- Sinopsis
- En la habitación de un
hotel - El origen
- Recogido por la familia
bosque - Tour al
infierno - A la
escuela - Las
perdidas - Entre junio y
octubre - La matricula
bochornosa - La inseguridad
social - ¿Que pasará
conmigo ahora? - A la
brigada - El
trayecto - La
distribución de la carga - La
convivencia campesina - El
falso licenciamiento - La
reubicación - La
despedida de Lourdes - La
depresión - El
pueblo de Isabela de Sagua - Los
ausentes inesperados - La
universidad - Los
viajes de rutina - La
navidad prohibida - Los
visitantes inesperados - El
cambio de pensión - El
despojo final - Jugando a las
posibilidades - Volando sobre el
atlántico - Sheremetyevo
- La
buhardilla de mi asesor - Las angustias
de noviembre - Encuentro con
Oleg - Adiós a
Moscú - Navidad en
Varsovia - El tren
berlinés - La
huida a Occidente - Check
point Charlie - La
aerolínea Interflug - Despegando
vuelo - El
capitán dijo "gander"
Es sorprendente como en nuestros tiempos, después
de miles de años de existencia, la humanidad, sus pueblos
y las organizaciones
mundiales que ellos crean y hasta los propios gobiernos que ellos
eligen, permiten que se comentan injusticias.
Son muchas las fallas sociales que encontramos en la
actualidad en cualquier país, por desarrollado que sea,
pero siempre los afectados son los más débiles, los
desprotegidos, la población humilde trabajadora.
En la narración que someto a su
consideración, la ficción palidece a la triste
realidad que vive el pueblo cubano desde hace más de
cuatro décadas.
Se desarrolla en escenarios, donde encontramos patrones
sociales muy similares a los conocidos en países vecinos:
Injusticia social, parte de la población partidaria del
gobierno, otros
en desacuerdo, diferencias abismales de clases, abuso y atropello
por parte de los que tienen el poder, y otras
tantas aberraciones.
La particularidad en el caso cubano (distinta a la de
otros países) es que la parte de la población que
está en desacuerdo con el gobierno, no puede demostrar su
descontento, tiene que callar sus frustaciones, sus ideas, sus
pensamientos, desdoblando su personalidad a
través del engaño, la simulación, y la
pretensión.
Tiene que fingir estar conforme con el sistema
político cuadragenario, que mantiene al mismo
presidente y a un único partido político. Los
ciudadanos que adoptan una postura civil y honesta con ellos
mismos, y expresan sus ideales, diferentes de las establecidas
por el sistema, son
sujetos de vejaciones, maltratos, encarcelamiento, falta de
trabajo y
oportunidades para poder sobrevivir, viéndose obligados en
muchos casos, a tomar la única opción posible,
aunque ésta implique arriesgar la propia vida: Escapar en
balsa hacia los Estados Unidos, a
través del Estrecho de la Florida.
De eso precisamente trata esta novela, de un
personaje en el seno de una familia
trabajadora, honesta, llena de buenas cualidades y principios, que
simplemente por no compartir las nuevas ideas del gobierno que
ocupa el país, se ve obligado a emigrar.
Específicamente el intenso drama en la vida de un
niño, abandonado por su familia, traumado y frustrado por
su destino que se empeora por el ambiente
político que vive su país, donde se realizan
cambios radicales de estructuras,
que lo desquician aun más. Las vivencias y desaventuras,
su fuerza y fe de
espíritu que no lo dejan flaquear, en un ambiente de
traición, dobleces y desconfianza.
Un personaje controversial, por momento liberal, con
grandes ideales de libertad y
principios firmes, que no asimila la nueva doctrina de la
"Creación del Hombre Nuevo"
y no comparte las nuevas ideas
revolucionarias.
En esas líneas aparece descritas su constancia y
sacrificio en los estudios, y el trabajo del
personaje por salir adelante en la vida, sus ansias por escapar
del régimen comunista, por último, sus vivencias en
Rusia, Polonia
y Alemania,
así como las relaciones
humanas con algunos de los ciudadanos de esos
países…
Capítulo 1
La nieve cae silenciosa e implacablemente sobre el
pequeño pueblo de Gander, es un invierno crudo el de 1979,
que rompe récord.
A través de mi ventana se aprecia un panorama
bello, observarlo produce un goce único, con un toque
celestial. No quisiera decir que es por primera vez en mi vida
que puedo disfrutar tranquilamente de algo, pero sí puedo
decir que ahora, alejado del ambiente de terror, lleno de paz y
esperanzas, después de cumplidos los arriesgados planes
para salir de mi país, la nieve y los paisajes tan
distintos que admiro, me parecen mucho más
bellos.
Esta felicidad podría ser completa si estuvieran
conmigo mis seres queridos, que no son muchos… Pero estoy solo,
completamente solo.
Las personas desconocidas que me rodean son oficiales
del Departamento de Inmigración. Ellos tienen un alto sentido
de humanidad, profesionalismo y ganas de ayudar, lo cual siempre
agradeceré desde lo más profundo de mi ser. Pero
sé que estoy solo, sin ni siquiera una persona conocida
en este país y mucho menos un amigo. Estoy solo, con mis
pocas pertenencias: La ropa que llevo puesta y mi persona, es
todo; solo, a merced de la inmigración canadiense. Solo
con mis recuerdos, que en esta paz salen de mi mente y me hacen
gesticular, mientras mantengo la mirada fija por unos minutos,
con los ojos enormemente abiertos.
¡Cuántas imágenes
desagradables recuerdan mis sentidos en un minuto! No sé
si podré describirlas todas y quizá no respete un
perfecto orden cronológico. Considero que no tengo las
cualidades literarias para que mi prosa sea perfecta, pero
sí el alma muy
herida, por lo que voy a gritar mis palabras y plasmarlas en este
papel, con el lenguaje
que salgan.
¿Por dónde comenzar? ¿Por la
falsificación de mi pasaporte en Berlín, por un
asalto en Moscú o por el principio, algunos años
atrás?
