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La revuelta de Ñezú




Enviado por cmsaffi



    En la ocasión de la gran revuelta maya que
    tuvo lugar un 8 de noviembre de 1546, con superior coordinación los mayas de
    siete provincias se levantaron y destruyeron dos pueblos regidos
    por españoles: Valladolid y Salamanca de
    Balacar.

    La consigna en dicho acto de sedición fue la de
    destruir todas las cosas españolas o que pudieran
    asociarse con los españoles, con tal de desarraigar la
    cultura que se
    estaba imponiendo. En efecto, todo fue destruido, incluyendo los
    árboles
    y plantas que
    habían sido sembrados por los españoles fueron
    arrancados de raíz, ni los niños,
    ni los indios que habían sido sirvientes escaparon al
    exterminio (Clendinnen, 41). Es más, apunta Clendinnen,
    incluso los gatos y perros que
    habían pertenecido a los españoles fueron hecho
    presa e igualmente aniquilados, de manera que no quedara nada que
    pudiera ser asociada con la cultura hispana (41). Este
    levantamiento pasó a la historia como uno de los
    más sangrientos y como el último acto de
    resistencia militar maya a la imposición hispana
    (Clendinnen, 41). En los textos coloniales que dan cuenta de "la
    conquista espiritual" de los españoles a los indios
    guaraníes, aparecen las vívidas
    descripciones de la revuelta del cacique guaraní
    Ñezú. Ésta acto de resistencia
    guaraní podría ser comparada con la gran revuelta
    maya, a pesar de que ésta se llevó a cabo tras
    haber transcurrido casi un siglo de aquélla, pues se
    caracterizaría también por la furia que
    definió a la primera y habría de ser igualmente
    sangrienta y determinante. No obstante, la revuelta de
    Ñezú llegaría marcada por la hibridez,
    producto del
    contacto entre las dos culturas.

    Antonio Ruíz de Montoya, Nicolás Del Techo
    y Francisco Jarque, narran en forma detallada la resistencia
    actante liderada por Ñezú, que tuvo lugar en 1628,
    en la entonces naciente reducción jesuita del
    Caaró. En las tierras del Caaró, según
    dictamina el mismo Ruiz de Montoya "habitaba […] el mayor
    cacique que conocieron aquellos países" (224). Su nombre
    era Ñezú, que en guaraní "quiere decir
    reverencia" (Ruíz de Montoya, 224). Éste
    lideró el sangriento levantamiento en el que perdieron la
    vida los misioneros jesuitas
    Alonso Rodríguez, Juan del Castillo y el insigne Roque
    Gonzáles de Santa Cruz, primer y único santo
    paraguayo.

    Al igual que otros caciques guaraníes, el
    "insolente" Ñezú, como lo califica Jarque, en un
    primer momento acogió a los misioneros en sus tierras y se
    interesó por el cristianismo
    (Montoya, 224). Más aún, Ñezú
    "edificó iglesia,
    labró casa y formó numerosa reducción"
    (Jarque, 276). Sólo después del contacto y de haber
    adquirido conocimento de la relegión cristiana
    organizó una coalición con otros caciques con el
    fin de exterminar a los representantes visibles del cristianismo
    y pulverizar todo indicio de la cultura que intentaban imponer
    aquellos misioneros. Justamente la descripción que hace el discurso
    colonial de la resistencia de Ñezú, es la que
    permite apreciar en este líder
    la representación de una figura novedosa, ambivalente y
    contaminada, o sea híbrida.

