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Patria - Con estilo
propio - De ángeles y
retoños
"Mamá me enseñó a
leer y a escribir antes de ir a la escuela. Mis
papás se enamoraron y tuvieron que luchar contra el
racismo de la
época"
Alfredo Sinclair es un patrimonio de
experiencia acumulada.
Posee una desbordante riqueza imaginativa y un bagaje a
cuestas que lo convierten en un maestro de la plástica
latinoamericana.
La charla tuvo en un estudio, ubicado en la parte de
atrás de su residencia en el barrio de Betania. Es su
campo de batalla, según su propia definición. En
este espacio de telas y pinceles se han creado cientos de cuadros
que conforman la historia con
mayúscula de la pintura del
continente americano.
Sinclair tiene una elegancia apacible, un aire inglés
heredado de su padre. Su voz es baja, pero firme. Tiene una
sonrisa sincera y un trato fraternal.
En diciembre cumplirá 90 años y tiene una
memoria
prodigiosa, como si los episodios de su vida hubieran ocurrido
ayer. Lo recuerda todo y lo comparte sin reservas.
Hace unos días recibió un reconocimiento
por parte del Convenio Andrés
Bello por el conjunto de su obra, evento realizado el 6 de
octubre en la Biblioteca
Ernesto J. Castillero.
Es la primera vez que un panameño recibe tal
distinción. Una de las tantas distinciones que ha recibido
este hombre que
resume su existencia en una sola oración: "Ha sido una
gran lucha".
Alfredo Sinclair Ballesteros nació en Panamá el
8 de diciembre de 1914. hijo del ingeniero hidráulico
inglés Jorge Sinclair y de la maestra panameña
Quintina Ballesteros, oriunda de Gatún.
"Mamá me enseño a leer y a escribir antes
de ir a la escuela. Mis papás se enamoraron y tuvieron que
luchar contra el racismo de la época" dijo.
A los ocho días de nacido, su madre regresa con
él a la provincia de Colón, donde reside la
familia.
De chiquito Alfredo ejerce toda clase de
oficios, de vendedor de periódicos a salonero.
Alfredo es el menor de cuatro hermanos: Alicia, Evelina
y Gilberto, quien fue su primera inspiración. "A Gilberto
le gustaba dibujar en el piso y yo lo copiaba".
Fuera de casa, quien le alentó a seguir por el
sendero de los trazos fue su maestra de cuarto grado, la
señora González. "Ella se dio cuenta de mi talento.
Yo dibujaba los mapas de las
charlas que ella dictaba".
Alfredo Sinclair todavía se maravilla al pensar
en ese hombre de las cavernas que dejaba sus armas de
cacería para pintar.
Admira a Giotto porque le da sentido a la figura
humana.
A Leonardo Da
Vinci lo reverencia porque "creó el claroscuro, antes
se pintaba en un sentido plano, sin sombras".
A Miguel Angel lo califica como "el gran pintor de todos
los tiempos. ¿Cómo pintaría la Capilla
Sextina, si en su tiempo no
existían los andamios que hay ahora?"
Su primera visita a la capital del
país fue en 1938. Fue el descubrir de una realidad que el
sedujo por completo.
"Yo no conocía Panamá, me gustó
mucho el ambiente.
Cuando regresé a Colón me puse la meta de volver
para ampliar mis estudios". Cumplió su palabra.
Entre 1941 y 1945 tuvo una doble existencia. De
día laboraba en la empresa Neon
Product, donde doblaba tubos de neón, experiencia que
luego utilizaría en sus faenas creativas. "Por la Avenida
B y Salsipuedes todavía hay anuncios de neón que yo
hice".
Cuando la noche caía tomaba rumbo hacia la
Escuela Nacional de Pintura, donde era alumno del pintor nacional
Humberto Ivaldi, que compartió con Sinclair los secretos
del dibujo.
En estas clases conoce a unos compañeros
inseparables: Juan Bautista Jeanine, Francisco Cebamanos, Ciro
Oduber y José Zabala.
En 1943 logra el tercer premio de Pintura en un concurso
convocado por la Cervecería Nacional.
En 1947 se traslada a la Escuela Superior de Bellas Artes
Ernesto de la Cárcova, en Buenos Aires,
Argentina, donde ya estudiaban Jeanine, Oduber y
Cebamanos.
