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Orientaciones pastorales iluminadas por la Teología Radical




Enviado por vivianaendelman



    1. Ideas o conceptos de Dios a
      purificar
    2. Cristianos encarnados en el
      mundo
    3. Purificación de las
      estructuras eclesiales

    Ideas o conceptos de
    Dios a purificar

    Los pensamientos y doctrinas teológicas que se
    entrecruzan en la Teología Radical (o Teología de
    la muerte de
    Dios) nos ayudan a encontrar algunas ideas o conceptos de Dios
    que necesitan ser purificados. Señalo los
    siguientes:

    • Dios no es un "tapa huecos", un relleno. Así
      se podría definir la imagen que me
      invita a rechazar la "negación de todo apriorismo
      religioso", punto de partida de la teología radical,
      tomado de K. Barth. Imagen que asocio a una mentira
      frecuentemente escuchada: que Dios es para el que lo busca una
      especie de relleno, como una tapa del
      vacío existencial.

    Dejando de lado reservas al respecto, esta
    negación me acerca al Dios que no puso en el hombre una
    inclinación única, forzosa, no libre, hacia
    Él, o una dependencia en forma de hueco, de insuficiencia
    existencial. Bonhoeffer mismo echará en cara a las
    personas religiosas que recurren a Dios como tapa-agujeros de los
    límites
    humanos.

    Creo que vivir y anunciar a Dios como un "tapa-agujeros"
    sería como ponerlo en la lista de la cantidad de
    "sustitutos de la plenitud" que en la hora actual el hombre se
    busca (podríamos analizar aquí las
    idolatrías del presente)

    También encuentro una exhortación a
    rechazar toda imagen de Dios como una esponja que absorbe
    al hombre y le impide realizarse, que lo esclaviza, que lo
    asfixia, lo atonta, lo reprime. Imagen que, creo, está
    detrás de consejos como "no te dejes absorber;
    también tenés que hacer tus cosas; no postergues
    tanto tu propia realización…" Es la imagen del Dios que
    domina y no que ama. El Dios que esclaviza y no el que nos
    regaló la libertad.

    • La desmitificación pregonada por Bultmann me
      alerta sobre otra desfiguración que tiene que ver con lo
      sobrenatural como "tapa" y evasión de lo natural o del
      carácter secular del mundo. No es lo
      mismo saber ver a Dios en todas las cosas que dejar de ver las
      cosas porque se mira a Dios. Esto último es una
      equivocación que paraliza la vida del cristiano y muchas
      veces despierta la reacción atea: "no lo metas a Dios en
      esto".

    Encontrar y anunciar al Dios presente en la historia del mundo, en el
    presente, me remite a la necesidad que tenemos como cristianos de
    percatarnos del nuevo mundo que ha surgido a nuestro alrededor,
    en donde -por distintas razones- es muy difícil captar la
    trascendencia de la vida, donde lo sobrenatural parece haber
    desaparecido y la realidad trascendente resulta insignificante
    para muchos, donde se pone en cuestión el sentido de lo
    religioso, de lo sagrado, del misterio.

    En relación a este punto, me ha parecido muy
    interesante el pensamiento de
    H. Cox. En expresiones como las que resumo a continuación
    se encuentra, a mi entender, un profundo llamado a la
    purificación de las ideas sobre Dios: Lo secular,
    según Cox, no sería contradictorio con lo
    religioso, sino la condición de su purificación y
    el acceso a su madurez. Según Cox (en su conocida obra
    La ciudad secular) la fe bíblica desencanta la
    naturaleza y
    desacraliza la política. La ciudad
    secular de hoy día está en ese camino. Tanto el
    "anonimato" como la "movilidad" social, que hoy se viven en el
    medio urbano no serían antivalores bíblicos, sino
    la condiciones de posibilidad de construir una vida humana desde
    la esfera privada donde se recupera la libertad, para hacer esto
    o lo otro, para quedarse aquí o para ir allá. El
    hombre secular para Cox se caracteriza también por un
    estilo de vida
    definido por el "pragmatismo" y
    la "profanidad". Según esta visión el hombre
    "pragmático" no se mueve por "cuestiones últimas"
    sino por "cuestiones próximas" a las que puede acceder,
    conocer y resolver. Por su lado el "hombre profano" es un hombre
    que decide por sí mismo con total autonomía y sin
    depender de ningún poder
    supramundano. Según Cox, ambas actitudes
    pueden ser rescatadas desde una lectura
    "secular" de la Biblia y no son contradictorias con la
    revelación. Le toca a la pastoral de la Iglesia sacar
    las consecuencias de tal lectura y aplicarlas a su pastoral para
    salvar lo secular y no caer en el "secularismo" que sería
    equivalente a la negación de todo valor
    religioso y trascendente.

    • En cuanto a los aportes de P.Tillich, me queda como
      exhortación el volver a lo esencial del mensaje que Dios
      nos revela en Jesús: la caridad como epifanía del
      amor a Dios
      (cf. 1 Jn. 4, 19-21). La concepción horizontalista y
      ética
      de la redención también es un llamado a mirar a
      Dios como quien nos invita a salvar la vida en el amor a
      los demás hombres.

    Creo que esto es una invitación que está
    muy clara en la Palabra de Dios.

