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La política económica del gobierno radical




Enviado por nitroinfo



    1. La crítica
      situación inicial
    2. La primera etapa de la
      política económica: la gestión de
      GRINSPUN
    3. El ajuste "heterodoxo": la
      gestión de Sourrouille y el Plan
      Austral
    4. La hiperinflación: la
      especulación financiera, la crisis social y el golpe de
      mercado
    5. Los sectores
      productivos
    6. Las relaciones con América
      Latina

    La crítica
    situación inicial

    Al retirarse del poder, el
    gobierno militar dejaba una herencia
    económica poco

    menos que catastrófica: el país se hallaba
    en plena recesión, con una desocupación creciente, una
    inflación de más del 400% una deuda externa de
    casi 45.000 millones de dólares (casi el 70% del PBI) y
    sin reservas internacionales.

    Algunos de estos problemas eran
    bien conocidos por los equipos que debían hacerse cargo de
    la transparencia de la información estadística y documental y, en algunos
    casos, por cifras engañosas presentadas oficialmente por
    las autoridades salientes. Tal era el caso de las reservas
    disponibles: los balances semanales del Banco Central
    registraban un stock superior a los 1.500 millones de
    dólares, pero en la segunda semana de diciembre, justo
    antes del traspaso del poder, se canceló una deuda por
    comprar de armas para el
    conflicto de
    Malvinas, que
    dejó las reservas casi agotadas.

    En las cuentas
    públicas se encontraron también diversas
    irregularidades: partidas atendidas sin autorización
    presupuestaria, compromisos de pagos futuros y de plazos
    perentorios, obligaciones
    por avales y fianzas concebidas por el gobierno nacional a
    empresas
    públicas y privadas que luego no fueron canceladas por los
    beneficiarios, vencimientos de deuda interna y externa y,
    finalmente, una avalancha de nombramientos de funcionarios de
    todo orden en los meses de noviembre y diciembre.

    El principal problema legado por la dictadura era
    el abultado endeudamiento externo, cinco veces superior a las
    exportaciones
    anuales y que prácticamente obligaba a lograr elevados
    excedentes comerciales para cancelar los intereses devengados,
    incrementados por las altas tasas de
    interés internacionales:

    existían al momento de la asunción de
    Alfonsin 20.000 millones de dólares de atrasos en los
    pagos.

    Las exportaciones de carne y cereales se habían
    duplicado en la última década, pero su crecimiento
    futuro dependía de nuevas inversiones.
    En el corto plazo, en cambio, el
    superávit del balance comercial se debía lograr por
    medio de la reducción de importaciones,
    con efectos recesivos. Aun así, los precios de los
    productos
    exportables tradicionales argentinos se encontraban en baja,
    deteriorando los términos del intercambio, mientras que en
    las exportaciones

    manufactureras el país tenía dificultades
    para competir con los bajos salarios de
    Extremo Oriente y el Brasil.

    En este marco, el repudio de la deuda habría
    implicado probablemente un embargo financiero y
    represarías por parte de los acreedores; una
    suspensión de pagos parcial habría supuesto, en
    cambio, inconvenientes menores. La opción elegida por el
    gobierno, consistente en la renegociación de la deuda con
    los bancos
    extranjeros, tampoco era simple, ya que las condiciones de un
    acuerdo parecían conducir a la recesión y al
    incremento de la inflación.

    La primera etapa
    de la política económica: la gestión
    de GRINSPUN

    El ministro de Economía, BERNARDO
    GRINSPUN, planteó objetivos
    relativamente ambiciosos para su programa
    económico dada la situación país: lograr el
    crecimiento del producto del
    5% anual, alcanzar un acuerdo sobre la deuda externa con los
    acreedores, aumentar los salarios reales en un 8% bajar
    considerablemente la inflación e incrementar los ingresos
    tributarios evitando la evasión y fijar mayores impuestos sobre
    la riqueza y los ingresos. Además, hubo declaraciones
    oficiales en el sentido de que no se aplicarían políticas
    de ajuste recesivas, así dejarían al libre
    arbitrario del mercado los
    precios, los salarios y las divisas.

    También se disolvió no realizar pagos
    financieros al exterior hasta el 30 de junio de 1984. El objetivo
    implícito era tratar de evitar las exigencias depresivas
    de un crédito
    Stand By del Fondo Monetario Internacional y negociar con la
    banca acreedora
    un acuerdo referido a la deuda externa según el cual los
    pagos no superaron el 10/15% de las exportaciones. Se
    intentaría constituir con otros países deudores
    latinoamericanos un frente de deudores, con el fin de negociar
    con los acreedores.

    El enfoque de las autoridades era ajustar gradualmente
    las variables
    económicas, con el fin de conciliar las reclamaciones, no
    siempre compatibles de distintos sectores sociales, y
    armonizarlas con los objetivos de saldar y lograr,
    simultáneamente, la estabilidad de precios. Las medidas
    que se fueron implementando incluyeron un aumento de salarios de
    suma fija en diciembre de 1983, y de las tarifas de los servicios
    públicos, la fijación de pautas para el
    incremento futuro de precios, salarios y tarifas públicas
    y la determinación de cambio para el mes de enero, el
    establecimiento de un sistema de
    control de los
    precios industriales y la reducción de las tasas de
    interés
    reguladas. Además se presentaron al Parlamento medidas de
    emergencia, como la creación del Plan Alimentario
    Nacional, con un incremento del 25% del presupuesto
    educativo y de reducción simultánea del gasto
    militar.

    Sin embargo, los proyectos y las
    medidas no lograron una aproximación a los objetivos
    iniciales, y el gobierno se topó pronto con importantes
    dificultades, tales como el proceso
    inflacionario, presiones monopólicas de los nuevos
    grupos
    económicos, planteos sindicales, déficit fiscal por
    retraso en la percepción
    de la recaudación impositiva y de las tarifas
    públicas y trabas en la negociación de la deuda externa. Las
    autoridades comenzaron a advertir que ni las variables ni los
    agentes económicos reaccionaban de la manera esperada. Los
    cambios en la dinámica de la economía
    habían sido muy profundos durante la dictadura, y el
    gobierno no llegaba todavía a comprender la magnitud de
    esas transformaciones.

    Por eso, la respuesta inicial a los problemas
    económicos reconocía una gran influencia de la
    orientación que había trazado el gobierno de las
    dos décadas antes, tratando de implementar
    estímulos reactivadores de corto plazo de estilo
    keynesiano. De hecho, muchos funcionarios ( entre los que se
    contaba el propio ministro de Economía) habían
    recibido su bautismo en la función
    pública durante aquel gobierno y no habían
    regresado a ella desde entonces, además, como se
    señala en la literatura
    político/económica, los funcionarios tenían
    una visión más optimista de la coyuntura, basada en
    una subestimación de la profundidad de la deuda externa
    que los hechos desmintieron.

