- Un hombre y su tierra: la fe
en el Señor de la Historia - Paradoja de obediencia y
desobediencia - Belgrano: fe viva y
encarnada - En la víspera, la
entrega - La batalla: salvación
de la Patria
La Virgen, Madre y Redentora de los cautivos; y el
General Belgrano, Patriarca del pueblo y la Nación
Argentina, en un mes de septiembre se mostraron reunidos, a los
ojos de los hombres y para siempre, tal como estamos ordenados en
el plan de Dios:
Ella, Generala; él, subordinado fiel.
Belgrano y Septiembre, como marco cronológico de
acontecimientos trascendentes, mes de la presencia de la
eternidad entre nosotros por las apariciones de la Virgen; son
dos realidades constantes a lo largo de nuestra historia. En el pasado y en
el presente. Tan constantes como aquellos que antes y ahora
mismo, intentan confundir y divertir la marcha de la Nación.
El empleo de la
libertad
observa estas conductas a lo largo del tiempo:
aquellos que vinculan irreduciblemente presente y pasado, entre
la Patria y la tierra
común, con la felicidad de todos sus hijos, en obediencia
y consecuencia con el orden de la Creación, para
desentrañar "lo futuro", desde una misma misión,
siempre renovada pero igual; y aquellos, enemigos de esa misma
creación, que quieren borrar la historia, y plantean
como única posibilidad un presente desastroso e
incierto.
Los primeros han luchado sin parar para conservar la
historia común sin separarla del presente y el futuro.
Se han animado a adentrarse en éste, teniendo por
límite el misterio.
Tomamos desde nuestro presente, en este septiembre,
el ejemplo de aquellos que cumplieron con la misión que
el Señor les encomendó; aquellos que lucharon
contra el maligno y sus aliados de siempre. Su entrega fue total,
tanto que el camino quedó marcado para siempre: el
camino de la patria, su misión, su libertad. Su
salvación.
La marcha de la Argentina nos muestra, y
ésta es la principal de nuestras constantes
históricas, en los hombres y en los hechos colectivos, la
presencia de Dios en esta tierra. Él es quien
marca este
camino, ayudado por sus hombres obedientes. Ayer, hoy y
siempre.
Manuel Belgrano es uno de estos hombres. Y sus hechos,
algunos de otros muchísimos hechos que alumbran esta
lectura.
Mucho se ha escrito sobre el Gral. Belgrano, y
seguramente mucho más se escribirá, por cuanto, en
tanto más se conoce y aprecia su persona, mayor es
la necesidad de ahondar en su obra, su personalidad y
en su carácter.
Probablemente también, el futuro nos permita
conocer algunos nuevos documentos, como
ha ocurrido hace poco tiempo con el Libertador, que iluminen y
muestren, ya bien facetas hasta ahora poco conocidas, o bien
amplíen y profundicen aquellas vistas a lo largo de las
décadas.
En todo caso no variará el juicio
histórico que las generaciones de patriotas sobre
él se han formado. Muy por el contrario, no serán
sino mayores inmersiones en el reconocimiento, agradecimiento y
veneración hacia uno de los hombres que más han
contribuido a la preparación y formación de
nuestro pueblo y a la libertad de la Patria.
Tanto cuando atendía las realidades materiales que
imponía la situación; cuanto, por sobre todo y ante
todo, habiéndose ofrecido él entero a la causa de
la Patria, tuvo siempre casi como en su norte, el otro, el hijo
de la tierra. Y
así viviendo y así sufriendo pobrezas, ataques,
rechazos, pero siempre sabiendo que tenía un
mérito: la salvación de todo un
pueblo.
En el convencimiento de que "…Belgrano es uno
de aquellos caracteres históricos que ganan en la
intimidad…", el que sigue no es un ensayo
historicista, como tampoco una novela
histórica.
Se trata de una reconstrucción, en parte
fáctica, en parte interpretativa, y en parte ficcionada,
de la fe y espiritualidad de Manuel Joaquín del
Corazón
de Jesús Belgrano, ubicada en torno del 24 de
septiembre de 1812.
Para no sólo acercarnos más a su alma humana,
sino comprender y aprehender otra dimensión de su
persona, y, a través de su actuación, la presencia
del Señor de la Historia entre nosotros, los
argentinos.
Más, como el hombre y la
historia colectiva son un proceso, antes
de llegar y para mejor comprender y aprehender tal dicho momento
exacto, es necesario veamos fugazmente los antecedentes y
precedentes en la vida del Patriarca. Pero, insistimos, el centro
del relato estará en su fe y espiritualidad, aunque
sujetándonos en todo concepto, a los
hechos y los dichos de nuestro General.
I. Un
hombre y su
tierra: la fe en el Señor de la Historia
Así como la verdad supera toda verosimilitud, la
realidad supera también toda apariencia y se impone a
cualquier manipulación. Verdad y realidad exigen ser
buscadas tal cual son, más allá de los hechos
sensibles. No basta, entonces, la simple reconstrucción de
acontecimientos, si éstos no son captados en su completa
integralidad, para lo cual está de más la mera
imaginación, y alcanza la razón si es alumbrada por
los ojos del corazón; aquellos que provienen de la fe y la
aceptación de que en la historia de un hombre y de un
pueblo, podemos encontrar constante y permanentemente destellos
de eternidad. E informan las conductas, personales y
colectivas.
Así fue, así vivió y
experimentó Belgrano, como lo veremos en cada uno de los
siguientes pasos. De ello derivamos su eternidad, es decir, su
constante presente y actualidad, porque "…el estudio de
lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en
lo presente y porvenir; porque, desengañémonos, la
base de nuestras operaciones,
siempre es la misma, aunque las circunstancias alguna vez la
desfiguren".
El relato sobre lo pasado sólo sirve para, en
cada presente, acercarse a develar el misterio del destino
común.
¿Cómo se haría entonces, si
siguiéramos dejando afuera a Quién todo lo
hace?
Y si así no lo hiciéramos, ¿de
qué hombre hablaríamos exactamente cuando nos
referimos al General Belgrano?
No es caprichoso ver a Belgrano, en analogía con
aquellos que nos enseña el Antiguo Testamento, como un
auténtico Patriarca de la Nación argentina. Y ello
sin caer en la falsa apología de crear "un modelo ideal,
sin sombras ni contrastes", tal como si se tratara de una
abstracción. Él mismo, con su Autobiografía
nos desmentiría, si intentáramos un tal
despropósito.
De entre todos los patriarcas de nuestro pueblo,
encontramos en el Belgrano públicamente conocido, al
más cercano y parecido a cualquier hombre común, de
ayer y de hoy, pero distinto por la grandeza de su total e
incondicional entrega a Dios en la causa de la Patria.
Sin miedos, fue capaz de poner y apoyarse en sus propios
defectos, errores y limitaciones, al servicio de
esa causa, aceptando encargos para los cuales en nada estaba
preparado. Pues hasta su preparación y diríamos,
incluso sus sueños de juventud, fue
capaz de dejar de lado, con tal de responder a dicho llamado: la
libertad de la Patria; tal vez, de haberse desenvuelto en otro
tiempo, tal preparación y sueños podría
haberlos realizado, si la Patria de él hubiera necesitado
al estadista y hombre de gobierno y de
pensamiento.
Más, sin embargo, la realidad, a la que supo ver
y aceptar en su totalidad, exigió de él otros
desempeños, y a ellos se entregó con absoluta
dedicación, pues si en algo ciertamente se apoyaba, era en
la fe, el amor y la
obediencia a la Providencia.
De ser un niño y un joven de buen vivir,
allá, "…cuando contaba con una libertad
indefinida, …entregado a mí mismo… y
tenía cuanto necesitaba para satisfacer mis caprichos"
supo Belgrano vivir después en la más extrema
pobreza
material, derivada de la riqueza de su fe. Sabía y
experimentaba que nada puede hacerse fuera de Dios. Que nada
podía decidir, hacer, construir sin la presencia del
Altísimo.
Resulta sorprendente encontrar que, desde su primer
contacto con el gobierno real, y en funciones
coloniales, extrae Belgrano el aprendizaje
sobre la libertad y la independencia.
Tenía ya la vocación y "…el deseo de
propender cuanto pudiese al provecho general", aunque
aún, secundariamente, le motivara el "…adquirir
renombre con mis trabajos hacia tan importante objeto". Pero
en este punto aparece, aún en la lejanía
kilométrica, el de dirigirlos "…particularmente
a favor de la patria".
De las ideas primeras de bien común, libertad,
igualdad,
seguridad,
propiedad,
deriva seguidamente ver como tiranos a todos aquellos
"…que se oponían a que el hombre, fuese donde
fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la
naturaleza le
habían concedido, y aún las mismas sociedades
habían acordado en su establecimiento directa ó
indirectamente".
Conocer y experimentar rápidamente la
desilusión sobre los verdaderos manejos y objetivos de
la España
y de los españoles poderosos sobre las colonias, tanto
allá como en estas mismas tierras, aunque abatido su
ánimo sobre la fructificación de éste, su
trabajo
consular, no por ello se derrumbó su espíritu,
dedicándose entonces a utilizar ese empleo como semillero
de nobles y altos propósitos. Se esmeró así,
en sembrar, "…echar las semillas que algún
día fuesen capaces de dar frutos, ya porque algunos
estimulados del mismo espíritu se dedicasen a su cultivo,
ya porque el orden mismo de las cosas las hiciese
germinar".
Sobre la base de sus primeras ideas, comienza a madurar
en Belgrano la patria. Entre líneas podemos seguir el hilo
dorado de su pensamiento: del presente de sometimiento a un
futuro de libertad, en una tierra que es su tierra, aún en
contraste con el mundo hasta entonces por él aceptado (el
reino español),
y todo referido al Creador, sea como creación sensible y
natural, como el orden mismo de dicha creación encierra;
hasta la elaboración de los derechos que de ello se deriva
como subordinadamente.
En ocasión de la segunda invasión inglesa
de 1806, iniciará Belgrano su conversión hacia la
aceptación de una misión trascendente. Aunque
aún sigue siendo funcionario colonial, aparece un nuevo
desempeño: el militar. La realidad empuja
más allá de toda previsión humana, y
generalmente se viste de dolor. No ya y solamente dolor personal, sino
como aceptación del dolor por la colectividad, la patria
misma.
Discernimiento que realiza en el mismo andar: la
realidad de la vida lo interroga y responde. Contemplativo en
acción,
que no titubea en sumergirse en esa realidad total, tal cual es:
grandezas y miserias, virtudes y defectos; rumbo y desvío
que toda circunstancia muestra. Defecciones y mezquindades de
quienes se suponía tenían el mayor deber, junto a
la heroicidad de un pueblo dispuesto pero aún sin dirección precisa.
