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Consolidación democrática y medios de comunicación




Enviado por mulato_77



     

    1. Medios de comunicación y
      proceso electoral
    2. Medios de
      comunicación

     

     De la unanimidad a un
    auténtico

     archipiélago de puntos de
    vista

     José Woldenberg

    El tema del papel de los medios de
    comunicación en la democracia no
    es, como algunos podrían suponer, aleatorio o secundario,
    de obvia y fácil resolución. Por el contrario, tal
    como lo confirman los hechos en todo el mundo, se trata de una
    reflexión absolutamente vital para la salud de las democracias
    contemporáneas.

    En las sociedades
    modernas, la política y el
    ejercicio de la democracia son inconcebibles sin el concurso de
    los medios de
    comunicación, pero la revolución
    en las comunicaciones
    ocurrida en la era de la
    globalización nos obliga a revalorar de nuevo el
    vínculo existente entre información y política, a redefinir
    en términos productivos el modo como se ejerce la libertad de
    expresión y, en general, el derecho a la
    información. No es un secreto tampoco que en la actualidad
    la actividad política se encuentra cada vez más
    condicionada por el uso de los instrumentos y lenguajes mediáticos que ahora tiene a su
    disposición. En realidad, se puede afirmar que no hay
    política de masas (es decir, política moderna) sin
    medios de comunicación, pero también es
    posible afirmar en sentido opuesto que no hay comunicación
    de masas que no tenga que ver de alguna manera con la
    política. Es esa situación la que obliga a buscar
    nuevas articulaciones
    entre lo que sería, por llamarlo de alguna manera, el
    poder deseable
    de los medios y las instituciones
    de la democracia.

    Foto: Raúl Ramírez
    Martínez

    En las líneas que siguen me voy a referir a tres
    aspectos. En primer lugar, a exponer cómo la apertura de
    los medios acompañó al intenso proceso de
    democratización que vivió México. En
    segundo término, subrayaré la importancia de
    algunas disposiciones legales que vinculan el trabajo del
    Instituto Federal Electoral con la actividad de los medios de
    comunicación, a fin de propiciar contiendas electorales
    equitativas y competidas. Por último, haré
    referencia a los retos que enfrenta la consolidación de la
    democracia en México y que pasan, precisamente, por el
    papel y la calidad de los
    medios de comunicación.

    El proceso democratizador que transcurrió en
    México durante las dos últimas décadas es un
    espacio de tiempo lo
    suficientemente largo, que puede ser considerado ya como un
    periodo histórico. La sociedad y
    el Estado
    tenían que resolver varios problemas
    estructurales de manera simultánea: enfrentar las demandas
    de una población creciente, hacerse cargo de la
    quiebra de un
    modelo de
    desarrollo
    económico, asimilar un cambio
    cultural de grandes dimensiones, dar cauce al ejercicio pleno de
    los derechos civiles,
    y cambiar así los mecanismos políticos reales y las
    reglas asociadas a él. De esta forma, la transición
    política fue parte de una transición de mayor
    profundidad: aparece al mismo tiempo que otras transiciones, la
    de su cultura, la de
    su economía y
    la que lleva a una intrincada e inevitable conexión con el
    mundo.

    Pero la transición democrática tuvo su
    principal nutriente en la existencia de una sociedad modernizada,
    diversa, plural, crecientemente urbana y educada, que desbordaba
    cada vez más el recipiente de un partido político
    hegemónico, en cierto modo omniabarcante, cuya influencia
    trascendía la esfera política y alcanzaba la vida
    social y la cultural incluso.

    En términos temporales, puede decirse que el
    movimiento
    estudiantil de 1968 mostró la fuerza
    inusitada y masiva del reclamo democrático, la necesidad
    urgente de reformar la vida política nacional. Los
    acontecimientos vinieron a demostrar que los usos y costumbres
    consagradas del Estado ya no
    funcionaban o cada vez funcionaban peor en una sociedad que el
    propio desarrollo
    social había hecho más compleja y por tanto
    más plural. Ese era, en definitiva, el contenido
    subyacente en las demandas estudiantiles.

