- Ideas o conceptos de Dios a
purificar - Cristianos encarnados en el
mundo - Purificación de las
estructuras eclesiales
Ideas o conceptos de
Dios a purificar
Los pensamientos y doctrinas teológicas que se
entrecruzan en la Teología Radical (o Teología de
la muerte de
Dios) nos ayudan a encontrar algunas ideas o conceptos de Dios
que necesitan ser purificados. Señalo los
siguientes:
- Dios no es un "tapa huecos", un relleno. Así
se podría definir la imagen que me
invita a rechazar la "negación de todo apriorismo
religioso", punto de partida de la teología radical,
tomado de K. Barth. Imagen que asocio a una mentira
frecuentemente escuchada: que Dios es para el que lo busca una
especie de relleno, como una tapa del
vacío existencial.
Dejando de lado reservas al respecto, esta
negación me acerca al Dios que no puso en el hombre una
inclinación única, forzosa, no libre, hacia
Él, o una dependencia en forma de hueco, de insuficiencia
existencial. Bonhoeffer mismo echará en cara a las
personas religiosas que recurren a Dios como tapa-agujeros de los
límites
humanos.
Creo que vivir y anunciar a Dios como un "tapa-agujeros"
sería como ponerlo en la lista de la cantidad de
"sustitutos de la plenitud" que en la hora actual el hombre se
busca (podríamos analizar aquí las
idolatrías del presente)
También encuentro una exhortación a
rechazar toda imagen de Dios como una esponja que absorbe
al hombre y le impide realizarse, que lo esclaviza, que lo
asfixia, lo atonta, lo reprime. Imagen que, creo, está
detrás de consejos como "no te dejes absorber;
también tenés que hacer tus cosas; no postergues
tanto tu propia realización…" Es la imagen del Dios que
domina y no que ama. El Dios que esclaviza y no el que nos
regaló la libertad.
- La desmitificación pregonada por Bultmann me
alerta sobre otra desfiguración que tiene que ver con lo
sobrenatural como "tapa" y evasión de lo natural o del
carácter secular del mundo. No es lo
mismo saber ver a Dios en todas las cosas que dejar de ver las
cosas porque se mira a Dios. Esto último es una
equivocación que paraliza la vida del cristiano y muchas
veces despierta la reacción atea: "no lo metas a Dios en
esto".
Encontrar y anunciar al Dios presente en la historia del mundo, en el
presente, me remite a la necesidad que tenemos como cristianos de
percatarnos del nuevo mundo que ha surgido a nuestro alrededor,
en donde -por distintas razones- es muy difícil captar la
trascendencia de la vida, donde lo sobrenatural parece haber
desaparecido y la realidad trascendente resulta insignificante
para muchos, donde se pone en cuestión el sentido de lo
religioso, de lo sagrado, del misterio.
En relación a este punto, me ha parecido muy
interesante el pensamiento de
H. Cox. En expresiones como las que resumo a continuación
se encuentra, a mi entender, un profundo llamado a la
purificación de las ideas sobre Dios: Lo secular,
según Cox, no sería contradictorio con lo
religioso, sino la condición de su purificación y
el acceso a su madurez. Según Cox (en su conocida obra
La ciudad secular) la fe bíblica desencanta la
naturaleza y
desacraliza la política. La ciudad
secular de hoy día está en ese camino. Tanto el
"anonimato" como la "movilidad" social, que hoy se viven en el
medio urbano no serían antivalores bíblicos, sino
la condiciones de posibilidad de construir una vida humana desde
la esfera privada donde se recupera la libertad, para hacer esto
o lo otro, para quedarse aquí o para ir allá. El
hombre secular para Cox se caracteriza también por un
estilo de vida
definido por el "pragmatismo" y
la "profanidad". Según esta visión el hombre
"pragmático" no se mueve por "cuestiones últimas"
sino por "cuestiones próximas" a las que puede acceder,
conocer y resolver. Por su lado el "hombre profano" es un hombre
que decide por sí mismo con total autonomía y sin
depender de ningún poder
supramundano. Según Cox, ambas actitudes
pueden ser rescatadas desde una lectura
"secular" de la Biblia y no son contradictorias con la
revelación. Le toca a la pastoral de la Iglesia sacar
las consecuencias de tal lectura y aplicarlas a su pastoral para
salvar lo secular y no caer en el "secularismo" que sería
equivalente a la negación de todo valor
religioso y trascendente.
- En cuanto a los aportes de P.Tillich, me queda como
exhortación el volver a lo esencial del mensaje que Dios
nos revela en Jesús: la caridad como epifanía del
amor a Dios
(cf. 1 Jn. 4, 19-21). La concepción horizontalista y
ética
de la redención también es un llamado a mirar a
Dios como quien nos invita a salvar la vida en el amor a
los demás hombres.
Creo que esto es una invitación que está
muy clara en la Palabra de Dios.
