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La Patria en septiembre




Enviado por rostciro



    1. Un hombre y su tierra: la fe
      en el Señor de la Historia
    2. Paradoja de obediencia y
      desobediencia
    3. Belgrano: fe viva y
      encarnada
    4. En la víspera, la
      entrega
    5. La batalla: salvación
      de la Patria

    La Virgen, Madre y Redentora de los cautivos; y el
    General Belgrano, Patriarca del pueblo y la Nación
    Argentina, en un mes de septiembre se mostraron reunidos, a los
    ojos de los hombres y para siempre, tal como estamos ordenados en
    el plan de Dios:
    Ella, Generala; él, subordinado fiel.

    Belgrano y Septiembre, como marco cronológico de
    acontecimientos trascendentes, mes de la presencia de la
    eternidad entre nosotros por las apariciones de la Virgen; son
    dos realidades constantes a lo largo de nuestra historia. En el pasado y en
    el presente. Tan constantes como aquellos que antes y ahora
    mismo, intentan confundir y divertir la marcha de la Nación.

    El empleo de la
    libertad
    observa estas conductas a lo largo del tiempo:
    aquellos que vinculan irreduciblemente presente y pasado, entre
    la Patria y la tierra
    común, con la felicidad de todos sus hijos, en obediencia
    y consecuencia con el orden de la Creación, para
    desentrañar "lo futuro", desde una misma misión,
    siempre renovada pero igual; y aquellos, enemigos de esa misma
    creación, que quieren borrar la historia, y plantean
    como única posibilidad un presente desastroso e
    incierto.

    Los primeros han luchado sin parar para conservar la
    historia común sin separarla del presente y el futuro.

    Se han animado a adentrarse en éste, teniendo por
    límite el misterio.

    Tomamos desde nuestro presente, en este septiembre,
    el ejemplo de aquellos que cumplieron con la misión que
    el Señor les encomendó; aquellos que lucharon
    contra el maligno y sus aliados de siempre. Su entrega fue total,
    tanto que el camino quedó marcado para siempre:
    el
    camino de la patria, su misión, su libertad. Su
    salvación.

    La marcha de la Argentina nos muestra, y
    ésta es la principal de nuestras constantes
    históricas, en los hombres y en los hechos colectivos, la
    presencia de Dios en esta tierra. Él es quien
    marca este
    camino, ayudado por sus hombres obedientes. Ayer, hoy y
    siempre.

    Manuel Belgrano es uno de estos hombres. Y sus hechos,
    algunos de otros muchísimos hechos que alumbran esta
    lectura.

    Mucho se ha escrito sobre el Gral. Belgrano, y
    seguramente mucho más se escribirá, por cuanto, en
    tanto más se conoce y aprecia su persona, mayor es
    la necesidad de ahondar en su obra, su personalidad y
    en su carácter.

    Probablemente también, el futuro nos permita
    conocer algunos nuevos documentos, como
    ha ocurrido hace poco tiempo con el Libertador, que iluminen y
    muestren, ya bien facetas hasta ahora poco conocidas, o bien
    amplíen y profundicen aquellas vistas a lo largo de las
    décadas.

    En todo caso no variará el juicio
    histórico que las generaciones de patriotas sobre
    él se han formado. Muy por el contrario, no serán
    sino mayores inmersiones en el reconocimiento, agradecimiento y
    veneración hacia uno de los hombres que más han
    contribuido a la preparación y formación de
    nuestro pueblo y a la libertad de la Patria.

    Tanto cuando atendía las realidades materiales que
    imponía la situación; cuanto, por sobre todo y ante
    todo, habiéndose ofrecido él entero a la causa de
    la Patria, tuvo siempre casi como en su norte, el otro, el hijo
    de la tierra. Y
    así viviendo y así sufriendo pobrezas, ataques,
    rechazos, pero
    siempre sabiendo que tenía un
    mérito: la salvación de todo un
    pueblo.

    En el convencimiento de que "…Belgrano es uno
    de aquellos caracteres históricos que ganan en la
    intimidad…",
    el que sigue no es un ensayo
    historicista, como tampoco una novela
    histórica.

    Se trata de una reconstrucción, en parte
    fáctica, en parte interpretativa, y en parte ficcionada,
    de la fe y espiritualidad de Manuel Joaquín del
    Corazón
    de Jesús Belgrano
    , ubicada en torno del 24 de
    septiembre de 1812.

    Para no sólo acercarnos más a su alma humana,
    sino comprender y aprehender otra dimensión de su
    persona, y, a través de su actuación, la presencia
    del Señor de la Historia entre nosotros, los
    argentinos.

    Más, como el hombre y la
    historia colectiva son un proceso, antes
    de llegar y para mejor comprender y aprehender tal dicho momento
    exacto, es necesario veamos fugazmente los antecedentes y
    precedentes en la vida del Patriarca. Pero, insistimos, el centro
    del relato estará en su fe y espiritualidad, aunque
    sujetándonos en todo concepto, a los
    hechos y los dichos de nuestro General.

    I. Un
    hombre y su
    tierra: la fe en el Señor de la Historia

    Así como la verdad supera toda verosimilitud, la
    realidad supera también toda apariencia y se impone a
    cualquier manipulación. Verdad y realidad exigen ser
    buscadas tal cual son, más allá de los hechos
    sensibles. No basta, entonces, la simple reconstrucción de
    acontecimientos, si éstos no son captados en su completa
    integralidad, para lo cual está de más la mera
    imaginación, y alcanza la razón si es alumbrada por
    los ojos del corazón; aquellos que provienen de la fe y la
    aceptación de que en la historia de un hombre y de un
    pueblo, podemos encontrar constante y permanentemente destellos
    de eternidad. E informan las conductas, personales y
    colectivas.

    Así fue, así vivió y
    experimentó Belgrano, como lo veremos en cada uno de los
    siguientes pasos. De ello derivamos su eternidad, es decir, su
    constante presente y actualidad, porque "…el estudio de
    lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en
    lo presente y porvenir; porque, desengañémonos, la
    base de nuestras operaciones,
    siempre es la misma, aunque las circunstancias alguna vez la
    desfiguren".

    El relato sobre lo pasado sólo sirve para, en
    cada presente, acercarse a develar el misterio del destino
    común.

    ¿Cómo se haría entonces, si
    siguiéramos dejando afuera a Quién todo lo
    hace?

    Y si así no lo hiciéramos, ¿de
    qué hombre hablaríamos exactamente cuando nos
    referimos al General Belgrano?

    No es caprichoso ver a Belgrano, en analogía con
    aquellos que nos enseña el Antiguo Testamento, como un
    auténtico Patriarca de la Nación argentina. Y ello
    sin caer en la falsa apología de crear "un modelo ideal,
    sin sombras ni contrastes"
    , tal como si se tratara de una
    abstracción. Él mismo, con su Autobiografía
    nos desmentiría, si intentáramos un tal
    despropósito.

    De entre todos los patriarcas de nuestro pueblo,
    encontramos en el Belgrano públicamente conocido, al
    más cercano y parecido a cualquier hombre común, de
    ayer y de hoy, pero distinto por la grandeza de su total e
    incondicional entrega a Dios en la causa de la Patria.

    Sin miedos, fue capaz de poner y apoyarse en sus propios
    defectos, errores y limitaciones, al servicio de
    esa causa, aceptando encargos para los cuales en nada estaba
    preparado. Pues hasta su preparación y diríamos,
    incluso sus sueños de juventud, fue
    capaz de dejar de lado, con tal de responder a dicho llamado: la
    libertad de la Patria; tal vez, de haberse desenvuelto en otro
    tiempo, tal preparación y sueños podría
    haberlos realizado, si la Patria de él hubiera necesitado
    al estadista y hombre de gobierno y de
    pensamiento.

    Más, sin embargo, la realidad, a la que supo ver
    y aceptar en su totalidad, exigió de él otros
    desempeños, y a ellos se entregó con absoluta
    dedicación, pues si en algo ciertamente se apoyaba, era en
    la fe, el amor y la
    obediencia a la Providencia.

    De ser un niño y un joven de buen vivir,
    allá, "…cuando contaba con una libertad
    indefinida, …entregado a mí mismo… y
    tenía cuanto necesitaba para satisfacer mis caprichos"

    supo Belgrano vivir después en la más extrema
    pobreza
    material, derivada de la riqueza de su fe. Sabía y
    experimentaba que nada puede hacerse fuera de Dios. Que nada
    podía decidir, hacer, construir sin la presencia del
    Altísimo.

    Resulta sorprendente encontrar que, desde su primer
    contacto con el gobierno real, y en funciones
    coloniales, extrae Belgrano el aprendizaje
    sobre la libertad y la independencia.
    Tenía ya la vocación y "…el deseo de
    propender cuanto pudiese al provecho general"
    , aunque
    aún, secundariamente, le motivara el "…adquirir
    renombre con mis trabajos hacia tan importante objeto".
    Pero
    en este punto aparece, aún en la lejanía
    kilométrica, el de dirigirlos "…particularmente
    a favor de la patria".

    De las ideas primeras de bien común, libertad,
    igualdad,
    seguridad,
    propiedad,
    deriva seguidamente ver como tiranos a todos aquellos
    "…que se oponían a que el hombre, fuese donde
    fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la
    naturaleza le
    habían concedido, y aún las mismas sociedades
    habían acordado en su establecimiento directa ó
    indirectamente".

    Conocer y experimentar rápidamente la
    desilusión sobre los verdaderos manejos y objetivos de
    la España
    y de los españoles poderosos sobre las colonias, tanto
    allá como en estas mismas tierras, aunque abatido su
    ánimo sobre la fructificación de éste, su
    trabajo
    consular, no por ello se derrumbó su espíritu,
    dedicándose entonces a utilizar ese empleo como semillero
    de nobles y altos propósitos. Se esmeró así,
    en sembrar, "…echar las semillas que algún
    día fuesen capaces de dar frutos, ya porque algunos
    estimulados del mismo espíritu se dedicasen a su cultivo,
    ya porque el orden mismo de las cosas las hiciese
    germinar".

    Sobre la base de sus primeras ideas, comienza a madurar
    en Belgrano la patria. Entre líneas podemos seguir el hilo
    dorado de su pensamiento: del presente de sometimiento a un
    futuro de libertad, en una tierra que es su tierra, aún en
    contraste con el mundo hasta entonces por él aceptado (el
    reino español),
    y todo referido al Creador, sea como creación sensible y
    natural, como el orden mismo de dicha creación encierra;
    hasta la elaboración de los derechos que de ello se deriva
    como subordinadamente.

    En ocasión de la segunda invasión inglesa
    de 1806, iniciará Belgrano su conversión hacia la
    aceptación de una misión trascendente. Aunque
    aún sigue siendo funcionario colonial, aparece un nuevo
    desempeño: el militar. La realidad empuja
    más allá de toda previsión humana, y
    generalmente se viste de dolor. No ya y solamente dolor personal, sino
    como aceptación del dolor por la colectividad, la patria
    misma.

    Discernimiento que realiza en el mismo andar: la
    realidad de la vida lo interroga y responde. Contemplativo en
    acción,
    que no titubea en sumergirse en esa realidad total, tal cual es:
    grandezas y miserias, virtudes y defectos; rumbo y desvío
    que toda circunstancia muestra. Defecciones y mezquindades de
    quienes se suponía tenían el mayor deber, junto a
    la heroicidad de un pueblo dispuesto pero aún sin dirección precisa
    .

