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Comportamiento religioso y ciencia de la conducta: ¿Son compatibles?




Enviado por wilmonty



    1. Resumen
    2. Del "ánima" a la
      "mens"
    3. Tensiones, conflictos y
      conciliaciones
    4. Ideología religiosa y
      ciencia de la conducta
    5. Conclusión
    6. Referencias

    RESUMEN

    Se examina el tema de la relación entre la
    ideología religiosa y la postura
    teórica del psicólogo, sus tensiones, conflictos y
    conciliaciones, incidiendo en los aspectos de su efecto sobre la
    práctica científica, la comprensión de los
    fenómenos bajo estudio y la óptica
    moral. Se
    indica que la psicología, entendida
    como ciencia de la conducta, no es compatible con el comportamiento
    religioso, pero sí puede analizarlo y esclarecer sus
    mecanismos.

    PALABRAS CLAVE: Religión,
    psicología, ciencia, comportamiento,
    ideología.

    INTRODUCCION

    "Desentrañar los enigmas de la existencia" es un
    constante afán del pensamiento
    humano, y son millones las personas que en cada época
    buscan incesantemente una orientación espiritual para sus
    vidas. Los de mentalidad más simple escrutan
    cotidianamente los mensajes del horóscopo o escuchan
    consultas mágico-quirománticas, otros se refugian
    en grupos de
    oración o profesan en diversas confesiones religiosas,
    mientras los más cultivados pueden orientarse buscar
    profundas explicaciones en la metafísica
    y en la teología.

    La ideología religiosa es la más
    socialmente aceptada de tales estrategias, y la
    psicología es una de las disciplinas competentes para
    analizar las aristas de dicho fenómeno, aunque los
    diversos enfoques psicológicos tienen distintas visiones
    acerca de él. Para los dinámicos se trata de una
    especie de neurosis, para
    los fenomenólogos es una experiencia trascendente y para
    los conductistas una forma de comportamiento (Fierro,
    2001).

    En mi opinión la última de las
    concepciones es la adecuada y eventualmente incluye, si es
    posible, de alguna manera lo mejor de las dos
    precedentes.

    Con base en la consideración de que la tarea de
    la psicología de la religión es la de
    observar, describir e investigar la conducta religiosa y sus
    manifestaciones particulares —como los de la
    conversión, la experiencia mística, las creencias
    acríticas o convenenciosas, el prejuicio
    entre otros fenómenos (Gröm, 1994, trad.
    esp.)—, parece también capaz de resolver (o
    disolver) [pseudo]problemas
    ontológicos y epistemológicos vinculados a su
    dominio
    (Barry, 2001, trad. esp.). Aunque "lo sobrenatural" no exista y
    lo "teológico" sea una pura abstracción, es
    evidente que hay un mundo de lenguaje
    significativo sobre eso, y, en tal sentido, los conceptos que
    pretenden significar pueden analizarse y contrargumentarse como
    cualquiera otros (Burke, 1975, trad. esp.).

    La religión, como bien lo supo ver Gramsci (1980,
    trad. esp.), se expresa fundamentalmente como un conjunto de
    presupuestos
    ideológicos. Entre las numerosas definiciones de
    ideología que da Rossi-Landi (1980, trad. esp.),
    aquellas que más parecen ajustarse a la religiosa son las
    siguientes:

    1. Mitología, folklore,
      creencias populares, clichés y prejuicios difundidos (p.
      35).
    2. Ilusión y autoengaño con matices de
      preconcepto, deslumbramiento, miopía, ceguera,
      oscurantismo (p. 37).
    3. Mentira no deliberada, oscurantismo voluntario pero
      no planificado, automistificación, falsificación
      socialmente indocta que ha llegado a ser automática en
      el individuo
      (p. 40).