- Las ideas de Bonhoeffer también me
interpelaron acerca de las imágenes
distorsionadas que nos hacemos de Dios. En primera instancia
significaron para mí como una alerta ante una fe que se
puede ir volviendo sinónimo de "vida con elementos
religiosos" en vez de hacer concreto el
Señorío de Jesús en el amor a los
otros.
Al respecto, me ha impactado y alertado la
convicción de Vahanian acerca de que la religiosidad es un
signo de profunda descristianización y que son los mismos
cristianos los que han matado a Dios, convirtiéndolo en un
producto
más de la sociedad de
consumo, en un
compañero cósmico y copiloto, en un idolillo o
diocesito que ya no está presente, un Dios hecho por el
hombre.
Más allá de las exageraciones que pueda
haber en estos planteos, encuentro implícita una
invitación al Señorío de Jesús, a la
centralidad del amor.
También pensando en el tema de la religión, veía
que algo a purificar es la imagen deformada de Dios que tienen
quienes no creen en la Iglesia; un Dios sin mediaciones: Dios
sí, la Iglesia, no.
Parte de esta desfiguración creo que tiene que
ver con lo siguiente: en general, se percibe que la imagen del
Dios de la ley, de la
obligación, ha sido superada por la del Dios del amor,
pero, frecuentemente, este Dios es percibido como un Dios a
medida propia, un "Dios de rostro amable" pero que no pone en
tensión de santidad la vida, ni crea compromisos, ni
exhorta a un amor responsable o a una libertad que dependa de la
verdad. Pasar a hablar del "Dios amor" en vez del "Dios
todopoderoso" no resuelve la cuestión; también
detrás de esta imagen puede encubrirse su Verdadero
rostro.
Cristianos
encarnados en el mundo
Desde las inquietudes anteriores, vemos que hay
hechos concretos que debemos realizar en nuestra comunidad
cristiana para demostrar que estamos encarnados en el mundo que
nos circunda.
Pienso primero en tres actitudes generales, pero muy
concretas, que debemos asumir en nuestra comunidad cristiana y
que están muy relacionadas entre sí:
–Interés
por la sociedad actual en la que estamos inmersos y a la que
podemos contribuir, intentando, por ejemplo: valorar sus
elementos positivos, no anatematizar sino más bien vivir
la actitud del
diálogo
(siempre con discernimiento).
-Rechazo de toda actitud de ghetto, de quedar afuera,
excluidos, extraños al entorno, lejanos a las realidades
temporales.
-Vivir como ciudadanos del mundo: una auténtica
espiritualidad mira al cristiano tanto como miembro de la
Iglesia, cuanto de la sociedad civil,
según lo enseña el apóstol San Pablo (Rom
12-13). Éste, si bien es peregrino del cielo, no es
fugitivo de la
tierra.
Como base de estas actitudes quizás debamos
partir de un efectivo reconocimiento de la autonomía de la
realidad terrena y su destino sobrenatural. En otras
oportunidades lo hemos dicho pero lo repetimos:
¿Cómo mostrar que el destino sobrenatural de las
realidades profanas no priva al orden temporal de su
autonomía, sino que lo afirma y lo perfecciona en su valor
y excelencia? Hay que seguir insistiendo que no se está en
contra de la laicidad (como esfera propia de las realidades
temporales que se rigen con leyes propias y
autonomía). Y, a mi entender, esta insistencia tiene que
partir de una sana integración de la vida y la fe. "Porque en
definitiva es el cristiano, motivado por su fe, quien debe
demostrar que también él admite y trata de realizar
la autonomía de la ciudad terrena. (…) Los cristianos
tenemos que demostrar prácticamente no sólo que nos
entregamos con afán y competencia a las
tareas laicas y terrenas, sino que, al ser movidos por la
esperanza escatológica, tenemos más motivos para
ser laicos."
Podemos demostrarlo, por ejemplo, realizando nuestro
trabajo con
responsabilidad y bien; también cumpliendo
con los compromisos ciudadanos (por ej.: cuidar la limpieza de
los espacios públicos, evitar ruidos molestos, ser buen
vecino, abonar a tiempo los
impuestos y
servicios,
votar).
Asimismo, creo que hay que formar la conciencia social
de los miembros de la comunidad eclesial, apuntando a una mayor
inserción del cristiano en la sociedad, pero siempre desde
el reconocimiento de una sociedad pluralista que salió de
la situación de cristiandad.
Pienso que este tema de la inserción implica,
como actitud básica, rechazar toda forma de
oposición entre las dimensiones espirituales o
escatológicas del Cristianismo y
su fuerza
transformadora de la realidad. De lo contrario, se estará
escondiendo lo más original y radical del cristianismo, su
capacidad para transformar desde dentro del corazón de
los hombres la realidad humana entera. Ya lo he dicho
también otras veces: los católicos hemos de
mostrar, en la vida cotidiana y en la práctica real y
social, que el servicio del
hombre es el criterio de autenticidad de nuestra fe y de nuestra
experiencia de Dios como Dios; y viceversa, que esta experiencia
(con Dios y no sin Dios) es la condición para un servicio
verdaderamente reconciliador y liberador del hombre.
