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Los tropiezos del afortunado Gabriel




Enviado por galup193



Partes: 1, 2

    1. Sinopsis
    2. En la habitación de un
      hotel
    3. El origen
    4. Recogido por la familia
      bosque
    5. Tour al
      infierno
    6. A la
      escuela
    7. Las
      perdidas
    8. Entre junio y
      octubre
    9. La matricula
      bochornosa
    10. La inseguridad
      social
    11. ¿Que pasará
      conmigo ahora?
    12. A la
      brigada
    13. El
      trayecto
    14. La
      distribución de la carga
    15. La
      convivencia campesina
    16. El
      falso licenciamiento
    17. La
      reubicación
    18. La
      despedida de Lourdes
    19. La
      depresión
    20. El
      pueblo de Isabela de Sagua
    21. Los
      ausentes inesperados
    22. La
      universidad
    23. Los
      viajes de rutina
    24. La
      navidad prohibida
    25. Los
      visitantes inesperados
    26. El
      cambio de pensión
    27. El
      despojo final
    28. Jugando a las
      posibilidades
    29. Volando sobre el
      atlántico
    30. Sheremetyevo
    31. La
      buhardilla de mi asesor
    32. Las angustias
      de noviembre
    33. Encuentro con
      Oleg
    34. Adiós a
      Moscú
    35. Navidad en
      Varsovia
    36. El tren
      berlinés
    37. La
      huida a Occidente
    38. Check
      point Charlie
    39. La
      aerolínea Interflug
    40. Despegando
      vuelo
    41. El
      capitán dijo "gander"

    SINOPSIS

    Es sorprendente como en nuestros tiempos, después
    de miles de años de existencia, la humanidad, sus pueblos
    y las organizaciones
    mundiales que ellos crean y hasta los propios gobiernos que ellos
    eligen, permiten que se comentan injusticias.

    Son muchas las fallas sociales que encontramos en la
    actualidad en cualquier país, por desarrollado que sea,
    pero siempre los afectados son los más débiles, los
    desprotegidos, la población humilde trabajadora.

    En la narración que someto a su
    consideración, la ficción palidece a la triste
    realidad que vive el pueblo cubano desde hace más de
    cuatro décadas.

    Se desarrolla en escenarios, donde encontramos patrones
    sociales muy similares a los conocidos en países vecinos:
    Injusticia social, parte de la población partidaria del
    gobierno, otros
    en desacuerdo, diferencias abismales de clases, abuso y atropello
    por parte de los que tienen el poder, y otras
    tantas aberraciones.

    La particularidad en el caso cubano (distinta a la de
    otros países) es que la parte de la población que
    está en desacuerdo con el gobierno, no puede demostrar su
    descontento, tiene que callar sus frustaciones, sus ideas, sus
    pensamientos, desdoblando su personalidad a
    través del engaño, la simulación, y la
    pretensión.

    Tiene que fingir estar conforme con el sistema
    político cuadragenario, que mantiene al mismo
    presidente y a un único partido político. Los
    ciudadanos que adoptan una postura civil y honesta con ellos
    mismos, y expresan sus ideales, diferentes de las establecidas
    por el sistema, son
    sujetos de vejaciones, maltratos, encarcelamiento, falta de
    trabajo y
    oportunidades para poder sobrevivir, viéndose obligados en
    muchos casos, a tomar la única opción posible,
    aunque ésta implique arriesgar la propia vida: Escapar en
    balsa hacia los Estados Unidos, a
    través del Estrecho de la Florida.

    De eso precisamente trata esta novela, de un
    personaje en el seno de una familia
    trabajadora, honesta, llena de buenas cualidades y principios, que
    simplemente por no compartir las nuevas ideas del gobierno que
    ocupa el país, se ve obligado a emigrar.

    Específicamente el intenso drama en la vida de un
    niño, abandonado por su familia, traumado y frustrado por
    su destino que se empeora por el ambiente
    político que vive su país, donde se realizan
    cambios radicales de estructuras,
    que lo desquician aun más. Las vivencias y desaventuras,
    su fuerza y fe de
    espíritu que no lo dejan flaquear, en un ambiente de
    traición, dobleces y desconfianza.

    Un personaje controversial, por momento liberal, con
    grandes ideales de libertad y
    principios firmes, que no asimila la nueva doctrina de la
    "Creación del Hombre Nuevo"
    y no comparte las nuevas ideas
    revolucionarias.

    En esas líneas aparece descritas su constancia y
    sacrificio en los estudios, y el trabajo del
    personaje por salir adelante en la vida, sus ansias por escapar
    del régimen comunista, por último, sus vivencias en
    Rusia, Polonia
    y Alemania,
    así como las relaciones
    humanas con algunos de los ciudadanos de esos
    países…

    Capítulo 1

    EN LA
    HABITACIÓN DE UN HOTEL

    La nieve cae silenciosa e implacablemente sobre el
    pequeño pueblo de Gander, es un invierno crudo el de 1979,
    que rompe récord.

    A través de mi ventana se aprecia un panorama
    bello, observarlo produce un goce único, con un toque
    celestial. No quisiera decir que es por primera vez en mi vida
    que puedo disfrutar tranquilamente de algo, pero sí puedo
    decir que ahora, alejado del ambiente de terror, lleno de paz y
    esperanzas, después de cumplidos los arriesgados planes
    para salir de mi país, la nieve y los paisajes tan
    distintos que admiro, me parecen mucho más
    bellos.

    Esta felicidad podría ser completa si estuvieran
    conmigo mis seres queridos, que no son muchos… Pero estoy solo,
    completamente solo.

    Las personas desconocidas que me rodean son oficiales
    del Departamento de Inmigración. Ellos tienen un alto sentido
    de humanidad, profesionalismo y ganas de ayudar, lo cual siempre
    agradeceré desde lo más profundo de mi ser. Pero
    sé que estoy solo, sin ni siquiera una persona conocida
    en este país y mucho menos un amigo. Estoy solo, con mis
    pocas pertenencias: La ropa que llevo puesta y mi persona, es
    todo; solo, a merced de la inmigración canadiense. Solo
    con mis recuerdos, que en esta paz salen de mi mente y me hacen
    gesticular, mientras mantengo la mirada fija por unos minutos,
    con los ojos enormemente abiertos.

    ¡Cuántas imágenes
    desagradables recuerdan mis sentidos en un minuto! No sé
    si podré describirlas todas y quizá no respete un
    perfecto orden cronológico. Considero que no tengo las
    cualidades literarias para que mi prosa sea perfecta, pero
    sí el alma muy
    herida, por lo que voy a gritar mis palabras y plasmarlas en este
    papel, con el lenguaje
    que salgan.

