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Hispanoamérica: un siglo de utopías




Enviado por guama23



    1. Un siglo de
      utopías
    2. Conclusiones
    3. Bibliografía

    Introducción.

    La historia hispanoamericana,
    pareciera encontrar escrito, a cada vuelta de camino, el viejo
    apotegma de "conócete a ti mismo". El arribo de los
    españoles, y la guerra de
    conquista y colonización, con su marcado carácter mercantilista, arrasarían
    con los grupos culturales
    nativos reconocidos como "bárbaros" y cuyos restos fueron
    incorporados, en el proceso
    transculturizador que fue la colonia, a la natural
    creación del pueblo americano.

    Durante la colonia, Hispanoamérica fue España
    provinciana, las posteriores Repúblicas, alzadas sobre los
    brazos de indios y criollos, no tardarían en demostrar una
    cierta "vocación" para constituirse en naciones
    periféricas, dado el carácter en que se
    desarrolló la lucha de intereses de clase por el
    poder en estas
    tierras tras la independencia.

    Es a partir de esa posición de marginación
    histórica, que comienza la búsqueda de lo que
    pudiéramos denominar una concepción del "ser
    americano", expresada en la actividad política continental
    de este en pro de la inserción de nuestros países
    en el marco de desarrollo que
    las demás naciones modernas habían alcanzado y que
    se imponía como norma para la supervivencia
    política autónoma, en una forma de obtención
    y de expresión de nuestra identidad
    específica como países independientes. La tentativa
    de desentrañar el sentido de la realidad hispanoamericana
    y de su alcance fueron el problema esencial del pensamiento
    filosófico en estas tierras durante el siglo XIX:
    identidad cultural y desarrollo político –
    económico adquirían una misma dimensión en
    el concepto
    hispanoamericano de nación.

    El pensamiento hispanoamericano del siglo XIX posee una
    inmensa carga de contenido político – social. Esto
    es perfectamente explicable dado las condiciones que le fueron
    impuestas por el marco histórico en que el llamado "Nuevo
    Mundo" entra en la historia moderna, su posición
    periférica en el sistema de
    relaciones capitalista y frente al surgimiento del imperialismo,
    serán los rasgos definitorios de lo que al decir de Zea,
    fue el largo viaje de la América
    hacia si misma.

    Es entonces que el meollo de la búsqueda de lo que
    puede expresarse como propiamente original y auténtico del
    Continente, radicará en la elaboración de proyectos e ideas
    encaminadas al logro y a la consolidación de la
    emancipación de nuestros pueblos: cada idea o pensador, en
    las fronteras reales de su actividad, eran pasos en la senda de
    desentrañar una identidad cuya formación
    histórica hacían enigmática y conflictiva en
    sí misma. Como ha dicho Leopoldo Zea:

    "Rotas las ligas políticas, la gran preocupación
    americana girará en torno a la
    capacidad de los americanos para reincorporarse a la cultura
    occidental, dentro de otra situación que no sea la de
    subordinados. Independizados políticamente, aspiran a
    participar como pueblos concretos en la elaboración de
    la cultura occidental."

    2) Un siglo de
    utopías.

    El tránsito del siglo XVIII al XIX da al traste
    con una serie de fenómenos que marcarán la historia
    hispanoamericana: la aparición del movimiento de
    la
    ilustración francesa, la guerra de independencia de
    las Trece Colonias de Norteamérica y las Revoluciones
    francesa y haitiana, unido a las cada vez más agudas
    contradicciones entre criollos y españoles por causa de la
    política metropolitana, serán el caldo de cultivo
    para la aparición y desarrollo de un pensamiento
    progresista en nuestras tierras, que tuvo en la Ilustración sus primeras semillas.

    El movimiento ilustrado de América fue el creador de
    los cimientos para los cambios que sobrevendrían con los
    procesos de
    emancipación política. Su surgimiento en esta parte
    del mundo era el resultado de la contraposición entre los
    intereses feudales de la política española y las
    necesidades económico comerciales de la incipiente clase
    burguesa hispanoamericana, que representaría, en ese
    marco, el patriotismo americano. Era la necesidad de la sociedad
    naciente que se abría pasos a través de
    revoluciones burguesas y que se quería insertar en
    América, con el natural fin de potenciar el desarrollo
    interno del país en cuestión.

    Como característica particular que hace a nuestra
    ilustración auténtica frente a la europea
    señalamos su intento por presentar una nacionalidad
    americana representada en un ente denominado "criollo" y que es
    fruto del encuentro cultural entre los primeros habitantes y los
    conquistadores. Mostrará un pasado histórico por el
    que los hijos de esta tierra, dejan
    de sentirse españoles para sentirse "americanos". Como
    diría el jesuíta nativo de Arequipa Juan Pablo
    Viscardo y Guzmán en 1792:

    "El Nuevo Mundo es nuestra patria, su historia es la
    nuestra y en ella es que debemos examinar nuestra
    situación presente, para determinarnos por ella a tomar
    el partido necesario a la conservación de nuestros
    derechos
    propios y de nuestros sucesores."

    Así, el sentido de lo nacional para el
    hispanoamericano era adquirido a través de la lucha por
    los derechos que consideraba le pertenecían, definiendo
    la
    personalidad de un pueblo que comenzaba a vivir para
    sí mismo, a contrapelo de una realidad que poco a poco
    irá definiendo como ajena e impuesta.