    Ante los incrementos nominales de salarios otorgados por
    el gobierno para paliar faces anteriores e incentivar la demanda
    interna, la respuesta empresaria fue sumamente cautelosa,
    incrementando en muy pequeña medida de producción, y la utilización de la
    mano de obra para afrontar la mayor capacidad de compra. Es que
    la estructura
    empresarial argentina había cambiado, y los nuevos grandes
    grupos económicos operaban en una forma mucho más
    diversificada, aprovechando particularmente alternativas
    más rentables de inversiones financieras. En consecuencia,
    el aumento de la demanda, considerado artificial y transitorio,
    no generó el esperado incremento de la producción.
    Los intentos de alcanzar resultados satisfactorios. La inercia de
    los gastos corrientes
    particularmente las remuneraciones, y
    las dificultades de aumentar los ingresos fiscales en
    términos reales por los efectos de la alta
    inflación motivaron un recorte de la ya producida inversión pública, especialmente en
    el rubro de construcción, a pesar de que durante la
    campaña electoral Alfonsin había mencionado la
    importancia que le otorgaba a ese sector para romper con la
    inercia depresiva. En materia de
    deuda, los intentos de constituir un frente común con
    otros deudores (Consenso de Cartagena) y la dureza inicial
    encontrada en los acercamientos a la banca. Finalmente el equipo
    económico se vio obligado a iniciar las postergadas
    negociaciones con los acreedores externos y los organismos
    financieros internacionales.

    Ante la presión de
    la banca acreedora se tuvieron que profundizar las medidas
    saneamiento y ajuste, en particular en lo referente al manejo de
    la política
    monetaria y fiscal. Se limitaron así, a partir de
    septiembre de 1984, los incrementos nominales de salarios, que se
    situaron por debajo de la tasa de inflación.
    También se implementaron fuertes subas reales en las
    tarifas públicas y en las tasas de interés, todo lo
    cual dio lugar a una reversión en las tendencias hasta el
    momento ascendentes del PBI. Como parte del reajuste de la
    política económica mantenida hasta el momento, se
    corrigió también el tipo de
    cambio, tomado como parámetro la diferencia entre la
    inflación nacional e internacional.

    Luego del envío de un Memorándum de
    Entendimiento al FMI y de una
    negociación con el Comité de Bancos Acreedores, a
    fines de 1984 se firmó un acuerdo Stand By con el FMI. Sin
    embargo, los efectos de esta reorientación de la
    política económica de Grinspun no fueron exitosos.
    A pesar de la recesión y de la reducción del
    salario real, las
    tasas inflacionarias y las cuentas fiscales no mostraron mejoras
    sustantivas. Contribuían para ello tres cuestiones
    interrelacionadas. En primer lugar, se percibía una
    importante cuota de improvisación, en la medida en que el
    gobierno no acertaba a encontrar los caminos adecuados para
    resolver los problemas. En segundo término, el deterioro
    de la relación del intercambio disminuido en el ingreso de
    divisas. En tercer lugar, los altos intereses de la deuda
    pública implicaban una fuente de egresos fiscales muy
    grande, que complicaban el equilibrio de
    las cuentas públicas. Por otra parte, la necesidad de
    divisas para la cancelación de dichos intereses
    presionaban fuertemente sobre el mercado cambiario y generaba
    tensiones inflacionarias importantes. Además, el ingreso
    de divisas derivado del superávit comercial resultaba
    insuficiente para cancelar los compromisos con el exterior, lo
    que llevaba a continuar incrementando el monto de la deuda que
    volvía a amplificar los desequilibrios.

    Especial importancia tenía la evolución del comercio
    exterior, ya que las autoridades confiaban en una
    expansión de las exportaciones agropecuarias para
    revitalizar la economía local y solucionar el problema de
    la deuda externa. Las condiciones de los mercados
    internacionales se habían mostrado buenas para la
    Argentina a principios de los
    80, contribuyendo a alimentar expectativas favorables. Sin
    embargo, también estimulaban los competidores, por lo que
    los mercados no tardaron demasiado en saturarse y producir una
    sobreoferta de productos agrícolas que derrumbó los
    precios. La inversión de la tendencia favorable se agudizo
    con el lento crecimiento que se registraba en el mundo, la
    disputa proteccionista entre los Estados Unidos y
    la Comunidad
    Económica Europea, y los acuerdos con la URSS. De
    allí que las exportaciones no pudieron aportar las divisas
    suficientes como para equilibrar las cuentas del balance de pagos
    y cancelar por completo los vencimientos de la deuda externa,
    contrariando las expectativas oficiales. Entre 1981 y 1989, los
    términos del intercambio se deterioraron
    notoriamente.

    Sin embargo, los problemas que comenzaban a presentarse
    no sólo se debían a una eventual impericia
    técnica del equipo económico o a la inadecuada
    evolución de la coyuntura internacional, sino
    también a una percepción errónea del
    gobierno con respecto a la actitud de los
    principales factores de poder luego de la caída de la
    dictadura. Los tres núcleos centrales del nuevo poder
    económico local (los grandes grupos económicos, con
    vinculaciones con el sector financiero, el sector agroexportador,
    también ligado a aquellos Holdings, y las empresas
    extranjeras),al igual que la banca acreedora, no tuvieron las
    actitudes
    esperadas respecto de la democracia
    naciente. Por el contrario, cada uno operó exclusivamente
    en función de sus intereses concretos e inmediatos.
    Así, la banca presionó por el pronto y mayor pago
    posible de los servicios de
    la deuda: las empresas ajustaron sus precios en función de
    la inflación esperada; los tenedores de divisas intentaron
    proteger su capital
    depositándolo en plazas más seguras; los
    países centrales continuaron protegiendo y subsidiando sus
    producciones locales y los sindicatos
    presionaron por un reajuste de los salarios para defender su
    poder adquisitivo frente a la inflación.

    A quince meses de haber asumido, en marzo de 1985,
    Grinspun debió renunciar siendo reemplazado por el hasta
    ese momento secretario de Planeamiento,
    Juan Vital Sourrouille en una suerte de enroque, ya
    que

    el lugar que éste dejaba vacante fue cubierto por
    el ministro saliente.