"Ellos me escribían diciendo: Sinclair, esto es
para nosotros, vente para acá. Yo no dormía
pensando en esa aventura, pero no tenía dinero".
Para pagar su billete de avión vende su
automóvil por seiscientos dólares, para el resto de
sus gastos ya algo se
le ocurriría.
Tenía un amigo que trabajaba en una agencia de
viajes y le
cuenta su caso y el de José Zabala. Cada uno le dio 200
dólares y el amigo los dejó en Santiago de Chile,
"que estaba más cerca y aceptamos". Abordaron un
avión Hércules de post-guerra en
Albrook Fields y compartieron nave con "unas terneras que
venían de Canadá".
Llegaron a Santiago de Chile. Siete días
después desembarcan en Buenos Aires. Tenían la
dirección de Juan Bautista Jeanine, pero
era medianoche y el portón de su edificio estaba cerrado.
"Entonces Zabala y yo nos pusimos jugar billar hasta el
amanecer".
Ambos tuvieron que pasar un riguroso examen de
admisión en la Cárcova. Lo aprobaron.
Cuando a Sinclair se le acabaron los fondos tiene una
idea para resolver sus apuros económicos. En Panamá
había administrado su dinero de forma tal que se
permitía adquirir zapatos y camisas de buen ver, prendas
que comienza a vender en Argentina para ir sufragando sus
gastos.
A los cuatro meses vuelve a estar en cero y busca
empleo en una
fábrica. "El mundo es chico. ¿Sabes quién
era el gerente
general? Iván Alfaro, hijo del eminente estadista
panameño Ricardo J. Alfaro. ¿Qué me dices
tú de eso?".
Su dominio perfecto
del inglés le permite ir escalando en su
empleo.
"Hasta para barrer la calle hay que ser inteligente.
Como sabía que varios de los directivos eran
británicos les hablé con acento de Oxford. Me
ascendieron, me subieron el sueldo, pero eran turnos rotativos e
iba a la escuela con mucho sueño, pero había que
hacerlo".
Sus esfuerzos dan sus frutos, no solo porque el
Ministerio de Educación de
Argentina le brinda a él y al resto de los
panameños una beca para continuar sus estudios ("la propia
Evita Perón nos
la facilitó") sino también por las distinciones que
obtiene en Buenos Aires.
En 1948 se le otorga una Medalla de Estímulo en
la Exposición de Artes Plásticas Bodas
de Oro Club
Morón. En 1949 forma parte del XXVIII Salón Anual
de la Asociación de Estudiantes y Egresados de Bellas
Artes y logra el cuarto premio.
Ese mismo año se hace merecedor del quinto puesto
en la Muestra de
Arte Plástico
del XX Aniversario de la Fundación Los Heros.
Sinclair termina su formación y quiere demostrar
que estaba listo para conquistar el arte. "Quería pasar
por un filtro para ver cómo andaba como
pintor".
La prueba fue cuando el 2 de enero de 1950 realiza su
primera exposición individual en la Galería
Antú.
"Con tanta suerte, Dios es tan grande, que un importante
crítico de arte argentino habló tan bien de mi
pintura que me puse a llorar".
Retorna Alfredo Sinclair a su país en 1950. trae
en su cabeza los cuadros de Matisse, Gauguin, Modigliani, Pollock
y otros tantos genios que había visto absorto en una
colectiva en Argentina. De ese contacto le surge la idea de usar
vidrio triturado
en sus pinturas.
"Tenía que liberarme de la pintura tradicional de
Panamá. Hice una propuesta nueva. Ponía el cuadro
en el piso, cuando aún estaba el óleo fresco lo
salpicaba con vidrios de colores de
neón y lo dejaba quieto por una semana. A mi esposa le
decían que yo estaba ponchi y ella sufría mucho por
eso".
Ese mismo año gana una Mención
Honorífica en el Concurso Nacional de Pintura y organiza
cuatro individuales.
Se casa con Olga Avila, el 13 de septiembre de 1953 con
quien tendrás tres hijos: Jorge, Olga y Miguel Angel. En
1955 resulta ganador del primer premio de pintura del Concurso
Ricardo Miró con la obra Mato Grosso, un cuadro
informalista con incrustaciones de vidrio.
