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Cultura Medieval




Enviado por gallegofranco



    Los Campesinos y el
    Miedo

    1. Miedo a uno mismo
    2. Miedo a lo
      otro
    3. Fenómenos naturales,
      animales
    4. Superstición, Magia y
      Maleficio
    5. Peste
    6. Miedo a los
      otros
    7. Curadores y
      parteras
    8. El hereje, el vecino, la
      inquisición: Dios
    9. Extranjeros y guerreros
      itinerantes
    10. Hambre
    11. Señores
    12. Consideraciones
      finales
    13. Bibliografía

     

     

    Animó la elaboración de este trabajo un
    interés
    no sólo por "cuestiones interesantes" o por explicar una
    "yoidad determinada" (el término es de Heidegger), sino
    por acercarse a un pasado para intentar aclarar el presente. Y
    más aún, por observar, a lo largo de la
    búsqueda las incompatibilidades entre una historia heredada (aquella
    que pertenece a la serie de conocimientos –o prejuicios-
    sobre algo y que comúnmente juzgamos cierta) y una
    historia real (pretencioso término, pero en todo caso
    índice de la diferencia con la anterior) de la Edad Media. No
    es fútil el trayecto, mucho menos la comparación y
    superación de ese conocimiento
    heredado donde vemos el tiempo
    medieval como la cuna de males terribles. La puesta en evidencia
    de los juicios ominosos hacia el Medioevo dice ya mucho de
    nosotros: "…el modo como una época (la actualidad de
    cada momento) ve y aborda el pasado (el propio existir pasado o
    cualquier otro), lo guarda o renuncia a él, es la
    señal de cómo se relaciona el presente consigo
    mismo, de cómo en cuanto existir, en cuanto
    estar-aquí está en su
    <aquí>".

    Podrá preguntarse, ¿por qué,
    entonces, no hacer una historia del miedo en las ciudades,
    tratándose en todo caso de un estudio realizado por
    alguien que vive en la ciudad? A lo cual responderé: la
    elección por el campesinado obedece a una curiosidad hacia
    un grupo del que
    poco se conoce en el medioevo y al que, en la época
    contemporánea, más solapadamente se juzga. Obedece,
    también, a una curiosidad por aquello que podemos llamar
    el terreno de Los Otros. El camino señalará, no
    obstante, cómo muchos de los miedos contemporáneos,
    citadinos, corresponden en buena medida a los miedos medievales,
    rurales. Se plantea así una reconciliación frente a
    la escisión tradicional entre urbano y rural.

    Como advertencia importante ha de señalarse el
    marco temporal donde se inscribe este trabajo: los siglos XI al
    XVI en Europa.

    Los textos que hablan del campesino
    medieval señalan por lo general dónde se ubicaron
    los grupos humanos,
    qué cultivaron, cómo lo hicieron
    (intentándose describir las técnicas
    empleadas para ello). Algunos dan cuenta de las relaciones
    formales entre señores y campesinos. Se responde a
    interrogantes del tipo ¿Quiénes fueron?
    ¿Dónde estaban? ¿Qué hacían?
    ¿Cuál era su relación con los estratos
    superiores? Pero pocas veces se intenta descifrar sus
    comportamientos, los móviles de sus actos, sus
    motivaciones y convicciones más profundas.

    Del mismo modo, tomamos como fuente los estudios
    contemporáneos sobre el medioevo: la distancia nos obliga
    entonces, por obvias razones, a desconocer las fuentes
    primarias y a sacar nuestras propias conclusiones.

    De esta forma se configura lo que en principio comporta
    una dificultad metodológica para rastrear el miedo en la
    época. Dificultad por varias razones:

    1. El discurso de
      la historia es elaborado por aquellos que ostentan el poder. Los
      campesinos no hacen parte de ellos. De manera que la
      visión en torno suyo
      gravita alrededor del oficialismo que los ve casi siempre con
      desdén. "… todos los documentos
      escritos de que disponen los historiadores para conocer esta
      época proceden de archivos
      eclesiásticos; (…) en consecuencia, ponen de relieve de
      un modo especial algunos fenómenos descritos, por lo que
      se corre el riesgo de
      exagerar su alcance". Así, el estudio histórico
      se ve deformado de alguna forma al atenerse casi exclusivamente
      a los textos oficiales.
    2. Cuando señalamos en un principio que el tema a
      tratar será el "miedo en los campesinos medievales"
      corremos el riesgo de meter en un mismo costal grupos que en su
      interior pueden ser heterogéneos. Si bien pregunta y
      señala Reyna Pastor en el prólogo a Hombres y
      Estructuras
      Medievales de Duby que "¿existen mentalidades
      <colectivas>? El término <colectivo>,
      ¿no habría que pensarlo en función
      de una clase
      social, aun de un estamento y no de una sociedad
      entera?", todavía tendríamos que pensar si
      aún en la división más pequeña no
      se corre el riesgo de homogeneizar: ¿Cobijan a
      propietarios campesinos, guardas, recaudadores, guardabosques
      de origen servil y molineros, los mismos prejuicios,
      concepciones y temores? ¿el afán moderno de
      homogeneizar no está implícito en ese modo de
      agrupar los hombres del pasado e imponerles pensamientos sobre
      el mundo? Al respecto podemos decir: las limitaciones de este
      trabajo han sido descritas con antelación, sólo
      nos resta atenernos a un estudio detallado de los textos
      optando por la comparación de los mismos para intentar
      acercarnos a lo cierto.
    3. Ante la falta de textos donde el tema del miedo sea
      tratado directamente, nuestro rastreo se ve muchas veces
      precisado a sacar conclusiones de descripciones
      económicas o sociales que, si bien son azarosas,
      necesariamente no implican un temor constante de la población. Así, podemos sacar
      conclusiones en campo infértil, juzgando e imponiendo
      nuestras propias sensaciones al pasado. "El esfuerzo más
      difícil pero más necesario que debe realizar el
      que quiere comprender el pasado de las sociedades
      es el de liberarse de las presiones de las actitudes
      mentales que lo dominan a él. (…). Es arduo no
      trasladar a la observación de las mentalidades antiguas
      el reflejo de las de nuestro tiempo".
    4. Sumado a todo lo anterior, tenemos ese problemita que
      conforma el trabajo
      de Heers, quien siembra ya la duda sobre lo que dicen los
      historiadores contemporáneos sobre el medioevo,
      advirtiendo la precocidad y falta de rigor en sus investigaciones
      y dando una imagen renovada
      de la época. Dice Heers que "la idea de un mundo
      campesino reducido a una condición universal miserable
      no corresponde a la evolución económica de nuestro
      pasado medieval. Se nos presenta a rústicos cultivando
      tierras que no les pertenecen, duramente explotados, sometidos
      a vejaciones constantes e insoportables, y empujados a buscar
      refugio en las ciudades para mendigar o vivir de
      pequeños oficios…". Esa imagen corresponde a lo que
      llamábamos en un principio la historia heredada.
      Habrá que demostrar hasta qué punto corresponde o
      no a la realidad.

     

    Franqueados los obstáculos iniciales y hechas las
    salvedades del caso, el tema del miedo: como decía
    Agustín del tiempo, si no me preguntan qué es, lo
    sé, si me lo preguntan, no lo sé. ¿Son lo
    mismo angustia, miedo, temor, cobardía? ¿Podemos
    responder esas inquietudes sin tener que recurrir al Psicoanálisis?

    A efectos prácticos, la delimitación
    propuesta por Delumeau: "El término <miedo> toma
    (…) un sentido menos riguroso y más amplio que en las
    experiencias individuales, y este singular colectivo abarca una
    gama de emociones que van
    del temor y de la aprensión a los terrores más
    vivos. El miedo es, en este caso, el hábito que se tiene,
    en un grupo humano, de tener a tal o a cual amenaza (real o
    imaginaria)".

    Un sentimiento, pues, común a todos los hombres.
    Común a todos los pueblos. Experimentado en mayor o menor
    grado, pero siempre necesario por al menos dos razones: 1.
    Señala un peligro 2. Tiende a conservar las poblaciones de
    ese peligro al ponerlo de manifiesto.

    Ahora bien, la historia heredada ha señalado por
    lo general al campesino medieval como un hombre
    cobarde, encerrado en su aldea, temeroso de todos los peligros
    del Mundo, en especial Dios (punto sobre el que luego
    profundizaré). En el ámbito feudal se le acusa
    constantemente de cobarde mientras en el burgués se le
    acusa de ladrón. Tanto la novela como el
    teatro han
    subrayado la valentía –individual- de los nobles, y
    el miedo –colectivo- de los pobres campesinos. No es
    fortuito que el señalamiento haya siempre llegado desde
    arriba y sin avisar: señalar la cobardía de los
    otros exime la propia, acusar al otro de ladrón anticipa
    la declaración de honestidad
    inherente a quien acusa.

    Lo importante, creo, es advertir cómo más
    allá de un posible temor del pueblo
    –recordémoslo, todos somos en alguna medida miedosos
    por naturaleza– se
    generan a la vez mecanismos determinados para combatir ese temor.
    Así, la imagen inicial cambia: no se trata ya del
    campesino encerrado en su aldea, escondido bajo su cama, sino un
    hombre, si bien temeroso, lo suficientemente valiente y astuto
    para enfrentar el peligro.

    "…el campesino europeo, más allá de los
    distintos niveles de civilización de una u otra
    región y del condicionamiento efectivo y generalizado que
    las propias condiciones de vida, la carencia alimenticia, la
    monotonía del trabajo, la lucha cotidiana por la
    existencia, los grandes flagelos de la carestía y de las
    epidemias, los peligros de la guerra,
    determinaban en su capacidad de sentir y de pensar, no era en
    modo alguno un bruto desprovisto de ideales y de
    aspiraciones".

