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Estado y espada en el Chile del siglo XIX




Enviado por christian.oros



    Una revisión
    bibliográfica sobre el diálogo
    entre la búsqueda de una institucionalidad y el peso de
    las armas desde
    Maipú a Loncomilla

    1. El cenit
      portaliano
    2. Visiones
      cambiantes
    3. Bibliografía

     

    INTRODUCCIÓN

    Abril 5 de
    1818, nueve de la mañana.

    Los
    ejércitos rivales estaban separados apenas por unos siete
    kilómetros. Morgado y Ordoñez querían trabar
    combate cuanto antes. En medio del desconcierto y ausencia de
    mando se ordenó la marcha oblicua. Osorio pretendía
    deslizarse por el flanco patriota, si la inoperancia de San
    Martín de lo permitía. Este, desconcertado ante la
    marcha del enemigo, se disfrazó de campesino y se
    acercó a las columnas realistas. Desde 500 metros pudo
    observar el desfile a tambor batiente y banderas desplegadas.
    "Qué brutos son estos godos -exclamó-. Osorio es
    más torpe de lo que pensaba". Y volviéndose hacia
    sus acompañantes, les añadió: "¡El
    triunfo de este día es nuestro!. El sol por
    testigo". A las diez de la mañana el ejército
    patriota salvó el kilómetro y medio que lo
    distanciaba del realista y se tendió en batalla sobre el
    borde sur de una loma. El movimiento del
    ejército patriota obligaba a Osorio a presentar la
    batalla. Ante lo ya inevitable, sacó al terreno el mejor
    partido que pudo.

    Luego de media
    hora de incesante cañoneo, San Martín
    comprendió que sus efectos eran prácticamente
    nulos, y dio orden de atacar con las dos divisiones. La embestida
    general corrió distinta suerte en las dos alas. Por un
    lado, las tropas patriotas de Las Heras cortaron el ala izquierda
    realista del centro y del ala derecha, por otro, Ordoñez
    derrotaba completamente a dos batallones de Alvarado, y
    después rechazaba al batallón Infantes de la Patria
    enviado de refuerzo por Las Heras. Por un momento creyese
    asegurada la victoria realista. Más las reservas de Osorio
    estaban agotadas y las de San Martín
    intactas.

    Cuando la incertidumbre era mayor,
    se oyó en la retaguardia patriota el toque de carga. San
    Martín había ordenado el ataque de la reserva. Los
    cazadores de Freire y de Bueras cargaron sobre el enemigo; la
    infantería realista empezó a ser copada y rodeada
    por los batallones patriotas. Pero el Burgos se negaba a
    rendirse. Sus soldados al grito de "¡Aquí
    está el Burgos! ¡Dieciocho batallas ganadas, ninguna
    perdida!", Desplegaron al viento su bandera, y los demás
    cuerpo siguieron su ejemplo, trabándose un combate
    demoníaco. Soldados de uno y otro bando se fusilaban a
    mansalva. Viéndolo todo perdido Osorio se retiró a
    galope del campo de batalla con el resto de la caballería.
    Las tropas realistas se replegaron hacia las casas de Lo Espejo y
    la caballería patriota los acuchillaba impunemente. Cuando
    las últimas tropas realistas se retiraban, llegó
    O´Higgins al campo de batalla al frente de unos mil
    milicianos. Echándole el brazo izquierdo al cuello,
    gritó a San Martín: "¡Gloria al salvador de
    Chile!", Y el vencedor le respondió: "General, Chile no
    olvidará jamás el nombre del ilustre
    inválido que en el día de hoy se presentó en
    el campo de batalla en ese estado". El
    ejército patriota había triunfado en la Batalla de
    Maipú, dejando en el campo de batalla el 35% de sus
    efectivos. A pesar de las bajas, el resultado inmediato era el
    fin de la amenaza realista, tal como escribió San
    Martín en el parte de la batalla: "Acabamos de ganar
    completamente la acción.
    Un pequeño resto huye. Nuestra caballería lo
    persigue hasta concluirlo. La patria es libre".

    Con este triunfo, se abría un escenario
    totalmente nuevo. Los vencedores, se enfrentaban con el problema
    de la
    organización de un territorio que había
    internalizado un sistema colonial
    de gobierno.
    Había que establecer un modelo
    político nuevo; una organización cívica y administrativa
    que lograse reemplazar la antigua administración española. En este
    sentido, nos encontramos con el primer sentimiento de identidad
    chilena, configurado bajo la doble forma de quiebre
    político (producto de
    las guerras de la
    Independencia), y quiebre de la identidad
    subjetiva de la nación
    (la ruptura con el pasado que significaba la
    administración española).

