ver,
sin duda, con la integridad de la persona consigo misma y con el
deber fundamental del respeto a la dignidad y a la libertad del
otro. Pero hoy lo que necesitamos es, además, que sea
asumida por niños y jóvenes, esa responsabilidad
compartida a la que llamo "corresponsabilidad".
Piaget y Kohlberg, los dos pioneros del tema "la
formación de la conciencia moral en el niño",
coinciden en afirmar que la formación de la conciencia
moral tiene diversas etapas de desarrollo que culminan cuando el
individuo acepta autónomamente sus normas, las cuales son
asumidas no porque sean impuestas, sino porque se consideran
válidas y dignas de ser tenidas en cuenta. Sólo
entonces puede decirse que ha adquirido una conciencia
moral.
El ser maduro, en el sentido moral de la palabra, es
así el que escoge libremente sus principios y sabe
responder de su comportamiento. Responder quiere decir razonar,
argumentar, justificar el porqué de las propias acciones.
Responder a superiores, amigos colegas, también
ante sí mismo, sin duda, la forma más genuina de
responsabilidad moral. Pero también es necesario que
aprenda y sepa responder ante la sociedad.
Actualmente el modelo de un Estado benefactor con unas
políticas orientadas hacia la justicia social choca con un
sentido de la propiedad tremendamente individualista y
posesivo.
Locke que fue un defensor de la propiedad como
"derecho
natural" del ser humano, entendía la propiedad
como el derecho del individuo a ser dueño de su propio
cuerpo y del fruto de su trabajo. El derecho de propiedad
pretendía defender a las personas del poder abusivo y
absoluto del Estado.
El derecho de propiedad de la persona sobre sí
misma, sobre sus capacidades, derechos y libertades, tenía
más importancia y valor, que la posesión de bienes
materiales. Hay aquí una contradicción entre la
convicción de que existen unos determinados derechos
económicos y sociales (educación, trabajo, sanidad,
jubilación, infraestructura, medio
ambiente) que han de serle garantizados a todo individuo, y
la ausencia de sentido de responsabilidad del individuo con
respecto a los bienes públicos.
Hay una incoherencia, en nuestros tiempos
el pensamiento neoliberal tienden a
recortar los servicios del Estado de bienestar
y el pensamiento
socialdemócrata pretende preservarlos y
racionalizarlos. Ambas ideologías son incompatibles, esa
es una de las causas de crisis del Estado de
bienestar.
No tenemos suficiente respeto ni
responsabilidad por lo público, con lo cual aumenta el
déficit, la gestión
es deficiente, se controla poco, se despilfarra.
La escuela es un espacio fundamental de
socialización e integración en la sociedad. La
educación es uno de los bienes públicos que el
Estado debe garantizar.
La escuela y la familia ( junto con la
inevitable televisión) son los espacios en que son
socializados los niños. Esa socialización consiste
también en enseñar a valorar lo
público, en cuidar la propiedad colectiva, desde el
aire a los
pupitres.
La sensibilización ecológica, el afecto
por la naturaleza, ha tenido en la escuela a un agente
importantísimo. El niño debe aprender que
está disfrutando de un servicio pagado por
todos, que aunque corresponda a su derecho a la
educación, implica el deber de saber usar y aprovechar
positivamente esos servicios.
Sucede muy a menudo que el bienestar personal, olvida
la responsabilidad que tenemos con los otros y con lo colectivo.
Uno de los grandes problemas colectivos es el de la
CORRESPONSABILIDAD.
Los problemas de la humanidad de este final de siglo son
problemas de todos y no puede resolverlos únicamente el
ineficiente aparato del Estado, aunque a él le
corresponden las iniciativas, los apoyos y las políticas
redistributivas.
La sociedad debe colaborar y cooperar arrimando el
hombro, ayudando a los menos favorecidos y a los más
despojados.