    El dolor de la Patria: "…Todavía fue
    mayor mi incomodidad cuando vi entrar las tropas enemigas, y su
    despreciable número para una población como la de Buenos Aires:
    esta idea no se apartó de mi imaginación, y poco
    faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza: me era
    muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación, y sobre
    todo en tal estado de
    degradación que hubiese sido subyugada por una empresa
    aventurera…"

    Esa conversión lo instala a Belgrano en la
    contemplación de la Patria y su destino como siendo un
    don, un camino, un llamado: necesidad y trabajo
    . Como todo lo
    Creado, primordial y finalmente le pertenecen al Creador, y como
    todas las criaturas, tiene signada su
    salvación.

    Patria y tierra son dos conceptos irreduciblemente
    ligados justamente en la intimidad creadora, siendo de
    allí donde se deriva la noción de amor, servicio
    y belleza que luego los hombres y las generaciones aceptan o
    dejan de aceptar.

    A una hermosa patria no siempre le corresponde una
    hermosa tierra en el sentido físico, aunque Él
    puede siempre poner caminos en el desierto y ríos en la
    estepa. Pero en nuestro caso, a una indubitable hermosa tierra
    física,
    pródiga, benigna y diversa, como destino le corresponde la
    hermosura de la Patria, donde lo físico troca como
    no-físico en libre, digna y justa.

    Belgrano cifró, inicialmente en lo físico,
    la hermosura de la patria por la riqueza de la tierra. Sin
    embargo, la esperanza derivada de su fe, ligada al drama de los
    acontecimientos mismos, lo fueron llevando a descubrir y madurar
    la otra hermosura, la inmaterial, sabiendo y aceptando que
    todo lo que existe en este mundo es obra del Señor.
    Que esta patria es de Él porque Él la
    creó.
    Y ese fue, definitivamente, su verdadero norte,
    verdadera meta: luchar para hacerla y conservarla libre y
    llena de paz
    .

    Más adelante veremos, en ocasión del 25 de
    mayo de 1812, que éste era su pensamiento director:
    "…Ea, pues, soldados de la Patria, no olvidéis
    jamás que nuestra obra es de Dios…"

    Todo lo creado tiene una misión que cumplir. La
    tierra no sólo es la geografía, la
    posición relativa, los climas, ríos y riquezas que
    guarda.

    Amor a la patria es amar la obra del Señor.
    Cuidar la patria es cuidar la obra del Señor y estar en
    contacto con el Corazón Inmaculado. Amor y cuidado del
    Señor y de la Patria son una misión, alta y hermosa
    aunque duela. Para el servidor, la
    misión, el destino de la Patria, es siempre superior a
    sí mismo.

    Tierra amada es también el corazón del ser
    nacional, que es allí, en los corazones de sus hombres. La
    vida, la acción de sus hombres.

    La libertad es la Patria libre. Y esa es
    una gloria, "…pero esta gloria debemos sostenerla de un
    modo digno, con la unión, la constancia y el exacto
    cumplimiento de nuestras obligaciones
    hacia Dios, hacia nuestros hermanos, y hacia nosotros mismos;
    á fin de que la Patria se goce de abrigar en su seno hijos
    tan beneméritos, y pueda presentarla á la
    posteridad como modelos que
    haya de tener a la vista para conservarla libre de enemigos y en
    el lleno de su felicidad…".

    La dignidad y
    libertad de la Patria y de sus hijos, la cifra en la triple
    condición de unión, base del bien y destino
    común y la hermandad activa; constancia en la
    lucha, trabajo y cuidado protector; y exacto cumplimiento de
    las obligaciones,
    fundamento de todo derecho y sociedad,
    también en una triple dimensión: Dios, los
    hermanos y nosotros mismos.

    Amar a Dios es amar a la patria y a los hermanos como a
    nosotros mismos. Este es el vínculo de amor que
    contextúa y precisa "las obligaciones". Irreduciblemente y
    en ese exacto y preciso orden.

    De donde podemos inferir los dos planos de la libertad:
    libertad personal y libertad en Dios.

    Con sus propias palabras y acciones
    podemos ilustrar ambos planos, referidos a acontecimientos
    ocurridos en distintos momentos. El primero, cuando en
    ocasión de la momentánea conquista de Buenos Aires
    por los ingleses en 1806, la casi totalidad del Consulado
    había prestado juramento de fidelidad a las nuevas
    autoridades usurpadoras, Belgrano camina otro camino:
    "Me liberté de cometer, según mi modo de
    pensar, este atentado
    , y procuré salir de Buenos
    Aires, casi como fugado; porque el general se había
    propuesto que yo prestase el juramento… y pasé a la
    banda septentrional del Río de la Plata, a vivir en la
    capilla de Mercedes…"

    Del segundo, la libertad en Dios, tenemos un primer
    atisbo en el siguiente párrafo, referido a los acontecimientos de
    mayo de 1810, cuando tras dolerse nuevamente del estado actual,
    sólo encuentra consuelo en "… el convencimiento
    en que estoy, de que
    siendo nuestra revolución
    obra de Dios, Él es quien la ha de llevar hasta su
    fin
    , manifestándonos que toda nuestra gratitud la
    debemos convertir a Su Divina Majestad y de ningún modo a
    hombre alguno"

    Vemos aquí, también, su concepto de
    obediencia
    , éste que permitirá luego comprender
    sus "desobediencias" a los poderes, cuando sus exigencias no
    coincidieran con los primordiales.

    Aunque nunca dejó de apreciar los defectos y
    errores de los compatriotas de su tiempo, que les atribuía
    principalmente al deplorable estado de su educación, nueva
    mostración de su realismo misericordioso, aquella
    contemplación sobre Dios y la Patria, igualmente se fue
    extendiendo a los hombres, volcándose paulatinamente hacia
    los "hijos de la tierra" como portadores de la voluntad, tanto de
    libertad, cuanto de disciplina y
    acatamiento a los crecientes requerimientos del
    camino.

    Esta experimentación, lo llevó a la
    decisión definitiva de que era "…preciso
    corresponder a la confianza del pueblo, y todo me contraje al
    desempeño de esta obligación, asegurando como
    aseguro a la faz del universo, que
    todas mis ideas cambiaron, y ni una sola concedía a
    un objeto particular, por más que me interesase: el bien
    público estaba a todos instantes a mi
    vista"

    Ahora sí, vemos la conversión completa:
    hacia Dios, en los hermanos, por la causa superior de la libertad
    y salvación de la Patria. Y marca así,
    también él como destello de eternidad, el camino
    común: como presente y futuro amalgamados, pues el
    presente de Belgrano es nuestro pasado, pero su futuro es nuestro
    presente y también nuestro futuro. Más adelante
    volveremos sobre este mismo tópico.

    Todas sus ideas cambiaron, confiesa. En especial las
    referidas a las formas políticas
    que debían contener las aspiraciones de libertad e
    independencia, por cuanto éstas no resisten
    prefiguraciones, sino que exigen la aceptación del genio
    propio de los pueblos. De republicano acérrimo a
    monárquico en diversas acepciones, irá tratando de
    develar en cada situación cuál es la forma que
    más se adapte a la idiosincrasia y al mandato de la
    tierra. Sin hacer en ninguno de los momentos cuestión de
    partido ni posición con ninguna de ellas.

    Porque sabía y aceptaba que por sobre las formas
    y los acontecimientos mismos, estaba la presencia e
    intervención del Señor de la Historia en la misma
    historia de los hombres "… el convencimiento en que
    estoy, de que siendo nuestra revolución obra de Dios,
    Él es quien la ha de llevar hasta su fin..
    ." Y a ellos
    se subordinaba, y desde ello contemplaba la realidad y la
    evolución de los procesos.

    Luego de la tercera invasión inglesa de 1807,
    tras largas conversaciones con su prisionero, el General
    Crawford, concluye el episodio con que no menos de un siglo
    haría falta para estar en situación de
    independencia.

    Sigue la inmediata reflexión volcada en su
    Autobiografía: "¡Tales son en todo los
    cálculos de los hombres! Pasa un año, y he
    aquí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para
    ser independientes, Dios mismo nos presenta la
    ocasión
    con los sucesos de 1808 en España y en
    Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad
    e independencia en América, y los americanos empiezan por
    primera vez a hablar con franqueza de sus
    derechos…"

    En los días previos a las jornadas de mayo de
    1810, Belgrano era de los que más pugnaba por la directa e
    inmediata insubordinación, primero, y consecuentemente la
    libertad e independencia. Realízase una reunión
    secreta (sin embargo, él sabía por quienes
    inmediatamente Cisneros habríase de enterar de todo cuanto
    se conversaba) y el prócer, como era su costumbre y
    conducta, no tuvo
    reparo alguno ni guardó tampoco siquiera en parte, su
    pensamiento independentista. Los resultados de la reunión
    fueron más que desgraciados, pues ninguno de los presentes
    quiso siquiera considerar sus argumentos, por temor a las
    represalias del Virrey usurpador.

    Sigue la reflexión de Belgrano sobre dicha
    jornada: "Pero la Providencia que mira las buenas
    intenciones y las protege por medios que no
    están al alcance de los hombres,
    por triviales y
    ridículos que parezcan
    , parece que borró de
    todos hasta la idea de que yo hubiese sido uno de los
    concurrentes a la tal Junta, y ningún perjuicio se me
    siguió: al contrario a D. Juan Martín
    Pueyrredón lo buscaron, lo prendieron y fue preciso
    valerse de todo artificio para salvarlo…"

    Para concluir esta breve semblanza, no podemos dejar de
    hacer mención de la Bandera nacional creada por nuestro
    General, por cuanto la prodigalidad, el florecimiento de esta
    tierra, la aspiración del destino-misterio, es lo
    significado en sus símbolos: blanco y celeste. Esos colores florecen,
    fructifican en los corazones de los hijos de la tierra a lo largo
    de las generaciones.

    El 25 de mayo de 1812, en ocasión del juramento
    al símbolo, pocas horas antes bendecido, en su Proclama a
    las tropas y el pueblo jujeño, exigirá que no
    olviden jamás "… que Él nos ha
    concedido esta Bandera, que nos manda que la sostengamos, y que
    no hay una sola cosa que no nos empeñe a mantenerla con el
    honor y decoro que le corresponde…"

    Para los argentinos, desde entonces, el celeste del
    cielo es el manto de María y el blanco, la túnica
    de Jesús.

    Hemos tratado hasta aquí de mostrar las
    convicciones más profundas del General Belgrano y de donde
    derivarán sus principios,
    valores y
    conductas. Entrañable unión entre fe y vida, vida y
    misión, misión y Patria, patria y tierra, criatura
    y Creador.

    En próximos capítulos se retomará
    esta visión, pero ahora sí tanto desde su fe viva y
    encarnada, cuanto en el momento exacto de las jornadas de
    septiembre de 1812.

    II. Paradoja
    de obediencia y desobediencia

    El contexto histórico previo a
    septiembre de 1812

    Cualquier adjetivo que se utilizara para describir la
    situación general de la Patria en aquel tiempo,
    resultaría poco menos que desesperante. A las amenazas de
    los ejércitos españoles y la situación
    internacional, crecientemente desfavorable, se le sumaba la
    descomposición política del campo
    nacional, que, en ritmo sostenido conllevarían a los
    desgarros interiores por décadas.

    Y si bien aún no tenían el grado de
    violencia que
    adquirirían después, no por ello ya se manifestaban
    como nefastas para la existencia de la Patria, cuando ésta
    aún estaba emergiendo a la faz de la tierra. Y en especial
    para nuestro General, que aún existiendo por encima de
    toda facciosidad, fue, sin embargo, víctima de la misma en
    reiteradas ocasiones. Al decir de varios autores, la
    revolución comenzaba a fagocitarse a sus mismos actores.
    En rigor, comenzaba a pasar el tiempo de los precursores. Al
    menos, el de algunos de ellos, y pagaban su precio. Eran
    los compañeros de Belgrano, aún con sus
    diferencias.

