- Abstract
- Los otros dominados en tiempos de
Indias - Libertad, ¿para
quiénes? - Salvajismo, barbarie,
civilización. Otra inmigración
europea - Nuestros vecinos inmigran pero
no son inmigrantes - El sur
compartido - Ideología e
integración - Ideología, sociedad
y escuela - Paternalismo,
educación, integración - Paternalismo
indigenista - Notas
(AMÉRICA LATINA-DISCRIMINACIÓN-GRUPOS
ÉTNICOS-PATERNALISMO-DISCRIMINACIÓN EN LAS
ESCUELAS)
El artículo repasa las relaciones entre los
blancos de la sociedad dominante en América
y Argentina y las restantes etnias, a lo largo de quinientos
años de historia, en lo que
constituye el proceso de
construcción de identidades, realizado
simultáneamente en dos escenarios: el de la sociedad
indiana y nacional y el del sistema
educativo argentino.
Señala las contradicciones entre los discursos y
las prácticas sociales en cada uno de esos ámbitos,
desnudando las verdaderas intenciones y resultados del accionar
público, sobre todo en relación a los migrantes
fronterizos, por comparación con los europeos.
Finalmente, recala en las contradicciones existentes en
el tratamiento escolar de las diferencias étnicas y
cómo con frecuencia las intervenciones de los docentes se
convierten en reforzadoras de la dominación y la
discrimianción.
LOS
OTROS DOMINADOS EN TIEMPOS DE INDIAS
Si bien los historiadores no se han puesto de acuerdo
respecto a la magnitud del poblamiento originario de nuestro
continente, al momento de la llegada de los españoles,
todas las investigaciones
serias concuerdan en que a partir de la Conquista española
comenzó un acelerado proceso de reducción
demográfica, de desintegración, estancamiento y
deculturación de gran parte de las culturas y
civilizaciones autóctonas.
Considerando la totalidad de América y no sus
partes, la causa inicial de aquel proceso fue la guerra
emprendida contra los indígenas. La superioridad militar
de los invasores, acompañada de grandes dosis de astucia e
inescrupulosidad, se impuso finalmente sobre un número
mayor de oponentes con los resultados de su exterminio masivo en
muchos casos y el sometimiento para los que sobrevivieron, lo
cual se tradujo en muchas partes en la desaparición
definitiva de etnias, comunidades y culturas.
Inmediatamente, los abusos a que fueron sometidos los
indígenas en las encomiendas y en las minas, su
reducción a la esclavitud, la
sobreexplotación en casi todos los lugares, las enfermedades y las
epidemias, y la consiguiente desarticulación de sus
comunidades y culturas agravó el proceso de violencia
ejercida contra ellas, continuando su disminución
demográfica para llegar también por esa vía,
en muchos casos, a su completa desaparición.
Simultáneamente, y desde un principio, blancos
españoles y nativos comenzaron a cruzarse sexualmente en
aquellos lugares donde entraron en contacto en condiciones de
dominación-subordinación, produciendo un nuevo tipo
biofísico y cultural: el mestizo, que no encajaba en
ninguna de las dos culturas que lo habían generado, y
cuyas posteriores relaciones con blancos e indios fueron
más o menos traumáticas según las
particulares características que revestía el
desarrollo de
las nuevas sociedades en
los distintos lugares de Indias.
En líneas generales, ese mestizaje fue
considerablemente mayor que el realizado entre los europeos no
españoles y los pueblos originarios de otros continentes.
Pero, particularizando por regiones de Indias o por países
con posterioridad a la Revolución
de Mayo, los resultados fueron muy diversos, entre otras
razones por las diferencias de magnitud del poblamiento
indígena precolombino de cada una de ellas, por las
particulares modalidades de los contactos entre españoles
e indios y por la variabilidad y duración de los grados de
violencia sostenidos entre ambos.
Si miramos en perspectiva esos primeros tres siglos de
dominación europea, el dato más relevante es la
dominación llevada a cabo por una sociedad constituida por
unos muy pocos hombres -y muchas menos mujeres- oriundas de
Europa, blancas y
católicas, sobre una cantidad imprecisa, pero seguramente
millonaria, de seres humanos y culturas caracterizadas por una
gran diversidad.
Desde el Norte hasta el Sur de América los
pobladores autóctonos fueron sometidos, explotados,
empobrecidos, deculturados, perseguidos y asesinados por
funcionarios, soldados, dignatarios de la Iglesia y
patrones blancos, pese a la legislación protectora de los
nativos y a la tenaz lucha de algunos pocos sacerdotes como
Bartolomé de las Casas y algunas órdenes religiosas
católicas.
Sin embargo, la posterior irrupción -primero de
contrabando y
luego legalizada- de los negros africanos, como mano de obra
esclava de los sectores dominantes de la población blanca, se llevó a cabo
por decisión de la propia Corona española, quien
les otorgó el status de cosas, o piezas de
ébano, como se los consignaba en los barcos negreros
ingleses que los traían de África. Su valor
económico, a tenor de la demanda,
echaba por tierra toda
consideración humanista acerca de su condición de
personas, todavía no reconocida en Europa ni siquiera por
la Iglesia Católica.
A diferencia de los indígenas, que fueron
declarados libres de derecho no obstante su triste
situación, era excepcional hallar negros libres en
América como no hubieran sido manumitidos por sus amos o
por haberse escapado refugiándose en zonas
inhóspitas, por lo cual (entre otras razones) las
órdenes religiosas tampoco se ocuparon de
ellos.
Esa misma causa, más un rechazo mucho mayor de
que fueron objeto por parte de indígenas y blancos,
dificultó en líneas generales su cruzamiento, por
lo menos con la intensidad con que aquellos lo practicaron entre
sí, siendo predominantemente endógamos durante todo
el tiempo en que
se practicó la esclavitud en América. Esto
último no impidió que las mujeres negras fueran
explotadas sexualmente por los hombres blancos, quienes si no se
casaban con una mujer de su mismo
origen preferían amancebarse con indias antes que con
aquellas.
La historiografía no abonada a la leyenda rosa de
la colonización española ha dejado incontestables
pruebas acerca
del sometimiento y explotación de los negros por parte de
los blancos, sobre todo en las plantaciones de zonas tropicales
del continente, lo que no puede ser relativizado por el registro del
trato más benigno dispensado a los esclavos
domésticos en muchos lugares de Indias, pues todos
estuvieron siempre situados en el escalón más bajo
de la escala
social.
En todo caso, y en grado diverso según los
lugares adonde fueron llevados, su presencia añadió
nuevas características a la estructura
social de Indias, estableciéndose en la sociedad
blanca española una rígida estratificación
bío-socio-cultural que perduró hasta después
de la Revolución
de Mayo.
Consecuente con la política de Felipe II
en España,
la Corona prohibió permanentemente la entrada en Indias de
toda clase de
asiáticos, tanto por razones raciales como religiosas,
como ocurrió con árabes y judíos,
semitas ambos y musulmanes y mosaístas
respectivamente.
Los ingleses tenían prohibido radicarse en
Indias; sin embargo, de hecho las reglas fueron más
elásticas tratándose de ellos, sobre todo a partir
del siglo XVIII y en la primera década del siguiente,
siendo Buenos Aires un
claro ejemplo de ello, como lo prueba el hecho de que muchos de
los soldados derrotados en las invasiones inglesas de 1806 y 1807
se quedaron definitivamente allí y bien pronto
formalizaron matrimonios con las hijas de las familias más
caracterizadas de la época, las cuales por esa
única vez no tuvieron en cuenta sus "linajes
innobles".
Los otros pueblos anglosajones también
tenían prohibida la entrada en Indias por razones
religiosas. Pero también la tuvieron muchos de religión
católica como los portugueses (salvo un breve
período entre fines del sigo XVI y comienzos del XVII),
los franceses, etc, en estos casos en razón del
exclusivismo con que se manejaban en la época las
relaciones entre metrópolis y colonias.
Hispanoamérica fue una sociedad multicultural
desigualitaria con tres culturas: la indígena o
autóctona, la blanca o caucásica de origen español
previamente teñida con sangres moras, y la negra
traída a la fuerza desde
África.
Los hombres y mujeres de piel blanca y
su cultura (la
cultura española) ocuparon el centro del escenario social
y establecieron con los hombres y mujeres indígenas y
negros y con sus respectivas culturas diversas relaciones de
dominación y de explotación que continuarían
en la etapa independiente. Indios y negros tenían en su
contra ser distintos a los blancos en materia de
color de piel y
de religión, lo cual justificaba por entonces su
reducción a los estados de servidumbre (de hecho) y de
esclavitud (de derecho).
A partir de 1810, la ruptura con España iniciada
en algunas ciudades y regiones americanas se fue convirtiendo
rápidamente en una guerra por la independencia
dentro de un proceso revolucionario continental que tuvo matices
comunes y diferentes según los lugares de que se
trate.
En todas partes, en líneas generales, luego de
una efímera convocatoria a las etnias originarias a
sumarse a la lucha contra los españoles, por lo
demás reducida a muy escasos lugares del continente,
apelando a los principios de
igualdad y
fraternidad entre criollos e indígenas, y de la
abolición de los servicios
personales de los indios (encomienda, mita y yanaconazgo),
éstos, y también los negros, pasaron a constituir
en todas partes el grueso de los ejércitos en combate.
Unos quedaron en las filas españolas, otros en las de las
nuevas naciones americanas.
Pero los indígenas nunca ocuparon los grados
elevados de la oficialidad de esos ejércitos ni tampoco
recibieron, una vez terminada la guerra contra España,
ningún reconocimiento oficial de los gobiernos nacionales
ni pensiones ni ayudas de ninguna clase, las que por otra parte
también les fueron negadas a los blancos pobres. La
sociedad civil
blanca tampoco los tuvo en cuenta. La nacionalidad
en ciernes en las nuevas unidades políticas
no los consideró, de hecho, como compatriotas.
Simultáneamente con las luchas en el frente
externo, los desencuentros dentro de la sociedad blanca dominante
de las nuevas naciones vieron a los indígenas nuevamente
en calidad de
soldados forzosamente reclutados y en ambos bandos en lucha. Una
vez más fueron "carne de cañón" de los
ejércitos en pugna. Cuando éstos eran licenciados
los que habían sobrevivido se convertían en parias
para la sociedad blanca.
Similar suerte corrieron los blancos pobres y los
mestizos en esa etapa. Y también los negros en aquellos
países donde habían llegado a tener una fuerte
presencia poblacional, tanto respecto de los blancos como en
ciertos lugares respecto de los mulatos.
Salvo este último ejemplo, no aplicable a nuestro
país por la escasa cantidad de esclavos existentes en el
virreinato del Río de la Plata, el proceso descripto
anteriormente se reflejó íntegramente entre
nosotros.
Una vez concluida la guerra contra España -a
excepción de Cuba-, y
mientras subsistían las guerras
civiles en casi todas partes, entre nosotros los pueblos
indígenas situados en las pampas bonaerenses sin
dueños, pobladas de vacas y caballos cimarrones, y que
habían permanecido al margen de la sociedad blanca,
prácticamente sin contactos con ella o bien con
esporádicos contactos cargados de violencia, comenzaron a
redoblar sus asaltos a las estancias para robar ganado y mujeres.
Muchos de esos robos implicaban el traslado de las reses a Chile
para ser vendidas a blancos del hermano país.
En la provincia de Buenos Aires, el estanciero Juan
Manuel de Rosas los contuvo
con una política de acuerdos, otorgamiento de cargos y
sueldos a los caciques y entrega de rebaños para que se
establecieran en sitios fijos, incluso en sus propias tierras,
con la misión de
servir de contención a su vez a otras tribus
empeñadas en el robo y posterior venta de ganado
de las estancias. Estrategia
similar a la llevada a cabo por Roma en las
marcas del Rin
con los pueblos que ellos llamaron bárbaros, los que con
el transcurso del tiempo se romanizaron al punto de que hasta
llegaron a tener emperadores de ese origen. Así fue como
durante veinte años prácticamente no hubo malones
en la línea sur bonaerense.
Pero luego del derrocamiento de Rosas -instigado por
Gran Bretaña- los malones indígenas contra las
estancias bonaerenses comenzaron a producirse con mayor
frecuencia y magnitud. Entonces, las autoridades porteñas
aplicaron contra ellos políticas totalmente distintas a la
de aquél, centradas en su aniquilamiento.
Desde entonces se difundió en Argentina, la menos
indígena, la más blanca de estas tierras
hispanoamericanas, una concepción según la cual los
restos de las culturas nativas representaban una rémora
para el progreso por considerarlas integradas por salvajes
incapaces de funcionar en la civilización, lo cual
significaba por entonces civilización blanca. En
consecuencia, se incrementaron las acciones de
guerra y exterminio masivo, seguidas de desplazamientos,
relocalizaciones y apropiación de las tierras que hasta
entonces habían ocupado.
Los nativos se habían convertido en un "problema"
para la sociedad dominante, "moderna" y "progresista", situada en
Buenos Aires. Paradójicamente, en la Argentina de la
segunda mitad del siglo XIX muchas tribus indígenas
enfrentadas con el ejército regular tenían en sus
tolderías mástil, bandera y un trompa con su
clarín, rechazaban los regalos de banderas chilenas
efectuados por el gobierno
trasandino y se identificaban expresamente como argentinos. Ellos
se sentían argentinos y querían ser considerados
como tales, y en definitiva eso era lo que eran aunque no
hubieran pretendido serlo. Pero la oligarquía no los
quería, prefería segregarlos, y promovía su
aniquilamiento.
El vocero más caracterizado y apasionado de esta
ideología y de su correlato político
militar fue Sarmiento, quien desde mucho antes y hasta bien
entrado en años dejara huellas imborrables de su pensamiento en
el libro, en el
periodismo y
en la correspondencia epistolar, consistente en aniquilar a los
indígenas en todas partes del mundo.
La razón para el desprecio y la exclusión
oligárquica fue la condición por ella atribuida a
los "salvajes" nativos (así como también a los
"bárbaros" gauchos) de ser
incapaces de razonamiento, de convivencia civilizada, y sobre
todo de progreso. En esos años, el desprecio, la exclusión
social, la persecución y el asesinato se fundaba en
prejuicios de origen racial, aun cuando detrás de ellos
siempre estuvo el interés
económico por desposeerlos y/o explotarlos. En cambio, para
sus descendientes que llegaron al siglo XX, incluidos los
inmigrantes indígenas de los países
limítrofes, el racismo
explícito e implícito de los blancos se
reforzó con la explotación económica, el
mismo tipo de explotación que le correspondió a los
blancos pobres -ya fueran criollos de piel blanca y origen
lejanamente español como los descendientes de los gauchos-
y a los mestizos del noroeste, del noreste o de la Patagonia,
muchos de los cuales con el transcurso del tiempo pasaron a ser
vistos como blancos por la pérdida gradual de los rasgos
predominantes de sus biotipos autóctonos.
Ese proceso de aniquilamiento fue emprendido desde
el Estado
mismo, especialmente entre la segunda mitad del siglo XIX y
comienzos del XX, por eliminación física de los
indígenas a cargo del ejército nacional y de los
terratenientes (blancos criollos o europeos), a pesar de contar
entre sus milicos y sus peonadas con mestizos y hasta con indios
mansos. De modo que en un mismo combate morían no
sólo los indígenas contra los que se llevaba la
guerra, sino también los "bárbaros" criollos, los
mestizos y los indios "salvajes" que revistaban en sus propias
filas.
La misma "solución final" para el problema racial
de los pueblos salvajes fue aplicada por la
oligarquía argentina con los negros cuando ya no
existía más la esclavitud legal, al enviarlos a
morir en la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, entre
1865 y 1871, donde se llevó a cabo el genocidio de
guaraníes, mestizos y blancos.
Simultáneamente, los restos del criollaje blanco
y mestizo que había poblado las provincias del interior y
especialmente las zonas de frontera con
el indio en la zona central del país, y que no
había sucumbido al genocidio desatado por los
porteños con posterioridad a la batalla de Pavón (y
aun antes) fue diezmado en la lucha territorial contra los
indígenas, concluida en el sur en 1885 en el Chubut, y en
el norte en la guerra del Chaco argentino y en las matanzas de
Jujuy en 1900.