    A continuación, una inspección a los
    miedos que aquejaron al campesino medieval. La división
    propuesta es mía: en términos amplios se puede
    hablar del miedo a uno mismo, el miedo a lo otro y el miedo a los
    otros. Como se verá, muchos miedos particulares de cada
    división remiten a unos que figuran en otra: lo que se
    intenta simplemente es esbozar un simple cuadro de
    trabajo.

     

     

    MIEDO A UNO MISMO

    Del grupo de los miedos es el que menos conocemos. A
    él hay pocas referencias: las órdenes
    eclesiásticas recomiendan en un principio temer a Dios.
    Así lo hace Agustín al hablar del temor necesario
    para la correcta interpretación de los pasajes oscuros de la
    Biblia.

    No obstante, parece haber un vínculo entre diablo
    y temor a uno mismo. En el proceso al que
    fue sometido Menochio, molinero acusado de herejía, se
    consignaba una declaración suya que rezaba: "… ha sido
    el espíritu maligno el que me hacía creer aquellas
    cosas y asimismo me incitaba a decirlas a otros". Durante el
    proceso se trataba casi indistintamente y de manera correlativa
    el poder del diablo y el de la propia cabeza, ligando así
    los pensamientos "insertados" desde afuera y aquellos concebidos
    desde adentro, "de ahí la necesidad de cierto miedo a uno
    mismo".

    ¿Cuál es la forma en que se manifiesta el
    demonio, el espíritu maligno? Por medio de la
    tentación, y ¿cómo aparece la
    tentación? En el interior de los hombres. Menochio
    decía que sus declaraciones eran "<opiniones… sacadas
    de mi cerebro>".
    Luego afirmaba que el espíritu maligno había obrado
    en él.

    Las acusaciones de locura al concebir ciertas
    abominaciones sólo aparecerán después: lo
    que desea la Inquisición en el momento es juzgar, y la
    locura no es una excusa para librarse del Santo
    Oficio.

    Cuando Menochio fue condenado, en la sentencia de la
    Santa Inquisición aparecían frases singulares:
    "Persististe con ánimo obstinado", "con diabólica
    intención afirmaste", "con tu juicio sacrílego,
    ofendiste", "concebiste ese asqueroso pensamiento".
    Correlatividad: uno mismo, diablo. Aquél que concibe
    distintos pensamientos constantemente puede dejarse tentar por el
    demonio: de ahí la necesidad de ocuparse en un oficio, y
    de allí se deriva también el por qué es el
    temor a uno mismo tema tan poco frecuente entre los campesinos:
    ocupaban su tiempo en gran medida trabajando.

    Además, y como paradoja: temer a uno mismo es
    temer al diablo, y, en todo caso, ¿no debe temerse siempre
    Dios? (así lo recomienda la iglesia). El
    temor a uno mismo debe estar siempre patente, pero nunca
    superará al temor a Dios.

    En este campo nos movemos entre lo que ordena el poder.
    No sabemos con certeza hasta qué punto los campesinos
    efectivamente temían a sí y no hay texto donde
    podamos sacar conclusiones consistentes al respecto.

     

     

    MIEDO A LO OTRO

    A lo otro pertenece aquello que dista del universo habitual
    o que amenaza con destruirlo. Se teme no sólo a lo
    desconocido –miedo metafísico por llamarlo de
    algún modo- sino a lo que, conocido, comporta un grave
    peligro.

    Pero de esa aclaración inicial a la
    afirmación de que el campesino teme absolutamente a todo
    hay un solo paso. Cabe recordar a Heers: "Los hombres del campo
    aceptaban la aventura en gran número de ocasiones. Las
    grandes migraciones, los desplazamientos de comunidades, las
    cruzadas, las roturaciones de tierras lejanas y la
    repoblación de las zonas recuperadas a los musulmanes
    son fenómenos perfectamente situados y analizados que
    ilustran esa capacidad, o en algunos casos esa propensión
    a la movilidad, e incluso ese gusto por lo
    desconocido".

    Si bien hemos heredado de la tradición la idea de
    que el campesino medieval teme, por sobre todas las cosas (tal
    como lo recuerdan los mandamientos) a Dios, su omisión en
    este apartado causará alguna curiosidad. No respondamos a
    ella por ahora; más adelante intentaremos aclarar por
    qué no es el temor a Dios el que rige todos los
    comportamientos rurales en el medioevo.

     

    FENÓMENOS NATURALES, ANIMALES

    La naturaleza podía comportar un peligro para el
    campesino por no estar ella supeditada a su voluntad. Si no
    miedo, al menos sí un profundo respeto "porque
    la naturaleza no obedece a leyes, porque
    todo está animado en ella, es susceptible de voliciones
    inesperadas y sobre todo de inquietantes manipulaciones por parte
    de aquellos y aquellas que están vinculadas a los seres
    misteriosos que dominan el espacio sublunar y por eso son capaces
    de provocar locura, enfermedad y tempestades".