    Este rol de reconstruir un orden político, de
    "hacer política", de constituir un ideal de estado
    y nación
    propio, irían emparejados a la importancia que adquirieron
    las armas en este periodo formativo del estado chileno. Al
    respecto, Raymond Aron afirma que "la guerra no es
    solamente un acto político, sino un verdadero instrumento
    de la política, una continuación de las relaciones
    políticas y una realización de
    éstas últimas por otros medios
    ". En este
    sentido, cuando se habla de armas, se está refiriendo a
    los conflictos que
    vivió la nación durante sus primeros cien
    años de existencia, como también, el valor e
    influencia que adquirieron importantes personajes provenientes de
    la esfera militar. Así, esta revisión
    bibliográfica busca realizar una observación de la importancia que
    significó para la constitución del estado, el diálogo
    y relación establecido con la dimensión de las
    armas y la guerra a lo largo del siglo XIX. De este modo, la
    estructura
    política del Chile del XIX, no se puede comprender en su
    totalidad, sin asignar la debida importancia de fenómenos
    de la primera mitad del siglo lo fueron la Guerra de la
    Independencia, Portales y la Batalla de Lircay, la Guerra contra
    la Confederación Perú-Boliviana, los motines de
    Urriola y Campino, los presidentes-militares Prieto y Bulnes, y
    la Guerra Civil de 1851.

    El objetivo es
    visualizar el papel que jugaron las armas y las guerras de
    primera mitad del siglo XIX, en la creación y
    consolidación de pilares políticos fundamentales en
    la estructura del Estado-Nación, aproximándonos a
    la máxima de Charles Tilly (1990) de que "la guerra
    hizo al Estado y el Estado hizo
    la guerra
    ". A modo de ejemplo, el contexto de conflicto que
    termina con la Batalla de Lircay, permite la aparición de
    una carta
    constitucional que va durar hasta 1825. Por otro lado, la Guerra
    contra la Confederación Perú-Boliviana,
    permitirá el ascenso del componente identitario, dentro de
    la historia
    política del Estado. En otras palabras, la guerra se
    convertiría en un "solidificador de las sociedades
    políticas
    ".

    El presente análisis, se estructura en dos fases de
    observación. Un primer periodo, que abarca desde la Guerra
    de la Independencia hasta la Guerra hasta el asesinato de
    Portales. El segundo análisis, abarca desde la Guerra
    contra Confederación Perú-Boliviana y la Batalla de
    Loncomilla. En todo ellos, la intensidad de la relación
    entre la figura del Estado y las armas fue bastante notoria y
    significativa. El objetivo, es describir la formación del
    estado desde la perspectiva de la guerra e influencia militar,
    tomando como vértices del análisis
    bibliográfico dos frases claves: Chile como "una
    tierra de
    experiencias de guerra
    " (argumento de Góngora) y donde
    el origen y consolidación institucional del siglo XIX se
    forjó bajo "el yunque de espada".

    EL CENIT PORTALIANO:
    De la inestabilidad post-mortem del régimen colonial a la
    bayoneta de Cerro Barón.

    La guerra de la Independencia, fue un periodo de prueba
    para el embrionario Estado Chileno que emergía en los
    campos de batalla desde 1813. Desde la formación de la
    junta en 1810 hasta el triunfo patriota en Maipú, se
    enmarcan en el deseo de organizarse; de establecer un modelo
    institucional propio. La respuesta realista ante el deseo de
    emancipación y autoorganización chileno, fue de no
    tolerar la subversión.

    A pesar de la oposición realista, el proyecto
    independentista se impuso, y la primera figura institucional que
    emerge luego del triunfo patriota de 1817 en la Batalla de
    Chacabuco (y que sienta las bases políticas de la naciente
    administración), fue la Declaración
    de la Independencia, la que representa el abandono oficial de la
    experiencia administrativa española. Sin embargo,
    consolidado el ideal emancipatorio, por medio de la Batalla de
    Maipú en 1818, existe una sensación general de
    inseguridad
    ante el nuevo escenario político que emerge luego del
    triunfo de las armas patriotas. Como bien señala un
    observador de la época, se visualiza a Chile como un
    Estado "que ha vuelto a la infancia de
    manera forzada, que se encuentra sin navegación, comercio ni
    industrias
    ". A pesar de lo anterior, este periodo marca el inicio
    de un proceso de
    organización del orden republicano que se refleja en la
    publicación del proyecto de Constitución Provisoria
    para el Estado de Chile de 1818, "sancionado por la unanimidad
    de los electores de la época, que representan a los
    chilenos desde Copiapó a Cauquenes
    ".