    La situación de nuestro pueblo, mientras tanto,
    contextuado en esos mismos problemas,
    comenzaba a distinguirse. Para quien pudiera y quisiera verlo.
    Belgrano lo hizo.

    Sobre el tópico de los problemas intestinos,
    germen de la guerra civil,
    haremos exclusivamente las menciones imprescindibles que
    directamente afecten el alma y la acción de Manuel
    Belgrano, pues otra óptica
    excedería por completo el marco de esta
    reconstrucción.

    El año anterior, 1811, significó el
    preludio de cuanto le acaecería a Belgrano en forma
    directa. La secesión del Paraguay es el
    primer eslabón de una más larga cadena.

    Desde el punto de vista militar, la actuación de
    Belgrano no puede contarse entre las mejores páginas de su
    historia personal, aunque en verdad sí representó
    una especie de "escuela", a la
    que no había asistido sistemática y
    académicamente, imprescindible para el desarrollo de
    toda actividad. Él mismo no se cansó de argumentar,
    ante el gobierno porteño, sobre lo impropio de su misma
    designación al frente del Ejército cuya
    misión era proteger y auxiliar al Paraguay. No se trataba
    de un ejército conquistador.

    Ejército que, bien sea dicho ahora, para
    después volver a repetirlo en las circunstancias del Alto
    Perú, sólo existía en la nominalidad del
    gobierno de Buenos Aires.

    Más bien haríamos justicia en
    hablar de un regimiento, tanto por el número de soldados
    entrenados, cuanto por jefes y oficiales que lo fueron
    reforzando, ampliado, eso sí, por el entusiasmo y la
    voluntad de cientos de hijos de la tierra. Voluntarios sin
    ninguna preparación ni disciplina, pero enrolados tanto
    por el ansia de libertad patria, cuanto por seguir a ese hombre
    venido del puerto, que por primera vez en tantos años, no
    sólo se preocupa por ellos y los trata bien, sino que
    conmueve su corazón y refuerza su disposición a la
    lucha por la libertad y la independencia.

    A las carencias de conocimientos militares, Belgrano las
    suplió desde el primer instante con sus dones para la
    conducción política. Y si bien siempre fue
    sumamente exigente en el orden y la disciplina, sin escatimar los
    medios que debiera aplicar entre la tropa y el pueblo mismo, dada
    la índole de la fuerza que
    tenía que emplear, la fuerza militar organizada en
    ejército, lo hizo como quien ya está imbuido de una
    misión superior, más allá de conquistar la
    victoria por el combate o "hacer carrera".

    Tempranamente advierte la indisposición de "los
    pueblos" ante el gobierno revolucionario. En especial, porque la
    dirección política que tomaba éste, poco
    tenía que ver con la idiosincrasia de la
    población.

    El Reglamento dictado en diciembre de 1810 para el
    régimen político, administrativo y reforma de los
    pueblos de Misiones, por un lado; y la fundación de los
    pueblos de Mandisoví y Curuzú Cuatiá, por el
    otro, granjearon sin dudas la adhesión de las gentes a
    este hombre, que en todo se mostraba distinto.

    Pero por sobre todo, observaron que su conducta personal
    no tenía diferencia con todo cuanto decía y
    exigía. Para el rigor y el trabajo,
    siempre el primero. Y, además, y esto es lo más
    importante de señalar, que la piedad y misericordia
    derivada de su fe eran una cosa viva y desde ellas pedía y
    exigía, siempre con amor. Formaban parte no ya solamente
    de sus convicciones íntimas, sino que toda su misma
    acción era informada por ellas. Por eso lo
    amaron.

    Entonces, aunque no sin arduo empeño de su parte,
    Belgrano escribió en el litoral y con el Ejército
    Auxiliar, una segunda página en el libro de su
    futura gloria. No en el orden militar, sino en el
    político.

    Página ésta que será cerrada
    más tarde con otra victoria en medio de la derrota de las
    armas. Pues si
    bien no pudo impedir la escisión de la provincia del
    Paraguay (estaba esto más allá de sus
    posibilidades), sí en cambio la
    trocó a favor de mantener la hermandad de los pueblos y la
    unicidad del combate por la libertad y la
    independencia.

    Pero la derrota militar había existido, y
    también los errores por parte del General en Jefe del
    Ejército. Y esto fue aprovechado por sus enemigos
    políticos en Buenos Aires, para hacerlo objeto de su
    persecución, promoviéndole juicio por sus procedimientos en
    la expedición al Paraguay. No había cargos que
    hacerle, sólo "aquellos a que hubiera lugar", y por lo
    tanto, mediante carteles de convocatoria a civiles y militares,
    se llamaba a declarar contra el General Belgrano. Nadie se
    presentó a deponer en su contra, pero sí muchos lo
    hicieron a su favor.

    Tanto desde los cuerpos políticos –los
    Alcaldes de Barrio con Tomás Grigera a la cabeza, cuanto
    desde los mismos militares que habían servido bajo sus
    órdenes en el referido ejército. Oficiales y tropa
    ya "…que no había un oficial ni un soldado que
    tuviera la menor queja que producir contra
    él…"
    ; Y, además, por "…el amor
    a la justicia, y salvar el buen nombre de un patriota a quien
    vimos sacrificarse en todas las ocasiones en obsequio de la
    patria y de la gran causa que defendemos…"

    Prosigue más adelante la declaración:
    "…encontramos motivos para admirar no tan sólo
    su hábil política y madura prudencia, conque todo
    lo componía uniendo los ánimos y llenándonos
    de fuego verdaderamente militar…"

    Y finaliza la declaración: "…que no
    todos los que marchaban al lado del enunciado jefe,
    tendrían toda la grandeza de ánimo que era
    necesario arrostrar para acompañar el Sr. D. Manuel
    Belgrano, que penetrado íntimamente de la importancia de
    nuestro sistema, y
    entusiasmado con heroísmo del amor de su patria,
    no
    había sacrificio que no estimase corto para la
    libertad
    "

    Aunque la ignominia armada y manipulada en su contra
    concluyera con otro triunfo político; aunque viera
    reafirmado el amor de aquellos que beneficiaba –sin que
    dejara por ello de exigirles altas dosis de disciplina y
    disponibilidad-, y que iban constituyendo la base de un nuevo
    pueblo
    , el dolor de las heridas de la patria emergente
    seguían calando profundamente en el General, tanto en su
    cuerpo como en su ánimo. Pero su espíritu, y de
    esto dará pruebas hasta
    el final, en rigor, seguiría elevándose cada vez
    más.

    Mientras tanto, en el otro frente de la guerra, el otro
    norte, el del Alto y Bajo Perú, la situación no era
    menos crítica. Aquí también se
    presentaban, mezcladas, tanto las cuestiones propias de los
    avatares militares como las políticas, derivadas por el
    rumbo incierto y las disputas intestinas del gobierno
    porteño, a las que, en este caso, sumaban las
    personalidades de los dirigentes, civiles y militares que
    operaban en este frente.

    Y finalmente, si bien el triunfo en la batalla de las
    Piedras –preparada por los trabajos de Belgrano, aunque ya
    hubiera entregado el mando de este Ejército-, y el
    consecuente sitio sobre Montevideo, no alcanzaban para disipar
    los peligros. Ya desde el mar –donde enseñoreaba la
    escuadra española-; ya por la guarnición
    montevideana; ya desde la frontera del
    Brasil, donde
    estaban acantonadas las tropas portuguesas en continua amenaza de
    invasión a la Banda Oriental, convertían a este
    tercer frente de guerra en los que se debatían las armas
    de la Patria, en frágil e inestable.

    Pero detengámonos momentáneamente sobre el
    segundo, el del Alto Perú, pues es el que directamente
    atañe al General Belgrano.

    De inicio, este frente que apuntaba al corazón
    del poder realista
    en Suramérica, Lima, no fue evaluado correctamente, ni
    resuelto en consecuencia. Tanto desde el punto de vista
    estrictamente militar, como del político. Y, a más,
    la alta dirección política que debía
    controlar y corregir la propia organización militar, desnudó sus
    defectos. Entregó su conducción a sucesivos ineptos
    comandantes, prohijó la insubordinación de jefes y
    oficiales, incluso los más altos mandos, y permitió
    el desarrollo de operaciones más allá de toda
    viabilidad.

    Desde el punto de vista político, el Gobierno no
    supo ver en la designación de sus representantes la
    inadecuación de éstos al teatro de
    operaciones, su cultura e
    idiosincrasia. Con este conjunto de problemas deberá
    lidiar Belgrano cuando se haga cargo del mando.

    Tanto la conducción militar, como la
    política habían estirado las operaciones hasta el
    límite norte del anterior Virreinato, en Desaguadero. La
    retaguardia no estaba en absoluto asegurada. Mucho menos, en la
    participación activa de las poblaciones.

    Muy por el contrario, encontramos aquí el
    principal escollo que ahora, y después, se le
    presentará al gobierno de Buenos Aires con estas
    provincias y que sólo una década más tarde
    tendrá resolución definitiva.

    Es que no comprendían las leyes de la
    guerra como tampoco las de la política. Aún era
    fuerte el sentimiento pro-español en estas tierras,
    particularmente entre las clases acomodadas, pero más
    fuerte aún lo era su cultura acendrada, y que tenía
    en la religión un sostén indudable, que
    sólo Belgrano, a posteriori, fue capaz de reconocer e
    incorporar activamente.

    Pero en este tiempo, Castelli y los suyos, con su cabeza
    más en los libros que en
    la realidad, y su corazón más en las propias ideas
    que en la tierra y las gentes de la época,
    dejáronse llevar por el jacobinismo antes que por la
    misión que habían tomado. A este respecto, es
    preciso referir un hecho que habla por sí mismo, sin
    necesidad de mayores argumentos.

    El mismo está referido por José M. Paz en
    su obra, en forma de nota, relatando precisamente la retirada
    luego de la derrota del Desaguadero: "…Cuando se
    retiraba el ejército derrotado en el Desaguadero, se
    detuvo Castelli unos días en Chuquisaca, y sus ayudantes,
    de los que uno era Escobar, acompañados de otros oficiales
    locos, pasando una noche por una iglesia,
    vieron una cruz en el pórtico, a la que los devotos
    ponían luces; alguno de ellos declamó contra la
    ignorancia y fanatismo de aquellos pueblos, y otro propuso, para
    ilustrarlos, arrancar la cruz y destruirla; así lo
    hicieron, arrastrándola un trecho por la calle. Este era
    un caso de inquisición".

    El ejército español, por la hábil
    conducción de Goyeneche, había aprovechado a su
    favor el concepto de incredulidad que se atribuía entre
    toda la población a los jefes y oficiales de nuestro
    ejército. Como apunta Paz en sus "Memorias…", los soldados realistas que
    morían, "… eran reputados por mártires de
    la religión, y como tales volaban directamente al cielo a
    recibir los premios eternos. Además de política,
    era religiosa la guerra que se nos hacía
    , y no es
    necesario mucho esfuerzo de imaginación para comprender
    cuánto peso añadía esta última
    circunstancia a los ya muy graves obstáculos que
    teníamos que vencer…"
    .

    Sirvan los párrafos precedentes como marco
    contextual para comprender a cabalidad todo lo que posteriormente
    diremos sobre la conducción del General Belgrano, ya en el
    ejército del Paraguay, como en éste del
    Perú, momento en que nos explayaremos con detenimiento
    sobre la formación en la fe y las prácticas
    religiosas en que se apoyó.