    Francisco Javier Clavijero, jesuíta mexicano, en la
    dedicatoria de su Historia Antigua daba a entender que
    esta era una historia de México
    escrita por un mexicano, manifestando, en el reconocimiento, a
    veces exaltado, de los valores de
    las culturas precortesianas, un naciente sentimiento de
    patriotismo, es así que refiriéndose a la lengua
    náhuatl, dice en sus Disertaciones:

    "Los europeos que han aprendido el mexicano, entre los
    cuales hay italianos, franceses, flamencos, alemanes y
    españoles, le han tributado grandes elogios, y algunos
    la han encomiado hasta creerla superior a la griega y a la
    latina."

    Uno de los primeros campos desde donde quizá se halla
    defendido por primera vez lo que era considerado como propio de
    este Continente fue sin dudas el intelectual. Ante las
    afirmaciones anticientíficas que sobre los primeros
    habitantes de estas tierras, sus modos de vida, y las condiciones
    climáticas y físicas de sus países,
    habían elaborado en Europa el abad
    alemán Cornelio de Paw y el francés Conde de
    Buffon, Clavijero exaltará los valores de las
    culturas pre colombinas más adelantadas,
    considerándolas así como antecesoras
    históricas de los actuales habitantes de América.
    Defendíase así una historia que, de forma natural,
    había producido, en su desarrollo, un modo distinto del
    hombre,
    creando, además, una nueva forma de contemplarse el ser
    humano a sí mismo como producto
    histórico, no es casual entonces que en esta
    polémica Clavijero haga justicia a la
    historia de las grandes civilizaciones americanas al
    considerarlas como tales, en su modo diferente de ser,
    colocándolas a la par de "todas las naciones cultas del
    mundo."

    De forma igual su compatriota, el padre Servando Teresa de
    Mier, considerará al criollo como producto europeo y
    aborigen, reconociendo los aportes de estos últimos a la
    cultura e identidad mexicanas. Sin embargo, no obstante reconocer
    las virtudes y aciertos que tuvo el pueblo que habitó la
    meseta del Anáhuac, considera que esa unión con los
    españoles es la causa del atraso hispanoamericano frente
    al mundo moderno. La única forma de borrar estos era a
    través de una independencia cuya necesidad, consideraba,
    era urgente, y que debía llevarse a cabo tomando como base
    la unidad cultural hispanoamericana existente entre las entonces
    colonias frente a un enemigo común, convirtiéndose
    así en uno de los pioneros de esta tesis:

    "¡ Americanos! vosotros habéis oído las
    injurias: las Cortes no han querido hacernos justicia, para que
    tengamos el derecho de tomarla por nuestra mano (…)
    démonos prisa a purgar de monstruos la tierra de
    promisión…"

    Al usar el gentilicio "americanos" para denominar a los
    nacidos de esta parte del mundo intentaba nombrar una realidad y
    un modo de ser contrapuestos al ibérico, considerado ya
    como ajeno e invasor.

    Como lo harían después muchos representantes de
    la intelectualidad americana, de Mier pone sus ojos en el
    modelo
    político norteamericano como ejemplo a seguir en la
    institucionalización que debía llevarse a cabo en
    Hispanoamérica, optando por el federalismo para
    nuestros pueblos, considerando que, al ser expresión del
    desarrollo acelerado que vivía este país,
    también potenciaría el nuestro. Tal
    federación sería regida por una legislación
    común que tomaría cuerpo en una Carta Magna de la
    América Española, la cual, según
    entendía, ya existía de hecho en los cuerpos
    legales de Indias. Unificadas en una nación
    común, nuestros pueblos ascenderían
    rápidamente al mundo moderno y, por extensión, a la
    libertad del
    hombre americano:

    "Cuando la libertad corra el velo a estos misterios de
    iniquidad, aparecerá en toda su negrura la conducta de
    los españoles en las Américas."

    Serían fundamentalmente los sacerdotes
    jesuítas los encargados de dar sentido, con las ideas
    propugnadas por la Ilustración, a la conciencia de
    identidad del americano y de sus necesidades para lo futuro, que
    alcanzarían su máxima expresión en las
    luchas emancipadoras continentales: fueron estas los frutos
    más grandes de la Ilustración en estas tierras y
    que pronto tendrían entre los criollos a sus precursores
    más inmediatos dado que el discurso
    ilustrado resumía, en gran medida, sus aspiraciones
    económicas y políticas más importantes. Este
    descolló con particular fuerza en el
    venezolano Francisco de Miranda.

    La Ilustración, como filosofía política,
    alcanzará, en la praxis
    mirandina, ribetes más acabados. Representará el
    discurso político de lo que comienza a ser una ideología de ruptura con respecto al orden
    colonial imperante y que pudiéramos denominar con el
    nombre de "criollismo". La misma aparecerá a través
    de la interpretación de la realidad del criollo
    como ente marginado en la colonia y que precisaba de romper con
    esa situación para lo cual, ante la imposibilidad de
    acudir a otros presupuestos,
    acude a sí mismo para encontrar el camino que debe seguir.
    El criollismo tendría sus orígenes en la discriminación del americano por parte del
    europeo con razón del lugar de nacimiento de cada cual.
    Tal situación, que era la punta del iceberg de todo un
    conjunto de contradicciones, sería captada por el ojo del
    insigne Alexander von Humbolt. En su Ensayo político
    sobre el Reino de la Nueva España
    diría:

    "El más miserable europeo, sin educación y sin cultivo de su
    entendimiento, se cree superior a los blancos nacidos en el
    Nuevo Continente (…) Los criollos prefieren que se les llame
    americanos; y desde la paz de Versalles y, especialmente,
    después de 1789 se les oye decir muchas veces con
    orgullo: "Yo no soy español, soy americano;" palabras que
    descubren los síntomas de un antiguo
    resentimiento…"

    El criollismo fue la expresión que tomó,
    por parte de la casta blanca americana, el conflicto con
    los intereses monárquicos. Era la representación de
    la ideología de aquella clase que reclamaba sus derechos
    en calidad de
    iguales, en modo alguno respondía a los sectores
    más bajos de la población americana, estos serían
    incorporados a las nuevas naciones en una situación
    semejante a la que los dejaba la colonia. Este conflicto
    hallará en Miranda las soluciones
    más radicales del momento.