    Lo que vivía Chile, no era un proceso aislado.
    Con las consolidaciones de los distintos procesos de
    Independencia a lo largo del continente sudamericano, éste
    mismo dejaba de ser políticamente un continente con sello
    de gobiernos coloniales, y a medida que los territorios iban
    siendo liberados de la Corona Española, urgía
    instalar nuevas estructuras
    institucionales. De este modo, se iniciaba una de las etapas
    más arduas y ásperas posteriores a las batallas
    finales de la Independencia, ya que las estructuras coloniales
    habían desaparecido y era necesario organizar a las nuevas
    naciones, como también encontrar un nuevo equilibrio
    intercontinental y regional "en las dilatadas comarcas
    devastadas por la lucha armada, conmovidas socialmente,
    desprovistas de los más elementales recursos
    económicos
    ". Al respecto, Jaime Eyzaguirre se muestra bastante
    pesimista en su análisis, donde señala que "el
    espíritu de los Cabildos arrancaría a América
    de la Madre Patria para conducirla en breve a la propia
    desintegración. La independencia
    política iba a conquistarse con mucha sangre y
    sacrificando la comunión del cuerpo y del espíritu.
    Así partida América en veinte pedazos y con un
    sinfín de recelos y susceptibilidades lugareñas,
    acabaría lanzándose por una senda cargada de
    incertidumbres y amenazas".
    Este es el escenario en que se
    encuentra Chile en términos políticos
    (incertidumbre) y militar (los significativos triunfos patriotas
    de Chacabuco y Maipú).

    A partir de 1818 la unidad política en torno a un
    proyecto aglutinador de Estado-Nación se verá
    confusa, incierta e inestable. Es decir, personajes de forja
    militar y de estilos "caudillescos" como O´Higgins, Freire
    y Pinto, operaban como fuerzas disgregantes (dentro de la misma
    clase
    dirigente) en torno a la instauración de un sistema de
    gobierno estable que reemplazara al antiguo orden colonial. Lo
    que establecía O´Higgins en cuanto a gobierno
    Político era derribado y reemplazado por Freire, y
    éste a su vez era desplazado por Pinto. De cierto modo, la
    influencia de estos personajes constituían diques a la
    integración de un orden nacional, ya que la
    tarea de conciliar los intereses divergentes, y los
    enfrentamientos internos entre facciones, era de enorme
    complejidad, e iba a recorrer toda la década del veinte.
    Así, una vez liberado el territorio chileno de
    españoles en abril de 1818, Bernardo O´Higgins
    organizó la naciente república aplicando un
    autoritarismo progresista, pero fracasó enfrentado por los
    grandes terratenientes (quienes se hacían representar por
    un hombre de
    armas como Freire). Tras estos intentos de organización
    política, el país conoció una experiencia
    federalista, que rápidamente desembocó en una
    situación de crisis ante la
    rivalidad entre los dueños de la tierra (la
    clase dirigente) y las pequeñas burguesías urbanas.
    Esto provocó que el abandono del proyecto federalista. En
    otras palabras, estos procesos de creación de pilares
    políticos del prematuro Estado, enmarcado en los proyectos de
    connotados militares, o bien, en los ensayos
    constitucionales como el de Mariano Egaña en 1823 o el
    Federalista de 1828; ellos representan un entramado de
    "momentos republicanos", de expresiones de deseo de
    organización política, que las armas habían
    consolidado desde 1813 (con la expedición de
    Pareja).

    Sin embargo, no es menor, el peso de estos personajes de
    armas como O´Higgins, Freire, y más tarde, Prieto y
    Bulnes. Ellos concibieron programas
    políticos que le permitiesen dar a Chile gobernabilidad e
    institucionalidad. Para O´Higgins, por ejemplo, la
    solución era el establecimiento de un gobierno
    autoritario, una dictadura, la
    que se fue quedando si base de apoyo. Freire, emerge como el
    personaje que le desea imprimir el componente pipiolo y liberal a
    la forma de gobierno del Estado, reflejado en la significativa
    cantidad de ensayos constitucionales de la época. La
    indisciplina terminó por resquebrajar su obra. En el caso
    de Prieto y Bulnes, es hablar de cierta manera del régimen
    portaliano. A pesar de las diferencias, todos ellos
    "concibieron su misión
    fundamental como la formación y consolidación
    posterior de un estado libre, independiente y soberano
    ." En
    otras palabras, son el reflejo de la síntesis
    entre la espada y el deseo político de una
    institucionalidad de gobierno.

    Es en este contexto, en el cual se insertan las demandas
    de organización del Estado, donde numerosos autores
    enmarcan la figura de Diego Portales (se diría su contexto
    de acción). Desde la visión de Mario Góngora
    y Alberto Edwards, es el personaje que permitiría encauzar
    el orden y contener las pugnas de la clase dirigente en cuanto
    organización del poder
    político en el naciente territorio. Lo destacable, es
    dentro de la perspectiva de estos autores; en cuanto que sin ser
    un militar asume las funciones de
    gatillador del orden y organización del Estado Chileno.
    Visión opuesta, encontramos en Villalobos, quien afirma
    que Portales nunca forjó una institucionalidad ni fue un
    creador de orden, sino que instrumentalizó la
    búsqueda de organización política para
    garantizar su interés
    privado. Sin embargo, el análisis de esta revisión
    busca visualizar la relación en Portales, el Estado y los
    conflictos del periodo.