El sentimiento de solidaridad que,
complementario de la justicia, se difunde o se deja de difundir
en los centros educativos. Solidaridad, significa responsabilidad
por los otros: desposeídos, minusválidos, enfermos,
marginados, etc.
Nuestra sociedad sigue otro ritmo, no será
amor y
compasión, respeto y compañía. Sino codazos
a uno y otro lado, peleas por ser el mejor, competitividad
y agresividad diferente a lo que exigiremos a nuestros
niños.
¿Se puede esperar resultados positivos de una
educación contracorriente?¿Será la
ética una causa perdida? La responsabilidad ética
no es otra cosa, que la capacidad de responder de los valores que
queremos preservar, mantener e introducir en nuestro
mundo.
Kant se pregunta ¿Qué puedo esperar si
hago lo que debo? Nada más que la satisfacción de
haber actuado como debía.
El afán de unidad.
La obsesión por la unidad ha sido constante en la
historia del pensamiento occidental. Parménides propugnaba
la unidad del Ser , le ganó la batalla a Heráclito
para quien el principio era la variedad, el conflicto, el
cambio.
La manía de la unidad, nos ha impedido aceptar de
buen grado lo diverso. Pese a que vivimos en tiempos de
exaltación de las diferencias, éstas en la
práctica cotidiana, se toleran mal. Es triste hablar de
tolerancia,
como hablar de justicia. Pues pone de manifiesto que a
regañadientes se acepta ese principio que proclama la
igualdad de todos los humanos.
Con frecuencia deja de ser reconocida y aceptada la
dignidad que merece cada ser humano. La tolerancia y la
intolerancia dejan ver el desprecio y rechazo que nos producen
los otros. Cuando reprimimos el rechazo, toleramos lo que nos
incomoda.
Isaíah Berlin hace ver cómo la tolerancia
siempre implica una cierta falta de respeto, como decir "tolero
tus creencias absurdas y tus actos sin sentido".
La tolerancia es una expresión de la moral
mínima exigible a un ser humano : una moral que ponga
freno al egoísmo, que impide ver al otro con
compasión. Compasión de sentir lo que el otro
siente y tratar de entender su forma de vivir y
comportarse.
La dificultad de aceptar al otro como es se da a todos
los niveles. La historia occidental de ejemplos de rechazo a
gitanos, judíos, negros, árabes, homosexuales,
sidosos, etc.
Kant la llamó la "sociabilidad insociable" del
ser humano: somos y no somos sociables, necesitamos a los
demás y los detestamos por mil razones distintas y a
menudo vergonzantes. Pocas veces lo que provoca intolerancia
es razonable, y lo grave es que la intolerancia trascienda el
nivel individual y entre en la vida colectiva.
Las razones de la intolerancia.
Las razones de la intolerancia son variados, pero
clasificables en tres grandes grupos:
- De creencias y opiniones.
- A las diferencias económicas.
- A las diferencias físicas.
1– De creencias y opiniones:
Las diferencias ideológicas y, en especial, las
de carácter religioso. La variedad de religiones ha sido causa de
la intolerancia más violenta e inadmisible. Los primeros
discursos de
Voltaire a
favor de la tolerancia fueron ataques a las iglesias, por ser
depositarias de la verdad religiosa y representar al Dios
único y verdadero.
Una religión que pide amor, no puede ser causa
constante de guerra entre
los pueblos. La religión descansa en la fe y
ésta es privada, jamás debería ser el
fundamento de un proyecto político.
Ambos, religión y política, son algo
personal y subjetivo, de propia voluntad y no por
imposición de una autoridad externa. En la intolerancia
religiosa yace la convicción de que uno está en
posesión de la verdad y que sólo las propias
creencias son válidas.
En los siglos XVII y XVIII se sostiene que la
convicción tiene que ver con simples creencias y que
todas son igualmente legítimas pues en
religión no hay verdades absolutas y que nadie tiene la
verdad en exclusiva. Definitivamente se manifestó que la
religión sólo es patrimonio de
quien quiere adherirse voluntariamente a su credo.