Capítulo 2
Recuerdo que tendría unos cuatro años de
edad cuando pregunté dónde había nacido. Al
parecer, la familia
Bosque no estaba preparada para responderle a un niño
preguntón, ellos no se habían puesto de acuerdo en
la historia que
debían contarme. Unos me dijeron que en Trinidad y otros
que en Cienfuegos, ambas ciudades están ubicadas en la
costa sur de la Isla de Cuba.
Desde muy niño me habitué a no saber con
certeza mi lugar de nacimiento, pero ahora, ya mayor, estoy
seguro de
haber nacido en Cienfuegos, pues todos los hechos que
reconstruí me hacen pensar que fue en el hospital civil de
esa ciudad donde me recogieron.
Realmente no tengo conocimientos exactos de cómo
se desenvolvió mi vida en los primeros meses, pues nunca
obtuve respuestas claras a mis preguntas, pero, por
conversaciones que escuché, supe que mi madre, a muy
temprana edad, fue obligada por sus padres a trabajar de
sirvienta en una casa en Trinidad, su pueblo natal.
Cuando aún no llegaba a los 15 años, el
señor de la casa la sedujo, y como consecuencia me
engendraron a mí; no sé si hubo romance entre
ellos, si realmente se querían o si fue puramente el deseo
sexual el que los impulsó a actuar de esa
manera.
Posteriormente, me enteré de que mi padre le
doblaba la edad, por lo que debo asumir que quizás
él, como tenía más experiencias de la vida,
fue el instigador, el abusador, y que, de acuerdo con las
leyes
vigentes, pudo haber sido juzgado por violación de
menores.
Ese señor se movía en la esfera de la alta
sociedad.
Tenía una posición acomodada, amigos influyentes,
propiedades en el pueblo, un hogar constituido, prestigio y
dinero; es
decir, tenía todo lo necesario como para poder corromper a
quien él quisiera y tapar cualquier mal paso.
Por su parte, mi madre era analfabeta, menor de edad, y
procedía de una familia de inmigrantes gallegos pobres,
con padres muy honestos y sumisos, saturados de ignorancia, como
la mayoría de la población pobre cubana de aquella
época.
En resumidas cuentas, mi madre
fue arrojada a la calle, pues a mis abuelos les pareció
eso más digno que soportar los comentarios del pueblo y el
deshonor.
Huyó, como la peste, y se refugió
en casa de la hermana mayor, que estaba casada con un campesino y
vivía humildemente en las afueras de Cienfuegos, para
pasar los meses de embarazo y
quizá quedarse por algún tiempo
más, hasta ver la dirección que tomaría su
vida.
Juzgando mal, quizás, pienso que le fue imposible
hacerse un aborto, que
seguramente habría deseado con todas las fuerzas de su
alma, porque, como era ilegal, le hubiera costado
muchísimo dinero, razón por la cual, no le
quedó más remedio que parir, y eso fue en el
hospital de la ciudad de Cienfuegos.
Luego conoció a un hombre, se
casó e hizo una nueva vida, apartada por completo del hijo
del pecado, pues, al mes y medio de nacido, me entregó a
manos extrañas.
RECOGIDO POR LA FAMILIA BOSQUE
La familia a la que me entregó mi madre estaba
formada por un matrimonio
anciano, Rafael y Natalia, quienes tenían cuatro hijos,
tres mujeres y un hombre, y un nieto, hijo del varón, que
ellos también estaban criando, pues la madre de
éste había fallecido unos días
después del parto.
Lucía y Berta eran las hijas solteras, en tanto,
Lourdes, la hermana mayor, estaba casada y vivía en el
mismo vecindario. Ángel, el único varón y
viudo, tenía una concubina en las afueras del pueblo.
Miguelito, su hijo, de unos diez años, estaba bajo el
cuidado principalmente de Lucía, su tía. Yo
recibía atención de Berta, pues fue ella la que le
suplicó a sus padres le permitieran llevarme para su casa
e incorporarme a la familia.
Berta trabajaba en ese entonces de enfermera en el
hospital civil de Cienfuegos, y fue allí donde se
enteró de que había una joven recién parida,
que no podía mantener consigo a su hijo, por la precaria
situación económica en la que vivía, lo
estaba regalando.
Al poco tiempo de nacer yo, mi madre volvió a
quedar desamparada, tuvo que salir de la casa de su hermana,
porque, a causa de su prolongada presencia, ésta
comenzó a tener fricciones en su pareja.
Pasé a vivir con la familia Bosque. No me puedo
imaginar lo que sintió mi madre al entregarme a otros
brazos, si fue desgarramiento con pena y llanto o si fue
alegría. Asumiendo y considerando su corta edad e
inexperiencia, pienso que tuvo una sensación de
alivio.
Me contaba Lourdes que a partir de ese momento mi madre
se distanció, y que periódicamente había que
enviarle mensajes para que fuera a la casa a verme. No sé
qué indignaba más a Lourdes, si la actitud de sus
hermanas, esa constante preocupación por lograr que mi
madre me fuera era a visitar, o la indiferencia de ésta,
que nunca me iba a ver. Lourdes, que tenía un
fuerte
y explosivo carácter, se enojaba con esta
situación, lo que le provocaba muchas serias discusiones
con sus hermanas.
Mi infancia
transcurrió lentamente, yo adoraba a Lucía y a
Berta, pero tenía miles de interrogantes en mi cerebro, que
aún hoy día, después de tantos años,
no he podido descifrar.
Alberto, el esposo de mi madre, así como la
familia de él, siempre mantuvieron una actitud positiva
hacia mi madre. De no ser por la generosidad y comprensión
de ese señor, que me reconoció como hijo,
dándome su apellido, no hubiera tenido legalmente padre.
Así que, aunque no vivía con ellos, pasé a
ser reconocido como hijo del matrimonio.
No recuerdo haber visto nunca a Alberto y mucho menos
haber conversado con él, pues trabajaba como agente de
seguros, y por
su trabajo tenía que viajar mucho a las provincias.