    El ajuste
    "heterodoxo": la gestión de Sourrouille y el Plan
    Austral

    En enero de 1985, Sourrouille había dado a
    conocer un documento denominado Lineamientos de una estrategia de
    crecimiento
    económico: 1985/1989, que pretendía cubrir con
    la ausencia de un plan de mediano plazo para la evolución
    deseada de la economía
    argentina, en el marco de las restricciones que
    imponía la difícil coyuntura, especialmente por la
    abultada deuda externa. El proyecto se
    fijaba, como objetivo de crecimiento alcanzable en las
    circunstancias dadas una tasa del 4% anual, por medio de lo que
    dio en llamarse el "ajuste positivo", es decir, el crecimiento
    basado en las exportaciones y la inversión. Las
    proyecciones establecidas en dicho documento se mostraban
    sumamente optimista ya que se basaban en el mantenimiento
    de altas demandas de nuestros productos exportables en los
    mercados internacionales y en un comportamiento
    favorable de la tasa de
    interés internacional, condiciones que pronto fueron
    desmentidas por la realidad. Se delineaba allí
    también la necesidad de reducir las tasas de
    inflación a fin de lograr niveles de inversión
    aceptables, mientras se manifestaba la necesidad de una
    coherencia entre las medidas económicas de corto y mediano
    plazo.

    Las primeras medidas del nuevo equipo apuntaron a
    recomponer los ingresos públicos y profundizar la
    inserción exportadora por medio de reajustes del tipo de
    cambio y de las tarifas públicas. Se redujeron
    también los plazos legales para el ingreso efectivo de los
    pagos impositivos y aduaneros, intentando paliar su depreciación a causa de la
    inflación. Los incrementos de salarios fueron vinculados a
    una pauta de ajuste del 90% de la suba del índice de
    precios al consumidor del
    mes anterior, con una corrección trimestral posterior. En
    el mercado de la carne se impuso un aumento importante, dejando
    actuar a la oferta y demanda
    en condiciones muy particulares (el gobierno anunció que
    se proponía comprar carne para tener un stock de
    intervención en el mercado). Asimismo, se dieron señales
    que incentivaron alzas de determinados precios industriales.
    Estas primeras medidas del nuevo equipo económico
    imponían una modificación de la estructura de
    precios relativos que preparaban la economía para el
    lanzamientos de un plan antiinflacionario con
    características de shock, desechando variantes
    gradualistas

    En junio de 1985, Alfonsin declaró una
    "economía de guerra",
    anunciando la reducción del 12% del gasto
    público, el congelamiento de vacantes en el sector
    público, un fuerte aumento de las tarifas y los
    precios de los combustibles y transportes, la paralización
    de las inversiones públicas y la privatización de empresas
    estatales.

    Poco después, por medio de un decreto de
    necesidad y urgencia, se inició el denominado "Plan
    Austral". Este plan económico "heterodoxo" implicó
    un ajuste fuerte, aun mayor que lo solicitado por el FMI, con el
    objetivo explícito de evitar el peligro de la hiperinflación. Las medidas implementadas
    fueron las siguientes: cambio de signo monetario, introduciendo
    el austral, cuya unidad equivalía a 1.000 pesos;
    congelamiento de precios al 12 de junio, de las tarifas
    públicas (luego de haberlas reajustado fuertemente) y los
    salarios; reducción de las tasas de interés
    reguladas (de 28 y 30 % para depósitos y préstamos
    al 4 y 6%, respectivamente); devaluación del 15% y congelamiento
    posterior del tipo de cambio, fijándolo en 0,80 centavos
    por dólar, compensada con un incremento de los impuestos a
    las exportaciones, e implementación de una política
    monetaria y fiscal estricta, que comprendía una
    reducción significativa del déficit, del 11% y en
    junio al 4% hacia fin de año. Esa pauta debía ser
    alcanzada por un recorte en los gastos, una mayor
    recaudación y un financiamiento
    por medio de nuevos créditos externos.

    El plan tuvo un efecto favorable inmediato, que
    incluyó un incremento de las

    exportaciones; un aumento de las liquidaciones de
    divisas por parte de sus tenedores, lo que permitió el
    crecimiento de las reservas del Banco Central la suba de la
    recaudación impositiva y tarifaría (sobre las que
    influyeron en forma favorable el efecto Olivera-Tanzi ante la
    brusca desaceleración inflacionaria, el incremento de las
    retenciones agropecuarias y la aprobación de la Ley de Ahorro
    Forzoso, que inmovilizaba fondos de las empresas para financiar
    gastos del Estado); la
    disminución del déficit fiscal y de la
    emisión monetaria, y la reducción de la tasa de
    inflación al orden del 2% mensual.

    El éxito
    de corto plazo, sin embargo, escondía las insuficiencias
    estructurales, ya que si bien se había logrado cierta
    estabilidad de precios, el programa no incluía realmente
    objetivos de reactivación o crecimiento, en
    contraposición a los Lineamientos en los que se
    había inspirado. Uno de los funcionarios de aquel gobierno
    señalaría más tarde que "la inestabilidad
    fue el rasgo dominante de la década de los años de
    1980: condicionó todos los comportamientos y
    absorbió los esfuerzos de la política
    económica". Ejemplificaba esto refiriéndose a la
    política comercial: "No debe sorprender, por lo tanto, que
    este trabajo
    comience afirmando la inexistencia durante esa década de
    una política comercial definida. El tipo de cambio, su
    variable esencial, se movió reflejando los vaivenes de la
    coyuntura. La política comercial fue, por lo tanto, un
    subproducto de las políticas de corto plazo".

    "Este comentario, apunta a señalar la escasa
    autonomía de la política comercial respecto de los
    acontecimientos de corto plazo".

    En ese sentido, la falta de un programa de largo plazo
    indicaba cierta debilidad, que se profun-dizaría
    más adelante. Como medidas complementarías al plan
    de ajuste, se plantearon algunos proyectos privatizadores, como
    los de SOMISA y fabricaciones Militares, el traslado de la
    Capital Federal a Viedma y la reducción del empleo y del
    gasto público, proyectos que tuvieron muy lenta o nula
    concreción. Algo después se lanzó el
    denominado "Plan Houston": en una visita a esa ciudad
    estadounidense, epicentro de las empresas petroleras; Alfonsin
    las convocó a invertir en el país, marcando un
    profundo viraje frente a la tradición radical de conservar
    la explotación del sector petrolero en manos del Estado.
    Sin embargo, el proyecto comenzó a dilatarse en el
    tiempo, en
    parte debido a la lentitud en el establecimiento de un contrato tipo,
    pero también por causa de la falta de incentivos que la
    Argentina brindaba para un agresivo programa de inversiones. De
    allí que la propuesta no pasó de un discurso sin
    logros concretos significativos.