    Pero permítasenos adelantar el juicio: puso en
    práctica no una política entendida con sus
    contenidos usuales, sino que sentó las bases de una
    verdadera Fideipolítica, en la que
    armónicamente se integraban los elementos de la
    conducción, basados y fundados en la fe. Tanto en su
    aplicación militar como civil.

    Pero volvamos al relato. Este ejército en
    retirada, de aquí en más, como cuerpo, no
    volverá a pisar tierras altoperuanas mucho más al
    norte de Suipacha. En rigor, restringido a las provincias del
    Bajo, nuestras actuales del noroeste, con incursiones en
    aquellas, en general convertidas en derrota.

    En este marco es nombrado Belgrano al mando de este
    ejército. Pero esto, igual que antes con el del Paraguay y
    Banda Oriental, es demasiado ampuloso. El mismo General lo
    describe al hacerse cargo: "Yo no quería hablar a V.E.
    de dinero
    jamás, pero V.E. Me ha puesto en esta decisión
    encargándome del mando de éste que se llama
    ejército, cuando puede ser que con toda su fuerza acaso no
    se formaría un regimiento…".

    Goyeneche no lo ignoraba y cometió, una vez
    más, la imprudencia de hacerlo conocer: "…el
    expirante Gobierno de Buenos Aires, combatido por todas partes
    sin recursos ya para
    subsistir…"

    Belgrano pone manos a la obra para reunir y organizar
    los medios necesarios, humanos y materiales, para el cumplimiento
    de su misión. Su rectitud, tenacidad y patriotismo
    serán la mejor garantía para afrontar con éxito
    toda situación negativa. Para ello confiará, ante
    todo y por sobre todo, en que "…la Divina Providencia
    nos abra un camino para mejorar la suerte, y que la Patria
    se vea libre de tantos apuros como la rodean"

    Y ese camino, más aún que en el
    Paraguay –no dicho esto como comparación entre ambas
    poblaciones, sino sobre sí mismo, por cuanto el General ya
    ha aprendido bastante más que en aquella oportunidad- en
    orden a participación efectiva, amplia, generosa, lo
    encontrará Belgrano en el propio pueblo
    . Pero tuvo que
    "verlo", y para verlo no le alcanzaban los ojos del cuerpo,
    hacían falta los del corazón.

    Pues la Providencia, siempre, elige y prepara un pueblo;
    aunque también de ese pueblo, como en este caso, elija y
    prepare a un hombre sobre quien recaiga la responsabilidad mayor. Y aquí es donde
    Belgrano termina de madurar la belleza, la hermosura de la
    Patria. Esa otra hermosura, si se quiere inmaterial, como es el
    corazón de los hombres: la tierra en la que trabaja
    Dios.

    Pero como todo camino, no está libre de
    obstáculos, impedimentos, asechanzas, desviaciones,
    acechantes. Son los corazones de los hombres que,
    sabiéndolo o no, responden a otro mandato, a otro poder. Y
    de éstos, Belgrano tuvo que padecer en abundancia,
    especialmente entre los mandos superiores del
    ejército.

    Pues las divisiones que luego llevarían al
    desgarro entre los argentinos, tenían su comienzo no
    sólo entre los políticos de Buenos Aires, sino
    también entre los militares en operaciones. Belgrano, que
    no era hombre de partido, tuvo que sobreponerse a todos
    ellos.

    Entre los acechantes, podemos nombrar a Juan Ramón
    Balcarce, "hombre mediocre", como lo califica el Gral. Paz
    en un meduloso análisis de su conducta.

    "…Díscolo, intrigante
    (acechante), y diré también,
    cobarde…"
    como lo califica el propio General
    Belgrano.

    Pero no es el único. En rigor, pocos son los que
    cumplen con su deber de obediencia militar o en ellos prevalece
    la alta misión de la libertad de la Patria. La
    mayoría, aunque buenos patriotas y hasta valerosos
    combatientes, aún desde el inicio mismo se dejarán
    llevar por sus intereses y pasiones personales o de grupo o
    facción, en detrimento de la autoridad y
    acción de su Comandante en Jefe.

    A mediados del mes de julio tuvo el General noticias
    acerca de que los realistas reconcentraban sus fuerzas en
    Suipacha y que sus avanzadas operaban ya sobre La Quiaca. Todo
    anunciaba una nueva invasión.

    La noticia del desastre en Desaguadero, lejos de
    amilanar el brío popular de la provincias Bajas, muy por
    el contrario lo alzó, pues comenzó a presentirse el
    peligro que corría la causa de la libertad. El
    entusiasmo suele inocularse por el dolor mismo
    .

    Gregorio Araoz de Lamadrid, en sus "Memorias", nos
    noticia de que "…el señor gobernador
    aceptó mi ofrecimiento como el de otros
    muchos;…Marchamos a los pocos días con un
    escuadrón, …y habiendo costeado el uniforme de
    dicho escuadrón por las señoras del
    pueblo."

    Los pueblos generalmente no reaccionan de modo
    homogéneo frente a los peligros. Los párrafos
    anteriores son una muestra de cómo algunos, inmediatamente
    sacan coraje ante una simple y distante noticia. Otros, incluso
    más cercanos físicamente a los peligros que los
    asechan, necesitan de otro tipo de medidas.

    Pero, finalmente, también reaccionan.

    El General, hasta principios de julio dudaba tanto de
    seguir retirándose hacia el sur, cuanto de la respuesta
    que brindaría el pueblo. En tal sentido son elocuentes las
    diversas cartas que
    escribe a B. Rivadavia en dicho período. Pero
    también reaccionó: supo guardar para mejor
    oportunidad su íntima resolución sobre el comportamiento
    militar; y supo mirar con otros ojos a su pueblo. Y
    confió. Aunque sin dejar de tomar los recaudos necesarios,
    incluso los más duros… pero
    confió.

    En Tucumán habría de tener otra respuesta
    similar a la comentada anteriormente, cuando ya tanto su
    resolución íntima y lo esperable de su pueblo,
    coincidieron.

    Belgrano decide, entonces, operar él mismo con
    sus fuerzas reconcentradas, ya no sólo las militares bajo
    su mando, sino el pueblo todo. Toma las decisiones e imparte las
    órdenes correspondientes a su ejército, pero
    también las referentes a la civilidad.

    Se produce así, el 23 de agosto de 1812 el Exodo
    Jujeño, una de las páginas más gloriosas de
    nuestra historia nacional. Todo un pueblo en marcha, dejando tras
    sí la desolación, para que ni un simple ternero, ni
    un kilo de trigo pudiera ser aprovechado por el enemigo.
    Había declarado traidores a la patria a los que no
    cumpliesen, y lo perderían todo; y por último,
    imponía la pena de la vida a quienes no cumplieran con las
    guardias e incluso a quienes inspiraran desaliento, sin
    distinción de clase o
    condición.

    "…Todos comprendieron que era cuestión
    de vida o muerte…",
    apunta Mitre.

    Y en la respuesta a las protestas del Cabildo
    jujeño, el General Belgrano nos deja señalada,
    entre líneas, su auténtica inspiración,
    aquella que brota de su misma intimidad, la que está en
    contacto con el Creador: "…No busco plata con mis
    providencias, sino el bien de la patria, el de ustedes mismos, el
    del pueblo que represento, su seguridad que me está
    confiada.
    Ayúdenme, tomen conmigo un empeño
    tan digno por la libertad de la causa sagrada de la patria,
    eleven sus espíritus, que sin que sea una fanfarronada, el
    tirano morderá el polvo con todos sus
    satélites
    ".

    Ante tal voluntad, el pueblo se galvaniza y se
    predispone "…a desplegar esa fuerza gigantesca que
    ellas mismas ignoraban, y que después ha hecho de las
    provincias del Norte un baluarte inconmovible".

    Así vamos llegando a Tucumán, pero por el
    camino de las carretas, por Burruyacú, lejos de San
    Miguel, su capital. El
    General había dispuesto tal derrotero, hacia Santiago,
    pues debía cumplir las órdenes de Buenos Aires,
    seguir retrocediendo hasta Córdoba. Permanecía en
    él intacta su resolución íntima de no
    hacerlo, de afirmarse en las provincias del Bajo y presentar
    batalla.

    Y aquí, nuevamente el pueblo: "…Esta
    determinación alarmó tanto a los tucumanos que, se
    presentó su gobernador Bernabé Araoz
    acompañado de mi tío el Dr. Pedro Miguel Araoz que
    era el cura y vicario, así como muchas familias conocidas,
    a pedir al señor General que no los abandonasen y
    ofrecerle que alarmarían toda la provincia y
    correrían la suerte que les deparase una batalla…
    El señor General accedió a esta petición tan
    determinada y dictó las órdenes más
    necesarias para esperar al enemigo"
    .

    ¡He aquí el camino que había
    rogado a la Providencia!

    ¡He aquí la tierra que trabaja Dios,
    aún "por medios que no están al alcance de los
    hombres,
    por triviales y ridículos que
    parezcan"
    , según su propio decir!

    ¡Ésta es la oportunidad!

    Y Belgrano desobedece a su gobierno terrenal que
    le exigía a cualquier costo seguir
    retrocediendo. Debemos resaltar un párrafo de la
    explicación que el General da de su conducta a sus
    mandantes políticos, afirmándose en la voluntad
    popular
    : "Es de necesidad aprovechar tan nobles
    sentimientos
    que son obras del Cielo que tal vez empieza a
    protegernos
    ".

    Comienza aquí a reunir, Belgrano, el verdadero
    ejército
    , aquél que con uniforme o sin uniforme
    es el que cuenta para la "causa sagrada de la patria",
    cualesquiera sean las circunstancias. La base humana de la
    hermosura de la Patria.

    Ejército en el que se ve la acción del
    Señor de la Historia. Un pueblo nuevo con un largo pasado.
    Del que Belgrano es parte, pero eminente diferencia.

    Ejército de corazones nuevos, llenos de
    amor y esperanza. La verdadera arma con la que
    contará Belgrano, y tras él, los otros Patriarcas
    de la Nación Argentina, que se animen, como él, a
    buscarlo y encontrarlo.

    III. Belgrano: fe
    viva y encarnada

    a) Su fe y su religiosidad: devoto de
    María

    "La fe no es propia de los soberbios sino de los
    humildes", recuerda San
    Agustín.

    La fe es un don divino; sólo Dios la puede
    infundir más y más en el alma. Es él quien
    abre el corazón del creyente para que reciba la luz sobrenatural,
    y por eso debemos implorarla; pero a la vez son necesarias unas
    disposiciones internas de humildad, de limpieza, de apertura…,
    de amor que se abre paso cada vez con más seguridad. Todo
    nuestro trabajo y nuestras obras deben ser plegaria llena de
    frutos.

    Hasta lo más valioso de nuestras obras
    quedaría sin fruto si prescindiéramos del deseo de
    cumplir la voluntad de Dios: Dios no necesita de nuestro trabajo,
    sino de nuestra obediencia.

    La llamada de Dios –y a todos nos llama- es en
    primer lugar, iniciativa divina, pero exige correspondencia
    humana: "No me habéis elegido vosotros a Mí; si no
    que Yo os elegí a vosotros".

    Hemos visto en los capítulos precedentes aspectos
    de la fe viva que encarnaba Manuel Belgrano. En éste
    ahondaremos en la misma, pero mostrando, además, su
    aplicación a la vida pública, a la
    conducción, y la incidencia en la
    organización política y militar que tal
    dimensión tenía. Como hemos dicho, Belgrano
    anticipa la formulación de una política de los
    fieles aplicada a la libertad de la Patria y la salvación
    de todo un pueblo, Fideipolítica
    .