    Si fijamos el foco de orientación desde la
    perspectiva de Edwards y Góngora, es posible identificar
    el ideal político de gobierno portaliano en una de las
    cartas
    enviadas a José Miguel Cea en 1822, donde señala la
    inviabilidad de un modelo democrático como el
    norteamericano en países latinoamericanos, y del cuidado
    que hay que tener de la influencia internacional de los Estados Unidos.
    Al respecto expresa: "Estados Unidos reconoce la independencia
    americana, pero cuidado con salir de una dominación para
    caer en otra. Hay que desconfiar de esos señores que muy
    bien aprueban la obra de nuestros campeones de la libertad, sin
    habernos ayudado en nada. Puede ser la conquista de
    América no por las armas, sino por la influencia en todas
    las esferas
    ". Con relación a la inviabilidad del
    modelo democrático señala en esa carta: "La
    democracia que
    pregonan esos ilusos, es un absurdo en los países
    americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de
    toda virtud, cuando es necesario establecer una buena
    república. La monarquía no es tampoco el ideal americano,
    salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué
    se gana?. La república es el sistema que hay que adoptar,
    un gobierno fuerte, centralizado, cuyos hombres sean verdaderos
    hombres de virtud y patriotismo, y así enderezar a los
    ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se
    haya moralizado, que venga el gobierno liberal, libre y lleno de
    ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos
    ". Es una
    crítica
    al desorden de la década del veinte, donde participan
    personajes de estampa militar.

    Desde la perspectiva de Edwards, la clave en el orden
    portaliano es la clase dirigente, la cual por más de
    veinte años va estar quieta, obediente, dispuesta a
    prestar apoyo desinteresado y pasivo a todos los Gobiernos, que
    permitirá establecer el proyecto político de
    país que buscaba para poder organizar a la nación.
    Sin embargo, antes y después de ese milagro, la historia
    política del Chile independiente es la de una fronda
    aristocrática siempre hostil a la autoridad de
    los gobiernos, y veces en abierta rebelión contra
    ellos.

    Sin embargo, el elemento revelador en este
    análisis, es que la clase dirigente (la fronda) nunca fue
    guerrera y tampoco lo ha sido nunca. A diferencia de la reducida
    y nada opulenta sociedad
    pencona, la cual vivía en estrecho contacto con los jefes
    del ejército. Mario Góngora, al respecto
    añade, que el país "del
    Bío-Bío
    " era un país militar de
    importancia decisiva y fundamental, que caracterizaba a la
    imagen de
    Chile como país de guerra, con relación al
    país pacificado de La Serena y Santiago. La clase
    dirigente, la llamada Fronda, no estaba constituida en las armas
    sino en la tierra, en la hacienda, ya que la experiencia de
    guerra está ausente en ella. En términos de
    Edwards, habría una rivalidad y paradoja entre
    "civilidad y la espada" respecto de la organización
    del Estado; en la manera de hacer política en la
    embrionaria nación. Puesto que cuando, el peso de la
    "civilidad" en las decisiones de la configuración
    de los pilare organizativos, no lograban imponerse por la
    civilidad, era necesario recurrir los hombres de armas. En otras
    palabras, habría una estrecha y paradójica
    relación entre armas y espada respecto de la
    organización del Estado, antes de la llegada de Portales,
    el cual paradójicamente, debió recurrir a la espada
    y el rifle, para imponer su modelo organizativo.

    Lo que deseaba Portales era restaurar material y
    moralmente la monarquía, no en su principio
    dinástico (no como sucesión por vínculos de
    sangre, si eventualmente, a través de elecciones de jefes
    de gobierno por vía de sufragios "universales"),
    sino que en sus fundamentos espirituales como fuerza
    conservadora de orden y de las instituciones.
    El mismo Edwards refuerza lo anterior al señalar que lo
    que hizo Portales fue crear una "religión de Gobierno"
    (Un gobierno respetado por su autoridad, inmutable, superior a
    los partidos y prestigios personales), basada en una
    "reacción colonial" núcleo de su sistema
    político, es decir, el restablecimiento del principio
    colonial monárquico, pero de carácter impersonal y sin vínculo de
    sangre; así el Gobierno "no debe estar vinculado a
    nadie, y mucho menos que a nadie, a él mismo
    ". Se
    reposaba en una fuerza espiritual orgánica que
    había sobrevivido al triunfo de la Independencia: "el
    sentimiento y el hábito de obedecer al Gobierno
    legítimamente establecido
    ". Pero para llevarlo a la
    práctica, había que hacer surgir del caos
    revolucionario un gobierno improvisado, que inspirase desde un
    principio una la veneración religiosa; es decir, que
    motivara una restauración moral del
    país años de anarquía, que tendiera un
    puente que restableciera la tradición
    interrumpida.