    • Las ideas de Bonhoeffer también me
      interpelaron acerca de las imágenes
      distorsionadas que nos hacemos de Dios. En primera instancia
      significaron para mí como una alerta ante una fe que se
      puede ir volviendo sinónimo de "vida con elementos
      religiosos" en vez de hacer concreto el
      Señorío de Jesús en el amor a los
      otros.

    Al respecto, me ha impactado y alertado la
    convicción de Vahanian acerca de que la religiosidad es un
    signo de profunda descristianización y que son los mismos
    cristianos los que han matado a Dios, convirtiéndolo en un
    producto
    más de la sociedad de
    consumo, en un
    compañero cósmico y copiloto, en un idolillo o
    diocesito que ya no está presente, un Dios hecho por el
    hombre.

    Más allá de las exageraciones que pueda
    haber en estos planteos, encuentro implícita una
    invitación al Señorío de Jesús, a la
    centralidad del amor.

    También pensando en el tema de la religión, veía
    que algo a purificar es la imagen deformada de Dios que tienen
    quienes no creen en la Iglesia; un Dios sin mediaciones: Dios
    sí, la Iglesia, no.

    Parte de esta desfiguración creo que tiene que
    ver con lo siguiente: en general, se percibe que la imagen del
    Dios de la ley, de la
    obligación, ha sido superada por la del Dios del amor,
    pero, frecuentemente, este Dios es percibido como un Dios a
    medida propia, un "Dios de rostro amable" pero que no pone en
    tensión de santidad la vida, ni crea compromisos, ni
    exhorta a un amor responsable o a una libertad que dependa de la
    verdad. Pasar a hablar del "Dios amor" en vez del "Dios
    todopoderoso" no resuelve la cuestión; también
    detrás de esta imagen puede encubrirse su Verdadero
    rostro.

    Cristianos
    encarnados en el mundo

    Desde las inquietudes anteriores, vemos que hay
    hechos concretos que debemos realizar en nuestra comunidad
    cristiana para demostrar que estamos encarnados en el mundo que
    nos circunda.

    Pienso primero en tres actitudes generales, pero muy
    concretas, que debemos asumir en nuestra comunidad cristiana y
    que están muy relacionadas entre sí:

    Interés
    por la sociedad actual en la que estamos inmersos y a la que
    podemos contribuir, intentando, por ejemplo: valorar sus
    elementos positivos, no anatematizar sino más bien vivir
    la actitud del
    diálogo
    (siempre con discernimiento).

    -Rechazo de toda actitud de ghetto, de quedar afuera,
    excluidos, extraños al entorno, lejanos a las realidades
    temporales.

    -Vivir como ciudadanos del mundo: una auténtica
    espiritualidad mira al cristiano tanto como miembro de la
    Iglesia, cuanto de la sociedad civil,
    según lo enseña el apóstol San Pablo (Rom
    12-13). Éste, si bien es peregrino del cielo, no es
    fugitivo de la
    tierra.

    Como base de estas actitudes quizás debamos
    partir de un efectivo reconocimiento de la autonomía de la
    realidad terrena y su destino sobrenatural. En otras
    oportunidades lo hemos dicho pero lo repetimos:
    ¿Cómo mostrar que el destino sobrenatural de las
    realidades profanas no priva al orden temporal de su
    autonomía, sino que lo afirma y lo perfecciona en su valor
    y excelencia? Hay que seguir insistiendo que no se está en
    contra de la laicidad (como esfera propia de las realidades
    temporales que se rigen con leyes propias y
    autonomía). Y, a mi entender, esta insistencia tiene que
    partir de una sana integración de la vida y la fe. "Porque en
    definitiva es el cristiano, motivado por su fe, quien debe
    demostrar que también él admite y trata de realizar
    la autonomía de la ciudad terrena. (…) Los cristianos
    tenemos que demostrar prácticamente no sólo que nos
    entregamos con afán y competencia a las
    tareas laicas y terrenas, sino que, al ser movidos por la
    esperanza escatológica, tenemos más motivos para
    ser laicos."

    Podemos demostrarlo, por ejemplo, realizando nuestro
    trabajo con
    responsabilidad y bien; también cumpliendo
    con los compromisos ciudadanos (por ej.: cuidar la limpieza de
    los espacios públicos, evitar ruidos molestos, ser buen
    vecino, abonar a tiempo los
    impuestos y
    servicios,
    votar).

    Asimismo, creo que hay que formar la conciencia social
    de los miembros de la comunidad eclesial, apuntando a una mayor
    inserción del cristiano en la sociedad, pero siempre desde
    el reconocimiento de una sociedad pluralista que salió de
    la situación de cristiandad.

    Pienso que este tema de la inserción implica,
    como actitud básica, rechazar toda forma de
    oposición entre las dimensiones espirituales o
    escatológicas del Cristianismo y
    su fuerza
    transformadora de la realidad. De lo contrario, se estará
    escondiendo lo más original y radical del cristianismo, su
    capacidad para transformar desde dentro del corazón de
    los hombres la realidad humana entera. Ya lo he dicho
    también otras veces: los católicos hemos de
    mostrar, en la vida cotidiana y en la práctica real y
    social, que el servicio del
    hombre es el criterio de autenticidad de nuestra fe y de nuestra
    experiencia de Dios como Dios; y viceversa, que esta experiencia
    (con Dios y no sin Dios) es la condición para un servicio
    verdaderamente reconciliador y liberador del hombre.