Posteriormente, mi madre tuvo una hija, que legalmente
es mi hermana carnal. La llamaron Agustina, pese a que yo le
había pedido a ella que la bautizara con el nombre de
Fátima, pues meses antes había visto un filme sobre
la aparición de la virgen y me había quedado
impactado por la magia del cine y por la
trama. Pero ése nombre no le gustó.
Desde pequeño, la familia Bosque me
inculcó el amor y
respeto por mi
madre y su familia, lo infundían como una
obligación, yo tenía que sentirlo, era como una
lección en la escuela.
Lucía influía más en eso que la
propia Berta, creo que ellas tenían con mi madre una
especie de solidaridad
femenina, la comprendían, quizá porque pensaban en
los abusos y carencias que había sufrido, siendo una
mujer sola,
seducida y abandonada. Eran mujeres buenas, que no habían
conocido el amor de un
hombre, ya que ambas seguían solteras, trabajando para
mantener la familia y, más que todo, al sobrino. Aunque
éste, ya en la pubertad, se
regocijaba en el abuso, la desconsideración y el derroche,
para Lucía, Miguel era la niña de sus ojos,
sentía mucho amor, también, tal vez, lástima
y pesar, cuando recordaba que el niño había perdido
a su madre recién nacido.
Cuando trataban ese tema, sus voces se entrecortaban,
parece que había sido una gran historia de amor frustrada
por la muerte, eso
hacía que ellas lo mimaran y consintieran más y
más…
TOUR AL INFIERNO
De cuando en cuando hacíamos un viaje a Trinidad,
donde aún vivían mis abuelos maternos y mi padre
biológico.
La ida y el regreso eran lo único agradables para
mí, del angustioso fin de semana. Disfrutaba mucho mirar
por la ventanilla del tren, que parecía la pantalla de un
cine por la que pasaban bellas imágenes del paisaje rural,
a todo color: El hombre del
campo, labrando la tierra con
la carreta de bueyes; los jinetes, que iban de un lado para otro;
el ganado, pastando en las extensas sabanas, llenas de palmas
reales.
Recuerdo que siempre íbamos mi madre, mi hermana,
Lucía, Berta y yo, cargados de regalos para la familia,
pues estaban en mala situación
económica.
Me esperaban tres días de incomodidades. En el
pequeño bohío donde vivían no había
servicio, sino
un excusado, afuera, a un extremo del patio; tampoco había
agua potable,
y teníamos que dormir varias personas en una cama. No
sé cómo mi abuela podía mantener todo limpio
y ordenado, con tanta humildad y estrechez. Era casi un estado de
miseria.
Lucía me imponía la presencia de mi madre,
quería que siempre recordara quien era ella,
insistía hasta el extremo de la ridiculez. Yo me
oponía en algunas ocasiones, pues tenía una lucha
interna de sentimientos encontrados, su pedido iba en contra de
mis deseos, ya que, aún siendo un niño, me daba
cuenta de que el amor que Lucía y Berta querían que
existiera entre mi madre y yo, estaba basado tan sólo en
mis sentimientos, me parecía que el amor de mi madre hacia
mí era forzado.
En general, obedecía y complacía para no
contradecir a mis tutoras, pero siempre recordaba que Lourdes me
había contado que, en una oportunidad, mi madre, que
vivía en la misma ciudad, a unos 15 minutos de distancia,
me fue a ver, después de dos años de ausencia.
Cuando me dijeron: "Gabriel, mira quién llegó a
verte. Aquí está tu mamá", yo me le
acerqué corriendo…
Al verme, ella sólo dijo: "Cuidado, que vas a
ensuciar mi vestido", y me paralizó en seco; no me
tomó en sus brazos, ni me tocó, pues en ese momento
yo jugaba con mis amiguitos y sudaba.
Ella había venido por la insistencia de
Lucía, que constantemente le enviaba recados para que
fuera a verme.
Su conducta, unida
al rencor que sentía hacia ella por no haberme tenido a su
lado, me llenaba de una gran indiferencia.
No obstante mi actitud evidente, Lucía y Berta me
compraban regalos para que yo se los diera a mi madre en Navidad, en el
día del cumpleaños, en el día de la madre y
en otras fechas.
En esos viajes a
Trinidad me vestían con todo nuevo, aún se
veían los dobleces en la ropa recién sacada de sus
cajas, a veces hasta se quedaba alguno que otro alfiler en la
camisa. Tieso por las prendas con el almidón de
fábrica, sentía que se me irritaba la piel,
¡estaba incómodo! Pero estaba vestido de
gala y me paseaban por el pueblo, ostentosamente, como a
una muñequita en su estuche, con zapatos nuevos, que
acaban con mis pies.
Ese exhibicionismo era para mí humillante,
sentía la cara hirviendo de vergüenza, pues los
demás niños,
y mis propios primos, me miraban como algo raro, o al
menos así yo lo sentía.
El tour comenzaba en el parque central del pueblo
y después tomábamos la calle donde vivía mi
padre.
Recuerdo que cuando decidían pasar por el frente
de su casa, mi madre no iba, ella sólo fue las primeras
veces, para orientar a mi tutora y para mostrarle el
físico del viejo, a fin de que lo reconocieran en las
futuras incursiones.
No sé de qué arte o
maña se valieron Berta y Lucía, pues siempre que
nosotros pasábamos por la casa del hombre aquel, él
salía al portal o estaba ya allí parado,
conversando con amigos o vecinos.
Berta me sujetaba fuertemente la mano para que viera a
mi padre. Yo miré sólo una vez, después no
miré más. Mis tutoras me decían: "Lo viste,
lo viste", y, para que no repitieran más esos paseos, yo
les decía: "Sí, sí lo vi", pues mientras no
cumplieran ellas con su deseo, no iban a terminar con ese
recorrido estigmatizador para mí.
No entendía la preocupación
insólita por acercarme a esa persona que no
conocía, ni quería conocer, y que abiertamente
rechazaba, yo deseaba que la tierra me
tragara cada vez que hacíamos esa caminata.