La comunidad cristiana no puede tener un anuncio eficaz
ante la secularización, ante la expulsión de Dios
de la vida pública, si reduce lo religioso al
ámbito privado y del culto.
En orden a este anuncio eficaz, también creo que
nuestra fe en Dios como comunidad cristiana debe tener muchas
más cualidades de la confianza, de la esperanza, de la
entrega, que elementos de credulidad intelectual.
Junto a esto, otro hecho concreto que podemos realizar
es reformular el lenguaje y
contenido de nuestra pastoral a la luz del
diálogo de la teología con la nueva cultura (tema
de la hermenéutica y la ortopraxis). Buscar que
el Evangelio no sea letra muerta o incomprensible, y esto
especialmente desde el intento de vivir hoy según el
Evangelio. Sin embargo, creo que esta reformulación no
deberá implicar prejuicios metafísicos, ni quedarse
sólo en superficialidades hermenéuticas, o en una
actitud y compromiso acríticos con la nueva cultura.
Tampoco deberá caer en desfigurar la naturaleza de lo
religioso haciéndola "a la carta" (P.
Tillich) para que sea aceptada por una humanidad donde muchas
personas viven efectivamente sin religión.
Por último, quisiera resumir algunas ideas de
Bonhoeffer que me parecen muy sugerentes para repensar nuestra
inserción como comunidad cristiana en el mundo que nos
circunda:
Una cuestión que inquietaba mucho (especialmente
mientras estuvo prisionero del régimen nazi) al
teólogo evangélico alemán Dietrich
Bonhoeffer era: las condiciones de posibilidad, la razón
de ser y el sentido de la experiencia religiosa en un mundo que
vuelve la espalda a la religión. Razonando sobre esto
formuló varias preguntas que hoy, 60 años
después, tendrían especial vigencia para nuestra
reflexión:¿Qué sentido tienen la vida
cristiana y la liturgia en un mundo no religioso?
¿Qué significan una Iglesia, una parroquia, una
predicación, una liturgia, una vida cristiana en un mundo
sin religión? ¿Cómo hablar de Dios sin
religión, esto es, sin las premisas temporalmente
condicionadas de la metafísica, de la interioridad […]?
¿Cómo hablar […] "mundanamente" de Dios?
¿Cómo somos cristianos "irreligiosos-mundanos"?
¿Qué significan el culto y la plegaria en una
ausencia total de religión?
Más allá de todos los debates que puedan
surgir al respecto, es cierto que la evolución posterior de la religión y
de la cultura occidental ha confirmado las sospechas de
Bonhoeffer. Vivimos en un clima
socio-cultural secularizado, donde la religión ha
perdido el protagonismo que tuviera otrora.
En este clima cultural y religioso como el descripto,
Bonhoeffer cree que hay que renunciar a una interpretación religiosa del cristianismo y
optar por una interpretación no-religiosa. La negativa a
interpretar religiosamente la fe cristiana significa, para
él, renunciar a hablar de Dios de forma metafísica
e individualista, pues ambas formas son contrarias al mensaje
bíblico y a la cultura actual. No acepta la forma
metafísica porque lleva derechamente a pensar a Dios en
clave de absoluto e infinito y a situarlo fuera del mundo.
Tampoco le parece razonable la forma individualista porque le
llevaría a pensar a Dios fuera del ámbito
público de la existencia humana y a situarlo en el
ámbito de lo personal,
íntimo y privado.
Junto a la interpretación no-religiosa del
cristianismo, Bonhoeffer propone vivir "mundanamente", que
consiste en vivir en el mundo sin Dios, participar en el
sufrimiento de Dios en la vida del mundo. Es esto lo que hace que
el cristiano sea tal, y no el acto religioso. En definitiva, "ser
cristiano no significa ser religioso de cierta manera, sino ser
hombre, el hombre que Cristo crea en nosotros". En este punto
Bonhoeffer recalca que los cristianos de los primeros siglos
vivieron una "mundanidad-santa": la santidad en el mundo, una
santidad en tensión con la mundanidad y
viceversa.
En todo caso, estas palabras son un llamado a ser
comunidad cristiana encarnada en el mundo que nos circunda,
entregada al prójimo; comunidad que procure, sí, el
retorno de lo sagrado, pero no a la manera errada de una
neo-sacralización del mundo sino como retorno a la
"praxis
mesiánica del amor".
– Purificación de las estructuras
eclesiales
Llegamos finalmente a la pregunta: ¿Qué
estructuras eclesiales –o elementos de las mismas- debemos
purificar a la luz de esta teología?
- De acuerdo al modelo de la
Teología Radical una de las primeras cuestiones que
pienso es la necesidad de una purificación constante de
la pastoral cristiana para que tenga un anuncio eficaz
según el mundo en el que se inserta (en este caso,
un mundo totalmente secularizado).