    La ausencia de medidas que apuntasen a estimular la
    expansión de los sectores productivos se superponía
    al recorte en los programas de
    inversión pública y a los efectos restrictivos de
    la inestabilidad sobre la inversión productiva privada.
    Este último aspecto era particularmente influyente en la
    evolución económica de largo plazo. La
    característica de las ondas de precios
    asociadas al lanzamiento de un plan de ajuste en el pasado se
    componían de una aceleración inflacionaria inicial,
    que permitía generar una renta financiera de carácter especulativo de corto plazo y una
    estabilidad de precios posterior, que convalidaba la nueva
    estructura de precios relativos, produciendo un incremento de la
    tasa de ganancia de los sectores beneficiarios por ella. Pero
    esas ganancias no eran inmediatas y dependían del nivel de
    realización de la producción, es decir, de la
    cantidad bienes que se
    lograse colocar en el mercado, lo cual estimulaba una
    movilización de recursos
    impulsando un aumento de la tasa de inversión. A partir de
    mediados de los ´70, la economía argentina se
    caracterizó por rápidas rupturas de los
    congelamientos de precios, que impedían prolongar en el
    tiempo la apropiación de ese segundo tipo de ganancias. De
    allí que la inversión se canalizara cada vez
    más hacia la especulación financiera e impactara
    negativamente en la inversión productiva.

    La inversión constituye un barómetro
    importante de la evolución de largo plazo de la
    economía, por cuanto refleja el comportamiento de la
    capacidad de producción del país. En ese sentido,
    durante el período bajo análisis se observa con claridad el
    alejamiento progresivo de las etapas más dinámicas
    de los años ´60 y ´70. Luego reaparecieron los
    deslizamientos de precios y los pedidos de flexibilidad de los
    controles.

    Las tasas de interés positivas afectaban, en
    especial, a las empresas pequeñas y medianas, con menor
    acceso al crédito externo o a las franjas preferenciales
    del mercado interempresario.

    Esto, por supuesto, implicaba una presión
    recesiva aunque simultáneamente los menores niveles de
    producción interna, que descomprimían la demanda de
    importaciones. Las tasas pasivas positivas también
    incentivaban el ingreso de capitales de corto plazo (con un
    dólar marginal con cotización relativamente
    estabilizada), lo cual tendía a reproducir en
    pequeña escala la
    situación vigente en épocas de la "tablita" de
    Martínez de Hoz. Para evitar el ingreso de capitales a muy
    corto plazo y maniobras especulativas con las divisas el gobierno
    reglamentó su entrada y salida, para lo cual fijó
    plazos mínimos más extensos para créditos
    financieros y redujo el plazo máximo para la
    liquidación de cambio procedente de
    exportaciones.

    El 4 de abril de 1986 se anunciaron correcciones al
    programa de ajuste, en procura de lograr cierta
    flexibilización. Las medidas consistían en nuevos
    aumentos de las tarifas públicas y los precios de los
    combustibles, incluyendo la primera devaluación del
    Austral en relación con el dólar,
    eliminación de los controles de precios y
    autorización a las empresas para ajustar sus
    márgenes y transferir a precios los aumentos de salarios
    otorgados y reajustados de las tasas de interés
    reguladas.

    A partir de este momento, la política de
    flexibilización se mantuvo con reajustes periódicos
    de tarifas y precios de combustibles, minidevaluación cada
    vez más frecuentes, mayor liberalización de los
    precios una política de tasas de interés positivas.
    Con esto se pasaba de una política de congelamiento a otra
    de administración o flexibilización de
    precios. Pero la nueva fase del Plan Austral no sólo
    significaba la administración de los precios, sino
    también la del tipo de cambio, de las tasas de
    interés de los salarios y la de los ingresos y egresos
    fiscales. En el caso particular de los salarios, se
    anunció un aumento trimestral y se convocó a
    sindicatos y empresas a discusiones para la oficialización
    de las remuneraciones efectivamente pagadas, como paso previo a
    negociaciones colectivas en el año siguiente.

    Durante gran parte de 1986, el Plan Austral
    pareció mantener una relativa estabilidad de los precios y
    favorecer el crecimiento económico, luego de la
    recesión de 1985. El PBI global creció un 5,3% en
    ese año, con un 12,8% de incremento del producto
    industrial. Esta expansión se basó en la estructura
    de incremento del producto industrial. Esta expansión se
    basó en la estructura de precios que había creado
    el programa económico: retroceso de los salarios,
    redistribución regresiva del ingreso e incremento del
    consumo de los
    sectores de mayores recursos, traslación de ingresos desde
    el agro, y financiamiento del déficit fiscal mediante el
    endeudamiento externo y luego interno. La financiación del
    déficit a través del endeudamiento permitió,
    a su vez, mantener el pago de los intereses de la deuda externa,
    conformando a la banca acreedora, y sostener baja la
    inflación. Esta situación comenzó a hacerse
    cada vez más problemática, ya que a las tensiones
    mencionadas se sumaban dificultades en el balance comercial
    (caída en los precios internacionales de los granos y
    disminución de los volúmenes de la
    producción agropecuaria exportable por causa de fuertes
    inundaciones), ante la cual el establishment y la banca acreedora
    comenzaron a presionar, pidiendo una
    maxidevaluación.

    Al finalizar agosto de 1986, se mostraba una lenta
    aceleración del ritmo de incremento de los precios. El
    gobierno intentó, entonces, un segundo ajuste,
    interpretando que las presiones inflacionarias se debían a
    una política monetaria demasiado laxa. El presidente del
    Banco Central, Alfredo Concepción, fue reemplazado por
    José Luis Machinea, quien propuso una política
    más restrictiva en el manejo del dinero. Las
    tasas de interés reales activas, que venían
    descendiendo casi ininterrumpidamente desde hacía doce
    meses, comenzaron a elevarse otra vez y subieron del -2,38% en
    agosto al 7,03% en diciembre.

    Por consiguiente, el nivel de billetes y monedas en
    poder del público descendió con respecto al PBI,
    mientras las mayores tasas estimularon un crecimiento de los
    depósitos a plazos.

    Pero esta política monetaria se conjugó en
    el último trimestre del año y comienzos de 1987 con
    un salto hacia arriba en déficit fiscal. Es que para ese
    entonces había caído la recaudación
    aduanera, debido a la reducción de los precios de los
    productos agropecuarios en los mercados internacionales y a la
    contracción en las cantidades exportadas, la Ley de Ahorro
    Forzoso había caducado y las tarifas públicas se
    deterioraban en términos reales. El gasto, por su parte,
    mostraba un alto grado de inflexibilidad, originada en el
    importante peso de los intereses de la deuda pública. Por
    otra parte, las compras de
    divisas del gobierno para cancelar sus compromisos con el
    exterior generaban una expansión monetaria que se trataba
    de esterilizar

    (a fin de evitar mayores tensiones inflacionarias) por
    medio de altas tasas de interés.