    La comunidad cristiana no puede tener un anuncio eficaz
    ante la secularización, ante la expulsión de Dios
    de la vida pública, si reduce lo religioso al
    ámbito privado y del culto.

    En orden a este anuncio eficaz, también creo que
    nuestra fe en Dios como comunidad cristiana debe tener muchas
    más cualidades de la confianza, de la esperanza, de la
    entrega, que elementos de credulidad intelectual.

    Junto a esto, otro hecho concreto que podemos realizar
    es reformular el lenguaje y
    contenido de nuestra pastoral a la luz del
    diálogo de la teología con la nueva cultura (tema
    de la hermenéutica y la ortopraxis). Buscar que
    el Evangelio no sea letra muerta o incomprensible, y esto
    especialmente desde el intento de vivir hoy según el
    Evangelio. Sin embargo, creo que esta reformulación no
    deberá implicar prejuicios metafísicos, ni quedarse
    sólo en superficialidades hermenéuticas, o en una
    actitud y compromiso acríticos con la nueva cultura.
    Tampoco deberá caer en desfigurar la naturaleza de lo
    religioso haciéndola "a la carta" (P.
    Tillich) para que sea aceptada por una humanidad donde muchas
    personas viven efectivamente sin religión.

    Por último, quisiera resumir algunas ideas de
    Bonhoeffer que me parecen muy sugerentes para repensar nuestra
    inserción como comunidad cristiana en el mundo que nos
    circunda:

    Una cuestión que inquietaba mucho (especialmente
    mientras estuvo prisionero del régimen nazi) al
    teólogo evangélico alemán Dietrich
    Bonhoeffer era: las condiciones de posibilidad, la razón
    de ser y el sentido de la experiencia religiosa en un mundo que
    vuelve la espalda a la religión. Razonando sobre esto
    formuló varias preguntas que hoy, 60 años
    después, tendrían especial vigencia para nuestra
    reflexión:¿Qué sentido tienen la vida
    cristiana y la liturgia en un mundo no religioso?
    ¿Qué significan una Iglesia, una parroquia, una
    predicación, una liturgia, una vida cristiana en un mundo
    sin religión? ¿Cómo hablar de Dios sin
    religión, esto es, sin las premisas temporalmente
    condicionadas de la metafísica, de la interioridad […]?
    ¿Cómo hablar […] "mundanamente" de Dios?
    ¿Cómo somos cristianos "irreligiosos-mundanos"?
    ¿Qué significan el culto y  la plegaria en una
    ausencia total de religión?

    Más allá de todos los debates que puedan
    surgir al respecto, es cierto que la evolución posterior de la religión y
    de la cultura occidental ha confirmado las sospechas de
    Bonhoeffer. Vivimos en un clima
    socio-cultural  secularizado, donde la religión ha
    perdido el protagonismo que tuviera otrora.

    En este clima cultural y religioso como el descripto,
    Bonhoeffer cree que hay que renunciar a una interpretación religiosa del cristianismo y
    optar por una interpretación no-religiosa. La negativa a
    interpretar religiosamente la fe cristiana significa, para
    él, renunciar a hablar de Dios de forma metafísica
    e individualista, pues ambas formas son contrarias al mensaje
    bíblico y a la cultura actual. No acepta la forma
    metafísica porque lleva derechamente a pensar a Dios en
    clave de absoluto e infinito y a situarlo fuera del mundo.
    Tampoco le parece razonable la forma individualista porque le
    llevaría a pensar a Dios fuera del ámbito
    público de la existencia humana y a situarlo en el
    ámbito de lo personal,
    íntimo y privado.

    Junto a la interpretación no-religiosa del
    cristianismo, Bonhoeffer propone vivir "mundanamente", que
    consiste en vivir en el mundo sin Dios, participar en el
    sufrimiento de Dios en la vida del mundo. Es esto lo que hace que
    el cristiano sea tal, y no el acto religioso. En definitiva, "ser
    cristiano no significa ser religioso de cierta manera, sino ser
    hombre, el hombre que Cristo crea en nosotros". En este punto
    Bonhoeffer recalca que los cristianos de los primeros siglos
    vivieron una "mundanidad-santa": la santidad en el mundo, una
    santidad en tensión con la mundanidad y
    viceversa.

    En todo caso, estas palabras son un llamado a ser
    comunidad cristiana encarnada en el mundo que nos circunda,
    entregada al prójimo; comunidad que procure, sí, el
    retorno de lo sagrado, pero no a la manera errada de una
    neo-sacralización del mundo sino como retorno a la
    "praxis
    mesiánica del amor".

    – Purificación de las estructuras
    eclesiales

    Llegamos finalmente a la pregunta: ¿Qué
    estructuras eclesiales –o elementos de las mismas- debemos
    purificar a la luz de esta teología?

    • De acuerdo al modelo de la
      Teología Radical una de las primeras cuestiones que
      pienso es la necesidad de una purificación constante de
      la pastoral cristiana para que tenga un anuncio eficaz
      según el mundo en el que se inserta
      (en este caso,
      un mundo totalmente secularizado).