    Comencemos por su propia profesión de fe:
    "Soy verdadero cristiano, católico, apostólico,
    romano"
    .

    El rezo del santo rosario de María era de
    obligación cotidiana
    , según lo mandaba el mismo
    Reglamento del ejército. Tanto para los oficiales como
    para la tropa, y solía dirigirlo Belgrano mismo.
    Según un testigo presencial, lo común era ver "la
    devoción y la ternura con que todos pronunciaban las
    frases. Y en ninguna circunstancia, por inconveniente que fuera,
    se abandonaba esta práctica.

    Así nos lo atestigua también el General
    Paz: "…Recuerdo que al día siguiente de la
    derrota de Ayohuma, hizo formar en círculo, después
    de la lista, los menguados restos de nuestro ejército,
    y colocándose en el centro, rezó el
    rosario
    , según se hacía ordinariamente.
    Fuera
    (además) de los sentimientos religiosos que
    envolvía esta acción, quería hacer entender,
    que nuestra derrota en nada había alterado el orden y la
    disciplina"
    .

    Así prueba que la oración y el rosario,
    verdadera cadena de unión, son las armas verdaderas para
    derrotar al enemigo.

    No se restringió solamente sobre esta
    práctica piadosa, a las propias fuerzas que le tocara
    comandar. Incluía el uso de otros símbolos
    religiosos de devoción mariana, pero, además, la
    impartición de la Enseñanza.

    De la misma manera, tampoco se agotó sobre las
    fuerzas propias. Muy por el contrario, no se cansó de
    hacerla extensiva al mismo Gobierno para que la incorporara de
    modo obligatorio, como a cuantos de sus compañeros
    alcanzara a llegar.

    En tal sentido alcanza hasta la más alta
    apreciación de la situación. Era su parecer que
    "…los españoles en ningún caso se
    animarían a hostilizar a Buenos Aires formalmente,
    …mucho menos si el Gobierno imbuía a la tropa en
    máximas religiosas
    , obligándolas a rezar el
    rosario
    , y a cargar cada soldado un escapulario de la
    Virgen de las Mercedes…"

    Organizó también la Capellanía del
    ejército. En una serie de ordenanzas enviadas al Vicario,
    canónigo Juan Ignacio Gorriti podemos apreciar en la 3ra.
    De ellas: "Prevendrá a todos (los Capellanes)
    cumplan con su obligación de hallarse presentes a la
    hora del rosario
    , y cumplir con las órdenes que
    estén comunicadas sobre su prédica,
    dándome cuenta de los motivos por qué no lo
    ejecutaren"
    .

    Anteriormente, en otro oficio, le reclamaba
    también al Gobierno: "…vista VE. A las tropas el
    escapulario de esta Señora; mande que recen con
    devoción el rosario
    , y que los capellanes le
    expliquen, después de él, la doctrina cristiana,
    siquiera un cuarto de hora
    …"
    .

    Mientras la fuerza que hemos visto, comandada por
    Belgrano, marchaba ordenadamente en Éxodo hacia el sur,
    pocos kilómetros antes de llegar a la actual Metán,
    provincia de Salta, en Las Piedras, tanto por error del
    comandante enemigo, cuanto por la adecuada previsión del
    General en Jefe patriota, obtiene nuestro ejército una
    inesperada pero saludable victoria. Es el 3 de
    septiembre.

    Cabe en este punto citar un pasaje relatado por un
    testigo presencial: "…Al entrarse el sol, Belgrano
    mandó formar el ejército y pasó una ligera
    revista.
    Llamó por sus nombres a los que murieron en esa
    mañana: `no existen –dijo- pero viven en
    nuestra memoria,
    están en el Cielo dando cuenta a Dios de haber derramado
    su sangre por la
    libertad`
    . Felicitó a todos dando las gracias;
    llenó de aplausos a los soldados…"

    El día 12, hemos visto, decía en un oficio
    al Gobierno explicando las razones de su desobediencia, entre
    otras: "Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos
    que son obras del Cielo que tal vez empieza a
    protegernos
    ".
    En rigor, muestra Belgrano adonde y como
    tenía cifrada su obediencia
    .

    El 14, dos días después, le
    escribía a B. Rivadavia sobre lo mismo, concluyendo de un
    modo que denota una suerte de alianza y auxilio
    recíprocos
    : "…Sé que los enemigos se
    me acercan, pero me dan tiempo para reponerme algún tanto,
    y mediante Dios, lograr alguna ventaja sobre
    ellos"
    .

    El 19, en reclamo otra vez infructuoso al Gobierno, y
    para dejar nueva constancia de lo absurdo que éste le
    imponía, así como que no lo asistía, antes
    ni ahora, termina de una manera que es más una
    petición al cielo, que argumento circunstancial:
    "Dios quiera mirarnos con ojos de piedad, y proteger el
    noble esfuerzo de mis compañeros de
    armas"

    Se va acercando el momento de la Batalla, y el General
    lo presiente. No nos adelantaremos en el relato, pero es bueno
    consignar ahora que, en tal momento "irrumpirá" nuestra
    Señora en la espiritualidad de Belgrano. Así es
    como está consignado cronológicamente, no por
    nosotros, sino por todos cuantos han investigado su
    vida.

    Sin embargo, estamos convencidos que se trata solamente
    de los métodos
    empleados. Belgrano tenía devoción mariana desde
    antes, diríamos, desde siempre. Por educación y por
    formación. Desde siempre estaba involucrado con
    María, y fue Ella quien eligió el día: la
    invicta Virgen Redentora de los cautivos.

    b)
    Puente de amor y abnegación entre el cielo y la
    tierra

    Nuestra Madre Santísima guía a todos para
    llenarse de fe, de amor y de audacia ante el que hacer que Dios
    les ha señalado en medio del mundo, pues Ella es "el buen
    instrumento que se identifica por completo con la misión
    recibida". Una vez conocidos los planes de Dios, Santa
    María los hace cosa propia; no son algo ajenos para Ella.
    En el cabal cumplimiento de tales proyectos
    compromete por entero su entendimiento, su voluntad y sus
    energías.

    La fe nos lleva a imitar a Jesucristo, que fue "perfecto
    Dios y perfecto hombre", a ser personas de temple, sin temores,
    sin indebidos respetos humanos; veraces, honrados, justos en los
    juicios, en todas las actividades, hasta en la simple
    conversación.

    Bartolomé Mitre, hombre sagaz y que sin duda
    alguna, sabía entender a los hombres, tiene, sin embargo,
    un juicio sobre Belgrano, que demuestra cortedad. Lo
    crítico en ciertos aspectos del mismo, más bien
    suena a reproche que a descripción: pues admirándolo
    sincera y profundamente, es como si a la misma vez estuviera
    diciendo: "Lástima que no fue como yo, pues de lo
    contrario…". Lo que critica Mitre de Belgrano, en medio de
    alabanzas, es que éste no fuera un hombre del poder, ni
    del Estado, ni de la ideología.

    He aquí el juicio en cuestión:
    "Belgrano no era un hombre de gobierno para épocas
    revolucionarias. Exento de ambición, manso por naturaleza
    y modesto por carácter, carecía de las cualidades
    férreas que se requieren para dominar en los consejos
    ó para imprimir en la política el sello de sus
    ideas. Hombre de abnegación más bien que hombre de
    estado, tenía la fortaleza pasiva del sacrificio y del
    deber, que impulsa al hombre a trabajar con tesón por el
    bien de sus semejantes, aspirando tan sólo a la
    satisfacción estoica de merecer la aprobación de su
    conciencia.
    Así vemos eclipsarse su figura en la Junta Gubernativa, y
    brillar en primer término la gran figura política
    de don Mariano Moreno, el omnipotente secretario del nuevo
    gobierno y el verdadero numen de la revolución
    democrática.

    Moreno subordinó la revolución a su
    genio, y Belgrano, infatigable obrero de la libertad y del
    progreso, se puso a su servicio. El uno era el hombre de las
    grandes vistas políticas, de las reformas atrevidas, de la
    iniciativa y de la propaganda
    revolucionaria en todo sentido; el otro era el hombre de los
    detalles administrativos, de la labor paciente, dispuesto
    igualmente a ser el héroe o el mártir de la
    revolución, según se lo ordenase la ley inflexible
    del deber…"

    Es cierto. Belgrano era otro hombre, de obediencia a
    otro Poder, que llama e invita a la renuncia de sí mismo;
    más, nunca impone.

    En la Proclama dirigida a los pueblos del Perú,
    luego de la Batalla de Tucumán, está inserta una
    afirmación del General Belgrano que nos exime de mayores
    interpretaciones: "Las provincias de Lima me llaman como
    vosotros y con igual empeño… yo vuelo con todos mis
    hermanos de armas en su socorro, y con la seguridad de que
    Dios Todopoderoso protege nuestras justas intenciones; pues no
    doy un paso en que no vea sus distinguidos
    favores
    …"
    .

    Como hemos visto, ante la gravedad de la
    situación, Belgrano confía, ante todo y por sobre
    todo, en que "…la Divina Providencia nos abra un
    camino
    para mejorar la suerte, y que la Patria se vea libre
    de tantos apuros como la rodean"

    Camino marcado bordeado por un torrente de agua muy
    celeste y espuma de blanco brillante.

    Dios pide a veces "aparentes imposibles", que se hacen
    realidad –y dejan de serlo- cuando se actúa con fe,
    con los ojos puestos en el Señor, y "vemos" cómo
    Él obra concretamente en el tiempo.

    Todas las tempestades juntas, las del alma y las del
    ambiente, nada
    pueden mientras se esté bien afincados en la
    oración.

    Cuando la fe del creyente es profunda, participa
    de la Omnipotencia de Dios, de su poder, hasta el punto de que
    Jesús dice: "El que cree en Mí, también
    hará las obras que Yo hago". También dice a los
    Apóstoles en el Evangelio de la Misa que podrían
    "trasladar montañas" de un lugar a otro: se lleva a cabo
    el hecho de "trasladar una montaña" siempre que alguien,
    con la ayuda de la gracia, llega donde las fuerzas humanas no
    alcanzan.

    La palabra imposible no existe en el alma que vive de fe
    verdadera: si surgen dificultades, más abundante llega
    también la gracia de Dios; si aparecen más
    dificultades, del Cielo baja más gracia de Dios; si hay
    muchas dificultades, hay mucha gracia de Dios.

    La que sigue es una semblanza realizada por el General
    Paz, que ilustra algunos aspectos de cuanto venimos diciendo:
    "…El puesto del general Belgrano durante toda la
    retirada
    (se refiere a la larga y compleja marcha desde
    Humahuaca hasta Tucumán), es eminente. Por más
    críticas que fuesen nuestras circunstancias
    (recordar
    que tanto Paz como La Madrid, a
    quienes venimos referenciando, sirvieron bajo sus órdenes
    en este ejército y fueron testigos presenciales de todos
    estos acontecimientos), jamás se dejó sobrecoger
    del terror que suele dominar las almas vulgares, y por grande que
    fuese su responsabilidad, la arrostró con una constancia
    heroica. En las situaciones más peligrosas, se
    manifestó digno del puesto que ocupaba, alentando a los
    débiles e imponiendo a los que suponía
    pusilánimes, aunque usando a veces causticidad ofensiva.
    Jamás desesperó de la salud de la patria, mirando
    con la más marcada aversión a los que opinaban
    tristemente. Dije antes, que estaba dotado de un gran valor moral, porque
    efectivamente no poseía el valor brioso de un granadero,
    que lo hace muchas veces a un jefe ponerse al frente de una
    columna y precipitarse sobre el enemigo. En lo crítico del
    combate, su actitud era
    concentrada, silenciosa, y parecían suspensas sus
    facultades
    : escuchaba lo que le decían, y
    seguía con facilidad las insinuaciones racionales que se
    le hacían; pero cuando hablaba, era siempre en el sentido
    de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo, o si era él
    el que avanzaba, de hacer alto y rechazarlo. Su valor era
    más bien (permítaseme la expresión)
    cívico que
    guerrero. Era como el de aquellos senadores romanos, que
    perecían impávidos, sentados en sus sillas
    curiales.