    Según señala Delumeau las olas daban miedo
    no sólo a los campesinos sino a todas aquellas personas
    que vivían alejadas del mar. ¿Por qué?
    Porque las olas y el mar en general están ligadas a la
    incertidumbre: incertidumbre de qué vendrá, de lo
    desconocido, del más allá (habría que
    precisar, en ese sentido, que es un miedo ligado por lo general a
    la Europa continental).

    En cuanto a los animales, "el
    lobo era particularmente temido (…), era la señal
    evidente de un gran peligro y, en más de un caso, del
    pánico.
    En el plano de las representaciones conscientes era el animal
    sanguinario enemigo de los hombres y de los rebaños,
    compañero del hambre y de la ceguera. Por eso había
    que organizar constantemente batidas colectivas para
    cazarlo".

    Importante señalar aquí que un miedo como
    éste no hacía distingos de clase. Se organizaban
    batidas donde participaban curas, nobles y campesinos, cuyo fin
    era dar caza a estos animales amenazantes.

    ¿En qué ambiente se
    agudizaban estos miedos? En la noche. Se veía la noche
    como cómplice de los peligros y las amenazas. Inicialmente
    se dio, entonces, un miedo en la noche. Curioso es que la
    tradición posterior haya transformado este miedo en la
    noche a un miedo a la noche. La tradición parece, a veces,
    no sólo no desmontar miedos pretéritos sino sumarle
    otros a los ya existentes.

    En todo caso los campesinos no se escondieron en sus
    aldeas durante la noche para evitar los peligros. "En las
    campiñas se solían organizar un poco por todas
    partes veladas que han durado hasta los umbrales de nuestra
    época. Las ceremonias de Navidad y las
    hogueras se San Juan, las <noches> de los campesinos
    bretones, las algarabías que señalaban las noches
    de bodas, las cencerradas, las reuniones de peregrinos venidos de
    muy lejos: todas estas manifestaciones colectivas
    constituían otros tantos exorcismos de los terrores de la
    noche".

    A la par con el miedo apareció la
    manifestación de un deseo por vencerlo, y más, un
    movimiento de
    un colectivo: batidas contra los lobos, fiestas en la noche: en
    fin, el miedo fue una forma de mover los colectivos.

     

    SUPERSTICIÓN, MAGIA Y MALEFICIO

    Nos ocupamos, no lo olvidemos, de los siglos XI a XVI.
    De siglos anteriores poseemos todavía menos información lo que facilita ciertas
    especulaciones que ven el campesinado como un conjunto
    todavía más supersticioso. Dice Duby: "de arriba
    debajo de la sociedad y hasta en sus más oscuras
    profundidades, las creencias, el temor a lo invisible, el
    interés en burlar las trampas insidiosas hendidas en todas
    partes por las potencias sobrenaturales, levantaban barreras,
    obligaban a realizar actos de consagración y sacrificios
    cuya influencia en los movimientos de la economía sería
    peligroso desconocer". ¿Qué podemos replicar a un
    juicio como éste? Sobre todo, ¿es posible
    desmentirlo sin tener acceso a las fuentes primarias?

    Lo que sí podemos asegurar por la evidencia
    recogida en el libro de
    Delameu (y que puede rastrearse en los pies de página), es
    que la última Edad Media conoció cierto temor
    constante por los maleficios al punto de cambiar algunas
    costumbres para combatirlos.

    "El brujo o la bruja podían, según
    creían, volver a unos esposos impotentes o
    estériles –frecuentemente se confundían las
    dos enfermedades
    anudando un cordón durante la ceremonia del matrimonio,
    pronunciando al mismo tiempo fórmulas mágicas y a
    veces arrojando una moneda por detrás del
    hombro".

    A tal punto llegó el temor por este tipo de
    prácticas que los matrimonios se realizaron en lo sucesivo
    durante las noches. Luego se planteó como alternativa
    realizar el matrimonio en aldeas vecinas.

    Junto a ello, nació a su vez una preceptiva que
    tenía como objetivo
    derrocar los maleficios: se recomendaba orinar en el agujero de
    la iglesia donde se realizó el matrimonio, decir oraciones
    en la mañana dando la espalda al sol y poner monedas
    marcadas en los zapatos. ¿Campesinos trabajando, orando y
    escondiéndose por temor?

     

    PESTE

    "Funestamente arraigada, implacablemente recurrente, la
    peste, debido a sus repetidas reapariciones, no podía
    dejar de crear en las poblaciones <un estado de
    ansiedad y de miedo>". Sabemos muy bien que fue uno de los
    tres males medievales junto al hambre y la guerra, y sabemos que
    no sólo atemorizó a la gente que vivía en
    las ciudades sino que los campesinos mismos sufrieron por su
    causa, aún más con la indisoluble relación
    entre pobreza, peste y
    carestía.