    Según queda representado, la coalición
    arriba mencionada quedó formada por los caciques
    Cuniaracúa, Caarupé, Caaburé,
    Marangoá y el gran cacique orador Potiverá, quien
    ya había "apostatado" de otra reducción (Jarque,
    277). Este último, por lo tanto, contaba con la
    experiencia de haber vivido "en una reducción" y por lo
    mismo la disertación de la que haría gala, en su
    momento, se hallaría legitimizada ante los otros caciques.
    Jarque transcribe? la alocución que Potiverá dirige
    a Ñezú, la cual aparece configurada por una serie
    de preguntas retóricas. Teniendo en cuenta que la arenga
    de Potiverá, la cual racionaliza al mismo
    Ñezú su deseo de levantamiento, nos llega a
    través de un discurso que constantemente justifica la
    dominación por poseer la religión verdadera,
    sobresalen de ella, a mi entender, dos consideraciones. La
    primera es:

    ¿Quién duda que los que nos introducen
    ahora deidades no conocidas, mañana, con el secreto
    imperio que da el magisterio a los hombres
    , introduzcan
    nuevas leyes, o nos
    vendan infamemente, adonde sea castigo de nuestra credulidad un
    intolerable cautiverio? (Jarque 279, el énfasis es
    mío)

    Y en seguida tenemos:

    ¿no sientes el ultraje de tu deidad, y que con
    una ley extranjera
    y horrible deroguen á las que recibimos de nuestros
    padres? ¿Y que se deje por los vanos ritos cristianos
    los de nuestros oráculos divinos, y por la
    adoración de un madero, la de nuestras verdaderas
    deidades
    ? (Jarque 279, el énfasis es
    mío).

    Aquí puede verificarse la representación
    de una contaminación del discurso del colonizador
    en el del subalterno. Mediante la representación de su
    alocución, pareciera que el colonizador lo liberara de su
    barbarie, pues la lógica
    es la que no falta en el razonamiento del "pagano."
    Potiverá, aunque rebelde, implícitamente reconoce
    que el colonizador es quien posee el
    conocimiento y que su influencia infaliblemente
    llevaría a los expuestos a ello a la sujeción. Por
    otra parte, como es de suponerse, Potiverá habría
    adquirido la conciencia de la
    existencia de religiones falsas y
    verdaderas solamente después de haber estado en
    contacto cercano con la introducida por el colonizador. El
    móvil del levantamiento ya no sería solamente el de
    desalojar a los extranjeros sino defender la "verdadera
    religión," o sea la de los guaraníes.

    La narración que hace el discurso del sangriento
    acto se hace relevante por la descripción de la
    saña encarnada de los ejecutores. Jarque quiere establecer
    que la acción,
    después de todo y ante todo evoca la barbarie que
    caracteriza a los autores de tales hechos inhumanos. Dice Jarque
    que los caciques sublevados después de dar muerte a los
    misioneros,

    Desde allí pasaron, como á seguros
    despojos, á los ornamentos de la iglesia […] rompiendo
    y haciendo pedazos cuanto servía a los altares […].
    Envistieron con la cruz y derribando aquel trofeo de
    Jesucristo, la hicieron astilla. […] una imagen de
    Nuestra Señora. […] la Conquistadora […]. […]
    pereció entre las manos destos bárbaros
    sacrílegos […]. (Jarque, 287)

    Así queda articulado en el discurso del
    conquistador espiritual el deseo del subalterno de desarraigar
    todo indicio de la cultura religiosa del extranjero. Más
    aún,

    para mostrarse Ñezú sacerdote (aunque
    falso) se vistió los ornamentos sacerdotales, con que se
    mostró al pueblo; é hizo traer á su
    presencia los infantes, en quienes procuró borrar con
    ceremonias bárbaras el carácter indeble que por el bautismo
    tenían impresos en sus almas; rayóles las lenguas
    con que gustaron la sal del espíritu de
    sabiduría, los pechos y espaldas rayó para borrar
    los óleos santos, con que para la lucha estaban
    prevenidos. ( Montoya, 229)