De lo cual se desprenden cuestiones muy prácticas
como la importancia de tener conocimiento de la realidad del
entorno de la ciudad, del pueblo, donde se desarrolla la
pastoral, observando su idiosincrasia, aspectos cuantitativos,
realidad sociológica, horizonte cultural, su imaginario
social.
Junto a este conocimiento
del entorno, incluiría el buscar crecer en el
conocimiento de las otras comunidades que haya en el seno de
la Iglesia y las demás confesiones para promover juntos
(mediante la acción)
la estructuración del mundo circundante en referencia a
Dios.
Profundizando en esta cuestión, creo que estamos
hablando de una necesidad pastoral que podría resumirse
así: Si el Evangelio no quiere ser letra muerta debe
encarnarse, inculturarse.
Encuentro muy interesante al respecto las pistas que
propone Jorge R. Seibold: "La inculturación, para ser
llevada con éxito,
debe estar acompañada de una adecuada teología
inculturada, de una sabia pedagogía inculturada, que sepa encarnar el
evangelio en la cultura humana sin destruir lo que de bueno hay
en ella, y de una pragmática inculturada que sepa tomar
decisiones acertadas, a la luz del Evangelio, que respondan a
los desafíos precisos que la urbe le plantea a la pastoral
comunitaria."
Resumiendo sus ideas: una teología que
permita ver los acontecimientos humanos y las realidades mundanas
a la luz de la fe y que al mismo tiempo permita operarlas y
transformarlas según esa misma fe.
Al subrayar la importancia de los pueblos, esta
teología inculturada amplía los márgenes de
su comprensión teológica del Misterio de Cristo
viviente en los pueblos y permite al mismo tiempo avanzar hacia
un mayor compromiso pastoral de la comunidad eclesial con los
más pobres y excluidos.
Ligada a esta teología inculturada
debería, pues, elaborarse una pedagogía
inculturada de la pastoral comunitaria. No es suficiente
saber los contenidos, es preciso saber inculcarlos. Para ellos se
necesita una nueva pedagogía. Aquí la pastoral
puede aprender de los avances de las ciencias
pedagógicas, especialmente en lo que se refiere a la
pedagogía intercultural. Plantear este problema entre
multiculturalidad y Educación es
interesante, porque nos iluminará el problema que esta
multiculturalidad también plantea a la Iglesia en su
acción pastoral. Si la educación debe
saber asumir este problema de la multiculturalidad, cuanto
más la Iglesia. Este desafío debería llevar
a la Iglesia, sin desdecirse a sí misma, a cambiar su
tonalidad "monocultural" a fin de hacerse capaz de inculturarse
en la multiculturalidad adveniente y cumplir así la
misión
que Jesucristo le fijara.
En cuanto a la pragmática
inculturada, este teólogo señala el
prestar atención a los desafíos y las
demandas ante los que se encuentra hoy la comunidad
eclesial.
Y al referirse a las demandas que tienen que ver con la
sociedad posmoderna insertada en la sociedad urbana, Seibold nos
propone unas preguntas fuertes pero necesarias para nuestra
purificación ¿Qué posición pastoral
asumirá la comunidad eclesial frente a las manifestaciones
culturales posmodernas? ¿Se deslizará por los
caminos de la condena a semejanza de lo que sucediera en el siglo
XIX cuando se condenó sin discernimiento la cultura
moderna? ¿O se tratará de discernir en esta cultura
posmoderna las semillas del Verbo, para desde ella relanzar su
Buena Noticia inculturada?
Seibold apunta (y me enseña por dónde
pensar esta purificación) que una pastoral inculturada en
nuestras ciudades tendrá solo su pleno sentido si lleva a
la urbe al "encuentro con Jesucristo vivo, camino para la
conversión, la comunión y la solidaridad",
según lo dice Juan Pablo II. El mismo Santo Padre en su
reciente Carta
Apostólica Novo Millennio Ineunte nos recuerda, por
si lo olvidamos, que no hay "una fórmula mágica
para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no
será una fórmula la que nos salve, pero sí
una persona y la
certeza que ella nos infunde: ¡Yo estaré siempre con
ustedes!".
En este punto, es también muy enriquecedora la
reflexión que hace Scanonne, de la cual he escogido
algunas afirmaciones:
"En el diálogo entre fe y cultura, la
inculturación del Evangelio (incluida la de la
teología) corresponde a la
evangelización de la cultura. Como aquella,
también ésta respeta la autonomía de las
culturas y de quienes en ellas viven, según el
‘modelo’ de la Encarnación, sugerido por el
Papa. Pues precisamente un diálogo genuino supone la
autonomía y libertad de los que en él participan,
sobre todo si -de acuerdo a dicho ‘modelo’- dicho
diálogo se da por acción del Espíritu, ya
que donde está el Espíritu, ahí está
la libertad."
Coincido con el autor cuando, en relación a esta
evangelización y señalando el lugar destacado que
ocupan las ciencias sociales en nuestra cultura, destaca
la importancia que tiene emplear la contribución
de éstas como instrumento tanto para el análisis, la interpretación, el
discernimiento y la evaluación
de los signos de los
tiempos desde el Evangelio, como también para que la
caridad logre mediaciones históricas eficaces en la tarea
de hacer el mundo más humano, aun mediante un cambio radical
de estructuras sociales, interpretadas teológicamente como
"estructuras de pecado".