Su obra comienza a conocerse en Estados Unidos,
Francia y
Alemania. En
1961 logra una Mención Honorífica en el Concurso
Centroamericano y Panamá, realizado en El Salvador y en
1969 se le concede la máxima distinción del
Concurso XEROX.
Tanta labor no le impide compartir con otros sus
conocimientos. Entre 1960 y 1963 imparte clases en el Instituto
Alberto Einstein.
En 1963 dicta dos cátedras en la Escuela de Artes
Plásticas. En 1972 es profesor en la
Facultad de Arquitectura de
la Universidad de
Panamá y se mantiene en este puesto hasta 1979 cuando se
jubila.
En 1986 fue nombrado "Ciudadano Ejemplar de
Panamá" por los Clubes Cívicos de esta ciudad. En
1990 participa en la subasta de Arte Latinoamericano de
Christie´s en Nueva York.
EL Museo DE Arte Contemporáneo le rindió
homenaje con una retrospectiva en 1991, año que
recibió del Gobierno de
Panamá la condecoración de la Orden Vasco
Núñez de Balboa. En el 2000 se le otorga el premio
Excelencia en las Artes por el MAC.
El Convenio Andrés Bello, además del
premio otorgado a Sinclair hace unos días, invitó a
su hija Olga a exhibir sus obras a partir del 30 de septiembre y
hasta el 29 de octubre en su Centro Cultural de Bogotá,
para rendir homenaje a su padre.
Sus obras engalanan las colecciones de la Biblioteca
Luis Angel Arango en Bogotá, el Instituto de Bellas Artes
de México, el
Museo de Bellas Artes de Caracas, el Museo de Arte Moderno de
Nueva York y el Museo de Arte de las Américas en
Washington, D.C.
La crítica
especializada cataloga a Alfredo Sinclair como el primer pintor
de su generación en explorar el expresionismo
abstracto. Trabaja la luz en collage y
técnicas mixtas. Su obra se ha inclinado
por un abstracto lírico en el que hace uso de colores
brillantes.
Entre los periodos por los que ha pasado su trabajo se
puede incluir el figurativismo, la abstracción, el
semiabstracto y su inclinación por la congestión
urbana, así como frutas, peces,
insectos y rostros inocentes.
Su norma más importante es que un artista debe
trabajar a partir de sus emociones, "pero
es importante controlarlas porque demasiada emoción te
ciega. Debes transmitirlas en una realidad
plástica".
Considera Sinclair que no solo es notable encontrar tu
propio estilo sino también ser "un termómetro social, los artistas tenemos que
pulsar la temperatura
emocional que nos rodea".
De ángeles
y retoños
A Sinclair le encanta pintar seres angelicales. "Es que
me encantan los niños.
Tengo 10 nietos".
Todo comenzó cuando vio a un pequeño en
una posición tan quieta, como si estuviera medio dormido.
"Eso es motivo para un cuadro.
Siempre tienen mis niños una cierta
melancolía y esa es parte de mi personalidad,
así soy yo, todo me afecta".
Una de sus niñas predilectas es su hija Olga
(Panamá, 1957), que hoy es una destacada pintora y que en
más de una ocasión ha compartido exposiciones con
su padre.
El le advirtió a Alguita, como le gusta llamarla,
que "hay una parte del arte que es muy linda, pero también
involucra muchos sacrificios. Se pasa trabajo,
incomprensión".
Cuando pintaba, Alguita se ponía detrás
para ver cómo lo hacía. "Yo le daba un cuaderno en
blanco y le entregaba unos carboncillos y dejaba que pintara lo
que quisiera".
Recomienda que a los chicos no se les debe
enseñar a pintar. "Como el niño no sabe razonar
como el adulto puede pintarte lo que quiera. Si lo guías
lo estás sacando de su mundo y le puedes hacer un daño
psicológico. Tampoco hay que comprarle esos libros que
tienen dibujos ya
listos. Hay que darles hojas en blanco. Le puedes proponer
incluso el tema, pero no cómo hacerlo".
Alfredo Sinclair esperó paciente a que Olguita
cumpliera los 12 años. Entonces le dijo: "Ahora vas a
trabajar la pintura como un adulto. La traje a mi estudio, le
enseñé todo lo que aprendí en
Argentina".
Cumplida esta etapa, le recomienda estudiar en la
Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de
Madrid,
España.
Francisco