    ¿Por dónde comenzar? ¿Por la
    falsificación de mi pasaporte en Berlín, por un
    asalto en Moscú o por el principio, algunos años
    atrás?

    Capítulo 2

    EL
    ORIGEN

    Recuerdo que tendría unos cuatro años de
    edad cuando pregunté dónde había nacido. Al
    parecer, la familia
    Bosque no estaba preparada para responderle a un niño
    preguntón, ellos no se habían puesto de acuerdo en
    la historia que
    debían contarme. Unos me dijeron que en Trinidad y otros
    que en Cienfuegos, ambas ciudades están ubicadas en la
    costa sur de la Isla de Cuba.

    Desde muy niño me habitué a no saber con
    certeza mi lugar de nacimiento, pero ahora, ya mayor, estoy
    seguro de
    haber nacido en Cienfuegos, pues todos los hechos que
    reconstruí me hacen pensar que fue en el hospital civil de
    esa ciudad donde me recogieron.

    Realmente no tengo conocimientos exactos de cómo
    se desenvolvió mi vida en los primeros meses, pues nunca
    obtuve respuestas claras a mis preguntas, pero, por
    conversaciones que escuché, supe que mi madre, a muy
    temprana edad, fue obligada por sus padres a trabajar de
    sirvienta en una casa en Trinidad, su pueblo natal.

    Cuando aún no llegaba a los 15 años, el
    señor de la casa la sedujo, y como consecuencia me
    engendraron a mí; no sé si hubo romance entre
    ellos, si realmente se querían o si fue puramente el deseo
    sexual el que los impulsó a actuar de esa
    manera.

    Posteriormente, me enteré de que mi padre le
    doblaba la edad, por lo que debo asumir que quizás
    él, como tenía más experiencias de la vida,
    fue el instigador, el abusador, y que, de acuerdo con las
    leyes
    vigentes, pudo haber sido juzgado por violación de
    menores.

    Ese señor se movía en la esfera de la alta
    sociedad.
    Tenía una posición acomodada, amigos influyentes,
    propiedades en el pueblo, un hogar constituido, prestigio y
    dinero; es
    decir, tenía todo lo necesario como para poder corromper a
    quien él quisiera y tapar cualquier mal paso.

    Por su parte, mi madre era analfabeta, menor de edad, y
    procedía de una familia de inmigrantes gallegos pobres,
    con padres muy honestos y sumisos, saturados de ignorancia, como
    la mayoría de la población pobre cubana de aquella
    época.

    En resumidas cuentas, mi madre
    fue arrojada a la calle, pues a mis abuelos les pareció
    eso más digno que soportar los comentarios del pueblo y el
    deshonor.

    Huyó, como la peste, y se refugió
    en casa de la hermana mayor, que estaba casada con un campesino y
    vivía humildemente en las afueras de Cienfuegos, para
    pasar los meses de embarazo y
    quizá quedarse por algún tiempo
    más, hasta ver la dirección que tomaría su
    vida.

    Juzgando mal, quizás, pienso que le fue imposible
    hacerse un aborto, que
    seguramente habría deseado con todas las fuerzas de su
    alma, porque, como era ilegal, le hubiera costado
    muchísimo dinero, razón por la cual, no le
    quedó más remedio que parir, y eso fue en el
    hospital de la ciudad de Cienfuegos.

    Luego conoció a un hombre, se
    casó e hizo una nueva vida, apartada por completo del hijo
    del pecado, pues, al mes y medio de nacido, me entregó a
    manos extrañas.

    Capítulo
    3

    RECOGIDO POR LA FAMILIA BOSQUE

    La familia a la que me entregó mi madre estaba
    formada por un matrimonio
    anciano, Rafael y Natalia, quienes tenían cuatro hijos,
    tres mujeres y un hombre, y un nieto, hijo del varón, que
    ellos también estaban criando, pues la madre de
    éste había fallecido unos días
    después del parto.

    Lucía y Berta eran las hijas solteras, en tanto,
    Lourdes, la hermana mayor, estaba casada y vivía en el
    mismo vecindario. Ángel, el único varón y
    viudo, tenía una concubina en las afueras del pueblo.
    Miguelito, su hijo, de unos diez años, estaba bajo el
    cuidado principalmente de Lucía, su tía. Yo
    recibía atención de Berta, pues fue ella la que le
    suplicó a sus padres le permitieran llevarme para su casa
    e incorporarme a la familia.

    Berta trabajaba en ese entonces de enfermera en el
    hospital civil de Cienfuegos, y fue allí donde se
    enteró de que había una joven recién parida,
    que no podía mantener consigo a su hijo, por la precaria
    situación económica en la que vivía, lo
    estaba regalando.

    Al poco tiempo de nacer yo, mi madre volvió a
    quedar desamparada, tuvo que salir de la casa de su hermana,
    porque, a causa de su prolongada presencia, ésta
    comenzó a tener fricciones en su pareja.

    Pasé a vivir con la familia Bosque. No me puedo
    imaginar lo que sintió mi madre al entregarme a otros
    brazos, si fue desgarramiento con pena y llanto o si fue
    alegría. Asumiendo y considerando su corta edad e
    inexperiencia, pienso que tuvo una sensación de
    alivio.

    Me contaba Lourdes que a partir de ese momento mi madre
    se distanció, y que periódicamente había que
    enviarle mensajes para que fuera a la casa a verme. No sé
    qué indignaba más a Lourdes, si la actitud de sus
    hermanas, esa constante preocupación por lograr que mi
    madre me fuera era a visitar, o la indiferencia de ésta,
    que nunca me iba a ver. Lourdes, que tenía un
    fuerte

    y explosivo carácter, se enojaba con esta
    situación, lo que le provocaba muchas serias discusiones
    con sus hermanas.

    Mi infancia
    transcurrió lentamente, yo adoraba a Lucía y a
    Berta, pero tenía miles de interrogantes en mi cerebro, que
    aún hoy día, después de tantos años,
    no he podido descifrar.

    Alberto, el esposo de mi madre, así como la
    familia de él, siempre mantuvieron una actitud positiva
    hacia mi madre. De no ser por la generosidad y comprensión
    de ese señor, que me reconoció como hijo,
    dándome su apellido, no hubiera tenido legalmente padre.
    Así que, aunque no vivía con ellos, pasé a
    ser reconocido como hijo del matrimonio.