    Sin embargo, la política monetaria contractiva
    también afectaba a las cuestiones públicas; por un
    lado, su presión recesiva reducía la
    recaudación, dependiente de la magnitud de la actividad;
    por otro lado, incrementaba la remuneración de los encajes
    del sistema bancario, lo que aumentaba el gasto. La sumatoria de
    estos factores tuvo como resultado una duplicación de la
    relación entre el déficit fiscal y el PBI entre
    1986 y 1988, que alejaron el resultado fiscal de los niveles que
    las autoridades habían considerado compatibles con la
    estabilidad al inicio del plan.

    En consecuencia, arreciaron las tensiones
    inflacionarias, los salarios se ajustaban sobre las negociaciones
    de los sindicalistas con los empresarios, las tarifas
    públicas y el tipo de cambio estaban indexados y los
    precios se encontraban "flexibilidad".

    El contexto económico daba claras señales
    de una fuerte puja distributiva. Al no existir una
    negociación colectiva que organizara de antemano el
    presupuesto, los diversos sectores se encontraban en una
    relación bilateral con el gobierno, en la que utilizaban
    su capacidad de presión para pedir transferencias o
    concesiones impositivas en forma independiente, lo cual
    incrementaba el gasto público global y las distorsiones
    macroeconómicas medidas en términos de impuesto
    inflacionario. "En última instancia, el problema
    básico radica en que el sistema descentralizado de las
    "ventanillas" crea incentivos individuales que llevan a aumentar
    las pérdidas agregadas, porque enmascara la competencia entre
    los grupos por la distribución de ingresos (haciendo parecer
    que los grupos se enfrentan con el gobierno y no entre sí)
    y hace que ellos ejerzan su capacidad de presión de un
    modo que no permite tener en cuenta plenamente el costo social del
    conjunto de demandas.

    Las crecientes complicaciones indujeron a la adopción
    de nuevas medidas. Así, en noviembre de 1986, se
    creó un "Directorio de Empresas Públicas", que
    nucleaba a todas las empresas del Estado. El objetivo de ese
    holding se orientaba a reorganizar y racionalizar las
    compañías con criterios de eficiencia
    propios del sector privado, planteándose, la posibilidad
    de su privatización total o parcial.

    El plan incorporaba varias medidas no implementadas
    hasta entonces. Por un lado, ante la promesa de Alfonsin a los
    productores rurales de no aplicar nuevos impuestos a las
    exportaciones agropecuarias (que habrían solucionado al
    menos parcialmente, el problema de caja gubernamental), se
    desdobló el mercado cambiario, quedando aquéllas en
    el segmento regulado con un tipo de cambio menor. El segundo
    mercado, llamado "financiero", fue liberado formalmente, pero se
    anunció que el Banco Central intervendría en el
    mismo para que la diferencia entre ambos no superase el 25%. En
    el primer mercado se liquidarían el total de las
    exportaciones agrícolas y el 50% de las industriales,
    mientras que en el segundo se negociarían las divisas
    correspondientes al otro 50% de las exportaciones manufactureras,
    de las importaciones y los intereses de la deuda externa de los
    particulares. Se esperaba un exceso de demanda en el mercado
    libre, ya que la mitad del valor de las
    exportaciones no cubriría el valor de las importaciones
    más intereses, y ese exceso sería financiado por
    ventas diarias
    de divisas por las autoridades monetarias (originadas en el
    exceso de la oferta del
    mercado comercial), de forma tal de mantener la brecha prevista.
    Por medio del desdoblamiento cambiario, el gobierno trataba,
    entonces, de redistribuir a su favor una parte del incremento del
    precio de los
    productos agrícolas sin recurrir a las retenciones; de
    allí la oposición de la SRA.

    La estabilidad de precios se basaba esta vez en un
    acuerdo desindexatorio con las empresas líderes y
    refrendado por las cámaras patronales más
    importantes, y no en un congelamiento. El gobierno debió
    resignara cambio tres puntos en la tasa del impuesto al valor
    agregado (del 18% al 15%), lo cual era contradictorio en un
    plan cuyo objetivo era la elevación de los ingresos
    fiscales. Por eso, se incrementaron, como compensación,
    las tarifas públicas en un 30%.

    Dado que el Congreso había aprobado a fines de
    1987 una ley en la que restablecía las negociaciones
    paritarias libres, los salarios no podían ser fijados
    unilateralmente por el gobierno. Se esperaba que los acuerdos
    entre sindicatos y cámaras empresarias respetaban las
    pautas de corrección de precios planteadas entre el
    gobierno y los empresarios. También en esta ocasión
    el tipo de cambio y las tarifas públicas fueron corregidos
    en sentido ascendente antes del anuncio del plan.

    El efecto antiinflacionario del programa se
    prolongó esta vez por un período mucho más
    corto (de agosto de 1988 a febrero de 1989), aunque la
    inflación mensual bajó del 25% al comienzo del plan
    al 6,8% en diciembre. A su vez tanto las tarifas públicas
    como el tipo de cambio tendieron a retrasarse, acentuando los
    efectos negativos sobre el desequilibrio y el sector externo. Las
    tasas de interés resultaban altas en términos
    reales, debido a la restrictiva política monetaria y al
    empuje ascendente por parte de los rendimientos de los
    títulos públicos que intentaba colocar el gobierno.
    La cantidad y variedad de documentos de
    deuda pública emitidos, en general a plazos cada vez
    más breves y con todo tipo de cláusulas de
    indexación, fue in crescendo, dando lugar a un
    fenómeno conocido como "el festival de bonos", entre los
    cuales se contaban los BONOR, BONIN, BARRA, BAGON,
    TIDOL,DENOR,VALIS TCD.

    El control sobre la oferta monetaria por el Banco
    Central se fue debilitando dado el creciente déficit
    fiscal, el renovado superávit comercial y la caída
    en la demanda de títulos gubernamentales. Ante ello, se
    optó por la colocación forzosa de deuda en el
    sistema
    financiero, a través de encajes
    remunerados.

    Las cuentas fiscales también fueron saliendo de
    su cauce, ya que se generalizó un masivo incumplimiento
    fiscal ante la expectativa de un futuro "blanqueo impositivo",
    luego del próximo cambio de gobierno. Asimismo, una parte
    de las leyes impositivas
    ingresadas al Parlamento para aumentar la recaudación no
    fueron aprobadas. Finalmente, las tendencias recesivas
    también presionaban a la baja la recaudación
    impositiva, al reducir la base imponible.