2– A las diferencias
económicas:
A este grupo
pertenecen todas las diferencias de carácter social y
cultural llamadas "diferencias étnicas" . Deriva de la
convicción de que yo valgo más que él porque
venimos de territorios y culturas diferentes. Esa
jerarquía sólo puede tener raíces
ideológicas o religiosas.
Las diferencias son rechazadas con argumentos más
utilitarios: demostrando que la presencia del otro afecta
desfavorablemente a las formas de vida o a las costumbres. Al
inmigrante o al gitano no se los tolera porque su presencia
significa pobreza,
marginación, inseguridad,
desorden e incluso muestra una
injusticia por resolver o tapar.
Al gitano o árabe rico, no se lo margina, se
margina al desposeído porque su presencia incomoda y no
agrada. Para perpetuar ciertas desigualdades vergonzosas, se
justifica diciendo que no se está discriminando al
extranjero, sino al que viene a echar más leña al
fuego de la crisis económica, que sólo puede
traernos más miseria y contribuye al aumento de la
delincuencia.
No rechazamos al otro, "sólo pretendemos preservar puro y
limpio lo que es nuestro".
3– A las diferencias físicas
:
Es el grupo de las diferencias físicas o
fisiológicas, el de las anormalidades. Los homosexuales,
los hijos naturales o las madres solteras han sido rechazadas al
amparo de
doctrinas religiosas. La intolerancia hacia el homosexual
sigue apoyándose en que subvierte lo aceptado y
establecido como normal y moralmente bueno.
La tolerancia es conservadora y reaccionaria. Hunde sus
raíces en un confort que cuesta abandonar, se tolera mal o
se tolera poco a los minusválidos, a los enfermos de
SIDA,
retardados mentales. En más llevadero tenerlos encerrados
en lugares exclusivos para ellos o tenerlos escondidos. Como
dice Foucault, la
sociedad decide qué debe ser normal y excluye a quien no
encaja en la norma.
Ninguna de estas tres razones puede ser calificada
como justa y aceptable. El prejuicio es un punto de vista no
razonado, no puede ser el origen de un juicio de valor con
pretensión de universalidad.
Dar valor al bienestar económico no es un
prejuicio. El bienestar económico es un bien tanto para el
que lo tiene como para el que no lo tiene a su alcance. Por eso,
para que esté al alcance de todos, la justicia nos
manda repartir y distribuir, no acumular en pocas manos unos
bienes que son, en realidad, comunes y de derecho para
todos.
Los poderosos, los ricos, los satisfechos, deciden
las normas. no hay razones objetivas para excluir a nadie de la
categoría de ser humano. No obstante, las exclusiones
están ahí, y hay justificaciones para ellas,
consistentes siempre en preservar los derechos de los que
están en su sitio y son como deben ser, usan siempre
"razones poderosas" (democracia, seguridad, orden, economía) para
cerrarle el paso al que viene de afuera.
El análisis de las razones, es la primer
medida y la más prudente para combatir la intolerancia Son
problemas distintos que exigen respuestas e intentos de
solución de orden diferente. El reparto del bienestar
económico precisa políticas tanto internacionales
como nacionales, y de actitudes sociales que no vuelvan la
espalda a los que pidan ayuda, atendiendo a las prioridades y
necesidades.
La lucha contra los prejuicios es un problema de
educación y de cultura, la exclusión de los
más débiles, es un problema de sensibilidad
pública, también de educación, así
como de políticas concretas que impulsen la apertura de
las conciencias.
La diferencia es rechazada cuando se ve como
inferioridad, cuando se lo ve al otro desde un lugar de
privilegio. Quien hace ese juicio incurre en la "falacia
naturalista", eres distinto a mí, por lo tanto eres
inferior a mí. Así han recibido
justificación todas las discriminaciones
históricas. Pero igualdad y diferencia pueden convivir sin
contradecirse.