    No recuerdo haber visto nunca a Alberto y mucho menos
    haber conversado con él, pues trabajaba como agente de
    seguros, y por
    su trabajo tenía que viajar mucho a las provincias.

    Posteriormente, mi madre tuvo una hija, que legalmente
    es mi hermana carnal. La llamaron Agustina, pese a que yo le
    había pedido a ella que la bautizara con el nombre de
    Fátima, pues meses antes había visto un filme sobre
    la aparición de la virgen y me había quedado
    impactado por la magia del cine y por la
    trama. Pero ése nombre no le gustó.

    Desde pequeño, la familia Bosque me
    inculcó el amor y
    respeto por mi
    madre y su familia, lo infundían como una
    obligación, yo tenía que sentirlo, era como una
    lección en la escuela.

    Lucía influía más en eso que la
    propia Berta, creo que ellas tenían con mi madre una
    especie de solidaridad
    femenina, la comprendían, quizá porque pensaban en
    los abusos y carencias que había sufrido, siendo una
    mujer sola,
    seducida y abandonada. Eran mujeres buenas, que no habían
    conocido el amor de un
    hombre, ya que ambas seguían solteras, trabajando para
    mantener la familia y, más que todo, al sobrino. Aunque
    éste, ya en la pubertad, se
    regocijaba en el abuso, la desconsideración y el derroche,
    para Lucía, Miguel era la niña de sus ojos,
    sentía mucho amor, también, tal vez, lástima
    y pesar, cuando recordaba que el niño había perdido
    a su madre recién nacido.

    Cuando trataban ese tema, sus voces se entrecortaban,
    parece que había sido una gran historia de amor frustrada
    por la muerte, eso
    hacía que ellas lo mimaran y consintieran más y
    más…

    Capítulo
    4

    TOUR AL INFIERNO

    De cuando en cuando hacíamos un viaje a Trinidad,
    donde aún vivían mis abuelos maternos y mi padre
    biológico.

    La ida y el regreso eran lo único agradables para
    mí, del angustioso fin de semana. Disfrutaba mucho mirar
    por la ventanilla del tren, que parecía la pantalla de un
    cine por la que pasaban bellas imágenes del paisaje rural,
    a todo color: El hombre del
    campo, labrando la tierra con
    la carreta de bueyes; los jinetes, que iban de un lado para otro;
    el ganado, pastando en las extensas sabanas, llenas de palmas
    reales.

    Recuerdo que siempre íbamos mi madre, mi hermana,
    Lucía, Berta y yo, cargados de regalos para la familia,
    pues estaban en mala situación
    económica.

    Me esperaban tres días de incomodidades. En el
    pequeño bohío donde vivían no había
    servicio, sino
    un excusado, afuera, a un extremo del patio; tampoco había
    agua potable,
    y teníamos que dormir varias personas en una cama. No
    sé cómo mi abuela podía mantener todo limpio
    y ordenado, con tanta humildad y estrechez. Era casi un estado de
    miseria.

    Lucía me imponía la presencia de mi madre,
    quería que siempre recordara quien era ella,
    insistía hasta el extremo de la ridiculez. Yo me
    oponía en algunas ocasiones, pues tenía una lucha
    interna de sentimientos encontrados, su pedido iba en contra de
    mis deseos, ya que, aún siendo un niño, me daba
    cuenta de que el amor que Lucía y Berta querían que
    existiera entre mi madre y yo, estaba basado tan sólo en
    mis sentimientos, me parecía que el amor de mi madre hacia
    mí era forzado.

    En general, obedecía y complacía para no
    contradecir a mis tutoras, pero siempre recordaba que Lourdes me
    había contado que, en una oportunidad, mi madre, que
    vivía en la misma ciudad, a unos 15 minutos de distancia,
    me fue a ver, después de dos años de ausencia.
    Cuando me dijeron: "Gabriel, mira quién llegó a
    verte. Aquí está tu mamá", yo me le
    acerqué corriendo…

    Al verme, ella sólo dijo: "Cuidado, que vas a
    ensuciar mi vestido", y me paralizó en seco; no me
    tomó en sus brazos, ni me tocó, pues en ese momento
    yo jugaba con mis amiguitos y sudaba.

    Ella había venido por la insistencia de
    Lucía, que constantemente le enviaba recados para que
    fuera a verme.

    Su conducta, unida
    al rencor que sentía hacia ella por no haberme tenido a su
    lado, me llenaba de una gran indiferencia.

    No obstante mi actitud evidente, Lucía y Berta me
    compraban regalos para que yo se los diera a mi madre en Navidad, en el
    día del cumpleaños, en el día de la madre y
    en otras fechas.

    En esos viajes a
    Trinidad me vestían con todo nuevo, aún se
    veían los dobleces en la ropa recién sacada de sus
    cajas, a veces hasta se quedaba alguno que otro alfiler en la
    camisa. Tieso por las prendas con el almidón de
    fábrica, sentía que se me irritaba la piel,
    ¡estaba incómodo! Pero estaba vestido de
    gala y me paseaban por el pueblo, ostentosamente, como a
    una muñequita en su estuche, con zapatos nuevos, que
    acaban con mis pies.

    Ese exhibicionismo era para mí humillante,
    sentía la cara hirviendo de vergüenza, pues los
    demás niños,
    y mis propios primos, me miraban como algo raro, o al
    menos así yo lo sentía.

    El tour comenzaba en el parque central del pueblo
    y después tomábamos la calle donde vivía mi
    padre.

    Recuerdo que cuando decidían pasar por el frente
    de su casa, mi madre no iba, ella sólo fue las primeras
    veces, para orientar a mi tutora y para mostrarle el
    físico del viejo, a fin de que lo reconocieran en las
    futuras incursiones.

    No sé de qué arte o
    maña se valieron Berta y Lucía, pues siempre que
    nosotros pasábamos por la casa del hombre aquel, él
    salía al portal o estaba ya allí parado,
    conversando con amigos o vecinos.

    Berta me sujetaba fuertemente la mano para que viera a
    mi padre. Yo miré sólo una vez, después no
    miré más. Mis tutoras me decían: "Lo viste,
    lo viste", y, para que no repitieran más esos paseos, yo
    les decía: "Sí, sí lo vi", pues mientras no
    cumplieran ellas con su deseo, no iban a terminar con ese
    recorrido estigmatizador para mí.