    Para lograr esto, desde la perspectiva de Portales,
    debía eliminar toda oposición a su proyecto
    político de organización y orden del Estado,
    personificado en la figura de Freire. De este modo, se vale de
    las armas y en la Batalla de Lircay de 1830 consuma "una
    revolución
    dentro de la revolución
    ". Consolidado el triunfo, es
    interesante observar, que organiza la Guardia Nacional sobre el
    modelo de las milicias de la Colonia (elemento que expresa su
    ideal de rescate de la herencia colonial
    en cuanto a sistema de gobierno); "con lo que la sociedad
    queda jerárquicamente armada frente a una posible
    resurrección del caudillaje
    ". La batalla misma de
    Lircay marca un importante hito en el Chile de comienzos de la
    década del treinta, ya que por orden de Portales, se hizo
    silencio en torno a esta batalla fraticida, para que el
    régimen de 1830 surgiera de "la libre voluntad de los
    pueblos
    ". La derrota de Freire en Lircay, marca un periodo de
    acelerada evolución institucional.

    Bajo el mismo análisis de Edwards, Portales
    designa al general Prieto, jefe del ejército vencedor de
    Lircay, como Presidente de la República, por iniciativa y
    bajo protección del mismo estadista. Sin embargo, es
    paradójico, ya que es un personaje que
    representaría las armas, pero a su vez, la impersonalidad
    del gobierno buscado por Portales. Así, Portales en
    septiembre de 1831 había llegado a la cumbre de su poder,
    al consolidar, desde la visión de Alberto Edwards, la
    formación del "Estado Portaliano". Simon Collier,
    señala que esta alianza política- militar entre
    Portales y Prieto, permitió que Chile se ganara una
    reputación única en Hispanoamérica por la
    estabilidad política y la continuidad institucional,
    subrayando el rol del general en este proceso histórico.
    Collier, afirma que Prieto fue revestido con la inmensa
    autoridad, casi monárquica, que le fue conferida por la
    Constitución de 1833.

    Mario Góngora, afirma que hacia 1830 surge un
    gobierno fuerte, extraño paradojalmente al militarismo y a
    los caudillos de los tiempos de la Independencia, que proclama en
    la Constitución de 1833 que Chile es una república
    democrática representativa, pero carente de la virtud
    clásica del republicanismo, para ser gobernada
    autoritariamente con celo en el bien público. Desde esta
    observación, establece una distinción respecto del
    análisis de Edwards en cuanto la impersonalidad y
    abstracción del gobierno del "Estado Portaliano".
    Góngora en este sentido, piensa que en Portales "el
    principal resorte de la máquina
    " es lo que llama en
    sus cartas "los buenos" y "los malos". Los primeros
    serían los hombres de orden, los hombres de juicio y que
    piensan; son hombres de conocimiento
    de juicio, de notorio amor al
    país y de las mejores intenciones. Los segundos, sobre
    quienes debe recaer el rigor absoluto de la ley, son los
    "forajidos", los "lesos y bellacos", aludiendo sin duda a los
    pipiolos y los conspiradores de cualquier bando. Esto se ve
    reforzado en una carta enviada por Portales a Joaquín
    Tocornal en 1832, donde se refleja este deseo de virtud que debe
    existir en el modelo de "Estado Portaliano": "En cada
    resolución se dará un gesto de
    justificación, de imparcialidad, de orden, de respeto a la ley,
    que insensiblemente irá fijando una marcha conocida en el
    gobierno; y así vendrá a ganarse el acabar de poner
    derrota a la impavidez con que en otro tiempo se
    hacía alarde del vicio, se consagraban los
    crímenes, y ellos servían de recomendación
    al gobierno, minando así los cimientos de la moral
    pública, y rompiendo todos los vínculos que
    sostienen a todos los hombres reunidos
    ". Para Sergio
    Villalobos, crítico de la postura épica de
    Portales, afirma que el principal "resorte de la máquina"
    es la voluntad y la dureza de los hombres de gobierno y del
    sector social que representaban.

    Por otra parte, Góngora concuerda con Edwards
    respecto de la centralidad y orden que debía irradiar el
    sistema portaliano hacia la sociedad, pero considera que la
    institucionalidad creada tras la Batalla de Lircay, debía
    apoyarse en una clase dirigente. Esta clase debía estar
    sujeta obedientemente al gobierno, por el propio interés
    en el orden público. Esta relación de
    cooperación y sometimiento, impediría la
    impersonalidad del gobierno, ya que aristocracia terrateniente
    (clase dirigente), debe responder a un gobierno claramente
    definido en su ideal de conseguir el orden
    público.