El dolor de la Patria: "…Todavía fue
mayor mi incomodidad cuando vi entrar las tropas enemigas, y su
despreciable número para una población como la de Buenos Aires:
esta idea no se apartó de mi imaginación, y poco
faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza: me era
muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación, y sobre
todo en tal estado de
degradación que hubiese sido subyugada por una empresa
aventurera…"
Esa conversión lo instala a Belgrano en la
contemplación de la Patria y su destino como siendo un
don, un camino, un llamado: necesidad y trabajo. Como todo lo
Creado, primordial y finalmente le pertenecen al Creador, y como
todas las criaturas, tiene signada su
salvación.
Patria y tierra son dos conceptos irreduciblemente
ligados justamente en la intimidad creadora, siendo de
allí donde se deriva la noción de amor, servicio
y belleza que luego los hombres y las generaciones aceptan o
dejan de aceptar.
A una hermosa patria no siempre le corresponde una
hermosa tierra en el sentido físico, aunque Él
puede siempre poner caminos en el desierto y ríos en la
estepa. Pero en nuestro caso, a una indubitable hermosa tierra
física,
pródiga, benigna y diversa, como destino le corresponde la
hermosura de la Patria, donde lo físico troca como
no-físico en libre, digna y justa.
Belgrano cifró, inicialmente en lo físico,
la hermosura de la patria por la riqueza de la tierra. Sin
embargo, la esperanza derivada de su fe, ligada al drama de los
acontecimientos mismos, lo fueron llevando a descubrir y madurar
la otra hermosura, la inmaterial, sabiendo y aceptando que
todo lo que existe en este mundo es obra del Señor.
Que esta patria es de Él porque Él la
creó. Y ese fue, definitivamente, su verdadero norte,
verdadera meta: luchar para hacerla y conservarla libre y
llena de paz.
Más adelante veremos, en ocasión del 25 de
mayo de 1812, que éste era su pensamiento director:
"…Ea, pues, soldados de la Patria, no olvidéis
jamás que nuestra obra es de Dios…"
Todo lo creado tiene una misión que cumplir. La
tierra no sólo es la geografía, la
posición relativa, los climas, ríos y riquezas que
guarda.
Amor a la patria es amar la obra del Señor.
Cuidar la patria es cuidar la obra del Señor y estar en
contacto con el Corazón Inmaculado. Amor y cuidado del
Señor y de la Patria son una misión, alta y hermosa
aunque duela. Para el servidor, la
misión, el destino de la Patria, es siempre superior a
sí mismo.
Tierra amada es también el corazón del ser
nacional, que es allí, en los corazones de sus hombres. La
vida, la acción de sus hombres.
La libertad es la Patria libre. Y esa es
una gloria, "…pero esta gloria debemos sostenerla de un
modo digno, con la unión, la constancia y el exacto
cumplimiento de nuestras obligaciones
hacia Dios, hacia nuestros hermanos, y hacia nosotros mismos;
á fin de que la Patria se goce de abrigar en su seno hijos
tan beneméritos, y pueda presentarla á la
posteridad como modelos que
haya de tener a la vista para conservarla libre de enemigos y en
el lleno de su felicidad…".
La dignidad y
libertad de la Patria y de sus hijos, la cifra en la triple
condición de unión, base del bien y destino
común y la hermandad activa; constancia en la
lucha, trabajo y cuidado protector; y exacto cumplimiento de
las obligaciones, fundamento de todo derecho y sociedad,
también en una triple dimensión: Dios, los
hermanos y nosotros mismos.
Amar a Dios es amar a la patria y a los hermanos como a
nosotros mismos. Este es el vínculo de amor que
contextúa y precisa "las obligaciones". Irreduciblemente y
en ese exacto y preciso orden.
De donde podemos inferir los dos planos de la libertad:
libertad personal y libertad en Dios.
Con sus propias palabras y acciones
podemos ilustrar ambos planos, referidos a acontecimientos
ocurridos en distintos momentos. El primero, cuando en
ocasión de la momentánea conquista de Buenos Aires
por los ingleses en 1806, la casi totalidad del Consulado
había prestado juramento de fidelidad a las nuevas
autoridades usurpadoras, Belgrano camina otro camino:
"Me liberté de cometer, según mi modo de
pensar, este atentado, y procuré salir de Buenos
Aires, casi como fugado; porque el general se había
propuesto que yo prestase el juramento… y pasé a la
banda septentrional del Río de la Plata, a vivir en la
capilla de Mercedes…"
Del segundo, la libertad en Dios, tenemos un primer
atisbo en el siguiente párrafo, referido a los acontecimientos de
mayo de 1810, cuando tras dolerse nuevamente del estado actual,
sólo encuentra consuelo en "… el convencimiento
en que estoy, de que siendo nuestra revolución
obra de Dios, Él es quien la ha de llevar hasta su
fin, manifestándonos que toda nuestra gratitud la
debemos convertir a Su Divina Majestad y de ningún modo a
hombre alguno"
Vemos aquí, también, su concepto de
obediencia, éste que permitirá luego comprender
sus "desobediencias" a los poderes, cuando sus exigencias no
coincidieran con los primordiales.
Aunque nunca dejó de apreciar los defectos y
errores de los compatriotas de su tiempo, que les atribuía
principalmente al deplorable estado de su educación, nueva
mostración de su realismo misericordioso, aquella
contemplación sobre Dios y la Patria, igualmente se fue
extendiendo a los hombres, volcándose paulatinamente hacia
los "hijos de la tierra" como portadores de la voluntad, tanto de
libertad, cuanto de disciplina y
acatamiento a los crecientes requerimientos del
camino.
Esta experimentación, lo llevó a la
decisión definitiva de que era "…preciso
corresponder a la confianza del pueblo, y todo me contraje al
desempeño de esta obligación, asegurando como
aseguro a la faz del universo, que
todas mis ideas cambiaron, y ni una sola concedía a
un objeto particular, por más que me interesase: el bien
público estaba a todos instantes a mi
vista"
Ahora sí, vemos la conversión completa:
hacia Dios, en los hermanos, por la causa superior de la libertad
y salvación de la Patria. Y marca así,
también él como destello de eternidad, el camino
común: como presente y futuro amalgamados, pues el
presente de Belgrano es nuestro pasado, pero su futuro es nuestro
presente y también nuestro futuro. Más adelante
volveremos sobre este mismo tópico.
Todas sus ideas cambiaron, confiesa. En especial las
referidas a las formas políticas
que debían contener las aspiraciones de libertad e
independencia, por cuanto éstas no resisten
prefiguraciones, sino que exigen la aceptación del genio
propio de los pueblos. De republicano acérrimo a
monárquico en diversas acepciones, irá tratando de
develar en cada situación cuál es la forma que
más se adapte a la idiosincrasia y al mandato de la
tierra. Sin hacer en ninguno de los momentos cuestión de
partido ni posición con ninguna de ellas.
Porque sabía y aceptaba que por sobre las formas
y los acontecimientos mismos, estaba la presencia e
intervención del Señor de la Historia en la misma
historia de los hombres "… el convencimiento en que
estoy, de que siendo nuestra revolución obra de Dios,
Él es quien la ha de llevar hasta su fin..." Y a ellos
se subordinaba, y desde ello contemplaba la realidad y la
evolución de los procesos.
Luego de la tercera invasión inglesa de 1807,
tras largas conversaciones con su prisionero, el General
Crawford, concluye el episodio con que no menos de un siglo
haría falta para estar en situación de
independencia.
Sigue la inmediata reflexión volcada en su
Autobiografía: "¡Tales son en todo los
cálculos de los hombres! Pasa un año, y he
aquí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para
ser independientes, Dios mismo nos presenta la
ocasión con los sucesos de 1808 en España y en
Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad
e independencia en América, y los americanos empiezan por
primera vez a hablar con franqueza de sus
derechos…"
En los días previos a las jornadas de mayo de
1810, Belgrano era de los que más pugnaba por la directa e
inmediata insubordinación, primero, y consecuentemente la
libertad e independencia. Realízase una reunión
secreta (sin embargo, él sabía por quienes
inmediatamente Cisneros habríase de enterar de todo cuanto
se conversaba) y el prócer, como era su costumbre y
conducta, no tuvo
reparo alguno ni guardó tampoco siquiera en parte, su
pensamiento independentista. Los resultados de la reunión
fueron más que desgraciados, pues ninguno de los presentes
quiso siquiera considerar sus argumentos, por temor a las
represalias del Virrey usurpador.
Sigue la reflexión de Belgrano sobre dicha
jornada: "Pero la Providencia que mira las buenas
intenciones y las protege por medios que no
están al alcance de los hombres, por triviales y
ridículos que parezcan, parece que borró de
todos hasta la idea de que yo hubiese sido uno de los
concurrentes a la tal Junta, y ningún perjuicio se me
siguió: al contrario a D. Juan Martín
Pueyrredón lo buscaron, lo prendieron y fue preciso
valerse de todo artificio para salvarlo…"
Para concluir esta breve semblanza, no podemos dejar de
hacer mención de la Bandera nacional creada por nuestro
General, por cuanto la prodigalidad, el florecimiento de esta
tierra, la aspiración del destino-misterio, es lo
significado en sus símbolos: blanco y celeste. Esos colores florecen,
fructifican en los corazones de los hijos de la tierra a lo largo
de las generaciones.
El 25 de mayo de 1812, en ocasión del juramento
al símbolo, pocas horas antes bendecido, en su Proclama a
las tropas y el pueblo jujeño, exigirá que no
olviden jamás "… que Él nos ha
concedido esta Bandera, que nos manda que la sostengamos, y que
no hay una sola cosa que no nos empeñe a mantenerla con el
honor y decoro que le corresponde…"
Para los argentinos, desde entonces, el celeste del
cielo es el manto de María y el blanco, la túnica
de Jesús.
Hemos tratado hasta aquí de mostrar las
convicciones más profundas del General Belgrano y de donde
derivarán sus principios,
valores y
conductas. Entrañable unión entre fe y vida, vida y
misión, misión y Patria, patria y tierra, criatura
y Creador.
En próximos capítulos se retomará
esta visión, pero ahora sí tanto desde su fe viva y
encarnada, cuanto en el momento exacto de las jornadas de
septiembre de 1812.
II. Paradoja
de obediencia y desobediencia
El contexto histórico previo a
septiembre de 1812
Cualquier adjetivo que se utilizara para describir la
situación general de la Patria en aquel tiempo,
resultaría poco menos que desesperante. A las amenazas de
los ejércitos españoles y la situación
internacional, crecientemente desfavorable, se le sumaba la
descomposición política del campo
nacional, que, en ritmo sostenido conllevarían a los
desgarros interiores por décadas.
Y si bien aún no tenían el grado de
violencia que
adquirirían después, no por ello ya se manifestaban
como nefastas para la existencia de la Patria, cuando ésta
aún estaba emergiendo a la faz de la tierra. Y en especial
para nuestro General, que aún existiendo por encima de
toda facciosidad, fue, sin embargo, víctima de la misma en
reiteradas ocasiones. Al decir de varios autores, la
revolución comenzaba a fagocitarse a sus mismos actores.