    Pues bien, ante ese gran primer reclamo
    democrático, la versión oficialista, tremendamente
    autoritaria, es la que fue impresa en la gran mayoría de
    los relatos y juicios en los medios referidos al asesinato masivo
    en Tlatelolco. En aquellos años, como parte de la
    efervescencia política que se extendió al mundo
    sindical, a las reivindicaciones de los campesinos, a las
    universidades, proliferaron publicaciones "marginales" que, en la
    ribera de la prensa
    institucional, informaban y analizaban hechos que no
    aparecían en los medios y, por lo mismo, eran un
    testimonio de la cerrazón.

    Sin embargo, poco a poco, salvando obstáculos y
    no pocas resistencias,
    más adelante aparecieron diarios, semanarios y revistas
    independientes, que hacían de la prensa escrita un espacio
    relativamente más sensible a la diversidad
    política, en contraste con los medios
    electrónicos que seguían considerando al
    pluralismo como un inaccesible fruto prohibido. Para darnos una
    idea de lo que significaba esa cerrazón de la prensa,
    baste traer a colación los datos que nos
    proporciona el periodista e investigador Raúl Trejo sobre
    la elección presidencial de 1988, la primera
    auténticamente competida de esta época, donde el
    entonces partido gobernante recibió 55% del espacio
    concedido a las campañas electorales en los seis
    principales diarios del país, mientras que el Frente
    Democrático Nacional obtuvo 17% y 12%, el PAN.

    En cambio, como indica el estudio pionero del
    investigador de la Universidad de
    Guadalajara Pablo Arredondo,1 en 1988 los noticieros
    de TV dieron al partido en el gobierno 91.7%
    del total de sus espacios informativos, mientras que de todos los
    demás contendientes ninguno alcanzó siquiera 4% del
    tiempo de los noticieros. Esa abismal inequidad informativa nos
    habla de un país remoto, lejano y cerrado, que hoy
    parecería increíble y que ya para entonces
    resultaba inaceptable para muchos ciudadanos.

    Sin embargo, es justo a partir de esa dinámica de cambio que los medios comienzan
    también un proceso de apertura que les lleva a
    sintonizarse mejor con la democratización general de la
    sociedad. Se abren en la radio espacios
    para distintas expresiones y opiniones de la sociedad y comienzan
    a disolverse las barreras, las exclusiones, que impedían a
    los electores conocer de primera mano el punto de vista de las
    diferentes fuerzas políticas.
    Trabajos posteriores de Trejo nos indican, por ejemplo, que en
    las siguientes elecciones presidenciales, las de 1994, la prensa
    escrita le dio a las oposiciones en conjunto un espacio mayor al
    que recibió el partido gobernante. No era una
    cuestión menor.

    La lección saltaba a la vista: los medios para
    ser creíbles, para ser leídos, vistos o escuchados,
    debieron abrirse y recoger a la pluralidad real, sin confundir la
    noticia con las filias o las fobias propias de los editores. Por
    razones de prestigio, de credibilidad y de mercado los
    medios se ven en la necesidad de actuar cada vez más como
    espacios abiertos y sensibles, ya no como coto reservado,
    proveedor de ventajas exclusivas. Tan es así, que en la
    más reciente elección presidencial, la del proceso
    electoral del año 2000, como demostró el monitoreo
    de medios que por ley realiza el
    Instituto Federal Electoral en cada periodo de campañas,
    los principales noticieros de la radio y la
    televisión del país ofrecieron un tratamiento
    muy equilibrado, similar, a las tres principales opciones
    políticas del país. Es decir, en 12 años
    pasamos de una cobertura asimétrica y alineada de los
    medios, refractaria a las voces de la oposición, a un
    trabajo
    caracterizado por la reproducción de la situación
    política del país, es decir, a una mayor equidad e
    imparcialidad informativa.

    No es mera casualidad que la expresión de la
    diversidad haya acabado por permear a los medios, y que las
    elecciones altamente competidas en México hayan tenido
    lugar justamente cuando la prensa, la radio y la televisión
    consiguieron abrirse a la pluralidad. Un fenómeno
    sería inexplicable sin el otro.