    No entendía la preocupación
    insólita por acercarme a esa persona que no
    conocía, ni quería conocer, y que abiertamente
    rechazaba, yo deseaba que la tierra me
    tragara cada vez que hacíamos esa caminata.

    De haber tenido la opción, nunca hubiera ido a
    Trinidad para visitar a personas por las que no sentía
    ningún afecto, personas que no ayudaron a mi madre cuando
    ella las necesitó, abuelos incomprensivos, con disciplina
    intolerante, moralidad
    arcaica, tías doblegadas a la voluntad de sus maridos,
    tíos indiferentes al problema de mi madre, ni uno de ellos
    le tendió una mano para ayudarla, cuando aún era
    una niña, siendo ella la hermana menor. Entonces:
    ¿Qué hacía yo allí?

    Los únicos inocentes, los que no tenían
    nada que ver con ese pasado, eran mis primos, pero aún con
    ellos sentía que había mala vibración, pues,
    mientras jugábamos me preguntaban cosas, ellos tampoco
    comprendían por qué yo vivía con personas
    que no eran de la familia.

    Tengo la certeza de que todos ellos ya estaban
    informados sobre el tema, o al menos habían escuchado
    conversaciones, comentarios sobre mí. Sin embargo, cuando
    hablaban conmigo, siempre la pregunta clave era por qué yo
    no vivía con mi madre, hermana y mi supuesto
    padre.

    Cuando eso pasaba yo tenía sensaciones terribles
    y de muy mala onda. Como infante no me gobernaba, además,
    prefería sufrir y tragar en seco, que contradecir a Berta
    y Lucía, era un niño bueno, complaciente y
    traumatizado…

    Aún teniendo ese problema con mis primos, me
    sentía mejor jugando con ellos en la casa de mis abuelos,
    que cuando salía a caminar por donde ya sabía lo
    que me esperaba: disgusto, humillación y
    vergüenza.

    Mi madre parecía no estar de acuerdo con lo que
    estaba ocurriendo, por razones obvias; por lo que dejó de
    salir con nosotros en esa caminata, tan pronto como mi tutora
    conoció a mi padre, a la distancia, pues, que yo recuerde,
    nunca hubo una presentación formal, ya que la familia de
    él, supuestamente desconocía mi existencia y la
    misma le podría ocasionar trastornos en su relación
    matrimonial.

    Supongo que mi tutora, de muy buena fe, lo que deseaba
    era provocar un encuentro casual con mi padre, con vistas a que
    yo lo conociera. Quizás pensaba que para mí era
    importante, o quería motivarlo a él para que se
    interesara en mí, no por una razón económica
    o material, pues a mí nunca me faltó algo que yo
    necesitara o deseara, sino por una razón moral y
    espiritual.

    Lucía y Berta trabajaban lo suficientemente
    fuerte como para mantener la casa, además de que me
    complacían y satisfacían todas mis necesidades. En
    cuanto al apellido, la gran preocupación de la
    época, yo ya tenía uno. También puede ser
    que ellas quisieran que nos conociéramos personalmente,
    para que viera materializada mi existencia, o para restregarle
    ante su cara al hijo que no quiso, obviamente, reconocer, y que
    viera que estaba bien atendido.

    En resumidas cuentas, nunca conocí a mi padre, ni
    tan siquiera recuerdo su silueta, parece que la indiferencia de
    él hacia mí, hizo yo adoptara la misma postura, por
    lo que no recuerdo haberme preocupado nunca por su
    existencia.

    Con todo ese ir y venir, lo único que lograron
    Berta y Lucía fue que le tomara lástima a mi madre
    y un cariño superficial.

    Capítulo
    5

    A LA ESCUELA

    Mi vida estudiantil transcurrió en una buena
    escuela privada de Cienfuegos, con excelentes profesores y
    rígida disciplina; era una escuela católica, para
    niños de familia acomodada y clase media
    alta, estaba lejos de mi status.

    En los primeros cursos no me percaté de las
    diferencias de clase que había entre la mayoría de
    mis compañeros de estudio y yo, ya que todos
    vestíamos con el mismo uniforme y usábamos los
    mismos libros. Cuando
    avanzamos de grado y comenzaron las reuniones y fiestas con los
    padres, me di cuenta del desnivel social que existía entre
    nosotros. Sin embargo, eso me hizo admirar a mi familia adoptiva,
    esas dos mujeres abnegadas, que lo daban todo por mi
    bienestar.

    El amor de ellas era incondicional, inquebrantable, sin
    titubeos y no esperaban nada a cambio.En la
    ciudad había escuelas públicas gratuitas, pero las
    frecuentaban niños muy pobres, que no tenían la
    constancia en el estudio por el imperativo de la propia vida,
    pues muchos de ellos en las noches salían a trabajar con
    sus padres, como vendedores ambulantes de helados o maní,
    así como haciendo cualquier tipo de labor, para ayudar
    económicamente en sus casas.

    Mi familia quería que yo recibiera una buena
    instrucción y que estuviera rodeado del mejor ambiente
    estudiantil posible, por lo que trabajaba muy duramente para
    ello, sacrificándose al máximo para costearme los
    estudios y mantener la casa.

    No podía defraudar a esas mujeres, tenía
    que ser el primero en todo, para que se enorgullecieran de
    mí, para compensar de algún modo su esfuerzo y las
    limitaciones que atravesaban por él. En esa época
    pude revertir todo mi trauma por lo que me había ocurrido
    cuando nací, comprendía el sacrificio de Berta y
    Lucía, así que daba gracias a Dios por haberme
    puesto en el camino de la vida de esa familia.

    El perfil de mi personalidad fue transformándose
    lentamente, mi carácter fue cambiando, fui más
    cordial y complaciente, trataba de acercarme a todo el mundo,
    discretamente analizaba las relaciones humanas de convivencia,
    era más abierto, comunicativo, conversador, menos
    retraído e introvertido, me interesaba por la vida de
    todos en el aula y en el vecindario.

    En el tiempo libre de estudio comencé a practicar
    deportes, la
    natación y
    el baseball eran mis preferidos. Lo hacía todos
    días que podía, y muy bien, por lo que me
    fortalecía físicamente y asumía algún
    liderazgo en
    el grupo de
    amigos.

    Capítulo
    6

    LAS PÉRDIDAS

    Cuando yo aún no había cumplido los nueve
    años, Rafael y Natalia, los padres de la familia Bosque,
    ya habían fallecido. Primero falleció el
    señor Bosque; recuerdo que era alto, moreno, jovial y
    alegre, como buen sevillano. Un día, siendo yo
    pequeño, vi como se desplomaba en el piso, enfermo por la
    fatiga. Después murió la madre. Yo era un poco
    mayor, tendría alrededor de ocho años, por lo que
    de Natalia recuerdo muchas cosas más; era una
    señora muy dulce, la quinta hija de un matrimonio formado
    por un chino y una cubana mestiza, por lo que tenía el
    sobrenombre de la china.