Para entonces, la oligarquía ya había
tenido a los tres más grandes racistas y genocidas del
siglo XIX: Mitre, Sarmiento y Roca, todos Presidentes y Generales
de la Nación
devenidos en Próceres después de muertos: los tres
"próceres" más importantes de la oligarquía,
su verdadero núcleo duro.
En el norte argentino hacía ya muchas
décadas que los indígenas eran utilizados como semi
esclavos en los ingenios azucareros, en los algodonales y en las
explotaciones forestales, propiedad de
renombrados miembros de la oligarquía, unificándose
en estos casos el racismo y la explotación
económica sobre la base de las condiciones de desigualdad
social que conformaban la sociedad global instituida por el
Estado
oligárquico. Del mismo modo, luego de la
terminación del "problema del indio" los restos de las
etnias supérstites del sur argentino corrieron la misma
suerte en su condición de peones de estancias, pero en el
sur del sur, algunos aventureros europeos emprendieron a fines de
siglo una nueva cruzada particular de exterminio indígena
pagando un óbolo a sus sicarios por cada indio muerto
contra entrega de un par de orejas; pero como desconfiaban de
éstos al verse andar por allí muchos indios
desorejados subieron la recompensa a cambio de un pecho de mujer
india, con lo
cual se aseguraban de que murieran desangradas y al mismo tiempo
que disminuyeran los futuros nacimientos…
Un libro de lectura de la
escuela primaria decía allá por la década de
1920, dando cuenta de los resultados del proceso de
liquidación del indígena ocurrido en la segunda
mitad del siglo XIX, "… en nuestro país,
afortunadamente ya no queda ni un salvaje…", lo cual no era
exactamente cierto, pero sí lo era que para ese momento
había muchísimos menos indígenas que antes.
Seguramente que en muchas aulas de esa época, y en todo el
país, había alumnos indígenas, mestizados o
no, que tenían algún antepasado masacrado por el
ejército o por los patrones, pero ahora se vestían
como los blancos y hablaban en español. Para ellos
quedarían los peores trabajos de la sociedad, los
más sacrificados y al mismo tiempo los menos remunerados,
la pérdida de tierras comunitarias a manos de propietarios
blancos, la marginalidad
social, la pobreza, la
falta de salud, de
educación,
de justicia y de
justicia social. Pero aunque tuvieran apellidos y rasgos
indígenas, para entonces la oligarquía debió
aceptar que ya fueran irremediablemente argentinos.
Desde entonces, la sociedad blanca dominante de origen
lejanamente castizo, que ya no era totalmente blanca, y para nada
castiza, no ha tenido tanto prácticas explícitas de
discriminación racial como de discriminación económico social
ejercida contra las personas por su condición de pobres, o
por su status social. En todo caso, su racismo permanecía
oculto pero afloraba de vez en cuando por otras
vías.
La mezcla de los grupos indígenas con el torrente
étnico blanco, aun en condiciones de notoria desigualdad
social, comenzada en tiempos de los españoles, se
había extendido en la etapa independiente, al punto de
oscurecer en ciertas zonas de Argentina la tez de los pobladores
de origen español.
También el mestizaje ha sido también otra
vía para la constante pérdida de muchos elementos
de las culturas y las identidades indígenas, pero
éste no ha sido un fenómeno exclusivo de
éstas: lo mismo ocurrió con los restos de la
cultura gaucha y con las colectividades inmigrantes europeas de
fines del siglo XIX y comienzos del XX. Pero la diferencia con
éstos es que, durante cinco siglos a los indígenas
primero se los violentó, se los dominó y se los
desestructuró psicológica y culturalmente para
degradarlos después por medio de una tremenda
explotación económica que todavía
continúa.
Actualmente, y en líneas generales, los
indígenas no mestizados pero integrados en la sociedad
dominante corren la misma suerte que el sector más pobre
de los pobres no indígenas: la miseria y la marginalidad
social ya es consustancial a sus condiciones culturales de
existencia. En cambio, la situación de las pequeñas
comunidades indígenas que actualmente sobreviven en el
norte argentino es dramática. Formalmente integrados a la
sociedad en igualdad de condiciones que cualquier otro argentino,
como señala la Constitución Nacional, es decir, tan
sólo a nivel declarativo, son sobreexplotados
económicamente en los ingenios y obrajes igual que hace
cien años, son perjudicados de mil maneras, agraviados y
manipulados con fines electorales, sin solución de
continuidad desde el momento en que fueron vencidos y sometidos
por los blancos, a fines del siglo XIX, siendo la tendencia
irreversible la de su desaparición física y
cultural. En estos casos sobrevive la discriminación de
tipo racial reforzada por la económica y
social.
Haciendo una síntesis
anticipadamente, pues razones de espacio nos impiden desarrollar
en profundidad la historia de las relaciones entre la sociedad
blanca dominante y los grupos indígenas, y
abstrayéndonos de las características diferenciales
según tiempos y lugares, vemos que las mismas han
recorrido todas las modalidades que fuera dado imaginar: seudo
igualdad declarativa a comienzos de la dominación
española y a comienzos de la etapa independiente,
aniquilación masiva en tiempos de la Conquista
española, abandono e indiferencia por su suerte en
la primera mitad del siglo XIX, exclusión de la
identidad
dominante (española primero, argentina
después), racismo explícito,
segregación, otra vez aniquilación,
desplazamientos geográficos, esclavitud,
servidumbre, sobreexplotación laboral,
discriminación de todo tipo, desigualdad social, seudo
integración o integración
subordinada , deculturación, marginación, racismo
implícito, paternalismo, manipulación
política, etc, etc. Todas ellas modalidades del
ejercicio de la dominación, la expoliación y la
explotación de la sociedad blanca dominante sobre los
grupos étnicos autóctonos.
En la actualidad, la desigualdad y la injusticia social
que están a la base del sistema afectan a
los pueblos indígenas en todos los ámbitos de la
vida social: en lo político, lo económico, lo
social, lo cultural, y en la exclusión de género,
mucho más gravemente que al resto de la
sociedad.
SALVAJISMO, BARBARIE,
CIVILIZACIÓN.
OTRA INMIGRACIÓN
EUROPEA
El discurso
oficial porteño dominante en la segunda mitad del siglo
XIX en todo el país, caracterizaba como barbarie a la
población descendiente de españoles, estuviera o no
mestizada, que en líneas generales llamaremos gauchos o
paisanos, y que poblaba tanto el interior de Argentina como la
provincia de Buenos Aires y también la misma ciudad
homónima. Sus "defectos" eran la pobreza,
obviamente no debida a su propia voluntad, y su "incultura"
frente a los hombres "civilizados", de "buena familia",
propietarios de tierras y ganados, vinculados a la cosa
pública, al Estado, a los puestos públicos, a la
actividad mercantil, conocedores de que más allá
del océano existía un mundo superior al que se
podía acceder en la medida que se dispusiera de dinero, lo
cual ellos tenían en grado harto suficiente. Por esa
razón, los más conspicuos "civilizados"
aprendían el refinado idioma francés, propio de los
hombres cultos, y el inglés
de los hombres de negocios. Y
más tarde lo harían pasando largas temporadas en
esas lejanas y amadas tierras.
Asimismo, para los pueblos originarios estaba reservada
la categoría de salvajismo, "científica" en esos
tiempos. Esos pueblos avergonzaban a las élites blancas
dominantes de Buenos Aires y a algunas oligarquías
provinciales del interior del país. El darwinismo social
de fines del siglo XIX explicaba y justificaba su
liquidación en aras del Progreso, esa nueva deidad
fascinadora de todas las oligarquías
latinoamericanas.
A pesar del escaso poblamiento de nuestro territorio, la
oligarquía argentina pregonaba la sustitución de
"bárbaros" y "salvajes" argentinos preferentemente por
blancos europeos del norte de Europa. Pero el aluvión
inmigratorio provino de la baja Europa y no gozó de
condiciones de fomento por parte de los gobiernos de la
oligarquía ni pudo acceder en forma amplia a la propiedad
de la tierra,
como por su predominante condición de campesinos hubiese
sido dado esperar y ellos mismos anhelaban, conformándose
buena parte de ellos -los que no se afincaron en los pueblos y
ciudades para desarrollar oficios asalariados o artesanales- con
un destino de arrendatarios con escasas posibilidades de
acumulación y ascenso social. Como siempre, el suelo, el
espacio, una vez arrebatado a sus usufructuarios milenarios, no
podía ir a parar a manos de campesinos. El Progreso y la
Civilización exigían el latifundio como propiedad
sagrada de la oligarquía.
La magnitud del caudal inmigratorio trajo como
consecuencia un alto grado de mestizaje con la población
blanca nativa que transformó nuevamente el biotipo social
y fundamentalmente la cultura argentina. Pero a pesar de su gran
integración social y cultural a la sociedad dominante, no
quedó eximida del posterior rechazo ni de los prejuicios
raciales por parte de los sectores oligárquicos,
conservadores y liberales, repentinamente convertidos en
"nacionalistas" a comienzos del siglo XX.
Junto con aquellos inmigrantes, que finalmente no
satisficieron las expectativas forjadas por la oligarquía
en décadas anteriores, comenzaron a llegar inmigrantes
semitas (árabes y judíos), éstos
últimos provenientes sobre todo del este europeo,
conformando colectividades con alta integración en la vida
socioeconómica de aquellos tiempos, en condiciones
ventajosas comparados con la población criolla, con la
mestiza de larga data y con los restos de las culturas
autóctonas. En este caso, algunos sectores segundones de
la oligarquía y sobre todo del ejército, se
abroquelaron desde el nacionalismo
elitista y el tradicionalismo en el rechazo prejuicioso y
discriminatorio contra los judíos sobre la base de
planteos racistas, religiosos, ideológicos y
políticos, en consonancia con los nuevos aires que
soplaban en Europa.
Esas componentes, provenientes de la tradición
española y hoy emblemáticamente nazi-fascistas, se
instalaron fuertemente en la Argentina del siglo XX. Será
recién después de 1983 cuando comience a producirse
su rápida retirada, pese a lo cual pocos años
después se produjeron dos cruentos atentados terroristas
contra la Embajada de Israel en Buenos
Aires y contra el edificio de la AMIA que ya llevan más de
una década sin esclarecerse.
A comienzos del siglo XX arribaron los japoneses, una
colectividad endogámica por razones culturales y
religiosas al igual que los judíos, y que desarrollaron
una fuerte integración en la vida económica, social
y cultural de nuestro país.
Después de las oleadas menores de inmigración europea sucedidas durante unos
pocos años de la primera y la segunda posguerras
mundiales, la inmigración ultramarina se detuvo.
Habrá que esperar hasta los ochentas y noventas para
registrar la llegada de otros pueblos del este asiático
como los chinos, laosianos, coreanos, indios, etc. Todos estos
grupos étnicos son endógamos tanto por razones
idiomáticas como culturales y religiosas y se hallan
integrados en la vida económica ocupando posiciones
importantes, generalmente por encima del status promedio de la
población local, y sin ser objeto de discriminación
racial aunque sí de prejuicios y estereotipos de diverso
tipo.
El resultado final en nuestro país ha sido una
sociedad multicultural integrada predominantemente por miembros
de la etnia blanca
dominante de origen europeo llegados durante los últimos
cinco siglos y con alto grado de mestización en estas
tierras; más los restos supérstites de las culturas
autóctonas con diverso grado de deculturación y de
mestizaje, si bien hay grupos étnicos que conservan su
biotipo prácticamente inalterable y buena parte de los
elementos constitutivos de sus culturas, como sucede en el norte
argentino; y los escasos representantes de las culturas del este
asiático.
NUESTROS VECINOS INMIGRAN PERO NO SON
INMIGRANTES
En la historiografía argentina de las
últimas décadas del siglo XX ha surgido una
línea de pensamiento que niega la existencia de una
identidad
nacional firmemente acendrada desde el comienzo de nuestras
luchas revolucionarias; línea que releva y pone en el
centro de sus análisis la presencia de identidades
regionales volcadas hacia adentro de sí mismas,
indiferentes por la suerte de sus vecinas con las que poco antes
integraban una unidad jurisdiccional tan amplia como el
virreinato del Río de la Plata. Más aún,
prolonga ese supuesto estado psicológico y material hasta
los tiempos de la llamada Organización Nacional.
Esta tesis ha
pasado en menos de lo que canta un gallo a la escuela argentina,
desde la primaria a la universidad,
realimentándose continuadamente, y no ha generado, que se
sepa, ninguna refutación. Esto último no autoriza a
inferir que ello se deba a que no haya nada que refutarle.
Nosotros creemos lo contrario con absoluta convicción y
consideramos que esta posición es tremendamente funcional
a la historiografía liberal tradicional aun cuando
provenga de historiadores aparentemente progresistas.
No es el momento de embarcarnos en demostrar lo que
pensamos. Muchos historiadores nacionales ya han relevado desde
mucho tiempo atrás testimonios que indican exactamente lo
contrario, y aun cuando aceptemos la existencia de fuertes
improntas regionales en la primera mitad del siglo XIX,
sostenemos que ello no era incompatible con la existencia de
sentimientos y conciencia global
de pertenencia a unidades políticas mayores, incluso
supranacionales. San Martín y Bolívar,
entre otros, son destacados representantes y voceros de los
pueblos y las capas sociales mayoritarias interesadas en la
construcción de estructuras
políticas amplias, lo que se han dado en llamar el
sueño de la patria grande. En esos tiempos, cuando
Bolívar decía "La patria es la América",
nosotros nos llamábamos y nos reconocíamos como
sudamericanos, y la idea y la experiencia colectivas y
subjetivas acerca de la patria no eran relictos del pasado sino
algo vital, a nivel de los problemas de
la vida cotidiana, con clara noción del necesario proyecto y
destino de unidad latinoamericana como condición para ser
y para seguir teniendo esa identidad hispano-indígena que
nadie repudiaba salvo las élites oligárquicas que
surgieron en las ciudades portuarias al abrigo del libre
cambio.
Por eso es que hoy nos consideramos hermanos de nuestros
vecinos. Por haber formado parte de una etapa histórica de
unidad cultural con múltiples matices particulares, como
ramas de un mismo tallo. Por eso es que nunca fueron considerados
extranjeros entre nosotros como lo demuestran las motivaciones
del alzamiento de Felipe Varela en solidaridad con
el Paraguay en la Guerra de la Triple Infamia, consecuencia de
Caseros y Pavón con todo lo que ello representó: la
paralización del proceso de desarrollo de las identidades
nacionales con extensión a los pobladores originarios y de
los sentimientos de hermandad entre los pueblos
sudamericanos.
El proceso de limpieza de sangres y de los caracteres
sociales y culturales considerados indignos por las élites
blancas dominantes, iniciado a partir de 1852, obedeciendo a los
intereses de la dominación de Gran Bretaña, fue
aplicado en líneas generales en toda Sudamérica, en
tanto la Gran Democracia del
Norte, que ya venía dando pasos similares en su propio
territorio desde mucho tiempo atrás, instigaba y
cohonestaba esa ideología y su correlato empírico
en América central y el Caribe.
Esa tarea fue terriblemente exitosa en muy poco tiempo
debido a los medios
violentos utilizados para ello, idénticos en todas partes
a los de nuestro país, pero no ha terminado aún. El
proceso particular de liquidación de las culturas
originarias consideradas salvajes formaba parte de un proceso
general similar aplicado al resto de la población del
país, calificada de bárbara, por lo que
también la sociedad nacional en su conjunto fue
deculturada, sometida, expoliada, desintegrada, distorsionada y
humillada.
Es por ello que propugnamos que la otra historia,
debe incorporar simultáneamente el rescate de todas las
historias y de todas las memorias no
oficiales conjuntamente con las de los pueblos originarios
puesto que la mayoría de éstos nunca se
consideraron a sí mismos como no argentinos y esto ya era
así aun antes de 1810, como lo prueba entre muchos otros
casos el ofrecimiento de los caciques de la campaña de
Buenos Aires, a Liniers, de miles de lanceros para pelear contra
los ingleses.