    De lo cual se desprenden cuestiones muy prácticas
    como la importancia de tener conocimiento de la realidad del
    entorno
    de la ciudad, del pueblo, donde se desarrolla la
    pastoral, observando su idiosincrasia, aspectos cuantitativos,
    realidad sociológica, horizonte cultural, su imaginario
    social.

    Junto a este conocimiento
    del entorno, incluiría el buscar crecer en el
    conocimiento de las otras comunidades que haya en el seno de
    la Iglesia y las demás confesiones para promover juntos
    (mediante la acción)
    la estructuración del mundo circundante en referencia a
    Dios.

    Profundizando en esta cuestión, creo que estamos
    hablando de una necesidad pastoral que podría resumirse
    así: Si el Evangelio no quiere ser letra muerta debe
    encarnarse, inculturarse.

    Encuentro muy interesante al respecto las pistas que
    propone Jorge R. Seibold: "La inculturación, para ser
    llevada con éxito,
    debe estar acompañada de una adecuada teología
    inculturada, de una sabia pedagogía inculturada, que sepa encarnar el
    evangelio en la cultura humana sin destruir lo que de bueno hay
    en ella, y de una pragmática inculturada que sepa tomar
    decisiones acertadas, a la luz del Evangelio, que respondan a
    los desafíos precisos que la urbe le plantea a la pastoral
    comunitaria."

    Resumiendo sus ideas: una teología que
    permita ver los acontecimientos humanos y las realidades mundanas
    a la luz de la fe y que al mismo tiempo permita operarlas y
    transformarlas según esa misma fe.

    Al subrayar la importancia de los pueblos, esta
    teología inculturada amplía los márgenes de
    su comprensión teológica del Misterio de Cristo
    viviente en los pueblos y permite al mismo tiempo avanzar hacia
    un mayor compromiso pastoral de la comunidad eclesial con los
    más pobres y excluidos.

    Ligada a esta teología inculturada
    debería, pues, elaborarse una pedagogía
    inculturada de la pastoral comunitaria. No es suficiente
    saber los contenidos, es preciso saber inculcarlos. Para ellos se
    necesita una nueva pedagogía. Aquí la pastoral
    puede aprender de los avances de las ciencias
    pedagógicas, especialmente en lo que se refiere a la
    pedagogía intercultural. Plantear este problema entre
    multiculturalidad y Educación es
    interesante, porque nos iluminará el problema que esta
    multiculturalidad también plantea a la Iglesia en su
    acción pastoral. Si la educación debe
    saber asumir este problema de la multiculturalidad, cuanto
    más la Iglesia. Este desafío debería llevar
    a la Iglesia, sin desdecirse a sí misma, a cambiar su
    tonalidad "monocultural" a fin de hacerse capaz de inculturarse
    en la multiculturalidad adveniente y cumplir así la
    misión
    que Jesucristo le fijara.

    En cuanto a la pragmática
    inculturada, este teólogo señala el
    prestar atención a los desafíos y las
    demandas ante los que se encuentra hoy la comunidad
    eclesial.

    Y al referirse a las demandas que tienen que ver con la
    sociedad posmoderna insertada en la sociedad urbana, Seibold nos
    propone unas preguntas fuertes pero necesarias para nuestra
    purificación ¿Qué posición pastoral
    asumirá la comunidad eclesial frente a las manifestaciones
    culturales posmodernas? ¿Se deslizará por los
    caminos de la condena a semejanza de lo que sucediera en el siglo
    XIX cuando se condenó sin discernimiento la cultura
    moderna? ¿O se tratará de discernir en esta cultura
    posmoderna las semillas del Verbo, para desde ella relanzar su
    Buena Noticia inculturada?

    Seibold apunta (y me enseña por dónde
    pensar esta purificación) que una pastoral inculturada en
    nuestras ciudades tendrá solo su pleno sentido si lleva a
    la urbe al "encuentro con Jesucristo vivo, camino para la
    conversión, la comunión y la solidaridad",
    según lo dice Juan Pablo II. El mismo Santo Padre en su
    reciente Carta
    Apostólica Novo Millennio Ineunte nos recuerda, por
    si lo olvidamos, que no hay "una fórmula mágica
    para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no
    será una fórmula la que nos salve, pero sí
    una persona y la
    certeza que ella nos infunde: ¡Yo estaré siempre con
    ustedes!".

    En este punto, es también muy enriquecedora la
    reflexión que hace Scanonne, de la cual he escogido
    algunas afirmaciones:

    "En el diálogo entre fe y cultura, la
    inculturación del Evangelio (incluida la de la
    teología) corresponde a la
    evangelización de la cultura. Como aquella,
    también ésta respeta la autonomía de las
    culturas y de quienes en ellas viven, según el
    ‘modelo’ de la Encarnación, sugerido por el
    Papa. Pues precisamente un diálogo genuino supone la
    autonomía y libertad de los que en él participan,
    sobre todo si -de acuerdo a dicho ‘modelo’- dicho
    diálogo se da por acción del Espíritu, ya
    que donde está el Espíritu, ahí está
    la libertad."