    Esas acepciones dan la pauta para juzgar en principio
    que el impacto psicosocial de la religión es negativo,
    pero aun así hay mucha gente poco o nada religiosa que,
    pese a no estar de acuerdo con tales creencias, las tolera por
    considerar que tienen aspectos positivos, o, por lo menos,
    neutrales con respecto al desarrollo de
    la sociedad y sus
    instituciones.
    En el caso de los psicólogos, buena parte de ellos se
    identifican con esta actitud,
    pensando quizá que la religión es compatible con la
    práctica científica, que ayuda a la mejor
    comprensión de los fenómenos, o que es moralmente
    beneficiosa.

    A este respecto, lo que me interesa en los siguientes
    parágrafos no es
    tanto "desmentir" desde un punto de vista psicológico los
    asertos religiosos, como tratar el papel del científico de
    la conducta frente a ellos. En el transcurso de la exposición
    deliberaré sobre: a) supuestos históricos que
    explicarían el surgimiento de conceptos teológicos
    centrales y su efecto sobre la psicología; y b) la
    pertinencia de la ideología religiosa como guía
    moral, reflexiva o complementaria del trabajo
    teórico/aplicado del psicólogo
    científico.

    DEL "ÁNIMA" A
    LA "MENS"

    Como en el relato de Maupassant, Le Horla, mucha
    gente a través de todos los tiempos ha creído ser
    acompañada en algún momento por sombras misteriosas
    que no puede ver, pero sospecha que existen. La evidencia
    histórica señala que la persistente creencia en
    seres invisibles —espíritus o dioses— es el
    rasgo más común a todas las religiones. Estos seres, que
    vivirían en un plano inmaterial (a veces después de
    la muerte),
    poseerían convicciones y deseos, así como una
    capacidad para violar las leyes naturales.
    Como segundo rasgo, también se considera que ciertas
    personas (shamanes, sacerdotes, mediums, etc.) en el mundo
    material podrían ser más propensas que otras a
    "comunicarse" con tales seres, y eventualmente, a representarlos
    en la tierra; y
    finalmente se cree que ciertos rituales (oraciones, sacrificios,
    ritos, etc.) realizados de una determinada manera para
    relacionarse con espíritus o dioses podrían cambiar
    la realidad (Mithen, 1998; trad. esp.).

    En el origen de las creencias anteriores se halla la
    concepción metafórica que tiene el sentido
    común del ser humano acerca de la vida subjetiva o mental
    (imágenes y sentimientos): una suerte de
    universo
    fantasmal tan ligado como representación especular a la
    realidad exterior como separado de ella, por lo que un análisis histórico-conceptual de la
    noción de subjetividad —y su carga de
    metáforas para referirse a fenómenos cuya
    explicación excedía el marco de las ciencias
    naturales en la época antigua—, puede aportar
    pautas reflexivas acerca de cómo se yuxtaponen los
    conceptos de "alma" y de
    "mente".

    Alcaraz (1982) hace una reseña bastante
    útil a ese propósito, informando que para Tales de Mileto
    el alma constituía una fuerza motriz
    y para Anaxímenes aliento y aire eran lo
    mismo. El más destacado filósofo griego Aristóteles (1978, trad. esp.), por su
    parte, decía que el alma no se daba sin cuerpo y sus
    afecciones no eran separables de la materia. Los
    filósofos órficos fueron quienes
    comenzaron a separar el alma del cuerpo y los estoicos a poblar
    el mundo interior de formas algunas veces reflejas del exterior.
    Todo esto desembocó en la idea judeocristiana y el
    término griego pneuma (aliento o respiración) fue retomado bajo la
    analogía de anima o spiritus producido por
    aliento divino. Así, según San Pablo, toda alma,
    hecha de un spiritus y de un pneuma,
    sobrevivía a la muerte del
    hombre,
    conservando incluso su figura. Al alma se le adjudicaron
    facultades como el entendimiento y el libre albedrío, por
    lo que se asociaron las nociones de "ser inteligente" o "ser
    dotado de razón" con la de "ser espiritual" (Gilson, 1985;
    trad. esp.).