    Pero esta evolución democrática de la función
    informativa tiene como soporte otras premisas, además por
    supuesto de la convicción de los propios periodistas y
    dueños de los medios. Cabe señalar al respecto que
    la preocupación del legislador por asegurar elecciones
    limpias y transparentes, fundadas en un genuino sistema de
    partidos, lo llevó a establecer un amplio conjunto de
    disposiciones legales para asegurar una presencia adecuada de las
    distintas ofertas político-electorales en los medios
    electrónicos de comunicación.

    En ese sentido, la ley establece, en primer lugar, que
    los partidos gozarán de una presencia permanente en radio
    y televisión, haya o no campañas
    electorales, por lo que cuentan con un programa de 15
    minutos al mes en cada medio. Además, existen los llamados
    "programas
    especiales", donde acuden todos los partidos a un programa de
    debate mensual
    sobre algún tema relevante de la agenda nacional. Por otra
    parte, en épocas de campaña, se transmiten de forma
    adicional programas complementarios que abarcan 100 horas en
    televisión y 125 horas en radio, en su conjunto, si se
    trata de una elección para el Congreso, o del doble si se
    elige la Presidencia. Todos esos programas corren a cargo de los
    tiempos con que cuenta el Estado en los medios, y deben
    transmitirse, como dice la ley, en los horarios de mayor
    audiencia.

    Adicionalmente, el IFE adquiere 400 anuncios en
    televisión y diez mil en radio que pone a
    disposición de los partidos. Todos estos espacios que
    resultan sin costo para ellos,
    se reparten con el siguiente criterio: entre los partidos con
    representación en el Congreso 30% en partes iguales y 70%
    restante en función de la votación obtenida en la
    elección previa. A los partidos nuevos les toca 4% del
    tiempo total a cada uno.

    Pero además, los partidos y sólo ellos,
    ningún tercero, pueden comprar anuncios en radio y
    televisión. Para esta elección de 2003, lo
    más que pudo gastar cada candidato a diputado en su
    distrito electoral fue 849 mil pesos. Al tratarse de 300
    distritos, cada partido estuvo en posibilidad de erogar como
    máximo en todas sus campañas 254 millones de
    pesos.

     

     

     

     

    Foto: Memoria
    gráfica de la democracia/IFE

     

    Para garantizar que ningún tercero compre
    publicidad
    electoral, en favor o en contra de partido o candidato alguno, y
    para que se respeten los topes de campaña que marca la ley, el
    IFE hace un monitoreo de los anuncios que compran los partidos en
    radio y TV. Con el mismo fin también se contabilizan los
    desplegados e inserciones pagadas de los partidos en la prensa
    escrita. Los monitoreos de anuncios y notas constituyen un
    importante instrumento para fiscalizar con profundidad y a
    detalle las erogaciones de los partidos, precisamente en el rubro
    en el que destinan más recursos.

    Por otra parte, al inicio de cada proceso electoral, la
    ley mandata al IFE para entregarle a la Cámara Nacional de
    la Industria de
    Radio y Televisión un conjunto de lineamientos aplicables
    a noticieros electrónicos para su trabajo de
    información de las actividades de campaña. Los
    lineamientos, elaborados por el consenso de todos los partidos
    políticos, no son obligatorios, pero intentan ofrecer
    de una forma sistemática las aspiraciones comunes de los
    partidos en relación con los medios.

    Otro capítulo que vincula al IFE con los medios
    es el monitoreo a los noticieros de radio y televisión
    para dar a conocer la cobertura a las campañas y su
    calidad. Esta labor responde a una de las preocupaciones
    fundamentales que modularon la reforma electoral de 1996: el tema
    de las condiciones de la competencia. El
    gobierno federal, los partidos y, en su momento, el Congreso de
    la Unión, discutieron de qué manera se
    podían fomentar condiciones equitativas a través de
    las cuales se encauzara la creciente competencia electoral. Con
    buen tino, desde mi percepción, el legislador resolvió
    un dilema que tenía planteado: conjugar de manera
    productiva la más amplia libertad de
    expresión con la necesidad de crear un contexto de
    exigencia para que los medios masivos de comunicación
    contribuyeran a la recreación
    y a la expresión equilibrada de las diferentes ofertas
    políticas. Así, el IFE realiza el monitoreo y da a
    conocer la información, manteniendo su absoluto respeto a la
    libertad de expresión de los medios, y a la vez atendiendo
    su obligación legal de monitorear el comportamiento
    de los noticieros y difundirlo, llamando así la atención de la opinión
    pública y de los propios medios.