    En los contrastes que sufrieron nuestras armas bajo
    las órdenes del general Belgrano, fue siempre de los
    últimos que se retiró del campo de batalla, dando
    el ejemplo, y haciendo menos graves nuestras pérdidas. En
    las retiradas que fueron la consecuencia de esos contrastes,
    desplegó siempre una energía y un espíritu
    de orden admirables; de modo, que a pesar de nuestros reveses, no
    se relajó la disciplina, ni se cometieron
    desórdenes…"

    Y concluye un poco más adelante: "¡Honor
    al general Belgrano! Él supo conservar el orden tanto en
    las victorias como en los reveses. Cuando él mandó
    en esos días de luto y de desgracia, los paisanos y los
    indios venían pasiblemente a traer las provisiones al
    pequeño cuerpo que se retiraba
    ; tan lejos de
    manifestarnos aversión, solo se dejaba percibir, en lo
    general, un sentimiento de simpática tristeza. No
    hubo entonces riñas fratricidas, no pueblos sublevados
    para acabar con los restos del ejército de la
    Independencia; nada de escándalos que deshonran el
    carácter americano, y manchan la más justa de las
    revoluciones"
    .

    El 19 de septiembre, resuelto ya completamente Belgrano
    en su decisión y las operaciones consecuentes, escribe al
    Gobierno de Buenos Aires: "Belgrano no puede hacer
    milagros…; pero tiene la desgracia de que siempre se le
    abandone, o que sean tales las circunstancias que no se le pueda
    atender; Dios quiera mirarnos con ojos de piedad, y proteger
    el noble esfuerzo de mis compañeros de
    armas"
    .

    Cabe adelantar que los recursos que no le enviaba el
    Gobierno de Buenos Aires, los obtendrá de la misma
    Batalla, como en su momento veremos.

    El General Mitre ha evaluado, con justicia, que "Si
    Belgrano, obedeciendo las órdenes del Gobierno se
    retira
    (hasta Córdoba) las provincias del Norte se
    pierden para siempre, como se perdió el Alto Perú
    para la República Argentina".

    La salvación de la tierra igualmente es la
    salvación de la patria.

    Patria bendita, elegida, suelo bendito.
    Tierra elegida y santa. Elegida para que reine Jesús en
    este pueblo. Pueblo elegido, corazón y tierra de la
    Patria. Nación entre las naciones.

    Belgrano, ejercitando nuevamente su legítima
    piedad, no dudará en comprometer a la Reina del Cielo en
    la por demás arriesgada empresa que iba a
    acometer. Y Ella, se involucrará de modo tal, que hasta
    los incrédulos no podrán dejar de apreciar. Por
    Belgrano, por la causa sagrada de esta Patria. Por su
    Hijo.

    c)
    Mediador entre Dios y los hombres

    A lo largo del tiempo, ha sido éste –y
    sigue siéndolo, en verdad- artículo de divergencias
    y discusión. No penetraremos en ninguna de estas
    cuestiones. Simplemente verificaremos aquello de lo que estamos
    convencidos y creemos.

    El único y definitivo Mediador es Jesucristo, y
    nada de ello podría hacerse fuera de Él. Pero esta
    unicidad no es exclusiva, sino inclusiva, es decir, posibilita
    formas de participación en la acción mediadora.
    Dicho de otro modo: la unicidad de Cristo no borra el "ser para
    los demás" y "con los demás de los hombres ante
    Dios"; en la comunión con Jesucristo, todos ellos pueden
    ser, de múltiples maneras, mediadores de Dios unos para
    otros. El mismo Espíritu
    Santo promueve esta función
    entre los hombres.

    Estos son hechos simples de nuestra experiencia
    cotidiana, pues nadie cree solo, todos vivimos, también en
    nuestra fe, de mediaciones humanas. Ninguna de ellas
    bastaría por sí misma para tender el puente hasta
    Dios, porque ningún ser humano puede asumir por su cuenta
    una garantía absoluta de la existencia de Dios y de su
    cercanía.

    Pero, la comunión con aquel que es en persona
    dicha cercanía, los hombres pueden ser mediadores los unos
    para los otros, y de hecho lo son.

    Desprendemos de los párrafos anteriores, que la
    posibilidad y frontera de la mediación queda delimitada en
    la coordinación con Cristo, por el
    Espíritu Santo.

    Dice Santo Tomás que nada impide que existan
    entre Dios y los hombres, por debajo de Cristo, mediadores
    secundarios que cooperen con Él de una manera dispositiva
    o ministerial; es decir, disponiendo a los hombres a recibir la
    influencia del mediador principal o transmitiéndosela,
    pero siempre en virtud de los méritos de
    Jesucristo.

    Sobre la participación en la función
    mediadora de Cristo, se fundan las mediaciones humanas, que son,
    entonces, un servicio en subordinación, y de aquella
    principal, toman toda su eficacia.

    En todo ello, la mediación de la Virgen
    María no se diferencia de la de otros seres humanos,
    por cuanto su mediación está en la línea de
    la colaboración creatural con la obra del
    Redentor.

    Pero la Virgen, llena de Gracia, es portadora, a
    diferencia del resto de los seres humanos, del carácter de
    lo "extraordinario", y por ello, llega de manera singular
    más allá de las formas posibles para los
    demás, en la comunión con los santos.

    El carácter único de la mediación
    de María estriba en que es una mediación materna,
    ordenada al nacimiento continuo de Cristo en el mundo.

    Nadie, como Ella, puede ejercer, "siempre", la
    co-mediación "para todos", voluntad omnipresente de
    Dios-Hijo, su hijo.

    La alegría de la Redención y el dolor de
    la Cruz son inseparables en la vida de Jesús y de
    María. Desde el comienzo, la vida del Señor y la de
    su Madre están marcadas con el signo de la Cruz. El
    Señor ha querido asociarnos a todos los cristianos a su
    obra redentora en el mundo para que cooperemos con Él en
    la salvación de todos.

    Instrumento de la Voluntad. Elegido en un pueblo
    elegido: "…y con la seguridad de que Dios Todopoderoso
    protege nuestras justas intenciones; pues no doy un paso en que
    no vea sus distinguidos favores
    …"

    El ejercicio de la virtud de la fe en la vida cotidiana
    se traduce en lo que comúnmente se conoce como
    "visión sobrenatural". Ésta consiste en ver
    las cosas, incluso las más corrientes, aquello que parece
    intrascendente, en relación con el plan de Dios sobre
    cada criatura en orden a su salvación; y a la de otros
    muchos, todo un pueblo
    :

    "…Sólo exijo de vosotros
    (dirigiéndose a los pueblos del Alto Perú)
    unión, constancia, valor y el ejercicio de las
    virtudes
    : alejad de vosotros toda ociosidad, todo
    espíritu de venganza, y todo cuanto sea contra la ley
    santa de nuestro Dios y de la Santa Iglesia
    , y no
    penséis en intereses particulares, sino en salvar la
    amada Patria
    para restituirla al goce de la tranquilidad que
    necesita para constituirse, y que todos disfruten de los
    bienes que el
    Cielo mismo nos ha querido conceder"
    .

    Tanto en el Paraguay como en el Alto Perú, le
    costó a Belgrano comprender que la escisión de
    ambas Provincias, más allá de las voluntades e
    intereses humanos –internos y exteriores- del momento,
    estaba en los planes de Dios.

    Que ambas debían ser, como lo son, naciones, esas
    casi personas colectivas, cada cual con su misión a
    cumplir en Su orden Omnisciente.

    La fe de Manuel Belgrano era la fe de un hijo: llena de
    piedad, simple y sencilla; ingenua y tierna al grado de salirse
    de su época; partícipe y participante, por
    poderosa, laboriosa y obediente.

    IV. En la
    víspera
    , la entrega

    Veamos un antecedente inmediato digno de destacar. Como
    bien rescata el P. Cayetano Bruno: "…Los primeros que
    colocaron la campaña en forma pública, si bien
    indirectamente, bajo el augusto patrocinio de la Madre de Dios,
    fueron los catamarqueños…

    …En la sesión del 5 de septiembre de
    1812, el Alcalde de primer voto propuso… para aplacar la
    justa indignación de un Dios airado, debemos valernos del
    poderoso patrocinio de Nuestra Madre y Señora del
    Valle, quien en todas nuestras tribulaciones ha sido el
    único refugio que tenemos
    … para lo cual

    (juntamente con la contribución humana y material
    aprobada), se le mandase cantar un novenario de Misas de
    rogación"
    .

    También los catamarqueños se movilizaban a
    caminar el camino de la Patria; y refugiados en su Madre,
    buscaban a Belgrano para "…reforzar las fuerzas de la
    Capital de Buenos Aires y de Salta…"

    El camino, lleno de amor, verdad, dolor y sacrificio,
    fue la peregrinación y el trabajo de participación,
    de colaboración con el Señor de la Historia, que
    transitaban Belgrano y los argentinos con fe, esperanza, entrega
    y obediencia, que a él buscaron y siguieron.

    En ese camino de salvación, ya estaba derramado
    un torrente de amor, verdad y justicia. Pero había que
    caminarlo, con todas las vicisitudes materiales y espirituales
    que tan arriesgada empresa importaba.

    Pues consciente era Belgrano de sus desventajas. A todas
    las apuntadas precedentemente, cabe agregar solamente la
    numérica: el ejército realista contaba con no menos
    de 3.500 hombres y el patriota con 1.800. La artillería
    española era completamente superior. En lo único
    que se distinguían las fuerzas nacionales era en la
    caballería, pero el mayor número de sus miembros,
    estaban armados con poco más que cuchillos.

    Instalado el General en la ciudad de Tucumán
    desde hacía varios días, y decidido a presentar
    allí la batalla, en las afueras y apoyado en ella; es
    necesario que veamos paso a paso la jornada del 23 de
    septiembre
    , tanto en los arreglos militares, cuanto en los
    espirituales. La previsión humana decía que la
    batalla podía darse ese día o el siguiente. La
    Redentora de los cautivos había elegido Su
    día.

    El 23, el ejército de Tristán se encuentra
    a veinte kilómetros de la ciudad, en Los Nogales, pues
    viene marchando desde Trancas por el Camino Real, actual Ruta
    Nacional 9.

    Ésta había sido fortificada en arreglo a
    las mayores posibilidades que daban los recursos disponibles,
    pero se juzga suficiente para haber resistido un ataque
    directo.

    "El ejército patriota salió de la
    ciudad y formó dando frente al norte, a caballo, sobre el
    camino que debía traer el enemigo. Después de pasar
    todo el día, se supo al ser de noche que el
    enemigo había acampado y que no proseguía entonces
    su marcha. Nuestro ejército volvió a la ciudad y
    pasó la noche en la plaza…"

    La Madrid tiene una variación en esta
    precisión, pues apunta que el enemigo se hizo presente en
    Los Nogales "…en la tarde del 23, y allí
    fijó su campo, saliendo el nuestro a situarse al norte y
    dejando el pueblo a su espalda…"
    .