De haber tenido la opción, nunca hubiera ido a
Trinidad para visitar a personas por las que no sentía
ningún afecto, personas que no ayudaron a mi madre cuando
ella las necesitó, abuelos incomprensivos, con disciplina
intolerante, moralidad
arcaica, tías doblegadas a la voluntad de sus maridos,
tíos indiferentes al problema de mi madre, ni uno de ellos
le tendió una mano para ayudarla, cuando aún era
una niña, siendo ella la hermana menor. Entonces:
¿Qué hacía yo allí?
Los únicos inocentes, los que no tenían
nada que ver con ese pasado, eran mis primos, pero aún con
ellos sentía que había mala vibración, pues,
mientras jugábamos me preguntaban cosas, ellos tampoco
comprendían por qué yo vivía con personas
que no eran de la familia.
Tengo la certeza de que todos ellos ya estaban
informados sobre el tema, o al menos habían escuchado
conversaciones, comentarios sobre mí. Sin embargo, cuando
hablaban conmigo, siempre la pregunta clave era por qué yo
no vivía con mi madre, hermana y mi supuesto
padre.
Cuando eso pasaba yo tenía sensaciones terribles
y de muy mala onda. Como infante no me gobernaba, además,
prefería sufrir y tragar en seco, que contradecir a Berta
y Lucía, era un niño bueno, complaciente y
traumatizado…
Aún teniendo ese problema con mis primos, me
sentía mejor jugando con ellos en la casa de mis abuelos,
que cuando salía a caminar por donde ya sabía lo
que me esperaba: disgusto, humillación y
vergüenza.
Mi madre parecía no estar de acuerdo con lo que
estaba ocurriendo, por razones obvias; por lo que dejó de
salir con nosotros en esa caminata, tan pronto como mi tutora
conoció a mi padre, a la distancia, pues, que yo recuerde,
nunca hubo una presentación formal, ya que la familia de
él, supuestamente desconocía mi existencia y la
misma le podría ocasionar trastornos en su relación
matrimonial.
Supongo que mi tutora, de muy buena fe, lo que deseaba
era provocar un encuentro casual con mi padre, con vistas a que
yo lo conociera. Quizás pensaba que para mí era
importante, o quería motivarlo a él para que se
interesara en mí, no por una razón económica
o material, pues a mí nunca me faltó algo que yo
necesitara o deseara, sino por una razón moral y
espiritual.
Lucía y Berta trabajaban lo suficientemente
fuerte como para mantener la casa, además de que me
complacían y satisfacían todas mis necesidades. En
cuanto al apellido, la gran preocupación de la
época, yo ya tenía uno. También puede ser
que ellas quisieran que nos conociéramos personalmente,
para que viera materializada mi existencia, o para restregarle
ante su cara al hijo que no quiso, obviamente, reconocer, y que
viera que estaba bien atendido.
En resumidas cuentas, nunca conocí a mi padre, ni
tan siquiera recuerdo su silueta, parece que la indiferencia de
él hacia mí, hizo yo adoptara la misma postura, por
lo que no recuerdo haberme preocupado nunca por su
existencia.
Con todo ese ir y venir, lo único que lograron
Berta y Lucía fue que le tomara lástima a mi madre
y un cariño superficial.
A LA ESCUELA
Mi vida estudiantil transcurrió en una buena
escuela privada de Cienfuegos, con excelentes profesores y
rígida disciplina; era una escuela católica, para
niños de familia acomodada y clase media
alta, estaba lejos de mi status.
En los primeros cursos no me percaté de las
diferencias de clase que había entre la mayoría de
mis compañeros de estudio y yo, ya que todos
vestíamos con el mismo uniforme y usábamos los
mismos libros. Cuando
avanzamos de grado y comenzaron las reuniones y fiestas con los
padres, me di cuenta del desnivel social que existía entre
nosotros. Sin embargo, eso me hizo admirar a mi familia adoptiva,
esas dos mujeres abnegadas, que lo daban todo por mi
bienestar.
El amor de ellas era incondicional, inquebrantable, sin
titubeos y no esperaban nada a cambio.En la
ciudad había escuelas públicas gratuitas, pero las
frecuentaban niños muy pobres, que no tenían la
constancia en el estudio por el imperativo de la propia vida,
pues muchos de ellos en las noches salían a trabajar con
sus padres, como vendedores ambulantes de helados o maní,
así como haciendo cualquier tipo de labor, para ayudar
económicamente en sus casas.
Mi familia quería que yo recibiera una buena
instrucción y que estuviera rodeado del mejor ambiente
estudiantil posible, por lo que trabajaba muy duramente para
ello, sacrificándose al máximo para costearme los
estudios y mantener la casa.
No podía defraudar a esas mujeres, tenía
que ser el primero en todo, para que se enorgullecieran de
mí, para compensar de algún modo su esfuerzo y las
limitaciones que atravesaban por él. En esa época
pude revertir todo mi trauma por lo que me había ocurrido
cuando nací, comprendía el sacrificio de Berta y
Lucía, así que daba gracias a Dios por haberme
puesto en el camino de la vida de esa familia.
El perfil de mi personalidad fue transformándose
lentamente, mi carácter fue cambiando, fui más
cordial y complaciente, trataba de acercarme a todo el mundo,
discretamente analizaba las relaciones humanas de convivencia,
era más abierto, comunicativo, conversador, menos
retraído e introvertido, me interesaba por la vida de
todos en el aula y en el vecindario.
En el tiempo libre de estudio comencé a practicar
deportes, la
natación y
el baseball eran mis preferidos. Lo hacía todos
días que podía, y muy bien, por lo que me
fortalecía físicamente y asumía algún
liderazgo en
el grupo de
amigos.
LAS PÉRDIDAS
Cuando yo aún no había cumplido los nueve
años, Rafael y Natalia, los padres de la familia Bosque,
ya habían fallecido. Primero falleció el
señor Bosque; recuerdo que era alto, moreno, jovial y
alegre, como buen sevillano. Un día, siendo yo
pequeño, vi como se desplomaba en el piso, enfermo por la
fatiga. Después murió la madre. Yo era un poco
mayor, tendría alrededor de ocho años, por lo que
de Natalia recuerdo muchas cosas más; era una
señora muy dulce, la quinta hija de un matrimonio formado
por un chino y una cubana mestiza, por lo que tenía el
sobrenombre de la china.