    El solo hecho de presentar esta información, es
    de por sí una contribución a generar un contexto de
    claridad acerca del trabajo que hacen los medios. Con frecuencia
    los propios medios así lo han entendido y reconocido, al
    señalar la utilidad que los
    monitoreos tienen para la evaluación
    interna que hacen de su labor.

    Además de todos estos puentes que vinculan
    estrechamente a los medios, a la autoridad
    electoral y a los partidos para mejorar las condiciones de la
    competencia, el IFE necesita de los medios para realizar sus
    tareas sistemáticas de preparación y organización de los comicios. De manera
    permanente, desplegamos campañas para que los ciudadanos
    estén en plenas condiciones de obtener su credencial para
    votar con fotografía
    y de ejercer su voto. Durante cada proceso electoral, se activan
    campañas invitando a los ciudadanos que han sido sorteados
    a capacitarse para fungir como funcionarios de casilla el
    día de la jornada electoral. Las campañas
    institucionales también abarcan la difusión y
    promoción del voto libre y secreto y las
    acciones de
    educación
    cívica y formación ciudadana. Todo este esfuerzo
    puede llegar a millones de mexicanos a lo largo y ancho del
    país gracias a los medios de comunicación masiva.
    El IFE, como un órgano autónomo del Estado, no
    compra espacios en los medios electrónicos; su presencia
    se debe a la existencia de los tiempos del Estado.

    Como se puede observar, en México la construcción del edificio electoral
    está íntimamente relacionada con los medios. El
    saldo es bueno, proceso electoral tras proceso electoral se ha
    obtenido una amplia participación ciudadana en las tareas de
    preparación y conducción de la jornada electoral, y
    las campañas políticas han estado donde deben
    estar: en el centro de atención de la opinión
    pública.

    En México, como en otras áreas de la vida
    pública, en los medios hemos pasado en pocos años
    de la pretendida unanimidad que reproducía una sola voz,
    una sola mirada del país, a vivir en un auténtico
    archipiélago de puntos de vista, donde se multiplican los
    análisis, las fuentes y los
    protagonistas. Es notorio que los medios han cambiado para
    ofrecer una oferta
    variada, con diferentes contenidos y maneras de acercarse y
    abordar la política.

    No es poco lo que se ha logrado, pues ahora existe una
    institucionalidad democrática y medios que se expresan en
    franca libertad y pluralidad. Pero nunca hay tareas concluidas.
    Ahora hay que mirar a los nuevos retos y los desafíos a
    los que se enfrentan la política y los medios.

    Así como en el terreno estrictamente
    político el reto radica ahora en consolidar la democracia
    y no en demostrar que la alternancia es posible, en el campo de
    los medios tenemos por delante el desafío de pasar de
    garantizar la pluralidad a asegurar la calidad y el
    profesionalismo informativo.

    La democracia, como sistema
    político, permite la expresión sin cortapisas
    de la diversidad política, hace emerger la pluralidad y le
    da un cauce cierto, legal y legítimo, a la convivencia y a
    la competencia de distintas corrientes políticas. La vida
    social en democracia es la expresión y renovación
    constante de un amplio y colorido mural en movimiento. Implica,
    necesariamente, confrontación y, por qué no
    decirlo, tensión entre diagnósticos, visiones y
    propuestas distintos. En eso consiste el debate político y
    precisamente los espacios del Estado que permiten la
    expresión de la pluralidad, como el Congreso, son el
    escenario natural de la disputa política. Por supuesto, la
    celebración regular y sistemática de elecciones, en
    las que los partidos buscan hacerse del respaldo de los
    ciudadanos mientras que procuran que sus adversarios pierdan
    apoyo, implica también el ejercicio sistemático y
    abierto del debate, del intercambio público de
    críticas, de una nutrida y, a veces, férrea
    contienda. Estas rutinas son consustánciales al ejercicio
    de la democracia.