    En el marco de la campaña electoral,
    creció la incertidumbre política y la debilidad del
    gobierno. La escasa capacidad del mismo para administrar los
    desequilibrios económicos y la presión de los
    grupos de poder económicos que buscaban consolidar
    posiciones futuras, trabajaban cualquier proyecto de reforma y
    quitaban al equipo económico la posibilidad de fijar
    incluso políticas de corto plazo.

    La
    hiperinflación: la especulación financiera, la
    crisis social
    y el golpe de mercado

    A comienzos de 1989 las expectativas inflacionarias
    crecieron; colaboraban para ello causas tanto económicas
    como políticas. El Banco Mundial,
    que al principio había apoyado el programa
    económico, en vista de las dificultades y ante los nuevos
    aires que soplaban en la recientemente asumida
    Administración Bush en el gobierno norteamericano,
    suspendió los desembolsos prometidos. Para mayo de 1989
    era previsible el triunfo peronista y se esperaba una
    política redistribucionista moderada, con discurso
    populista pero sin modificar el modelo
    económico en marcha.

    Sin embargo, para muchos esa perspectiva era
    preocupante. Eduardo Angeloz, el candidato oficialista, planteaba
    abiertamente la profundización de un modelo privatizador y
    liberalizante. Las expectativas de cambios en la política
    económica por parte del futuro gobierno y la impotencia de
    las autoridades económicas ante la cercanía de su
    partida incrementaron la incertidumbre. Los tenedores de
    depósitos en dólares comenzaron a acudir a los
    bancos en busca de sus fondos.

    Durante los últimos días de enero, se
    produjo una corrida especulativa contra el austral (de la que no
    eran ajenos algunos grupos financieros) y el Banco Central
    vendió 900 millones de dólares en quince
    días (entre agosto de 1988 y enero de 1989 las ventas
    públicas de la divisa norteamericana sumaron 1.739
    millones tratando de defender el valor de la moneda, en una
    estrategia altamente discutible. En efecto, el éxito de
    tal política en un contexto de gran inestabilidad y
    volatilidad depende de la existencia de importaciones reservas
    por parte del Banco Central, ya que de lo contrario puede ocurrir
    que la demanda de divisas supere a su oferta y el intento de
    control derive en un agravamiento de las condiciones iniciales y
    deje simultáneamente al gobierno sin capacidad de
    intervención.

    El país reconocía ya numerosos
    antecedentes similares, entre los que merecen destacarse la
    crisis de 1890 y los fenómenos ocurridos en el mercado
    cambiario durante 1930, que condujeron finalmente a la
    adopción del régimen de control de cambios. Como en
    aquellas experiencias, el intento del gobierno por preservar el
    valor del austral concluyó en un fracaso. A estas
    dificultades en el sector externo se sumaron los crecimientos de
    la deuda del Tesoro, lo que complicaba el manejo
    monetario.

    El 6 de febrero de 1989, las autoridades monetarias ya
    no contaban con suficientes reservas para intervenir en el
    mercado cambiario por lo que procedieron a reorganizarlo
    nuevamente, abriendo dos segmentos con precios regulados en
    exportaciones e importaciones respectivamente y un tercero libre
    para operaciones
    financieras. En los hechos, la reorganización del
    mercado cambiario significaba una devaluación encubierta,
    que, sin embargo, no fue suficiente para detener las protestas de
    los grupos económicos opositores, liderados por la
    Sociedad Rural
    Argentina. Pero además, provocó el rechazo de buena
    parte de quienes habían apoyado el Plan Primavera, ya que
    las nuevas medidas les habían provocado importantes
    pérdidas financieras. Se inició, entonces, una
    fuerte fuga de capitales, que fue calificada como el golpe
    económico más importante desde el retorno de la
    democracia. La burbuja especulativa fue imparable; la
    cotización del dólar libre se disparó,
    incrementando la brecha cambiaría entre ambos mercados y
    reforzando la corrida cambiaría. A su vez, los precios
    comenzaron a acompañar la evolución del
    dólar, por lo que se ingresó en un proceso
    hiperinflacionario.

    Las causas de la hiperinflación fueron
    múltiples y generaron gran controversia en la literatura
    económica, de la que puede concluirse que resulta
    simplista atribuirla a un solo factor. Antes bien, se
    trató de una confluencia de elementos, que en conjunto,
    dieron lugar a una incontrolable corrida de los precios. Entre
    ellos, tuvieron especial relevancia la crítica
    situación del balance de pagos, la concerbación de
    la puja por la distribución del ingreso, el comportamiento
    especulativo de importantes sectores económicos y el
    encadenamiento de aceleraciones crecientes de la inflación
    y períodos de estabilización cada vez más
    cortos y limitados en el pasado inmediato. A ello
    contribuyó también una errática
    política de contención por parte del
    gobierno.

    A fin de marzo, a pedido del candidato oficialista,
    renunció el equipo económico de Sourrouille; frente
    al Ministerio de Economía fue nombrado Juan Carlos
    Pugliese (a la sazón, presidente de la Cámara de
    Diputados, pero con una sugerencia al frente de dicha cartera que
    databa de la época de Illia), quien puso en
    práctica una nueva reforma cambiaría.

    En las siguientes semanas se desaceleró el
    aumento del precio del dólar, pero la inflación
    continuó ascendiendo. A partir de la tercera semana de
    abril, luego de la liberación completa de divisas, tanto
    el valor del dólar como los precios, crecieron
    conjuntamente hasta principios de junio. En contra de lo previsto
    por los partidarios de la flotación de la divisa, los
    mayores aumentos en el tipo de cambio se produjeron a partir de
    este momento. Pugliese reconoció su impotencia, criticando
    ácidamente a los operadores económicos que
    continuaban especulando contra el austral. Luego de recriminarse
    que "les hablé con el corazón y
    me contestaron con el bolsillo", renunció a su
    cargo.

    En consecuencia, el 27 de mayo asumió Jesus
    Rodriguez, quien reintrodujo un régimen de control de
    cambios y una regla de crawling peg (ajuste del tipo de cambio
    por la inflación pasada). Las nuevas medidas, sumadas al
    anuncio por parte del presidente electo de la nominación
    de su futuro ministro de economía (Miguel Rolg, gerente de
    Bunge y Born, un tradicional grupo empresario), a
    la negociación de la renuncia de Alfonsin y el consecuente
    recambio anticipado de autoridades, y a la restricción de
    los retiros en efectivo de las cuentas bancarias, lograron
    controlar temporariamente la evolución del dólar.
    Sin embargo, los precios prosiguieron su acelerada marcha
    ascendente, a tasas cada vez mayores.