    Desde esta perspectiva, el "ánima" (en griego
    pyché o psiqué) de la representación
    religiosa fue poco a poco identificada con la mens (mente
    o entendimiento), lo mental, a partir de esas disquisiciones,
    pasó a significar actos de naturaleza
    cognoscitiva completadas con el material de las imágenes y
    las reminiscencias. Con ello los patriarcas de la Iglesia, desde
    San
    Agustín hasta Santo Tomás, despojaron el alma
    aristotélica de su carácter material y prepararon el terreno
    para el pensamiento dualista moderno.

    Cuando llegó el renacimiento
    las relaciones entre las personas fueron modificadas por la
    emergencia de un sistema de
    producción post-feudal que favorecía
    la voluntad individual y la responsabilidad. Cada cual se creyó dotado
    de capacidades introspectivas gracias a las cuales la
    razón se manifestaba independientemente del funcionamiento
    mecánico del cuerpo biológico, como en Descartes. En
    un extremo, como por ejemplo en Kierkegaard (1965, trad. esp.),
    se conceptuó luego inclusive que únicamente se
    podía llegar a la verdad en su nivel más profundo
    dejándose invadir por la subjetividad de la propia
    existencia. Fue en ese contexto que las primeras escuelas
    psicológicas comenzaron a "investigar" la mente, es
    decir aquella "luz natural
    interior" que iluminaría la realidad. Al no disponer de un
    lenguaje técnico apropiado, los primeros psicólogos
    utilizaron la jerga coloquial que venía dada por la
    tradición racionalista y dualista del renacimiento,
    fundando así su trabajo sobre una materia "inobservable"
    que venía referida por las metáforas del lenguaje
    ordinario. Pensar, recordar, soñar, imaginar y percibir se
    convirtieron en entidades epistémicas con existencia
    propia, sucedáneos así de las viejas concepciones
    espirituales.

    TENSIONES,
    CONFLICTOS Y CONCILIACIONES

    En esencia, puede decirse que las tensiones y conflictos
    entre psicología (saber mundano) y religión (saber
    trascendental) pasan por su discrepancia respecto al objeto de
    estudio de una auténtica "ciencia del alma". Brennan
    (1969, trad. esp.) opina que para determinar el objetivo
    propio de esa "ciencia" los psicólogos deberían
    incorporar el
    conocimiento sobre la naturaleza del hombre: "un compuesto de
    materia y espíritu, cuyas operaciones caen
    bajo la dimensión del análisis científico,
    pero cuya naturaleza fundamental pertenece al estudio propiamente
    filosófico" (p. 261); por cierto, identificando a
    éste con la visión tomista.

    Por una extraña casualidad el neotomismo fue
    restaurado como filosofía oficial de la Iglesia en 1879,
    el mismo año que se fundó el primer laboratorio
    experimental de psicología, y la postura católica
    no fue nada benévola con los intentos de "medir el alma"
    por parte de los psicólogos. Así, los problemas de
    desentendimiento entre la naciente psicología experimental
    y la teología ocurrieron casi desde el
    principio.

    Otras posiciones religiosas más extremas se ven
    reflejadas en el rechazo de los métodos
    psicológicos por parte de quienes creen ver en ello
    atentados contra el papel del Espíritu Santo y la
    oración. Explican ellos que la psicología se basa
    en la sabiduría humana (imperfecta por definición),
    no en la divina, siendo puesta la opinión de los hombres
    en lugar de la Palabra de Dios (MacDonald, 2003). Algunos
    incluso acusan —no sin razón— a ciertos
    psicólogos, como a Jung (1987, trad. esp.), de propiciar
    la sustitución del cristianismo
    por una doctrina ocultista neopsicoanalítica (Bobgan y
    Bobgan, 2003, trad. esp.), y a la psicoterapia
    del "sé tú mismo" de Carl Rogers, de relajar la
    postura moral de los creyentes (Boletín del SELAT,
    1995).

