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Gadamer y la apertura: Vindicación del prejuicio y orientación de la experiencia




Enviado por gallegofranco



    1. Prejuicios y
      comprensión
    2. Experiencia
    3. Bibliografía

    PRESENTACIÓN

    La lógica
    del enunciado aplicada a todo relativismo podría usarse
    aquí como argumentación formal en contra de la
    pretensión ilustrada (que es, al contrario, un
    totalitarismo): "deshacerse de los prejuicios para poder
    comprender"
    es a su vez un prejuicio,
    diríamos sonrientes, dejando resuelta la cuestión
    de una vez. Esa pretendida verdad no deja de tener el cariz del
    sofisma. Al respecto, una advertencia concibe Gadamer siguiendo a
    Heidegger:

    Por mucha claridad que se arroje contra la
    contradictoriedad interna de cualquier relativismo, las cosas
    no dejan de ser como las describe Heidegger: todas estas
    argumentaciones triunfales tienen siempre algo de ataque por
    sorpresa. Parecen tan convincentes, y sin embargo pasan de
    largo ante el verdadero núcleo de las cosas.
    Sirviéndose de ellas se tiene razón, y sin
    embargo no expresan una perspectiva superior ni
    fecunda.

    La contradicción lógica que llega por
    aquella vía desea asumir la posición del pensamiento,
    invalidando toda réplica. Mas, si quiere hacerse un
    verdadero ejercicio de pensar tendremos que buscar la
    insuficiencia del precepto ilustrado por otra vía; de lo
    contrario estaremos contribuyendo al descrédito que todo
    pensamiento padece al reducirse a la argumentación
    formal.

    El presente ensayo concibe
    la tarea de recuperar la pregunta por los prejuicios, intentando
    conferir un carácter distinto a la experiencia humana.
    Para ello he procurado establecer una relación entre los
    numerales uno y dos del capítulo 9 de Verdad y método
    I
    (El círculo hermenéutico y el problema de
    los prejuicios
    , y Los prejuicios como condición de
    la comprensión
    ) con el numeral dos del capítulo
    11 del mismo texto (El
    concepto de la
    experiencia y la esencia de la experiencia
    hermenéutica
    ).

    PREJUICIOS Y
    COMPRENSIÓN

    La fantasía del grado cero cabría
    llamar a la exigida ausencia de prejuicios. En general no es
    sólo una exigencia que impere en el ejercicio de las
    ciencias
    sociales (que como estudiante de Comunicación
    Social y Periodismo he
    debido soportar en más de una ocasión con motivo de
    todo intento por imprimir una forma a trabajos de diversa
    índole, o como la consabida y sospechosa demanda de
    imparcialidad en el ejercicio del periodismo) sino que incluso
    llega a afectar el comportamiento
    y la mirada en más de un amigo ("procuro repetirme todos
    los días al despertar: cero prejuicios, cero prejuicios,
    cero prejuicios", decía un compañero alguna vez,
    que con tono místico prometía elevarse hacia las
    cimas inalcanzables del conocimiento
    humano).

    ¿Nos conduce la sospecha anterior a concluir que
    los prejuicios nos dominan y es una futesa intentar substraerse a
    ellos? Guardémonos de dar respuesta a la pregunta e
    intentemos cambiar su horizonte, que se torna estrecho de
    principio. Para ello es pertinente seguir otra vía, que
    inició Heidegger y retomó Gadamer:

    … cabe preguntarse qué consecuencias tiene
    para la hermenéutica espiritual-científica
    que Heidegger derive la estructura
    circular de la comprensión a partir de la temporalidad
    del estar ahí. Estas consecuencias no necesitan ser
    tales que una nueva teoría sea aplicada a la praxis y
    ésta se ejerza por fin de una manera distinta, adecuada
    a su arte.
    Podrían también consistir en que la
    autocomprensión de la comprensión ejercida
    normalmente sea corregida, y depurada de adaptaciones
    inadecuadas…