    Coincido con el autor cuando, en relación a esta
    evangelización y señalando el lugar destacado que
    ocupan las ciencias sociales en nuestra cultura, destaca
    la importancia que tiene emplear la contribución
    de éstas
    como instrumento tanto para el análisis, la interpretación, el
    discernimiento y la evaluación
    de los signos de los
    tiempos desde el Evangelio, como también para que la
    caridad logre mediaciones históricas eficaces en la tarea
    de hacer el mundo más humano, aun mediante un cambio radical
    de estructuras sociales, interpretadas teológicamente como
    "estructuras de pecado".

    Claro que, tal como describe Scanonne, "se necesita un
    discernimiento crítico, de carácter
    evangélico y teológico, antes de que la
    reflexión de fe asuma los aportes de los ámbitos
    humanos de conocimiento, es decir, de las culturas, la
    sabiduría de los pueblos y las ciencias, como son la
    filosofía (y las distintas filosofías) y las
    diversas ciencias del hombre y la sociedad, a fin de purificarlos
    de su posible índole ideológica. Han de ser
    "redimidos" del pecado que eventualmente condiciona y pervierte
    al conocimiento. (…) Pues tanto la filosofía como las
    ciencias del hombre presuponen en su tarea como ciencias una
    precomprensión del hombre y la sociedad que las
    caracteriza precisamente como tales, en su estatuto
    epistemológico
    propio (…)."

    En cuanto a la encarnación de la fe en las
    culturas
    , a la redención de éstas de lo
    anti-humano, y a su transformación y liberación,
    coincido con que esta encarnación siempre debe estar
    acompaña de un momento espiritual de conversión
    y vivificación
    . Así, como para que el lenguaje de la
    fe diga no sólo en forma nocional sino realmente
    lo que pretende decir, ha de enraizarse en un testimonio de
    vida
    . Y para esta vida nueva y la conversión que ella
    supone, es necesaria la fuerza e inspiración del
    Espíritu.

    Y creo que, como cristianos, debemos crecer en el
    reconocimiento efectivo que sólo por la fuerza del
    Espíritu se realizan la evangelización de
    las culturas y la inculturación (o
    encarnación) del Evangelio en ellas. Siguiendo
    también la enseñanza de la Palabra: si el
    Señor no construye la casa, en vano se afanan los
    constructores
    (cf. Sal 127,1).

    • Lo anterior tiene más que ver con la
      relación comunidad eclesial-entorno. Pero no puede
      escapar a nuestro interés la necesidad de mirar
      más hacia adentro. De hecho, ¿cómo asumir
      esos desafíos si no es desde una nueva vitalidad
      en las mismas estructuras eclesiales
      ?

    Podemos empezar mirando la parroquia,
    lugar privilegiado en que los fieles pueden tener una experiencia
    concreta de la Iglesia.

    Las parroquias están llamadas a
    ser receptivas y solidarias, lugar de la iniciación
    cristiana, de la educación y la celebración de la
    fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios,
    organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de
    los movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la
    diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos
    pastorales y superparroquiales y a las realidades circunstantes. Creo que contemplar y asumir esta misión
    específica es ya un camino de purificación siempre
    necesario para nuestras parroquias. ¿Se vive
    así?

    Lo cierto es que la parroquia debe renovarse
    continuamente, partiendo del principio fundamental de que
    la parroquia tiene que seguir siendo
    primariamente comunidad eucarística.

    Y una clave de renovación parroquial,
    especialmente urgente en las parroquias de las grandes ciudades,
    puede encontrarse quizás considerando la parroquia como
    comunidad de comunidades y de movimientos
    . Parece por tanto oportuno la formación de
    comunidades y grupos eclesiales
    en las parroquias. Comunidades que deben basarse en la Palabra de
    Dios y realizarse, en la celebración
    eucarística.

    Esto permitirá vivir más intensamente la
    comunión, procurando cultivarla no sólo ad
    intra
    , sino también con la comunidad parroquial a la
    que pertenecen estos grupos y con toda la Iglesia diocesana y
    universal. En este contexto humano será también
    más fácil escuchar la Palabra de Dios, para
    reflexionar a su luz sobre los diversos problemas
    humanos y madurar opciones responsables inspiradas en el amor
    universal de Cristo. La
    institución parroquial así renovada
    puede suscitar una gran esperanza. Puede
    formar a la gente en comunidades, ofrecer auxilio a la vida de
    familia,
    superar el estado de
    anonimato, acoger y ayudar a que las
    personas se inserten en la vida de sus vecinos y en la
    sociedad . De este
    modo, cada parroquia hoy, y particularmente las del ámbito
    urbano, podrá fomentar una evangelización
    más personal, y al mismo tiempo acrecentar las relaciones
    positivas con los otros agentes sociales, educativos y
    comunitarios.

    Las parroquias deben señalarse por su impulso
    misional que haga que extiendan su acción a los alejados.
    Pero este impulso solo brotará en la medida en que los
    miembros de la comunidad tengan un sentido de pertenencia (de
    nosotros) y una participación fructuosa en la vida
    litúrgica y en la convivencia comunitaria. Es decir, en la
    medida en que vivan como comunidad.