    Pero, algunas veces más allá de la
    oficialidad, hubo también desde el principio algunos
    religiosos que distinguieron "la naturaleza trascendente del
    hombre" (pretendidamente estudiada por la religión) de su
    "materialidad psíquica" (estudiada por la
    psicología), concluyendo, por tanto, que la segunda de
    esas propiedades sí podía ser objeto de estudio de
    la ciencia, y
    la disciplina
    psicologica otorgaba el método.
    Por ejemplo Franz Brentano, ex-sacerdote y profesor (fue
    maestro de Freud)
    trató de desarrollar una psicología empírica
    incluso antes de 1874; el clérigo norteamericano E. A.
    Pace estudió en el laboratorio de Wundt y posteriormente
    fundó el laboratorio del Departamento de Psicología
    de la Universidad
    Católica de los Estados Unidos; y
    asimismo el cura belga D. Mercier escribió un libro y
    organizó cursos sobre psicología experimental entre
    1883 y 1891.

    A propósito de la visión de Mercier (fue
    él quien sugirió volver a la antropología aristotélica y a Santo
    Tomás para contrarrestar las contradicciones del dualismo
    cartesiano), Misiak y Standt (1955, trad. esp.), —abogando
    por un acercamiento entre psicología y
    religión— destacan "la inhabilidad de los profesores
    católicos para reconocer la distinción entre la
    psicología experimental y la psicología
    filosófica" (p. 7), confundiendo los ámbitos,
    declarando el alma como único objeto de la
    psicología y creyendo que su inmaterialidad impide todo
    acceso al trabajo de laboratorio. Según los autores, "los
    católicos psicólogos pueden conservar sus creencias
    filosóficas y religiosas y colaborar a la vez con
    materialistas o naturalistas en el descubrimiento de los hechos"
    (p. 19). Para fundamentar esa opinión presentan como
    solución teológica al problema cuerpo-alma el
    hilemorfismo aristotélico por contraposición
    al dualismo. La diferencia entre ambas concepciones radica
    en que el dualismo establece un abismo infranqueable entre dos
    sustancias que, en realidad, participan de un todo
    armónico (visión hilemorfista). El cuerpo y el alma
    están incompletos el uno sin el otro, por lo que forman
    una unidad y eso coincide, dicen, con los datos de la
    psicología organicista y el psicosomatismo.

    En relación a este acercamiento, más de un
    autor prestigioso en el campo de la psicología de los
    primeros tiempos (p. ej. Mc Dougall, 1911; James, 1988, trad.
    esp.) ya había sugerido la necesidad de considerar la
    religión como una necesidad humana, como una hipótesis plausible la existencia del alma
    y como urgente el deslinde entre asuntos religiosos y
    psicológicos: no sería misión
    filosófica de la psicología ocuparse de la
    revelación divina, pues se trataría de una verdad
    trascendente a los métodos de la ciencia.

    En verdad, esta actitud generalizada de
    conciliación sobre las relaciones entre psicología
    y religión es casi la misma que la predominante en el
    resto de disciplinas científicas. Según eso, la
    esfera de la ciencia sólo comprendería el
    método de conocimiento
    fenoménico y técnico, y la esfera de la
    religión el rubro de la sabiduría aplicada a la
    praxis
    inmediata y a cuestiones últimas del sentido de la vida
    (Quintanilla, 1976). En una sección dedicada a la
    discusión sobre este punto, Vergote (1975, trad. esp.)
    señala en su libro lo siguiente:

    Como ciencia positiva, la psicología de la
    religión no se pronuncia sobre la verdad religiosa en
    sí. La observa, la describe, analiza los
    fenómenos religiosos en tanto que objetos y contenidos
    de la conciencia y
    de los comportamientos… poniendo entre paréntesis la
    existencia efectiva del Dios al que se refieren las actitudes y
    los ritos religiosos. (p. 15)

    Por definición, Dios no pertenece al campo del
    psicólogo. Ningún método empírico,
    en efecto, es capaz de llegar a la observación de Dios. Este no se hace
    presente al psicólogo sino en la medida en que el hombre se
    refiere a él por actos propiamente humanos. (p.
    18)