    ¿Qué afirmamos, pues? (¿Y en
    qué dirección deberían apuntar las
    preguntas por el prejuicio que aquí se buscan?).
    Evidentemente se trata de subrayar el carácter temporal
    del ser humano, y por tanto su constitución prejuiciosa de principio:
    aún admitiendo la ficción del niño como
    aquel ser esquivo al prejuicio, su incorporación al mundo
    (o la incorporación del mundo a él, mejor) que
    constituye el aprendizaje
    del lenguaje,
    implicaría la invalidación de la ficción.
    Los prejuicios vertidos en la lengua misma
    objetarían tal fantasía.

    Lo que admite Gadamer es que una clarificación de
    este tipo no intenta cambiar la praxis humana, de manera que la
    forma en que ocurre la comprensión cambie. Se trata, antes
    bien, de corregir la autocomprensión de la
    comprensión. En ese sentido nuestra reflexión no
    procura destruir y edificar un nuevo edificio, sino
    señalar y corregir las grietas del que hay.

    El círculo de la comprensión no expresa
    que la comprensión deba ser tal o cual cosa, sino
    que es y parte de este modo; es decir, que
    la comprensión se origina y se confronta desde y contra
    los prejuicios. Se pone en evidencia el carácter de la
    comprensión
    .

    Luego, habría que continuar el razonamiento
    iniciado de esta forma para no sacar conclusiones apresuradas. En
    modo alguno hacemos una apología de la obstinación
    en los propios prejuicios.

    El que intenta comprender está expuesto a los
    errores de opiniones previas que no se comprueban en las cosas
    mismas. Elaborar los proyectos
    correctos y adecuados a las cosas, que como proyectos son
    anticipaciones que deben confirmarse <<en las
    cosas>>, tal es la tarea constante de la
    comprensión.

    A la comprensión subyace un horizonte que se
    configura a partir de los supuestos y las precomprensiones: el
    enfrentamiento con la metodología llevado a cabo en Verdad y
    método
    no se hermana con una anulación de
    formas de proceder, sino que confronta la fe metodológica,
    ávida por asegurar una huera objetividad.

    Pretender la victoria del conocimiento por la
    adhesión a un método, o pretender que un
    férreo proceso
    metodológico asegura la validez de un proyecto, es
    ignorar la experiencia de la comprensión,
    ahorrándonos así la experiencia de
    pensar
    .

    Reconocemos pues que a todo proceso metodológico
    le antecede un horizonte. El horizonte, o la orientación
    de la pregunta, ¿de dónde surge? ¿qué
    significado posee? Quizás se comience a vislumbrar hacia
    dónde apunta esta nota, pero conviene acariciar aún
    otros momentos productivos del prejuicio.

    Recordemos a Gadamer de nuevo:

    Cuando se oye a alguien o cuando se emprende una
    lectura no
    es que haya que olvidar todas las opiniones previas sobre su
    contenido, o todas las posiciones propias. Lo que se exige es
    simplemente estar abierto a la opinión del otro o a la
    del texto. Pero esta apertura implica siempre que se pone la
    opinión del otro en alguna clase de
    relación con el conjunto de las opiniones propias, o que
    uno se pone en cierta relación con las del
    otro.

    No hemos de abandonarnos a nosotros mismos para
    comprender: el éxito
    consiste en establecer una relación de nuestros prejuicios
    con las opiniones del otro; una comprensión sin prejuicios
    sería insostenible. "Una conciencia
    formada hermenéuticamente tiene que mostrarse receptiva
    desde el principio para la alteridad del texto. Pero esta
    receptividad no presupone ni <neutralidad> frente a las
    cosas ni tampoco autocancelación, sino que incluye una
    matizada incorporación de las propias opiniones previas y
    prejuicios". ¿Qué es imprescindible en toda
    comprensión? Respondemos: no la ausencia de prejuicios o
    la obsecuencia a ellos, sino la apertura a la
    opinión del otro.