    Su pensamiento con respecto a América, irá
    evolucionando en dos etapas fundamentales, confluyendo en ambas
    la idea de hacer de las colonias españolas naciones
    modernas a través de la independencia e
    institucionalización políticas. En la primera se
    destaca su admiración por el sistema monárquico
    parlamentario británico, pero luego de su estancia en los
    Estados
    Unidos, sus simpatías hacia el republicanismo que
    representaba esa nación irán aflorando como medio
    de alcanzar los mismos niveles de desarrollo y libertad.

    En sus proyectos, concebirá un gobierno con
    caracteres mixtos para la América Española, que
    incluían instituciones
    incaicas, romanas y coloniales, como los cabildos, por
    considerarlos formas muy eficientes para hacer funcionar un
    gobierno descentralizado en una tierra tan vasta; todo en un
    marco donde se hallaban fusionados el parlamentarismo inglés
    y un poder
    ejecutivo al estilo norteamericano, representado en la figura
    de dos Incas. Se
    intentaba insertar en la especificidad hispanoamericana dos
    sistemas de
    gobiernos, considerados los mejores, por ser los de las potencias
    más importantes del momento y que eran las portadoras de
    los ideales de libertad y desarrollo.

    Para Miranda el proyecto
    independentista y la posterior nación continentales, eran
    ideas perfectamente viables en tanto nuestros pueblos formaban
    una comunidad con
    caracteres semejantes de historia, lengua, costumbres y religión: el nuevo
    gobierno que se instaurara, había de responder a estos
    elementos a través de su praxis y de una
    legislación única que rigiera las provincias de la
    nueva nación.

    En Miranda la idea de independencia
    política es consustancial a la de integración continental, esta
    aseguraría a Hispanoamérica una existencia
    independiente desde una posición de nación
    desarrollada. Y de la misma forma que en su día las Trece
    Colonias encontraron en los Estados Unidos de Norteamérica
    la idea de afirmarse en el mundo moderno como Estado libre;
    de igual manera Miranda se lanza en la búsqueda de una
    palabra que fuese capaz de resumir pasado, presente y futuro de
    la utopía americana: la encontraría en
    Colombia, un nombre creado, no por extranjeros o
    descubridores, sino por un criollo: he ahí su
    mérito.

    Colombia, y todo
    lo que ella significa en la obra mirandina como resumen de su
    proyecto americano, fue su gran legado de precursor de nuestras
    independencias. Era el nombre específico para el mundo
    específico surgido del mestizaje, no sólo de razas,
    aunque fuera esta su expresión superficial, sino de modos
    y formas que se superponían creando seres diferentes: de
    padres conquistadores habían surgido, sin dudas, hijos
    conquistados.

    "Acordaos de que sois los descendientes de aquellos
    ilustres indios, que no queriendo sobrevivir a la esclavitud de
    su patria, prefirieron una muerte
    gloriosa a una vida deshonrosa(…) Vosotros vais a establecer
    sobre la ruina de un gobierno opresor, la independencia de
    vuestra patria."

    Colombia continuó denominando la utopía
    de una independencia y de una unidad hispanoamericana en los
    hombres de la generación que protagonizarían la
    emancipación continental. En Simón Bolívar,
    cuya obra libertadora ha opacado en algo a la de su compatriota y
    precursor Miranda, la idea de Colombia cobrará una nueva
    dimensión. El Libertador advertía en la
    integración americana un fin, acaso mucho mayor que el del
    simple fortalecimiento de una nación, y este no era otro
    que el de protegerse frente a la injerencia de los Estados
    Unidos. En quienes había visto Miranda a modelos dignos
    de ser imitados y a vecinos, Bolívar divisaría a un
    país destinado "por la Providencia para plagar la
    América de miserias a nombre de la libertad."

    La unidad hispanoamericana debía tomar como base la
    especificidad cultural del Continente y los rasgos propios que
    sus pueblos compartían entre sí. Sería
    Bolívar quien sentaría las bases para entender los
    elementos llamados a definir una verdadera cultura
    hispanoamericana:

    "Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo
    Mundo una sola nación con un solo vínculo que
    ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un
    origen, una lengua, unas costumbres y una religión,
    debería, por consiguiente, tener un solo
    gobierno…"

    Daba a entrever así su idea de que cualquier
    proyecto político que fuera a llevarse a cabo en
    América debía partir de la aceptación de la
    realidad socio cultural del Continente, por negativa que esta se
    antojase para los fines de los mismos. Eso lo llevaría a
    adquirir una profunda conciencia de la tierra que se había
    propuesto libertar y de la manera de hacerlo. Esta radicaba en
    conocer su identidad, saber quiénes son, para entonces
    saber qué necesitan, y eso sólo podía
    responderlo la historia americana:

    "Nosotros ni aún conservamos los vestigios de lo
    que fue en otro tiempo: no
    somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre
    los aborígenes y los españoles (…) nuestra
    suerte ha sido siempre puramente pasiva, nuestra existencia
    política ha sido siempre nula y nos hallamos en tanta
    más dificultad para alcanzar la Libertad cuanto que
    estábamos colocados en un grado inferior al de la
    servidumbre…"

    Trescientos años de coloniaje ibero nos
    habían heredado una ausencia total en los manejos de la
    política, cultura y economía frente a
    Occidente, que entonces, como ahora, era el mundo. Ese lastre
    histórico legado por el régimen colonial era, para
    el Libertador, la causa del atraso americano; en la gesta
    emancipadora que lideró había puesto sus esperanzas
    de cambiar aquella realidad. Una vez libres nuestros pueblos, el
    siguiente paso sería convocar a un Congreso americano de
    repúblicas, el cual fundaría, con el acuerdo de los
    representantes de nuestros países, la república
    americana o Gran Colombia. Esta idea de una Hispanoamérica
    constituida en república obedecía a que, de la
    misma forma que las semejanzas de nuestros pueblos ayudaban a la
    integración, sus mismas diferencias podrían minar
    su unidad hasta destruirla, es por eso que se opone a un
    federalismo hispanoamericano.

    Su proyecto republicano demandaba la creación de un
    nuevo Derecho, que absorbiera, sin admitir copias
    inútiles, los frutos de las experiencias políticas
    en las demás naciones, acomodándolas a la realidad
    e historia americanas: allí radicaba su concepción
    de autenticidad, de lo que había de ser propio del
    hispanoamericano.

    La praxis bolivariana, en la construcción de la nación americana,
    no sólo nos reafirmó la idea de integración
    que ha acompañado la historia de nuestro mundo, sino
    también le agregó elementos propios a través
    del logro de la emancipación política, demostrando
    a los americanos y al mundo, la capacidad del hombre de estas
    tierras para cambiar su historia por medio de la existencia de un
    modo de ser americano, manifestado en una unidad cultural
    continental, que debía ser el soporte de todo proyecto
    político de integración que se intentase, como lo
    había sido durante la gran gesta independentista.

    De alguna manera, los planes de Bolívar con respecto a
    la
    organización político social de
    Hispanoamérica luego de la independencia, servirían
    de sustento al posterior movimiento desarrollado por aquellos
    pensadores que, desde la posición ya de una tierra
    republicana, se dieron a la tarea de librar los bastiones
    coloniales, subsistentes aún, en las mentes de sus
    habitantes por medio de la educación. Al
    decir de él, era necesario que nuestros hombres y mujeres
    fortaleciesen sus estómagos antes de recibir el
    sustancioso nutritivo de la libertad, para cuya
    consecución dictó diversas proclamas puestas en
    vigor en las zonas ocupadas por los ejércitos
    libertadores. Su propio maestro, Simón Rodríguez,
    en sus labor pedagógica, se encargaría de demostrar
    que con leyes y proclamas
    se podía enseñar pero no educar, y menos instruir,
    que era, a fin de cuentas, lo que
    necesitaba la república en América: formar hombres
    nuevos que fuesen capaces de construirla.

    Del Libertador será heredada aquella idea, una vez
    enunciada por Platón,
    de un Estado que corriera con la responsabilidad sobre la educación e
    instrucción de sus ciudadanos. Simón
    Rodríguez concebirá una escuela donde,
    más que los rudimentos de la lectura,
    escritura y
    cálculo, se inculcase en el niño los
    preceptos éticos y morales fundamentales para convertirlos
    en hombres "sociables", preparados para la vida en sociedad, pero
    en una nueva sociedad que había de ser superior a la
    anterior: esto era más importante que toda la suma de
    conocimientos académicos que pudieran adquirir:

    "Los gobiernos liberales sea cual fuere su
    denominación deben ver, en la Primera Escuela, el
    Fundamento! del Saber i [sic] la Palanca! del primer
    jénero [sic] con que han de Levantar los Pueblos al
    Grado de Civilización! que pide el Siglo."

    Uno de sus más grandes aportes al pensamiento
    pedagógico hispanoamericano será el diseño
    de un sistema único de enseñanza, rectorado por el Estado, con
    lo cual se eliminara la distinción entre escuelas
    públicas y privadas, uniformándose la
    educación.

    El gran escollo contra el que chocarán los intentos de
    democratización de las naciones americanas será la
    incapacidad de los modelos republicanos al estilo francés,
    inglés y norteamericano, para adaptarse a la realidad
    americana, claro, que el fenómeno fue observado de manera
    opuesta por parte de nuestros pensadores: la historia no puede
    pedirle más a hombres que veían en los otros
    países el desarrollo que les faltaba a los suyos a la vez
    que el camino para alcanzarlo. La solución no era otra que
    cortar las cadenas que, en la mente de nuestros pueblos, los
    ataban a un pasado colonial símbolo del atraso, fue esta
    la divisa que se trazaron los llamados "emancipadores mentales"
    de América, los cuales intentaron sentar, con su obra, las
    bases para el cambio de
    espíritu y de conciencia en sus compatriotas que los
    haría adaptables a las nuevas formas de
    gobierno.