    Los medios deben ser capaces de asimilar que la disputa
    es natural y no como un síntoma ominoso de la vida
    pública que merecería ser sancionado. Pero deben
    saber colocarse más allá de esa disputa, no ser
    parte de ella.

    Los medios deben buscar la objetividad y están
    diseñados para dar información y crear
    opinión, sus reflexiones cuentan y su labor
    desempeña un papel en la vida pública que van
    más allá de la transmisión neutral de las
    informaciones. La información no inventa los hechos
    políticos pero sin duda el tratamiento que se les da
    modula su importancia.

    Esa función mediadora debería reforzarse,
    no reducirse en virtud de la importancia de la prensa escrita y
    electrónica en la determinación de
    la agenda nacional. Lo más importante es que las distintas
    voces se expresen con profesionalismo en su propio contexto y con
    el ánimo de servir a la comunidad. En
    este punto, vale reiterar que el derecho a la información
    parte de la consideración de que no hay libertades ni
    derechos absolutos, no puede haberlos, pues siempre han de estar
    acotados por las esferas de libertad y por los derechos de otros.
    Ese es un principio de aplicación universal que vale tanto
    para las instituciones del Estado como para los medios que tienen
    a su cargo la delicada tarea de decidir conforme a sus propios
    códigos de ética
    qué publicar o difundir.

    Está claro que los medios no sustituyen a la
    escuela en su
    función de educar y tampoco suplantan a los partidos, pero
    hay que reconocer que influyen sobre la cultura cívica de
    la ciudadanía que finalmente encarna o no
    los valores de
    la democracia: si reproducen los códigos guerreros, la
    tolerancia
    tendrá un terreno menos fértil en el cual
    asentarse; si priman las filtraciones y especulaciones, restan
    campo a una justicia
    apegada del todo a derecho; si difunden primordialmente las
    ocurrencias y gracejadas de los políticos, estarán
    coadyuvando a hacer de la política un espectáculo
    circense. Al contrario, si los medios promueven la
    difusión de discusiones respetuosas, documentadas, elevan
    la calidad del debate público; su investigación periodística es
    primordial para conocer al país real en tiempo real como
    condición para la consolidación de un contexto
    democrático; gracias a su esfuerzo profesional son
    visibles hechos que el ojo no entrenado confunde o no ve, sobre
    todo cuando se trata de prácticas o conductas apartadas de
    la verdad o la legalidad que
    adquieren notoriedad cuando se convierten en noticias.

    Además, el punto de vista editorial es
    imprescindible para que la fiscalización de la vida
    pública sea un ejercicio plural de crítica
    y no mero motivo de escándalo. Esa conjunción entre
    la información y la opinión que es propia de los
    medios resulta una condición imprescindible para el buen
    funcionamiento de las instituciones y el elemento más
    eficaz para la formación de la
    ciudadanía.

    Alguna vez he expresado que los mismos principios que
    permiten al IFE asegurar la limpieza y la credibilidad de las
    elecciones, son los principios que sirven a los medios para
    cumplir con su tarea. Me refiero a los principios de certeza,
    legalidad, independencia,
    imparcialidad y objetividad.

    Tanto en el ámbito periodístico como en el
    electoral es indispensable la certeza, sin la cual sería
    imposible generar la confianza de los electores o del
    público que sigue a los medios. En rigor, el principio de
    certeza es aquel que nos obliga a evitar la especulación,
    a proceder siempre sobre la bases de elementos plenamente
    verificables y por ello inobjetables.

    A la vez, el principio de legalidad, entendido como
    apego al marco normativo vigente, y sobre todo a los derechos de
    terceros, es fundamental tanto para la autoridad electoral como
    para los medios. Si no hay libertad al margen de la ley, tampoco
    se ejerce la libertad de expresión allí donde no se
    respetan los derechos básicos de las personas.