    "Lejos de la norma de que para escuchar a alguien o
    hacer una lectura no se puede acceder con prejuicios sobre el
    contenido (…), la apertura a la opinión del otro
    implicará siempre ponerla en relación con el
    conjunto de las propias opiniones, o relacionarse con
    ellas".

    Así pues, concebimos aquello sin lo cual la
    comprensión se piensa como una técnica, hermana de
    la ciencia
    moderna: la apertura, a cuyo ser es inherente el concebir que
    el otro tiene algo qué decir
    , que el encuentro con el
    otro (el texto, la palabra del compañero, la
    opinión del amigo) no consiste en un apropiarse
    formalmente de la palabra ajena sino de entablar un diálogo
    entre ella y el conjunto de prejuicios que soy yo.

    "Los prejuicios de un individuo son,
    mucho más que sus juicios, la realidad histórica de
    su ser", dicta Gadamer. El popular conócete a ti
    mismo
    socrático, ¿podría pensarse en
    esta dirección? Es decir, conócete a ti mismo
    podría ser conoce los prejuicios que te gobiernan de
    modo que tu apertura al otro tenga un carácter
    distinto.
    El conocerse a sí mismo, entendido de esta
    forma, prometería no sólo una anhelada
    comprensión de sí, sino que auguraría una
    comprensión más amplia de aquello que no soy
    yo.

    Si a todo esto añadimos que la depreciación de los prejuicios, esto es, la
    idea de que todo prejuicio carece de validez por sí mismo,
    es una idea Ilustrada, podremos avizorar una primera
    conclusión de este modo:

    La superación de todo prejuicio, esta exigencia
    global de la
    Ilustración, revelará ser ella misma un
    prejuicio cuya revisión hará posible una
    comprensión adecuada de la finitud que domina no
    sólo nuestro ser hombres sino también nuestra
    conciencia histórica. ¿Estar inmersos en
    tradiciones significa real y primariamente estar sometido a
    prejuicios y limitado en la propia libertad?
    ¿No es cierto más bien que toda existencia
    humana, aún la más libre, está limitada y
    condicionada de muchas maneras?.

    De nuevo hay un viro en nuestra forma de entender la
    comprensión. No se trata ya de olvidar los prejuicios,
    sino de hacerse cargo de ellos: allí hay indudablemente
    una decisión.

    En la polémica que establece Nietzsche
    contra la erudición y contra los libros vemos
    una lucha frente al prejuicio decimonónico que
    sublimó la acumulación de información, la erudición barata,
    evitando todo diálogo con el libro y la
    tradición. Por eso cuando Nietzsche dice que "Si alguien
    se analiza por medio de opiniones ajenas ¿qué
    extraño tendrá que no vea en sí mismo sino
    las opiniones ajenas? Y así es cómo son,
    cómo viven y cómo miran los sabios", no está
    extremando la oposición ilustrada autoridad
    – razón, sino que está combatiendo un
    prejuicio muy actual que se ha convertido, quizás,
    en amenaza.

    Precisamente en esa amenaza conviene dejar la
    cuestión aquí. Advertimos que Gadamer intenta
    fundamentar las ciencias del
    espíritu y para ello acude al análisis de los prejuicios, iniciado por
    Heidegger. Dejémosle allí e intentemos unir con el
    problema que más arriba se insinuaba: la pregunta por la
    orientación y el horizonte.

    EXPERIENCIA

    Dos notas permiten acercarnos al concepto de experiencia
    que buscamos. Dos notas que debemos contemplar con paciencia. En
    Verdad y método II, dice Gadamer:

    La experiencia no es primariamente sensation.
    No es el punto de partida de los sentidos y
    sus datos lo que en
    rigor puede llamarse experiencia. Hemos comprendido cómo
    también los datos de nuestros sentidos se articulan
    siempre en contextos interpretativos, cómo la percepción, que <<toma algo por
    verdadero>>, ha interpretado ya los testimonios de los
    sentidos previamente a la inmediatez de sus datos.