    En relación a las parroquias y los
    movimientos,
    me parece muy iluminador el siguiente comentario
    de Seibold: en gran medida las parroquias tradicionales no
    superan los criterios de su propia territorialidad y de sus
    propias preocupaciones pastorales. Les cuesta moverse en el
    horizonte más amplio que su propio territorio. Los
    movimientos laicales son extraterritoriales y se mueven bajo
    motivaciones que los hace ajenos a una estrategia
    común. Y esto no es por mala voluntad. Es así
    porque no hay una convocatoria, no hay una decisión
    colegiada, donde todos estén comprometidos, desde el
    Obispo, pasando por el presbiterio, los religiosos, las instituciones
    laicales, los agentes de pastoral, hasta llegar a los simples
    fieles. Aunque en los últimos decenios se hayan llevado a
    cabo en grandes ciudades latinoamericanas experiencias muy
    interesantes y alentadoras. Es preciso –dice este
    teólogo- ganar el espacio físico y mediático
    de la urbe. Muchas de nuestras parroquias incluso no han ganado
    todavía su propio espacio externo. Es como si nuestras
    comunidades eclesiales estuvieran centradas en el templo,
    aisladas de la calle y del barrio (en esta estrategia las
    iglesias evangélicas nos han ganado la calle y los
    sectores estratégicos del espacio barrial por la
    multiplicación de pequeños y activos lugares
    de culto). Las comunidades eclesiales de base y otras estructuras
    populares radicadas en familias o en grupos de familias han sido
    formas sugerentes y nuevas para resolver este desafío.
    Pero además se debe entrar en el espacio mediático.
    Todo un desafío para la pastoral urbana.

    Pero –aclara- la puesta en el lugar de nuevas
    instancias más cercanas a la gente no resuelve totalmente
    el problema pastoral, si no se flexibiliza la estructura
    interna de la comunidad, especialmente de sus agentes de
    pastoral. La parroquia ha heredado un fuerte sesgo personalista
    ligado al párroco, que corre el peligro de trasladarse a
    estas unidades menores. Rige en algunos lugares una estática
    "sociedad eclesiástica" regida por una
    "eclesiología de potestades" dada por la desigualdad de
    sus estamentos, clero y laicos, donde unos mandan y otros
    obedecen, unos enseñan y otros aprenden. Es verdad que
    este modelo está en extinción, pero todavía
    la comunidad eclesial no ha abordado de modo positivo y
    alternativo otras modalidades de participación donde rija
    más lo comunitario y fraternal, donde la autoridad
    tenga un sentido verdaderamente ministerial, y se avance
    decisivamente hacia una concepción y práctica
    realmente comunitaria de los ministerios. Para ello se necesita
    una iglesia comunitaria dialogal, que sepa aceptar sus
    diferencias dentro de la fraternidad y del logro de consensos y
    acuerdos pastorales. Y es preciso que esos espacios de
    diálogo se institucionalicen.

    En orden a esta
    purificación puede ser interesante hacer una mirada al
    ministerio sacerdotal. Quizás justamente por el
    amplio abanico de desafíos del mundo actual y el extenso
    campo en que se desarrolla la actividad de los sacerdotes, deba
    empezarse por no perder de vista lo esencial de su servicio.
    Conviene, por ello, que coloquen
    como centro de su actividad lo que es esencial en su ministerio:
    dejarse configurar a Cristo Cabeza y Pastor, fuente de la caridad
    pastoral, ofreciéndose a sí mismos cada día
    con Cristo en la Eucaristía, para ayudar a los fieles a
    que tengan un encuentro personal y comunitario con Jesucristo
    vivo. Como testigos y discípulos de Cristo misericordioso,
    los sacerdotes están llamados a ser instrumentos de
    perdón y de reconciliación, comprometiéndose
    generosamente al servicio de los fieles según el
    espíritu del Evangelio. Una mejor distribución de las tareas (impulsando la
    participación y corresponsabilidad de los fieles con
    cualidades para la animación de la comunidad) les
    permitirá consagrarse a lo
    que está más estrechamente conexo con el encuentro
    y el anuncio de Jesucristo, de modo que signifiquen mejor, en el
    seno de la comunidad, la presencia de Jesús que congrega a
    su pueblo.

    Desde su propio lugar podrán entonces, con
    frutos, estar atentos a los desafíos del mundo actual y
    ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes,
    compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud
    de solidaridad con los pobres.

    Los seminarios, como lugares de acogida y
    formación de los llamados al sacerdocio, han de preparar a
    los futuros ministros de la Iglesia para que vivan en una sólida espiritualidad de
    comunión con Cristo Pastor y de docilidad a la
    acción del Espíritu, que los hará
    especialmente capaces de discernir las expectativas del pueblo de
    Dios y los diversos carismas, y de
    trabajar en común.

    Desde la perspectiva que estamos analizando, parece
    central que, dentro de la formación general, se promueva
    en los seminaristas la capacidad de observación crítica
    de la realidad circundante que les permita discernir sus valores y
    contravalores
    , como requisito indispensable para entablar un
    diálogo constructivo con el mundo de hoy.

    Creo que lo anterior vale como necesidad imperante para
    todas las personas consagradas al anuncio del Evangelio,
    tanto para los que eligen una vida contemplativa y testifican lo
    absoluto de Dios, para quienes hacen presente a Cristo en los
    diversos campos de la vida humana, para los que ayudan a resolver
    la tensión entre apertura real a los valores
    del mundo moderno y profunda entrega de corazón a Dios.