    Además, tanto la actividad informativa como la
    electoral requiere sujetarse al principio de independencia, es
    decir, mantenerse al margen de cualquier clase de
    presiones e intereses particulares que intenten inclinar la
    balanza en su favor. La autonomía significa que
    prevalezcan los intereses profesionales sobre la influencia de
    los gobiernos, los partidos y otros grupos de
    presión existentes en la sociedad.

    Si algún principio es importante para la
    actividad informativa, este es el principio de imparcialidad,
    mediante el cual se evita darle preferencia a una sola de las
    partes involucradas en caso de discrepancias o conflictos.
    Igual que en el ámbito electoral, el informador debe
    concebirse no como un protagonista sino como un tercero por
    encima de las partes e igualmente distante de los intereses de
    cada una de éstas.

    Finalmente, el principio de objetividad nos debe poner a
    salvo de suposiciones y prejuicios, alejándonos de las
    inevitables filias y fobias personales. En el terreno de los
    medios, la objetividad es el principio más socorrido y
    también, justo es decirlo, el más difícil de
    aplicar, pues nadie está libre de opiniones y prejuicios.
    Para ponerlas entre paréntesis es necesario un alto grado
    de profesionalismo y, desde luego, una consistente capacidad de
    autocontención.

     

     

     

    Foto: Raúl Ramírez
    Martínez

     

    Hay cuestiones pendientes que afectan a los medios, a
    las instituciones y los actores políticos. La primera
    tiene que ver con una realidad que no se limita a la acción
    de los medios pero que no puede cambiar sin su concurso.
    Concretamente al nivel de nuestra cultura política se
    corresponde dramáticamente con muy bajos índices de
    aprovechamiento escolar y, en general, con un abatimiento del
    interés
    de la sociedad por los asuntos públicos. Los datos
    obtenidos como resultado de encuestas
    realizadas de manera independiente por la Secretaría de
    Gobernación y el Instituto Federal Electoral no dejan
    lugar a dudas sobre cuáles son nuestras deficiencias en
    este punto. Ya es grave que se muestren datos alarmantes respecto
    del escaso conocimiento
    de los ciudadanos sobre sus derechos, pero el asunto se complica
    cuando se advierte la muy baja estima que tienen las
    instituciones democráticas, en particular los partidos y
    las cámaras legislativas. La dimensión de lo
    público aparece en general como un universo ajeno y
    poco confiable. Esa percepción, no siempre justa, ayuda
    muy poco a nuestra convivencia.

    La presencia de esos rasgos negativos en la cultura
    política nacional demuestra que el cambio político
    no produce modificaciones lineales ni unívocas en la
    percepción de la vida pública, que no hay nada
    automático en la formación de una conciencia
    favorable a las instituciones y los sujetos de la democracia y
    que, por lo mismo, se hace necesario un esfuerzo suplementario
    por parte de los partidos, el gobierno, la autoridad electoral,
    la escuela y sin lugar a dudas los medios, que ayude a elevar y
    fortalecer los valores
    democráticos.

    Es posible que en los países de larga
    tradición democrática la participación
    ciudadana siga las líneas de una costumbre que se
    reproduce a sí misma, pero en el caso de una democracia
    reciente como es la nuestra sería por completo
    injustificable asimilar la fragilidad de la cultura
    democrática a la expresión de una inexistente
    rutina electoral o al imposible desencanto del modelo
    representativo. Justo por la razón de que México es
    un país heterogéneo, diverso y subdesarrollado,
    donde aún coexisten o se combinan las formas modernas de
    organización política con la tradición de la
    democracia comunitaria y la herencia
    autoritaria, es indispensable no cejar en el empeño de
    elevar el nivel de la cultura cívica propiamente
    democrática de modo que al participar los ciudadanos lo
    hagan informados y, por decirlo así, libremente, con pleno
    conocimiento de causa. Por supuesto, la disposición
    ciudadana a participar está correlacionada positivamente
    con la valoración de la propia actividad política,
    pues a mayor descrédito de la política, entre
    más sea concebida como una actividad inherentemente
    corrupta, mezquina y carente de sentido, más fino es el
    suelo sobre el
    que puede echar raíces el sistema democrático. En
    esta tarea el papel de los medios resulta fundamental.