En rigor, comenzaba a pasar el tiempo de los precursores. Al
menos, el de algunos de ellos, y pagaban su precio. Eran
los compañeros de Belgrano, aún con sus
diferencias.
La situación de nuestro pueblo, mientras tanto,
contextuado en esos mismos problemas,
comenzaba a distinguirse. Para quien pudiera y quisiera verlo.
Belgrano lo hizo.
Sobre el tópico de los problemas intestinos,
germen de la guerra civil,
haremos exclusivamente las menciones imprescindibles que
directamente afecten el alma y la acción de Manuel
Belgrano, pues otra óptica
excedería por completo el marco de esta
reconstrucción.
El año anterior, 1811, significó el
preludio de cuanto le acaecería a Belgrano en forma
directa. La secesión del Paraguay es el
primer eslabón de una más larga cadena.
Desde el punto de vista militar, la actuación de
Belgrano no puede contarse entre las mejores páginas de su
historia personal, aunque en verdad sí representó
una especie de "escuela", a la
que no había asistido sistemática y
académicamente, imprescindible para el desarrollo de
toda actividad. Él mismo no se cansó de argumentar,
ante el gobierno porteño, sobre lo impropio de su misma
designación al frente del Ejército cuya
misión era proteger y auxiliar al Paraguay. No se trataba
de un ejército conquistador.
Ejército que, bien sea dicho ahora, para
después volver a repetirlo en las circunstancias del Alto
Perú, sólo existía en la nominalidad del
gobierno de Buenos Aires.
Más bien haríamos justicia en
hablar de un regimiento, tanto por el número de soldados
entrenados, cuanto por jefes y oficiales que lo fueron
reforzando, ampliado, eso sí, por el entusiasmo y la
voluntad de cientos de hijos de la tierra. Voluntarios sin
ninguna preparación ni disciplina, pero enrolados tanto
por el ansia de libertad patria, cuanto por seguir a ese hombre
venido del puerto, que por primera vez en tantos años, no
sólo se preocupa por ellos y los trata bien, sino que
conmueve su corazón y refuerza su disposición a la
lucha por la libertad y la independencia.
A las carencias de conocimientos militares, Belgrano las
suplió desde el primer instante con sus dones para la
conducción política. Y si bien siempre fue
sumamente exigente en el orden y la disciplina, sin escatimar los
medios que debiera aplicar entre la tropa y el pueblo mismo, dada
la índole de la fuerza que
tenía que emplear, la fuerza militar organizada en
ejército, lo hizo como quien ya está imbuido de una
misión superior, más allá de conquistar la
victoria por el combate o "hacer carrera".
Tempranamente advierte la indisposición de "los
pueblos" ante el gobierno revolucionario. En especial, porque la
dirección política que tomaba éste, poco
tenía que ver con la idiosincrasia de la
población.
El Reglamento dictado en diciembre de 1810 para el
régimen político, administrativo y reforma de los
pueblos de Misiones, por un lado; y la fundación de los
pueblos de Mandisoví y Curuzú Cuatiá, por el
otro, granjearon sin dudas la adhesión de las gentes a
este hombre, que en todo se mostraba distinto.
Pero por sobre todo, observaron que su conducta personal
no tenía diferencia con todo cuanto decía y
exigía. Para el rigor y el trabajo,
siempre el primero. Y, además, y esto es lo más
importante de señalar, que la piedad y misericordia
derivada de su fe eran una cosa viva y desde ellas pedía y
exigía, siempre con amor. Formaban parte no ya solamente
de sus convicciones íntimas, sino que toda su misma
acción era informada por ellas. Por eso lo
amaron.
Entonces, aunque no sin arduo empeño de su parte,
Belgrano escribió en el litoral y con el Ejército
Auxiliar, una segunda página en el libro de su
futura gloria. No en el orden militar, sino en el
político.
Página ésta que será cerrada
más tarde con otra victoria en medio de la derrota de las
armas. Pues si
bien no pudo impedir la escisión de la provincia del
Paraguay (estaba esto más allá de sus
posibilidades), sí en cambio la
trocó a favor de mantener la hermandad de los pueblos y la
unicidad del combate por la libertad y la
independencia.
Pero la derrota militar había existido, y
también los errores por parte del General en Jefe del
Ejército. Y esto fue aprovechado por sus enemigos
políticos en Buenos Aires, para hacerlo objeto de su
persecución, promoviéndole juicio por sus procedimientos en
la expedición al Paraguay. No había cargos que
hacerle, sólo "aquellos a que hubiera lugar", y por lo
tanto, mediante carteles de convocatoria a civiles y militares,
se llamaba a declarar contra el General Belgrano. Nadie se
presentó a deponer en su contra, pero sí muchos lo
hicieron a su favor.
Tanto desde los cuerpos políticos –los
Alcaldes de Barrio con Tomás Grigera a la cabeza, cuanto
desde los mismos militares que habían servido bajo sus
órdenes en el referido ejército. Oficiales y tropa
ya "…que no había un oficial ni un soldado que
tuviera la menor queja que producir contra
él…"; Y, además, por "…el amor
a la justicia, y salvar el buen nombre de un patriota a quien
vimos sacrificarse en todas las ocasiones en obsequio de la
patria y de la gran causa que defendemos…"
Prosigue más adelante la declaración:
"…encontramos motivos para admirar no tan sólo
su hábil política y madura prudencia, conque todo
lo componía uniendo los ánimos y llenándonos
de fuego verdaderamente militar…"
Y finaliza la declaración: "…que no
todos los que marchaban al lado del enunciado jefe,
tendrían toda la grandeza de ánimo que era
necesario arrostrar para acompañar el Sr. D. Manuel
Belgrano, que penetrado íntimamente de la importancia de
nuestro sistema, y
entusiasmado con heroísmo del amor de su patria, no
había sacrificio que no estimase corto para la
libertad"
Aunque la ignominia armada y manipulada en su contra
concluyera con otro triunfo político; aunque viera
reafirmado el amor de aquellos que beneficiaba –sin que
dejara por ello de exigirles altas dosis de disciplina y
disponibilidad-, y que iban constituyendo la base de un nuevo
pueblo, el dolor de las heridas de la patria emergente
seguían calando profundamente en el General, tanto en su
cuerpo como en su ánimo. Pero su espíritu, y de
esto dará pruebas hasta
el final, en rigor, seguiría elevándose cada vez
más.
Mientras tanto, en el otro frente de la guerra, el otro
norte, el del Alto y Bajo Perú, la situación no era
menos crítica. Aquí también se
presentaban, mezcladas, tanto las cuestiones propias de los
avatares militares como las políticas, derivadas por el
rumbo incierto y las disputas intestinas del gobierno
porteño, a las que, en este caso, sumaban las
personalidades de los dirigentes, civiles y militares que
operaban en este frente.
Y finalmente, si bien el triunfo en la batalla de las
Piedras –preparada por los trabajos de Belgrano, aunque ya
hubiera entregado el mando de este Ejército-, y el
consecuente sitio sobre Montevideo, no alcanzaban para disipar
los peligros. Ya desde el mar –donde enseñoreaba la
escuadra española-; ya por la guarnición
montevideana; ya desde la frontera del
Brasil, donde
estaban acantonadas las tropas portuguesas en continua amenaza de
invasión a la Banda Oriental, convertían a este
tercer frente de guerra en los que se debatían las armas
de la Patria, en frágil e inestable.
Pero detengámonos momentáneamente sobre el
segundo, el del Alto Perú, pues es el que directamente
atañe al General Belgrano.
De inicio, este frente que apuntaba al corazón
del poder realista
en Suramérica, Lima, no fue evaluado correctamente, ni
resuelto en consecuencia. Tanto desde el punto de vista
estrictamente militar, como del político. Y, a más,
la alta dirección política que debía
controlar y corregir la propia organización militar, desnudó sus
defectos. Entregó su conducción a sucesivos ineptos
comandantes, prohijó la insubordinación de jefes y
oficiales, incluso los más altos mandos, y permitió
el desarrollo de operaciones más allá de toda
viabilidad.
Desde el punto de vista político, el Gobierno no
supo ver en la designación de sus representantes la
inadecuación de éstos al teatro de
operaciones, su cultura e
idiosincrasia. Con este conjunto de problemas deberá
lidiar Belgrano cuando se haga cargo del mando.
Tanto la conducción militar, como la
política habían estirado las operaciones hasta el
límite norte del anterior Virreinato, en Desaguadero. La
retaguardia no estaba en absoluto asegurada. Mucho menos, en la
participación activa de las poblaciones.
Muy por el contrario, encontramos aquí el
principal escollo que ahora, y después, se le
presentará al gobierno de Buenos Aires con estas
provincias y que sólo una década más tarde
tendrá resolución definitiva.
Es que no comprendían las leyes de la
guerra como tampoco las de la política. Aún era
fuerte el sentimiento pro-español en estas tierras,
particularmente entre las clases acomodadas, pero más
fuerte aún lo era su cultura acendrada, y que tenía
en la religión un sostén indudable, que
sólo Belgrano, a posteriori, fue capaz de reconocer e
incorporar activamente.
Pero en este tiempo, Castelli y los suyos, con su cabeza
más en los libros que en
la realidad, y su corazón más en las propias ideas
que en la tierra y las gentes de la época,
dejáronse llevar por el jacobinismo antes que por la
misión que habían tomado. A este respecto, es
preciso referir un hecho que habla por sí mismo, sin
necesidad de mayores argumentos.
El mismo está referido por José M. Paz en
su obra, en forma de nota, relatando precisamente la retirada
luego de la derrota del Desaguadero: "…Cuando se
retiraba el ejército derrotado en el Desaguadero, se
detuvo Castelli unos días en Chuquisaca, y sus ayudantes,
de los que uno era Escobar, acompañados de otros oficiales
locos, pasando una noche por una iglesia,
vieron una cruz en el pórtico, a la que los devotos
ponían luces; alguno de ellos declamó contra la
ignorancia y fanatismo de aquellos pueblos, y otro propuso, para
ilustrarlos, arrancar la cruz y destruirla; así lo
hicieron, arrastrándola un trecho por la calle. Este era
un caso de inquisición".
El ejército español, por la hábil
conducción de Goyeneche, había aprovechado a su
favor el concepto de incredulidad que se atribuía entre
toda la población a los jefes y oficiales de nuestro
ejército. Como apunta Paz en sus "Memorias…", los soldados realistas que
morían, "… eran reputados por mártires de
la religión, y como tales volaban directamente al cielo a
recibir los premios eternos. Además de política,
era religiosa la guerra que se nos hacía, y no es
necesario mucho esfuerzo de imaginación para comprender
cuánto peso añadía esta última
circunstancia a los ya muy graves obstáculos que
teníamos que vencer…".
Sirvan los párrafos precedentes como marco
contextual para comprender a cabalidad todo lo que posteriormente
diremos sobre la conducción del General Belgrano, ya en el
ejército del Paraguay, como en éste del
Perú, momento en que nos explayaremos con detenimiento
sobre la formación en la fe y las prácticas
religiosas en que se apoyó.