Dicho de otra manera, consideramos que también el
pueblo mayoritario, nuestro pueblo en el sentido de comunidad
nacional, es parte de los Otros Dominados y no sólo sus
minorías dominadas. Un proyecto y un destino de
país integrado en condiciones de igualdad y justicia
social es consustancial a los intereses de los sectores sociales
ubicados en la parte baja de la pirámide social, los
cuales además constituyen las mayorías populares.
De ahí que decir "pueblo" en Iberoamérica equivale
a mayorías, por lo que hasta es redundante decir
"mayorías populares".
Esa suerte de mezcla indisoluble entre magnitud y
sustancia, que es el pueblo, la comunidad nacional, la patria en
suma, se entiende cuando decimos que todos somos pueblo excepto
los que están al servicio de
intereses extranacionales en contra de los de su propia patria,
con lo cual queda abierta una puerta para que las capas
intermedias, generalmente renuentes a integrarse con los de
abajo, formen parte del proyecto y del destino anhelado por las
mayorías. En definitiva, la unidad en la lucha popular es
una condición necesaria para el triunfo tanto al interior
de nuestro país como en la escala subcontinental
latinoamericana, en la cual siempre es bueno recordar que "los
pueblos son sagrados para los pueblos".
Desgraciadamente, el presente nos encuentra con una
larga historia de resentimientos entre vecinos, generados
permanentemente por sus oligarquías al servicio de los
poderes imperialistas de turno. Aunque excepcionalmente
éstas no se hallen en posesión del aparato
institucional del gobierno siempre son propietarias de algo mucho
más importante que es el Poder
político y económico a su exclusivo servicio. La
misma trayectoria recorrida por la oligarquía de Argentina
y sus herederos y recambios actuales ha sido realizada, apenas
con diferencias formales, por las demás oligarquías
de Iberoamérica.
Sus políticas se caracterizan, por lo general,
por un doble discurso constituido, por un lado, por apelaciones
declamatorias a la integración y la unidad latinoamericana
en abstracto, y por el otro, poniendo obstáculos a una
real, concreta y completa integración de nuestras naciones
en cada situación particular que se presenta en la vida
cotidiana, en nombre de "la soberanía" o de "nuestros viejos
núcleos morales", practicando una infantil geopolítica tendiente a la
desintegración y al debilitamiento de nuestros
países. Así, por ejemplo, en Argentina, las
derechas han fogoneado últimamente políticas
restrictivas del ingreso a nuestro país de bolivianos,
chilenos y paraguayos, acusándolos de distorsionar y
perjudicar el normal funcionamiento de nuestra sociedad. He
aquí, una vez más, el recurso del chivo
expiatorio por parte del Poder.
Constantemente, nuestros vecinos han emigrado a
Argentina aun desde antes del aluvión inmigratorio europeo
del siglo XIX. Pero nunca fueron tenidos en cuenta ni
reconocidos. En el caso de los chilenos en la Patagonia, aun
admitiendo la existencia de seculares intenciones de
expansión territorial de sus gobiernos
oligárquicos, no se ha tenido ni se tiene en cuenta que
nadie se va de su país cuando en él puede prosperar
y realizarse como ser humano, y la historia de todos los
inmigrantes es siempre la misma. Sobre todo en Argentina, con el
universal llamado del Preámbulo constitucional a todos
los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo
argentino, deberíamos agradecer en primer lugar a
nuestros vecinos el haberse venido para acá a integrar una
sociedad que creían que les ofrecía mejores
perspectivas y en la que ellos siempre volcaron sus mejores
aportes, compartiendo el futuro con nosotros,
Pero ellos nunca fueron tratados
–ni siquiera a posteriori- como pioners. Ellos
inmigraron a nuestro país, pero nunca fueron inmigrantes.
Las causas las conocemos todos: son pobres, tienen una fuerte
impronta genética
indígena, y consiguientemente son morochos. Esa
discriminación de tipo racial y económico social se
convierte así en discriminación por nacionalidad.
Con lo cual se pone en evidencia una vez más que
el tan mentado espíritu generoso y abierto a la
Humanidad del Preámbulo es sólo una
cáscara vacía, ya que siendo Argentina un buen
receptor de inmigración, que nunca tuvo políticas
restrictivas del ingreso y radicación de los extranjeros,
incluidos los inmigrantes limítrofes (salvo la Ley de Residencia
de 1902 para expulsar a los "revoltosos" socialistas y
anarquistas portadores de "ideologías disolventes"), eso
no le ha impedido en general haberlos tratado mal posteriormente,
salvo que fueran anglosajones.
El principal grupo
étnico autóctono de nuestra Patagonia, en cuanto a
magnitud y distribución espacial, fue hasta dos o tres
siglos atrás el tehuelche, suplantado y diluido
posteriormente en el caudaloso torrente étnico mapuche, el
cual a pesar de constantes acciones y condiciones adversas ha
logrado sobrevivir hasta el presente, en tanto otros ya hace
muchas décadas que están absolutamente
extinguidos.
Los mapuches situados en la zona cordillerana conservan
rasgos étnicos y culturales propios en mayor medida que
los que viven en otras zonas, en razón de su mayor
concentración demográfica, pero en cambio sus
condiciones de integración social en la sociedad global
son mucho más precarias. No obstante, y a diferencia de
los indígenas dispersos en otras zonas de la
Región, esa situación les ha facilitado desarrollar
una creciente toma de conciencia de sí mismos como etnia y
como cultura sometida, y en los últimos tiempos el inicio
de una lucha que abarca un amplio repertorio de
reivindicaciones.
¿Dónde están los mapuches hoy, sean
puros o mestizos, en el Alto Valle de Río Negro?
Básicamente en todas las localidades. Forman parte de los
sectores de trabajadores. Algunos trabajan en la
administración pública municipal o provincial,
algunos son pequeños comerciantes o empleados de comercio,
otros trabajan en las escasas actividades secundarias y
terciarias existentes como los galpones de empaque o las
agroindustrias, y en gran número son albañiles y peones de chacras, siendo en
estas últimas actividades donde padecen la mayor
explotación laboral.
Las localidades del Alto Valle, multiculturales por
excelencia, registran un elevado grado de integración
política y social de los descendientes de mapuches al
nivel de los derechos consagrados
constitucionalmente. Lo cual no implica que esa
integración se dé en la práctica real del
ejercicio de una ciudadanía también real ni del
acceso efectivo a la distribución social de los bienes
económicos y culturales en condiciones
democráticas, justas e igualitarias, puesto que la
sociedad nacional es esencialmente no democrática, injusta
y desigualitaria. De todos modos, ellos padecen en peor grado
esas condiciones reales de nuestra sociedad. Actualmente, los
mapuches tienen las mismas posibilidades de realización
individual y social que tienen los pobres no indígenas, es
decir, prácticamente inexistentes. Ahora los pobres son
iguales sin importar mayormente el color, el origen, la
religión, etc, a los efectos de la dominación y
explotación capitalista.
A pesar de todo, y de la constante manipulación
clientelística de que son objeto por parte de los
principales partidos
políticos, hoy se hallan en mejores condiciones para
encarar las luchas sociales conjuntas de todos los pobres y
sometidos, lo cual era inconcebible cien años
atrás, cuando las diferencias étnicas pesaban mucho
y dificultaban la integración social.
Si la integración socioeconómica de los
indígenas es aparente, precaria y escasa, mucho más
grave, a nuestro juicio, es la situación en el plano
cultural, ya que en la Patagonia no existe integración
cultural ni justicia cultural ni tampoco una memoria integral
de la dominación y explotación del trabajo de los
pobladores indígenas y de los inmigrantes chilenos y sus
descendientes por parte de los sectores dominantes,
fundamentalmente de los propietarios rurales.
Si bien éste es un tema muy amplio cuyo
tratamiento exigiría un mayor espacio, nos parece
necesario anticipar nuestra opinión de que en el siglo XX
esta desmemoria de los pueblos explotados del sur americano es
básicamente de tipo socioeconómico, por más
que a comienzos del siglo XX subsistieran las consideraciones
racistas de los gobiernos conservadores y algunas colectividades
europeas trajeran a estos lares prejuicios similares. En todo
caso, aquel racismo decimonónico, explicitado desde el
poder como patriótica expresión del seudo
progresismo local, continúa en forma implícita,
larvada y oculta en los repliegues del pensamiento y las
prácticas sociales.
En la actualidad, la autopercepción de los
mapuches mestizados e integrados en la sociedad global, que son
la mayoría, y la percepción
de los otros externos respecto de ellos no es la de ser
descendientes de mapuches, sino la de ser pobres:
situación que contribuye positivamente a la continuidad
creciente de su toma de conciencia para la lucha por la igualdad
y la justicia social como integrantes de una sociedad nacional en
cuyo seno las identidades se hallan en permanente
construcción.
Hablamos de conciencia de los indígenas tanto
como de los no indígenas. A partir de allí, la
unidad de todos los pobres en la lucha por mejorar las comunes
condiciones sociales de existencia es el camino más
lógico, racional y deseable que se pueda esperar para la
transformación integral de la sociedad, es decir, para una
nueva, justa e igualitaria síntesis o simbiosis
sociocultural que convierta en causa nacional y popular las
reivindicaciones de los mapuches que todavía se encuentran
organizados en comunidades.
Esto último, siempre que sea de modo tal que la
unidad intercultural en la participación y lucha por las
diversas reivindicaciones de conjunto y de cada sector no
signifique ni implique el olvido o la pérdida de rasgos
específicos de la cultura particular de ninguno de ellos,
sino todo lo contrario, es decir, un renovado rescate de su
pasado etnocultural y una identificación vital con sus
raíces identitarias, dentro de la cultura nacional
argentina y con carácter de patrimonio
multicultural colectivo.
La patria, que no es el ente metafísico creado
por los historiadores, escritores y poetas al servicio de la
oligarquía e introyectado en nuestras mentes por el
aparato educacional, sino una metáfora de la comunidad en
tiempo presente, está compuesta mayoritariamente por
argentinos pobres, para quienes a esta altura de nuestra historia
como comunidad nacional, la discriminación entre blancos,
morochos, rubios, negros, amarillos, criollos, indígenas,
mestizos o europeos, deberían ser ociosas y
estúpidas.
Y esta afirmación no implica ni pretende disolver
o licuar la diversidad de orígenes, ni mucho menos
subsumirla para neutralizarla dentro de la categoría de
mestizo, disolviendo y licuando consiguientemente la diversidad
cultural y las diversas memorias dominadas, como ha ocurrido en
otros países de Hispanoamérica.
Si se toma conciencia de que la patria es la comunidad y
no el Poder, ni su discurso histórico a través del
tiempo, la unidad de los pobres es el camino que
imprescindiblemente deben transitar todos los explotados y
dominados al interior de nuestras sociedades nacionales en las
diversas luchas coyunturales de la sociedad en su conjunto,
mientras simultáneamente se libra la batalla para la
transformación definitiva de la sociedad global dominante
de bases oligárquicas en una nueva sociedad
democrática de bases populares que produzca la
integración real de los restos de los grupos
étnicos, transculturados o no.
Por supuesto, esa integración debe realizarse en
condiciones democráticas, igualitarias, justas y
solidarias, con la valoración, reconocimiento y respeto que
corresponde a cualquier grupo étnico o cultural y a todo
ser humano por el simple hecho de serlo, pero con mucha
más urgencia, firmeza y generosidad en el caso de los
restos de los pueblos originarios pues se trata de compatriotas
dominados y explotados desde hace cinco siglos. Es decir, debemos
comenzar por nuestros prójimos, o sea por nuestros
próximos.
En consecuencia, es en el nivel ideológico
cultural de la estructura
social donde deben aplicarse los más decididos esfuerzos
para comenzar a cambiar la situación actual de los pobres,
comenzando por librar los combates liberadores de la conciencia
contra las ideologías neoliberales y neoconservadoras
oligárquicas que históricamente han sembrado entre
nosotros un sentimiento autodenigratorio, configurando lo que
algunos exponentes del pensamiento popular latinoamericano y
universal han dado en llamar el complejo de inferioridad del
colonizado.
Sólo desde ese plano podrá iniciarse una
efectiva y permanente política de transformación de
las actuales condiciones estructurales de la vida
política, económica, social y cultural de la
sociedad nacional. Por esa razón la educación es tan
importante, siempre que se haga bien y que dé paso a las
acciones concretas que requiere ese proceso de lucha.
Hoy se sabe que el sistema educativo ha sido el
principal encargado de difundir y de reforzar aquel complejo
permanentemente, valiéndose concretamente de una historia
argentina falsificada, e implícitamente de una
ideología difundida por medio de sutiles mecanismos
ideológicos de deformación del conocimiento
de la realidad.
Respecto de la política historiográfica
oficial, el combate por la verdad histórica se
libró éxitosamente por parte de muchas corrientes
revisionistas, y continúa librándose
permanentemente.
En cambio, respecto de aquellos mecanismos
ideológicos falta mucho por hacer y la tarea es mucho
más difícil pues la mentira y la falsedad son
presentadas disfrazándolas como verdades cuando en
realidad son "verdades" de sentido común, presupuestos
ideológicos del sistema dominante, capitalista dependiente
y oligárquico, que terminan pareciendo naturales,
indiscutibles, como es el caso de la construcción de las
diferencias de color de las personas y los estereotipos
étnicos, cuando ya sabemos que ninguna propuesta de
sentido es neutral ni inocente y siempre debemos desmontarla
críticamente para dejar en evidencia no sólo a
quiénes la emiten, sino a quiénes representa, a
quiénes beneficia y a quiénes perjudica. Esto
último, si partimos de concebir y ejecutar nuestra tarea
intelectual como una actividad política
liberadora.
En este sentido, muchas de las acciones públicas
destinadas a los sectores indígenas, presentadas bajo un
ropaje discursivo de reivindicación y reconocimiento de
derechos
humanos, utilizan mecanismos ideológicos de
deformación de la verdad sobre los problemas concretos del
sector, resultando ser la mayoría de las veces expresiones
del paternalismo y el gatopardismo esterilizante, conservador y
congelador de la desigualdad social, ejercidos por gobiernos
nacionales, provinciales y municipales que no hacen otra cosa que
reproducir las componentes oligárquicas del Estado y el
sistema.
Siguiendo este recorrido, queremos echar un vistazo a
dos cuestiones solamente, dentro de un más amplio
repertorio posible, relacionadas con el subsistema
educativo.
La primera de ellas es la contradicción existente
entre la actualmente extendida asunción de la defensa de
los derechos humanos a nivel de discurso oficial y crecientemente
por parte de la sociedad, por una parte, y por la otra al hecho
de seguir considerando "prócer" a quien fuera el
más prominente racista, convicto y confeso, de
Iberoamérica: Domingo Faustino Sarmiento, de lo cual
sobran evidencias de
su pensamiento y su acción
en contra de los indígenas, de los gauchos, de los pobres
y de los débiles.
Y si bien el sistema educativo no es quien le ha creado
esa falsa estatura de prócer con tan inmerecidos honores,
ha sido el divulgador y reproductor de esa falacia. Y eso es lo
que continúa haciendo actualmente.
En ese sentido, nos parece increíble que algunos
dirigentes de gremios docentes nacionales levanten la figura de
Sarmiento en el presente como ejemplo y bandera para pensar una
sociedad mejor, dando por sentado que hizo muchas escuelas y
que impulsó la educación (otra
exageración ya demostrada) -como si fuera posible separar
la condición de Sarmiento de ser sólo un
animador contra el analfabetismo, y ni siquiera el mejor
añadimos nosotros aceptando el modesto título que
le confiriera Paul Groussac- abstrayéndola de su
condición de teórico racista y promotor eficiente
de la liquidación de las poblaciones autóctonas de
América.
Este tipo de actitudes, de
pensamiento y de prácticas, es fruto de la ignorancia de
la historia real, que no es la historia oficial enseñada
en todos los niveles del sistema educativo. Sólo
así se explica la paradoja de que los docentes
descendientes de indígenas continúen rindiendo
homenajes, desde hace más de un siglo, a quien fue
ilustrado ideólogo y fogonero de la aniquilación de
sus antepasados.
Que estas verdades no las conozca el pueblo en su
conjunto es gravísimo, pero mucho más lo es que las
ignoren los docentes, trabajadores intelectuales
con la misión de educar y formar generaciones tras
generaciones de niños y
adolescentes
en las cuestiones referidas a la patria, el patriotismo, las
identidades, la vida cívica, los valores y
la democracia.