    Por su parte, en Verdad y método I
    encontramos la siguiente indicación:

    … la experiencia tiene lugar como un acontecer del
    que nadie es dueño, que no está determinada por
    el peso propio de una u otra observación sino que en ella todo viene a
    ordenarse de una manera realmente impenetrable. (…) la
    experiencia surge con esto o con lo otro, de repente, de
    improviso, y sin embargo no sin preparación [la
    negrilla es mía], y vale hasta que aparezca otra
    experiencia nueva, determinante no sólo para esto o para
    aquello, sino para todo lo que sea del mismo tipo.

    Hemos abandonado las limitaciones conceptuales que
    impone la ciencia a la
    experiencia y descubrimos caracteres que amplían el
    concepto: negativamente decimos, por ejemplo, que la experiencia
    no es sólo (primariamente) la sensación. Decimos
    también que a la experiencia corresponde un misterio
    propio (verbigracia: el misterio de la detención del
    ejército en fuga); oímos hablar de una
    experiencia religiosa, o, gané mucha
    experiencia
    , e incluso, la experiencia no tiene
    precio
    , connotando así que algo muy especial ha
    ocurrido en la vida, un acontecimiento que cambia
    sustancialmente a quien participa de él.

    Pero afirmamos que no hay experiencias sin
    preparación, y ese es el punto que nos interesa, pues
    señalamos así que la experiencia acaece en
    condiciones propicias, no azarosas: marcamos un límite.
    Algunos sufren eventos, otros
    tienen experiencias.

    Al parecer nos enfrentamos a una aporía, ante la
    cual nos resta callar. Intentemos abrir el problema preguntando:
    ¿qué clase de preparación le es necesaria a
    toda experiencia?

    Bacon vio en el lenguaje el
    primer inconveniente para el hombre al
    respecto: "… la relación del espíritu humano con
    las convenciones del lenguaje es a los ojos de Bacon una forma de
    extravío del conocimiento por formas convencionales
    vacías". Descubrimos dos restricciones: primero, no se
    concede al lenguaje la posibilidad de que guarde verdad alguna
    (hay una crítica
    a la autoridad del lenguaje); segundo, se persigue sin duda un
    conocimiento especial: el conocimiento
    científico.

    Habría que decir más bien, con Gadamer,
    que "… el lenguaje es simultáneamente condición y
    guía positiva de la misma experiencia": de este modo
    intuimos un primer momento indispensable a toda experiencia que
    se liga estrechamente con el prejuicio: sin lenguaje no hay
    experiencias; lengua y memoria
    guían la experiencia, pero también la
    posibilitan.

    Arribo pues al punto capital y
    controversial de este ensayo: sólo son posibles las
    experiencias cuando previamente hay cierta mirada, tiene
    experiencias aquel que posee una orientación y un
    horizonte en el mirar.

    Pero, ¿de qué forma se configura ese
    mirar? Si es cierto que cada pregunta revela un horizonte,
    ¿está éste configurado concientemente o
    aparece como el resultado de los múltiples prejuicios de
    quien pregunta? ¿los prejuicios no vienen a ser
    también las directrices que conceden la libertad de tener
    experiencias?

    Vistas las cosas así, podría concluirse
    que, o bien no es posible tener experiencia alguna, o bien toda
    experiencia es la confirmación de nuestros propios
    prejuicios. Pero, fiel a nuestras observaciones, lícito es
    compartir que casi todos conocemos ese tipo de personas
    dogmáticas, que a pesar de haber vivido muchos eventos
    defienden con sospechosa vanidad los propios prejuicios; o
    aquellas personas que, arguyendo tener más años, se
    niegan a todo diálogo posible (y en las que aparece esa
    fórmula bochornosa de "eso lo pensé cuando
    tenía tu edad", o "eso creía yo cuando estaba
    joven"). Admitimos pues que, contrario a estas gentes, hay
    personas experimentadas, cuya experiencia no ha sido
    concedida únicamente por su edad o por el número de
    sus actividades. Está en su horizonte el poder
    experimentar
    ; la experiencia viene a ser una
    posibilidad.