    El autor citado concluye que lo que llama
    psicología religiosa considera la religión
    en tanto que afecta a la
    personalidad y a la sociedad, no siendo su papel ni como
    hipótesis de
    trabajo concluir si existe o no Dios o lo trascendente. Estas
    opiniones de Vergote puede decirse que apuntalan la tesis de la
    "no intromisión" de una profesión en la otra,
    porque sus ámbitos difieren sin contradecirse. En otras
    palabras, es la aplicación específica del viejo
    aforismo bíblico: "Al César o que el del
    César y a Dios lo que es de Dios", queriendo decir que las
    artes y ciencias
    terrenales no tienen que ver con lo divino.

    IDEOLOGÍA
    RELIGIOSA Y CIENCIA DE LA CONDUCTA

    En esta sección final se discutirán tres
    puntos centrales respecto al presunto papel de la
    ideología religiosa en el trabajo del
    psicólogo. A saber: ¿La religión es
    compatible con la práctica científica de la
    psicología? ¿Ayuda a la mejor comprensión de
    los fenómenos? ¿Es moralmente
    beneficiosa?

    ¿La religión es compatible con la
    práctica científica de la
    psicología?

    La gran mayoría de la gente regula —o dice
    regular— su vida en base a los preceptos que le brinda la
    ideología religiosa, aunque no sea más que en
    cuanto a sus aspectos más superficiales, pueriles o
    informales. Dentro de ese cúmulo de personas se hallan
    también muchos psicólogos profesionales, algunos
    incluso considerándose a sí mismos como "laicos
    comprometidos", o vinculados formalmente como miembros de
    órdenes o sectas religiosas de diverso cuño. Al
    parecer, la idea que subyace a semejante coyunda entre quehaceres
    psicológicos y religiosos es la de complementación,
    o cuando menos de independencia
    de un campo respecto al otro, como si se movieran en planos
    equidistantes.

    Algo adjunto a esto ha sido la actitud general de los
    propios científicos en general hacia la postura
    teísta. Una actitud de sumisión disimulada que, por
    supuesto, tiene su origen en las pautas de reprobación y
    castigo formales o informales estipuladas por la doctrina social
    religiosa que abomina de los no creyentes. Es lo que Hanson
    (1976a, trad. esp.) llama "el dilema del agnóstico",
    satisfecho con manifestar su duda o suspender su juicio en
    cuestiones de sentido religioso, "a lo cual sólo llega
    cuando abandona el terreno de la lógica"
    (p. 19); lo que traiciona su obligación educativa. Por el
    contrario, en el momento en que el científico
    agnóstico abandona su actitud sumisa y se comporta con
    coherencia, deja de ser agnóstico y se convierte en un
    ateo.

    En ciertas ocasiones se me ha preguntado si es posible
    ser psicólogo y creer en Dios. A ello respondo,
    fundándome en lo dicho en el anterior párrafo, que en principio sí, pero
    con ciertas atingencias: primero, hay que reflexionar de
    qué clase de
    psicólogo estamos hablando, y segundo, qué
    entendemos por psicología.

    Respecto al primer punto, es evidente que la sola
    titulación, e incluso la experiencia, no califican
    más que formalmente la categoría de un profesional.
    Ellas no lo libran, por ejemplo, de sus deficiencias culturales
    ni de sus prejuicios, ni lo eximen automáticamente de la
    condición humana moderna que Ortega y Gasset
    describió tan bien con sus disquisiciones sobre el
    carácter del "hombre–masa". En suma, el certificado
    universitario, aunque indispensable, no define al
    psicólogo (ni al intelectual). Es perfectamente posible,
    así, encontrar individuos de esa profesión que
    pueden ser fanáticos o ingenuos.