    Natalia rara vez salía a pasear, se quedaba
    días enteros dentro de la casa, sin siquiera pararse en el
    balcón de la calle. Su entretenimiento, después de
    la muerte de su
    esposo, era dedicarse a tejer, cocinar y a hacer todas las tareas
    domésticas, pues Berta seguía trabajando en el
    hospital y Lucía en un taller de costuras.

    Cada día, después de almuerzo, Natalia se
    recostaba a la sombra de un gigantesco árbol de mango y
    dormía la siesta tranquilamente, en su rostro se reflejaba
    la calma y la paz espiritual, como si estuviera flotando entre
    esponjosas nubes. Recuerdo que pasados sus setenta años
    comenzó a padecer del corazón,
    por lo que una tarde de noviembre continuó su sueño
    profundo hasta la muerte. Por casualidad, ese día yo
    jugaba cerca de ella, y una fuerza instintiva me hizo acercarme a
    verla, me sobresalté cuando me di cuenta de que no
    respiraba…

    La soledad comenzó a reinar en la inmensa casa,
    solamente vivíamos ahora, Lucía, Berta y yo.
    Años atrás, Ángel había dejado a su
    concubina y se había casado con otra mujer,
    llevándose consigo a Miguel su hijo, que ya era casi un
    hombre. Ángel había hecho un hogar apartado de sus
    hermanas, pues a ellas no les caía del todo bien su nueva
    pareja, porque practicaba la santería, razón por la
    cual sacrificaba animales. Se
    rumoraba en el barrio que la santera había embrujado a
    Ángel, para separarlo de la concubina y atraerlo a su
    lado.

    Berta había sido ascendida a jefa de salón
    en el hospital, en tanto Lucía había logrado
    independizarse y poner una pequeña fábrica de ropa.
    Instaló su taller de costura en uno de los amplios
    dormitorios de la casa y contrató costureras, con lo que
    conseguía tener ingresos
    suficientes para vivir modestamente. Además, como ambas
    eran solteras, recibían una pensión legada por el
    padre, que se dividían entre las dos hermanas.

    Capítulo
    7

    ENTRE JUNIO Y OCTUBRE

    A los que vivimos en el trópico, nos llega todos
    los años la temporada de ciclones. ¡De eso no se
    escapa nadie! Para el cubano el refrán a mal tiempo buena
    cara es un choteo y se aplica a casi todo en la vida diaria. Y,
    ¿por qué no a los ciclones?

    Tradicionalmente, la espera de un mal tiempo es como una
    fiesta con susto, se reúnen familias y vecinos, se
    preparan comidas, con algo delicioso para degustar.
    Además, se toman las precauciones que aconsejan los del
    buró del tiempo, como tener reservas de todo tipo, por si
    se afecta el servicio eléctrico y el
    agua.

    Desdichadamente, ese año fue muy activo en
    ciclones y destructor para Cienfuegos. El fuerte viento y la
    lluvia, que durante varios días azotaron el centro sur de
    la Isla, hicieron que la parte posterior de la casa colapsara.
    Por suerte, ninguno de nosotros resultó herido, pero la
    inmensa casa dejó de ser tan grande, porque una parte de
    ella se desplomó.

    No había seguro para la propiedad, ni
    tanto dinero ahorrado como para reedificar todo aquello, por lo
    que decidieron vender el terreno aledaño, donde se
    encontraba el mango y los otros árboles
    frutales, para usar ese dinero en la reconstrucción de la
    casa.

    Hubo que cambiar en algo la estructura, la
    modernizaron y construyeron un departamento al fondo, para que
    Lourdes, Nicolás, su esposo, y la hija de ambos se mudaran
    allí, pues de esa manera íbamos a estar más
    acompañados. La vivienda del matrimonio fue
    diseñada con toda la privacidad necesaria, como para que
    viviéramos "Todos juntos, pero no revueltos", como
    siempre decía Lucía.

    Terminada la remodelación, se trasladaron para la
    casa, por lo que los espacios vacíos dejados por Rafael y
    Natalia, se volvieron a llenar, lo que dio más
    alegría y vida a nuestra convivencia.

    Al finalizar la escuela primaria, tuve una
    graduación con honores. Tendría unos 12
    años, pero parecía tener más edad, ya que
    era muy corpulento y desarrollado físicamente, tal vez por
    tanto deporte que
    practicaba, pero mentalmente era muy inocente.

    Sin embargo, espiritualmente contradecía a mi
    apariencia y actitud, ya que me sentía un poco como la
    hermana menor de la familia. Por momentos no soportaba irme con
    mis amigos, para no dejar a medias una conversación entre
    mayores, más bien, casi siempre entre las hermanas y las
    vecinas que frecuentaban noche anoche la casa.

    Mi escritorio, donde tenía todos mis cuadernos de
    estudio y mis libros, estaba muy cerca del salón de
    reuniones y, sin querer, mientras hacía mis deberes, iba
    escuchando las conversaciones y a veces participaba en
    ellas.

    Nicolás, cada vez que pasaba y veía ese
    cuadro, me sacaba de la reunión y me mandaba a que saliera
    a jugar con mis amigos. Esas órdenes y la forma en que
    él las decía, no resultaban bien acogidas por
    Lucía y Berta.

    Capítulo
    8

    LA MATRÍCULA BOCHORNOSA

    Comenzó el período preparatorio para
    ingresar al bachillerato, había que estudiar mucho. Pero
    llegó el día del examen de ingreso y lo pasé
    sin dificultad, ya podía entrar en la segunda enseñanza. ¡Ya era grande!

    ¡Qué difícil se me hace olvidar el
    día en que Berta me llevó a matricular!
    Casualmente, la persona que estaba haciendo esa labor
    conocía a mi tutora, y ambas amigas dedicaron tiempo a
    saludarse e preguntarse por sus respectivas familias.

    Seguidamente, la maestra tomó en sus manos una
    planilla y la comenzó a llenar con los documentos que le
    suministraba mi tutora, pero, de pronto, chilló, como si
    hubiera cometido un error imperdonable, e, irracionalmente, le
    preguntó a Berta si, por fin, yo llevaba el apellido
    Bosque, que era el de ella, o el de mi supuesto padre.