    No obstante el deseo de acabar con todo vestigio de la
    cultura religiosa del europeo, de esta manifestación de
    resistencia se divisa la hibridez. Ñezú pasa a
    posicionarse en el intersticio. Es como si Ñezú
    necesitase del atavío simbólico, que autorizaba al
    misionero, para llevar a cabo el acto mediador que
    pretendía borrar lo que se le había adjudicado,
    también simbólicamente, al converso. Se deduce
    entonces que en el mismo acto violento de resistencia se plasma
    el residuo de una contaminación o alteración
    resultante del contacto. Es decir, Ñezú se vio
    obligado a recurrir a la ejecución de ritos antes
    desconocidos por él para rescindirlos. Desconocidos porque
    antes no se había visto en una situación como
    ésta. Refiere Del Techo en el tomo III de su Historia
    de la Provincia del Paraguay de la
    Compañía de Jesús, que, después
    de "borrar" el bautismo cristiano, principió
    Ñezú una ceremonia que se entiende fue una de
    rebautización o ungimiento. Dice Del Techo que
    Ñezú:

    Los inició [a los niños] en la
    idolatría con ciertos ritos. Fingió que de un
    cuerpo salía no sé que humor, con el cual
    podía ungir los niños, y las madres de
    éstos aplaudieron con delirio, danzando al mismo
    tiempo un
    baile sagrado. (335, el énfasis es
    mío)

    Si bien con el "no sé" el misionero manifiesta
    que la ceremonia que realiza Ñezú le es
    incomprensible, en la representación se aprecia que el
    rito que el líder guaraní pasa a celebrar
    está infiltrado por uno de los fundamentos de la cultura
    religiosa del europeo: el bautismo. Este rito también
    marca la
    iniciación, es como "nacer de nuevo." Es decir, el rito
    que el "sacerdote" guaraní lleva a cabo es uno nuevo que
    aparentemente resultara de la fusión de
    elementos de ambas culturas religiosas: el bautismo, por una
    parte y el baile sagrado por la otra. Pero es un acto inesperado,
    novedoso, espontáneo, es decir, híbrido.

    La representación de la resistencia actante
    liderada por Ñezú pone de manifiesto que por muy
    peculiar que ésta haya sido, también posee
    características, digamos, "no muy originales." Una es que
    recurre a la violencia
    máxima para salvaguardar la cultura y extirpar todo
    indicio de la invasora. De hecho, en este levantamiento se
    constata una repetición de la actitud de
    aquellos mayas sublevados
    quienes usaron la violencia para demostrar su deseo de suprimir
    la inminente consolidación de la preeminencia de la
    cultura usurpadora. Aunque, por supuesto, debe apuntarse, es muy
    improbable que haya habido conocimiento
    de estos guaraníes liderados por Ñezú de
    aquel acto de resistencia tan contundente y tan sangriento como
    éste. También, de la representación se
    deduce que, irónicamente, la hibridez reverbera de este
    levantamiento de Ñezú, pues en el momento en el que
    celebra la liberación acude al acto del "bautismo" para
    invalidar lo antes establecido por otro bautismo. Concluimos que
    mientras haya opresión por una parte, siempre habrá
    de haber posibilidades para la resistencia por parte de la otra,
    y que en las relaciones coloniales el uso de la violencia extrema
    había sido una opción oportuna cuando otras no
    estaban al alcance o no eran insuficientes para expresar la
    repulsión ante la dominación inminente.

    Obras
    citadas

    Bhabha, Homi K. "Signs Taken for Wonders." The
    Location of Culture. London: Routledge, 1994.
    102-122.

    Clendinnen Inga. Ambivalent Conquests. United
    Kingdom:Cambridge U P.,1987.

    Furlong, Guillermo. Misiones y sus Pueblos de
    Guaraníes. Segunda Edición. Buenos Aires:
    Guarania, 1978.

    Jarque, Francisco. Ruiz Montoya en Indias.
    Madrid: V. Zuárez, 1900.

    Peramás, José Manuel. La
    República de Platón y los guaraníes.
    Buenos Aires: Emecé, 1946.

    Ruiz de Montoya, Antonio. La
    conquista espiritual del Paraguay. Asunción:
    El lector. 1996.

    Techo, Nicolás del. Historia de la provincia
    del Paraguay de la Compañía de
    Jesús. Madrid: A. De Uribe, 1897.

    Dr. Clinia M. Saffi

    University of Miami

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