Por empezar, las culturas dominadas en el pasado
continúan siéndolo actualmente junto con las ya
transculturadas y explotadas económica y socialmente sin
diferenciación étnica. Son culturas que por lo
general no tienen voz propia, o si la tienen no posee la fuerza
suficiente como para ser escuchada por quienes deben hacerlo, ya
que la cultura oficial dominante las ha excluido de su centro y
las ha desplazado a la zona de la periferia cultural y de la
marginalidad económico social. Históricamente
sucedió así en Argentina y en el resto de
Iberoamérica: su voz les fue arrebatada violentamente
antes y ahora.
En el siglo XIX, tiempo de hegemonía indisputada
del seudoliberalismo argentino, el discurso oficial de la
sociedad blanca dominante referido a las etnias autóctonas
de América era claramente racista, discriminatorio y
excluyente, y se reflejaba en una consecuente política
práctica en su contra.
Una vez completado el control
territorial del país y el sometimiento y
marginación de los grupos indígenas sobrevivientes
el discurso racista oficial se dedicó a atender a otros
destinatarios: los inmigrantes de la baja Europa y los "rusos",
como era común referirse a los judíos por esos
años. Contra ellos se ejerció el racismo y la
praxis oficial
discriminatoria y represiva sin pudores ni remilgos, sobre todo
con relación a su participación en los conflictos
sociales.
Durante el largo período de los gobiernos
radicales, a comienzos del siglo XX, no existió una
posición coherente y firme de claro contenido social
proindigenista ni antirracista en las esferas oficiales como
fruto de las contradicciones ideológicas y
políticas que anidaban en las filas del partido
gobernante.
La bienintencionada iniciativa de Irigoyen de efectuar
un reconocimiento a España como formadora de nuestras
naciones, por medio de la creación de la efemérides
del 12 de octubre, realizada con un claro objetivo
hispanoamericanista luego de más de un siglo de
prédica antiespañola de origen liberal pro
británico (excepción hecha de la época de
Rosas) y como respuesta a las presiones de EE.UU. para forzar el
alineamiento de los países latinoamericanos neutrales en
la Primera Guerra
Mundial, no tuvo el equilibrio
necesario para rescatar la relevancia sustantiva de la cultura de
los pueblos originarios ni la existencia de mestizajes no
traumáticos como el del Paraguay ni la de un extendido
sincretismo cultural, mucho más evidente en el interior
que en el litoral, ni tampoco la historia de su exterminio. A lo
cual se añadió la poco afortunada expresión
"día de la raza", para designar dicha efemérides,
debajo de la cual se cobijaron no los liberales de la
oligarquía sino los nacionalistas de derecha, hijos
putativos de aquella, quienes con deshonestidad intelectual
llevaron su hispanofilia a niveles de
panegírico.
Para fines del siglo XX, al llevarse a cabo los actos
del V Centenario de la llegada de Colón, una ansiada
revisión crítica
del pasado pondría las cosas en su lugar y
cuestionaría severamente "la obra" española en
Indias, arrastrando a Irigoyen en sus impugnaciones por haber
instituido aquella conmemoración. Lo cual no ha sido del
todo justo puesto que Irigoyen fue ante todo
antioligárquico como corresponde serlo en
Iberoamérica, por más que la UCR revistara en el
campo del "liberalismo" a
la violeta de Argentina y por más limitaciones y errores
que haya tenido, y aquí estamos pensando en la Semana
Trágica y en las matanzas de la Patagonia.
En Irigoyen, nieto de india y con sangre
española, se daba esa condición de mestizo con
compromiso nacional que tuvieron antes que él cientos de
auténticos patriotas en Argentina y en la
Hispanoamérica independiente, como fueron para citar los
casos más relevantes entre nosotros los de San
Martín, también hijo de india y de español,
y después Perón,
hijo de india y con ancestros europeos por parte de
padre.
A comienzos de siglo, la oligarquía y el
ejército, contraídas defensivamente contra el
avance de "los rojos" socialistas y anarquistas y luego de los
comunistas, y con un largo historial de racismo en su haber al
cual ya nos hemos referido, reflejaban por entonces las nuevas
ideas y prácticas racistas antijudías de la vieja
Europa, las que ocuparían un espacio privilegiado
más tarde, durante la Primera Década Infame, no
sólo en el plano gubernamental sino también en
ciertos sectores de la sociedad civil, movilizados desde las
conferencias de Lugones en 1923 en el teatro Coliseo,
en contra de la inmigración (la de baja ralea, se
entiende) y especialmente de los judíos.
La llamada revolución del 4 de junio de 1943 fue
realizada por militares formados en ese ambiente
corporativo de ideas corporativistas, jerárquicas y
antijudías del ala nacionalista del ejército
argentino. Y si bien el posterior gobierno peronista salido de su
seno por la alianza de ese sector y las mayorías
trabajadoras del país tuvo otro signo distinto en esta
materia, sin exclusiones ni discriminaciones, al punto que las
organizaciones
judías apoyaron la reelección de Perón, ese
nacionalismo popular llevaba larvado en su seno el germen del
antijudaísmo inoculado a partir del vector nazi fascista
que lo integraba, proveniente del nacionalismo elitista, y que
habría de perdurar más o menos implícito en
el ejército hasta el momento de su eclosión en la
experiencia nazi llevada a cabo por todas las fuerzas armadas de
la nación
en el período 1976-1983, y también en el imaginario
peronista oficial hasta el retorno a la democracia. Y en cuanto a
la consideración de la situación de los
indígenas estuvo ausente en los planes oficiales para la
nueva sociedad proyectada.
A partir de la década de los sesentas, las
tradicionales miradas negativas sobre los indígenas en la
historia argentina, que habían quedado instaladas en el
plano cultural y académico oficial, comenzaron a ser
impugnadas en esos mismos planos pero desde veredas opuestas, y
fueron perdiendo terreno tanto en nuestro país como en
muchos lugares del mundo, a tenor de los crecientes procesos de
concientización y lucha de las masas contra los factores
de dominación externos e internos que se fueron
produciendo en los países coloniales y
semicoloniales.
Sin embargo, ello no significó que el discurso
fuera sustituido por una acción gubernamental
sistemática en beneficio de las comunidades
indígenas. Para ello habrá que esperar el retorno a
la democracia, a fines de 1983, y desde entonces los problemas
indígenas (no "el problema indígena")
comenzarán a ser tenidos en cuenta desde las esferas
gubernamentales incluyendo la participación de sus
protagonistas. Mucho ha incidido en este impulso la acción
firme y sostenida de los organismos internacionales de defensa de
los derechos humanos y de los pueblos autóctonos sometidos
que desde entonces han comenzado a recuperar su iniciativa, su
voluntad de lucha, y el ejercicio del derecho a pensar y a hacer
escuchar su voz por sí mismos.
No obstante, a pesar de que actualmente la sociedad
argentina ha comprendido que Argentina también es
Iberoamérica y no Europa (mal que les pese a los grupos y
sectores del stablishment), y que, en consecuencia, los
pueblos originarios padecen de una injusticia histórica
integral, el cambio de actitud de la
sociedad blanca dominante y de las políticas
públicas respecto de los indígenas frecuentemente
adolece de errores en las acciones emprendidas.
PATERNALISMO, EDUCACIÓN,
INTEGRACIÓN
Habitualmente, quienes hablan y escriben en nuestro
país, y en Iberoamérica, sobre los grupos
étnicos dominados son, como siempre lo ha sido,
predominantemente integrantes del grupo étnico dominante.
Por ejemplo, en los libros de
lectura, en los manuales
escolares, en los libros sesudos de los cientistas sociales y en
los diarios y revistas, los autores escriben desde su
posición de clase dentro de la sociedad blanca dominante,
pues son generalmente blancos de clase media, sin olvidar que
medios de
comunicación e industrias
culturales son siempre de propiedad de integrantes del grupo
étnico dominante.
Por más que en la actualidad la mayoría de
esos voceros –científicos, escritores, periodistas,
documentalistas, etc- expresen una actitud y un pensamiento
divergente al de sus homólogos de las épocas de la
lujuria oligárquica, de todas maneras al asumir el
ejercicio de la voz en defensa de las etnias dominadas se
constituyen en Otros externos a los indígenas y
frecuentemente su voz no resulta ser igual a la voz de los
indígenas así como el pensamiento expresado no
suele corresponder exactamente al de éstos
últimos.
En la mayoría de esas emisiones, más
allá de sus, en principio, probables buenas intenciones,
no se halla presente el yo indígena sino el de los
portavoces externos, razón por la cual no pueden reflejar
la profundidad de los propios y reales puntos de vista de los
indígenas acerca de su pasado, de su cultura y de la
realidad, así como tampoco sus sentimientos, sus emociones y la
compleja sensación de ser indígena en el seno de
una sociedad blanca dominante que en su interior no es
igualitaria ni justa ni democrática.
Y por más que estos mensajes se presenten como
indigenistas o proindigenistas, es decir, como proviniendo del
núcleo real de la cultura y los intereses
indígenas, en la práctica no lo son. Su carga
ideológica, larvada o metamorfoseada, generalmente se
corresponde con la ideología de la sociedad blanca
dominante.
Hasta aquí podríamos concluir que, por su
origen, esos mensajes son por lo menos insuficientes para la
comprensión de los problemas indígenas y en
consecuencia para la lucha por sus reivindicaciones.
Insuficientes tal vez no en cantidad sino en cuanto a la
posibilidad de expresar en profundidad y en su totalidad la
amplitud y complejidad de los problemas indígenas a que
aluden.
Eso en el mejor de los casos, pues además de esa
clase de resultados, cada vez que algún integrante de una
cultura o de una clase dominante o por lo menos en una
situación de dominancia subroga a los legítimos
propietarios de los derechos de pensar y expresar
reivindicaciones correspondientes a culturas o clases dominadas
suelen producirse otros resultados que constituyen un problema
mucho más grave.
Son los que se originan en ciertos enfoques, formas de
conocimiento y de transmisión de los asuntos contenidos en
dichos mensajes que terminan impidiendo el
conocimiento de la verdad verdadera al sustituirla con
verdades a medias y hasta con falacias. No obstante, como sus
enunciados son presentados con visos de rigor analítico y
discursivo es muy fácil caer en la trampa de apropiarnos
acríticamente de un falso conocimiento y de naturalizarlo
después.
Los defectos de esos mensajes son varios y suelen
presentarse conjuntamente, potenciando sus efectos. Entre otros,
mencionaremos los siguientes:
- La mirada externa presenta a las diversas culturas
indígenas fuera de la historia; - no tiene en cuenta la historia de su aniquilamiento,
dominación y explotación por parte del Poder
desde la llegada de los europeos a América; - se las presenta aisladas de la sociedad global
dominante, como culturas exóticas; - con un enfoque estático y
cristalizado; - fragmentando y reduciendo su universo
cultural en casilleros predeterminados con un enfoque de
anticuario, de documentación y de inventario,
como hacían los antropólogos ingleses con los
pueblos del África negra en el siglo XIX; - sin tomar en cuenta para su estudio el comportamiento al interior de los grupos
étnicos o subculturales de variables
sociales propias de la cultura dominante presentes en su vida
concreta; - sin considerar las relaciones entre ellas y la
cultura dominante en términos de dominación,
violencia física y violencia simbólica,
desigualdad social, explotación económica,
etc; - sin relacionar los conocimientos con las diversas
mediaciones sociales intervinientes en la trama de poder
político, económico, social y cultural en que son
producidos, como son los intelectuales, los enseñantes,
los Mass Media, el sistema educativo y el político, como
constructores de significados hegemónicos, así
como tampoco con las ideologías y los presupuestos
explícitos e implícitos existentes en nuestra
sociedad nacional y en el mundo; - en la escuela nunca se estudian los conflictos
sociales del presente, el cierre de fábricas, la
desocupación, la corrupción pública y privada, el
hambre y la desnutrición infantil, las huelgas y las
protestas sociales, ni los sueldos miserables que reciben los
peones en las chacras, es decir, esos trabajadores por lo
general chilenos y/o mapuches cuyos hijos tienen que estudiar
en el aula, de la forma más arriba señalada, un
fenómeno social llamado
discriminación.
La utilización de tales procedimientos
devienen en un discurso tramposo y deshonesto del asunto en
cuestión, pues en él se ha producido un contrabando
ideológico, omitiendo, reduciendo o distorsionando la
verdad y produciendo un constructo irreal, una
construcción intelectual falsa que suele convertirse en
una machietta, y que por lo tanto deja fuera de foco los
problemas fundamentales y actuales de esos grupos dominados, o
bien concluye creando o reforzando estereotipos o tipos ideales,
tanto con carga negativa como mítica al estilo del "buen
salvaje" de otros siglos.
Tanto los productos
intelectuales como las acciones gubernamentales, y entre
éstas especialmente las educativas, presentan casi siempre
estas formas de conocimiento y de discurso sesgado, atrofiado y
distorsionado.
Uno puede preguntarse por qué ocurre. Y las
respuestas pueden ir desde un ingenuo"no se dan cuenta"
(pues no tienen criticidad para conocer la realidad ni para
criticar el fruto de sus trabajos) hasta una estrafalaria
teoría
conspiracionista: "lo hacen ex profeso" (pues están
al servicio de la dominación). Ambas clases de respuestas
tienen largo andamiento en nuestra realidad y en nuestra historia
pero si bien pueden representar algún grado de verdad no
contienen toda la verdad.
Lo cierto es que todo trabajador intelectual y todo ser
humano en uso de sus facultades intelectuales, piensa y
actúa con supuestos ideológicos internalizados que
no se hacen totalmente presentes a su conciencia. Por eso, es
exagerado atribuir en bloque a los intelectuales –aun
descontando honrosas excepciones– la condición de
mercenarios, pues la mayoría de ellos obran con el
convencimiento de ser honestos intelectualmente y de no hacer
concesiones.
Pero, si bien no son culpables por acción,
consideramos que sí lo son por omisión de
criticidad en su tarea, aunque sólo sea en parte.
Razón por la cual es legítimo enjuiciar su tarea a
la luz de la
responsabilidad
social que les cabe como intelectuales al tener la
posibilidad de influir sobre la conciencia de los demás.
Esto ya ha sido hecho anteriormente en muchos lugares del mundo
pero se ha olvidado últimamente, acorde con la
tónica de los tiempos que corren.
Y aunque suspendamos provisoriamente un juicio en ese
sentido, mucho más útil es preguntarnos a
quién beneficia esa clase de productos intelectuales
que a veces hasta pueden expresar la verdad, pero no toda la
verdad, como corresponde a un verdadero intelectual con responsabilidad social por su tarea y con
compromiso militante con la verdad y la justicia, que es como se
debe definir críticamente a un intelectual. Y la respuesta
es muy sencilla: al sistema social capitalista constituido sobre
bases oligárquicas, es decir, basado formalmente en los
valores del
liberalismo político pero en la práctica real
sustentado en la dominación permanente y creciente de una
subclase conservadora como es la oligarquía en sus
actuales modalidades de existencia y de pequeños grupos y
agencias con poder político, económico, social y
cultural, los cuales ejercen su dominación y
explotación sobre amplias capas de la sociedad de
Argentina y de Iberomérica.
El ejemplo más cercano y contundente es la enorme
rentabilidad
política y económica que ha representado para la
oligarquía argentina la construcción de una
historia falsificada, puesta enteramente a su servicio y no al de
la nación. En este caso, la "verdad" histórica se
impuso por la violencia de los hechos y de las aulas creando
dogmas y mitos
sacrosantos. Una vez que la memoria
colectiva se aleja de los hechos reales, por el paso del tiempo y
por el constante machaque oficial, los dogmas parecen verdades,
se naturalizan y terminan convirtiéndose en mitos que son
creídos y transmitidos de generación en
generación. Pues bien, el resultado es el mismo cuando en
lugar de estudiar el pasado pretendemos conocer las culturas
indígenas actuales de nuestro país.
Anteriormente hemos calificado como gatopardista
el accionar de algunas agencias gubernamentales que operan sobre
los problemas relacionados con las comunidades indígenas.