    El venezolano Andrés
    Bello, al contrario de sus contemporáneos, y a pesar
    de admitir que la solución hispanoamericana era educativa
    como educativo era su problema, afirmará que no toda la
    herencia
    española podía considerarse negativa y causa de
    nuestro atraso, ya que en buena medida muchos de nuestros valores
    culturales como naciones habían sido dados por la
    España derrotada y ahora pertenecían a la
    diversidad cultural del Continente. Para él, una
    institucionalización en países con tan poca
    experiencia política debía partir de un proyecto
    educativo que centrase sus miras en encontrar la índole de
    las necesidades de una sociedad heterogénea y que fuese
    capaz de adecuar aquella a estas. Este era el papel que
    concedía a la educación en su idea de una
    Hispanoamérica que, desde una posición
    específica participase en la universalidad de la sociedad
    moderna, desempeñando en ese mundo el papel significativo
    a que la "llaman la grande extensión de su territorio, las
    preciosas y variadas producciones de su suelo y tantos
    elementos de prosperidad que encierra."

    La creación de una verdadera autonomía cultural
    hispanoamericana debía formarse sobre la base de la
    aparición de un hombre, no europeo o americano del norte,
    sino peculiar, un hombre hispanoamericano, que no
    desdeñara por extranjera cualquier creación de la
    experiencia y el intelecto humano, pero que supiera adecuar estas
    a su propia realidad, para aspirar así, a la ansiada
    "independencia de pensamiento" y a una autenticidad que pusiese
    fin a la copia y trasplante de modelos y formas para construir
    naciones por considerar superiores a sus creadores. Era el paso
    para originalizar la institucionalización de la
    nación americana acorde a exigencias y condiciones
    propias:

    "¿ Estaremos condenados todavía a repetir
    servilmente las lecciones de la ciencia
    europea, sin atrevernos a discutirlas, a ilustrarlas con
    aplicaciones locales, a darles estampa de nacionalidad?

    En las décadas posteriores a la independencia, la lucha
    por el logro de instituciones que solidificaran la presencia
    nacional del Continente en el ámbito mundial y en el suyo
    propio, dejaba de ser una utopía para convertirse en una
    necesidad vital para el logro de la existencia política.
    Hispanoamérica era sacudida en pugnas por el poder, entre
    las mismas fuerzas que la habían librado de España,
    en el marco de enconadas discusiones intelectuales
    sobre las más convenientes formas y ejercicios de este.
    Sin embargo, y como dice Leopoldo Zea:

    "…ese mundo, al que en vano se trataba de alcanzar,
    crecía y se expandía sin discriminación alguna sobre todos los
    pueblos no occidentales, incluyendo los
    iberoamericanos."

    La hegemonía de las grandes potencias occidentales se
    hizo sentir en toda la América. México sería
    despojado de sus territorios al norte en 1847; entre 1855 y 1856
    respectivamente, Walker, en nombre de los Estados Unidos,
    invadiría Nicaragua, y Panamá era
    separada de Colombia. En 1863, el panlatinismo francés que
    le diera a las tierras al sur de río Bravo el nombre de
    Latinoamérica, justificará con la
    unión de todos los pueblos de habla latina, la
    invasión y ocupación de México. Los
    acontecimientos aparecieron obvios a los ojos de nuestros
    intelectuales: no teníamos otra posición frente al
    mundo como no fuera la de proveedores de
    materias primas y recursos.

    Era este el caldo de cultivo de la vieja idea de lograr un
    proyecto político y una forma de pensamiento con la fuerza
    suficiente para cambiar esta posición frente a
    Occidente.

    El positivismo
    político filosófico fue la ideología
    "puente" que entre los siglos XIX y XX asumió la mayor
    parte de la intelectualidad hispanoamericana, abarcando no
    sólo estas esferas, sino también la
    científica, la artística, la educativa y la
    jurídica. Pondría sus esperanzas de desarrollo en
    el hombre, en
    su acción
    sobre las ciencias, para
    la transformación político social de sus naciones
    hacia el logro del progreso. Resumía así las
    aspiraciones de desarrollo de nuestra incipiente burguesía
    frente a las aún invictas relaciones precapitalistas de
    producción existentes en el Continente. Sus
    demandas de progreso, auténticas en la medida en que eran
    expresión de las necesidades de industrialización y
    desarrollo social interno de una clase, serían reflejo de
    la lucha de esa débil burguesía contra los
    elementos retrógrados opuestos. Aspiraciones que acabaron
    estrellándose contra la penetración
    económica de capitales ingleses y norteamericanos, a los
    cuales el incipiente capital
    nacional no pudo enfrentar.

    Dentro de la oleada positivista que se extendió por
    Hispanoamérica se destacaron los argentinos Juan Bautista
    Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento.

    Será Alberdi quien planteará una nueva postura
    del pensamiento hispanoamericano frente a la producción
    filosófica universal, al presentar la idea de una
    filosofía americana encargada, en su praxis
    política, de solucionar las más acuciantes
    necesidades de estos países, en el caso, las de nuestro
    desarrollo e institucionalización.