    Respecto al segundo punto, la psicología es una
    disciplina que, al presente, se muestra
    multi (o pre) paradigmática. Hay varias
    acepciones de psicología y formas de abordarla
    (psicodinámica, humanista, constructivista, conductista),
    cada una con terminología propia y diferentes principios,
    conceptos y métodos. El tipo de psicología que el
    autor de este escrito considera compatible con una
    concepción científica y, al mismo tiempo,
    incompatible con visiones metafísicas o
    trascendentales
    , es la que tiene por objeto el estudio de la
    conducta, entendida como interacción históricamente
    construida entre el individuo y su ambiente
    físico, biológico y social. Siendo
    interacción, involucra un campo multifactorial con
    aspectos cognitivos, afectivos, motores y
    fisiológicos interdependientes en el que no cabe
    hablar de entidades (mente, espíritu, consciencia en
    abstracto, etc.) ajenas a ella. Podría decirse que esta
    clase de psicología se enmarca dentro del ámbito
    filosófico materialista, pero no de un materialismo
    vulgar, puesto que no considera que "lo material" es
    idéntico a "lo físico" ni tampoco descriptor de
    secuencias mecánicas de acontecimientos. Se trata,
    más bien, de un materialismo "dialéctico" o
    "sistémico", según se prefiera (véanse
    Kantor, 1991, trad. esp.; Montgomery, 2003).

    Antes que psicología, que es un concepto
    demasiado amplio para efectos de la distinción
    paradigmática y epistemológica aquí
    realizada, prefiero, pues, denominar mi orientación como
    "ciencia de la conducta" (a ésta, lejos de considerarla
    ajena a lo ideológico, podríamos entenderla en
    parte más bien como una "ideología
    científica"). De ahí procede el nombre del presente
    ensayo.

    A esta luz, volviendo a la respuesta sobre si el
    psicólogo a secas puede creer en Dios, repito que
    en principio es afirmativa; pero si por psicólogo
    entendemos "científico de la conducta" —con toda la
    carga filosófica, teórica, metodológica y
    técnica altamente especializadas que eso involucra—,
    la respuesta definitiva tiene que ser un no
    rotundo.

    Desde luego, como señala Schoenfeld (1999, trad.
    esp.), eso no invalida la posibilidad de estudiar la conducta
    religiosa como cualquier otra, ni de conocer y rebatir los
    argumentos religiosos que desde la ciencia del comportamiento se
    consideren nocivos para la salud y la convivencia
    humanas. Tampoco invalida recoger aportes provenientes de las
    diversas religiones, si
    los hubiera, para utilizarlos en provecho de las personas, de la
    sociedad y de sus instituciones.

    ¿La religión ayuda a la mejor
    comprensión de los fenómenos?

    A través de numerosos escritos se ven intentos
    por convencer de que la religión se encarga de un nivel
    más elevado y profundo de análisis que la ciencia
    común y corriente. (Brennan, 1969, trad. esp.). Allport
    (1962, trad. esp.), a su vez, señala que el atributo final
    de la religión es su carácter esencialmente
    heurístico: abre caminos por senderos inexplorados por la
    ciencia. En suma, "nos inspira".

    Mi opinión es la contraria. Creo que la
    religión perjudica en por lo menos dos niveles
    (cognoscitivo y afectivo) al individuo que la profesa:

    1) Trivializa su pensamiento. La tendencia al
    simplismo es característica del pensamiento primitivo e
    inmaduro. Ignora las leyes naturales y basa sus percepciones
    acerca de las cosas en observaciones teñidas de
    emocionalidad. Si se cree en fuerzas o entidades supranaturales
    debiera aportarse pruebas al
    respecto, pero quienes están obligados a ello acostumbran
    exigir a los escépticos que sean ellos los que aporten
    pruebas en contrario (Hanson, 1976b, trad. esp.), obviando la
    consideración elemental de que, según el conocido
    principio jurídico, "la carga de la prueba le corresponde
    a quien la afirma, no a quien la niega". Al trivializar el
    pensamiento, la ideología religiosa convierte el mundo en
    un conjunto de realidades dicotómicas: lo material versus
    lo espiritual, lo perfecto versus lo imperfecto, lo malo versus
    lo bueno, lo correcto versus lo incorrecto, lo perecedero versus
    lo eterno, etc. No hay lugar aparente para el reconocimiento de
    complejidades, diversidades ni matices. Esto acerca la
    religión militante al dogmatismo, como lo muestran
    numerosos estudios de investigación sobre el tema (p. ej.
    Vásquez, 1994).