Natalia rara vez salía a pasear, se quedaba
días enteros dentro de la casa, sin siquiera pararse en el
balcón de la calle. Su entretenimiento, después de
la muerte de su
esposo, era dedicarse a tejer, cocinar y a hacer todas las tareas
domésticas, pues Berta seguía trabajando en el
hospital y Lucía en un taller de costuras.
Cada día, después de almuerzo, Natalia se
recostaba a la sombra de un gigantesco árbol de mango y
dormía la siesta tranquilamente, en su rostro se reflejaba
la calma y la paz espiritual, como si estuviera flotando entre
esponjosas nubes. Recuerdo que pasados sus setenta años
comenzó a padecer del corazón,
por lo que una tarde de noviembre continuó su sueño
profundo hasta la muerte. Por casualidad, ese día yo
jugaba cerca de ella, y una fuerza instintiva me hizo acercarme a
verla, me sobresalté cuando me di cuenta de que no
respiraba…
La soledad comenzó a reinar en la inmensa casa,
solamente vivíamos ahora, Lucía, Berta y yo.
Años atrás, Ángel había dejado a su
concubina y se había casado con otra mujer,
llevándose consigo a Miguel su hijo, que ya era casi un
hombre. Ángel había hecho un hogar apartado de sus
hermanas, pues a ellas no les caía del todo bien su nueva
pareja, porque practicaba la santería, razón por la
cual sacrificaba animales. Se
rumoraba en el barrio que la santera había embrujado a
Ángel, para separarlo de la concubina y atraerlo a su
lado.
Berta había sido ascendida a jefa de salón
en el hospital, en tanto Lucía había logrado
independizarse y poner una pequeña fábrica de ropa.
Instaló su taller de costura en uno de los amplios
dormitorios de la casa y contrató costureras, con lo que
conseguía tener ingresos
suficientes para vivir modestamente. Además, como ambas
eran solteras, recibían una pensión legada por el
padre, que se dividían entre las dos hermanas.
ENTRE JUNIO Y OCTUBRE
A los que vivimos en el trópico, nos llega todos
los años la temporada de ciclones. ¡De eso no se
escapa nadie! Para el cubano el refrán a mal tiempo buena
cara es un choteo y se aplica a casi todo en la vida diaria. Y,
¿por qué no a los ciclones?
Tradicionalmente, la espera de un mal tiempo es como una
fiesta con susto, se reúnen familias y vecinos, se
preparan comidas, con algo delicioso para degustar.
Además, se toman las precauciones que aconsejan los del
buró del tiempo, como tener reservas de todo tipo, por si
se afecta el servicio eléctrico y el
agua.
Desdichadamente, ese año fue muy activo en
ciclones y destructor para Cienfuegos. El fuerte viento y la
lluvia, que durante varios días azotaron el centro sur de
la Isla, hicieron que la parte posterior de la casa colapsara.
Por suerte, ninguno de nosotros resultó herido, pero la
inmensa casa dejó de ser tan grande, porque una parte de
ella se desplomó.
No había seguro para la propiedad, ni
tanto dinero ahorrado como para reedificar todo aquello, por lo
que decidieron vender el terreno aledaño, donde se
encontraba el mango y los otros árboles
frutales, para usar ese dinero en la reconstrucción de la
casa.
Hubo que cambiar en algo la estructura, la
modernizaron y construyeron un departamento al fondo, para que
Lourdes, Nicolás, su esposo, y la hija de ambos se mudaran
allí, pues de esa manera íbamos a estar más
acompañados. La vivienda del matrimonio fue
diseñada con toda la privacidad necesaria, como para que
viviéramos "Todos juntos, pero no revueltos", como
siempre decía Lucía.
Terminada la remodelación, se trasladaron para la
casa, por lo que los espacios vacíos dejados por Rafael y
Natalia, se volvieron a llenar, lo que dio más
alegría y vida a nuestra convivencia.
Al finalizar la escuela primaria, tuve una
graduación con honores. Tendría unos 12
años, pero parecía tener más edad, ya que
era muy corpulento y desarrollado físicamente, tal vez por
tanto deporte que
practicaba, pero mentalmente era muy inocente.
Sin embargo, espiritualmente contradecía a mi
apariencia y actitud, ya que me sentía un poco como la
hermana menor de la familia. Por momentos no soportaba irme con
mis amigos, para no dejar a medias una conversación entre
mayores, más bien, casi siempre entre las hermanas y las
vecinas que frecuentaban noche anoche la casa.
Mi escritorio, donde tenía todos mis cuadernos de
estudio y mis libros, estaba muy cerca del salón de
reuniones y, sin querer, mientras hacía mis deberes, iba
escuchando las conversaciones y a veces participaba en
ellas.
Nicolás, cada vez que pasaba y veía ese
cuadro, me sacaba de la reunión y me mandaba a que saliera
a jugar con mis amigos. Esas órdenes y la forma en que
él las decía, no resultaban bien acogidas por
Lucía y Berta.
LA MATRÍCULA BOCHORNOSA
Comenzó el período preparatorio para
ingresar al bachillerato, había que estudiar mucho. Pero
llegó el día del examen de ingreso y lo pasé
sin dificultad, ya podía entrar en la segunda enseñanza. ¡Ya era grande!
¡Qué difícil se me hace olvidar el
día en que Berta me llevó a matricular!
Casualmente, la persona que estaba haciendo esa labor
conocía a mi tutora, y ambas amigas dedicaron tiempo a
saludarse e preguntarse por sus respectivas familias.
Seguidamente, la maestra tomó en sus manos una
planilla y la comenzó a llenar con los documentos que le
suministraba mi tutora, pero, de pronto, chilló, como si
hubiera cometido un error imperdonable, e, irracionalmente, le
preguntó a Berta si, por fin, yo llevaba el apellido
Bosque, que era el de ella, o el de mi supuesto padre.