Claro que, tal como describe Scanonne, "se necesita un
discernimiento crítico, de carácter
evangélico y teológico, antes de que la
reflexión de fe asuma los aportes de los ámbitos
humanos de conocimiento, es decir, de las culturas, la
sabiduría de los pueblos y las ciencias, como son la
filosofía (y las distintas filosofías) y las
diversas ciencias del hombre y la sociedad, a fin de purificarlos
de su posible índole ideológica. Han de ser
"redimidos" del pecado que eventualmente condiciona y pervierte
al conocimiento. (…) Pues tanto la filosofía como las
ciencias del hombre presuponen en su tarea como ciencias una
precomprensión del hombre y la sociedad que las
caracteriza precisamente como tales, en su estatuto
epistemológico propio (…)."
En cuanto a la encarnación de la fe en las
culturas, a la redención de éstas de lo
anti-humano, y a su transformación y liberación,
coincido con que esta encarnación siempre debe estar
acompaña de un momento espiritual de conversión
y vivificación. Así, como para que el lenguaje de la
fe diga no sólo en forma nocional sino realmente
lo que pretende decir, ha de enraizarse en un testimonio de
vida. Y para esta vida nueva y la conversión que ella
supone, es necesaria la fuerza e inspiración del
Espíritu.
Y creo que, como cristianos, debemos crecer en el
reconocimiento efectivo que sólo por la fuerza del
Espíritu se realizan la evangelización de
las culturas y la inculturación (o
encarnación) del Evangelio en ellas. Siguiendo
también la enseñanza de la Palabra: si el
Señor no construye la casa, en vano se afanan los
constructores (cf. Sal 127,1).
- Lo anterior tiene más que ver con la
relación comunidad eclesial-entorno. Pero no puede
escapar a nuestro interés la necesidad de mirar
más hacia adentro. De hecho, ¿cómo asumir
esos desafíos si no es desde una nueva vitalidad
en las mismas estructuras eclesiales?
Podemos empezar mirando la parroquia,
lugar privilegiado en que los fieles pueden tener una experiencia
concreta de la Iglesia.
Las parroquias están llamadas a
ser receptivas y solidarias, lugar de la iniciación
cristiana, de la educación y la celebración de la
fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios,
organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de
los movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la
diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos
pastorales y superparroquiales y a las realidades circunstantes. Creo que contemplar y asumir esta misión
específica es ya un camino de purificación siempre
necesario para nuestras parroquias. ¿Se vive
así?
Lo cierto es que la parroquia debe renovarse
continuamente, partiendo del principio fundamental de que
la parroquia tiene que seguir siendo
primariamente comunidad eucarística.
Y una clave de renovación parroquial,
especialmente urgente en las parroquias de las grandes ciudades,
puede encontrarse quizás considerando la parroquia como
comunidad de comunidades y de movimientos. Parece por tanto oportuno la formación de
comunidades y grupos eclesiales
en las parroquias. Comunidades que deben basarse en la Palabra de
Dios y realizarse, en la celebración
eucarística.
Esto permitirá vivir más intensamente la
comunión, procurando cultivarla no sólo ad
intra, sino también con la comunidad parroquial a la
que pertenecen estos grupos y con toda la Iglesia diocesana y
universal. En este contexto humano será también
más fácil escuchar la Palabra de Dios, para
reflexionar a su luz sobre los diversos problemas
humanos y madurar opciones responsables inspiradas en el amor
universal de Cristo. La
institución parroquial así renovada
puede suscitar una gran esperanza. Puede
formar a la gente en comunidades, ofrecer auxilio a la vida de
familia,
superar el estado de
anonimato, acoger y ayudar a que las
personas se inserten en la vida de sus vecinos y en la
sociedad . De este
modo, cada parroquia hoy, y particularmente las del ámbito
urbano, podrá fomentar una evangelización
más personal, y al mismo tiempo acrecentar las relaciones
positivas con los otros agentes sociales, educativos y
comunitarios.
Las parroquias deben señalarse por su impulso
misional que haga que extiendan su acción a los alejados.
Pero este impulso solo brotará en la medida en que los
miembros de la comunidad tengan un sentido de pertenencia (de
nosotros) y una participación fructuosa en la vida
litúrgica y en la convivencia comunitaria. Es decir, en la
medida en que vivan como comunidad.