    Considerará que son los frutos, sobrevivientes a la
    colonia en América, los causantes de su atraso frente a la
    Europa y los Estados Unidos, y que deben ser eliminados por la
    acción del pueblo, al que presenta en sus Bases
    como al gran sujeto histórico de esta tierra. Sin embargo,
    su idea de pueblo en América no se corresponde con lo que
    pudiéramos denominar "pueblo real", que sería el
    existente, sino con el que necesitan estas naciones para
    progresar y que no tienen, por ello, el primer paso antes de una
    institucionalización republicana sería el de crear
    el "pueblo americano" a través del fomento a la inmigración blanca europea, ya que para
    Alberdi somos europeos en tanto todo, desde la religión,
    al color de la
    piel, nos ha
    sido dado por Europa, por lo que no ha de extrañarse que
    nuestra gente, para hacer uso de modelos políticos
    europeos como la república, precisen ser europeos. Es
    aquí donde el concepto de pueblo, para el filósofo,
    se confunde con el ideal de una raza más capaz por
    naturaleza.
    "Gobernar es poblar", sería la máxima de su
    proyecto político, y con ello sometería la
    existencia, incluso de una identidad americana, al logro o no del
    ansiado progreso, marcando así un punto de ruptura con el
    pensamiento de la independencia que ponía sus ojos en los
    elementos que unían espiritualmente al pueblo americano y
    que lo hacían diferente y original. Con respecto a la obra
    de los Libertadores se opondrá a sus concepciones sobre
    patria y libertad en América. En él, las
    discusiones sobre estos temas en nuestras naciones, habían
    de desaparecer. "Patria", para Alberdi, deja de ser el suelo en
    que se nace, para realizarse en la medida en que se completen
    orden, riqueza y por demás, civilización, en un
    espacio geográfico determinado, eso lo llevó a
    afirmar de que "en América todo lo que no es europeo es
    bárbaro", y para "europeizar" América por medio de
    una república, considera menester fomentar la
    inmigración blanca desde Europa o Estados Unidos, junto a
    la creación de un plan de
    enseñanza dirigido a instruir a los hombres en ciencias de
    aplicación práctica, que crearan lo que él
    mismo llamó "tipo de nuestro hombre sudamericano", apto
    para, al estilo norteamericano, vencer cualquier barrera en pro
    de la industria y el
    progreso. El logro de esta sería "el gran medio de
    moralización" para nuestras tierras.

    Su compatriota, Domingo Faustino Sarmiento,
    introducirá, como forma más acabada de
    explicación para el atraso americano, la antes usada
    dicotomía de civilización y barbarie, en conflicto
    histórico por la preponderancia en el Continente. Su
    aparición no es rara, dado el estado de caos social con el
    que le tocó convivir en su país. Era la lucha entre
    la civilización del exterior con la barbarie nacional,
    producto del mestizaje de lo que denominara razas cada vez
    más serviles que se habían fusionado hasta dar
    configuración a la barbarie americana, ello lo
    llevaría a expresar que sólo podía fundar
    naciones "el pueblo que posee en su sangre, en sus
    instituciones, en su industria, en su ciencia, en
    sus costumbres y cultura todos los elementos sociales de la vida
    moderna."

    Al igual que Alberdi, señalará que es el cambio
    de sangre, por medio de la inmigración norteamericana y
    europea, el camino para el desarrollo americano, ya que estos
    pueblos portaban en sus venas la civilización que sus
    naciones habían creado y que había de ser asentada
    en América. Un cambio de sangre que eliminara los
    vestigios de las otras razas portadoras del atraso:

    "¿… en qué se distingue la
    colonización del Norte de América? En que los
    anglosajones no admitieron a las razas indígenas, ni
    como socios, ni como siervos en su constitución social."

    De nuevo, esta vez en Sarmiento, reaparecen
    implícitas las categorías de "pueblo real" y
    "pueblo necesario" en América, como expresiones de
    realidad y utopía. América es bárbara por la
    naturaleza de su gente, parece decirnos, cultura y
    civilización es lo que crean las naciones desarrolladas,
    asumirlas para sí, es la tarea del hombre sudamericano,
    tarea a realizar por la inserción de "gentes civilizadas"
    por medio de la inmigración.

    La inserción de una raza que portara en sus venas las
    cualidades que lograrían el progreso, potenciaba su idea
    política de una federación sudamericana al estilo
    norteamericano. En esencia, una nación progresista para
    Sarmiento, sería aquella que fuese como los Estrados
    Unidos:

    "No detengamos a Estados Unidos en su marcha: es lo que
    en definitiva proponen algunos. Alcancemos a Estados Unidos.
    Seamos la América como el mar es el Océano.
    Seamos Estados Unidos."

    En Sarmiento y Alberdi se manifestará un
    fenómeno muy característico del pensamiento de la
    época, al que José Enrique Rodó
    denominará "nordomanía", y que tendrá que
    ver con la concepción de proyectos políticos cuya
    esencia concebía a una América que se negara a
    sí misma como exponente del atraso, parar adoptar para
    sí los frutos que las naciones europeas y norteamericanas
    habían creado, con la esperanza de que potenciaran en
    nuestras tierras los mismos niveles de desarrollo y progreso que
    en aquellas se había alcanzado.

    Por su parte, el chileno Francisco Bilbao, resucitará
    la idea bolivariana de una América unida bajo una
    Confederación de repúblicas. Unidad política
    que salvaría, con el "desarrollo integral de todas sus
    funciones y
    derechos", a la personalidad
    americana; salvándola de un peligro cercano y
    común: los Estados Unidos, quienes "han caído en la
    tentación de los titanes, creyéndose ser los
    árbitros de la tierra y aun los competidores del
    Olimpo."