Ahora añadiremos la caracterización de
paternalismo para algunas de sus prácticas
relacionadas con el pensar y actuar la integración de los
indígenas, con la aclaración de que el paternalismo
también suele ser ejercido con frecuencia por los
intelectuales, sobre todo en esta materia, y además por
otros trabajadores intelectuales como son los educadores, y por
la escuela misma finalmente.
Entre nosotros, ¡quién no ha leído o
escuchado alguna vez la famosa frase "Nuestros hermanos los
indios", que es todo un cliché habitualmente
presente en textos escolares, en las curriculas de la escuela
primaria y en el cuaderno de los alumnos!
Los autores de libros y manuales, las autoridades
educativas que elaboran los lineamientos curriculares y los
docentes, creen sinceramente que al utilizar esa frase
están contribuyendo a la lucha contra la desigualdad y la
discriminación social.
Nada más lejos de la verdad. Ni esa frase ni
otras por el estilo son inocentes ni ingenuas. Por el contrario,
cumplen una función
muy triste sobre todo cuando son empleadas en los ámbitos
educativos: sirven para engañar al lector, o sea el
docente y el alumno, y para distraerlos del camino hacia la
verdad en los asuntos sobre los que se dice querer
enseñar.
El paternalismo, en este ejemplo, nace por el hecho de
hablar y escribir sobre los Otros Dominados, en forma favorable a
ellos pero desde la cultura dominante, en cuyo núcleo
ideológico se sitúa la escuela y el docente que
cumplen una función precisa y determinada en línea
con los fines que inspiraron la creación del aparato
educativo del Estado.
Cuando la escuela, el libro, el maestro, hablan de una
cultura dominada, lo hacen desde su propia mirada, su
ideología y sus intereses de clase, las más de las
veces no explicitados ni concientes. Su punto de observación es el de la centralidad del
sistema dominante, condensado en su núcleo de valores
hegemónicos, considerados representativos de la totalidad
social, desconociendo u obviando la historia de su contradictoria
construcción y la existencia de otros actores y otros
puntos de vista legítimos pero en condiciones de
subordinación a aquél.
La institución escuela expresa al sistema global
al ser fruto del mismo, al ser un instrumento para sus fines.
Ella toma la iniciativa de hablar y de actuar, como otras
instituciones
públicas, sobre los Otros Dominados, fundamentalmente
porque tiene la facultad para hacerlo. Pero esa misma facultad le
ha sido y le es privada, retaceada y hasta impedida, según
los casos y las necesidades del sistema, a sus legítimos
propietarios.
El ejercicio de esa facultad aparece encubierto por
buenas intenciones, buenos sentimientos y valores altruistas,
igualitarios, etc, pero de hecho entraña una
minusvaloración de aquellos a quienes se sustituye en el
ejercicio de su expresión y en la toma de
decisiones que tienen que ver con ellos mismos y con sus
relaciones con la sociedad global.
En última instancia, como concesión
forzada, aunque difícilmente gratuita, el sistema
dominante puede llegar al extremo de aceptar oficialmente que los
Otros Dominados se expresen sobre sí mismos y tomen
decisiones por sí mismos en algunos asuntos muy acotados
de sus realidades particulares, pero nunca permite ni
permitirá que puedan hacerlo -como sería
lógico y natural en un contexto sociopolítico
realmente democrático- que lo hagan respecto de la
sociedad global que ellos también integran. Es algo
así como lo que sucedía en el feudo medieval: el
siervo podía decidir por sí mismo qué hacer
con la exigua porción de tierra de mala calidad que su
señor le había destinado para su manutención
y la de su familia, pero en la extensa y feraz extensión
correspondiente a aquél, que él laboraba como
bestia de carga la mayor parte del tiempo, debía
abstenerse de pensar, de opinar y de actuar por sí
mismo.
Esa minusvaloración de los grupos y las culturas
indígenas tiene como presupuesto que
ellos no están en condiciones de asumir sus derechos
políticos y culturales con representatividad
colectiva.
Obviamente que pueden hablar individualmente, tienen
para ello los mismos derechos constitucionales de igualdad que el
resto de los habitantes. Pero para los asuntos
étnico-culturales es la sociedad blanca dominante la que
toma a su cargo su "defensa" frente a las condiciones adversas
que se les presentan en su relación con los no
indígenas. Y también decide su "integración"
en los términos y con los alcances y límites
que ella define desde el núcleo ideológico de
valoraciones e intereses del sistema. Es decir, actúa con
ellos como un padre generoso que se ocupa de sus hijos en tanto
no están en condiciones de valerse por sí mismos
hasta llegar a su mayoría de edad. O más bien, como
su tutor "natural".
En la escuela, los niños estudian a los
indígenas como un objeto cultural exótico, no como
algo que está presente en sus vidas al punto que muchos
niños llevan apellidos indígenas pero sus maestros
hacen silencio sobre ese hecho, pues parten de que la
condición de indígena o descendiente de ellos no es
un valor cultural digno de aprecio sino todo lo contrario. Como
ejemplo, vaya la siguiente triste anécdota:
En 1986, en una reunión provincial de profesores
de ciencias
sociales del nivel medio, una joven profesora rionegrina
replicó flamígeramente a otro profesor,
"¡cómo le vas a preguntar a un chico si tiene
ascendencia indígena… lo estás humillando!".
Lo que ese profesor había contado era su experiencia de
utilizar abordajes didácticos diferentes al estudiar la
historia local y los valores democráticos,
valiéndose del recurso de hacer reconocer a sus alumnos
los apellidos de los adjudicatarios de viviendas de los planes
provinciales que publicaba el
periódico regional. Les hacía reparar en las
características fonéticas de los apellidos de
origen español, italiano, alemán y mapuche, con la
finalidad de estudiar la identidad multicultural de nuestras
localidades a lo largo de la historia. Pero según los
presupuestos básicos de esa profesora, tener ascendencia
mapuche es motivo de humillación, y peor aún si se
menciona en público, por lo cual supongo que
admitirá que los niños descendientes de mapuches
puedan hablar de "eso" con sus padres, fuera de la presencia de
extraños y en voz baja…
Coincidente con lo anterior es el siguiente caso: cuando
recientemente un historiador argentino publicó un libro
aportando las pruebas de que San Martín era hijo de don
Diego de Alvear -y por lo tanto hermanastro de Carlos
María- y de una india guaraní (lo cual no era nada
novedoso pues en vida de San Martín la sociedad
porteña rumoreaba al respecto y lo intuía por sus
facciones despreciándolo por ello), los docentes de todo
el país se sintieron asombrados y optaron primeramente por
dudar de la veracidad de esa información que la
televisión difundía constantemente en entrevistas al
autor. En nuestra pequeña escala local innumerable
cantidad de docentes en ejercicio (sobre todo de la escuela
primaria) y otros próximos a serlo nos preguntaron si
"eso" se podía mencionar a los alumnos. Un ex maestro
jubilado que en sí mismo lleva evidentes rasgos de
ascendencia indígena, pletórico de santa
indignación por el sacrilegio cometido contra el
prócer arremetió contra el historiador y contra su
trabajo, desde las páginas de una pequeña
publicación local, calificándolos de ave de
carroña y de libelo difamatorio, respectivamente.
Más allá de lo anecdótico, lo grave es que,
hasta el presente, la condición mestiza de San
Martín es ocultada en las escuelas y se continúa
mencionando que es hijo de Don Juan de San Martín y de
doña Gregoria Matorras del Ser.
Otro ejemplo en el mismo sentido, es decir, del prejuicio
racial y social, es que cuando llega la fecha del aniversario de
la localidad suele invitarse al aula para dialogar con los
alumnos sobre "aquellos viejos tiempos" exclusivamente a viejos
colonos europeos o a sus descendientes, y sólo
excepcionalmente a alguien de origen mapuche, chileno, o
simplemente criollo, como si éstos no hubieran estado
presentes en la historia de nuestros pueblos.
En el caso particular de Villa Regina, en 1924, fecha de
su fundación, no había indígenas, pero
sí abundaban chilenos y criollos que trabajaron esforzada
y parejamente desde entonces en las chacras junto a los italianos
inmigrantes que habían llegado siendo tan pobres como
ellos. Hoy, ochenta años después, la mayoría
de los descendientes de aquellos italianos son propietarios
capitalistas enriquecidos y los descendientes de los chilenos y
criollos siguen trabajando para ellos en las chacras o en las
numerosas empresas que
aquellos poseen, integran las barriadas marginales de la ciudad y
siguen estando abajo en la escala social y seguramente lo
estarán también sus descendientes en el futuro. Sin
embargo, esta situación injusta no ha merecido
ningún recuerdo historiográfico crítico y lo
que es peor, ningún anclaje en la memoria colectiva de la
sociedad local.
Lo anterior, para el caso de localidades con
descendientes de mapuches, se observa claramente en las escuelas
de la Línea Sur, donde existe la costumbre de rescatar
privilegiadamente como pioneros merecedores del reconocimiento y
agradecimiento de la posteridad, a los descendientes de sirios,
libaneses y europeos, olvidando a los mapuches que poblaban la
zona desde mucho tiempo antes de la llegada de aquellos y cuyo
destino fue ser siempre mano de obra barata de los propietarios
rurales de esos orígenes.
Constituye un clásico en el tratamiento de estos
temas la referencia a que los manuales y los libros de lectura de
la escuela primaria y los libros de texto de los
colegios secundarios leídos en las diversas regiones de
nuestro país presentan invariablemente imágenes
de los habitantes de Argentina realizadas en base a los patrones
de representación de los hombres blancos
occidentales.
Por más que, por razones históricas, en
nuestro país el color predominante de la tez de sus
habitantes sea el blanco de origen europeo, extensas regiones del
mismo como son las del norte y centro tienen predominancia de
habitantes con pieles oscuras, indígenas o mestizas. Por
otra parte, por razones de movilidad geográfica en el
pasado y en el presente, gran cantidad de esos pobladores
también habitan las regiones que más recibieron el
aporte inmigratorio europeo. Entonces, cabe preguntarse por
qué se elige para los libros que circulan en el sistema
educativo nacional una imagen de hombres
y mujeres con un determinado color de piel. ¿Acaso el
blanco es un color neutral?, ¿o una ausencia de color que
se hace evidente por contraposición a la
utilización de la expresión "hombre de
color" para referirse a un negro?
El ejemplo precedente nos da pie para decir que las
expresiones eufemísticas tampoco son inocentes en la
mayoría de los casos. Precisamente, el significado de
eufemismo ("Manera de expresar suave o decorosamente ideas
cuya recta y franca expresión resultaría dura o
malsonante") sirve a nuestros propósitos. Quien no se
atreve a pronunciar los términos negro, aborigen o
judío, y los reemplaza por la ya mencionada hombre de
color, por natural o hebreo,
respectivamente, parte del supuesto de que aquellos son hirientes
u ofensivos y lo que en realidad está haciendo es
confirmar su supuesto carácter denigratorio que
sólo existe en la mente de quienes discriminan. Más
claramente, quien así obra discrimina.
Análogamente a los ejemplos anteriores, en las
escuelas argentinas de la Patagonia es frecuente que los docentes
sientan pudor de preguntar a algún alumno si es chileno.
La historia del tradicional y generalizado uso de ese gentilicio
en nuestro país, al igual que los otros términos ya
mencionados, con sentido discriminatorio y ofensivo ha terminado
por naturalizar el supuesto de que ser chileno, negro,
indígena o judío es un desmedro, una
condición inferior.
Como vemos, la discriminación opera no
sólo al nivel del discurso explícito, es decir, de
aquello que se expresa visual o lingüísticamente,
hablando del presente, y como memoria oficial respecto del
pasado, sino también por medio de lo que se calla o se
oculta y de la desmemoria u olvidos oficiales.
Veamos otro caso similar ocurrido hace un par de
años en Río Negro: una madre chilena fue a hablar
con la maestra de su hijo porque tanto sus compañeros de
aula como los demás alumnos de la escuela se burlaban
constantemente de él debido a que su apellido era Concha,
un apellido muy común en Chile así como en
España es un tradicional nombre de mujer o un diminutivo
de Concepción, pero que en Argentina representa la
más popular de las denominaciones de la vulva y la vagina.
La pobre madre le dijo a la maestra que su hijo lloraba y no
quería ir más a la escuela y le pidió que
hiciera algo para terminar con ese comportamiento. La respuesta
de la docente fue la siguiente: ¡Pero, señora…
usted lo que tiene que hacer es cambiarle urgentemente el
apellido a su hijo!
No conozco otro caso más cruel de herir y
humillar a una madre, a un hijo, a un padre, y a la vez a un
alumno de una escuela argentina y a una familia extranjera
radicada en nuestro país, que el de esa
maestra.
En lugar de educar a los alumnos de su grado y de su
escuela para cambiar su comportamiento discriminatorio, la
maestra cohonestaba su conducta y el
culpable resultaba ser el niño chileno por ser portador de
apellido. La "solución" de la maestra, una de las caras de
la institución escolar, era que su alumno renunciara a uno
de los componentes de su identidad como es el apellido. Identidad
que no es sólo legal sino fundamentalmente
histórica, social y moral. Su
respuesta se compadecía totalmente con aquella tradicional
prohibición racista y discriminatoria de ponerle a los
recién nacidos nombres del acervo cultural
indígena, hoy felizmente desaparecida en nuestro
país.
¿Me pregunto cómo se podrá hacer
desaparecer el dolor de aquella familia ante la definición
implícita de una maestra, pero también de una
escuela, de un sistema educativo provincial y de un Estado
nacional a quienes aquella representa, que consideran que el
apellido de un ser humano es reputado despreciable y merecedor de
burla y escarnio?
Es evidente la inferioridad atribuida a todo lo
autóctono y la superioridad de lo europeo, blanco y
católico, en el imaginario social constantemente
reproducido por la escuela, por otras instituciones y por las
políticas públicas. Esa constante
construcción y reproducción falsa del pasado y de la
realidad se canaliza a través del discurso y de las
prácticas sociales y se consolida en la mentalidad
colectiva como estereotipos y representaciones negativas de los
Otros Dominados que permanecen fuertemente arraigadas con el paso
de los años.
Por supuesto, esta negatividad de la mirada no se aplica
solamente a las grupos y culturas indígenas o a sus
descendientes. También opera respecto de otros inmigrantes
de países vecinos, además de los chilenos, como es
el caso de los peruanos, los bolivianos, los paraguayos y los
uruguayos, los cuales tienen en su biotipo claras señales
de su ascendencia indígena, ya sea pura o mestizada. En
este último caso no la pasan mejor, la cultura dominante
también los ignora y desvaloriza asimilándolos a la
condición de "indios" cuando en ellos la vertiente
genética europea ha sucumbido frente al desmedro que
representa para la conciencia de aquella la dominancia de la
otra, la autóctona. De allí que a todos ellos les
hayamos inventado motes como los de "chilotes", "perucas",
"bolitas", "paraguas"y "charrúas", que no son fruto de un
inexistente gracejo nacional sino de nuestro proverbial sentido
de superioridad, por lo demás ya conocido en casi todo el
mundo.
Puestos a vilipendiar a España, a su cultura, y a
los aspectos positivos de su presencia en América -que sin
dudas los tuvo-, el injerto europeo de los tres siglos de Indias
españolas no satisfizo a los liberales de la segunda mitad
del siglo XIX pues el tronco genético resultó ser
la vertiente nativa americana; y los mestizos, de piel oscura
frente al español, tiraban para la tierra, para los de
abajo y para los del interior, en lugar de hacerlo para Europa,
para los de arriba y para los de la ciudad de las luces, la
inefable Buenos Aires.
El desencanto de los "Organizadores" se inclinó
por lavar esas pieles oscuras en el torrente de la
inmigración europea promovida inmediatamente. Pero
cincuenta años más tarde, tendrían otra
desilusión pues no habían venido los rubios de ojos
celestes del mundo anglosajón, pobladores de ciudades
cosmopolitas, ilustrados y con abundantes capitales sino los
pueblos pobres, en su gran mayoría analfabetos o
semialfabetizados, con mezclas de
sangres moras y eslavas (consideradas inferiores por los de la
alta Europa y en consecuencia por la oligarquía vicaria),
provenientes en su gran mayoría de la baja Europa
rural.