Pero permítasenos adelantar el juicio: puso en
práctica no una política entendida con sus
contenidos usuales, sino que sentó las bases de una
verdadera Fideipolítica, en la que
armónicamente se integraban los elementos de la
conducción, basados y fundados en la fe. Tanto en su
aplicación militar como civil.
Pero volvamos al relato. Este ejército en
retirada, de aquí en más, como cuerpo, no
volverá a pisar tierras altoperuanas mucho más al
norte de Suipacha. En rigor, restringido a las provincias del
Bajo, nuestras actuales del noroeste, con incursiones en
aquellas, en general convertidas en derrota.
En este marco es nombrado Belgrano al mando de este
ejército. Pero esto, igual que antes con el del Paraguay y
Banda Oriental, es demasiado ampuloso. El mismo General lo
describe al hacerse cargo: "Yo no quería hablar a V.E.
de dinero
jamás, pero V.E. Me ha puesto en esta decisión
encargándome del mando de éste que se llama
ejército, cuando puede ser que con toda su fuerza acaso no
se formaría un regimiento…".
Goyeneche no lo ignoraba y cometió, una vez
más, la imprudencia de hacerlo conocer: "…el
expirante Gobierno de Buenos Aires, combatido por todas partes
sin recursos ya para
subsistir…"
Belgrano pone manos a la obra para reunir y organizar
los medios necesarios, humanos y materiales, para el cumplimiento
de su misión. Su rectitud, tenacidad y patriotismo
serán la mejor garantía para afrontar con éxito
toda situación negativa. Para ello confiará, ante
todo y por sobre todo, en que "…la Divina Providencia
nos abra un camino para mejorar la suerte, y que la Patria
se vea libre de tantos apuros como la rodean"
Y ese camino, más aún que en el
Paraguay –no dicho esto como comparación entre ambas
poblaciones, sino sobre sí mismo, por cuanto el General ya
ha aprendido bastante más que en aquella oportunidad- en
orden a participación efectiva, amplia, generosa, lo
encontrará Belgrano en el propio pueblo. Pero tuvo que
"verlo", y para verlo no le alcanzaban los ojos del cuerpo,
hacían falta los del corazón.
Pues la Providencia, siempre, elige y prepara un pueblo;
aunque también de ese pueblo, como en este caso, elija y
prepare a un hombre sobre quien recaiga la responsabilidad mayor. Y aquí es donde
Belgrano termina de madurar la belleza, la hermosura de la
Patria. Esa otra hermosura, si se quiere inmaterial, como es el
corazón de los hombres: la tierra en la que trabaja
Dios.
Pero como todo camino, no está libre de
obstáculos, impedimentos, asechanzas, desviaciones,
acechantes. Son los corazones de los hombres que,
sabiéndolo o no, responden a otro mandato, a otro poder. Y
de éstos, Belgrano tuvo que padecer en abundancia,
especialmente entre los mandos superiores del
ejército.
Pues las divisiones que luego llevarían al
desgarro entre los argentinos, tenían su comienzo no
sólo entre los políticos de Buenos Aires, sino
también entre los militares en operaciones. Belgrano, que
no era hombre de partido, tuvo que sobreponerse a todos
ellos.
Entre los acechantes, podemos nombrar a Juan Ramón
Balcarce, "hombre mediocre", como lo califica el Gral. Paz
en un meduloso análisis de su conducta.
"…Díscolo, intrigante
(acechante), y diré también,
cobarde…" como lo califica el propio General
Belgrano.
Pero no es el único. En rigor, pocos son los que
cumplen con su deber de obediencia militar o en ellos prevalece
la alta misión de la libertad de la Patria. La
mayoría, aunque buenos patriotas y hasta valerosos
combatientes, aún desde el inicio mismo se dejarán
llevar por sus intereses y pasiones personales o de grupo o
facción, en detrimento de la autoridad y
acción de su Comandante en Jefe.
A mediados del mes de julio tuvo el General noticias
acerca de que los realistas reconcentraban sus fuerzas en
Suipacha y que sus avanzadas operaban ya sobre La Quiaca. Todo
anunciaba una nueva invasión.
La noticia del desastre en Desaguadero, lejos de
amilanar el brío popular de la provincias Bajas, muy por
el contrario lo alzó, pues comenzó a presentirse el
peligro que corría la causa de la libertad. El
entusiasmo suele inocularse por el dolor mismo.
Gregorio Araoz de Lamadrid, en sus "Memorias", nos
noticia de que "…el señor gobernador
aceptó mi ofrecimiento como el de otros
muchos;…Marchamos a los pocos días con un
escuadrón, …y habiendo costeado el uniforme de
dicho escuadrón por las señoras del
pueblo."
Los pueblos generalmente no reaccionan de modo
homogéneo frente a los peligros. Los párrafos
anteriores son una muestra de cómo algunos, inmediatamente
sacan coraje ante una simple y distante noticia. Otros, incluso
más cercanos físicamente a los peligros que los
asechan, necesitan de otro tipo de medidas.
Pero, finalmente, también reaccionan.
El General, hasta principios de julio dudaba tanto de
seguir retirándose hacia el sur, cuanto de la respuesta
que brindaría el pueblo. En tal sentido son elocuentes las
diversas cartas que
escribe a B. Rivadavia en dicho período. Pero
también reaccionó: supo guardar para mejor
oportunidad su íntima resolución sobre el comportamiento
militar; y supo mirar con otros ojos a su pueblo. Y
confió. Aunque sin dejar de tomar los recaudos necesarios,
incluso los más duros… pero
confió.
En Tucumán habría de tener otra respuesta
similar a la comentada anteriormente, cuando ya tanto su
resolución íntima y lo esperable de su pueblo,
coincidieron.
Belgrano decide, entonces, operar él mismo con
sus fuerzas reconcentradas, ya no sólo las militares bajo
su mando, sino el pueblo todo. Toma las decisiones e imparte las
órdenes correspondientes a su ejército, pero
también las referentes a la civilidad.
Se produce así, el 23 de agosto de 1812 el Exodo
Jujeño, una de las páginas más gloriosas de
nuestra historia nacional. Todo un pueblo en marcha, dejando tras
sí la desolación, para que ni un simple ternero, ni
un kilo de trigo pudiera ser aprovechado por el enemigo.
Había declarado traidores a la patria a los que no
cumpliesen, y lo perderían todo; y por último,
imponía la pena de la vida a quienes no cumplieran con las
guardias e incluso a quienes inspiraran desaliento, sin
distinción de clase o
condición.
"…Todos comprendieron que era cuestión
de vida o muerte…", apunta Mitre.
Y en la respuesta a las protestas del Cabildo
jujeño, el General Belgrano nos deja señalada,
entre líneas, su auténtica inspiración,
aquella que brota de su misma intimidad, la que está en
contacto con el Creador: "…No busco plata con mis
providencias, sino el bien de la patria, el de ustedes mismos, el
del pueblo que represento, su seguridad que me está
confiada. Ayúdenme, tomen conmigo un empeño
tan digno por la libertad de la causa sagrada de la patria,
eleven sus espíritus, que sin que sea una fanfarronada, el
tirano morderá el polvo con todos sus
satélites".
Ante tal voluntad, el pueblo se galvaniza y se
predispone "…a desplegar esa fuerza gigantesca que
ellas mismas ignoraban, y que después ha hecho de las
provincias del Norte un baluarte inconmovible".
Así vamos llegando a Tucumán, pero por el
camino de las carretas, por Burruyacú, lejos de San
Miguel, su capital. El
General había dispuesto tal derrotero, hacia Santiago,
pues debía cumplir las órdenes de Buenos Aires,
seguir retrocediendo hasta Córdoba. Permanecía en
él intacta su resolución íntima de no
hacerlo, de afirmarse en las provincias del Bajo y presentar
batalla.
Y aquí, nuevamente el pueblo: "…Esta
determinación alarmó tanto a los tucumanos que, se
presentó su gobernador Bernabé Araoz
acompañado de mi tío el Dr. Pedro Miguel Araoz que
era el cura y vicario, así como muchas familias conocidas,
a pedir al señor General que no los abandonasen y
ofrecerle que alarmarían toda la provincia y
correrían la suerte que les deparase una batalla…
El señor General accedió a esta petición tan
determinada y dictó las órdenes más
necesarias para esperar al enemigo".
¡He aquí el camino que había
rogado a la Providencia!
¡He aquí la tierra que trabaja Dios,
aún "por medios que no están al alcance de los
hombres, por triviales y ridículos que
parezcan", según su propio decir!
¡Ésta es la oportunidad!
Y Belgrano desobedece a su gobierno terrenal que
le exigía a cualquier costo seguir
retrocediendo. Debemos resaltar un párrafo de la
explicación que el General da de su conducta a sus
mandantes políticos, afirmándose en la voluntad
popular: "Es de necesidad aprovechar tan nobles
sentimientos que son obras del Cielo que tal vez empieza a
protegernos".
Comienza aquí a reunir, Belgrano, el verdadero
ejército, aquél que con uniforme o sin uniforme
es el que cuenta para la "causa sagrada de la patria",
cualesquiera sean las circunstancias. La base humana de la
hermosura de la Patria.
Ejército en el que se ve la acción del
Señor de la Historia. Un pueblo nuevo con un largo pasado.
Del que Belgrano es parte, pero eminente diferencia.
Ejército de corazones nuevos, llenos de
amor y esperanza. La verdadera arma con la que
contará Belgrano, y tras él, los otros Patriarcas
de la Nación Argentina, que se animen, como él, a
buscarlo y encontrarlo.
III. Belgrano: fe
viva y encarnada
a) Su fe y su religiosidad: devoto de
María
"La fe no es propia de los soberbios sino de los
humildes", recuerda San
Agustín.
La fe es un don divino; sólo Dios la puede
infundir más y más en el alma. Es él quien
abre el corazón del creyente para que reciba la luz sobrenatural,
y por eso debemos implorarla; pero a la vez son necesarias unas
disposiciones internas de humildad, de limpieza, de apertura…,
de amor que se abre paso cada vez con más seguridad. Todo
nuestro trabajo y nuestras obras deben ser plegaria llena de
frutos.
Hasta lo más valioso de nuestras obras
quedaría sin fruto si prescindiéramos del deseo de
cumplir la voluntad de Dios: Dios no necesita de nuestro trabajo,
sino de nuestra obediencia.
La llamada de Dios –y a todos nos llama- es en
primer lugar, iniciativa divina, pero exige correspondencia
humana: "No me habéis elegido vosotros a Mí; si no
que Yo os elegí a vosotros".
Hemos visto en los capítulos precedentes aspectos
de la fe viva que encarnaba Manuel Belgrano. En éste
ahondaremos en la misma, pero mostrando, además, su
aplicación a la vida pública, a la
conducción, y la incidencia en la
organización política y militar que tal
dimensión tenía. Como hemos dicho, Belgrano
anticipa la formulación de una política de los
fieles aplicada a la libertad de la Patria y la salvación
de todo un pueblo, Fideipolítica.