    Hispanoamérica es, para Bilbao, como para casi todos
    los "emancipadores mentales", un producto histórico, cuyo
    pasado colonial, remolcado hasta la república, le impide
    visualizar sus propias fuerzas y virtudes. Allí quedaba
    inconclusa la obra de la independencia. Debía darse paso a
    un sistema de enseñanza que, junto a la práctica de
    instituciones libres en la política nacional,
    homogeneizaran la población americana haciéndola
    consciente de estas verdades propias ocultas para sí
    misma, cosa que sólo era posible de lograr por medio de la
    integración de las naciones del Continente. Uno de los
    grandes aportes de Bilbao radica en concebir que esta misión
    Hispanoamérica había de emprenderla sola, desde su
    originalidad, pues nadie más que ella podía
    construir su futuro desde su propia iniciativa:

    "De nadie dependemos para ser grandes y felices. A nadie
    debemos esperar para emprender la marcha…"

    En sus proyectos políticos reaparecerá el
    reconocimiento a las obras creadas por los hispanoamericanos a lo
    largo de su historia y a la capacidad creadora de sus habitantes,
    con independencia de las forjadas en las naciones del Norte, las
    cuales, por ese simple hecho, no han de ser consideradas
    superiores a las nuestras, como tampoco nuestros hombres
    inferiores a ellos.

    Tales ideas gravitarían también en la obra de
    José Martí,
    cuya propuesta liberadora para la América
    contemplará dos fases: liberación de las diferentes
    formas de dependencia de sus pueblos; y frente a la amenazante
    política de expansión del gobierno
    norteamericano.

    La misma descansará en la necesidad de que el hombre
    americano, a partir de la adquisición de una
    autoconciencia sobre su realidad y su historia, asumiera como
    suya la "idea de Hispanoamérica" como una sola patria. A
    esta "idea" reencarnante del nacionalismo
    continental vivido durante las gestas emancipadoras, y que una
    vez asumida por nuestros pueblos serviría de contén
    ideológico a la expansión del Norte, se
    refirió al decir que: "Trincheras de ideas valen
    más que trincheras de piedra. No hay proa que taje una
    nube de ideas.""Idea" que sin dudas era la utopía de la
    Hispanoamérica unida y próspera, la que, dentro del
    corazón
    de sus hijos, los salvaría de volver a ser
    colonizados.

    En Martí,
    la definición de pueblo único para el Continente
    responderá a la existencia de una sociedad cosmopolita
    que, no obstante la diversidad de formas de cultura que confluyen
    en ella, con sus naturales diferencias, se hallan mancomunadas de
    manera causal por un mismo pasado histórico que les ha
    legado formas de dominación y enemigos comunes. Es
    así que su proyecto civilizador para la América
    parte del autoreconocimiento de sus pueblos como integrantes de
    una misma entidad continental para el logro de una pronta
    unión política y espiritual, la que habría
    de partir desde su interior: allí radicaba la semilla y la
    causa del fracaso de las formas e instituciones de gobierno en
    América, las que debían partir de la
    aceptación de una realidad histórico concreta y
    continental a la cual debían ser adaptadas:

    "La incapacidad no está en el país naciente
    (…) sino en los que quieren regir pueblos originales, de
    composición singular y violenta, con leyes heredadas de
    cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos,
    de diecinueve siglos de monarquía en Francia."

    Aquí Martí esgrime su concepto de
    originalidad hispanoamericana, representado en la especificidad
    de nuestros pueblos, que los hace diferentes respecto a los
    demás, para reconocer que las causas del fracaso de los
    modelos y proyectos políticos en América, cunas de
    tiranías y guerras
    intestinas, no estaba en las peculiaridades del pueblo
    hispanoamericano, sino en la adaptabilidad a estas de las formas
    de gobierno, dejando claro que la única solución
    posible era el cambio de ideas con respecto a la tierra
    hispanoamericana.

    Tampoco esta concepción de lo original para
    Hispanoamérica va a despreciar las demás creaciones
    humanas porque estas no hayan sido creadas por el hombre
    americano. Original será también la capacidad para
    asumirlas y aplicarlas a nuestras condiciones y necesidades
    particulares.

    Salvar la cultura, la identidad y la nación americana,
    son, para Martí, tareas urgentes de sus hombres. Hombres
    que pueden ser feroces, pero también mejores, y que tienen
    la misión de volverse más dignos en la medida en
    que sepan mejorarse a sí mismos y a sus condiciones de
    vida.

    El descenlace de la guerra de independencia que evocó y
    a la cual no sobrevivió, unido a la tan temida
    intervención militar de los Estados Unidos hacia 1898 en
    la isla de Cuba con la
    subsiguiente ocupación, y la posterior política
    exterior norteamericana para América
    Latina conocida como el "Gran Garrote", evidenciarán
    la posición que frente al Norte ocuparán nuestras
    naciones al alborear el siglo XX.

    El peligro de recolonización que, desde la primera
    mitad del siglo XIX podía vislumbrarse en la labor
    diplomática norteamericana, matizada en presiones
    políticas, y en la expansión económica que
    cada vez le daba más influencia en la política de
    la región, palpitaba con más fuerzas al comienzo
    del nuevo siglo. El sistema capitalista, como consecuencia del
    desarrollo interno de sus fuerzas productivas, había
    mutado hacia una forma superior de desarrollo: Lenin la
    denominó Imperialismo, pero sus primeros efectos,
    presentidos y sentidos, ocurrieron en la América Latina.
    Sus primeros pasos comenzaron por las islas del Caribe,
    últimos reductos de la colonización ibera; luego en
    el Istmo cuando, al decir de Eduardo Galeano, creó un
    canal con título de República, y después
    hacia todo el Continente, aunque su política anterior ya
    tenía ganada esta batalla.

