Por un desarrollo
sostenible e igualitario
"La sociedad no
puede en justicia
prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del
género humano".
(Concepción Arenal)
A lo largo de los últimos cincuenta años,
muchos estados han logrado un nivel económico sin
precedentes. Gracias a los avances científicos y
tecnológicos, el hombre ha
conseguido despejar algunas incógnitas sobre su existencia
o comunicarse con cualquier latitud del planeta en
cuestión de segundos. Sin embargo, la sociedad occidental
sufre una involución cada vez más acusada.
Quizá sea la factura del
desarrollo. Lo
cierto es que el desequilibrio norte-sur, en el nuevo orden
mundial, es una realidad palpable frente a la que, ni
políticos, ni ciudadanos, podemos cerrar los ojos. La
prueba más concluyente es que estas diferencias
están ejerciendo más presión
que nunca sobre los recursos
humanos y naturales de un planeta en el que vivimos 6000
millones de personas, cifra que podría ascender a los
10.900 en el año 2050. Un crecimiento poblacional que
tendrá lugar, especialmente, en los países en
vías de desarrollo, donde 1200 millones de personas viven
en la pobreza. De
hecho, según Naciones Unidas,
una quinta parte de la población mundial tiene que sobrevivir con
menos de un dólar al día.
Hoy, las amenazas a las que nos enfrentamos son
varias.
Primera: a
pesar de algunas mejoras recientes, 1000 millones de personas
carecen aún de acceso al agua potable,
la fuente de la vida. En el año 2025, la mitad de los
hombres y mujeres del mundo se enfrentarán a serios
problemas por
falta de agua,
particularmente, en África del Norte y Asia Occidental,
donde las reservas de agua subterránea se consumen
rápidamente, pero apenas se reabastecen.
Segunda:
la demanda de
alimentos se
incrementa conforme la población mundial crece y la
capacidad de mantener el ritmo de producción de los mismos está
disminuyendo. Esta situación podría recrudecerse,
de forma especial, en aquellos lugares del mundo donde la tierra se
ha degradado debido a la sobreexplotación de los cultivos
o a la desertificación. Hoy día, la capacidad de
expandir la tierra
agrícola en el sureste de Asia y Europa es
limitada, mientras que en África del Norte y Asia
Occidental la constante falta de abastecimientos de agua potable
limita el desarrollo potencial de la agricultura.
Por otro lado, aunque gran parte de las pesquerías de los
océanos están sobreexplotadas, la pesca
continúa expandiéndose rápidamente para
satisfacer la creciente demanda de pescado.
Tercera:
el consumo de
combustibles fósiles y las emisiones de CO2
continúan incrementándose. Las consecuencias del
cambio
climático ya están aquí. Las sequías
severas, los periodos de lluvias rigurosas, los desastres
naturales, la desertificación, la extinción de
especies animales se han
agudizado en varias regiones del planeta. Ya lo dijo en el 2002
el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio
Climático: "hay evidencias
sólidas de que la mayor parte del calentamiento de la
Tierra observado a lo largo de los últimos 50 años
se debe a las actividades humanas".
El Protocolo de
Kioto, adoptado en el marco de la Convención sobre Cambio
Climático de Naciones Unidas, obliga a los países
industrializados a reducir sus emisiones de CO2 a un nivel 5,2%
inferior al de antes de 1990 para el periodo 2008-2012. Por
ahora, casi cien países han ratificado el Protocolo y
otros han revelado sus intenciones de adhesión. Pero la
excepción confirma la regla. EE.UU, cuyas emisiones
representan el 25% del total actual y el 37,4% del total de los
países industrializados en 1990, se retiró en 2001
de las negociaciones. Un hecho que llevó al resto de la
comunidad
internacional a avanzar en sus negociaciones y lograr un acuerdo
final.
Cuarta: se
estima que 90 millones de hectáreas de bosque, una
superficie mayor que la de Venezuela,
fueron destruidos en la década de los noventa. La deforestación a esta escala es el
principal enemigo para la biodiversidad,
ya que los bosques albergan a dos terceras partes de las especies
terrestres. Asimismo, el 9% de las especies de árboles, a nivel mundial, están en
peligro de extinción, amenazando con ello la posibilidad
de disfrutar los beneficios médicos que ofrecen los
recursos
botánicos.
Quinta:
La mortalidad infantil es 10 veces más elevada en
los países en desarrollo que en el mundo industrializado.
Un porcentaje significativo de las muertes que se producen en los
países menos desarrollados está provocado por
enfermedades
relacionadas con el medio
ambiente. Si bien se ha logrado cierto avance al respecto,
el agua
contaminada causa la muerte de
2,2 millones de personas cada año. La malaria, por
ejemplo, se está incrementando debido a la escasa
efectividad de los medicamentos disponibles. Sin embargo, la
propagación de esta enfermedad también ha sido
impulsada por factores que tienen mucho que ver con el desarrollo
y que favorecen el crecimiento de las poblaciones de mosquitos,
incluyendo los sistemas de
irrigación y la deforestación.