    En Francia
    atacó, entre 1347 y 1536, al menos 24 veces. En Londres
    atacó en 1603, 1625 y 1665. En Milán y Venecia, en
    1570 y 1630. En España, en
    1596-1602, 1648-1652 y 1677-1685. Es tan grande el miedo que se
    le profesa, que sólo es nombrada cuando es evidente su
    magnitud.

    La peste fue pues un miedo constante que derivó,
    como se verá más adelante, en aversión hacia
    los extranjeros y en general hacia los otros. Además, "el
    desarrollo de
    las enfermedades (…) era favorecido, según todas las
    evidencias,
    por carencias alimenticias (…). El pueblo aparece bajo la
    amenaza constante del hambre. La malnutrición
    crónica se agrava de tanto en tanto y determina
    mortandades catastróficas, como la del <flagelo de
    penitencia> que desoló toda Europa durante tres
    años en los alrededores de 1033". Se configura así
    no sólo uno de los aspectos temidos sino una parte de la
    realidad campesina y medieval.

     

     

    MIEDO A LOS OTROS

    Creo que llego al punto capital de
    este trabajo por cuanto representa el miedo más
    común, el más persistente e interesante de cuantos
    se presentan a lo largo de la historia. Pone éste en
    evidencia los miedos pretéritos, y se patentiza en
    él lo que es por lo general el miedo más
    común en la época contemporánea: el miedo a
    los otros. Y se teme a los demás por varias razones:
    pueden traer la peste, pueden contaminar con sus extrañas
    costumbres, pueden causar males si son brujos o brujas, pueden,
    en fin, ser peligrosos.

     

    CURADORES Y PARTERAS

    Esos otros podían ser parte de la aldea o no.
    Dentro de la aldea, la sospecha respecto al otro "que parece
    haber sido el origen de tantas denuncias por brujería, fue
    una constante (…). Entre las gentes a las que se conocía
    bien en la aldea estaban aquel o aquella que curaban y en cuya
    busca iban en caso de enfermedad o de herida porque él
    –o ella- sabía las fórmulas y las
    prácticas que curan (…). Pero tal persona era
    sospechosa para la Iglesia, porque ponía en
    práctica una medicina no
    autentificada por las autoridades religiosas y universitarias, y,
    si sus recetas fracasaban el rumor público la acusaba.
    (…). Corría por tanto el riesgo de la
    hoguera".

    Sin embargo se trataba de un miedo a un mal necesario.
    El recurrir a este tipo de personas para sanar enfermedades era
    una práctica común. Lo mismo sucedía con las
    parteras: unidas a la idea de bruja, comportaban una persona
    temida pero necesaria. Tenían como sospecha a "favor suyo"
    el robar niños
    para luego matarlos. En algunos documentos judiciales de la
    época figuran declaraciones de parteras que afirmaron
    haber robado niños para luego darles muerte.

     

    EL HEREJE, EL VECINO, LA
    INQUISICIÓN: DIOS

    Silenciado hasta aquí el tema de Dios,
    intentaré aclarar los testimonios y las evidencias del
    proceso inquisitorial a Menochio el molinero, al cual se
    hacía referencia más arriba, para ver a
    quién se teme por parte de los campesinos en la Edad
    Media.

    Unas entrevistas
    hechas al molinero en el proceso consignaban lo que sigue: "Es
    cierto que he dicho que si no tuviese miedo de la justicia
    hablaría hasta causar estupor": la justicia no es Dios, la
    justicia es la Santa Inquisición que practican los
    hombres. Por encima de un miedo metafísico – al
    más allá, al castigo en los infiernos, a Dios
    todopoderoso y omnisciente- Menochio temía a las
    represalias que podían tomar los sacerdotes. Incluso los
    apartes de su discurso donde exponía una particular
    cosmogonía dejaban entrever una cierta cercanía
    entre él y su concepción de Dios.

    La exposición
    del molinero evidenciaba antiguas creencias que salían a
    relucir justo ahora, cuando la Reforma y la Contrarreforma
    aparecían en disputa.

    ¿Era Menochio el portavoz de las sectas
    heréticas del momento? ¿Su contacto con algunos
    libros y
    ciertas personas habían trastocado su
    razón?

    "Menochio no repetía como un loro opiniones ni
    tesis ajenas.
    Su método de
    aproximación a la lectura
    (…) son signo inequívoco de una reelaboración
    original. (…). Cada vez vemos más claramente que en ella
    confluyen, en modo y formas todavía por precisar,
    corrientes doctas y corrientes populares".

    La herejía del molinero, producto de
    sus lecturas, correspondía a la lectura hecha
    a los textos de acuerdo a concepciones previas donde no eran
    extrañas ideas como que los ángeles eran gusanos
    nacidos del queso, que Dios era el fuego, la tierra, y
    el aire y que la
    manifestación de Dios estaba en la naturaleza..