    En el plano internacional, el "Estado Portaliano"
    se ve enfrentado a la amenaza de la Confederación
    Perú-Boliviana de Santa Cruz. Ella emerge como la
    única rival capaz de derribar al sistema institucional
    levantado por Portales desde el triunfo de Lircay. Lo anterior,
    queda reflejado en el temor que siente el estadista sobre de la
    Confederación, en la carta enviada
    a Blanco Encalada de 1836. En ella señala que "la
    posición de Chile frente a la Confederación es
    insostenible. No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el
    gobierno, porque ello equivaldría a un suicidio. Esos
    dos estados siempre serán más que Chile en todo
    orden de circunstancias y cuestiones
    ". Agrega que "la
    Confederación debe desaparecer para siempre jamás
    del escenario de América. Por su extensión
    geográfica; por sumador población de raza blanca; por sus riquezas;
    por el dominio que la
    organización trataría de ejercer en el
    Pacífico; por el mayor número de gente ilustrada de
    la raza blanca, muy vinculada a las familias de influjo de
    España
    que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia
    de sus hombres públicos; por todas estas razones la
    Confederación ahogaría a Chile antes de muy
    poco
    ". Es interesante comentar, desde la perspectiva de Jorge
    Larraín, que el discurso
    encendido de Portales, sumado a la experiencia misma de la
    guerra, conlleva a que el conflicto contra la
    Confederación Perú-Boliviana se manifieste como uno
    de los tres pilares del surgimiento de la identidad chilena
    impulsada por las guerras; los otras dos, son la Guerra de Arauco
    y la Guerra del Pacífico.

    La Confederación amenaza la estabilidad del
    sistema institucional y político chileno. Portales en sus
    cartas afirma que la clave está en la virtud: "La
    conquista de Chile por Santa Cruz no se hará por las
    armas…pero intrigará a los partidos, avivando los odios
    parciales de los O´Higgins y Freire, echándolos unos
    contra otros
    ". Es decir, Portales teme que los esfuerzos de
    instalar un sistema institucional centralizado y fuerte, basado
    en hombres virtuosos, sea corrompidos por las influencias de
    Santa Cruz, y provoquen el colapso. Por ello, la única
    solución es la derrota militar de la Confederación,
    y por ello se ve reflejado en su carta a Blanco Encalada: "Las
    fuerzas navales deben operar antes que las militares, dando
    golpes decisivos. Debemos dominar para siempre el
    Pacífico; esta debe ser su máxima ahora y
    ojalá fuera del Chile para siempre. Las fuerzas militares
    vencerán por su espíritu nacional, y si no
    vencerán contribuirán a formar la impresión
    de que es difícil dominar a los pueblos con
    carácter
    ". De lo anterior, es importante analizar dos
    puntos: el dominio del Pacífico y el espíritu
    nacional. Respecto del primero, se visualiza que todo estado
    chileno fuerte y centralizado debe ser potencia
    terrestre y marítima, esta última, reflejada en el
    dominio del Pacífico. El mismo Góngora al respecto,
    señala que es posible "que nunca haya sido vista con
    tanta claridad el destino de Chile, y a ese horizonte
    histórico de Portales corresponde precisamente la
    expansión territorial y la expansión comercial
    marítima de Chile en el siglo XIX
    ". El segundo punto,
    tiene que ver con el espíritu nacional. Portales, llama a
    imponerse sobre la Confederación desde la identidad
    chilena; desde el espíritu guerrero heredado desde las
    guerras de la Independencia. Góngora, corrobora lo
    anterior, cuando afirma que cada generación del siglo XIX
    vivió una guerra: guerras de la Independencia, guerra
    contra de la Confederación, guerra del Pacífico, y
    la guerra Civil de 1891. Sin embargo, Portales no alcanza a
    contemplar el triunfo chileno, pues muere asesinado antes de que
    la primera expedición militar zarpe del puerto de
    Valparaíso con la finalidad de enfrentar a la
    Confederación.

    Al respecto, Villalobos afirma que desde que Portales
    había asumido la dirección política y gubernativa en
    1830, las conjuraciones para derrotarlo se habían sucedido
    unas tras otras, formando un cuadro de permanente inestabilidad y
    preocupaciones, distando mucho de la tranquilidad atribuida a
    este periodo por Edwards. En este sentido, describe una ola de
    conspiraciones militares como la del capitán José
    María Labbé en 1831; la del comandante
    Joaquín Arteaga en 1833; la expedición de Freire en
    1836; la conspiración en el ejército del sur en
    1837. Todas ellas, reflejan un desequilibrio de la
    relación entre espada e institucionalidad. La
    última conjura tuvo una larga preparación, y estuvo
    encabezada nuevamente por militares, como lo fue el coronel
    José Antonio Vidaurre, en momentos de que las tropas
    debían preparar su lucha contra la Confederación.
    El argumento de los conspiradores, era que Portales personificaba
    un gobierno tiránico que atropellaba los fundamentos de la
    libertad y era el causante de arrastrarlos a una guerra no
    justificada. El ministro fue apresado, y en el Cerro
    Barón, el sargento Santiago Florín, con un grupo de
    soldados, le dio muerte a punta
    de proyectiles y bayonetazos.

    Resulta paradójico, que el ascenso de Portales a
    un sitial protagónico en la creación de una
    institucionalidad "moderna", sea por medio de las bayonetas de
    Lircay; y termine siendo asesinado por las mismas en el Cerro
    Barón. La fórmula "civilidad y espada", o en
    otras palabras, "institucionalidad estatal y espada"
    persiste sin ninguna modificación, independiente de la
    visión tanto de Edwards, como su opuesta, la de
    Villalobos.