Tampoco es ético, renunciar al derecho de los
pueblos a preservar y mantener sus costumbres y culturas. La
única igualdad que nada tiene que ver con la ética
es la que trata de imponer la economía de mercado a
través de la publicidad,
gracias a las facilidades de la comunicación y por una adaptación a
la oferta
consumista de ámbito mundial.
No tiene nada de ético, pero no es rechazado. Lo
importante es que no se convierta en el valor dominante y
único. La práctica de la tolerancia es el
respeto a la libertad de cada cual a ser como quiera
ser.
La tolerancia no debe confundirse con la indiferencia,
que acabaría siendo la negación de la ética
misma.
Los límites de la
tolerancia.
Hay que distinguir entre una tolerancia positiva y la
tolerancia negativa consistente en la ausencia de ideas,
principios y opiniones por comodidad. Stuart Mill, el gran
defensor del individuo y de su libertad, dijo que las creencias
debían ser vivas y no muertas, creencias que debían
ser defendidas porque eran vulnerables a los ataques de otros.
Una creencia está muerta cuando jamás se cuestiona
ni necesita ser discutida. Pero está viva si hay que
luchar para mantenerla en pie contra otras creencias y
opiniones.
Isaiah Berlin afirma que "hay que darse cuenta de la
validez relativa de las propias creencias y sin embargo,
defenderla sin titubeos es lo que distingue al hombre civilizado
del bárbaro" . Eso no es dogmatismo, es sencillamente,
tener convicciones.
Los límites de la tolerancia deben estar, ante
todo, en los derechos humanos. Si tolerar al otro es saber
respetar su dignidad y reconocerlo como a un igual, no merece ser
tolerado el que , a su vez, no sabe respetar esa
dignidad.
Es intolerante el terrorista, el criminal, el dictador,
el fanático que no repara en medios para conseguir lo que
se propone, aun cuando esos medios sean las vidas de otras
personas. El intolerante convierte al otro en un medio para sus
fines. Las ideas reaccionarias, sólo son tolerables,
mientras sólo sean ideas. No lo son , en cambio, cuando
quieren imponerse a quien no las comparte, mediante la violencia y la
fuerza. Pues en tal caso, violan el derecho fundamental a la
libertad de creencias y de expresión.
El objeto de la tolerancia son las diferencias
inofensivas, no las que ofenden la dignidad humana.
¿Hasta qué punto una práctica como la
clitoridectomía, que desde nuestra concepción de
los derechos individuales es una grave mutilación de las
mujeres, debe ser tolerada cuando la practica otros que tienen
sus razones para aceptarla? ¿Hasta qué punto hay
que tolerar la existencia de sectas que utilizan peligrosamente a
los menores?
La respuesta es que los derechos universales son el
límite, y cuando la interpretación de los mismos
aplicada al caso que se juzga, admite discrepancias, la
única vía de solución es el diálogo.
Combatir la intolerancia de los otros por la fuerza, es una
contradicción. La democracia es nuestro subsuelo.
Cuando se ha aceptado este punto de vista, la gestión
de conflictos cuidará más el cómo que
el qué de las cuestiones.
Sigue habiendo muchas ideas que suscitan opiniones
contrastadas y costumbres admitidas por unas culturas y
rechazadas por otras. Hay graves problemas económicos que
producen desigualdades mundiales que deberían ser
intolerables. Todo ello produce discrepancias y
malestar.
No es lícito cerrar los ojos y tratar de ignorar
los conflictos, tampoco atajarlo a costa de nuestros principios
fundamentales. Aprender la lección de una tolerancia
positiva es condición necesaria de la
democracia.
7 De la Justicia a la Solidaridad
La solidaridad, complemento de la
justicia.