    Me quedé helado, yo sabía que el marido de
    mi madre no era mi verdadero padre, pero desconocía
    detalles. Asimismo, desconocía que la gente estaba al
    tanto de pormenores de mi registro ante las
    autoridades, que yo mismo ignoraba. Ahí caí en la
    cuenta de que yo no sabía cosas que sí sabía
    todo el pueblo.

    Berta, sin discreción alguna, le contestó
    jocosamente que yo llevaba el apellido Corral, por parte de un
    padre, que no era mi padre, y el apellido Del Valle, por parte de
    una madre que no era madre.

    Aquello, que entre ellas parecía un chiste, para
    mí resultaba denigrante, quería desaparecer por
    arte de magia. Fue tal la incomprensión de esas mujeres,
    que ni siquiera se percataron de que el jovencito aquel, estaba a
    punto de romper a llorar, y que tenía la cara roja de
    vergüenza, pues el bochorno lo sacudía de pies a
    cabeza.

    Para hacer más grave la crisis, esa
    señora, sonriendo, me dijo que iba a ser mi maestra de
    matemática
    en el primer semestre y que esperaba yo continuara siendo un buen
    alumno. Me quedé más petrificado todavía de
    pensar que mi futura maestra conocía mis
    intimidades.

    La conversación me hizo sentir muy mal.
    "¿Qué hago, Dios mío?", me preguntaba
    incesantemente.

    Por fin, se terminaron todas las preguntas, presentamos
    toda la documentación para el caso y nos fuimos del
    local.

    Ya en la salida del instituto, seguíamos
    caminando en silencio total, mientras pensaba: "Todos los
    días hay algo nuevo en cuanto a mí. Tengo que
    preguntarle a Berta, pero, ¿por dónde entrarle?,
    ¿qué vuelta darle?"

    Necesitaba una explicación, que me aclarara lo
    expresado por esa maestra acerca de mi apellido. No sabía
    cómo iniciar la conversación, pues por sobre todas
    las cosas estaba el amor y respeto que sentía por Berta, y
    la gratitud por todos sus sacrificios por mi bienestar, pero no
    podía quedarme con aquella intriga por dentro, y
    además, quería demostrarle mi disgusto por la
    conversación que sostuvieron en mi presencia, que fue
    inoportuna, de muy mal gusto y desagradable.

    Periódicamente yo había pasado por alto
    otras conversaciones similares, pero ya bastaba, ésta vez
    no lo permitiría, mi carácter se robustecía
    y exigía una explicación; por lo que no pasó
    un minuto más y lancé la pregunta al aire:

    –¿Cuál es la verdadera historia de
    mi apellido?

    –¡Eh!, ¿y qué viene eso ahora?
    –me replicó Berta.

    –Eso viene por la confusión que tuvo esa
    maestra al matricularme. Dime la verdad por favor, ya soy grande
    –insistí, mientras bajábamos las escalinatas
    del edificio.

    –Ahora no, estamos en la calle.

    –Sí, por favor, ahora.

    Berta pensó un momento y luego dijo:

    –Tu llegada a nuestra casa fue una
    bendición del cielo. La casa vibraba de luz y
    alegría, el barrio entero desfilaba por casa para verte,
    pues estábamos muy felices y contentas por
    tenerte…

    El tema de conversación en todo el pueblo eras
    tú, por eso Mireya, la maestra, sabía de ti.
    Tú sabes que nosotras somos muy conocidas y queridas por
    todos, tenemos muchos amigos, por mi trabajo en el hospital,
    donde siempre ayudé a tanta gente necesitada.

    Tendrías alrededor de once meses de nacido y
    había un furor tremendo por una novela radial que se
    llamaba: "El derecho de nacer". Nos reuníamos muchos en
    casa a escucharla, y sin querer creamos una semejanza contigo,
    pues tu vida prenatal se asemejaba tanto…

    –Pero, bueno, ¿es que me va a contar
    la novela
    ahora? –Le repliqué.

    –¡Déjame hablar! No me interrumpas.
    Me pediste saber y te estoy contando –me dijo,
    dándome un jalón de mano-. Como te decía…
    ya casi tenías un año de edad y aún no te
    habíamos podido inscribir en el juzgado del registro
    civil, pues Lucía insistía en que llevaras apellido
    de padre, pero no sabíamos cuál ponerte, pues
    ningún hombre le da su apellido a un niño que no es
    su hijo, sin mediar un interés.

    Pensamos que mi hermano Ángel, que es un don
    Juan, podría reconocerte como hijo natural, pero Violeta,
    tu madre, no accedió, pues Ángel sacó la
    piel gitana como papá y, en su ignorancia, ella no
    podía soportar que la gente pensara que pudo haber tenido
    relaciones con un mestizo.

    Al mismo tiempo, mi querida prima María, la que
    te amamantó por muchos meses, pues ella tenía los
    pechos hinchados con mucha leche, porque
    su hijo Joseíto, contemporáneo tuyo, tragaba tanto
    aire, que se satisfacía rápidamente y entonces ella
    quedaba con sus pechos adoloridos y repleta de
    leche…

    María supo del dilema por el que estábamos
    pasando, y le suplicó a su esposo que te inscribiera como
    hijo extramatrimonial, a ella sí que nunca le importaron
    los comentarios de la gente, consideraba que era más
    importante ayudarnos. De todas formas, el pueblo entero
    sabía la historia de Violeta, y lo calientita que
    era.

    A esa idea tu madre también se opuso, pues para
    ese tiempo ya tenía convencido a Alberto, su esposo, de
    que te diera su apellido, y realmente de esa manera quedaba mejor
    resuelto el problema… Y eso fue todo mi hijo
    –terminó Berta, con el rostro
    ceñudo.

    Posteriormente supe que Lucía había
    conocido a Rosa, la madre de Alberto, y que tenía una
    buena comunicación con ella. Era una
    señora de muy buenos sentimientos y de un amor
    espontáneo, por lo que se hicieron amigas, lo que
    influyó para que convenciera a su hijo de que me
    inscribiera con todas las de la ley, así
    no me ocasionaban problemas en
    el futuro por tener un solo apellido. Pero yo ya no volví
    a preguntar sobre este tema.

    Terminó el período de vacaciones y
    comenzó el nuevo curso escolar. Con el bachillerato hubo
    un gran cambio en mi vida cotidiana, representaba que dejaba
    atrás la niñez, que era mayor; suponía,
    también, más esfuerzo en el estudio, más
    responsabilidades, y me brindaba la posibilidad de hacer
    más deporte, serio y organizado.