    Señala el general Mitre, apuntando otra hora
    precisa, que "…a las dos de la mañana
    volvió a salir
    (el ejército) y ocupó
    la misma posición
    (del día 23), calculando
    que al amanecer tendría encima todo el ejército
    español…"
    .

    Las siguientes horas son algo más difusas, pero
    permiten no obstante reconstruirlas: Paz señala que
    "…a las ocho de la mañana (ya del 24)
    se supo que el enemigo… se dirigía a los
    Manantiales…"
    .

    Mitre señala que
    "…Tristán…a la madrugada del 24
    levantó su campo…A las ocho de la
    mañana
    la cabeza de la columna asomó
    (a lo
    que sería el campo de batalla a su frente),
    En la mañana Belgrano personalmente
    había observado los movimientos del enemigo, y cerciorado
    la dirección que llevaba. Abandonó la
    posición que ocupaba hasta entonces, rodeó la
    ciudad, efectuó una contramarcha formando una nueva
    línea con frente al sur "
    .

    La Madrid dice que "…al amanecer del 24
    salió el General en Jefe acompañado del
    señor Gobernador, del cura y otros varios ciudadanos, con
    sus ayudantes y una escolta de dragones a practicar un
    reconocimiento. Avisado… que el enemigo se había
    puesto en marcha por el camino de los
    Pocitos…"
    .

    El movimiento de
    ocupar las posiciones anteriores, frente norte, se pudo haber
    realizado entre las dos y las cuatro de la mañana.
    Belgrano, entre la salida del sol (por la época del
    año alrededor de las 6,30) y las ocho de la
    mañana
    , efectuó tanto el reconocimiento como el
    movimiento de sus tropas invirtiendo el frente (contramarcha
    norte/sur).

    Es posible, entonces, inferir que Belgrano haya estado
    ocupado prácticamente toda la noche del 23 al
    24.

    Esta reconstrucción descriptiva de los trabajos,
    movimientos, organización de la víspera y hasta el
    comienzo mismo de la Batalla a media mañana del 24, aunque
    tedioso, persiguen responder algunas preguntas:
    ¿Cuándo y cómo dialogaba Belgrano con el
    Cielo? ¿Cuándo y cómo comprometió a
    Nuestra Señora y se juramentó a ella?

    En primerísimo lugar, afirmamos con el P. Bruno
    "…que Belgrano puso todo su ejército,
    precedentemente a la batalla, bajo el maternal patrocinio
    de Nuestra Señora de las Mercedes, y que luego de
    alcanzada la victoria tanto él como sus compañeros
    de armas la atribuyeron constantemente y sin titubeos a la
    intercesión de la Virgen"
    .

    El General estimaba, previamente, que el combate
    podía darse ese mismo día, pues las tropas
    realistas se ubicaron a corta distancia del pueblo. Sea que desde
    la mañana o recién por la tarde, lo cierto es que
    los aprestos y la tensión general que podemos imaginar,
    deberían haber tomado la totalidad del tiempo.

    Sin embargo, Belgrano tuvo tiempo también para su
    Madre. Anterior al despliegue y ocupaciones militares. No
    olvidemos que todo lo supervisaba personalmente, y que no
    confiaba en buena parte de sus oficiales.

    Por ello, tanto del análisis de la
    situación general, cuanto de la cronología de esa
    jornada, nos arroja que fue entre la media mañana y las
    primeras horas
    de la tarde del día 23 cuando Belgrano
    se presenta a nuestra Señora.

    Además de la imagen de la
    Merced existente en el templo homónimo, existe otra de la
    devoción popular, y cuya depositaria es una familia
    Carranza.

    Vemos a Belgrano, la víspera de la batalla,
    caminar cerca del mediodía hacia esa casa, no lejos de
    donde él mismo se aloja, frente a la plaza principal, pues
    quiere rendir homenaje a la Santísima Virgen, a quien
    había confiado el triunfo
    . Solicita entonces a los
    dueños de casa, la imagen que ellos custodian para
    llevarla al cuartel esa noche.

    No es fácil la conversación, pues los
    Carranza son españoles, enemigos de Belgrano, simplemente
    porque éste era enemigo de los españoles. Por
    más que argumenta, la imagen le es negada
    terminantemente.

    En vista de esa negativa, el General encamina sus pasos
    hacia la otra esquina de la Plaza, hacia la Merced,
    "…y allí hizo el juramento a la
    Santísima Virgen
    …"

    Ha dialogado con Ella, doble anticipación,
    "a quien había confiado el triunfo". Pero su
    íntimo imperativo le pide más: enterado de la
    existencia de esa otra imagen, de "devoción
    popular"
    , no duda en encaminarse a pedirla, incluso sabiendo
    que no iba a ser bien recibido Ella y la causa necesitan que
    así lo haga. Por eso la busca igual, para presentarla a
    sus soldados, "esa noche".

    Seguramente, en la conversación con la familia
    Carranza así lo hizo conocer, que es cómo nos llega
    a nosotros.

    Ha dialogado con Ella. Ha puesto a sus pies la justicia
    de su causa; toda la situación, todos sus desvelos. Le ha
    presentado todos los peligros de la Patria, de ese pueblo
    confiado y de sus propios soldados. Y le ruega, y le suplica
    protección y amparo.
    Intercesión para que Él mismo se haga Presente y
    conduzca Su ejército. Y, ahora sí, Le confía
    el triunfo.

    Pero le parece que debe hacer algo más. Que su
    ejército y su pueblo deben también comprometerse en
    el pedido y la rogatoria. Por eso no duda en seguir pidiendo,
    esta vez a los hombres, pues la causa es grande y pocos son todos
    los sinsabores y desvelos.

    Y le dice a su pueblo que "Pidan al Cielo milagros,
    que de milagros vamos a necesitar para triunfar".
    En
    constante romería va su pueblo hacia la Merced y por Su
    medio, ruegan por milagros al Cielo.

    Y el Cielo, que siempre escucha al pueblo justo, que
    protege y ampara a sus justos hombres, va a devolver,
    también con un milagro, la salvación de la
    Patria.

    Porque la oración a la Virgen, es decir, el
    diálogo
    con el Cielo, en Belgrano, era continuo. Cualesquiera fuesen las
    circunstancias, por delicada que fuera la situación, por
    pesadas que fueran las cargas del trabajo, Belgrano estaba en
    oración constante. Tal vez esto es lo que no alcanza a
    describir Paz cuando dice: "…su actitud era
    concentrada, silenciosa, y parecían suspensas sus
    facultades…"
    .

    No resulta extraño, entonces, en este hombre, un
    juramento. Él ya estaba entregado, a Ella le
    pertenecía toda su persona.

    Ahora pone a sus pies el Ejército Auxiliar del
    Perú, ¡Generala!

    Y le entrega, también, la patria entera,
    ¡Comandante de la Nación Argentina!

    V. La batalla:
    salvación de la Patria

    El General Tristán era un avezado militar, que
    gozaba del respeto de sus
    camaradas y subordinados. Inclusive, del mismo Belgrano, con
    quien se conocía, parece ser de Europa, y
    había entablado relaciones casi amistosas. A grado tal
    que, a decir de Paz, "casi puedo decir que se
    tuteaban"

    Hacemos notar estas cosas, pues es bueno tenerlas
    presentes para aceptar que todo cuanto sucedió luego,
    tienen el carácter y conforman un verdadero
    milagro.

    El General Tristán levanta su campamento de Los
    Nogales, en el norte, con las primeras luces del 24 de septiembre
    y marcha hacia el sur, con el objeto de cortar la retirada
    posible del ejército patriota por la única
    vía y dirección posibles, hacia Santiago del
    Estero.

    Tal vez tenga un mente un buen plan de batalla
    –como imagina sus intenciones el general Mitre,
    coincidentemente con Paz-. Pero este tan avezado General no deja
    improvisación por ejecutar.

    Desde la formación de marcha –su
    artillería sigue prácticamente inutilizada pues es
    acarreada a lomo de mulas-, los soldados con las armas sin
    cargar, hasta el derrotero que sigue al desviarse del camino
    principal, dando tiempo y oportunidad a las fuerzas
    patriotas.

    Súmesele a esto que, habiendo un solo puente para
    cruzar el lodazal denominado Manantial, o bien sólo
    podía seguir por el viejo camino del Perú, con lo
    cual se alejaba completamente del pueblo; o bien cruzar el puente
    o antes, evitar tal ciénaga. Por cualquiera de ambos
    rumbos, se acercaba a la Plaza, que era lo que él
    buscaba.

    Sea que evitó el curso de los Manantiales, sea
    que cruzó el puente –no hay uniformidad en este
    sentido entre los autores- lo cierto es que las fuerzas
    españolas volvieron a tomar rumbo noroeste hasta
    encontrarse con una planicie que era enteramente favorable a las
    fuerzas patriotas. Éstas contaban con caballería
    superior, aunque pobre y deficientemente armadas, como queda
    dicho.

    Belgrano, a su vez, se sorprende también
    alrededor de las ocho de la mañana del movimiento enemigo,
    y rápida y eficazmente moviliza su propia fuerza rumbo al
    sur. La distancia que tuvo que cubrir el ejército patriota
    fue considerablemente menor, razón por la cual, aunque con
    casi dos horas menos de marcha, pudo plantarse en el campo y
    sorprender completamente al enemigo. Especialmente la
    caballería, que no fue avistada por los mandos realistas
    sino hasta prácticamente iniciado el combate.

    Belgrano fue también completamente sorprendido, a
    grado tal que "El campo de batalla no había sido
    reconocido por mí, porque no me había pasado por la
    imaginación que el enemigo intentase venir por aquel
    camino a tomar la retaguardia del pueblo…"

    Pero, sobreponiéndose, supo aprovechar el campo
    más conveniente y desplegar sus fuerzas del mejor modo
    posible; tropas apenas instruidas en el rudimento del manejo de
    las armas, pero ignorantes de todo movimiento y despliegue en
    batalla.

    Patriotas llenos de fervor y dispuestos al combate.
    Siendo de los dos Generales enfrentados, el más
    bisoño, hizo Belgrano todo cuanto estaba a su alcance.
    ¡Dios ayuda a quién lo ayuda!

    Dos generales, todos sus mandos inferiores y la tropa de
    ambos, sorprendidos.

    Belgrano, que había tomado la iniciativa con la
    contramarcha y el despliegue, da las primeras y únicas
    órdenes adecuadas. Hasta aquí lo que se puede decir
    de lo "humanamente racional" que contó ese día. A
    partir de allí, en ambos bandos, a más de la
    sorpresa inicial, todo es confusión.

    Tal conjunción de dislates militares en la
    preparación y desarrollo de una batalla –incluso
    ésta nunca terminó formalmente-, no podía
    sino dar un resultado, desde el punto de vista militar, al menos
    calificable como "atípico". Aunque claramente la victoria
    estuvo de nuestra parte, por cuanto las acciones principales sin
    duda alguna favorecieron a las fuerzas patriotas.

    Tomamos la pregunta que se hace Paz: "¿Se
    creerá que estas operaciones nuestras, cuyo acierto es
    incuestionable, no fueron fruto de una combinación, ni
    emanadas de las órdenes de ningún jefe del
    ejército?"

    Como puede verse las capacidades, la experiencia, la
    previsión del elemento humano contó muy poco en la
    batalla librada. Señalamos estos acontecimientos como
    la primera intervención de nuestra Señora en este
    día
    . Ella quiere a todos sus hijos por igual, evita
    los sufrimientos innecesarios y quiere la vida de todos,
    más allá que favorezca las causas
    justas.