La justicia y la solidaridad son dos valores
complementarios. La es, actualmente, el eje de las teorías
éticas. La justicia o los derechos fundamentales,
constituyen el núcleo de una "ética mínima".
Todos los valores son aspectos del valor central de la
justicia.
Justicia que significa igualdad y libertad, pero
también ser justo es ser tolerante, pacífico o
reconocer la dignidad fundamental de cualquier vida
humana.
Desde los griegos se ha entendido la ética como
el camino hacia la felicidad. La justicia es la condición
necesaria, aunque no basta, para esa felicidad. La justicia
trata de procurar la "felicidad colectiva". No puede ser
feliz, aunque se lo proponga, el esclavo, el desposeído de
todo, el marginado. Querer un mundo más justo es, en
definitiva, querer un mundo en el que a nadie se le niegue ese
don o ese bien básico.
John Rawls sienta las bases del llamado "Estado de
bienestar". Rawls dice que una sociedad bien ordenada ha de
regirse por tres grandes principios de justicia:
1— Libertad igual para todos.
2— Igualdad de oportunidades.
3—El llamado "principio de la diferencia", mediante el
cual, la distribución de los bienes del Estado, debe
hacerse de forma que favorezca a quienes más lo necesitan
y viven peor.
Los tres principios son, en realidad,
complementarios.
En la sociedad que proyecta Rawls, el Estado tiene el
derecho a intervenir en la redistribución de los bienes
básicos: tiene derecho a imponer una política
tributaria. Es decir, El Estado reconoce que todos deben recibir
una parte de los bienes básicos, que no sólo son
materiales, sino espirituales como la educación, la
cultura o las bases de la autoestima.
La Constitución y el Poder
legislativo que emana de ella por la vía del
Parlamento, el gobierno y el
poder judicial
son los responsables de que se haga o no justicia, pues los
individuos son impotentes para resolver las
injusticias.
Una justicia que se traduzca en políticas
concretas que pueda hacerse realidad, para transformar
nuestra sociedad en más justa. Los individuos no deben
desentenderse de los deberes de la justicia. Una sociedad no
podrá ser justa si sus individuos carecen del sentido de
la justicia y el sentido de justicia hace a los individuos cada
vez más solidarios, la solidaridad complementa a la
justicia.
Como la fraternidad o la caridad, en una versión
más laica, la solidaridad consiste en un sentimiento de
comunidad, de afecto hacia el necesitado, de obligaciones
compartidas, de necesidades comunes que lleva a la ayuda del
otro. La solidaridad o la fraternidad fue el tercero de los
ideales de la Revolución
francesa.
Es el sentimiento de solidaridad el que nos lleva a
compensar las insuficiencias de la justicia. La solidaridad
está más cerca de las actitudes, que son
particulares, y la justicia, más próxima a la
ley, que es general. La solidaridad ha de ser vista como una
ayuda, un apoyo, la colaboración de todos en el camino
hacia la justicia.
1º–Sin sentimientos solidarios es
difícil que progrese la justicia. Los marginados, aquellos
que sufren más la falta de justicia, carecen de voz y no
pueden hacerse oír si no es a través de alguien que
se compadece de ellos, les escucha y solidariamente habla en su
nombre. La disposición hacia el dolor y sufrimiento
ajeno es la expresión de la solidaridad.
2º– La justicia tiene un defecto,
así lo observó Aristóteles, se materializa
en las leyes, que son generales pero no atiende las
diferencias particulares de cada individuo que es
único y no le satisface ser tratado como un "caso". Esas
peculiaridades y diferencias, sí pueden ser atendidas por
los individuos y su solidaridad.
Solidaridad significa, actitudes de corresponsabilidad
frente a problemas que son de toda la sociedad. No
progresarán los ideales éticos si no cambian las
actitudes personales. El carácter de las personas se debe
formar, para colaborar en la creación de una sociedad
más justa. La igualdad de oportunidades, por decreto, no
evita el tratamiento desigual en los comportamientos.