Frente a tendencias tan preocupantes, el futuro pasa por que
todos interioricemos la filosofía expuesta durante la
Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992.
Un ideario, retomado en la Cumbre Río+10 que tuvo lugar en
Johannesburgo en 2002, que ya, en 1987, citaba el Informe
Brundtland: "el desarrollo sostenible es el desarrollo que
satisface las necesidades del presente sin comprometer la
capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las
suyas". Y aquí es donde está la clave. El
desarrollo sostenible exige que se mejore la calidad de
vida de todas las personas del mundo, sin que se incremente
la utilización de nuestros recursos
naturales, más allá de las posibilidades del
planeta. Pero lo que está claro es que para lograr este
desarrollo sostenible será necesario adoptar diferentes
medidas en cada rincón de la Tierra.
Los esfuerzos actuales van
encaminados en tres
direcciones:
La
vinculación entre los sistemas económicos exige un
enfoque intenso de la situación con miras a fomentar un
crecimiento responsable a largo plazo, velando por que ninguna
nación
se quede rezagada.
Para preservar el patrimonio
ambiental y nuestros recursos naturales, hay que aplicar soluciones
económicas viables que reduzcan el consumo de recursos,
detengan la
contaminación y conserven los
hábitats.
En todo el mundo, las personas precisan alimentos,
energía, atención en salud, saneamientos. Al
atender esas necesidades, la comunidad internacional tiene que
actuar de vigía para que se respete el rico tejido de la
diversidad cultural y social, para que no se violen los derechos de los trabajadores
y para que todos los miembros de la sociedad accedan a una
educación.
La obtención de resultados satisfactorios a largo
plazo en materia de
desarrollo sostenible dependerá de nuevos enfoques que
transformen la labor rutinaria en todos los niveles de la
sociedad, tanto en el sector
público, como en el privado. Además del
importante papel desempeñado por los gobiernos, el
liderazgo
activo de las organizaciones no
gubernamentales y del sector empresarial es fundamental para
hacer realidad este proyecto. Tampoco
se puede excluir a actores de primer orden que, hasta ahora, no
han tenido voz en la toma de
decisiones. Ellos también deben participar en la
cimentación de esta nueva estructura
planetaria. Me refiero a niños y
jóvenes, campesinos, poblaciones indígenas,
autoridades locales, comunidades científica y
tecnológica, trabajadores, sindicatos y
mujeres, por supuesto.
Precisamente, la incorporación de la mujer a la
formación y ejecución de políticas
ambientales y sociales sigue siendo lenta, salvo contadas
excepciones. La mujer, por
ejemplo, aún tiene la principal responsabilidad en relación con la
atención de las necesidades de la familia y,
por consiguiente, constituye una fuerza
importante en la determinación de las tendencias de
consumo. En este sentido, la mujer tiene un papel clave que
desempeñar en la elaboración de modos de
producción y consumo sostenibles y
ecológicamente racionales. Por eso, algunas organizaciones
ecologistas de los países industrializados han decidido
dirigir a las mujeres sus campañas de seguridad
alimentaria, por ejemplo. Diversas experiencias indican que las
mujeres son mucho más receptivas que los hombres a las
campañas que buscan un cambio en los hábitos
actuales de consumo. Sin ir más lejos, en EE.UU, las
mujeres están más sensibilizadas que los hombres en
cuanto al ahorro
energético. Cuestiones como estas quedaron reflejadas en
el encuentro que en 2002 mantuvieron mujeres ministras de medio
ambiente y
representantes de organizaciones no gubernamentales de
países industrializados para redactar una
declaración conjunta sobre el futuro del medio ambiente.
Allí se vieron las preocupaciones de las mujeres. La
igualdad de
derechos, el acceso a los recursos naturales y la propiedad de
la tierra –en todo el mundo la mujer es titular de menos
del 2%-, la creación de políticas que otorguen
mayor protagonismo a las mujeres sobre el uso sostenible de los
recursos, un esfuerzo educativo cada vez más necesario en
materia de impacto
ambiental, reciclaje,
etiquetado de productos y
promoción de alimentos orgánicos,
fueron algunas de las cuestiones puestas de relieve. Una
muestra clara
de que las mujeres están ahí y su voz debe contar
tanto como la del hombre. Pero
estas inquietudes no deben ser sólo patrimonio de los
países ricos, sino también de los estados menos
desarrollados.