    Hace falta un esfuerzo mayúsculo para que los
    ciudadanos perciban a la democracia como un régimen
    deseable en razón de su superioridad ética y
    política sobre otros órdenes políticos
    alternativos. Se trata de hacer un sentido común la idea
    de la democracia no como mera enseñanza retórica o el proyecto de unos
    cuantos, sino como lo que es en realidad: una necesidad
    común para la viabilidad y la convivencia de una sociedad
    masiva y extraordinariamente plural, diversificada en sus
    condiciones culturales, políticas y también
    económicas, vinculada al mundo de mil maneras,
    diferenciada en sus opciones, en sus modos de vida, en sus
    intereses, visiones y sensibilidades, tal como es la sociedad
    mexicana.

    En definitiva, entre los medios y la democracia hay
    principios comunes, una relación sustantiva que se
    retroalimenta mutuamente y que tiene su fundamento en el
    ejercicio de la responsabilidad de todos los actores. Se ha
    superado una etapa donde lo más importante era garantizar
    los derechos y las libertades de la ciudadanía y ahora
    entramos de lleno al desafío de elevar la calidad de
    nuestra democracia. Tanto en el planteamiento como en la
    solución de los nuevos problemas, los medios tienen un
    importante papel que jugar.

    Es hora de superar una época en la cual la
    libertad de expresión tenía como tarea prioritaria
    hacer visible una situación que estaba velada a la mirada
    pública, para entrar de lleno en otra donde se requiere
    construir un sentido crítico colectivo, una visión
    que sea capaz de elevar la calidad del debate público
    construyendo un contexto de exigencia general que nos abarque a
    todos: a la ciudadanía, a la autoridad electoral, a los
    partidos y sus candidatos, y también a los propios
    medios.

     

    Medios de
    comunicación y proceso electoral

    Por Horacio Esquivel Duarte

    Cierto es que conforme van transcurriendo las fases
    electorales, los medios y la opinión pública van
    adquiriendo caracteres y matices variados, el receptor, por su
    parte, espera día con día las noticias a nivel
    regional, estatal y nacional, con la intención de analizar
    lo que ocurre en su entorno de acuerdo a su conformación e
    intereses político-ideológicos.

    Por tal razón, los medios masivos de
    comunicación, sobre todo la radio y la televisión,
    influyen -pero no determinan- en la conformación
    ideológica, y que mejor que tales medios para desarrollar
    un programa de campaña política.

    Sin embargo como ya se dijo, son determinados los
    grupos de
    personas que pueden ser manipulados o conducidos a tomar la
    decisión para sufragar por tal candidato de determinado
    partido, toda vez que existe una mayoría, que poco deja
    influenciarse por los medios de comunicación y que en
    forma por demás conservadora, tradicional u ortodoxa, en
    todo proceso otorgarán su voto al partido del cual se
    sienten miembros sin que necesariamente militen en él, de
    tal forma es este tipo de electores a quienes debe
    ponérseles mayor atención a fin de conocer sus
    posturas aparentemente indeclinables, pero que esta puede dejar
    de existir ante una campaña que conlleve a una
    identificación plena, principalmente a esta mayoría
    que en todo tiempo ha sido de oposición a un partido
    concreto. Es a
    ellos a quienes se debe convencer para que emitan su
    voto.

    Algunos de los estudios de panel hechos por distintas
    compañías de sondeo sobre posturas políticas
    en cuanto a los proceso electorales, consisten en que se entrevista a
    los mismos individuos periódicamente, durante unas cuantas
    semanas; de esta manera, el investigador puede rastrear con
    exactitud cómo cada individuo
    estructura su
    decisión en el transcurso de la campaña, con que
    frecuencia la ha modificado o la ha puesto en duda, que
    periódicos, revistas, programas de radio o
    televisión han alterado sus conceptos, sus ideas,
    etc.

    Uno de los aspectos de suma importancia en cuanto a la
    toma de decisión sobre la elección del candidato
    consiste en la influencia familiar o de amigos personales, porque
    cierto es que el elector común, no el militante de
    partido, tendrá la última palabra. Por lo tanto, lo
    importante es investigar como decide su voto ese elector, es
    decir se trata de un elector no comprometido ni afiliado a un
    partido o dispuesto a cambiar o a no cambiar. El número de
    estas personas que tienen la balanza para cargarla a determinado
    lado, es precisamente a quienes hay que adhesionar y obtener su
    sufragio.