    El 8 de junio, Alfonsin entregó la banda
    presidencial a Carlos Menem

    El traspaso del poder se concretaba en marco de un
    recrudecimiento hiperinflacionario. Los precios subieron en junio
    un 197%, los salarios, entre 110 y 160 %, y las tarifas de
    gas, electricidad y
    teléfonos (que habían quedado rezagadas frente a
    los otros precios), un 700%. Medio salario obrero se debía
    destinar al pago de servicios. Aunque en agosto la
    inflación descendió, la transferencia de recursos
    se había concretado: la participación de los
    asalariados en el ingreso cayó al 20% (del 43% en 1974 y
    el 27% en 1988). Las consecuencias de la hiperinflación
    fueron graves: la monetización de la economía
    cayó a valores
    ínfimos (el 3,7% del PBI en el primer trimestre de 1989 y
    el 1,7% en el segundo) la deuda pública interna
    creció en forma exponencial (a una tasa del 60% mensual,
    promedio entre febrero y junio) y los ingresos de la
    Tesorería General de la Nación
    se redujeron violentamente en términos reales.

    Los sectores
    productivos

    La década del ´80 resultó
    particularmente fatídica para la Argentina. Es
    difícil encontrar en el pasado otro período en el
    cual el deterioro fuese tan persistente y profundo. Es que nunca
    se habían conjugado al mismo tiempo un contexto
    internacional tan desfavorable con la situación interna
    tan crítica. En ese marco, las dificultades para trazar
    una política económica que lograra revertir la
    crisis eran poco menos que titánicas, y el el gobierno de
    Alfonsin no logró dar con los lineamientos adecuados para
    ello. De allí que los principales indicadores
    macroeconómicos continuaron reflejando casi sin
    interrupción un panorama desalentador, en el que la
    recesión, la inflación y la inestabilidad fueron
    moneda corriente.

    Sin embargo, tampoco puede hablarse de una
    economía carente por completo de rumbo, de un modelo
    absolutamente sin perfil, de la ausencia de estrategias
    empresariales o de un cuadro que afectaba a todos los sectores
    por igual. La política de Martínez de Hoz
    había iniciado una profunda transformación de las
    estructuras
    económicas de la Argentina que implicaba el fin del modelo
    de sustitución de importaciones; pero esto no significaba
    que algunos sectores no continuaran avanzando en la
    producción local de bienes que previamente se importaban,
    aunque la dirección del proceso ya no apuntaba a
    completar los espacios vacíos de la matriz
    insumo-producto, en el camino hacia la economía más
    integrada, ni estaba orientada fundamentalmente hacia el mercado
    interno.

    El país parecía encaminarse hacia la
    especialización en un conjunto determinado de bienes
    más reducido que en la posguerra y en una creciente salida
    exportadora de los sectores correspondientes. Al mismo tiempo, se
    observó un proceso de concentración
    económica de un grupo de empresas, que ganó peso en
    el mercado, desarrolló en muchos casos una estrategia de
    diversificación de la producción y trabó
    fuertes vínculos con el Estado como
    proveedor, como fuente de financiamiento, como receptor de
    cuantiosos subsidios abiertos o encubiertos y como factor de
    presión política.

    En ese sentido, el gobierno radical no produjo
    modificaciones sustanciales ni en el nuevo balance de poder entre
    los diferentes sectores económicos, ni en la
    orientación general del proceso económico. La
    relación de fuerzas a favor de un "nuevo poder
    económico", que había aprovechado sus
    sólidos vínculos con el gobierno de facto para
    romper el equilibrio social de la posguerra y ahora estaba en
    condiciones de consolidarse aun en un contexto
    democrático.

    Por eso, es posible afirmar que él patrón
    de acumulación que comenzó a perfilarse durante la
    dictadura se prolongo durante la etapa de Alfonsin, para
    consolidarse por completo durante la posterior experiencia
    menemista. Algunas demandas de este nuevo poder económico
    no colisionaban con la ideología que en parte por convencimiento y
    en parte por las necesidades fiscales, expresó el
    radicalismo. A pesar de que el discurso radical se encontraba
    atravesando por las necesidades de una indomable coyuntura, se
    destacó su permanente prédica a favor de la
    propuesta "modernizadora" (entendida como el proceso mediante el
    cual la economía aumenta su productividad
    incorporando nuevas técnicas
    de producción) que apuntaba al desarrollo de
    un modelo mundial debían erigirse en el eje
    dinámico del crecimiento. Sin embargo, aun cuando ese
    crecimiento no se produjo, las actividades exportadoras se
    beneficiaron claramente con las políticas radicales por
    diversos factores.

    En primer lugar, por la consolidación de las
    pautas de distribución funcional del ingreso que se les
    habían perfilado durante la dictadura. A excepción
    de la etapa inicial, los salarios reales se mantuvieron en
    torno a los
    niveles de 1980, con tendencia declinante a medida que se
    acrecentaba la inflación. Si la depresión
    del consumo interno perjudicaba a los sectores que se
    concentraban en el mercado interno, los que desarrollaban
    estrategias exportadoras lograban mejorar su competitividad. Por ese motivo, la
    inflación también tendía a
    favorecerlos.

    En segundo termino, a partir de la sanción de la
    ley 23.101, en octubre de 1984, y la posterior
    reglamentación de sus diversos mecanismos de promoción de las exportaciones. Los
    exportadores contaban así con incentivos fiscales
    impositivos (tales como la devolución del IVA,
    reembolsos, draw back y exención del pago de impuestos
    internos), incentivos financieros ( prefinanciación,
    financiación y posfinanciación de exportaciones),
    beneficios en el marco de la promoción industrial (
    reembolsos del Area Aduanera Especial Tierra del
    Fuego, reembolsos Puertos Patagónicos, reembolso
    Patagónico) y estímulos varios ( plantas llave en
    mano, ajuste compensador, intercambio compensado y diversos
    sistemas de
    promoción. Estos mecanismos tuvieron un importante impacto
    sobre las cuentas públicas, en un momento en que el
    déficit fiscal resultaba de difícil
    control.

    Por último, a nivel oficial se trató de
    fortalecer los vínculos con los socios comerciales de la
    Argentina. En ese sentido, se destacó el Programa de la
    Integración y Cooperación
    Económica con el Brasil, firmando en julio de 1986 al que
    luego nos referimos, que inicio el camino de la integración
    económica de ambos países. Se trataba de una
    iniciativa que buscaba una integración gradual y flexible,
    tratando de que los sectores económicos internos pudiesen
    adaptarse progresivamente a las nuevas condiciones, mientras se
    estimulaba el crecimiento del comercio
    bilateral. Se adoptaba para ello un enfoque sectorial, basado en
    acuerdos en diversas ramas de la producción, tratando de
    lograr una complementación en cada una de ellas antes que
    una especialización intersectorial.