Comencemos por su propia profesión de fe:
"Soy verdadero cristiano, católico, apostólico,
romano".
El rezo del santo rosario de María era de
obligación cotidiana, según lo mandaba el mismo
Reglamento del ejército. Tanto para los oficiales como
para la tropa, y solía dirigirlo Belgrano mismo.
Según un testigo presencial, lo común era ver "la
devoción y la ternura con que todos pronunciaban las
frases. Y en ninguna circunstancia, por inconveniente que fuera,
se abandonaba esta práctica.
Así nos lo atestigua también el General
Paz: "…Recuerdo que al día siguiente de la
derrota de Ayohuma, hizo formar en círculo, después
de la lista, los menguados restos de nuestro ejército,
y colocándose en el centro, rezó el
rosario, según se hacía ordinariamente.
Fuera (además) de los sentimientos religiosos que
envolvía esta acción, quería hacer entender,
que nuestra derrota en nada había alterado el orden y la
disciplina".
Así prueba que la oración y el rosario,
verdadera cadena de unión, son las armas verdaderas para
derrotar al enemigo.
No se restringió solamente sobre esta
práctica piadosa, a las propias fuerzas que le tocara
comandar. Incluía el uso de otros símbolos
religiosos de devoción mariana, pero, además, la
impartición de la Enseñanza.
De la misma manera, tampoco se agotó sobre las
fuerzas propias. Muy por el contrario, no se cansó de
hacerla extensiva al mismo Gobierno para que la incorporara de
modo obligatorio, como a cuantos de sus compañeros
alcanzara a llegar.
En tal sentido alcanza hasta la más alta
apreciación de la situación. Era su parecer que
"…los españoles en ningún caso se
animarían a hostilizar a Buenos Aires formalmente,
…mucho menos si el Gobierno imbuía a la tropa en
máximas religiosas, obligándolas a rezar el
rosario, y a cargar cada soldado un escapulario de la
Virgen de las Mercedes…"
Organizó también la Capellanía del
ejército. En una serie de ordenanzas enviadas al Vicario,
canónigo Juan Ignacio Gorriti podemos apreciar en la 3ra.
De ellas: "Prevendrá a todos (los Capellanes)
cumplan con su obligación de hallarse presentes a la
hora del rosario, y cumplir con las órdenes que
estén comunicadas sobre su prédica,
dándome cuenta de los motivos por qué no lo
ejecutaren".
Anteriormente, en otro oficio, le reclamaba
también al Gobierno: "…vista VE. A las tropas el
escapulario de esta Señora; mande que recen con
devoción el rosario, y que los capellanes le
expliquen, después de él, la doctrina cristiana,
siquiera un cuarto de hora…".
Mientras la fuerza que hemos visto, comandada por
Belgrano, marchaba ordenadamente en Éxodo hacia el sur,
pocos kilómetros antes de llegar a la actual Metán,
provincia de Salta, en Las Piedras, tanto por error del
comandante enemigo, cuanto por la adecuada previsión del
General en Jefe patriota, obtiene nuestro ejército una
inesperada pero saludable victoria. Es el 3 de
septiembre.
Cabe en este punto citar un pasaje relatado por un
testigo presencial: "…Al entrarse el sol, Belgrano
mandó formar el ejército y pasó una ligera
revista.
Llamó por sus nombres a los que murieron en esa
mañana: `no existen –dijo- pero viven en
nuestra memoria,
están en el Cielo dando cuenta a Dios de haber derramado
su sangre por la
libertad`. Felicitó a todos dando las gracias;
llenó de aplausos a los soldados…"
El día 12, hemos visto, decía en un oficio
al Gobierno explicando las razones de su desobediencia, entre
otras: "Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos
que son obras del Cielo que tal vez empieza a
protegernos". En rigor, muestra Belgrano adonde y como
tenía cifrada su obediencia.
El 14, dos días después, le
escribía a B. Rivadavia sobre lo mismo, concluyendo de un
modo que denota una suerte de alianza y auxilio
recíprocos: "…Sé que los enemigos se
me acercan, pero me dan tiempo para reponerme algún tanto,
y mediante Dios, lograr alguna ventaja sobre
ellos".
El 19, en reclamo otra vez infructuoso al Gobierno, y
para dejar nueva constancia de lo absurdo que éste le
imponía, así como que no lo asistía, antes
ni ahora, termina de una manera que es más una
petición al cielo, que argumento circunstancial:
"Dios quiera mirarnos con ojos de piedad, y proteger el
noble esfuerzo de mis compañeros de
armas"
Se va acercando el momento de la Batalla, y el General
lo presiente. No nos adelantaremos en el relato, pero es bueno
consignar ahora que, en tal momento "irrumpirá" nuestra
Señora en la espiritualidad de Belgrano. Así es
como está consignado cronológicamente, no por
nosotros, sino por todos cuantos han investigado su
vida.
Sin embargo, estamos convencidos que se trata solamente
de los métodos
empleados. Belgrano tenía devoción mariana desde
antes, diríamos, desde siempre. Por educación y por
formación. Desde siempre estaba involucrado con
María, y fue Ella quien eligió el día: la
invicta Virgen Redentora de los cautivos.
b)
Puente de amor y abnegación entre el cielo y la
tierra
Nuestra Madre Santísima guía a todos para
llenarse de fe, de amor y de audacia ante el que hacer que Dios
les ha señalado en medio del mundo, pues Ella es "el buen
instrumento que se identifica por completo con la misión
recibida". Una vez conocidos los planes de Dios, Santa
María los hace cosa propia; no son algo ajenos para Ella.
En el cabal cumplimiento de tales proyectos
compromete por entero su entendimiento, su voluntad y sus
energías.
La fe nos lleva a imitar a Jesucristo, que fue "perfecto
Dios y perfecto hombre", a ser personas de temple, sin temores,
sin indebidos respetos humanos; veraces, honrados, justos en los
juicios, en todas las actividades, hasta en la simple
conversación.
Bartolomé Mitre, hombre sagaz y que sin duda
alguna, sabía entender a los hombres, tiene, sin embargo,
un juicio sobre Belgrano, que demuestra cortedad. Lo
crítico en ciertos aspectos del mismo, más bien
suena a reproche que a descripción: pues admirándolo
sincera y profundamente, es como si a la misma vez estuviera
diciendo: "Lástima que no fue como yo, pues de lo
contrario…". Lo que critica Mitre de Belgrano, en medio de
alabanzas, es que éste no fuera un hombre del poder, ni
del Estado, ni de la ideología.
He aquí el juicio en cuestión:
"Belgrano no era un hombre de gobierno para épocas
revolucionarias. Exento de ambición, manso por naturaleza
y modesto por carácter, carecía de las cualidades
férreas que se requieren para dominar en los consejos
ó para imprimir en la política el sello de sus
ideas. Hombre de abnegación más bien que hombre de
estado, tenía la fortaleza pasiva del sacrificio y del
deber, que impulsa al hombre a trabajar con tesón por el
bien de sus semejantes, aspirando tan sólo a la
satisfacción estoica de merecer la aprobación de su
conciencia.
Así vemos eclipsarse su figura en la Junta Gubernativa, y
brillar en primer término la gran figura política
de don Mariano Moreno, el omnipotente secretario del nuevo
gobierno y el verdadero numen de la revolución
democrática.
Moreno subordinó la revolución a su
genio, y Belgrano, infatigable obrero de la libertad y del
progreso, se puso a su servicio. El uno era el hombre de las
grandes vistas políticas, de las reformas atrevidas, de la
iniciativa y de la propaganda
revolucionaria en todo sentido; el otro era el hombre de los
detalles administrativos, de la labor paciente, dispuesto
igualmente a ser el héroe o el mártir de la
revolución, según se lo ordenase la ley inflexible
del deber…"
Es cierto. Belgrano era otro hombre, de obediencia a
otro Poder, que llama e invita a la renuncia de sí mismo;
más, nunca impone.
En la Proclama dirigida a los pueblos del Perú,
luego de la Batalla de Tucumán, está inserta una
afirmación del General Belgrano que nos exime de mayores
interpretaciones: "Las provincias de Lima me llaman como
vosotros y con igual empeño… yo vuelo con todos mis
hermanos de armas en su socorro, y con la seguridad de que
Dios Todopoderoso protege nuestras justas intenciones; pues no
doy un paso en que no vea sus distinguidos
favores…".
Como hemos visto, ante la gravedad de la
situación, Belgrano confía, ante todo y por sobre
todo, en que "…la Divina Providencia nos abra un
camino para mejorar la suerte, y que la Patria se vea libre
de tantos apuros como la rodean"
Camino marcado bordeado por un torrente de agua muy
celeste y espuma de blanco brillante.
Dios pide a veces "aparentes imposibles", que se hacen
realidad –y dejan de serlo- cuando se actúa con fe,
con los ojos puestos en el Señor, y "vemos" cómo
Él obra concretamente en el tiempo.
Todas las tempestades juntas, las del alma y las del
ambiente, nada
pueden mientras se esté bien afincados en la
oración.
Cuando la fe del creyente es profunda, participa
de la Omnipotencia de Dios, de su poder, hasta el punto de que
Jesús dice: "El que cree en Mí, también
hará las obras que Yo hago". También dice a los
Apóstoles en el Evangelio de la Misa que podrían
"trasladar montañas" de un lugar a otro: se lleva a cabo
el hecho de "trasladar una montaña" siempre que alguien,
con la ayuda de la gracia, llega donde las fuerzas humanas no
alcanzan.
La palabra imposible no existe en el alma que vive de fe
verdadera: si surgen dificultades, más abundante llega
también la gracia de Dios; si aparecen más
dificultades, del Cielo baja más gracia de Dios; si hay
muchas dificultades, hay mucha gracia de Dios.
La que sigue es una semblanza realizada por el General
Paz, que ilustra algunos aspectos de cuanto venimos diciendo:
"…El puesto del general Belgrano durante toda la
retirada (se refiere a la larga y compleja marcha desde
Humahuaca hasta Tucumán), es eminente. Por más
críticas que fuesen nuestras circunstancias (recordar
que tanto Paz como La Madrid, a
quienes venimos referenciando, sirvieron bajo sus órdenes
en este ejército y fueron testigos presenciales de todos
estos acontecimientos), jamás se dejó sobrecoger
del terror que suele dominar las almas vulgares, y por grande que
fuese su responsabilidad, la arrostró con una constancia
heroica. En las situaciones más peligrosas, se
manifestó digno del puesto que ocupaba, alentando a los
débiles e imponiendo a los que suponía
pusilánimes, aunque usando a veces causticidad ofensiva.