    ¿Y qué decir de los laicos? Pienso,
    por ejemplo, en el desafío que implica, estando encarnados
    en una cultura donde se van haciendo corrientes la corrupción, la inmoderación en el
    consumo, la violencia,
    etc., encarnar valores profundamente evangélicos como la
    misericordia, el perdón, la honradez, la transparencia de
    corazón y la paciencia en las condiciones
    difíciles. Un desafío que implicará
    seguramente una gran fuerza creativa
    en gestos y obras que expresen una vida coherente con el
    Evangelio.

    Creo que también por ahí pasa la
    "invitación" de la Teología radical. Y me surge
    pensar en la familia cristiana y la necesidad de ser
    realmente iglesia doméstica, un ámbito donde
    no falte la oración en la que se encuentren unidos los
    cónyuges entre sí y con sus hijos, donde los padres
    transmitan la fe, pues ellos deben
    ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante
    la palabra y el ejemplo.

    • La Cristología de la Teología Radical
      nos recuerda lo medular del mensaje cristiano,
      médula de la vida de Cristo: la caridad o el amor a
      los hombres como única epifanía del amor a
      Dios
      . Lo que realmente redime es el amor a los demás
      hombres, del que Cristo es el ejemplar por excelencia. Esta
      Teología nos "exige" el amor mutuo.

    En primer lugar, creo que esto nos deja, como Iglesia,
    una exhortación que tiene que ver con nuestra misma
    razón de ser pero que muchas veces descuidamos: es
    necesario testimoniar que la Iglesia es signo e instrumento de
    la comunión
    querida por Dios.

    Y, por tanto, es necesario estar siempre purificando lo
    que no nos ayuda a la comunión y no nos hace signos del
    amor del Señor para los hombres.

    Siendo que la comunión de vida en la
    Iglesia se obtiene por los sacramentos de la iniciación
    cristiana, creo que puede ayudar el reflexionar sobre esto
    . Y
    me parecía importante la siguiente pista del Documento de
    Medellín (Nº 1 del Cap. 6): Hasta ahora se ha contado
    principalmente con una pastoral de conservación, basada en
    una sacramentalización con poco énfasis en una
    previa evangelización. Pastoral apta sin duda en una
    época en que las estructuras sociales coincidían
    con las estructuras religiosas, en que los medios de
    comunicación de valores (familia, escuela, y otros)
    estaban impregnados de valores cristianos y donde la fe se
    transmitía casi por la misma inercia de la
    tradición. Es necesario madurar hacia una pastoral que
    renueve la evangelización de sus miembros de acuerdo a la
    nueva coyuntura.

    También creo que es provechoso reflexionar sobre
    la Eucaristía, ya que es el centro de
    comunión con Dios y con los hermanos,
    lugar
    privilegiado para el encuentro con Cristo vivo. Y recalcar que
    los pastores del pueblo de Dios, a través de la
    predicación y la catequesis, deben esforzarse en
    dar a la celebración
    eucarística dominical una nueva fuerza, como fuente y
    culminación de la vida de la Iglesia, prenda de su
    comunión en el Cuerpo de Cristo e invitación a la
    solidaridad como expresión del mandato del Señor:
    "que os améis los unos a los otros, como yo os he amado"
    (Jn 13, 34).

    No se edifica ninguna comunidad cristiana si ella no
    tiene por raíz la celebración de la
    Santísima Eucaristía, "mediante la cual la
    Iglesia continuamente vive y crece" (LG 26)

    Es también necesario recordar en estos tiempos (y
    dejándonos siempre iluminar por el modelo de la
    teología radical) el lazo existente entre la
    Eucaristía y la caridad. La participación en
    la Eucaristía debe llevar a una acción caritativa
    más intensa como fruto de la gracia recibida en este
    sacramento.

    • De acuerdo a la Teología radical, lo
      válido del mensaje evangélico es Cristo
      ,
      especialmente en la cruz, donde aparece la debilidad de Dios;
      por eso el mensaje evangélico se reduce a la
      imitación de Cristo
      . Y la vida de Dios comprende la
      muerte de
      sí, el don de sí, la pérdida de sí,
      la autodonación al hombre que halla en la muerte de
      Cristo su manifestación más suprema.

    Estos teólogos nos muestran a Jesús como
    quien invita al hombre a salir de sí mismo como
    decisión libre. Como quien invita al hombre a
    ser para los otros. Como quien no propone una
    teoría
    sobre Dios, sino que anuncia y hace presente al Dios vivo ante el
    que debe jugarse toda la existencia.

    El Maestro se hace vivo y presente en nosotros, en el
    corazón de la historia, y atrae de este modo el futuro de
    Dios al presente de los hombres, que aceptan como él
    existir para Otro, para los otros.

    Dietrich Bonhoeffer escribía desde la
    cárcel donde la barbarie nazi le había encerrado:
    El "ser-para-los-demás" de Jesús es la
    experiencia de la trascendencia. Sólo desde la libertad de
    sí mismos, sólo del
    "ser-para-los-demás" hasta la muerte nace la
    omnipotencia, la omnisciencia, la omnipresencia. Fe es participar
    de este ser de Jesús… Nuestra relación con Dios
    no es una relación "religiosa" con un ser, el más
    alto, el más poderoso, el mejor que pueda pensarse
    —ésta no es trascendencia auténtica—,
    sino que es una vida nueva en el
    "ser-para-los-demás", en la participación
    del ser de Jesús. Lo trascendente no es asunto infinito,
    inalcanzable, sino el prójimo que se nos presenta una y
    otra vez, que es alcanzable. ¡Dios en forma humana!…
    "¡el hombre para los demás!", y por eso
    crucificado. El hombre que vive a partir de lo
    trascendente.