    La iglesia dice: ¡Teme a Dios! ¿Pero temen
    los campesinos? ¿Obedecen a la orden y efectivamente temen
    porque el poder eclesiástico se los ordena? ¿No
    temerán más bien a la iglesia y a sus hombres? De
    hecho, Ginzburg, autor de la historia de Menochio, decía:
    "… contraposición <nosotros> y <ellos>.
    <Ellos> eran los <superiores>, los poderosos, no
    sólo los situados en la cúspide de la
    jerarquía eclesiástica. <Nosotros>: los
    campesinos". Queda patente entonces que la ingenuidad y
    tontería atribuida a los campesinos se debe más a
    la pedancia de las altas jerarquías que a las realidades
    tangibles.

    Las ideas del molinero comulgan de una forma tan
    especial con ciertas creencias precristianas (y comunes a la
    aldea campesina) que es denunciado por un cura al que expone sus
    pensamientos y no por otro campesino al que las ideas le resultan
    familiares.

    "Dios es semejante a un ebanista, a un albañil" dice Menochio. Posiblemente la
    paradoja del campesino medieval radique allí:
    ¿temer al Dios del que habla la iglesia en el
    púlpito o ser partícipe de la gracia de un Dios
    manifestado en la tierra, el
    aire, el fuego y el agua, (o un
    Dios trabajador igual al campesino como lo manifestaba nuestro
    hombre)?

    Los campesinos ingleses dicen de Dios: <es un buen
    viejo>, Cristo es un <joven apuesto>, el más
    allá un <bello prado verde>. No hay pues un temor o
    miedo directo de carácter religioso. Aceptar la idea de un
    campesino con miedo constante hacia Dios y al más
    allá es permitir la idea de un hombrecillo miserable,
    afectado en todo grado. ¿no teme más bien el
    campesino a las instituciones
    que representan a cierto Dios?

    La primera sentencia de la Inquisición ordena que
    Menochio use, en lo sucesivo, un hábito que tiene inscrita
    una cruz en el medio. La gente, al verlo, rehúsa el
    contacto con él.

    Hay entonces un miedo recíproco: el hereje teme
    al pueblo porque puede acusarlo nuevamente, el pueblo teme al
    hereje porque hablar con él significa estar, no frente a
    la amenaza de una contaminación de ideas, sino de una futura
    acusación por parte de otras personas. La mediación
    entre el pueblo y el hereje corresponde a un temor por la
    institución, la Inquisición, no por un miedo a las
    ideas del condenado.

    Pero frente a todo ello se ha urdido un medio de lucha:
    la utopía. Menochio expone en repetidas ocasiones su
    esperanza en un nuevo mundo donde haya comida, donde no existan
    las instituciones (incluida la familia),
    sin propiedad,
    donde no exista el trabajo: las remanencias del descubrimiento
    del Nuevo Mundo y los imaginarios en torno suyo aparecen ya
    diseminadas por el continente, incluso en las clases
    populares.

    Encontramos así una nueva fórmula para
    intentar combatir el miedo.

     

    EXTRANJEROS Y GUERREROS ITINERANTES

    Había tratado ya el tema de la peste. El temor
    que se le tiene. Pero a la peste no se le atribuye una movilidad
    propia: los otros ponen en evidencia ese temor.

    Por tanto, de la peste, "los potenciales culpables,
    sobre quienes puede volverse la agresividad colectiva, son, ante
    todo, los extranjeros, los viajeros, los marginales y todos
    aquellos que no están perfectamente integrados en una
    comunidad".

    Luego tenemos el temor no sólo a extranjeros,
    sino también a los hombres conocidos, con oficios dudosos
    o sin oficio alguno. "El temor al pueblo anónimo se
    concretaba frecuentemente tanto en la ciudad como en el campo, en
    el temor más particular a los mendigos. [También] a
    los bohemios, <egipcios> o <zíngaros> (…).
    Como marginales que eran por sus costumbres y sus hábitos,
    los bohemios daban miedo. Se les acusaba de robar niños.
    Pero los vagabundos más numerosos fueron los <hombres
    superfluos> de épocas pasadas, aquellas víctimas
    de la evolución económica que ya hemos encontrado a
    propósito de las violencias milenaristas: (…) jornaleros
    rurales en el límite de la supervivencia (…), obreros
    urbanos alcanzados por las recesiones (…). Todos estos
    auténticos mendigos, a los que se añadían,
    según se creía, muchos falsos enfermos y falsos
    indigentes, deambularon durante siglos desde la ciudad al campo y
    en sentido inverso…".

    Curioso fenómeno (que se repite hoy, como
    cualquiera podrá advertirlo): la sociedad crea unos
    hombres por medio del sistema y luego
    les teme. Hombres creados y temidos: no son ya parte de lo
    desconocido, lo extraño, sino que hacen parte de lo
    familiar que amenaza con cambiar las sanas costumbres del
    común. El temor surge además de la
    identificación entre marginalidad y
    criminalidad, ocio y crimen: ¿es fortuito el esfuerzo
    gigante que hace la modernidad por
    manipular el tiempo de los hombres?