La cuestión de género tiene un papel
fundamental en el momento de analizar cómo se gestionan
los recursos y cuáles son los desafíos a los que
nos lleva el medio ambiente. Entre otras razones, porque hasta
ahora, en muchas regiones del planeta, ha sido –y
aún es- el hombre quien decide cómo se emplean los
recursos naturales en actividades como la minería,
la tala desenfrenada de bosques, la ganadería,
la pesca o el reparto de la tierra, sin entender que son las
mujeres quienes dependen de forma mayoritaria de esos recursos.
No hay que olvidar que, para cubrir las necesidades de la
familia
–especialmente en el ámbito rural-, la mujer es la
encargada de obtener el agua, la leña, los materiales
para construcción, las plantas
medicinales y otros recursos. Esta dependencia provoca que,
ante un determinado impacto sobre los ecosistemas,
la mujer se vea afectada en primera instancia. Un ejemplo. La
desaparición de la masa forestal representa un gran
inconveniente para la mujer, porque en muchas ocasiones, esta se
ve obligada a alejarse de su hogar para conseguir los recursos.
Pero también es ella quien, a menudo, adopta la
decisión de repoblar las zonas más dañadas.
Esto, sin contar otras labores paralelas como la atención
a los hijos, el ganado, los cultivos o la venta de
alimentos para sanear la economía familiar. En
la actualidad, un 51% del trabajo en el
campo es realizado por las mujeres, según datos de la FAO.
Sin embargo, cuando la mujer ni siquiera tiene acceso a los
recursos esenciales para sobrevivir, se convierte en el ser
más vulnerable a la pobreza. La falta
de oportunidades en educación y alfabetización
limita a la mujer, incluso en el manejo de la tierra. Basta mirar
los datos. De los 110 millones de niños no escolarizados
en todo el mundo, un 60% son niñas. Con ello se pierde,
indudablemente, la gran oportunidad de conseguir un uso
más equitativo y eficaz de los recursos. Frente a este
panorama, tan poco alentador, lo cierto es que la mujer ha
comenzado a romper esquemas y a convertirse en activista de lo
ambiental y lo social. Numerosas iniciativas dan fé de
ello.
Canadá, por ejemplo, ha promovido la
incorporación de una perspectiva de género en la
ordenación sostenible del agua potable, los océanos
y los bosques, la protección de la diversidad
biológica y la lucha contra la desertificación. El
Salvador está prestando asistencia técnica con
miras a la producción de 334.000 arbolillos en viveros
comunitarios atendidos por mujeres. En Namibia, el Ministerio de
Medio Ambiente y Turismo ha emprendido un
programa para
que las mujeres investiguen los efectos ambientales del
desarrollo en sus comunidades.
Gracias al Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas,
las mujeres de Mali reciben capacitación, equipos y créditos para que establezcan empresas de
eliminación de desechos, como ocurrió en el caso de
Bamako, donde actualmente se procesa la basura de
18.000 residentes. En la India, muchas
mujeres rurales apuestan con fuerza, en estos momentos, por los
cultivos biológicos.
Se trata, en definitiva, de pequeños gestos a nivel local
encaminados a conseguir una sostenibilidad global.
Hace unos meses, tuve la oportunidad de viajar al
Perú, de la mano del comité español de
UNICEF, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.
Durante casi quince días, recorrí junto a un equipo
de televisión
algunas de las comunidades quechuas más pobres del
país. Quise romper la rutina del millón y medio de
turistas que, cada año, eligen el Perú como destino
vacacional, deseosos de conocer la herencia de las
culturas milenarias y la rica tradición colonial que han
creado un ambiente mágico para el visitante. Frente a los
atractivos que brinda el país, en el Perú existe
una realidad social desconocida para el turista: es la carrera
por la supervivencia que atosiga a sus hombres y mujeres. El
forastero no sabe lo que se esconde detrás de las fotos que
retratan la miseria. Ni tan siquiera qué hacen sus gentes
para salir adelante. Perú cuenta con 26 millones de
habitantes, de los que un 90% vive en la pobreza. Las mayores
carencias se registran en las comunidades indígenas,
diseminadas a lo largo y ancho de los Andes. La abrupta
orografía de sus tierras, dificulta el acceso a la
sanidad, la justicia o la educación,
imprescindibles para el desarrollo
humano de sus habitantes. Un panorama que preocupa a las
principales organizaciones sociales del Perú. Sus
líderes, no sólo claman por un mayor apoyo
gubernamental, sino por mantener el orden democrático del
país. La única manera de garantizar los derechos humanos,
en medio de estados de emergencia, huelgas indefinidas y
escándalos que no favorecen la estabilidad del gobierno de
Alejandro Toledo. Y mientras, el país se enfrenta a
problemas como la alta tasa de mortalidad materna en el parto, la
desnutrición crónica que afecta a un
25% de los niños o las muertes infantiles por causas
evitables como la diarrea y la
neumonía. Lo que tampoco ve el turista es
lo que pasa en las casas. En el Perú, la vida no es un
camino de rosas. El
alcoholismo,
la violencia
familiar y el analfabetismo
son los verdaderos obstáculos a la hora de garantizar la
convivencia. Pero lo más emocionante de todo, fue ver que,
frente al machismo que impregna la sociedad rural del
Perú, la mujer ha plantado cara y se ha organizado. Y lo
ha hecho, no sólo para buscar la panacea a los problemas
sanitarios y educativos, sino para luchar contra la
violación sistemática de sus derechos,
tónica habitual hasta hace muy poco tiempo.