En la escuela, esa mirada respecto de los países
vecinos, instalada como presupuestos ideológicos de los
que parten el aparato educativo y los propios docentes, se
expresa en la distancia entre el discurso meramente declarativo,
"generoso", integracionista hacia el mundo entero, y las
políticas efectivas respecto a los países de
Iberoamérica, lo que no hace sino reflejar el mismo
fenómeno que se produce al interior de la sociedad
argentina.
La ya mencionada convocatoria universal del
Preámbulo de la Constitución de 1853 no fue
realizada pensando en nuestros vecinos, nuestros hermanos de
sangre y de cultura, sino en los europeos anglosajones. Desde
entonces, los inmigrantes sudamericanos han sufrido un destino
parejo al de las culturas indígenas nacidas en suelo
argentino: todos ellos son representados como un "problema" al
interior de la sociedad dominante, en términos de
diferencias, desviaciones y amenazas.
En la construcción de los Otros el pensamiento
opera habitualmente por medio de estereotipos, categorías
y prejuicios, conducentes a su percepción devaluada,
negativa, punto de partida de las prácticas
discriminatorias. La escuela, los medios de
comunicación, sobre todo la televisión, los cientistas sociales, los
libros, pero también la familia y
la calle difunden esos presupuestos socializando a la
niñez desde sus primeros años, contribuyendo
así a la producción y reproducción del
prejuicio y las prácticas discriminatorias.
Ciertamente, las actitudes racistas se basan en buena
medida en razones psicológicas al fundarse en reacciones
de miedo ante la diversidad y la incomprensión de lo
desconocido. De allí nacen los prejuicios, los rechazos,
los sentimientos de odio y las actitudes violentas para con
quienes vienen a resultar peligrosos y amenazantes para el
Nosotros. Esas reacciones son el resultado de una larga historia
de construcciones de identidades al interior de las tramas de
relaciones sociales de dominación en todas las
escalas.
Son los libros escolares, el cine y la
televisión, con sus textos, sus
imágenes y sus cánones estéticos, los
vehículos más importantes para la formación
de las creencias y el conocimiento oficial del mundo por parte de
los niños, siendo su núcleo ideológico la
concepción etnocéntrica y eurocéntrica.
Ésta no es una mera e inocente posición o corriente
de pensamiento, sino un resultado y un instrumento de la
dominación histórica mundial, ejercida inicialmente
por algunos países europeos sobre los de otros continentes
a partir de la primera mundialización, a comienzos de la
edad moderna,
agregándose otros centros de dominación a partir de
la etapa de la división internacional del trabajo. Fue
entonces cuando aquellas concepciones fueron asumidas como
propias por las oligarquías vicarias de los países
latinoamericanos en términos de raza, clase,
religión, nacionalidad y género a los fines de la
producción y reproducción dentro de sus
países del modelo mundial
dominante
Esa concepción incluye en sí
también al modelo de civilización cristiana,
consustancial a ella, el cual también se debate en una
querella permanente de tipo religioso con otras confesiones y
cosmovisiones que en la práctica son percibidas por los
alumnos con notas diferenciales, problemáticas, negativas
en suma, como son las religiones orientales o el
Islam. Y aun
dentro del mismo tronco cristiano, esa concepción
dominadora se expresa en forma similar respecto de toda otra
confesión religiosa que no sea el catolicismo, considerado
religión e iglesia oficial de casi todos los países
latinoamericanos. Con lo cual estamos orillando el problema de la
discriminación por razones religiosas.
Culturas y religiones que
no sean las del Nosotros, son las de Ellos. Pero no sólo
se considera (se construye) como diferentes a sus creaciones
culturales sino a ellos mismos, sus portadores. Quien sustenta
productos culturales inferiores ha de ser, en esta lógica,
un inferior. Lo cual es aprendido por el Nosotros como menos
inteligentes, menos capaces, atrasados, sin
espíritu de progreso, viciosos, etc.
Cuando los Otros (indígenas, mestizos y blancos)
son pobres, sean nacidos en nuestro país o en los
países vecinos, constituyen otro problema para el Nosotros
de la sociedad dominante, que se considera absolutamente inocente
respecto de la pobreza de Ellos, la cual es considerada como
propia de sus estirpes, como un mal endémico o una
patología que se lleva en la sangre de generación
en generación, ocultando que todos los grupos dominados
han sido y son explotados desde hace siglos, por lo menos en
nuestro país, por miembros de la sociedad blanca aunque
tengan en común con ellos la piel blanca, la
religión católica o la nacionalidad y que
seguirán siendo pobres sin remedio mientras exista una
élite dominante.
Así, es frecuente escuchar a grandes y chicos en
la calle, en las escuelas y colegios, expresiones del tipo de
"los chilenos vienen a sacarle el trabajo a
los argentinos", ¡a Nosotros que hemos sido siempre tan
generosos con los extranjeros y mirá cómo nos
pagan!, cuando lo real e incontestable es que entre Nosotros
los inmigrantes chilenos han constituido desde hace más de
un siglo la mano de obra barata explotada por los dueños
de establecimientos rurales, de fábricas y talleres, y de
casas de familia. Y lo mismo puede decirse de los inmigrantes del
resto de los países vecinos en las correspondientes zonas
de nuestro país donde se han concentrado.
Cuando éste es el tenor de los discursos del
Nosotros es porque ya nos sentimos frente a la amenaza que
Ellos representan para nuestra cultura, nuestro país,
nuestra provincia, nuestra localidad, nuestro barrio y nuestra
familia, pero fundamentalmente para nuestra seguridad,
nuestro bienestar y nuestra riqueza. ¡Como si entre
Nosotros estos bienes sociales estuvieran armoniosamente
distribuidos! Es entonces cuando se escucha: "¡Hay que
hacer algo al respecto porque si no acá todos vamos a ser
chilenos muy pronto!"
Fue en ese contexto que se produjo en la provincia de
Neuquén, pocos años atrás, el aberrante
hecho de que las autoridades provinciales prohibieran a una
alumna del nivel primario, nacida en Chile, que fuera abanderada
de su escuela. Hubo quienes apoyaron esa medida basándose
en "razones" de patriotismo, otros en la falta de
reciprocidad hacia los alumnos argentinos por parte de los
establecimientos educativos chilenos y otros lo hicieron fundados
en que las leyes
están para ser respetadas.
Ese presunto patriotismo argentino invocado en esa
ocasión representa una versión oligárquica
de la idea y el sentimiento de patria, muy diferente a la
versión popular y latinoamericana; y que la falta de
reciprocidad de otros países es insuficiente para impedir
la generación de una práctica igualitaria respecto
a la condición de abanderado en las escuelas, la cual debe
inscribirse en el desarrollo permanente de un espíritu y
una vocación humanista universal; y respecto de las leyes
hay que decir que ellas deben estar al servicio de los hombres y
los pueblos y no éstos al servicio de aquellas. Por
último, todos deberíamos sentirnos llenos de gozo
de que un alumno de cualquier nivel del sistema educativo que
haya nacido en el extranjero merezca ser abanderado de una
escuela argentina, pues sería una prueba de que nuestras
declaraciones latinoamericanistas se corresponden con la
práctica aunque sea en un asunto tan sencillo como
éste.
Sólo puede ser atribuido a la falta de conciencia
histórica, social y política, que haya argentinos
pobres que se identifiquen con ese Nosotros aparentemente neutral
y se sientan nacionalistas y patriotas contra Ellos, los pobres
de los países pobres vecinos. Pero no debería
extrañar tal estado mental si recordamos que en la
década de los 90´s abundaban los argentinos que no
siendo pobres e integrando el Nosotros se expresaban en similares
términos respecto de los inmigrantes pobres, y por
extensión hacia sus países de origen, no teniendo
el más mínimo pudor en soñar y hasta
predicar a favor de un nuevo status de "americanos" (yanquees),
dispuestos a renunciar a la soberanía nacional y hasta a
la nacionalidad argentina si fuera necesario, imitando en esto a
Sarmiento, mientras remaban para allá en los tiempos de la
convertibilidad 1 a 1.
Resumiendo, el tema escolar "Los inmigrantes" se estudia
en forma reificada, congelado en la visión de la
inmigración europea de fines del siglo XIX y comienzos del
XX, cuando en realidad los inmigrantes sudamericanos siguen
arribando a nuestro país constantemente. Pero para
éstos no se aplica el reconocimiento de pioneros del
presente en una Argentina semivacía, como si ellos no
trabajaran y no hicieran ningún aporte a la sociedad del
Nosotros. Razón por la cual algunos de sus integrantes
más conspicuos protestan porque los chilenos reciben
viviendas de los planes provinciales o ayudas de emergencia por
parte de las municipalidades. Es que con los inmigrantes pobres
nos olvidamos del Preámbulo y de nuestro civilizado
espíritu cosmopolita.
En cambio, tratándose de los indígenas,
¡nosotros les tendemos la mano, los ayudamos!
¡Nosotros somos los buenos, los caritativos, los
solidarios, pues ellos necesitan nuestra ayuda para llegar
algún día a ser como Nosotros! ¡Nosotros los
queremos integrar y paradójicamente a veces ocurre que no
se dejan…! ¡Actuamos con ellos como el buen samaritano,
porque nace de Nosotros, de nuestro espíritu
generoso, pues sabemos que no tienen las mismas herramientas
culturales que nosotros, ellos están un poco más
abajo que Nosotros pero incluso los preferimos antes que a los
chilenos pues por lo menos han nacido en nuestro
país…!
Lo que acabo de describir con ironía en el
párrafo
precedente y que hasta resulta grotesco y triste a la vez, suele
ser identificado actualmente como una muestra de
"espíritu solidario", "fraternidad" ("nuestros hermanos
los indios", no un componente de Nosotros sino una zona
próxima que nos viene de arrastre: Ellos). Este
pensamiento internalizado, el correspondiente discurso oficial y
las prácticas oficiales consiguientes son las herramientas
que se emplean para la búsqueda de la "integración"
(¡…!).
Pero la integración no es tal sino cuando se
lleva a cabo en condiciones que aseguren el paso de una
comunidad, de una cultura o de un grupo étnico o social,
desde una situación anterior reputada como injusta, no
igualitaria, no democrática y habitual objeto de
gatopardismo (como ha ocurrido con otras experiencias
históricas de integración de los indígenas
en las naciones hispanoamericanas independientes), a una nueva
sociedad que sea todo lo contrario (lo cual no es el caso de
Argentina), y donde todos los seres humanos puedan realizarse
integralmente como personas, es decir en su plena dignidad,
compartiendo solidariamente la existencia con todos.
Los pueblos indígenas y sus descendientes
transculturados aspiran al respeto real por sus diferencias y al
mismo tiempo a la igualdad de oportunidades concreta -y no
meramente declarativa- que les corresponde como seres humanos,
por ende como derechos humanos, tanto para el acceso al bienestar
material como para la toma de decisiones en los espacios
públicos.
La educación que se imparte en las escuelas en
contra de la discriminación de los indígenas es una
falacia toda vez que la escuela ha discriminado no sólo a
ellos sino a todos los Dominados y de todas las formas posibles y
lo sigue haciendo de otras maneras. En consecuencia, se demuestra
la hipocresía del sistema dominante que en un tema tan
sensible como el de los derechos humanos actúa como lo
hace el tero: pega el grito en un lado y pone los huevos en otro,
porque al obviar otras modalidades del ejercicio de la
discriminación las perpetúa, y porque la eficacia del
conocimiento no es suficiente para modificar los comportamientos
sociales. Y si no repárese en la paradoja de que por la
escuela argentina pasaron tanto los genocidas del período
76-83 como sus víctimas.
Por todo lo dicho, consideramos que es necesario
reflexionar sobre estos temas desde nuestra condición de
docentes pues la educación no está pensada para
terminar en el aula o en la escuela, sino para difundir sus
beneficios en toda la sociedad, siendo el principal de ellos su
potencial carácter de arma para la lucha no violenta y
democrática para la construcción de una existencia
mejor que la presente.
Pero debemos hacerlo críticamente, sin seguir
modas intelectuales adoptadas automáticamente porque
vienen "de arriba" o porque somos fetichistas de la letra
impresa: "si está en el libro por algo
será…"
Si así procediéramos podríamos
iniciar el camino para desaprender el racismo implícito,
los prejuicios y las prácticas discriminatorias que todos
hemos aprendido en la calle y en la escuela y podríamos
empezar a cortar la cadena de su reproducción, a la que
hemos sido condenados por la oligarquía y sus
gerentes.
Así y todo, con la autorización del
casamiento entre españoles e indias por Real
Cédula de 1514 comenzó en muchos lugares
-especialmente en el Paraguay- y sobre todo entre las capas
bajas de la población blanca el comienzo de linajes
mixtos. Tal disposición de la Corona española
jamás tuvo correlato en el mundo colonial
anglosajón, en prevención de la que más
tarde sería llamada contaminación racial,
que tuviera en el racismo alemán de los nazis su
expresión de lucha activa en las leyes de Nuremberg de
1935.
"El 8 de junio [de 1810] fueron a la Real Fortaleza
los oficiales naturales indios que hasta aquí
habían servido agregados a los cuerpos de castas de
pardos y morenos, y recibiéndolos la Junta se les
leyó a su presencia por el secretario la orden
siguiente: "La Junta no ha podido mirar con indiferencia que
los naturales hayan sido incorporados al cuerpo de castas,
excluyéndolos de los batallones españoles a que
corresponden. Por su clase, y expresas declaratorias de su
Majestad, en lo sucesivo no debe haber diferencias entre el
militar español y el militar indio: ambos son iguales, y
siempre debieron serlo, porque desde principios del
descubrimiento de estas Américas quisieron los Reyes
Católicos que sus habitantes gozasen los mismos
privilegios que los vasallos de Castilla".
(JUSTO, Liborio, Nuestra patria vasalla).
2 "… porque seamos justos con los españoles.
Al exterminar a un pueblo salvaje cuyo territorio iban a
ocupar, hacían simplemente lo que todos los pueblos
civilizados hacen con los salvajes, lo que la colonia
efectúa deliberadamente o indeliberadamente con los
indígenas, absorbe, destruye, extermina. Si este
procedimiento terrible de la civilización
es bárbaro y cruel a los ojos de la justicia y de la
razón es, como la guerra misma, como la conquista, uno
de los medios de que la providencia ha armado a las diversas
razas humanas, y entre éstas a las más poderosas
y adelantadas, para sustituirse en lugar de aquellas que por su
debilidad orgánica o su atraso en la carrera de la
civilización no pueden alcanzar los grandes destinos del
hombre en la tierra. Puede ser muy injusto exterminar salvajes,
sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que
están en posesión de un terreno privilegiado;
pero gracias a esta injusticia, la América, en lugar de
permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso,
está ocupada hoy por la raza caucásica, la
más perfecta, la más inteligente, la más
bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra;
merced a estas injusticias, la Oceanía se llena de pueblos civilizados,
el Asia empieza a
moverse bajo el impulso europeo, el África ve renacer en
sus costas los tiempos de Cartago y los días gloriosos
de Egipto.
Así, pues, la población del mundo está
sujeta a revoluciones que reconocen leyes inmutables: las razas
fuertes exterminan a las débiles, los pueblos
civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los
salvajes".
(Sarmiento en El Progreso (Chile), el 27 de septiembre
e 1844).
"SAHIHUEQUE.
"El cacique [tehuelche] Casimiro tenía una
pequeña bandera argentina, y fuera donde fuese, al
celebrar una reunión de cualquier índole, clavaba
el asta de su banderita en la tierra, como significando que
él era argentino y las deliberaciones eran presididas
por la insignia azul y blanca.
Cuando un día Sahihueque vio la bandera de
Casimiro, sus ojos se entrecerraron y su corazón
comenzó a latir ansiosamente, impelido por un tremendo
anhelo. Así, poco tiempo después, al encontrarse
con el sargento mayor Mariano Bejarano, describiendo la bandera
que había visto en manos de Casimiro, Sahihueque
pidió:
— Decile a tu gobierno que yo también
quiero una bandera, pero tiene que ser más grande que la
de Casimiro.
— ¿Más grande? ¿Y por
qué más grande? –quiso saber,
extrañado, Bejarano.