    Muchas de las veces tales personas, esas mayorías
    ni siquiera votan demostrando su desinterés en la
    política, son individuos apáticos, mal informados y
    apolíticos, por lo tanto es necesario conocer
    cuáles son las influencias que ejercen sobre él y
    se requiere de esta influencia para hacerlo participar en la vida
    pública, porque de otra forma carecería de
    iniciativa propia.

    En estos casos, ciertamente influyen mucho los medios de
    masa, pero no es lo determinante. Son personas que no leen
    revistas ni periódicos, y los programas de radio y
    televisión son debidamente seleccionados por ellos, porque
    tratándose de alguna propaganda
    política, en cualquier medio, automática e
    inconscientemente brincarán tal canal, estación o
    artículo, es decir, crean una barrera permanente a este
    tipo de información.

    No debemos olvidar, desde luego, que el principal efecto
    de una campaña política consiste en movilizar, es
    decir en despertar el interés del elector común,
    pero como ya se dijo, es menester lograr que la balanza se
    incline con facilidad sobre determinado candidato. Por ello, no
    solamente se debe pensar en tal movilización, sino
    inclusive en la adhesión, cuando menos para tal
    periodo.

    La influencia personal de
    la familia, de
    los amigos y en parte de los vecinos prevalece siempre que los
    medios expongan un tema político a ese nivel de
    atención pública, en los cuales se involucren en
    determinada cuestión, en la cual puedan inclusive tomar y
    sentir como suyas algunas sugerencias que beneficien a su
    comunidad y concretamente a sus vecinos y hogar, toda vez que tal
    integración no acontecerá si no
    existe un interés en su propio entorno.

     

    Medios de
    comunicación

    El siguiente subtema a mencionar es medios de
    comunicación (como influyen estos en las elecciones
    presidenciales). Los medios masivos de comunicación como
    lo es la televisión, la radio, la prensa, etc. Juegan un
    papel muy importante en las elecciones presidenciales y este
    subtema se interrelaciona con la mercadotecnia
    política ya que los medios son quienes pasan al aire toda la
    propaganda política que sacan los partidos
    políticos para que la gente los vea y saque una
    opinión o tenga una idea por quien votar.

    Los partidos políticos pagan mucho dinero para
    que los medios trasmitan los mensajes que quieren que la gente
    escuche y así por medio de estos influir en la
    decisión del voto de la gente. Una vez más
    señaló que en todo lo que se refiere a elecciones
    trae consigo muchos gastos
    económicos. Pero en cuanto a los medios hay desventaja con
    los otros candidatos que no reciben la misma suma de dinero que
    los otros (PRI, PAN) y a estos no les hacen mucho caso, sino que
    ellos tratan de hacer negocio redondo.

    Un ejemplo de esto, es: los candidatos como Manuel
    Camacho Solís por el Partido de Centro Democrático
    (PCD) y Rincón Gallardo por el Partido Democracia Social
    (PDS) quienes no salen mucho en televisión. Para ser
    más explícito la gente casi no conocía al
    candidato del Partido Democracia Social (Rincón Gallardo)
    sino hasta que se dio el debate por televisión. Este es un
    claro ejemplo de que los medios de una u otra forma influyen a
    que la gente conozca a los candidatos, pero por falta de dinero
    de los partidos no todos pueden pagar para que saquen propaganda
    con la calidad de la que tiene el PRI y el PAN.

    De esto puedo decir que los diferentes medios de
    comunicación aparte de lo que dicen los candidatos
    también influye a que la población tenga a su
    candidato favorito para la elección.

    A continuación se presenta el subtema
    número cuatro, el cual es: la lucha por el poder, esto
    viene hacer como se desarrolla la escena desde las
    campañas políticas y otras actividades que realizan
    para tratar de ganar votos.

     

     

     

    Autor:

    Oscar Aguilar Bonilla

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