    A Lucía uno de los cambios que trajo consigo el
    bachillerato no le gustó, se oponía a que yo
    tuviera que ir y venir por mis propios medios al
    instituto, ya que no había ómnibus escolares que
    llevaran a los alumnos. Recuerdo que tenía sombra de
    bigotes y pendejos en mi sexo, y no me
    dejaban salir solo. ¡Fueron muchos errores por sobre
    protección! Pero yo siempre obedecía.

    Al cumplir los trece fue cuando me enteré de que
    los Reyes Magos eran los padres, pues aún a esa edad
    tenía la ilusión de todo lo bello de esa historia.
    Otros amigos míos, más vivos que yo, me contaron la
    verdad, y llorando le pedí a Berta que me confirmara si
    todas esas cosas que había escuchado eran ciertas,
    contrariada, me respondió que sí, y que ellas
    habían tratado de mantener en mí la ilusión
    de ese día.

    El siguiente seis de enero pedí una cama para
    mí sólo, como regalo del Día de Reyes, pues,
    todavía a esa edad, dormía con Lucía. A
    partir de ese momento comencé a dormir solo.

    Capítulo
    9

    LA INSEGURIDAD
    SOCIAL

    Transcurría el año 1958, el país
    vivía momentos de gran inseguridad política, pues la
    provincia de Oriente, una de las más importantes
    económicamente, era escenario de encuentros militares,
    iniciados el 26 de julio de 1953, con el ataque al Cuartel
    Moncada, una importante fortaleza militar del ejército, en
    la ciudad de Santiago de Cuba, capital de la
    antigua provincia de Oriente.

    Un grupo de hombres, encabezados por Fidel Castro,
    realizó ese asalto. El cuartel no pudo ser tomado por los
    agresores, a pesar de que causaron numerosas bajas en el
    ejército, por lo que tuvieron que retirarse sin haber
    alcanzado todos sus objetivos.

    Inmediatamente, el gobierno de Fulgencio Batista
    desató una persecución intensiva, hasta que
    logró hacer prisioneros a la mayoría de los
    rebeldes atacantes, entre ellos, al líder,
    que en su condición de abogado, asumió su propia
    defensa, en la causa por dirigir el asalto.

    Su discurso se
    propagó años después, fue difundido con el
    título de "La historia me absolverá".

    Ese alegato defensivo se basaba en lo que Fidel Castro
    pensaba eran las aspiraciones del pueblo cubano. Hacía una
    recapitulación de los problemas económicos,
    jurídicos y sociales que padecía nuestro
    país, justificando de esa forma las causas de la
    agresión al cuartel.

    Los atacantes fueron condenados a cumplir un año
    en prisión. Después de cumplirlo se dirigieron a
    México,
    donde se reorganizaron y formaron una expedición para
    invadir Cuba, compuesta por ochenta hombres y dirigida nuevamente
    por Fidel Castro. Partieron de un punto en el Golfo de
    México, a bordo de un viejo yate, llamado
    Granma.

    Lograron entrar ilegalmente en Cuba, por la costa sur de
    Oriente, en la madrugada del dos de diciembre de 1956, pero
    fueron detectados por el ejército aéreo en el
    momento del desembarco.

    Se produjo un fuerte combate, que redujo a 12 el
    número de los invasores, los cuáles lograron
    escapar, internándose en las montañas de la Sierra
    Maestra. Desde allí prosiguieron con la
    guerrilla.

    El movimiento
    revolucionario fue tomando fuerza y se fue esparciendo por todo
    el país. En las ciudades se consolidaban las
    organizaciones clandestinas, con sus grupos de
    acción
    terrorista: hacían asaltos, secuestros, ponían
    bombas en
    teatros, hacían sabotajes en los cines y en otros lugares
    públicos, por lo que la población vivía
    aterrada, evitando las salidas innecesarias.

    En muchos hogares se escuchaba la estación radial
    clandestina radio rebelde, emitida desde la Sierra Maestra, y
    desde donde se informaba y se desinformaba de los avances y
    resultados de los combates contra el ejército
    constitucional.

    En casa, cuando el esposo de Lourdes no se encontraba,
    esa era otra ocupación que, con la discreción
    requerida, entretenía a la familia y vecinos. Recuerdo que
    con frecuencia no entendíamos los problemas que los
    locutores planteaban, y cuando la programación terminaba se desataban las
    suposiciones y discusiones entre los vecinos oyentes.

    Los enfrentamientos militares continuaban en las
    pequeñas poblaciones, el ejército clandestino se
    organizaba y se nutría fundamentalmente de
    campesinos.

    La desmoralización de gran parte del
    ejército de Batista fue tal, que éste se vio
    obligado a abandonar el país, en la madrugada del 1 de
    enero de 1959, a pesar de poseer modernos y cuantiosos
    dispositivos militares.

    La anarquía y la inseguridad se apoderaron de
    Cuba, y se instauró el gobierno revolucionario, con un
    proceso de
    remoción de las causas de los males que había
    sufrido la nación.
    Se auto declaraba "Gobierno para el pueblo y por el
    pueblo".

    Rápidamente el gobierno comenzó a dictar
    nuevas leyes, salían unas tras otras, como abejas del
    panal, y la sociedad cubana dio un vuelco de 180 grados. Gran
    parte de la población estaba entusiasmada, los
    revolucionarios se proclamaron humanistas y ese término
    hizo eco en muchos oídos.

    En el país existían intereses
    norteamericanos, españoles y de otras muchas
    nacionalidades que de inicio comenzaron a verse afectados por las
    nuevas medidas adoptadas por la política del gobierno, lo
    que produjo un choque entre ellos, principalmente con los Estados
    Unidos, que trajo como rápida consecuencia la
    nacionalización de las grandes empresas
    extranjeras.

    Con anterioridad, y desde bases militares cercanas a la
    Isla, se habían iniciado una serie de ataques contra
    instalaciones cubanas importantes: aeropuertos, campos de cultivo
    de caña de azúcar,
    centros industriales, etcétera, por lo que la nación
    se vio envuelta en una guerra
    fría con Estados Unidos y con los miles de cubanos que
    ya habían comenzado a emigrar del país, y que desde
    el exilio se organizaban para frenar el empuje del comunismo
    amenazante, que trataba de apoderarse de Cuba.

    Por cada acto hostil del gobierno cubano, o del
    norteamericano, se respondía con otro acto más
    hostil todavía.