— Porque yo soy más argentino que
él.
De este increíble sentimiento de argentinidad,
de amor a la
patria, si se quiere, da cuenta el mismo Bejarano, describiendo
en su "Diario de viaje" […] un episodio del que fue testigo
[…]. en las tolderías del Caleuvú, cuando
llegó una patrulla militar chilena. Le explicaron:
durante el invierno anterior, la gente de Sahihueque
había prestado ayuda a un grupo de soldados chilenos,
evitando que murieran helados en la cordillera. Para expresar
su agradecimiento, el jefe militar de Valdivia, Cnel. Serrano,
de Osorno, además de otros regalos, enviaba dos hermosas
banderas chilenas con destino exclusivo al cacique.
Sahihueque las miró, sacudió la cabeza, y
dijo:
— Devolvele estas banderas a tu coronel. Decile
que Sahihueque no las va a aceptar. Sahihueque es
argentino."
(CASTANY, Ernesto, Valentín Sahihueque. Cacique
argentino. En Todo es Historia, Nº 136,
pp.76-77).
"CARTA DE MANUEL
NAMUNCURÁ AL DIARIO LA PRENSA, EL 30
DE ABRIL DE 1908, A LOS 97 AÑOS DE EDAD.
"Me es doloroso recordar lo que se tiene por famosa
conquista de la pampa, en cuya virtud los míos fueron
desalojados de las Salinas Grandes, donde se deslizó mi
niñez, viendo dirigir a mi malogrado padre, el general
Juan Calfucurá, a cien mil hombres, con quienes
combatió heroicamente durante cuarenta años a los
chilenos… después… me ausenté llevando el
pabellón de la patria, que lo he sabido honrar desde mi
juventud,
tal vez mejor que muchos que se han titulado patriotas y que no
han buscado otra cosa que hacerse propietarios de las
tierras… No me quedó otro recurso que remontar a pie
las cumbres nevadas de los Andes… me habían puesto
fuera de la ley… A pesar de que mi patriotismo no
decayó un instante y de que hacía gala de
él en suelo extranjero, desde mi llegada a la
república de Chile fui objeto de la mayor hospitalidad.
…en Villa Rica se me presentaron mil ochocientos soldados…
que volvían triunfantes del Perú…
Querían que aceptara ese contingente y otros que
vendrían luego, para dirigirlos a la conquista de las
tierras de que fui desalojado por el ejército argentino.
Pero sentí, como buen patriota, que me avergonzaba de
oír tales ofrecimientos y los rechacé con toda
energía y altivez, declarándome más
argentino que muchos de los que se hallaban destacados en la
frontera de la pampa y deseaban exterminar a los de mi raza.
Entonces resolví regresar solo a mi patria…
había guardado silencio hasta ahora, creyendo servir
así a los intereses de mi patria, pero he resuelto
comunicarlo… en vista de que casi he desaparecido del mundo
de los vivos."
(CEVALLOS, Estanislao S., Callvucurá y la
dinastía de los Piedra. Col. Capítulo. Vol.1. p.
XXII. Bs. As., CEAL, 1981).
"¿Logramos exterminar a los indios? Lautaro,
Rengo y Caupolicán son unos indios piojosos, porque
así son todos. Incapaces de progreso. El exterminio de
esa canalla es providencial y útil, sublime y grande…
Dejarles los niños a las madres indígenas es
perpetuar la barbarie. Hay caridad en alejarlos cuanto antes de
esa infección. Se les debe exterminar sin ni siquiera
perdonar al pequeño que tiene ya el odio instintivo al
hombre civilizado". (Sarmiento en El Nacional, del 19 de mayo
de 1857).
"Estamos por dudar de que exista el Paraguay,
descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y
esclavos que obran por instinto a falta de razón. En
ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son
unos perros
ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su
avance, capitaneados por descendientes degenerados de
españoles, traería la detención de todo
progreso y un retroceso a la barbarie… Al frenético,
idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo
acompañan miles de animales que le
obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya
hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso
purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida
de cuyo contacto hay que librarse". (Carta de Sarmiento a Mitre
en 1872).
(George. G. Petre, ministro británico en la
Argentina, escribió que la población del Paraguay
fue "reducida de cerca de un millón de personas bajo el
gobierno de Solano López, a no más de trescientas
mil, de las cuales más de las tres cuartas partes eran
mujeres"). (SUÁREZ, Matías, Sarmiento, ese
desconocido. Bs. As., Teoría, 1968).
"… No trate de economizar sangre de gauchos.
Éste es un abono que es preciso hacer útil al
país. La sangre de esa chusma criolla incivil,
bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres
humanos."
( Carta de Sarmiento a Mitre en 1861).
"… Sandes ha marchado a San Luis. Está
saltando para llegar a La Rioja y darle una buena tunda al
Chacho […] Si va, déjelo ir. Si mata gente,
cállense la boca. Son animales bípedos de tan
perversa condición que no sé qué se
obtenga con tratarles mejor".
(Carta de Sarmiento a Mitre, citada por
FERNÁNDEZ RETAMAR, R., Calibán. Apuntes sobre la
cultura de nuestra América. Bs. As., La Pleyade,
1973).
BORRERO, José María, La Patagonia
trágica. Este libro, actualmente muy difícil de
hallar pues no se ha vuelto a reeditar desde hace muchas
décadas, es uno de los primeros testimonios de denuncia
de las matanzas de indígenas en Santa Cruz y Tierra del
Fuego, y de su protección y defensa por parte de los
salesianos establecidos en esas zonas.
LARRAÍN IBÁÑEZ, Jorge, Modernidad,
razón e identidad en América
Latina. Santiago, Andrés Bello, 1996. Véase
el cap. 2, Razón y construcción del otro.
El autor pasa revista a
las ideas de los filósofos del siglo XVIII, de los
economistas clásicos, de Hegel, de
Engels y Marx, y muchos
otros, todas representativas del etnocentrismo y eurocentrismo que vieron a los naturales de
América, de África y Asia como atrasados,
inferiores (incluso en estatura), irracionales, viciosos,
inmorales, ociosos, degenerados, indolentes, ignorantes,
pasivos, flojos, resignados, imprevisores, falsos, traidores,
mentirosos, de estupidez hereditaria, etc.
También los animales de América fueron
considerados inferiores en su naturaleza
al extremo de que Hegel dice que los pájaros en
América, a pesar de tener un plumaje colorido y
brillante no saben cantar, pero abriga la esperanza de que
"cuando venga el día en que las selvas del Brasil ya no
resuenen con los tonos inarticulados de hombres degenerados,
muchos de los plumíferos cantores producirán
también melodías más refinadas" (citado
por el autor).
Todos ellos justificaban la dominación
colonialista, y hasta la esclavitud, la celebraban y la
saludaban alborozados. Engels y Marx, lo hicieron con la
dominación británica en la India y en Irlanda
(solo en estos dos casos variaron sus posiciones después
de 1860); con Argelia, "un hecho importante y afortunado para
el progreso de la civilización"; con California ("la
magnífica California fue arrebatada a mexicanos flojos
que no sabían qué hacer con ella", "… en
interés de su propio desarrollo, México estará en el futuro bajo la
tutela de los
Estados
Unidos") y siempre tuvieron una mirada negativa sobre las
repúblicas latinoamericanas.
"Cualquier craneota inmediato es más
inteligente que el inmigrante recién desembarcado en
nuestra playa. Es algo amorfo, yo diría celular, en el
sentido de su completo alejamiento de todo lo que es mediano
progreso en la
organización mental. Es un cerebro lento,
como el del buey a cuyo lado ha vivido; miope en la agudeza
psíquica, de torpe y obtuso oído en
todo lo que se refiere a la espontánea y fácil
adquisición de imágenes por vía del gran
sentido cerebral. ¡Qué oscuridad de
percepción, qué torpeza para transmitir la
más elemental sensación a través de esa
piel que recuerda la del paquidermo en sus dificultades de
conductor fisiológico!" […]
Crepuscular, pues, y larval en cierto sentido, es el
estado de adelanto psíquico de ese campesino,
en parte, el vigoroso protoplasma de la raza nueva, cuando
apenas pisa nuestra tierra. Forzosamente tiene uno que
convencerse de que el pesado palurdo no siente como nosotros
[…] su mecanismo psicológico es lento e intermitente
como la rueda de la hilandera primitiva o el arado grosero del
agricultor de la media edad, esa sensibilidad moral,
receptáculo y fábrica de todos los sentimientos e
ideas morales del hombre culto y definitivo, es todavía
un vago remedo de lo que sería
después".
(José María Ramos Mejía
(1849-1914). Presidente del Consejo Nacional de
Educación entre 1908 y 1912).
También los negros participaron en las milicias
organizadas por Liniers formando el cuerpo de Pardos y Morenos
y continuaron luchando después en la guerra contra
España y en las guerras civiles de las Provincias Unidas
del Río de la Plata pese a que el decreto de la Asamblea
de 1813 sobre libertad de
vientres no los alcanzara. La esclavitud recién fue
abolida en 1853 por la Constitución Nacional.
"DICIEMBRE 1806. _ Sir Popham está bloqueando
Montevideo. El 6 de Setiembre Liniers da una proclama
solicitando al pueblo se organice en milicias regulares. El
francés tiene 53 años. Parece un mozo. La
población responde decidida. Hasta los indios ofrecen su
apoyo. El acta del Cabildo del 22 de Diciembre dice que "diez
caciques de estas pampas piden permiso para entrar en la sala"
y venían a agradecer el "haber echado a esos colorados
de vuestra casa, que lograron tomar por una desgracia" y que
"os ofrecemos nuevamente reunidos todos los grandes caciques
que veis, hasta el número de 28.000 de nuestros
súbditos, cada uno gente de guerra y cada uno con 5.000
caballos; queremos sean los primeros en combatir a esos
colorados que parece aún que se quieren
incomodar."
El Cabildo agradece con afecto la ayuda, agregando que
por ahora "las tropas que en cuerpo se hallan formadas,
aseguran la defensa de esta hermosa capital".
(Diario de la Historia Argentina).
Ésta es la mirada del nacionalismo popular
latinoamericano, uno de cuyos representantes más
destacados fue el gran patriota cubano José Martí.
"Martí, por su parte, es el consciente
vocero de las clases explotadas. "Con los oprimidos
había que hacer causa común", nos dejó
dicho, "para afianzar el sistema opuesto a los intereses y
hábitos de los opresores". Y como a partir de la
Conquista, indios y negros habían sido relegados a la
base de la pirámide, hacer causa común con los
oprimidos venía a coincidir en gran medida con hacer
causa común con los indios y los negros, que es lo que
hace Martí. Esos indios y negros se habían venido
mezclando entre sí y con algunos blancos, dando lugar al
mestizaje que está en la raíz de nuestra
América, donde también según Martí,
"el mestizo autóctono ha vencido al criollo
exótico". Martí es radicalmente antirracista
porque es portavoz de las clases explotadas, donde se
están fundiendo las tres razas. Sarmiento se opone a lo
americano esencial para implantar aquí, a sangre y
fuego, como pretendieron los conquistadores, fórmulas
foráneas: Martí defiende lo autóctono, lo
verdaderamente americano. Lo cual, por supuesto, no quiere
decir que rechazara torpemente cuanto de positivo le ofrecieran
otras realidades: "injértese en nuestras
repúblicas el mundo", dijo, "pero el tronco ha de
ser el de nuestras repúblicas". FERNÁNDEZ
RETAMAR, R., op. cit., p.99.
Término derivado del título de la novela de
Giuseppe di Lampedusa, El gatopardo, habitualmente utilizado
como "cambiar algo para que nada cambie".
SUÁREZ, Matías E., op. cit., cap.
II.
VEDOYA, Juan Carlos, Cómo fue la enseñanza popular en la Argentina. Bs. As.,
Plus Ultra, 1973.
Ser peronista mientras Perón vivía
implicaba creer en la existencia de una conspiración
mundial dirigida por la sinarquía internacional,
término de dudoso origen que incluía a los
judíos como alma mater del capitalismo
y del socialismo,
trabajando a dos puntas para conseguir la dominación
mundial. Y aunque aquel vocablo se refiriera, junto a otros
factores oscuros de poder, al sionismo internacional y no a los
judíos en general, se daba por sentado que éstos,
en cualquier país del mundo y cualquiera fuera su
nacionalidad, siempre obedecerían al sionismo en primer
lugar, así como la mayoría de los partidos
comunistas del mundo seguían al pie de la letra las
órdenes del P. C. de la Unión Soviética
referidas a la política local.
GARCÍA HAMILTON, Don José. La vida de San
Martín. Bs. As., Sudamericana, 2000.
En 1988, siendo Director Municipal de Cultura
promoví la sanción de una ordenanza municipal por
la cual las autoridades municipales deben celebrar el 18 de
septiembre de cada año la fecha patria de los chilenos
con carácter obligatorio como si se tratara de una
efemérides nacional; en la Plaza de los Próceres,
lugar donde se llevan a cabo los actos patrios oficiales de
Argentina; y con todas las formalidades de estilo
correspondientes a éstos. Fundamentaba la medida en la
historia de nuestros orígenes comunes y la consiguiente
fraternidad de nuestros pueblos, en el reconocimiento al
constante aporte de hombres y mujeres de Chile en nuestra
Patagonia y por ende en nuestra ciudad y en una vocación
de integración efectiva como latinoamericanos. Desde
entonces Villa Regina fue la única ciudad de Argentina
que asumió tal compromiso en base a una ordenanza
municipal. Hasta ese momento la colectividad chilena festejaba
su fecha patria aisladamente, en la periferia de la zona
suburbana, sin participación oficial de las autoridades
municipales ni del resto de la población.
SAPIENS. Enciclopedia Ilustrada de la Lengua
castellana. T. 2, pág. 491. Bs. As., Sopena,
1981.
Precisamente, todo lo opuesto al pensamiento de
José Martí. Véase más arriba nota
Nº 11.
GENTILI, Pablo (comp.), Cultura, política y
currículo. Bs. As., Losada, 1997. Para
éste y otros asuntos relacionados con la
construcción social de los Otros recomendamos toda la
obra.
*** *** ***
Así y todo, con la autorización del
casamiento entre españoles e indias por Real
Cédula de 1514 comenzó en muchos lugares
-especialmente en el Paraguay- y sobre todo entre las capas
bajas de la población blanca el comienzo de linajes
mixtos. Tal disposición de la Corona española
jamás tuvo correlato en el mundo colonial
anglosajón.
"El 8 de junio [de 1810] fueron a la Real Fortaleza
los oficiales naturales indios que hasta aquí
habían servido agregados a los cuerpos de castas de
pardos y morenos, y recibiéndolos la Junta se les
leyó a su presencia por el secretario la orden
siguiente: "La Junta no ha podido mirar con indiferencia que
los naturales hayan sido incorporados al cuerpo de castas,
excluyéndolos de los batallones españoles a que
corresponden. Por su clase, y expresas declaratorias de su
Majestad, en lo sucesivo no debe haber diferencias entre el
militar español y el militar indio: ambos son iguales, y
siempre debieron serlo, porque desde principios del
descubrimiento de estas Américas quisieron los Reyes
Católicos que sus habitantes gozasen los mismos
privilegios que los vasallos de Castilla".
(JUSTO, Liborio, Nuestra patria vasalla).
2 "… porque seamos justos con los españoles.
Al exterminar a un pueblo salvaje cuyo territorio iban a
ocupar, hacían simplemente lo que todos los pueblos
civilizados hacen con los salvajes, lo que la colonia
efectúa deliberadamente o indeliberadamente con los
indígenas, absorbe, destruye, extermina. Si este
procedimiento terrible de la civilización es
bárbaro y cruel a los ojos de la justicia y de la
razón es, como la guerra misma, como la conquista, uno
de los medios de que la providencia ha armado a las diversas
razas humanas, y entre éstas a las más poderosas
y adelantadas, para sustituirse en lugar de aquellas que por su
debilidad orgánica o su atraso en la carrera de la
civilización no pueden alcanzar los grandes destinos del
hombre en la tierra. Puede ser muy injusto exterminar salvajes,
sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que
están en
posesión de un terreno privilegiado; pero
gracias a esta injusticia, la América, en lugar de
permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso,
está ocupada hoy por la raza caucásica, la
más perfecta, la más inteligente, la más
bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra;
merced a estas injusticias, la Oceanía se llena de
pueblos civilizados, el Asia empieza a moverse bajo el impulso
europeo, el África ve renacer en sus costas los tiempos
de Cartago y los días gloriosos de Egipto. Así,
pues, la población del mundo está sujeta a
revoluciones que reconocen leyes inmutables: las razas fuertes
exterminan a las débiles, los pueblos civilizados
suplantan en la posesión de la tierra a los
salvajes".