La solidaridad ha sido un valor más presente
en los ambientes pobres y poco desarrollados. Ha sido la
virtud de los pobres, solidarios a falta de las condiciones
materiales para poder ser justos. La solidaridad está
reservada a la participación individual en las tareas
colectivas de signo democrático. El sentimiento del amor
es superior a la justicia.
El principio o fundamento de la ética, o de la
justicia, es visto como un contrato, un pacto necesario entre
todos para mantener el orden y la sumisión a unas leyes
generales. La justicia es vista como una convención cuyo
único fin es el de preservar a las sociedades
humanas de su autodestrucción. La justicia es el
núcleo de la ética.
El Estado de bienestar y la
solidaridad.
El Estado de bienestar, al que apuntan las actuales
teorías de la justicia nace del énfasis puesto en
los derechos sociales: trabajo, educación y pensiones.
Son esos derechos los que exigen una transformación de
políticas gubernamentales, mentalidades y actitudes
individuales.
Una transformación hacia la solidaridad, que
obliga a emprender tareas urgentes como la redistribución
del trabajo con posibilidades reales, resolver las
discriminaciones étnicas que brotan entre la gente, del
miedo y la desconfianza hacia el desconocido.
El Estado de bienestar necesita, ante todo, el apoyo
y el impulso de la política, aunque también que los
ciudadanos compartan el mismo sentido de la justicia con un
sentido del deber compartido. Nuestras sociedades son
atomizadas y anónimas, falta en ellas el sentido
comunitario, debemos aceptar las diferencias y la diversidad de
formas de vida. Pero por encima
de las diferencias, compartimos la creencia en el valor de la
democracia que es inseparable de la de ciudadano.
Reconstruir la democracia y defenderla de sus peligros
es una tarea paralela a la recuperación de la identidad
ciudadana. Rousseau pensaba que la función de la
democracia era la conversión del individuo en
ciudadano.
No se trata de renunciar a ser individuo para ser
ciudadano, sino que ambos sean compatibles. Hoy los derechos
fundamentales parten del derecho a la libertad, el derecho a esa
individualidad única y distinta que tiene sus
correspondientes deberes y el que más debería
unirnos es el de la solidaridad.
Una solidaridad capaz de contrarrestar el individualismo
que fomenta la sociedad de consumo y la
economía de mercado. Debe ser conservado el individuo
ciudadano y solidario con las necesidades e intereses colectivos,
no el individuo consumista.
Virtudes Cívicas.
¿Cómo conseguir que la gente, empezando
por los niños, sea más solidaria? Con mayor
civismo, empezando por las cosas, por las plantas, por los
animales, y en
especial más respeto a las personas. Crear sensibilidad
hacia la naturaleza y los animales ha sido más sencillo
que ser sensible con los semejantes que padecen. El cine, la
televisión y la prensa nos
muestran unas relaciones personales competitivas, agresivas,
insolidarias.
Los valores del neoliberalismo
( la moral del éxito)
son más atractivos que la solidaridad socialista. Como
ocurre con las demás virtudes, la solidaridad
sólo depende de la creación de HÁBITOS:
hábitos cívicos, rutinas que muestren el respeto
que nos merece el otro, porque le cedemos el asiento, no
lo atropellamos, procuramos no molestar con nuestros gritos a los
vecinos, le damos una mano si está desvalido, le
sonreímos, le saludamos.
Hábitos por otra parte, que si
no son inculcados desde la infancia ya no
aparecen nunca y los hábitos alimentan el
afecto.
La solidaridad no funciona si es algo impuesto desde la
autoridad. Los estoicos decían que hay que acostumbrarse a
querer lo propio de cada individuo como lo propio de la
humanidad. Querer al mismo tiempo, lo individual y lo universal.
Esa es la razón de la solidaridad y de la
justicia.