En relación a las parroquias y los
movimientos, me parece muy iluminador el siguiente comentario
de Seibold: en gran medida las parroquias tradicionales no
superan los criterios de su propia territorialidad y de sus
propias preocupaciones pastorales. Les cuesta moverse en el
horizonte más amplio que su propio territorio. Los
movimientos laicales son extraterritoriales y se mueven bajo
motivaciones que los hace ajenos a una estrategia
común. Y esto no es por mala voluntad. Es así
porque no hay una convocatoria, no hay una decisión
colegiada, donde todos estén comprometidos, desde el
Obispo, pasando por el presbiterio, los religiosos, las instituciones
laicales, los agentes de pastoral, hasta llegar a los simples
fieles. Aunque en los últimos decenios se hayan llevado a
cabo en grandes ciudades latinoamericanas experiencias muy
interesantes y alentadoras. Es preciso –dice este
teólogo- ganar el espacio físico y mediático
de la urbe. Muchas de nuestras parroquias incluso no han ganado
todavía su propio espacio externo. Es como si nuestras
comunidades eclesiales estuvieran centradas en el templo,
aisladas de la calle y del barrio (en esta estrategia las
iglesias evangélicas nos han ganado la calle y los
sectores estratégicos del espacio barrial por la
multiplicación de pequeños y activos lugares
de culto). Las comunidades eclesiales de base y otras estructuras
populares radicadas en familias o en grupos de familias han sido
formas sugerentes y nuevas para resolver este desafío.
Pero además se debe entrar en el espacio mediático.
Todo un desafío para la pastoral urbana.
Pero –aclara- la puesta en el lugar de nuevas
instancias más cercanas a la gente no resuelve totalmente
el problema pastoral, si no se flexibiliza la estructura
interna de la comunidad, especialmente de sus agentes de
pastoral. La parroquia ha heredado un fuerte sesgo personalista
ligado al párroco, que corre el peligro de trasladarse a
estas unidades menores. Rige en algunos lugares una estática
"sociedad eclesiástica" regida por una
"eclesiología de potestades" dada por la desigualdad de
sus estamentos, clero y laicos, donde unos mandan y otros
obedecen, unos enseñan y otros aprenden. Es verdad que
este modelo está en extinción, pero todavía
la comunidad eclesial no ha abordado de modo positivo y
alternativo otras modalidades de participación donde rija
más lo comunitario y fraternal, donde la autoridad
tenga un sentido verdaderamente ministerial, y se avance
decisivamente hacia una concepción y práctica
realmente comunitaria de los ministerios. Para ello se necesita
una iglesia comunitaria dialogal, que sepa aceptar sus
diferencias dentro de la fraternidad y del logro de consensos y
acuerdos pastorales. Y es preciso que esos espacios de
diálogo se institucionalicen.
En orden a esta
purificación puede ser interesante hacer una mirada al
ministerio sacerdotal. Quizás justamente por el
amplio abanico de desafíos del mundo actual y el extenso
campo en que se desarrolla la actividad de los sacerdotes, deba
empezarse por no perder de vista lo esencial de su servicio.
Conviene, por ello, que coloquen
como centro de su actividad lo que es esencial en su ministerio:
dejarse configurar a Cristo Cabeza y Pastor, fuente de la caridad
pastoral, ofreciéndose a sí mismos cada día
con Cristo en la Eucaristía, para ayudar a los fieles a
que tengan un encuentro personal y comunitario con Jesucristo
vivo. Como testigos y discípulos de Cristo misericordioso,
los sacerdotes están llamados a ser instrumentos de
perdón y de reconciliación, comprometiéndose
generosamente al servicio de los fieles según el
espíritu del Evangelio. Una mejor distribución de las tareas (impulsando la
participación y corresponsabilidad de los fieles con
cualidades para la animación de la comunidad) les
permitirá consagrarse a lo
que está más estrechamente conexo con el encuentro
y el anuncio de Jesucristo, de modo que signifiquen mejor, en el
seno de la comunidad, la presencia de Jesús que congrega a
su pueblo.
Desde su propio lugar podrán entonces, con
frutos, estar atentos a los desafíos del mundo actual y
ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes,
compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud
de solidaridad con los pobres.
Los seminarios, como lugares de acogida y
formación de los llamados al sacerdocio, han de preparar a
los futuros ministros de la Iglesia para que vivan en una sólida espiritualidad de
comunión con Cristo Pastor y de docilidad a la
acción del Espíritu, que los hará
especialmente capaces de discernir las expectativas del pueblo de
Dios y los diversos carismas, y de
trabajar en común.
Desde la perspectiva que estamos analizando, parece
central que, dentro de la formación general, se promueva
en los seminaristas la capacidad de observación crítica
de la realidad circundante que les permita discernir sus valores y
contravalores, como requisito indispensable para entablar un
diálogo constructivo con el mundo de hoy.
Creo que lo anterior vale como necesidad imperante para
todas las personas consagradas al anuncio del Evangelio,
tanto para los que eligen una vida contemplativa y testifican lo
absoluto de Dios, para quienes hacen presente a Cristo en los
diversos campos de la vida humana, para los que ayudan a resolver
la tensión entre apertura real a los valores
del mundo moderno y profunda entrega de corazón a Dios.