En 1997, UNICEF, impulsó un programa de
implementación de defensorías en las comunidades y
distritos de varios departamentos del Perú. Estas
defensorías, respaldadas legalmente por el Ministerio de
la Mujer, están lideradas por representantes de
organizaciones sociales de base. Se trata, por mayoría
abrumadora, de mujeres que promueven sus propios derechos, pero
también los de niños y adolescentes e
intervienen cuando estos son vulnerados. Muchas de ellas conocen
mejor las leyes y el
Derecho que quienes han tenido la oportunidad de cursar estudios
universitarios. Su labor es conciliadora en episodios de malos
tratos. No son jueces, pero actúan, mano a mano, con la
Justicia del país. Cuando se embarcaron en esta aventura
nadie creyó en su trabajo. Hoy disfrutan del
reconocimiento y el respeto de sus
maridos, hijos, vecinos, del hombre en general. Perú
cuenta con 150 defensorías comunitarias distribuidas por
los departamentos de Lima, Ayacucho, Apurímac, Cajamarca,
Cusco y Huancavelica. El único inconveniente es que estos
órganos, tristemente, apenas reciben apoyo
económico. Más bien, representan un suculento
ahorro para el Gobierno.
Esta experiencia, me hizo reflexionar antes, durante y
después del viaje, sobre un error que se comete, con
cierta frecuencia: plantear el concepto de
desarrollo sostenible como el objetivo
único de construir un planeta más limpio,
saludable, verde en el extremo más convencional. Y, desde
luego, es esto. Pero aún es mucho más. Resulta
peligroso descartar la problemática que subyace junto al
deterioro ambiental de esta gran aldea llamada Tierra.
La cruzada contra la opresión masculina, abierta
por las mujeres peruanas, me recordó, salvando las
vicisitudes históricas, la lucha de las mujeres
españolas en los albores de la democracia,
con la llegada de las libertades, tras la dictadura
franquista. Esas mujeres que hoy se involucran en los principales
problemas que afectan al ser humano, sin distinción de
raza, sexo o
religión.
Esas mujeres que participan en iniciativas ambientales y ponen su
sabiduría, su inteligencia.
a disposición de la ciencia.
Esas mujeres que salen a la calle a manifestarse contra la
guerra o la
violencia
doméstica. Esas mujeres que denuncian la hambruna en
Etiopía o piden un comercio
más justo. Esas mujeres que dicen "Nunca Mais" o educan en
pro de la sostenibilidad. Esas mujeres que hacen cine de
compromiso o escriben de pasiones. Esas mujeres que
diseñan la vida en verde o crean ciudades habitables. Esas
mujeres que informan con independencia
o son criticas cuando alguien saca los pies del cesto. Esas
mujeres a las que los hombres pocas veces escuchamos. Esas
mujeres tan iguales y tan diferentes al resto de mujeres que
habitan el mundo, son las que tienen que cobrar el protagonismo
que merecen, que les ha sido usurpado secularmente.
Y esta llamada de atención llega en un momento en
que urge un ejercicio de autocrítica por parte de la
comunidad internacional. Primero, para tomar conciencia de que
la igualdad entre mujeres y hombres no puede esperar más.
Y segundo, porque no es posible ese añorado desarrollo
sostenible mientras la esquilmación de los recursos, la
pobreza, los conflictos
bélicos o el capitalismo
suicida, sean los responsables del genocidio al que se ven
relegados millones de personas en todo el mundo. Reconducir esta
situación hacia una actitud global
más positiva es posible. Aún no hemos perdido la
partida. Pero no puede ni debe faltar un liderazgo
político real, autentico, que mueva ficha, que asuma el
largo camino que nos queda por recorrer y el legado que queremos
dejar a las generaciones venideras.
Introducción al libro
"Mujeres al natural" 30 diálogos sin aditivos, ni
conservantes del autor Juan Carlos Ruiz, en el que se
recogen conversaciones con mujeres de distintos ámbitos
que apuestan firmemente por el medio ambiente, la
cooperación para el desarrollo y los derechos
humanos.
Juan Carlos Ruiz