    VISIONES CAMBIANTES:
    De una guerra forjadora de identidad a la revolución del
    último patriota.

    Si se remite a la lectura del
    manifiesto de los conspiradores encabezados por Vidaurre, uno de
    los motivos del alzamiento contra Portales, era la
    identificación declara guerra contra la
    Confederación Perú-Boliviana, como un
    acontecimiento injustificado e indeseado: "el proyecto de
    expedicionar sobre el Perú y por consiguiente, la guerra
    abierta contra esta república, es una obra forjada
    más bien por la intriga y la tiranía, que por el
    noble deseo de reparar agravios a Chile, pues aunque
    efectivamente subsisten estos motivos, se debía procurar
    primeramente vindicarlos por los medios
    incruentos de transacción y de paz, a que parece dispuesto
    sinceramente el mandatario del Perú
    ".

    El propósito de los conspiradores no se
    cumplió, y la expedición militar encabezada por
    Blanco Encalada zarpó con destino a las costas del
    Perú. La indignación frente al asesinato es de tal
    magnitud, según Carlos Molina, que "de impopular, la
    guerra pasa a constituirse en la aspiración más
    profunda de cada chileno
    ". Francisco Antonio Encina, destaca
    la inesperada reacción del pueblo chileno, que a la postre
    iba a decidir la contienda. Señala que "artesanos,
    empleados y jornaleros abandonaban sus hogares y sus ocupaciones
    para pedir un puesto cualquiera en el ejército, resueltos
    a reintegrarse a su régimen de vida normal después
    de cumplido el deber
    ". En términos del análisis
    de Larraín, la guerra contra la Confederación,
    señala el primer indicador de identidad
    nacional, el cual fortalecería los pilares de
    institucionalidad y gobernabilidad.

    Manuel Bulnes, ante la firma del Tratado de Paucarpata,
    que significó una tratado de paz del ejército de
    Blanco Encalada con la Confederación sin derramar una bala
    y que causara revuelo en el país, encabeza un nuevo
    ejército contra los ejércitos de Santa Cruz. Se
    suceden los Combates de Guías y del Buin, el Combate Naval
    de Casma; y finalmente la Batalla de Yungay, que corona el
    triunfo de las tropas chilenas de Bulnes sobre la
    Confederación. La última batalla consolidó
    la imagen del pueblo triunfante, y el arquetipo del "roto
    chileno", como artífice del triunfo en la Batalla de
    Yungay, que no escatimaba oportunidad en combate de sacrificarse
    por su patria. Tal como afirma Benedict Anderson: de ofrendar su
    vida.

    Encina, afirma que a Bulnes, como el personaje vencedor,
    se lo convirtió en héroe, despertando enorme
    admiración en el país. La única recompensa
    que pidió, fue el de reincorporar a los derrotados en
    Lircay y la reposición del grado y honor a
    O´Higgins. El general vencedor de Yungay, en 1841, asume el
    cargo de Presidente de la República, sucediendo
    Joaquín Prieto, quien luego, del triunfo del
    Ejército Restaurador, se encargó de organizar la
    hacienda pública y de retornar a la normalidad
    institucional, suprimiendo los consejos de guerra de 1837. Es
    decir, se mantiene esta fuerte relación entre la
    política organizativa de Estado desde la influencia de las
    armas. El ganador de Lircay y de Yungay, asumen como
    líderes políticos de joven Estado.

    El gobierno de militar, miembro de la clase dirigente de
    Concepción, se destacó por ser un periodo de
    expansión, de avances, progresos, bonanzas y vida
    intelectual; fueron tiempos de prosperidad del trigo, de la
    llegada de Ferrocarriles y la explotación de las mineras.
    Por otra parte, a partir del gobierno de Bulnes se comenzó
    un plan de
    formación de la marina de guerra. Se constituyen cuadro de
    oficiales y de una escuadra permanente, y cuyo primer comandante
    general fue el ex –Presidente Prieto.

    Sin embargo, es menester analizar la tradición
    portaliana que significaba la figura de Bulnes en la cima del
    poder del Estado. Portales había frenado el caudillaje en
    1830 con una hábil táctica política; la de
    su empeño en poner a la cabeza del gobierno del
    país a un general pencón, pues no ignoraba que la
    sociedad pencona era temible, en cuanto estaba vinculada a los
    generales del ejército de la frontera,
    algunos de ellos aristócratas y grandes terratenientes.
    Tal como señala Edwards: "Desde la Independencia,
    Concepción hubo de ser escuchada
    ". De esta manera, por
    más de veinte años la sociedad política de
    Santiago, administró y configuró las bases
    políticas bajo el amparo de la
    "espada de Penco".