¿Y qué decir de los laicos? Pienso,
por ejemplo, en el desafío que implica, estando encarnados
en una cultura donde se van haciendo corrientes la corrupción, la inmoderación en el
consumo, la violencia,
etc., encarnar valores profundamente evangélicos como la
misericordia, el perdón, la honradez, la transparencia de
corazón y la paciencia en las condiciones
difíciles. Un desafío que implicará
seguramente una gran fuerza creativa
en gestos y obras que expresen una vida coherente con el
Evangelio.
Creo que también por ahí pasa la
"invitación" de la Teología radical. Y me surge
pensar en la familia cristiana y la necesidad de ser
realmente iglesia doméstica, un ámbito donde
no falte la oración en la que se encuentren unidos los
cónyuges entre sí y con sus hijos, donde los padres
transmitan la fe, pues ellos deben
ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante
la palabra y el ejemplo.
- La Cristología de la Teología Radical
nos recuerda lo medular del mensaje cristiano,
médula de la vida de Cristo: la caridad o el amor a
los hombres como única epifanía del amor a
Dios. Lo que realmente redime es el amor a los demás
hombres, del que Cristo es el ejemplar por excelencia. Esta
Teología nos "exige" el amor mutuo.
En primer lugar, creo que esto nos deja, como Iglesia,
una exhortación que tiene que ver con nuestra misma
razón de ser pero que muchas veces descuidamos: es
necesario testimoniar que la Iglesia es signo e instrumento de
la comunión querida por Dios.
Y, por tanto, es necesario estar siempre purificando lo
que no nos ayuda a la comunión y no nos hace signos del
amor del Señor para los hombres.
Siendo que la comunión de vida en la
Iglesia se obtiene por los sacramentos de la iniciación
cristiana, creo que puede ayudar el reflexionar sobre esto. Y
me parecía importante la siguiente pista del Documento de
Medellín (Nº 1 del Cap. 6): Hasta ahora se ha contado
principalmente con una pastoral de conservación, basada en
una sacramentalización con poco énfasis en una
previa evangelización. Pastoral apta sin duda en una
época en que las estructuras sociales coincidían
con las estructuras religiosas, en que los medios de
comunicación de valores (familia, escuela, y otros)
estaban impregnados de valores cristianos y donde la fe se
transmitía casi por la misma inercia de la
tradición. Es necesario madurar hacia una pastoral que
renueve la evangelización de sus miembros de acuerdo a la
nueva coyuntura.
También creo que es provechoso reflexionar sobre
la Eucaristía, ya que es el centro de
comunión con Dios y con los hermanos, lugar
privilegiado para el encuentro con Cristo vivo. Y recalcar que
los pastores del pueblo de Dios, a través de la
predicación y la catequesis, deben esforzarse en
dar a la celebración
eucarística dominical una nueva fuerza, como fuente y
culminación de la vida de la Iglesia, prenda de su
comunión en el Cuerpo de Cristo e invitación a la
solidaridad como expresión del mandato del Señor:
"que os améis los unos a los otros, como yo os he amado"
(Jn 13, 34).
No se edifica ninguna comunidad cristiana si ella no
tiene por raíz la celebración de la
Santísima Eucaristía, "mediante la cual la
Iglesia continuamente vive y crece" (LG 26)
Es también necesario recordar en estos tiempos (y
dejándonos siempre iluminar por el modelo de la
teología radical) el lazo existente entre la
Eucaristía y la caridad. La participación en
la Eucaristía debe llevar a una acción caritativa
más intensa como fruto de la gracia recibida en este
sacramento.
- De acuerdo a la Teología radical, lo
válido del mensaje evangélico es Cristo,
especialmente en la cruz, donde aparece la debilidad de Dios;
por eso el mensaje evangélico se reduce a la
imitación de Cristo. Y la vida de Dios comprende la
muerte de
sí, el don de sí, la pérdida de sí,
la autodonación al hombre que halla en la muerte de
Cristo su manifestación más suprema.
Estos teólogos nos muestran a Jesús como
quien invita al hombre a salir de sí mismo como
decisión libre. Como quien invita al hombre a
ser para los otros. Como quien no propone una
teoría
sobre Dios, sino que anuncia y hace presente al Dios vivo ante el
que debe jugarse toda la existencia.
El Maestro se hace vivo y presente en nosotros, en el
corazón de la historia, y atrae de este modo el futuro de
Dios al presente de los hombres, que aceptan como él
existir para Otro, para los otros.
Dietrich Bonhoeffer escribía desde la
cárcel donde la barbarie nazi le había encerrado:
El "ser-para-los-demás" de Jesús es la
experiencia de la trascendencia. Sólo desde la libertad de
sí mismos, sólo del
"ser-para-los-demás" hasta la muerte nace la
omnipotencia, la omnisciencia, la omnipresencia. Fe es participar
de este ser de Jesús… Nuestra relación con Dios
no es una relación "religiosa" con un ser, el más
alto, el más poderoso, el mejor que pueda pensarse
—ésta no es trascendencia auténtica—,
sino que es una vida nueva en el
"ser-para-los-demás", en la participación
del ser de Jesús. Lo trascendente no es asunto infinito,
inalcanzable, sino el prójimo que se nos presenta una y
otra vez, que es alcanzable. ¡Dios en forma humana!…
"¡el hombre para los demás!", y por eso
crucificado. El hombre que vive a partir de lo
trascendente.