Jamás desesperó de la salud de la patria, mirando
con la más marcada aversión a los que opinaban
tristemente. Dije antes, que estaba dotado de un gran valor moral, porque
efectivamente no poseía el valor brioso de un granadero,
que lo hace muchas veces a un jefe ponerse al frente de una
columna y precipitarse sobre el enemigo. En lo crítico del
combate, su actitud era
concentrada, silenciosa, y parecían suspensas sus
facultades: escuchaba lo que le decían, y
seguía con facilidad las insinuaciones racionales que se
le hacían; pero cuando hablaba, era siempre en el sentido
de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo, o si era él
el que avanzaba, de hacer alto y rechazarlo. Su valor era
más bien (permítaseme la expresión)
cívico que
guerrero. Era como el de aquellos senadores romanos, que
perecían impávidos, sentados en sus sillas
curiales.
En los contrastes que sufrieron nuestras armas bajo
las órdenes del general Belgrano, fue siempre de los
últimos que se retiró del campo de batalla, dando
el ejemplo, y haciendo menos graves nuestras pérdidas. En
las retiradas que fueron la consecuencia de esos contrastes,
desplegó siempre una energía y un espíritu
de orden admirables; de modo, que a pesar de nuestros reveses, no
se relajó la disciplina, ni se cometieron
desórdenes…"
Y concluye un poco más adelante: "¡Honor
al general Belgrano! Él supo conservar el orden tanto en
las victorias como en los reveses. Cuando él mandó
en esos días de luto y de desgracia, los paisanos y los
indios venían pasiblemente a traer las provisiones al
pequeño cuerpo que se retiraba; tan lejos de
manifestarnos aversión, solo se dejaba percibir, en lo
general, un sentimiento de simpática tristeza. No
hubo entonces riñas fratricidas, no pueblos sublevados
para acabar con los restos del ejército de la
Independencia; nada de escándalos que deshonran el
carácter americano, y manchan la más justa de las
revoluciones".
El 19 de septiembre, resuelto ya completamente Belgrano
en su decisión y las operaciones consecuentes, escribe al
Gobierno de Buenos Aires: "Belgrano no puede hacer
milagros…; pero tiene la desgracia de que siempre se le
abandone, o que sean tales las circunstancias que no se le pueda
atender; Dios quiera mirarnos con ojos de piedad, y proteger
el noble esfuerzo de mis compañeros de
armas".
Cabe adelantar que los recursos que no le enviaba el
Gobierno de Buenos Aires, los obtendrá de la misma
Batalla, como en su momento veremos.
El General Mitre ha evaluado, con justicia, que "Si
Belgrano, obedeciendo las órdenes del Gobierno se
retira (hasta Córdoba) las provincias del Norte se
pierden para siempre, como se perdió el Alto Perú
para la República Argentina".
La salvación de la tierra igualmente es la
salvación de la patria.
Patria bendita, elegida, suelo bendito.
Tierra elegida y santa. Elegida para que reine Jesús en
este pueblo. Pueblo elegido, corazón y tierra de la
Patria. Nación entre las naciones.
Belgrano, ejercitando nuevamente su legítima
piedad, no dudará en comprometer a la Reina del Cielo en
la por demás arriesgada empresa que iba a
acometer. Y Ella, se involucrará de modo tal, que hasta
los incrédulos no podrán dejar de apreciar. Por
Belgrano, por la causa sagrada de esta Patria. Por su
Hijo.
c)
Mediador entre Dios y los hombres
A lo largo del tiempo, ha sido éste –y
sigue siéndolo, en verdad- artículo de divergencias
y discusión. No penetraremos en ninguna de estas
cuestiones. Simplemente verificaremos aquello de lo que estamos
convencidos y creemos.
El único y definitivo Mediador es Jesucristo, y
nada de ello podría hacerse fuera de Él. Pero esta
unicidad no es exclusiva, sino inclusiva, es decir, posibilita
formas de participación en la acción mediadora.
Dicho de otro modo: la unicidad de Cristo no borra el "ser para
los demás" y "con los demás de los hombres ante
Dios"; en la comunión con Jesucristo, todos ellos pueden
ser, de múltiples maneras, mediadores de Dios unos para
otros. El mismo Espíritu
Santo promueve esta función
entre los hombres.
Estos son hechos simples de nuestra experiencia
cotidiana, pues nadie cree solo, todos vivimos, también en
nuestra fe, de mediaciones humanas. Ninguna de ellas
bastaría por sí misma para tender el puente hasta
Dios, porque ningún ser humano puede asumir por su cuenta
una garantía absoluta de la existencia de Dios y de su
cercanía.
Pero, la comunión con aquel que es en persona
dicha cercanía, los hombres pueden ser mediadores los unos
para los otros, y de hecho lo son.
Desprendemos de los párrafos anteriores, que la
posibilidad y frontera de la mediación queda delimitada en
la coordinación con Cristo, por el
Espíritu Santo.
Dice Santo Tomás que nada impide que existan
entre Dios y los hombres, por debajo de Cristo, mediadores
secundarios que cooperen con Él de una manera dispositiva
o ministerial; es decir, disponiendo a los hombres a recibir la
influencia del mediador principal o transmitiéndosela,
pero siempre en virtud de los méritos de
Jesucristo.
Sobre la participación en la función
mediadora de Cristo, se fundan las mediaciones humanas, que son,
entonces, un servicio en subordinación, y de aquella
principal, toman toda su eficacia.
En todo ello, la mediación de la Virgen
María no se diferencia de la de otros seres humanos,
por cuanto su mediación está en la línea de
la colaboración creatural con la obra del
Redentor.
Pero la Virgen, llena de Gracia, es portadora, a
diferencia del resto de los seres humanos, del carácter de
lo "extraordinario", y por ello, llega de manera singular
más allá de las formas posibles para los
demás, en la comunión con los santos.
El carácter único de la mediación
de María estriba en que es una mediación materna,
ordenada al nacimiento continuo de Cristo en el mundo.
Nadie, como Ella, puede ejercer, "siempre", la
co-mediación "para todos", voluntad omnipresente de
Dios-Hijo, su hijo.
La alegría de la Redención y el dolor de
la Cruz son inseparables en la vida de Jesús y de
María. Desde el comienzo, la vida del Señor y la de
su Madre están marcadas con el signo de la Cruz. El
Señor ha querido asociarnos a todos los cristianos a su
obra redentora en el mundo para que cooperemos con Él en
la salvación de todos.
Instrumento de la Voluntad. Elegido en un pueblo
elegido: "…y con la seguridad de que Dios Todopoderoso
protege nuestras justas intenciones; pues no doy un paso en que
no vea sus distinguidos favores…"
El ejercicio de la virtud de la fe en la vida cotidiana
se traduce en lo que comúnmente se conoce como
"visión sobrenatural". Ésta consiste en ver
las cosas, incluso las más corrientes, aquello que parece
intrascendente, en relación con el plan de Dios sobre
cada criatura en orden a su salvación; y a la de otros
muchos, todo un pueblo:
"…Sólo exijo de vosotros
(dirigiéndose a los pueblos del Alto Perú)
unión, constancia, valor y el ejercicio de las
virtudes: alejad de vosotros toda ociosidad, todo
espíritu de venganza, y todo cuanto sea contra la ley
santa de nuestro Dios y de la Santa Iglesia, y no
penséis en intereses particulares, sino en salvar la
amada Patria para restituirla al goce de la tranquilidad que
necesita para constituirse, y que todos disfruten de los
bienes que el
Cielo mismo nos ha querido conceder".
Tanto en el Paraguay como en el Alto Perú, le
costó a Belgrano comprender que la escisión de
ambas Provincias, más allá de las voluntades e
intereses humanos –internos y exteriores- del momento,
estaba en los planes de Dios.
Que ambas debían ser, como lo son, naciones, esas
casi personas colectivas, cada cual con su misión a
cumplir en Su orden Omnisciente.
La fe de Manuel Belgrano era la fe de un hijo: llena de
piedad, simple y sencilla; ingenua y tierna al grado de salirse
de su época; partícipe y participante, por
poderosa, laboriosa y obediente.
IV. En la
víspera, la entrega
Veamos un antecedente inmediato digno de destacar. Como
bien rescata el P. Cayetano Bruno: "…Los primeros que
colocaron la campaña en forma pública, si bien
indirectamente, bajo el augusto patrocinio de la Madre de Dios,
fueron los catamarqueños…
…En la sesión del 5 de septiembre de
1812, el Alcalde de primer voto propuso… para aplacar la
justa indignación de un Dios airado, debemos valernos del
poderoso patrocinio de Nuestra Madre y Señora del
Valle, quien en todas nuestras tribulaciones ha sido el
único refugio que tenemos… para lo cual
(juntamente con la contribución humana y material
aprobada), se le mandase cantar un novenario de Misas de
rogación".
También los catamarqueños se movilizaban a
caminar el camino de la Patria; y refugiados en su Madre,
buscaban a Belgrano para "…reforzar las fuerzas de la
Capital de Buenos Aires y de Salta…"
El camino, lleno de amor, verdad, dolor y sacrificio,
fue la peregrinación y el trabajo de participación,
de colaboración con el Señor de la Historia, que
transitaban Belgrano y los argentinos con fe, esperanza, entrega
y obediencia, que a él buscaron y siguieron.
En ese camino de salvación, ya estaba derramado
un torrente de amor, verdad y justicia. Pero había que
caminarlo, con todas las vicisitudes materiales y espirituales
que tan arriesgada empresa importaba.
Pues consciente era Belgrano de sus desventajas. A todas
las apuntadas precedentemente, cabe agregar solamente la
numérica: el ejército realista contaba con no menos
de 3.500 hombres y el patriota con 1.800. La artillería
española era completamente superior. En lo único
que se distinguían las fuerzas nacionales era en la
caballería, pero el mayor número de sus miembros,
estaban armados con poco más que cuchillos.
Instalado el General en la ciudad de Tucumán
desde hacía varios días, y decidido a presentar
allí la batalla, en las afueras y apoyado en ella; es
necesario que veamos paso a paso la jornada del 23 de
septiembre, tanto en los arreglos militares, cuanto en los
espirituales. La previsión humana decía que la
batalla podía darse ese día o el siguiente. La
Redentora de los cautivos había elegido Su
día.
El 23, el ejército de Tristán se encuentra
a veinte kilómetros de la ciudad, en Los Nogales, pues
viene marchando desde Trancas por el Camino Real, actual Ruta
Nacional 9.
Ésta había sido fortificada en arreglo a
las mayores posibilidades que daban los recursos disponibles,
pero se juzga suficiente para haber resistido un ataque
directo.
"El ejército patriota salió de la
ciudad y formó dando frente al norte, a caballo, sobre el
camino que debía traer el enemigo. Después de pasar
todo el día, se supo al ser de noche que el
enemigo había acampado y que no proseguía entonces
su marcha. Nuestro ejército volvió a la ciudad y
pasó la noche en la plaza…"
La Madrid tiene una variación en esta
precisión, pues apunta que el enemigo se hizo presente en
Los Nogales "…en la tarde del 23, y allí
fijó su campo, saliendo el nuestro a situarse al norte y
dejando el pueblo a su espalda…".