    El rechazo a esta nueva invasión se hizo sentir en
    todos los órdenes. En Cuba, voces aisladas se alzaban
    contra el apéndice constitucional Platt que fundaba la
    nueva forma de dominio
    imperialista: la neocolonia. La Constitución mexicana de
    1917, emanada de la gran revolución
    agraria de ese país, proscribía los monopolios
    extranjeros. Un pesimismo, ante el al parecer sellado destino
    americano se extendió a las letras. En 1905 el poeta
    nicaragüense Rubén
    Darío, escribía así en sus Cantos de
    vida y esperanza
    :

    "¿Seremos entregados a los bárbaros
    fieros?

    ¿Tantos miles de hombres hablaremos
    inglés?"

    Quien a la vez que se pregunta sobre el destino de su patria
    americana, sienta sus esperanzas en los valores que, portados por
    esta, no han de abandonarla a su suerte:

    "Tened cuidado. ¡Vive la América
    Española!

    Hay mil cachorros sueltos del León
    Español."

    Será este mismo el espíritu invocado por el
    uruguayo José Enrique Rodó para contraponerlo al
    expansivo individualismo norteamericano. Opuesto a los
    "emancipadores mentales" de América, calificando su
    constante afán por "autosajonizarse" como
    nordomanía, afirmará que la aceptación como
    superiores de los modelos y creaciones de estas naciones, creaba
    nuevas formas de dependencia. Es así que apelará a
    todo el conjunto de valores culturales formados en la
    América Latina, como alternativas frente al utilitarismo
    norteamericano, el que, lejos de imperar sobre ellos,
    había de servirles. Advirtiendo el peligro que estribaba
    en dejarse cegar por el desarrollo de la nación del Norte
    afirmará:

    "Y de admirarla, se pasa, por una transición
    facilísima, a imitarla."

    Su gran aporte estribó en el reconocimiento a la
    existencia de una identidad cultural continental que
    denominará Ariel, sobre la que hizo descansar un
    concepto de originalidad asumido no solo como la creación
    de formas novedosas, sino como la adaptación de toda
    creación humana a las condiciones y necesidades del
    país en cuestión:

    "La obra del positivismo norteamericano servirá a
    la causa de Ariel, en último término. Lo que
    aquel pueblo de cíclopes ha conquistado directamente
    para el bienestar material, con su sentido de lo útil y
    su admirable aptitud de la invención mecánica, lo convertirán otros
    pueblos, o él mismo en los futuro, en eficaces elementos
    de selección."

    En él, la reflexión cultural desemboca en
    su americanismo político, al considerar a
    Hispanoamérica unida por fuertes lazos culturales que
    demandaban una unión política que la convirtiera en
    una sola patria. Proyecto que presentaba una alternativa a un
    imperialismo que, aunque lo concibió de forma prematura,
    lograba descubrir su esencia económica: al criticar el
    utilitarismo norteamericano, atacaba los intereses ocultos tras
    el velo de su política.

    Los tópicos fundamentales de su pensamiento
    americanista serán la unión de nuestras
    repúblicas en una Confederación para resistir el
    imperialismo norteamericano, a quien definió como "una
    plutocracia representada por los todopoderosos aliados de los
    truts, monopolizadores de la producción y dueños de
    la vida económica."

    1. Una idea constante en la mente del hispanoamericano del
      siglo XIX fue la búsqueda de las
      características definitorias de su propio ser,
      prolongadas en una dimensión continental, con el
      propósito de ligar a pueblos semejantes y de intereses
      comunes en uno solo. De forma que fuimos hidalgos de
      Castilla, franceses, ingleses, norteamericanos, indios,
      alemanes y negros, o al menos quisimos serlos, y no fuimos,
      pues el hispanoamericano es un ente con
      características propias, que subsistieron con
      independencia de su reconocimiento o no, rebelándose
      siempre en sus momentos de mayor crisis, ya
      através de sus grandes masas, o por la pluma de sus
      intelectuales: el espíritu y la definición
      continentales se abrieron paso. "Cuatro siglos de vida
      hispánica han dado a nuestra América rasgos que
      la distinguen," diría Pedro Henríquez
      Ureña.

      El enfrentamiento al orden colonial, la lucha por
      desarrollar nuestras naciones ante el imperativo que las
      grandes potencias imponían, y luego la resistencia ante la expansión cultural,
      económica y política de los Estados Unidos, son
      quizá los tres grandes momentos por los que transcurre
      la búsqueda de las características de un modo
      de ser hispanoamericano. Modo de ser que existe sin dudas,
      como lo demostraron de forma lógica las luchas por la independencia
      y el pensamiento político filosófico de siglo
      XIX, en pugna contra formas históricas de
      dominación, colocando, de manera implícita, en
      el corazón de cada hombre nacido en esta tierra, la
      divisa de "Conócete a ti mismo."

    2. Conclusiones.
    3. Bibliografía.
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    • Rodríguez, Simón, Escritos de
      Simón Rodríguez
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    • Zea, Leopoldo, América en la historia,
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      latinoamericana
      t. I (antología), Fondo de Cultura
      Económica, México, 1993.

    Yuri Fernández Viciado

    Estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad Central
    "Marta Abreu" de Las Villas, Santa Clara, Cuba.

    Realizado julio 2004.

    Categoría: "Filosofía"

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