    Es un rasgo particular de la trivialización
    intelectual el debilitamiento de la actitud
    analítico-crítica
    frente a hechos aparentemente inexplicables o absurdos, como los
    mitos de la
    creación, las "vírgenes que lloran", las
    apariciones fantasmales, reencarnaciones, fenómenos
    extrasensoriales y el cumplimiento de profecías o milagros
    diversos. El simplismo también hace sucumbir al individuo
    ante la perspectiva reconfortante de "una fuente externa de
    poder que lo
    protege de males y peligros, y que le concede privilegios si se
    le propicia adecuadamente" (Mercado, 1998; p.
    34).

    2) Lo obliga a ser inconsecuente en ciertos puntos
    esenciales. Pese a ser dogmáticas, todas las
    ideologías que sobreviven cierto tiempo se ven obligadas a
    irse transformando para adecuarse a las condiciones de
    protectoras o destructoras de un orden social establecido. A
    nivel oficial la ideología religiosa se mantiene
    —como señala Puente-Ojea (1974) refiriéndose
    al cristianismo—, gracias a su periódica labor de
    adaptación conservadora, resolviendo sus contradicciones
    al evitar las opciones extremas mediante fórmulas
    eclécticas.

    Lo dicho para la institución oficial
    también se aplica a los individuos que comparten sus
    creencias, haciéndolos inconsecuentes. La gente suele
    creer en el indeterminismo y en el libre albedrío, pero
    envía sus hijos al colegio para que les enseñen
    cómo vivir; cree en la responsabilidad personal, pero
    cuando comete un error suele atribuirlo a causas externas; cree
    en el destino, pero considera útil planificar
    cuidadosamente su vida (Russell, 1973, trad. esp.). Estas
    actitudes encontradas entre sí no se conciben como
    contradicciones existenciales, pues la inconsecuencia es admitida
    como algo intrascendente. Allport (1962, trad. esp.) se acerca a
    este tema distinguiendo entre tendencias religiosas
    intrínsecas y extrínsecas, indicando que las
    primeras suponen un compromiso mayor de los fieles con los valores
    pregonados por la Iglesia oficial, mientras que las segundas
    (inconsecuentes) se aplican a quienes aparentan ello en función a
    intereses personales.

    Las inconsecuencias no exceptúan a los sectores
    pro-teístas mejor preparados. Por ejemplo en el caso de la
    medicina
    clínica, el profesional que aunque sabe el funcionamiento
    de la fisiología humana incluyendo sus límites y
    potencialidades, encuentra problemas en justificar cómo
    podría "mejorar" el estado de
    salud aparentemente irrecuperable de un enfermo, suele atribuir
    ese posible cambio al
    poder divino. Ello lo hace fundando su posición en
    una solución de compromiso: un pretendido margen de
    desconocimiento que comprendería dicha variable
    mística. No renuncia a su status científico
    de médico, pero lo relativiza.

    Lo mismo hace el psicólogo que considera la
    mente
    el objeto de estudio de su disciplina. Mientras trabaja
    con el comportamiento de los individuos, dice cambiar a
    través de él aspectos "internos" (cognitivos,
    psíquicos, espirituales, etc.) de misterioso cuño.
    ¿Y de dónde sino de "Dios" o de una fuerza
    equivalente podrían venir esos aspectos no sujetos a la
    vulgar materialidad de los acontecimientos naturales? Su
    solución de compromiso consiste, como en el caso del
    médico, en relativizar su papel de científico y
    esconder lo real bajo un tapete de absolutización de la
    subjetividad (véase la epistemología psicológica del padre
    jesuita Jappiassu, 1981, trad. esp.).