Señala el general Mitre, apuntando otra hora
precisa, que "…a las dos de la mañana
volvió a salir (el ejército) y ocupó
la misma posición (del día 23), calculando
que al amanecer tendría encima todo el ejército
español…".
Las siguientes horas son algo más difusas, pero
permiten no obstante reconstruirlas: Paz señala que
"…a las ocho de la mañana (ya del 24)
se supo que el enemigo… se dirigía a los
Manantiales…".
Mitre señala que
"…Tristán…a la madrugada del 24
levantó su campo…A las ocho de la
mañana la cabeza de la columna asomó (a lo
que sería el campo de batalla a su frente),
…En la mañana Belgrano personalmente
había observado los movimientos del enemigo, y cerciorado
la dirección que llevaba. Abandonó la
posición que ocupaba hasta entonces, rodeó la
ciudad, efectuó una contramarcha formando una nueva
línea con frente al sur ".
La Madrid dice que "…al amanecer del 24
salió el General en Jefe acompañado del
señor Gobernador, del cura y otros varios ciudadanos, con
sus ayudantes y una escolta de dragones a practicar un
reconocimiento. Avisado… que el enemigo se había
puesto en marcha por el camino de los
Pocitos…".
El movimiento de
ocupar las posiciones anteriores, frente norte, se pudo haber
realizado entre las dos y las cuatro de la mañana.
Belgrano, entre la salida del sol (por la época del
año alrededor de las 6,30) y las ocho de la
mañana, efectuó tanto el reconocimiento como el
movimiento de sus tropas invirtiendo el frente (contramarcha
norte/sur).
Es posible, entonces, inferir que Belgrano haya estado
ocupado prácticamente toda la noche del 23 al
24.
Esta reconstrucción descriptiva de los trabajos,
movimientos, organización de la víspera y hasta el
comienzo mismo de la Batalla a media mañana del 24, aunque
tedioso, persiguen responder algunas preguntas:
¿Cuándo y cómo dialogaba Belgrano con el
Cielo? ¿Cuándo y cómo comprometió a
Nuestra Señora y se juramentó a ella?
En primerísimo lugar, afirmamos con el P. Bruno
"…que Belgrano puso todo su ejército,
precedentemente a la batalla, bajo el maternal patrocinio
de Nuestra Señora de las Mercedes, y que luego de
alcanzada la victoria tanto él como sus compañeros
de armas la atribuyeron constantemente y sin titubeos a la
intercesión de la Virgen".
El General estimaba, previamente, que el combate
podía darse ese mismo día, pues las tropas
realistas se ubicaron a corta distancia del pueblo. Sea que desde
la mañana o recién por la tarde, lo cierto es que
los aprestos y la tensión general que podemos imaginar,
deberían haber tomado la totalidad del tiempo.
Sin embargo, Belgrano tuvo tiempo también para su
Madre. Anterior al despliegue y ocupaciones militares. No
olvidemos que todo lo supervisaba personalmente, y que no
confiaba en buena parte de sus oficiales.
Por ello, tanto del análisis de la
situación general, cuanto de la cronología de esa
jornada, nos arroja que fue entre la media mañana y las
primeras horas de la tarde del día 23 cuando Belgrano
se presenta a nuestra Señora.
Además de la imagen de la
Merced existente en el templo homónimo, existe otra de la
devoción popular, y cuya depositaria es una familia
Carranza.
Vemos a Belgrano, la víspera de la batalla,
caminar cerca del mediodía hacia esa casa, no lejos de
donde él mismo se aloja, frente a la plaza principal, pues
quiere rendir homenaje a la Santísima Virgen, a quien
había confiado el triunfo. Solicita entonces a los
dueños de casa, la imagen que ellos custodian para
llevarla al cuartel esa noche.
No es fácil la conversación, pues los
Carranza son españoles, enemigos de Belgrano, simplemente
porque éste era enemigo de los españoles. Por
más que argumenta, la imagen le es negada
terminantemente.
En vista de esa negativa, el General encamina sus pasos
hacia la otra esquina de la Plaza, hacia la Merced,
"…y allí hizo el juramento a la
Santísima Virgen…"
Ha dialogado con Ella, doble anticipación,
"a quien había confiado el triunfo". Pero su
íntimo imperativo le pide más: enterado de la
existencia de esa otra imagen, de "devoción
popular", no duda en encaminarse a pedirla, incluso sabiendo
que no iba a ser bien recibido Ella y la causa necesitan que
así lo haga. Por eso la busca igual, para presentarla a
sus soldados, "esa noche".
Seguramente, en la conversación con la familia
Carranza así lo hizo conocer, que es cómo nos llega
a nosotros.
Ha dialogado con Ella. Ha puesto a sus pies la justicia
de su causa; toda la situación, todos sus desvelos. Le ha
presentado todos los peligros de la Patria, de ese pueblo
confiado y de sus propios soldados. Y le ruega, y le suplica
protección y amparo.
Intercesión para que Él mismo se haga Presente y
conduzca Su ejército. Y, ahora sí, Le confía
el triunfo.
Pero le parece que debe hacer algo más. Que su
ejército y su pueblo deben también comprometerse en
el pedido y la rogatoria. Por eso no duda en seguir pidiendo,
esta vez a los hombres, pues la causa es grande y pocos son todos
los sinsabores y desvelos.
Y le dice a su pueblo que "Pidan al Cielo milagros,
que de milagros vamos a necesitar para triunfar". En
constante romería va su pueblo hacia la Merced y por Su
medio, ruegan por milagros al Cielo.
Y el Cielo, que siempre escucha al pueblo justo, que
protege y ampara a sus justos hombres, va a devolver,
también con un milagro, la salvación de la
Patria.
Porque la oración a la Virgen, es decir, el
diálogo
con el Cielo, en Belgrano, era continuo. Cualesquiera fuesen las
circunstancias, por delicada que fuera la situación, por
pesadas que fueran las cargas del trabajo, Belgrano estaba en
oración constante. Tal vez esto es lo que no alcanza a
describir Paz cuando dice: "…su actitud era
concentrada, silenciosa, y parecían suspensas sus
facultades…".
No resulta extraño, entonces, en este hombre, un
juramento. Él ya estaba entregado, a Ella le
pertenecía toda su persona.
Ahora pone a sus pies el Ejército Auxiliar del
Perú, ¡Generala!
Y le entrega, también, la patria entera,
¡Comandante de la Nación Argentina!
V. La batalla:
salvación de la Patria
El General Tristán era un avezado militar, que
gozaba del respeto de sus
camaradas y subordinados. Inclusive, del mismo Belgrano, con
quien se conocía, parece ser de Europa, y
había entablado relaciones casi amistosas. A grado tal
que, a decir de Paz, "casi puedo decir que se
tuteaban"
Hacemos notar estas cosas, pues es bueno tenerlas
presentes para aceptar que todo cuanto sucedió luego,
tienen el carácter y conforman un verdadero
milagro.
El General Tristán levanta su campamento de Los
Nogales, en el norte, con las primeras luces del 24 de septiembre
y marcha hacia el sur, con el objeto de cortar la retirada
posible del ejército patriota por la única
vía y dirección posibles, hacia Santiago del
Estero.
Tal vez tenga un mente un buen plan de batalla
–como imagina sus intenciones el general Mitre,
coincidentemente con Paz-. Pero este tan avezado General no deja
improvisación por ejecutar.
Desde la formación de marcha –su
artillería sigue prácticamente inutilizada pues es
acarreada a lomo de mulas-, los soldados con las armas sin
cargar, hasta el derrotero que sigue al desviarse del camino
principal, dando tiempo y oportunidad a las fuerzas
patriotas.
Súmesele a esto que, habiendo un solo puente para
cruzar el lodazal denominado Manantial, o bien sólo
podía seguir por el viejo camino del Perú, con lo
cual se alejaba completamente del pueblo; o bien cruzar el puente
o antes, evitar tal ciénaga. Por cualquiera de ambos
rumbos, se acercaba a la Plaza, que era lo que él
buscaba.
Sea que evitó el curso de los Manantiales, sea
que cruzó el puente –no hay uniformidad en este
sentido entre los autores- lo cierto es que las fuerzas
españolas volvieron a tomar rumbo noroeste hasta
encontrarse con una planicie que era enteramente favorable a las
fuerzas patriotas. Éstas contaban con caballería
superior, aunque pobre y deficientemente armadas, como queda
dicho.
Belgrano, a su vez, se sorprende también
alrededor de las ocho de la mañana del movimiento enemigo,
y rápida y eficazmente moviliza su propia fuerza rumbo al
sur. La distancia que tuvo que cubrir el ejército patriota
fue considerablemente menor, razón por la cual, aunque con
casi dos horas menos de marcha, pudo plantarse en el campo y
sorprender completamente al enemigo. Especialmente la
caballería, que no fue avistada por los mandos realistas
sino hasta prácticamente iniciado el combate.
Belgrano fue también completamente sorprendido, a
grado tal que "El campo de batalla no había sido
reconocido por mí, porque no me había pasado por la
imaginación que el enemigo intentase venir por aquel
camino a tomar la retaguardia del pueblo…"
Pero, sobreponiéndose, supo aprovechar el campo
más conveniente y desplegar sus fuerzas del mejor modo
posible; tropas apenas instruidas en el rudimento del manejo de
las armas, pero ignorantes de todo movimiento y despliegue en
batalla.
Patriotas llenos de fervor y dispuestos al combate.
Siendo de los dos Generales enfrentados, el más
bisoño, hizo Belgrano todo cuanto estaba a su alcance.
¡Dios ayuda a quién lo ayuda!
Dos generales, todos sus mandos inferiores y la tropa de
ambos, sorprendidos.
Belgrano, que había tomado la iniciativa con la
contramarcha y el despliegue, da las primeras y únicas
órdenes adecuadas. Hasta aquí lo que se puede decir
de lo "humanamente racional" que contó ese día. A
partir de allí, en ambos bandos, a más de la
sorpresa inicial, todo es confusión.
Tal conjunción de dislates militares en la
preparación y desarrollo de una batalla –incluso
ésta nunca terminó formalmente-, no podía
sino dar un resultado, desde el punto de vista militar, al menos
calificable como "atípico". Aunque claramente la victoria
estuvo de nuestra parte, por cuanto las acciones principales sin
duda alguna favorecieron a las fuerzas patriotas.
Tomamos la pregunta que se hace Paz: "¿Se
creerá que estas operaciones nuestras, cuyo acierto es
incuestionable, no fueron fruto de una combinación, ni
emanadas de las órdenes de ningún jefe del
ejército?"
Como puede verse las capacidades, la experiencia, la
previsión del elemento humano contó muy poco en la
batalla librada. Señalamos estos acontecimientos como
la primera intervención de nuestra Señora en este
día. Ella quiere a todos sus hijos por igual, evita
los sufrimientos innecesarios y quiere la vida de todos,
más allá que favorezca las causas
justas.