    A principios de la
    década del cincuenta, por un lado, se intensificaban los
    antagonismos entre el gobierno y los opositores liberales. Por
    otro, concluía el decenio de Bulnes y debía
    elegirse el candidato del gobierno, que por tradición
    portaliana, tendría que ser un militar miembro de la
    sociedad pencona; eventualmente el conocido actor de los
    principales hechos bélicos desde la Independencia hasta
    Yungay: el General José María de la Cruz. Sin
    embargo, arrastrado por las decisiones partidarias del grupo
    conservador más duro, el Presidente Bulnes se inclina por
    Manuel Montt como futuro candidato oficialista a la presidencia,
    quebrando el equilibrio "espada/política".

    La situación entró en una espiral de alta
    complejidad. La clase dirigente percibió que este era el
    momento de retomar su papel decidor como el que poseía
    antes de 1830, y esperaban usar a al general de Concepción
    tal como usaron a Freire en la década del veinte.. Por
    otra parte, los ciudadanos de Concepción, en febrero de
    1851, proclamaron a De La Cruz como candidato
    independiente.

    El conflicto que desembocó en la Batalla de
    Loncomilla, fue generado específicamente en la
    no-aceptación por parte del general De La Cruz, del
    triunfo abrumador de Montt en las elecciones, y la
    organización de un ejército oficialista al mando de
    Bulnes, dispuesto a frenar la insurrección contra el
    gobierno conservador:

    "Al llegar a las inmediaciones de Reyes, Bulnes
    captó el panorama táctico, y de acuerdo a sus
    jefes, se decidió dar la batalla no obstante haberse
    frustrado la sorpresa. Envió una columna con la orden de
    flanquear la derecha enemiga y tomarle a toda costa la espalda.
    García debía entretener la batalla por el frente
    con el resto de la infantería y la artillería. Mas,
    en vez de acatar la orden explícita, desplegó este
    jefe sus tropas en guerrilla, señalándoles como
    objetivo la captura de las casas. Los crucistas se defendieron
    con vivísimo fuego, que no logró, sin embargo,
    frenar a los atacantes. El campo quedó sembrado de
    cadáveres.

    Mientras en el centro se consumaba la matanza,
    Baquedano, con el propósito de salvar la batalla ya
    perdida y sin parar mientes en los profundos barrancos que
    tenía por delante, ordenó una carga general en
    masa. Los 900 jinetes se precipitaron como un alud. Los primeros,
    al llegar al barranco de Barros Negros, empujados por los
    inmediatos seguidores, cayeron al fondo en confusos montones de
    hombres y caballos. Bulnes conocía palmo a palmo el
    terreno, de suerte que pasó por el espacio libre y
    acuchilló a mansalva a las masas arremolinadas de la
    caballería enemiga. La carga estuvo a punto de costar la
    vida al general. La lanza de un soldado cruciata pasó a
    pocos centímetros de su
    vientre.

    Poco después de las 11 de la mañana,
    luego de cuatro horas de rudo combate, De la Cruz había
    perdido toda la caballería y casi un 30% de la
    infantería. Los restos se replegaron en las casas de
    Reyes. Toda resistencia era
    inútil. No tenían víveres ni municiones. La
    rendición había de producirse fatalmente antes de
    48 horas. Pero la tropa gobiernista embistió frontalmente
    contra los muros erizados de fusiles de las casas de Reyes,
    perdiendo en tres horas el 30% de los efectivos. Durante cuatro
    horas se repitieron los ataques. Sordos y ciegos, caían
    ahora dos o tres por cada defensor abatido. Poco después
    de las tres de la tarde se agotaron, al fin, las fuerzas
    sobrehumanas…"

    Desde la perspectiva de Edwards, el pronunciamiento del
    ejercito de sur, encontró a un país indiferente, y
    "el genio de Portales combatió en Loncomilla al frente
    de los cuerpos cívicos improvisados que él mismo
    creara. Desde su tumba asestó aquel último golpe al
    caudillaje
    ." Desde la visión de Maurice Zeitlin, la
    guerra civil de 1851 (junto con la de 1859), tendrá una
    significativa importancia en la contribución y avances de
    las libertades civiles y los derechos políticos en
    Chile. Desde la perspectiva de análisis inicial, en cuanto
    a la relación entre política y espada, la Batalla
    de Loncomilla, se configura en el enfrentamiento entre dos
    espadas patriotas, donde la ganadora, no es ninguna de ellas,
    sino que la institucionalidad del Estado. Es decir, desde las
    guerras de la Independencia se venía dando un equilibrio
    entre espada y política, orientado a obtener un beneficio
    común. Con el resultado "incierto" de Loncomilla (dato
    revelador, ya que los dos generales se proclamaron vencedores),
    se rompe el equilibrio entre la espada y la política, en
    cuanto organización de los pilares del Estado (que no
    volvería repetirse hasta 1891). Por el contrario, la
    importancia de la guerra en la dimensión nacional
    identitaria, heredada de la Batalla de Yungay, permanece estable.
    Reflejo de ello, el sentimiento nacionalista en la Guerra contra
    España de 1866 y la Guerra del Pacífico,
    análisis que merecen investigación aparte.

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     CHRISTIAN OROS NERCELLES

    Santiago, Diciembre del 2004

    Director de Estudios

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