Más allá de cualquier desacuerdo con estas
palabras, es cierto que nos da una importante luz para someter a
purificación nuestro ser comunitario: Jesús no es
un modelo exterior y lejano, sino que es el Dios cercano,
doliente, que está junto a nosotros, en nosotros, en lo
vivo de las tensiones de la historia. No es un extraño y
ni le es extraña la realidad. Y está en el hermano.
Y nos llama a que nuestra vida cristiana sea su misma vida en
nosotros, sea su entrega al extremo, su donación, su ser
para los demás. Nos invita a hacer, en nuestra
situación, lo que Él hizo desde la suya (claro, con
la guía del Espíritu
Santo).
Esto corresponde a la lógica
de la Revelación: el amor de Dios es el primero y el
mayor mandamiento, pero no puede cumplirse fuera del amor del
hombre. No se cumple sin él.
Esto también debe ser para la Iglesia un llamado
siempre actual a la solidaridad particular con todos los que
sufren y que experimentan la pobreza, la
miseria, la injusticia, la persecución. Teniendo en cuenta
justamente que, en Cristo, Dios se incorporó a la historia
y -por Él- la humanidad puede ser liberada de todos los
opios o alineaciones de la vida.
Cristo fue enviado por el Padre para evangelizar a los pobres…, y levantar a los
oprimidos (Lc. 4, 18), para buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc.
19, 10); así también la Iglesia debe abrazar a
todos los afligidos por la debilidad humana; más
aún, la Iglesia, al reconocer en los pobres y sufrientes
la imagen de su Fundador, debe estar disponible para aliviar sus
necesidades y en ellos servir a Cristo.
- Quisiera culminar este punto con una expresión
que me parece que resume en mucho la enseñanza que
podemos tomar de esta teología: el Evangelio
hoy.
La Teología radical nos deja preguntas cruciales:
¿Cómo anunciar el Mensaje al hombre de hoy incapaz
de captar la trascendencia? ¿Cómo trasponer las
categorías del primitivo cristianismo a las
categorías de la cultura de hoy?
También nos pone de cara al carácter
humanizador y liberador del mensaje del Evangelio.
El Evangelio puede ser anunciado también hoy y
trae un mensaje fundamental para los graves problemas
sociales.
Pienso que esto nos ubica, por ejemplo, en la
importancia que tiene el leer los signos de los tiempos que se
hacen presentes y descifrables en los acontecimientos propios del
lugar y época. Y en la necesidad de que, como cristianos,
revaloricemos, estudiemos y asumamos con más fuerza toda
la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia,
con su lectura teológica de estos signos y su respuesta
teológica y pastoral ante los desafíos que los
tiempos actuales presentan. Esta doctrina debiera orientar
nuestra maduración hacia una fe inculturada que
esté al servicio de la liberación integral de los
hombres.
El Papa Juan Pablo II ha dicho: "La
evangelización auténtica implica el
auténtico desarrollo.
(…) Evangelización y desarrollo
humano integral -el desarrollo de toda persona y de toda la
persona- están íntimamente ligados. (…) Al buscar
su propio fin de salvación, la Iglesia no sólo
comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde
sobre el universo
mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y
elevando la dignidad de la
persona.
Precisamente porque el hombre ha sido revestido de esta
extraordinaria dignidad, no debería verse reducido a vivir
en condiciones sociales, económicas, culturales o políticas
infrahumanas. Esta es la base teológica de la batalla por
la defensa de la justicia y la
paz social, por la promoción, la liberación y el
desarrollo integral de la persona, de todas las personas, de cada
uno de los individuos. (…)
Este lazo entre evangelización y desarrollo
humano explica la presencia de la Iglesia en la esfera social, en
el debate
público y en la vida social. (…) Por ello,
desafía las conciencias de los Jefes de Estado y de
los responsables de la vida pública a garantizar
más aún la liberación y el desarrollo de sus
pueblos. La proclamación de la Buena Noticia incluye, por
este motivo, la promoción de iniciativas que contribuyan
al desarrollo y ennoblecimiento de la existencia espiritual y
material de la gente. Denuncia y combate también todo lo
que degrada y destruye a la persona humana. (…)"
Anunciar el Evangelio hoy nos está apuntando la
exigencia de una hermenéutica que tienda a
conseguir que los textos del pasado hablen a nuestro presente y
lo conviertan o lo consoliden con su fuerza. Conseguir que el
mensaje sea inteligible para el hombre de hoy. Quizás haya
que modificar un lenguaje que deja indiferente al otro, modificar
dinámicas, pero siempre teniendo en cuenta que "nuestra
tarea no consiste en imponer nuestras razones, sino en conquistar
almas".
Lic. Viviana Endelman Zapata