    En los años 1360-1380 la miseria y el hambre
    creció de manera dramática en los campos, a tal
    punto que gentes de armas
    ávidas de botín recorrían los caminos
    sembrando el terror. Algunas familias abandonaron sus chozas
    huyendo a la ciudad o a los bosques para luego robar
    también.

    "Cuando se tenían noticias de la
    proximidad de los hombres de guerra en muchas parroquias se
    tocaba a rebato, y al mismo tiempo que se interrumpían los
    trabajos de los campos y los mercados, se
    apostaban centinelas en las encrucijadas. (…). En el peor de
    los casos los campesinos se atrincheraban en la iglesia,
    último refugio de la comunidad rural". De nuevo aparece la
    defensa y la acción:
    Hollywood recreó imágenes
    de aldeas desamparadas e indefensas a todo tipo de agresiones.
    Hoy podemos decir que frente al peligro inminente los campesinos
    se agruparon e intentaron alejar al enemigo de sus
    campos.

    Es verdad que las bandas del campo atacan las granjas
    alejadas y roban las cuadras además de quemar casas, pero
    pese al temor que infunden los pueblos campesinos toman partido,
    como colectivo, intentando defenderse y repeler el
    ataque.

     

    HAMBRE

    Algunos documentos testifican situaciones cercanas al
    horror: cuando azotaba el hambre algunos hombres llegaron a
    comerse las cortezas de los árboles, sus propias manos e incluso se ha
    llegado a hablar de canibalismo medieval. El hambre, otro flagelo
    de la época, no podía dejar de causar cierto temor
    entre la gente.

    "Debido a la debilidad de los rendimientos
    agrícolas y a la precaria relación entre producción y demografía, una estación demasiado
    húmeda y una cosecha raquítica amenazan
    verdaderamente de muerte a una parte de la población: por
    supuesto, a los menesterosos de todos los orígenes (…)
    pero también a los campesinos pobres que en los
    años malos no tienen siquiera grano para la
    siembra".

    Con el hambre llegaba el pánico de las mujeres y
    al interior de las aldeas se daban insurrecciones por
    víveres y alimentos.

     

    SEÑORES

     

    La relación entre campesinos y señores
    reviste un carácter polémico por las diversas
    teorías
    que se tejen en torno suyo. Se acusa al señor de ser un
    explotador insensible, enemigo de los campesinos, odioso
    déspota, cobrador irrefrenable y ostentador del
    poder.

    A la máquina fiscal se le
    acusa de haber quitado al campesino la mayor parte de lo que
    producía y no consumía para su propia
    supervivencia, frenando el ascenso económico entre los
    humildes y reduciendo las diferencias entre campesinos
    dependientes y campesinos libres. Se dice también que el
    fisco agrandó la brecha que separaba la clase de
    trabajadores de la de los señores.

    Sin embargo, Heers ha advertido que los campesinos no
    siempre pagaron impuestos y que
    más bien su incumplimiento generó tensiones entre
    éstos y los señores. Duby afirma que "todas las
    cuentas
    señoriales y los registros de
    justicia ponen de manifiesto que la mayor parte de las prestaciones
    se percibían con gran retraso después de muchas
    amenazas y disputas (…). El señor tenía que
    transigir a menudo y revocar a los campesinos una parte de su
    deuda. (…) la comunidad aldeana formaba un bloque compacto ante
    los preceptores, y los agentes encargados de efectuar un embargo
    o confiscar una parcela encontraban a veces a toda la
    población sublevada para impedirles realizar su misión. La
    indocilidad de los campesinos, su inercia y a veces su resistencia
    activa sin factores determinantes en esta historia".

    Debemos preguntarnos entonces, ¿temen los
    campesinos a los señores o los odian? ¿los respetan
    o los miran recelosamente? Es difícil aclarar la
    cuestión y podría uno inclinarse a pensar que algo
    de temor y rencor anidaba en su corazón.
    Lo que sí podemos asegurar con seguridad es que
    entre ambas clases se había conformado una tensión
    y oposición clara, y que los campesinos no se atuvieron
    simplemente a los designios impuestos por el señor sino
    que en algunas oportunidades se revelaron.

    Hay que recordar también que "…el señor
    poseía en mayor o menor grado amplios poderes de
    carácter militar, territorial y jurisdiccional. Cada
    señor juzgaba a los habitantes del pueblo, al menos en lo
    que se refería a la baja justicia, correspondiendo a los
    grandes señores o a la monarquía el <derecho de la sangre> o alta
    justicia. Pero no faltaban en Europa casos de señores
    locales que podían también condenar a muerte o a
    penas corporales…".