    Aunque los acuerdos se fueron debilitando en el marco de
    la coyuntura crítica tanto de la Argentina como del
    Brasil, se logró un aumento efectivo del comercio y una
    transformación de su composición. Además,
    quedaron sentadas las bases para el nuevo enfoque que
    prevalecería a partir de 1990 con la creación del
    Mercosur

    Las nuevas condiciones acentuaron los cambios en el
    perfil exportador en la segunda mitad de los años
    ´70. En ese marco, se produjo un rápido crecimiento
    de las exportaciones del sector primario. Sin embargo, el mayor
    nivel de las exportaciones se registro en el
    sector manufacturero, aunque asociado en gran medida a la
    producción agropecuaria.

    También crecieron significativamente las
    colocaciones del sector pesquero. Aun así, algunas
    manufacturas de origen industrial, como los insumos de uso
    difundido, aportaron una cuota importante de participación
    en el comercio exterior, hasta alcanzar magnitudes del orden del
    30% sobre el total de los productos argentinos comercializados en
    el exterior

    Las relaciones con
    América
    Latina

    El gobierno radical busco la convergencia entre los
    intereses políticos y económicos del país y
    los de América
    Latina. Esta región se constituyó, junto con
    los EE.UU, en un escenario privilegiado de la política
    exterior en torno a los siguientes objetivos: impulsar la
    integración latinoamericana, revigorizar las instituciones
    regionales, fortalecer la paz y desalentar la carrera
    armamentista en el área, oponerse a toda doctrina que
    subordine los intereses de América Latina a los objetivos
    estratégicos del conflicto entre las superpotencias,
    concertar políticas para "regionalizar los problemas y sus
    soluciones" y
    fortalecer las formas representativas de gobierno.

    El problema de la deuda externa latinoamericana se fue
    convirtiendo en el tema más importante en la agenda
    externa del país a nivel regional. En mayo de 1984, ante
    los aumentos de las tasas de interés y las medidas
    proteccionistas de los países centrales, el gobierno de
    Alfonsin promovió junto con Brasil, México y
    Colombia la
    convocatoria a una reunión de cancilleres y ministros de
    economía de los países más endeudados. El
    objetivo era adoptar medidas concretas para alcanzar
    transformaciones en la política
    financiera y comercial internacional. Un mes después,
    el presidente argentino propuso a dichos países la
    redacción de un documento, al que se
    sumaron Ecuador,
    Perú y Venezuela, en
    el que solicitaron a la reunión cumbre del Grupo de los
    Siete (G7) en Londres la realización de un dialogo
    constructivo para aliviar la carga de la deuda externa. Los jefes
    de las naciones industrializadas reiteraron su
    determinación a encarar el problema de la deuda de forma
    bilateral, caso a caso, y propusieron una política de
    austeridad.

    En este marco, una nueva reunión en Cartagena
    congrego a los cancilleres y ministros de Economía de la
    región. En junio, once naciones latinoamericanas que
    representaban el 93% de la deuda regional arribaron al denominado
    "Congreso de Cartagena" que reclamo al tratamiento
    político de la deuda, la vinculación de las
    dificultades financieras con los problemas del comercio
    internacional y estableció el principio de la
    corresponsabilidad de los países acreedores en el proceso
    del endeudamiento.

    Sin embargo, los países latinoamericanos no
    lograron superar el plano discursivo. Existieron dificultades
    para establecer mecanismos que articularan las demandas
    colectivas, y países como el Brasil y México no se
    mostraron dispuestos a avanzar más allá de las
    declaraciones, negándose a apoyar las propuestas
    concretas. Por otra parte. Prevalecieron las posiciones a favor
    de arribar a acuerdos bilaterales entre los respectivos gobiernos
    y la banca acreedora. En definitiva, el documento final de la
    reunión reafirmo la necesidad de una consideración
    política de la deuda que dejo traslucir el acuerdo
    mayoritario de los países participantes a favor de
    soluciones "bilaterales".

    Estas dificultades indujeron una modificación de
    la diplomacia argentina en el área. Con mayor pragmatismo
    político se privilegiaron las relaciones bilaterales,
    sobresaliendo las políticas de acercamiento a
    México, Brasil y Chile. Con México fue una
    iniciativa inédita dado el bajo perfil que caracterizaba
    la vinculación entre ambos países. Dos hechos
    decisivos se destacaron en este relacionamiento. Por un lado, la
    participación del gobierno mexicano – junto a otros
    países de la región y los EE.UU. – en el
    otorgamiento de un auxilio financiero a al Argentina por 300
    millones de dólares para que pudiera ganar tiempo en la
    renegociación de su voluminoso endeudamiento. Por otro
    lado, la visita del presidente mexicano De La Madrid a
    Buenos Aires
    – en marzo de 1984 – que dejó como saldo el
    objetivo de dinamizar los intercambios comerciales y fortalecer
    el poder de negociación de ambos países frente a
    los EE.UU. , sobre todo frente a la crisis de América
    Central.

    También se profundizo la tendencia hacia el
    acercamiento bilateral con el Brasil. Iniciado en 1979 con el
    acuerdo que puso fin a las disputas sobre la utilización
    de los recursos
    naturales de la Cuenca del Plata y en 1980 con la visita a
    Buenos Aires – por primera vez en cuarenta y cinco
    años – de un presidente brasileño.

    El acercamiento a Chile fue otro capítulo
    decisivo de la política exterior del gobierno de Alfonsin.
    La firma del Tratado de Paz y Amistad entre la
    Argentina y Chile se concreto en la
    Ciudad del Vaticano el 29 de noviembre de 1984. Luego de cinco
    años, ambas partes adoptaron el veredicto papal y sentaron
    las bases para una intensificación de la posición
    bilateral.

    La posición argentina frente a la crisis
    centroamericana confronto con la postura de la
    Administración Reagan. Frente al apoyo
    económico y político proporcionando por el gobierno
    estadounidense a los "contras" nicaragüenses, el gobierno
    argentino junto a Brasil, Perú y Uruguay,
    constituyó con el Grupo Contadora en defensa del principio
    de no intervención, de respeto a la
    autodeterminación de los pueblos y de búsqueda de
    una solución latinoamericana al conflicto centroamericano.
    Sin embargo, durante su visita a los EE.UU., Alfonsin
    matizó la posición argentina oponiéndose a
    la intervención en el conflicto de toda potencia
    extracontinental, en clara alusión a la Unión
    Soviética; sostuvo que "la propia seguridad de los
    Estados Unidos" era un dato de la realidad que debía ser
    respetado y reitero la necesidad de asegurar la vigencia de una
    autentica democracia pluralista en Nicaragua, con la
    participación de la oposición democrática en
    un juego limpio y
    abierto.

    NITRO

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