    Acudamos de nuevo a Gadamer para ver la relación
    prejuicio – experiencia de otra forma:

    Constituye una estructura fundamental de nuestro
    lenguaje el que seamos dirigidos por ciertos preconceptos y por
    una precomprensión en nuestro discurso, de
    suerte que esos preconceptos y esa precomprensión
    permanecen siempre encubiertos y se precisa una ruptura de lo
    que subyace en la orientación del discurso para hacer
    explícitos los prejuicios como tales. Esto suele generar
    una nueva experiencia. Esta hace insostenible el prejuicio.
    Pero los prejuicios profundos son más fuertes y se
    aseguran reivindicando el carácter de evidencia o se
    presentan incluso como presunta liberación de todo
    prejuicio y refuerzan así su vigencia.

    Declaramos entonces que los prejuicios nos conceden una
    forma de mirar. El lenguaje, donde se vierten los prejuicios de
    la tradición, posibilita y guía la experiencia.
    Pero la experiencia a su vez cambia nuestra mirada ("… la
    verdadera experiencia, es siempre negativa. Cuando hacemos una
    experiencia (…) esto quiere decir que hasta ahora no
    habíamos visto correctamente (…). La negatividad de la
    experiencia posee en consecuencia un particular sentido
    productivo". Ese es el círculo
    hermenéutico.

    Lo que permite que este misterio ocurra es una
    disposición especial, a la que llamamos apertura. A partir
    de ella explicamos las contradicciones que se exponían
    más arriba.

    ¿Es posible la experiencia sin apertura? De
    ningún modo; sólo le es lícita la
    experiencia a aquel que está dispuesto a dejarse
    interpelar; en verdad tiene experiencias aquel para quien el otro
    tiene algo qué decir. "La apertura hacia el otro implica,
    pues, el reconocimiento de que debo estar dispuesto a dejar valer
    en mí algo contra mí, aunque no haya ningún
    otro que lo vaya a hacer valer contra mí".

    Esta apertura tiene el carácter de una
    decisión, como ya señalaba antes. Esta apertura
    hace posible la experiencia: la relación de prejuicio y
    experiencia, que es circular, se ejecuta cuando hay una
    apertura.

    Quizás se trate, en la comprensión, de
    vivir experiencias: la experiencia del arte, la experiencia de la
    tradición, la experiencia del pensar (otra forma de
    entender a Heidegger y su ¿Qué significa
    pensar?
    ).

    La apertura, en fin, quizás significase la
    diferencia más íntima entre el mundo de los
    despiertos y el de los dormidos: entre aquellos a quienes
    aún les es lícito tener experiencias de aquellos a
    quienes no.

    BIBLIOGRAFÍA

    GADAMER, Hans-Georg. Verdad y método I.
    Salamanca: Ediciones Sígueme, 2001. 697p.

    GADAMER, Hans-Georg. Verdad y método II.
    Salamanca: Ediciones Sígueme, 2000. 429p.

    HEIDEGGER, Martin. Ontología: hermenéutica de la
    facticidad. Madrid:
    Alianza, 2000. 154p.

    NIETZSCHE, Federico. Schopenhauer,
    educador. En: Obras completas I. Consideraciones intempestivas.
    Buenos Aires:
    Aguilar, 1966. p. 103-152.

    NIETZSCHE, Federico. Así habló Zaratustra.
    Madrid: Alianza, 2003. 493p.

     

    Santiago Gallego

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