    La euforia popular crecía como la espuma, al
    igual que el carácter autócrata de su líder;
    pero el sector intelectual comenzaba a sentir descontento, la
    prensa libre,
    tan diversificada, pasó a ser un sólo periódico:
    El Granma, prensa oficial de la revolución
    y posteriormente del Partido Comunista de Cuba.

    La radio y la
    televisión fueron censurada totalmente, no
    había un intelectual que pudiera escribir con libertad,
    todos los derechos civiles
    habían sido tirado al cesto. Entrábamos en una de
    las dictaduras más férreas y prolongadas del
    mundo.

    A la Declaración de San José de Costa Rica,
    tildada por Cuba como un documento inspirado por los Estados
    Unidos, el gobierno respondió con la Declaración de
    La Habana, del 2 de setiembre de 1960, que negaba rotundamente
    que existiera pretensión alguna por parte de la
    Unión Soviética y de La República Popular
    China, de
    utilizar la posición geográfica de Cuba, para
    quebrantar la unidad continental y poner en peligro el Hemisferio
    Occidental.

    El tiempo demostró todo lo contrario, el gobierno
    fomentó, dirigió y subvencionó la guerrilla,
    así como los focos terroristas en casi toda la América
    Latina. Luego ese apoyo se extendió a África,
    Medio Oriente y hasta a la propia Europa.

    Tanto la pésima política de Estados Unidos
    hacia Cuba, como el desconocimiento, la incapacidad y los
    delirios de grandeza, que eran los motores que
    impulsaban al líder cubano, hicieron que se acelerara el
    acercamiento con la Unión Soviética, país
    que no titubeó en resolver los grandes problemas
    económicos creados por la deteriorada relación
    entre Cuba y los EE.UU.

    El Kremlin sabía que la posición
    geográfica de Cuba y su cercanía a los Estados
    Unidos valían mucho para sus intereses.
    ¡Había que subvencionar a Cuba!, el costo no
    importaba. Era la base soñada en el Caribe, que no se
    podía perder.

    El líder cubano seguía desinformando al
    pueblo, tal como lo había hecho a la prensa extranjera
    tiempo atrás, cuando decía que "nuestra
    revolución es más verde que nuestras palmas". Lo
    cierto de esta frase es que el color de las hojas de las palmas
    cubanas siempre es verde, eso no cambia, pero las palabras del
    dictador sí cambiaron, como cambian aquí, en
    Canadá, las hojas de los árboles, que en
    otoño se tornan rojas. Así que el 16 de abril de
    1961, Cuba se volteó hacia la Unión
    Soviética, declarando el carácter marxista
    leninista de su revolución.

    En ese ambiente convulsivo comienza mi juventud, que
    arrastraba una niñez traumatizada por su propio destino y
    amenazada por los descontentos sociales, que incluían
    acciones
    bélicas, guerrillas y terrorismo.

    Berta y Lucía, cansadas por los embates de la
    vida y de los años, no pensaron nunca en abandonar el
    país, como los hicieron otros familiares, amigos y
    vecinos.

    De tomar esa decisión, la mejor opción
    serían los Estados Unidos, por las facilidades que ese
    país daba a los cubanos que huían del
    comunismo.

    Para emigrar de Cuba había que dejar atrás
    todas las pertenencias, pues el gobierno revolucionario las
    incautaba. Al irte dejabas tu dinero, tus joyas, perdías
    tus propiedades, etcétera. Tus pertenencias cabían
    escasamente en una maleta.

    Empezar nuevamente de cero, a una edad avanzada, para
    Berta y Lucía, no era una tarea nada fácil de
    resolver, había que estar en los zapatos de la persona
    para entenderlo, hay que estar en los zapatos de los cientos de
    miles y miles de cubanos que han tenido que pasar por esa triste
    e inenarrable experiencia durante más de cuatro
    décadas.

    Capítulo 10

    ¿QUÉ PASARÁ CONMIGO
    AHORA?

    Para mí el ambiente social del país era
    agobiador, tendría 17 años y mi inquietud provocaba
    que estuviera dando saltos y brincos, como un pez fuera del
    agua, pero no
    de alegría, sino de ansiedad.

    Berta comentaba con sus amigas la fuerza y
    energía que tenía su hijo, que no paraba un
    instante, si ella hubiera sabido…

    La educación privada
    había desaparecido con la nacionalización de las
    escuelas, los estudiantes respondían a la dirección
    del plantel y a una organización juvenil, creada por el
    gobierno, llamada Jóvenes Rebeldes, que orientaba y
    dictaba las órdenes y planes que tenía que seguir
    el estudiantado de enseñanza secundaria.

    Los estudiantes cabecillas de esa agrupación,
    entraban en las aulas, interrumpiendo las clases, y hacían
    que los alumnos salieran a las calles a protestar con actos de
    repudio, por cualquier motivo aparente o fantasmal. Todas las
    semanas había una protesta por algo: la iglesia
    católica, el imperialismo
    yanqui, que según ellos iba a invadir, los que estaban en
    contra de la revolución, etcétera,
    etcétera.

    Los profesores no tenían poder para evitar estas
    interrupciones, las asignaturas no cumplían con sus
    programas y,
    al final de cuentas, todo era un caos.

    En medio de ese ambiente surge la Campaña de
    Alfabetización, que consistía en una ordenanza del
    gobierno, para que los estudiantes y maestros salieran a los
    campos y lugares apartados del país, para
    enseñarles a leer y a escribir a todos los analfabetos,
    que en Cuba eran más del 20% de la
    población.

    Para cumplir con ese objetivo,
    cerraron los colegios e institutos de Cuba, por cerca de un
    año, y se dedicaron a formar las brigadas de
    alfabetizadores.

    Berta estaba en total desacuerdo con que me fuera de la
    casa por tantos meses, y quién sabía para
    dónde, pero Lucía, siempre persuasiva, logró
    convencerla, con el argumento de que si no me inscribía
    como brigadista, me iban a señalar como poco afecto a las
    tareas de la revolución y, por seguro, tendría
    dificultades en el futuro para continuar el bachillerato y, si
    no, me iban a entorpecer los estudios superiores en la universidad, que
    era el objetivo que ellas había perseguido siempre, desde
    mi infancia, y no se iba a tronchar por nada.

    Además, dijo, misteriosamente:

    -Tengo algo en mente que podría funcionar. No les
    puedo comentar ahora, pues es sólo una idea, que
    haré realidad muy pronto, con el favor de Dios.

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