    Las consecuencias del simplismo intelectual y de adoptar
    soluciones de
    compromiso dualistas en el trabajo profesional son
    múltiples: por un lado llevan la reflexión
    teórica por caminos especulativos sin posibilidad de
    confirmación alguna, por otro lado conducen a procedimientos
    metodológicos errados y por lo tanto nada
    fructíferos, y, por otro lado aún, disminuyen el
    potencial experto de las intervenciones tecnológicas al
    deformarlas o no aplicarlas debidamente (por ejemplo a
    través de las "curaciones por la fe"). Estas
    consideraciones llevan a pensar en la religión como
    ideología productora de pseudociencia, lo que es peligroso
    al avistar los terribles efectos que en el pasado tuvo tal
    ascendiente sobre el comportamiento social (los exorcismos, la
    caza de brujas, etc.).

    ¿La religión es moralmente
    beneficiosa?

    Los teístas afirman frecuentemente que el
    "abandono de Dios" propiciado por el ateismo va parejo a un
    relajamiento moral. En tal sentido, el psicólogo
    profesional no religioso sería, según ellos, un
    agente de corrupción
    para las personas, induciéndolas al libertinaje. Por
    ejemplo, el científico de la conducta puede afirmar que la
    homosexualidad
    no es anormal ni malo por naturaleza, puesto que es simplemente
    un comportamiento aprendido en determinadas circunstancias, tan
    igual como cualquier otro. Así, la orientación de
    la consultoría trata el meollo del problema no
    en la interioridad culpable del individuo "pecador" ni en su
    arrepentimiento, sino en las interacciones desajustadas de
    éste con entornos particulares (Schoenfeld, 1999; trad.
    esp.).

    Al margen de que resulta evidente el hecho de que se
    puede tener sólidos principios morales sin necesidad de
    ser teísta (como ejemplo están los estoicos, los
    humanistas y los racionalistas, entre otros), es
    inverosímil que ser religioso asegure tal cosa. Incluso
    yendo hacia las mejores épocas del predominio clerical, si
    algo demuestra la revisión histórica del
    advenimiento del cristianismo (véase Kautsky, 1972; trad.
    esp.) es que éste no hizo sino cambiar débilmente
    la superestructura ética del
    Estado pagano.
    Así por ejemplo la explotación, la usura y la
    esclavitud
    adoptaron nuevas formas durante el "Gobierno en la
    Tierra" de la
    Iglesia oficial en la antigua Roma, e incluso
    su doctrina las consagró como cosas
    inevitables.

    Por lo demás, en el mejor de los casos las
    virtudes morales tan realzadas como el amor al
    prójimo, el perdón, la caridad, la misericordia y
    otras; que sin duda alcanzaron su cenit con el cristianismo,
    suelen aplicarse preferencialmente a ciertos individuos y no a
    otros (según el criterio individual que generalmente
    depende de la propia conveniencia), y no se suelen aplicar
    tampoco a especies no humanas. Hay poquísimas excepciones
    de personalidades religiosas que promovieran la piedad al
    respecto (entre ellas la más destacada es la de San
    Francisco de Asís), y no bastan para invalidar la
    regla.

    CONCLUSIÓN

    La práctica de la religión es incompatible
    con la práctica de la psicología entendida como
    ciencia de la conducta. El impacto de la ideología
    religiosa tiene efectos nocivos sobre el quehacer
    científico y filosófico de los psicólogos,
    inclinándolos a soluciones de compromiso para las
    numerosas contradicciones que genera en el estudio del comportamiento
    humano. No obstante dicha ideología y el
    comportamiento que le es característico son susceptibles
    de ser analizados por el psicólogo de la conducta, quien
    gracias a su preparación profesional especializada es
    capaz de penetrar en el entramado religioso para esclarecer los
    temas propios de tan complejo campo.

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    William Montgomery Urday

    Psicólogo
    Docente universitario

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