La naturalidad de la guerra
¿Vale la pena educar en los valores
éticos? La historia humana es una historia de
conflictos que sólo se han resuelto con guerras. La
lección de la paz es la menos aprendida, la prueba
más clara de retrocesos éticos. La guerra es una
constante y una amenaza insuperable, es inmoral, una falta
absoluta de ética.
Sean o no justas las causas que se defienden, el medio
siempre es agresivo, la violación sistemática de
los derechos de los agredidos. Los fines no justifican los
medios, por dignos y nobles que sean.
No se puede conquistar la libertad matando y quitando de
en medio a quien resulta un estorbo, aunque así lo piense
un terrorista. Si lo que persigue es la libertad, un valor
ético, hay que ser coherente entre lo que se pide y los
instrumentos que se utilizan para lograrlo.
Hobbes el filósofo, dice que la primera ley de la
naturaleza es "buscar la paz, mantenerla y defendernos por todos
los medios que podamos".
Sin Estado, sin leyes, sin justicia, la humanidad
viviría en una guerra de todos contra todos, guiados por
su egoísmo y ambición. De ahí que deba
imponerse la razón, el pacto y la sumisión a un
gobierno.
Kant propone en 1795, una organización internacional de Estados para
prevenir y dirimir legalmente los conflictos. La paz no es un
estado natural de las organizaciones
humanas sino algo que debe ser instaurado. La paz es un deber
ético, porque la vida es un derecho de todos los humanos.
Quien tiene poder no quiere soltarlo, las sumisiones son
violentas y forzadas.
Las guerras
terminan justificándose por razones de estado,
patrióticas, internacionales, tienen poco en cuenta al
individuo.
La organización armamentística es una
parte imprescindible de la
organización política y económica de
todas las naciones. Nuestra naturaleza humana, nos lleva a
pelear, por lo tanto habrá que prepararse para la guerra
si queremos alcanzar un poco de paz.
Ética y Política.
Weber da a entender que la actividad política
se hace incompatible con la ética. La ética
absoluta os obliga a decir siempre la verdad, a confesar las
culpas, a todo aquello a lo que un político no está
acostumbrado. El político debe optar por seguir fiel a sus
convicciones éticas o dejarlas de lado y atender las
responsabilidades políticas que no siempre podrá
poner bajo sus principios.
Weber acaba elogiando al "político maduro", el
que deja la política cuando el costo es excesivo
para sus convicciones éticas. Es algo parecido al
político moral de Kant. El político para quien
la última palabra la tiene la moral y no la
política.
El origen de la guerra y la violencia está en
la naturaleza humana y en un poder político que es la
expresión evidente de esa naturaleza ambiciosa y corrupta.
La ética es el modo de comprometer a todos en la
realización de un mundo mejor, por la formación del
carácter del individuo, la transformación de las
actitudes y de cambios.
Educar para la Paz.
Tiene pleno sentido hablar de la necesidad de educar
para la paz. Hay que reconocer que tenemos la política
que nos merecemos o la política que toleramos a nuestros
políticos.
La guerra de Yugoslavia fue una vergüenza por una
política internacional incapaz de resolver los conflictos,
y por las sociedades e individuos que reaccionaron tarde y
débilmente ante el sufrimiento de quienes viven en
territorios cercanos.
El pacifismo ha sido uno de los movimientos sociales que
ha hecho historia. El antimilitarismo de los jóvenes, la
desobediencia civil, son signos de que el pacifismo no es ajeno a
nuestros jóvenes.
La educación para la Paz es una urgencia que
no puede ser abandonada. No es la educación, la que
podrá preservar la paz, sino una política dirigida
a tal fin, pero que no se cuestione los principios que la
amenazan.
La educación para la paz intenta poner fin a la
violencia estructural que se muestra de diferentes maneras en
nuestras sociedades. Esa violencia está en el terrorismos
y el los conflictos armados, pero está también en
las relaciones sociales, en el cine, en
la
televisión, en actitudes clasistas,
xenofóbicas, sexistas, en los comics y dibujos para
niños.