Me quedé helado, yo sabía que el marido de
mi madre no era mi verdadero padre, pero desconocía
detalles. Asimismo, desconocía que la gente estaba al
tanto de pormenores de mi registro ante las
autoridades, que yo mismo ignoraba. Ahí caí en la
cuenta de que yo no sabía cosas que sí sabía
todo el pueblo.
Berta, sin discreción alguna, le contestó
jocosamente que yo llevaba el apellido Corral, por parte de un
padre, que no era mi padre, y el apellido Del Valle, por parte de
una madre que no era madre.
Aquello, que entre ellas parecía un chiste, para
mí resultaba denigrante, quería desaparecer por
arte de magia. Fue tal la incomprensión de esas mujeres,
que ni siquiera se percataron de que el jovencito aquel, estaba a
punto de romper a llorar, y que tenía la cara roja de
vergüenza, pues el bochorno lo sacudía de pies a
cabeza.
Para hacer más grave la crisis, esa
señora, sonriendo, me dijo que iba a ser mi maestra de
matemática
en el primer semestre y que esperaba yo continuara siendo un buen
alumno. Me quedé más petrificado todavía de
pensar que mi futura maestra conocía mis
intimidades.
La conversación me hizo sentir muy mal.
"¿Qué hago, Dios mío?", me preguntaba
incesantemente.
Por fin, se terminaron todas las preguntas, presentamos
toda la documentación para el caso y nos fuimos del
local.
Ya en la salida del instituto, seguíamos
caminando en silencio total, mientras pensaba: "Todos los
días hay algo nuevo en cuanto a mí. Tengo que
preguntarle a Berta, pero, ¿por dónde entrarle?,
¿qué vuelta darle?"
Necesitaba una explicación, que me aclarara lo
expresado por esa maestra acerca de mi apellido. No sabía
cómo iniciar la conversación, pues por sobre todas
las cosas estaba el amor y respeto que sentía por Berta, y
la gratitud por todos sus sacrificios por mi bienestar, pero no
podía quedarme con aquella intriga por dentro, y
además, quería demostrarle mi disgusto por la
conversación que sostuvieron en mi presencia, que fue
inoportuna, de muy mal gusto y desagradable.
Periódicamente yo había pasado por alto
otras conversaciones similares, pero ya bastaba, ésta vez
no lo permitiría, mi carácter se robustecía
y exigía una explicación; por lo que no pasó
un minuto más y lancé la pregunta al aire:
–¿Cuál es la verdadera historia de
mi apellido?
–¡Eh!, ¿y qué viene eso ahora?
–me replicó Berta.
–Eso viene por la confusión que tuvo esa
maestra al matricularme. Dime la verdad por favor, ya soy grande
–insistí, mientras bajábamos las escalinatas
del edificio.
–Ahora no, estamos en la calle.
–Sí, por favor, ahora.
Berta pensó un momento y luego dijo:
–Tu llegada a nuestra casa fue una
bendición del cielo. La casa vibraba de luz y
alegría, el barrio entero desfilaba por casa para verte,
pues estábamos muy felices y contentas por
tenerte…
El tema de conversación en todo el pueblo eras
tú, por eso Mireya, la maestra, sabía de ti.
Tú sabes que nosotras somos muy conocidas y queridas por
todos, tenemos muchos amigos, por mi trabajo en el hospital,
donde siempre ayudé a tanta gente necesitada.
Tendrías alrededor de once meses de nacido y
había un furor tremendo por una novela radial que se
llamaba: "El derecho de nacer". Nos reuníamos muchos en
casa a escucharla, y sin querer creamos una semejanza contigo,
pues tu vida prenatal se asemejaba tanto…
–Pero, bueno, ¿es que me va a contar
la novela
ahora? –Le repliqué.
–¡Déjame hablar! No me interrumpas.
Me pediste saber y te estoy contando –me dijo,
dándome un jalón de mano-. Como te decía…
ya casi tenías un año de edad y aún no te
habíamos podido inscribir en el juzgado del registro
civil, pues Lucía insistía en que llevaras apellido
de padre, pero no sabíamos cuál ponerte, pues
ningún hombre le da su apellido a un niño que no es
su hijo, sin mediar un interés.
Pensamos que mi hermano Ángel, que es un don
Juan, podría reconocerte como hijo natural, pero Violeta,
tu madre, no accedió, pues Ángel sacó la
piel gitana como papá y, en su ignorancia, ella no
podía soportar que la gente pensara que pudo haber tenido
relaciones con un mestizo.
Al mismo tiempo, mi querida prima María, la que
te amamantó por muchos meses, pues ella tenía los
pechos hinchados con mucha leche, porque
su hijo Joseíto, contemporáneo tuyo, tragaba tanto
aire, que se satisfacía rápidamente y entonces ella
quedaba con sus pechos adoloridos y repleta de
leche…
María supo del dilema por el que estábamos
pasando, y le suplicó a su esposo que te inscribiera como
hijo extramatrimonial, a ella sí que nunca le importaron
los comentarios de la gente, consideraba que era más
importante ayudarnos. De todas formas, el pueblo entero
sabía la historia de Violeta, y lo calientita que
era.
A esa idea tu madre también se opuso, pues para
ese tiempo ya tenía convencido a Alberto, su esposo, de
que te diera su apellido, y realmente de esa manera quedaba mejor
resuelto el problema… Y eso fue todo mi hijo
–terminó Berta, con el rostro
ceñudo.
Posteriormente supe que Lucía había
conocido a Rosa, la madre de Alberto, y que tenía una
buena comunicación con ella. Era una
señora de muy buenos sentimientos y de un amor
espontáneo, por lo que se hicieron amigas, lo que
influyó para que convenciera a su hijo de que me
inscribiera con todas las de la ley, así
no me ocasionaban problemas en
el futuro por tener un solo apellido. Pero yo ya no volví
a preguntar sobre este tema.
Terminó el período de vacaciones y
comenzó el nuevo curso escolar. Con el bachillerato hubo
un gran cambio en mi vida cotidiana, representaba que dejaba
atrás la niñez, que era mayor; suponía,
también, más esfuerzo en el estudio, más
responsabilidades, y me brindaba la posibilidad de hacer
más deporte, serio y organizado.