(Sarmiento en El Progreso (Chile), el 27 de septiembre
e 1844).
"SAHIHUEQUE.
"El cacique [tehuelche] Casimiro tenía una
pequeña bandera argentina, y fuera donde fuese, al
celebrar una reunión de cualquier índole, clavaba
el asta de su banderita en la tierra, como significando que
él era argentino y las deliberaciones eran presididas por
la insignia azul y blanca.
Cuando un día Sahihueque vio la bandera de
Casimiro, sus ojos se entrecerraron y su corazón
comenzó a latir ansiosamente, impelido por un tremendo
anhelo. Así, poco tiempo después, al encontrarse
con el sargento mayor Mariano Bejarano, describiendo la bandera
que había visto en manos de Casimiro, Sahihueque
pidió:
— Decile a tu gobierno que yo también
quiero una bandera, pero tiene que ser más grande que la
de Casimiro.
— ¿Más grande? ¿Y por
qué más grande? –quiso saber,
extrañado, Bejarano.
— Porque yo soy más argentino que
él.
De este increíble sentimiento de argentinidad,
de amor a la patria, si se quiere, da cuenta el mismo Bejarano,
describiendo en su "Diario de viaje" […] un episodio del que
fue testigo […]. en las tolderías del Caleuvú,
cuando llegó una patrulla militar chilena. Le
explicaron: durante el invierno anterior, la gente de
Sahihueque había prestado ayuda a un grupo de soldados
chilenos, evitando que murieran helados en la cordillera. Para
expresar su agradecimiento, el jefe militar de Valdivia, Cnel.
Serrano, de Osorno, además de otros regalos, enviaba dos
hermosas banderas chilenas con destino exclusivo al
cacique.
Sahihueque las miró, sacudió la cabeza, y
dijo:
— Devolvele estas banderas a tu coronel. Decile
que Sahihueque no las va a aceptar. Sahihueque es
argentino."
(CASTANY, Ernesto, Valentín Sahihueque. Cacique
argentino. En Todo es Historia, Nº 136,
pp.76-77).
"CARTA DE MANUEL NAMUNCURÁ AL DIARIO LA PRENSA,
EL 30 DE ABRIL DE 1908, A LOS 97 AÑOS DE
EDAD.
"Me es doloroso recordar lo que se tiene por famosa
conquista de la pampa, en cuya virtud los míos fueron
desalojados de las Salinas Grandes, donde se deslizó mi
niñez, viendo dirigir a mi malogrado padre, el general
Juan Calfucurá, a cien mil hombres, con quienes
combatió heroicamente durante cuarenta años a los
chilenos… después… me ausenté llevando el
pabellón de la patria, que lo he sabido honrar desde mi
juventud, tal vez mejor que muchos que se han titulado
patriotas y que no han buscado otra cosa que hacerse
propietarios de las tierras… No me quedó otro recurso
que remontar a pie las cumbres nevadas de los Andes… me
habían puesto fuera de la ley… A pesar de que mi
patriotismo no decayó un instante y de que hacía
gala de él en suelo extranjero, desde mi llegada a la
república de Chile fui objeto de la mayor hospitalidad.
…en Villa Rica se me presentaron mil ochocientos soldados…
que volvían triunfantes del Perú…
Querían que aceptara ese contingente y otros que
vendrían luego, para dirigirlos a la conquista de las
tierras de que fui desalojado por el ejército argentino.
Pero sentí, como buen patriota, que me avergonzaba de
oír tales ofrecimientos y los rechacé con toda
energía y altivez, declarándome más
argentino que muchos de los que se hallaban destacados en la
frontera de la pampa y deseaban exterminar a los de mi raza.
Entonces resolví regresar solo a mi patria…
había guardado silencio hasta ahora, creyendo servir
así a los intereses de mi patria, pero he resuelto
comunicarlo… en vista de que casi he desaparecido del mundo
de los vivos."
(CEVALLOS, Estanislao S., Callvucurá y la
dinastía de los Piedra. Col. Capítulo. Vol.1. p.
XXII. Bs. As., CEAL, 1981).
"¿Logramos exterminar a los indios? Lautaro,
Rengo y Caupolicán son unos indios piojosos, porque
así son todos. Incapaces de progreso. El exterminio de
esa canalla es providencial y útil, sublime y grande…
Dejarles los niños a las madres indígenas es
perpetuar la barbarie. Hay caridad en alejarlos cuanto antes de
esa infección. Se les debe exterminar sin ni siquiera
perdonar al pequeño que tiene ya el odio instintivo al
hombre civilizado". (Sarmiento en El Nacional, del 19 de mayo
de 1857).
"Estamos por dudar de que exista el Paraguay,
descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y
esclavos que obran por instinto a falta de razón. En
ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son
unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento
cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes
degenerados de españoles, traería la
detención de todo progreso y un retroceso a la
barbarie… Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho
Solano López lo acompañan miles de animales que
le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano
haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso
purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida
de cuyo contacto hay que librarse". (Carta de Sarmiento a Mitre
en 1872).
(George. G. Petre, ministro británico en la
Argentina, escribió que la población del Paraguay
fue "reducida de cerca de un millón de personas bajo el
gobierno de Solano López, a no más de trescientas
mil, de las cuales más de las tres cuartas partes eran
mujeres"). (SUÁREZ, Matías, Sarmiento, ese
desconocido. Bs. As., Teoría, 1968).
"… No trate de economizar sangre de gauchos.
Éste es un abono que es preciso hacer útil al
país. La sangre de esa chusma criolla incivil,
bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres
humanos."
( Carta de Sarmiento a Mitre en 1861).
"… Sandes ha marchado a San Luis. Está
saltando para llegar a La Rioja y darle una buena tunda al
Chacho […] Si va, déjelo ir. Si mata gente,
cállense la boca. Son animales bípedos de tan
perversa condición que no sé qué se
obtenga con tratarles mejor".
(Carta de Sarmiento a Mitre, citada por
FERNÁNDEZ RETAMAR, R., Calibán. Apuntes sobre la
cultura de nuestra América. Bs. As., La Pleyade,
1973).
BORRERO, José María, La Patagonia
trágica. Este libro, actualmente muy difícil de
hallar pues no se ha vuelto a reeditar desde hace muchas
décadas, es uno de los primeros testimonios de denuncia
de las matanzas de indígenas en Santa Cruz y Tierra del
Fuego, y de su protección y defensa por parte de los
salesianos establecidos en esas zonas.
LARRAÍN IBÁÑEZ, Jorge,
Modernidad, razón e identidad en América Latina.
Santiago, Andrés Bello, 1996. Véase el cap. 2,
Razón y construcción del otro. El autor
pasa revista a las ideas de los filósofos del siglo
XVIII, de los economistas clásicos, de Hegel, de Engels
y Marx, y muchos otros, todas representativas del etnocentrismo
y eurocentrismo que vieron a los naturales de América,
de África y Asia como atrasados, inferiores (incluso
en estatura), irracionales, viciosos, inmorales, ociosos,
degenerados, indolentes, ignorantes, pasivos, flojos,
resignados, imprevisores, falsos, traidores, mentirosos, de
estupidez hereditaria, etc.
También los animales de América fueron
considerados inferiores en su naturaleza al extremo de que
Hegel dice que los pájaros en América, a pesar de
tener un plumaje colorido y brillante no saben cantar, pero
abriga la esperanza de que "cuando venga el día en
que las selvas del Brasil ya no resuenen con los tonos
inarticulados de hombres degenerados, muchos de los
plumíferos cantores producirán también
melodías más refinadas" (citado por el
autor).
Todos ellos justificaban la dominación
colonialista, y hasta la esclavitud, la celebraban y la
saludaban alborozados. Engels y Marx, lo hicieron con la
dominación británica en la India y en Irlanda
(solo en estos dos casos variaron sus posiciones después
de 1860); con Argelia, "un hecho importante y afortunado para
el progreso de la civilización"; con California ("la
magnífica California fue arrebatada a mexicanos flojos
que no sabían qué hacer con ella", "… en
interés de su propio desarrollo, México
estará en el futuro bajo la tutela de los Estados
Unidos") y siempre tuvieron una mirada negativa sobre las
repúblicas latinoamericanas.
"Cualquier craneota inmediato es más
inteligente que el inmigrante recién desembarcado en
nuestra playa. Es algo amorfo, yo diría celular, en el
sentido de su completo alejamiento de todo lo que es mediano
progreso en la organización mental. Es un cerebro lento,
como el del buey a cuyo lado ha vivido; miope en la agudeza
psíquica, de torpe y obtuso oído en todo lo que
se refiere a la espontánea y fácil
adquisición de imágenes por vía del gran
sentido cerebral. ¡Qué oscuridad de
percepción, qué torpeza para transmitir la
más elemental sensación a través de esa
piel que recuerda la del paquidermo en sus dificultades de
conductor fisiológico!" […]
Crepuscular, pues, y larval en cierto sentido, es el
estado de adelanto psíquico de ese campesino, en parte,
el vigoroso protoplasma de la raza nueva, cuando apenas pisa
nuestra tierra. Forzosamente tiene uno que convencerse de que
el pesado palurdo no siente como nosotros […] su mecanismo
psicológico es lento e intermitente como la rueda de la
hilandera primitiva o el arado grosero del agricultor de la
media edad, esa sensibilidad moral, receptáculo y
fábrica de todos los sentimientos e ideas morales del
hombre culto y definitivo, es todavía un vago remedo de
lo que sería después".
(José María Ramos Mejía
(1849-1914). Presidente del Consejo Nacional de
Educación entre 1908 y 1912).
También los negros participaron en las milicias
organizadas por Liniers formando el cuerpo de Pardos y Morenos
y continuaron luchando después en la guerra contra
España y en las guerras civiles de las Provincias Unidas
del Río de la Plata pese a que el decreto de la Asamblea
de 1813 sobre libertad de vientres no los alcanzara. La
esclavitud recién fue abolida en 1853 por la
Constitución Nacional.
"DICIEMBRE 1806. _ Sir Popham está bloqueando
Montevideo. El 6 de Setiembre Liniers da una proclama
solicitando al pueblo se organice en milicias regulares. El
francés tiene 53 años. Parece un mozo. La
población responde decidida. Hasta los indios ofrecen su
apoyo. El acta del Cabildo del 22 de Diciembre dice que "diez
caciques de estas pampas piden permiso para entrar en la sala"
y venían a agradecer el "haber echado a esos colorados
de vuestra casa, que lograron tomar por una desgracia" y que
"os ofrecemos nuevamente reunidos todos los grandes caciques
que veis, hasta el número de 28.000 de nuestros
súbditos, cada uno gente de guerra y cada uno con 5.000
caballos; queremos sean los primeros en combatir a esos
colorados que parece aún que se quieren
incomodar."
El Cabildo agradece con afecto la ayuda, agregando que
por ahora "las tropas que en cuerpo se hallan formadas,
aseguran la defensa de esta hermosa capital".
(Diario de la Historia Argentina).
Ésta es la mirada del nacionalismo popular
latinoamericano, uno de cuyos representantes más
destacados fue el gran patriota cubano José
Martí.
"Martí, por su parte, es el consciente vocero
de las clases explotadas. "Con los oprimidos había
que hacer causa común", nos dejó dicho,
"para afianzar el sistema opuesto a los intereses y
hábitos de los opresores". Y como a partir de la
Conquista, indios y negros habían sido relegados a la
base de la pirámide, hacer causa común con los
oprimidos venía a coincidir en gran medida con hacer
causa común con los indios y los negros, que es lo que
hace Martí. Esos indios y negros se habían venido
mezclando entre sí y con algunos blancos, dando lugar al
mestizaje que está en la raíz de nuestra
América, donde también según Martí,
"el mestizo autóctono ha vencido al criollo
exótico". Martí es radicalmente antirracista
porque es portavoz de las clases explotadas, donde se
están fundiendo las tres razas. Sarmiento se opone a lo
americano esencial para implantar aquí, a sangre y
fuego, como pretendieron los conquistadores, fórmulas
foráneas: Martí defiende lo autóctono, lo
verdaderamente americano. Lo cual, por supuesto, no quiere
decir que rechazara torpemente cuanto de positivo le ofrecieran
otras realidades: "injértese en nuestras
repúblicas el mundo", dijo, "pero el tronco ha de
ser el de nuestras repúblicas". FERNÁNDEZ
RETAMAR, R., op. cit., p.99.
Término derivado del título de la
novela de
Giuseppe di Lampedusa, El gatopardo, habitualmente utilizado
como "cambiar algo para que nada cambie".
SUÁREZ, Matías E., op. cit., cap.
II.
VEDOYA, Juan Carlos, Cómo fue la enseñanza
popular en la Argentina. Bs. As., Plus Ultra, 1973.
Ser peronista mientras Perón vivía
implicaba creer en la existencia de una conspiración
mundial dirigida por la sinarquía internacional,
término de dudoso origen que incluía a los
judíos como alma mater del capitalismo y del
socialismo, trabajando a dos puntas para conseguir la
dominación mundial. Y aunque aquel vocablo se refiriera,
junto a otros factores oscuros de poder, al sionismo
internacional y no a los judíos en general, se daba por
sentado que éstos, en cualquier país del mundo y
cualquiera fuera su nacionalidad, siempre obedecerían al
sionismo en primer lugar, así como la mayoría de
los partidos comunistas del mundo seguían al pie de la
letra las órdenes del P. C. de la Unión
Soviética referidas a la política
local.
GARCÍA HAMILTON, Don José. La vida de
San Martín. Bs. As., Sudamericana, 2000.
En 1988, siendo Director Municipal de Cultura
promoví la sanción de una ordenanza municipal por
la cual las autoridades municipales deben celebrar el 18 de
septiembre de cada año la fecha patria de los chilenos
con carácter obligatorio como si se tratara de una
efemérides nacional; en la Plaza de los Próceres,
lugar donde se llevan a cabo los actos patrios oficiales de
Argentina; y con todas las formalidades de estilo
correspondientes a éstos. Fundamentaba la medida en la
historia de nuestros orígenes comunes y la consiguiente
fraternidad de nuestros pueblos, en el reconocimiento al
constante aporte de hombres y mujeres de Chile en nuestra
Patagonia y por ende en nuestra ciudad y en una vocación
de integración efectiva como latinoamericanos. Desde
entonces Villa Regina fue la única ciudad de Argentina
que asumió tal compromiso en base a una ordenanza
municipal. Hasta ese momento la colectividad chilena festejaba
su fecha patria aisladamente, en la periferia de la zona
suburbana, sin participación oficial de las autoridades
municipales ni del resto de la población.
SAPIENS. Enciclopedia Ilustrada de la Lengua castellana.
T. 2, pág. 491. Bs. As., Sopena, 1981.
Precisamente, todo lo opuesto al pensamiento de
José Martí. Véase más arriba nota
Nº 11.
GENTILI, Pablo (comp.), Cultura, política y
currículo. Bs. As., Losada, 1997. Para éste y
otros asuntos relacionados con la construcción social de
los Otros recomendamos toda la obra.
Prof. Carlos R. Schulmaister
Inst. de Form. Doc. Continua de Villa Regina (Río
Negro),
Fecha de realización: año 2004. Fecha de
envío a monografías.com: 3 de feb. de
2005.
El autor es Prof. en Historia, Mr. en gestión
y políticas culturales en el Mercosur,
historiador oral, ensayista y educador.
El autor autoriza expresamente la cita de fragmentos de
este trabajo con fines de investigación –no comerciales- a
condición de que se cite la fuente. Y desea entablar
comunicaciones
por este medio con otros interesados en esta
temática.
[Categoría: Historia, Política y Estudio
Social ]