La desigualdad entre el norte y el sur, o la precariedad
de los países excomunistas son la causa de crecientes
migraciones mal aceptadas por los países
desarrollados.
El mercado de trabajo da cabida a los de una cierta
franja de edad, provocando apatía y desinterés por
la participación ciudadana. Y ni hablar de la
economía de mercado que genera expectativas de consumo
incapaces de ser satisfechas en la mayoría.
En la Conferencia
Mundial sobre Derechos Humanos se reconoció la importancia
de la educación en la promoción de la paz, en la tolerancia y en
la comprensión entre los pueblos, e instó a los
gobiernos y a las organizaciones no
gubernamentales a desarrollar planes concretos en estos
campos.
Los educadores saben que la educación no es
una tarea que pueda emprenderse con el objetivo de obtener
resultados claros e inmediatos. Pero ha de proponerse transmitir
una visión del mundo, sus creencias, interiorizando
valores para la integración de la sociedad.
Campos de acción y actitudes a tomar,
necesarias en una educación para la
paz.
1º— El educador ha de perder el miedo a
manifestar sus puntos de vista y sus ideas
ante lo que mundialmente ocurre, a criticar lo que
juzgue criticable. Según Hanna Arendt, la
educación es excesivamente débil y vacía de
contenidos: para educar hay que enseñar cosas, transmitir
conocimientos, dar a conocer, sobre todo, lo que no queremos que
se pierda ni que desaparezca, aunque sólo sean
ideales.
2º— Hay que combatir la violencia visible y
manifiesta en los espectáculos actuales: cine, televisión, comics. Eso quiere decir,
criticarlos, contribuir a crear una opinión contraria a
determinadas diversiones. El maestro tiene el privilegio de
la palabra, y es una responsabilidad utilizarla para algo
más que enseñar matemática
o lengua.
También los libros de
texto
transmiten violencia al interpretar la historia. También
esa docilidad a una forma distorsionada de ver las cosas puede
ser combatida desde la autoridad de unos profesores que
recomiendan y obligan a comprar determinados libros de
texto.
3º— Existe una violencia y una agresividad
oculta, pero indiscutible en manifestaciones racistas, sexistas o
clasistas que se dan en la sociedad en general, y en la escuela
como reflejo de aquella. Tomar conciencia de esas actitudes,
de su verbalización, de los enfrentamientos que producen,
de posibles comportamientos, es el primer paso y el más
importante para socializar a los niños en la no
violencia.
4º— Educar para la paz es educar en la
internalización, la tolerancia y el reconocimiento en la
diversidad. Conviene por tanto, evitar a toda costa que los
nacionalismos , hoy en auge, se conviertan en causa de
enfrentamientos sin fin. Sólo es lícito el concepto de
nación
capaz de articularse coherentemente con la actitud de
apertura y respeto a los otros. Las identidades culturales
sólo son válidas y positivas si constituyen una
fuente de seguridad que no se base en la exclusión de
otras culturas.
5º— La violencia está reñida con
el lenguaje,
el diálogo y la argumentación. Los sistemas
educativos, cada vez más técnicos y menos
humanísticos, no ayudan a formar personas capaces de
resolver discrepancias haciendo uso de la palabra y, en
consecuencia, de la reflexión y el pensamiento. La
enseñanza actual, pragmática en exceso y con miras
a la inmediatez y a resultados contables, equipa mal a unos
niños que, dentro de poco, tendrán que empezar a
mover las piezas de la existencia propia y ajena. Sólo una
educación que sepa olvidar las exigencias más
perentorias, pero también más perdurables, de
nuestro tiempo, logrará atisbar su objetivo básico:
enseñar a vivir bien.
Fin
Trabajo realizado por
Liliana H. Martínez
Docente EGB – Morón –Prov.Bs.As.-
Argentina