A Lucía uno de los cambios que trajo consigo el
bachillerato no le gustó, se oponía a que yo
tuviera que ir y venir por mis propios medios al
instituto, ya que no había ómnibus escolares que
llevaran a los alumnos. Recuerdo que tenía sombra de
bigotes y pendejos en mi sexo, y no me
dejaban salir solo. ¡Fueron muchos errores por sobre
protección! Pero yo siempre obedecía.
Al cumplir los trece fue cuando me enteré de que
los Reyes Magos eran los padres, pues aún a esa edad
tenía la ilusión de todo lo bello de esa historia.
Otros amigos míos, más vivos que yo, me contaron la
verdad, y llorando le pedí a Berta que me confirmara si
todas esas cosas que había escuchado eran ciertas,
contrariada, me respondió que sí, y que ellas
habían tratado de mantener en mí la ilusión
de ese día.
El siguiente seis de enero pedí una cama para
mí sólo, como regalo del Día de Reyes, pues,
todavía a esa edad, dormía con Lucía. A
partir de ese momento comencé a dormir solo.
LA INSEGURIDAD
SOCIAL
Transcurría el año 1958, el país
vivía momentos de gran inseguridad política, pues la
provincia de Oriente, una de las más importantes
económicamente, era escenario de encuentros militares,
iniciados el 26 de julio de 1953, con el ataque al Cuartel
Moncada, una importante fortaleza militar del ejército, en
la ciudad de Santiago de Cuba, capital de la
antigua provincia de Oriente.
Un grupo de hombres, encabezados por Fidel Castro,
realizó ese asalto. El cuartel no pudo ser tomado por los
agresores, a pesar de que causaron numerosas bajas en el
ejército, por lo que tuvieron que retirarse sin haber
alcanzado todos sus objetivos.
Inmediatamente, el gobierno de Fulgencio Batista
desató una persecución intensiva, hasta que
logró hacer prisioneros a la mayoría de los
rebeldes atacantes, entre ellos, al líder,
que en su condición de abogado, asumió su propia
defensa, en la causa por dirigir el asalto.
Su discurso se
propagó años después, fue difundido con el
título de "La historia me absolverá".
Ese alegato defensivo se basaba en lo que Fidel Castro
pensaba eran las aspiraciones del pueblo cubano. Hacía una
recapitulación de los problemas económicos,
jurídicos y sociales que padecía nuestro
país, justificando de esa forma las causas de la
agresión al cuartel.
Los atacantes fueron condenados a cumplir un año
en prisión. Después de cumplirlo se dirigieron a
México,
donde se reorganizaron y formaron una expedición para
invadir Cuba, compuesta por ochenta hombres y dirigida nuevamente
por Fidel Castro. Partieron de un punto en el Golfo de
México, a bordo de un viejo yate, llamado
Granma.
Lograron entrar ilegalmente en Cuba, por la costa sur de
Oriente, en la madrugada del dos de diciembre de 1956, pero
fueron detectados por el ejército aéreo en el
momento del desembarco.
Se produjo un fuerte combate, que redujo a 12 el
número de los invasores, los cuáles lograron
escapar, internándose en las montañas de la Sierra
Maestra. Desde allí prosiguieron con la
guerrilla.
El movimiento
revolucionario fue tomando fuerza y se fue esparciendo por todo
el país. En las ciudades se consolidaban las
organizaciones clandestinas, con sus grupos de
acción
terrorista: hacían asaltos, secuestros, ponían
bombas en
teatros, hacían sabotajes en los cines y en otros lugares
públicos, por lo que la población vivía
aterrada, evitando las salidas innecesarias.
En muchos hogares se escuchaba la estación radial
clandestina radio rebelde, emitida desde la Sierra Maestra, y
desde donde se informaba y se desinformaba de los avances y
resultados de los combates contra el ejército
constitucional.
En casa, cuando el esposo de Lourdes no se encontraba,
esa era otra ocupación que, con la discreción
requerida, entretenía a la familia y vecinos. Recuerdo que
con frecuencia no entendíamos los problemas que los
locutores planteaban, y cuando la programación terminaba se desataban las
suposiciones y discusiones entre los vecinos oyentes.
Los enfrentamientos militares continuaban en las
pequeñas poblaciones, el ejército clandestino se
organizaba y se nutría fundamentalmente de
campesinos.
La desmoralización de gran parte del
ejército de Batista fue tal, que éste se vio
obligado a abandonar el país, en la madrugada del 1 de
enero de 1959, a pesar de poseer modernos y cuantiosos
dispositivos militares.
La anarquía y la inseguridad se apoderaron de
Cuba, y se instauró el gobierno revolucionario, con un
proceso de
remoción de las causas de los males que había
sufrido la nación.
Se auto declaraba "Gobierno para el pueblo y por el
pueblo".
Rápidamente el gobierno comenzó a dictar
nuevas leyes, salían unas tras otras, como abejas del
panal, y la sociedad cubana dio un vuelco de 180 grados. Gran
parte de la población estaba entusiasmada, los
revolucionarios se proclamaron humanistas y ese término
hizo eco en muchos oídos.
En el país existían intereses
norteamericanos, españoles y de otras muchas
nacionalidades que de inicio comenzaron a verse afectados por las
nuevas medidas adoptadas por la política del gobierno, lo
que produjo un choque entre ellos, principalmente con los Estados
Unidos, que trajo como rápida consecuencia la
nacionalización de las grandes empresas
extranjeras.
Con anterioridad, y desde bases militares cercanas a la
Isla, se habían iniciado una serie de ataques contra
instalaciones cubanas importantes: aeropuertos, campos de cultivo
de caña de azúcar,
centros industriales, etcétera, por lo que la nación
se vio envuelta en una guerra
fría con Estados Unidos y con los miles de cubanos que
ya habían comenzado a emigrar del país, y que desde
el exilio se organizaban para frenar el empuje del comunismo
amenazante, que trataba de apoderarse de Cuba.
Por cada acto hostil del gobierno cubano, o del
norteamericano, se respondía con otro acto más
hostil todavía.