Y más aún, por cuanto el combate, las
actividades y movimientos exigidos existieron, la respuesta al
general Paz, no puede ser otra que las fuerzas patriotas tuvieron
un mando, alguien que las dirigía y conducía:
nuestro Señor. A su modo, luego, Belgrano
así va a reconocerlo, y con él tanto los
protagonistas y testigos presenciales, cuanto la
posteridad:
"…Convéncete de que nuestra causa nada
tiene que agradecer a los hombres: ella está sostenida
por Dios y Él es quien la ha
salvado…".
"…Salimos bien porque Dios es quien protege
nuestra causa, y Él se ha encargado de dirigirla,
manifestándonos que no debemos agradecer cosa alguna a los
hombres…".
Veamos ahora los otros acontecimientos sobrenaturales
ocurridos en ese día.
Alrededor de entre las nueve y las diez de la
mañana, está por comenzar el combate. El cielo
límpido y despejado; el sol tucumano de septiembre irradia
con toda la intensidad de su fulgor, lo que preanuncia un
día caluroso. Sin embargo, allá, en el horizonte
del sur, empieza a distinguirse una mancha oscura, como
presagiando tempestad o al menos un huracán.
Se escuchan los últimos gritos de Belgrano
arengando su tropa, luego de haber dado las órdenes a sus
oficiales. Pero los soldados de la vanguardia
española dejan de prestar atención a estas cosas, y quedan
confundidos pues por sobre la línea podido cargar sus
armas, pero las balas nada les hacen a esos desarrapados. Por
esto, entre ellos, fieles y asustados, corre la voz que esta
Señora es la Virgen.
¿Producto de la
sorpresa inicial de los españoles? No, ahora
también las líneas patriotas, en ese mismo momento,
descubren una pequeña nube de figura piramidal, como
sostenida por una efigie de la imagen de Nuestra
Señora.
Comienza la batalla y las primeras disposiciones del
general patriota dan inmediatos frutos, la fuerza enemiga es
completamente desarticulada y desbandada, tanto por su flanco
izquierdo, como hasta el mismo centro. Pero por el flanco derecho
español, los resultados eran adversos para los patriotas.
Se reagrupan las fuerzas españolas, en martillo, como se
denomina, para atacar hacia el flanco en derrota, pero al
combatir en sus dos alas, no pudieron evitar crear más
confusión.
No obstante, las fuerzas patriotas no guardaban
formación alguna, y si bien tenían ventaja
considerable, ésta era aparte de momentánea,
frágil. Belgrano, además, había sido
empujado por el movimiento español de formación en
martillo, más allá de las posibilidades de conducir
el combate. Y Tristán seguía empeñado en
montar la artillería.
Era, es bueno decirlo, para ambos ejércitos, un
momento más que difícil.
Sucede entonces el último de los acontecimientos
sobrenaturales del día. Recordemos que al iniciarse las
acciones, en un cielo límpido y azul, por allá el
sur, se veía como una nube oscura que avanzaba.
Está ahora sobre el campo de batalla en forma de
huracán y trae en su seno una tupida manga de langostas.
El ruido del
viento entre los árboles
de todo alrededor, no permite casi escuchar; la nube de polvo
impide ver lo más cercano; y la manga de langostas, tan
tupida es que cubre el cielo y oscurece el día.
Enloquecen los hombres, pero también las
langostas, pues éstas, para escapar de esa
combinación de cataclismo, se lanzan en picada hacia
tierra, haciendo tan fuertes y secos impactos en los pechos y
caras de los combatientes, que al sentir esos golpes, dice Paz,
se creen heridos de bala.
Los patriotas convierten estos hechos como lo que eran,
la intervención del Cielo. Los españoles se
sobrecogen aún más y terminan de desbandarse,
siendo perseguidos y arrebatados por los nuestros. Recordemos
que, como hemos apuntado más arriba, pudo el
ejército patriota aprovisionarse en esta acción, de
los recursos que le eran negados por Buenos Aires.
Faltaba aún, la última intervención
de la invicta Redentora de los cautivos, otra vez en la intimidad
de los generales en jefe, como al comienzo del
día.
Tristán no era para nada un pusilánime.
Soberbio sí, no tanto como Goyeneche, pero valeroso y
capaz. Pudo finalmente reorganizar su fuerza hacia el final del
día y traerla "hasta las goteras del pueblo", quedando
dueño del campo de batalla. A pesar de que le había
sido arrebatado su parque, a pesar de los muertos y prisioneros,
era aún mucho más fuerte que el ejército
patriota. Y sobre todo, no estaba para nada dispuesto a reconocer
la derrota.
Exige la rendición de la plaza y amenaza con
incendiarla, que le es heroicamente negada por Díaz Velez
proclamándose vencedor; y se mantiene en vigilia,
repetimos que a las puertas del pueblo, durante todo el
día 25; militar y materialmente con posibilidades,
dispuesto a un nuevo combate. El 26 subrepticiamente se retira
hacia Salta.
Belgrano, por su parte, luego de que es arrastrado por
el ala izquierda de su fuerza en desbande al armarse el martillo
enemigo, queda lejos del combate y pasa desde media tarde en el
Rincón de Ugarte, hasta ya anocheciendo, sumido en la
incertidumbre y el pesar. Desconoce los resultados del campo de
batalla y hasta cree está rendida la plaza.
Al día siguiente, cerciorado y anticipado de lo
benéfico de la situación, se acerca al pueblo, y
sin entrar en él, intima rendición a
Tristán. Éste a su vez, como en la jornada anterior
Díaz Velez, niega la misma. Hace Belgrano, durante la
noche, un movimiento preventivo de sus fuerzas, pues está
convencido de lo inevitable de una nueva lucha el 26.
El 26 no hubo combate. Ya lo hubo el 24 de septiembre,
día de Nuestra Señora de la Merced, invicta
Redentora de los cautivos.
Así fue la sigilosa e íntima
intervención de la amorosa Madre sobre ambos generales:
sobre uno, al aceptar buscar una mejor oportunidad,
Tristán. Va a sufrir una mayor y humillante derrota en
Salta pocos meses después, porque debía abandonar
las provincias del Bajo Perú.
Sobre el otro, Belgrano, guiándolo y
enseñándole un nuevo paso hacia la humildad del
hijo, una fortaleza más para cargar su cruz: por eso
rechaza el grado de Capitán General que le confiere el
Gobierno, en mérito de la Batalla de Tucumán. Sabe
que no la obtuvo, que no le pertenece.
Que no han sido las disposiciones, ni las
órdenes, y ni siquiera las armas las que prevalecieron en
la conquista de esa gloria. Fue el ejército y el pueblo,
cada uno, a grado tal que a cada uno se le puede llamar
"héroe del Campo de las Carreras de
Tucumán".
Pero sabe, por sobre todo, que la verdadera gloria le
pertenece a su Reina, la futura Generala, Nuestra Señora
de las Mercedes, "a quien debe reconocerse deudora, la
Patria, de su salvación".
Belgrano, precursor de la
Fideipolítica. La Generala, Comandante de la Nación
Argentina.
"A Ti sola, oh Reina de los Cielos y
Madre de mi Señor Jesucristo,
os debemos el triunfo que ha obtenido
el ejército de la Patria,
y hoy te nombro Generala del
ejército"
La libertad de la patria, la salvación de todo un
pueblo, sirviendo a Dios, es la causa por la cual vivir. Belgrano
lo experimentó, lo hizo, y así vivió y
así murió. Con el dolor de la Patria que ya era,
pero recién comenzaba a emerger. Porque debía
emerger y cumplir su misión en la eternidad. Su combate no
sólo era en el tiempo, lo sabía. Y sabía que
era fatal.
Este es el norte verdadero de Belgrano. Estuvo siempre,
como meta, más allá de las cuestiones
fácticas de la contingencia humana, y de las cuestiones
del poder. Por eso fue un hombre de la Patria, sin partidos. Un
hombre entero, que supo no partir su misión, aunque
él estuviera completamente partido. Por la Patria, por los
otros, pero entero ante el destino común entrevisto por
los rayos que la eternidad no cesó de enviarle en cada
circunstancia.
Instrumento. Elegido.
¿Lo sabía el General? Creemos firmemente
que sí. Pero del modo en que se saben esas cosas:
íntima y reservadamente. En su corazón y en el
diálogo que sólo se da entre corazones.
Por eso no hay testimonio taxativo alguno, que lo
afirme, pero sí, entre tantos se puede reconstruir. Pues,
¡guay! ¿Alguien puede creer que afirmaciones tales
como: "…Él nos ha concedido esta
Bandera…" sólo provienen de una
convicción mística, meramente humana?
Es proverbial su entereza y fortaleza en todo momento y
circunstancia, como lo hemos visto. ¿Alguien puede creer
que sólo provenían de sus afanes y convicciones
humanas? En la parte humana que le correspondió,
entregarse mansamente como instrumento elegido, sí. Pero
sólo eso no agota las preguntas. De lo contrario
estaríamos en presencia de un superhombre.
Y era simplemente un hombre, en su tierra, con sus
hermanos, para su Patria y, por sobre todo, ante Dios y para
Dios.
Preguntó, pidió por el camino que
debía seguir. Le fue señalado justamente en la
vida, en los corazones criollos del paisanaje.
Aceptó y caminó. Y caminaron
juntos.
Por un camino largo, que al comienzo, está lleno
de barro, piedras y espinas, pero después continua rosado,
con los bordes celestes; es una cosa hermosa. Donde se termina el
camino, en el horizonte, adonde se juntan el cielo y la tierra,
asoma el sol. Es como cuando está amaneciendo y
allí es donde está el Señor Jesús
parado, vestido con un manto blanco.
Muchas veces nos preguntamos, en nuestro propio
presente: ¿Cómo fue posible que aquellos argentinos
hicieran semejantes cosas, casi con nada?
Porque pidieron. Pidieron y caminaron. Caminando,
clamaron. Clamaron por su justa causa. Fueron respondidos…
porque caminaron juntos.
Camino, la Patria, en el que se ha derramado un
torrente, agua de vida, de amor, verdad y justicia. El agua
celeste, la espuma blanca.
Ayer y hoy el camino es el mismo para los argentinos con
fe, esperanza, entrega y obediencia, es el camino de
salvación. Con los colores de la Virgen y los colores de
la patria.
El camino lleno de amor, verdad, dolor y sacrificio que
aquellos caminaron juntos.
Entonces, la respuesta en este septiembre, es posible,
transitando el camino, caminando juntos, llevados de la
mano.
Caminando juntos, llevados de la mano, clamando por ser
libres en una Patria libre, pero libres amando a Dios.
Caminando juntos, llevados de la mano, y haciendo el
juramento de subordinación:
¡María, Comandante de la
Nación Argentina!
Oscar Eduardo Sánchez
Viedma, Septiembre de 2004
Autor:
Graciela Rost