    Más allá de cualquier desacuerdo con estas
    palabras, es cierto que nos da una importante luz para someter a
    purificación nuestro ser comunitario: Jesús no es
    un modelo exterior y lejano, sino que es el Dios cercano,
    doliente, que está junto a nosotros, en nosotros, en lo
    vivo de las tensiones de la historia. No es un extraño y
    ni le es extraña la realidad. Y está en el hermano.
    Y nos llama a que nuestra vida cristiana sea su misma vida en
    nosotros, sea su entrega al extremo, su donación, su ser
    para los demás. Nos invita a hacer, en nuestra
    situación, lo que Él hizo desde la suya (claro, con
    la guía del Espíritu
    Santo).

    Esto corresponde a la lógica
    de la Revelación: el amor de Dios es el primero y el
    mayor mandamiento, pero no puede cumplirse fuera del amor del
    hombre.
    No se cumple sin él.

    Esto también debe ser para la Iglesia un llamado
    siempre actual a la solidaridad particular con todos los que
    sufren y que experimentan la pobreza, la
    miseria, la injusticia, la persecución. Teniendo en cuenta
    justamente que, en Cristo, Dios se incorporó a la historia
    y -por Él- la humanidad puede ser liberada de todos los
    opios o alineaciones de la vida
    .

    Cristo fue enviado por el Padre para evangelizar a los pobres…, y levantar a los
    oprimidos (Lc. 4, 18), para buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc.
    19, 10); así también la Iglesia debe abrazar a
    todos los afligidos por la debilidad humana; más
    aún, la Iglesia, al reconocer en los pobres y sufrientes
    la imagen de su Fundador, debe estar disponible para aliviar sus
    necesidades y en ellos servir a Cristo.

    • Quisiera culminar este punto con una expresión
      que me parece que resume en mucho la enseñanza que
      podemos tomar de esta teología: el Evangelio
      hoy
      .

    La Teología radical nos deja preguntas cruciales:
    ¿Cómo anunciar el Mensaje al hombre de hoy incapaz
    de captar la trascendencia? ¿Cómo trasponer las
    categorías del primitivo cristianismo a las
    categorías de la cultura de hoy?

    También nos pone de cara al carácter
    humanizador y liberador del mensaje del Evangelio.

    El Evangelio puede ser anunciado también hoy y
    trae un mensaje fundamental para los graves problemas
    sociales.

    Pienso que esto nos ubica, por ejemplo, en la
    importancia que tiene el leer los signos de los tiempos que se
    hacen presentes y descifrables en los acontecimientos propios del
    lugar y época. Y en la necesidad de que, como cristianos,
    revaloricemos, estudiemos y asumamos con más fuerza toda
    la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia,
    con su lectura teológica de estos signos y su respuesta
    teológica y pastoral ante los desafíos que los
    tiempos actuales presentan. Esta doctrina debiera orientar
    nuestra maduración hacia una fe inculturada que
    esté al servicio de la liberación integral de los
    hombres.

    El Papa Juan Pablo II ha dicho: "La
    evangelización auténtica implica el
    auténtico desarrollo.
    (…) Evangelización y desarrollo
    humano integral -el desarrollo de toda persona y de toda la
    persona- están íntimamente ligados. (…) Al buscar
    su propio fin de salvación, la Iglesia no sólo
    comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde
    sobre el universo
    mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y
    elevando la dignidad de la
    persona.

    Precisamente porque el hombre ha sido revestido de esta
    extraordinaria dignidad, no debería verse reducido a vivir
    en condiciones sociales, económicas, culturales o políticas
    infrahumanas. Esta es la base teológica de la batalla por
    la defensa de la justicia y la
    paz social, por la promoción, la liberación y el
    desarrollo integral de la persona, de todas las personas, de cada
    uno de los individuos. (…)

    Este lazo entre evangelización y desarrollo
    humano explica la presencia de la Iglesia en la esfera social, en
    el debate
    público y en la vida social. (…) Por ello,
    desafía las conciencias de los Jefes de Estado y de
    los responsables de la vida pública a garantizar
    más aún la liberación y el desarrollo de sus
    pueblos. La proclamación de la Buena Noticia incluye, por
    este motivo, la promoción de iniciativas que contribuyan
    al desarrollo y ennoblecimiento de la existencia espiritual y
    material de la gente. Denuncia y combate también todo lo
    que degrada y destruye a la persona humana. (…)"

    Anunciar el Evangelio hoy nos está apuntando la
    exigencia de una hermenéutica que tienda a
    conseguir que los textos del pasado hablen a nuestro presente y
    lo conviertan o lo consoliden con su fuerza. Conseguir que el
    mensaje sea inteligible para el hombre de hoy. Quizás haya
    que modificar un lenguaje que deja indiferente al otro, modificar
    dinámicas, pero siempre teniendo en cuenta que "nuestra
    tarea no consiste en imponer nuestras razones, sino en conquistar
    almas".

     

    Lic. Viviana Endelman Zapata

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