La euforia popular crecía como la espuma, al
igual que el carácter autócrata de su líder;
pero el sector intelectual comenzaba a sentir descontento, la
prensa libre,
tan diversificada, pasó a ser un sólo periódico:
El Granma, prensa oficial de la revolución
y posteriormente del Partido Comunista de Cuba.
La radio y la
televisión fueron censurada totalmente, no
había un intelectual que pudiera escribir con libertad,
todos los derechos civiles
habían sido tirado al cesto. Entrábamos en una de
las dictaduras más férreas y prolongadas del
mundo.
A la Declaración de San José de Costa Rica,
tildada por Cuba como un documento inspirado por los Estados
Unidos, el gobierno respondió con la Declaración de
La Habana, del 2 de setiembre de 1960, que negaba rotundamente
que existiera pretensión alguna por parte de la
Unión Soviética y de La República Popular
China, de
utilizar la posición geográfica de Cuba, para
quebrantar la unidad continental y poner en peligro el Hemisferio
Occidental.
El tiempo demostró todo lo contrario, el gobierno
fomentó, dirigió y subvencionó la guerrilla,
así como los focos terroristas en casi toda la América
Latina. Luego ese apoyo se extendió a África,
Medio Oriente y hasta a la propia Europa.
Tanto la pésima política de Estados Unidos
hacia Cuba, como el desconocimiento, la incapacidad y los
delirios de grandeza, que eran los motores que
impulsaban al líder cubano, hicieron que se acelerara el
acercamiento con la Unión Soviética, país
que no titubeó en resolver los grandes problemas
económicos creados por la deteriorada relación
entre Cuba y los EE.UU.
El Kremlin sabía que la posición
geográfica de Cuba y su cercanía a los Estados
Unidos valían mucho para sus intereses.
¡Había que subvencionar a Cuba!, el costo no
importaba. Era la base soñada en el Caribe, que no se
podía perder.
El líder cubano seguía desinformando al
pueblo, tal como lo había hecho a la prensa extranjera
tiempo atrás, cuando decía que "nuestra
revolución es más verde que nuestras palmas". Lo
cierto de esta frase es que el color de las hojas de las palmas
cubanas siempre es verde, eso no cambia, pero las palabras del
dictador sí cambiaron, como cambian aquí, en
Canadá, las hojas de los árboles, que en
otoño se tornan rojas. Así que el 16 de abril de
1961, Cuba se volteó hacia la Unión
Soviética, declarando el carácter marxista
leninista de su revolución.
En ese ambiente convulsivo comienza mi juventud, que
arrastraba una niñez traumatizada por su propio destino y
amenazada por los descontentos sociales, que incluían
acciones
bélicas, guerrillas y terrorismo.
Berta y Lucía, cansadas por los embates de la
vida y de los años, no pensaron nunca en abandonar el
país, como los hicieron otros familiares, amigos y
vecinos.
De tomar esa decisión, la mejor opción
serían los Estados Unidos, por las facilidades que ese
país daba a los cubanos que huían del
comunismo.
Para emigrar de Cuba había que dejar atrás
todas las pertenencias, pues el gobierno revolucionario las
incautaba. Al irte dejabas tu dinero, tus joyas, perdías
tus propiedades, etcétera. Tus pertenencias cabían
escasamente en una maleta.
Empezar nuevamente de cero, a una edad avanzada, para
Berta y Lucía, no era una tarea nada fácil de
resolver, había que estar en los zapatos de la persona
para entenderlo, hay que estar en los zapatos de los cientos de
miles y miles de cubanos que han tenido que pasar por esa triste
e inenarrable experiencia durante más de cuatro
décadas.
¿QUÉ PASARÁ CONMIGO
AHORA?
Para mí el ambiente social del país era
agobiador, tendría 17 años y mi inquietud provocaba
que estuviera dando saltos y brincos, como un pez fuera del
agua, pero no
de alegría, sino de ansiedad.
Berta comentaba con sus amigas la fuerza y
energía que tenía su hijo, que no paraba un
instante, si ella hubiera sabido…
La educación privada
había desaparecido con la nacionalización de las
escuelas, los estudiantes respondían a la dirección
del plantel y a una organización juvenil, creada por el
gobierno, llamada Jóvenes Rebeldes, que orientaba y
dictaba las órdenes y planes que tenía que seguir
el estudiantado de enseñanza secundaria.
Los estudiantes cabecillas de esa agrupación,
entraban en las aulas, interrumpiendo las clases, y hacían
que los alumnos salieran a las calles a protestar con actos de
repudio, por cualquier motivo aparente o fantasmal. Todas las
semanas había una protesta por algo: la iglesia
católica, el imperialismo
yanqui, que según ellos iba a invadir, los que estaban en
contra de la revolución, etcétera,
etcétera.
Los profesores no tenían poder para evitar estas
interrupciones, las asignaturas no cumplían con sus
programas y,
al final de cuentas, todo era un caos.
En medio de ese ambiente surge la Campaña de
Alfabetización, que consistía en una ordenanza del
gobierno, para que los estudiantes y maestros salieran a los
campos y lugares apartados del país, para
enseñarles a leer y a escribir a todos los analfabetos,
que en Cuba eran más del 20% de la
población.
Para cumplir con ese objetivo,
cerraron los colegios e institutos de Cuba, por cerca de un
año, y se dedicaron a formar las brigadas de
alfabetizadores.
Berta estaba en total desacuerdo con que me fuera de la
casa por tantos meses, y quién sabía para
dónde, pero Lucía, siempre persuasiva, logró
convencerla, con el argumento de que si no me inscribía
como brigadista, me iban a señalar como poco afecto a las
tareas de la revolución y, por seguro, tendría
dificultades en el futuro para continuar el bachillerato y, si
no, me iban a entorpecer los estudios superiores en la universidad, que
era el objetivo que ellas había perseguido siempre, desde
mi infancia, y no se iba a tronchar por nada.
Además, dijo, misteriosamente:
-Tengo algo en mente que podría funcionar. No les
puedo comentar ahora, pues es sólo una idea, que
haré realidad muy pronto, con el favor de Dios.
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