    Y más aún, por cuanto el combate, las
    actividades y movimientos exigidos existieron, la respuesta al
    general Paz, no puede ser otra que las fuerzas patriotas tuvieron
    un mando, alguien que las dirigía y conducía:
    nuestro Señor. A su modo, luego, Belgrano
    así va a reconocerlo, y con él tanto los
    protagonistas y testigos presenciales, cuanto la
    posteridad:

    "…Convéncete de que nuestra causa nada
    tiene que agradecer a los hombres: ella está sostenida
    por Dios y Él es quien la ha
    salvado
    …"
    .

    "…Salimos bien porque Dios es quien protege
    nuestra causa, y Él se ha encargado de dirigirla,
    manifestándonos que no debemos agradecer cosa alguna a los
    hombres…"
    .

    Veamos ahora los otros acontecimientos sobrenaturales
    ocurridos en ese día.

    Alrededor de entre las nueve y las diez de la
    mañana, está por comenzar el combate. El cielo
    límpido y despejado; el sol tucumano de septiembre irradia
    con toda la intensidad de su fulgor, lo que preanuncia un
    día caluroso. Sin embargo, allá, en el horizonte
    del sur, empieza a distinguirse una mancha oscura, como
    presagiando tempestad o al menos un huracán.

    Se escuchan los últimos gritos de Belgrano
    arengando su tropa, luego de haber dado las órdenes a sus
    oficiales. Pero los soldados de la vanguardia
    española dejan de prestar atención a estas cosas, y quedan
    confundidos pues por sobre la línea podido cargar sus
    armas, pero las balas nada les hacen a esos desarrapados. Por
    esto, entre ellos, fieles y asustados, corre la voz que esta
    Señora es la Virgen.

    ¿Producto de la
    sorpresa inicial de los españoles? No, ahora
    también las líneas patriotas, en ese mismo momento,
    descubren una pequeña nube de figura piramidal, como
    sostenida por una efigie de la imagen de Nuestra
    Señora
    .

    Comienza la batalla y las primeras disposiciones del
    general patriota dan inmediatos frutos, la fuerza enemiga es
    completamente desarticulada y desbandada, tanto por su flanco
    izquierdo, como hasta el mismo centro. Pero por el flanco derecho
    español, los resultados eran adversos para los patriotas.
    Se reagrupan las fuerzas españolas, en martillo, como se
    denomina, para atacar hacia el flanco en derrota, pero al
    combatir en sus dos alas, no pudieron evitar crear más
    confusión.

    No obstante, las fuerzas patriotas no guardaban
    formación alguna, y si bien tenían ventaja
    considerable, ésta era aparte de momentánea,
    frágil. Belgrano, además, había sido
    empujado por el movimiento español de formación en
    martillo, más allá de las posibilidades de conducir
    el combate. Y Tristán seguía empeñado en
    montar la artillería.

    Era, es bueno decirlo, para ambos ejércitos, un
    momento más que difícil.

    Sucede entonces el último de los acontecimientos
    sobrenaturales del día. Recordemos que al iniciarse las
    acciones, en un cielo límpido y azul, por allá el
    sur, se veía como una nube oscura que avanzaba.
    Está ahora sobre el campo de batalla en forma de
    huracán y trae en su seno una tupida manga de langostas.
    El ruido del
    viento entre los árboles
    de todo alrededor, no permite casi escuchar; la nube de polvo
    impide ver lo más cercano; y la manga de langostas, tan
    tupida es que cubre el cielo y oscurece el día.

    Enloquecen los hombres, pero también las
    langostas, pues éstas, para escapar de esa
    combinación de cataclismo, se lanzan en picada hacia
    tierra, haciendo tan fuertes y secos impactos en los pechos y
    caras de los combatientes, que al sentir esos golpes, dice Paz,
    se creen heridos de bala.

    Los patriotas convierten estos hechos como lo que eran,
    la intervención del Cielo. Los españoles se
    sobrecogen aún más y terminan de desbandarse,
    siendo perseguidos y arrebatados por los nuestros. Recordemos
    que, como hemos apuntado más arriba, pudo el
    ejército patriota aprovisionarse en esta acción, de
    los recursos que le eran negados por Buenos Aires.

    Faltaba aún, la última intervención
    de la invicta Redentora de los cautivos, otra vez en la intimidad
    de los generales en jefe, como al comienzo del
    día.

    Tristán no era para nada un pusilánime.
    Soberbio sí, no tanto como Goyeneche, pero valeroso y
    capaz. Pudo finalmente reorganizar su fuerza hacia el final del
    día y traerla "hasta las goteras del pueblo", quedando
    dueño del campo de batalla. A pesar de que le había
    sido arrebatado su parque, a pesar de los muertos y prisioneros,
    era aún mucho más fuerte que el ejército
    patriota. Y sobre todo, no estaba para nada dispuesto a reconocer
    la derrota.

    Exige la rendición de la plaza y amenaza con
    incendiarla, que le es heroicamente negada por Díaz Velez
    proclamándose vencedor; y se mantiene en vigilia,
    repetimos que a las puertas del pueblo, durante todo el
    día 25; militar y materialmente con posibilidades,
    dispuesto a un nuevo combate. El 26 subrepticiamente se retira
    hacia Salta.

    Belgrano, por su parte, luego de que es arrastrado por
    el ala izquierda de su fuerza en desbande al armarse el martillo
    enemigo, queda lejos del combate y pasa desde media tarde en el
    Rincón de Ugarte, hasta ya anocheciendo, sumido en la
    incertidumbre y el pesar. Desconoce los resultados del campo de
    batalla y hasta cree está rendida la plaza.

    Al día siguiente, cerciorado y anticipado de lo
    benéfico de la situación, se acerca al pueblo, y
    sin entrar en él, intima rendición a
    Tristán. Éste a su vez, como en la jornada anterior
    Díaz Velez, niega la misma. Hace Belgrano, durante la
    noche, un movimiento preventivo de sus fuerzas, pues está
    convencido de lo inevitable de una nueva lucha el 26.

    El 26 no hubo combate. Ya lo hubo el 24 de septiembre,
    día de Nuestra Señora de la Merced, invicta
    Redentora de los cautivos.

    Así fue la sigilosa e íntima
    intervención de la amorosa Madre sobre ambos generales:
    sobre uno, al aceptar buscar una mejor oportunidad,
    Tristán. Va a sufrir una mayor y humillante derrota en
    Salta pocos meses después, porque debía abandonar
    las provincias del Bajo Perú.

    Sobre el otro, Belgrano, guiándolo y
    enseñándole un nuevo paso hacia la humildad del
    hijo, una fortaleza más para cargar su cruz: por eso
    rechaza el grado de Capitán General que le confiere el
    Gobierno, en mérito de la Batalla de Tucumán. Sabe
    que no la obtuvo, que no le pertenece.

    Que no han sido las disposiciones, ni las
    órdenes, y ni siquiera las armas las que prevalecieron en
    la conquista de esa gloria. Fue el ejército y el pueblo,
    cada uno, a grado tal que a cada uno se le puede llamar
    "héroe del Campo de las Carreras de
    Tucumán".

    Pero sabe, por sobre todo, que la verdadera gloria le
    pertenece a su Reina, la futura Generala, Nuestra Señora
    de las Mercedes, "a quien debe reconocerse deudora, la
    Patria, de su salvación"
    .

    VI.
    Epílogo

    Belgrano, precursor de la
    Fideipolítica. La Generala, Comandante de la Nación
    Argentina.

    "A Ti sola, oh Reina de los Cielos y
    Madre de mi Señor Jesucristo,

    os debemos el triunfo que ha obtenido
    el ejército de la Patria,

    y hoy te nombro Generala del
    ejército"

    La libertad de la patria, la salvación de todo un
    pueblo, sirviendo a Dios, es la causa por la cual vivir. Belgrano
    lo experimentó, lo hizo, y así vivió y
    así murió. Con el dolor de la Patria que ya era,
    pero recién comenzaba a emerger. Porque debía
    emerger y cumplir su misión en la eternidad. Su combate no
    sólo era en el tiempo, lo sabía. Y sabía que
    era fatal.

    Este es el norte verdadero de Belgrano. Estuvo siempre,
    como meta, más allá de las cuestiones
    fácticas de la contingencia humana, y de las cuestiones
    del poder. Por eso fue un hombre de la Patria, sin partidos. Un
    hombre entero, que supo no partir su misión, aunque
    él estuviera completamente partido. Por la Patria, por los
    otros, pero entero ante el destino común entrevisto por
    los rayos que la eternidad no cesó de enviarle en cada
    circunstancia.

    Instrumento. Elegido.

    ¿Lo sabía el General? Creemos firmemente
    que sí. Pero del modo en que se saben esas cosas:
    íntima y reservadamente. En su corazón y en el
    diálogo que sólo se da entre corazones.

    Por eso no hay testimonio taxativo alguno, que lo
    afirme, pero sí, entre tantos se puede reconstruir. Pues,
    ¡guay! ¿Alguien puede creer que afirmaciones tales
    como: "…Él nos ha concedido esta
    Bandera…"
    sólo provienen de una
    convicción mística, meramente humana?

    Es proverbial su entereza y fortaleza en todo momento y
    circunstancia, como lo hemos visto. ¿Alguien puede creer
    que sólo provenían de sus afanes y convicciones
    humanas? En la parte humana que le correspondió,
    entregarse mansamente como instrumento elegido, sí. Pero
    sólo eso no agota las preguntas. De lo contrario
    estaríamos en presencia de un superhombre.

    Y era simplemente un hombre, en su tierra, con sus
    hermanos, para su Patria y, por sobre todo, ante Dios y para
    Dios.

    Preguntó, pidió por el camino que
    debía seguir. Le fue señalado justamente en la
    vida, en los corazones criollos del paisanaje.

    Aceptó y caminó. Y caminaron
    juntos.

    Por un camino largo, que al comienzo, está lleno
    de barro, piedras y espinas, pero después continua rosado,
    con los bordes celestes; es una cosa hermosa. Donde se termina el
    camino, en el horizonte, adonde se juntan el cielo y la tierra,
    asoma el sol. Es como cuando está amaneciendo y
    allí es donde está el Señor Jesús
    parado, vestido con un manto blanco.

    Muchas veces nos preguntamos, en nuestro propio
    presente: ¿Cómo fue posible que aquellos argentinos
    hicieran semejantes cosas, casi con nada?

    Porque pidieron. Pidieron y caminaron. Caminando,
    clamaron. Clamaron por su justa causa. Fueron respondidos…
    porque caminaron juntos.

    Camino, la Patria, en el que se ha derramado un
    torrente, agua de vida, de amor, verdad y justicia. El agua
    celeste, la espuma blanca.

    Ayer y hoy el camino es el mismo para los argentinos con
    fe, esperanza, entrega y obediencia, es el camino de
    salvación. Con los colores de la Virgen y los colores de
    la patria.

    El camino lleno de amor, verdad, dolor y sacrificio que
    aquellos caminaron juntos.

    Entonces, la respuesta en este septiembre, es posible,
    transitando el camino, caminando juntos, llevados de la
    mano.

    Caminando juntos, llevados de la mano, clamando por ser
    libres en una Patria libre, pero libres amando a Dios.

    Caminando juntos, llevados de la mano, y haciendo el
    juramento de subordinación:

    ¡María, Comandante de la
    Nación Argentina!

    Oscar Eduardo Sánchez

    Viedma, Septiembre de 2004

     

     

     

    Autor:

    Graciela Rost

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