    Las relaciones con la iglesia se establecieron ya:
    aquí vemos la otra cara de campesino y poder mediante el
    contacto entre señores y campesinos. Pero no se someten
    éstos al libre arbitrio del señor sino que se
    organizan muchas veces para oponérsele y atacarlo: "uno de
    los fenómenos que parece caracterizar aquellas
    época y que llama particularmente la atención es el de los tumultos de masas, el
    encadenamiento de las revueltas populares, las agitaciones que
    perturbaron a las clases inferiores de la sociedad y que, en el
    curso del siglo XIV, se propagaron de un extremo a otro de
    Europa. Por todas partes los campesinos se sublevaron, cogieron
    sus herramientas y
    fueron a saquear las residencias de los nobles y a matar a los
    delegados de los príncipes".

    El colectivo campesino se cohesionó a
    través de la revuelta, la identificación de la
    amenaza y el combate de la misma. Una construcción de <nosotros> a
    través de la oposición a <ellos>.

     

    CONSIDERACIONES FINALES

    Este trayecto creo que ha señalado en cada caso
    cómo los campesinos idean una forma particular para
    espantar el miedo y por medio de ella logran fortalecer los lazos
    que los determinan como un grupo social con ciertas
    características. En el enfrentamiento con los
    señores, por ejemplo, "… la efervescencia que marcaba
    los inicios de una revuelta, revestía con frecuencia en la
    civilización de otros tiempos un carácter festivo y
    báquico. Convergían en ellos la atmósfera y los ritos
    del carnaval, el tema de la inversión social que habían conocido
    las fiestas de los locos medievales, y el papel predominante de
    los jóvenes (…). En la alegría ruidosa se
    afirmaban la unanimidad de un grupo que, por esa reacción
    de autodefensa, alejaba las pesadillas que le acosaban. Esta
    liberación del miedo iba acompañada de una devaluación repentina del adversario, cuya
    fuerza y
    posibilidades se reacción ulterior ya no se
    medían".

    Los campesinos demuestran a través de sus actos
    una conciencia
    política
    propia: si sus medios de
    expresión son distintos no significa ello que carezcan de
    juicio y carácter como algunos pretenden.

    Tampoco debe señalarse el miedo como un actor
    negativo en la vida de los pueblos: justamente el miedo ha venido
    a cohesionar en este caso, preservando el colectivo.

    ¿Logramos percatarnos de esa historia heredada de
    la que se hablaba en un principio? Baste el juicio de Heers para
    ver de dónde viene (y por qué) ese afán por
    juzgar negativamente el pasado: "En todos los tiempos, el Estado,
    sean cuales sean su forma y su estructura
    política, ha trabajado vigorosamente en ese sentido. Los
    clichés miserabilistas (…) de los tiempos que preceden a
    la instauración de una autoridad
    central fuerte, tienen mucho que ver con el arte de hacer
    aceptar cargas cada vez más pesadas. Indignarse por las
    exacciones de antaño da buena conciencia a los
    responsables de las de hoy… y ayuda a los contribuyentes a no
    rechistar".

    Este largo catálogo de miedos puede llevar a
    error (y no es ese mi propósito) al sacar conclusiones
    apresuradas sobre los miedos del campesino medieval: piense el
    autor, por lo menos, en los miedos contemporáneos que
    llegan a abarcar el orden de lo minúsculo: que lo digan
    las indefensas cucarachas y las pequeñas
    arañas.

    La abolición del miedo no es más que una
    remanencia del espíritu iluminista al que nos es
    difícil renunciar. Habría que preguntarse
    más bien, junto a Delameu, si "refinados como estamos por
    un largo pasado cultural, ¿no somos hoy más
    frágiles ante los peligros y más permeables al
    miedo que nuestros antepasados?".

     

     

    BIBLIOGRAFÍA

     

    • CHERUBINI, Giovanni. El hombre
      medieval. Jacques Le Goff coordinador. Editorial Alianza. 1990.
      Madrid,
      España.
    • DELUMEAU, Jean. El miedo en Occidente. Editorial
      Taurus. 1989. Madrid.
    • DUBY, Georges. Economía rural y vida campesina
      en el occidente medieval. Ediciones Pnínsula. 1968.
      Barcelona, España.
    • DUBY, Georges. Hombres y estructuras de la Edad
      Media. Siglo Veintiuno Editores. 1977. Madrid,
      España.
    • DUBY, Georges. Guerreros y campesinos, desarrollo de
      la economía europea (500-1200). Siglo Veintiuno
      Editores. 1985. México.
    • GINZBURG, Carlo. El queso y los gusanos. Muchnik
      Editores. 1986. España.
    • HEERS, Jacques. La
      invención de la Edad Media, Barcelona,
      Crítica, 1995.
    • HEIDEGGER, Martin. Ontología: hermenéutica de la facticidad. Alianza
      Editorial. Madrid, España. 1998.

     

     

    Por Santiago Gallego Franco

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