Características psicopedagógicas generales de los niños con baja visión durante los primeros cinco años de vida
La estimulación temprana constituye un punto
de partida importante para lograr el verdadero desarrollo del
niño desde las primeras edades. En los menores con
necesidades educativas especiales esta tarea adquiere un valor mayor
por lo que representa para los procesos que
están afectados. Los niños y niñas con baja
visión representan una población elevada dentro de las necesidades
especiales de tipo visual. El trabajo que
se presenta constituye un resultado importante a partir de un
estudio descriptivo realizado con menores que presentan baja
visión durante los primeros cinco años de vida en
la provincia de Camaguey, Cuba.
La Pedagogía en los momentos actuales centra
nuevas aristas en el orden didáctico para trabajar con los
niños que presentan necesidades educativas especiales. Los
retos para los educadores crecen y sin dudas, en el orden
teórico, se hace necesario profundizar aún
más en las características psicopedagógicas
que presentan los niños y niñas con cualquier tipo
de discapacidad.
Los menores con dificultades visuales constituyen un
porciento elevado dentro de la población infantil en el
mundo. En algunos países estos niños se educan bajo
los preceptos de la escuela integrada
o escuela inclusiva (España,
Brasil,
Argentina) y en otros, como en el nuestro por ejemplo, asisten a
salones infantiles o escuelas especiales donde existen las
condiciones materiales y
espirituales garantizadas para el logro de una formación
integral desde las primeras edades.
Cómo transcurre el desarrollo de estos menores
durante los primeros años de vida, constituye una
interrogante que se hacen muchos especialistas y es a su vez, una
premisa indispensable para encausar el trabajo
correctivo compensatorio con ellos.
Tomando en consideración lo antes planteado, el
presente trabajo tiene como objetivo
caracterizar a los niños con baja visión entre
cuatro y cinco años de edad, tomando en
consideración los resultados obtenidos por la autora en
investigaciones precedentes. Cuando se escucha
hablar de la visión, la mayoría de las personas,
tanto profesionales como no profesionales, consideran la misma
como uno de los dones más preciados que posee el ser
humano. Sí se presenta algún tipo de
afección en este órgano durante las primeras
edades, o si por el contrario, el niño nace con la
afectación, se van a producir alteraciones en su
desarrollo, dadas fundamentalmente por dos causas: las de origen
biológico y las de origen social.
En cuanto a las causas biológicas queda clara la
alteración que existe en una de las partes del ojo que
conlleva a que el menor posea una visión defectuosa.
Cuando se hace referencia al factor social, la
problemática es aún mayor; se trata de las
dificultades que comienzan a darse en la relación del
niño con sus padres y familiares más cercanos en el
micro medio de su hogar, y más tarde, con las demás
personas que le rodean.
A partir de toda esta interacción que tiene lugar con los
factores socio – ambientales comienzan a surgir discrepancias
para el trabajo con los niños desde la propia
clasificación de la entidad, ya que los especialistas
manejan criterios diferentes en cuanto a las implicaciones de la
agudeza y la eficiencia visual
en el desarrollo del niño.
En el mundo existen contradicciones en este sentido,
específicamente se pueden señalar las que tienen
lugar entre el personal del
área de salud y educación para asumir
un criterio de clasificación, puesto que unos le dan
más importancia al aspecto relacionado con la medida de
agudeza visual (personal de salud) y los pedagogos, en este caso,
defienden el criterio del funcionamiento visual del niño.
No obstante, en los últimos tiempos se ha tratado de
llegar a un acuerdo partiendo del concepto de que
la visión tiene un carácter desarrollador y mientras
más se estimule al niño, más este
podrá ver.
Los estudios realizados por Barraga al respecto tienen
una gran importancia en los momentos actuales, pues sus
concepciones están muy afines con las de la escuela Socio
– Histórico – Cultural, imprimen una nueva
tónica en el concepto de las adquisiciones visuales que
puede lograr el educando con visión disminuida,
enfatizando en el valor que tiene la estimulación visual
graduada y bien motivada.
Esta autora realiza un análisis sobre el funcionamiento visual del
niño en aras de que no se tengan en cuenta las medidas de
agudeza visual como un factor decisivo dentro del diagnóstico, pues existen niños que
con una agudeza visual igual, tienen una eficiencia visual
diferente. (Barraga, 1995)
Por otro lado, refiere que el funcionamiento y la
eficiencia visual son contingentes de factores
fisiológicos, psicológicos, intelectuales
y ambientales; son únicos y diferentes en cada persona, por lo
tanto no pueden ser medidos clínicamente con exactitud por
personal médico, por psicólogos, ni por educadores.
El trabajo con los niños debe ser abocado a satisfacer sus
intereses, no agruparlos por su disminución,
individualicémoslos por su potencial, no por su carencia,
démosle a cada uno lo que necesita para su crecimiento y
desarrollo integral.
El funcionamiento visual es considerado como la mayor o
menor capacidad del niño para usar su resto de
visión en la realización de tareas cotidianas,
está directamente relacionado con las
características físicas y mentales del sujeto, con
los factores ambientales en los que se desenvuelve cotidianamente
y con la
motivación que presente para la realización de
tareas visuales.
Según Pérez la evaluación
de este funcionamiento visual supone determinar de la manera
más completa posible cómo utiliza el sujeto su
visión residual, así como valorar los aspectos
sociales, emocionales, cognitivos y las implicaciones que esos
pudieran tener junto con el déficit visual en el
desarrollo del niño. (Pérez, 1998)
Estos autores antes citados realizan un análisis
más integral de todos los factores que inciden en el buen
funcionamiento visual de un niño para garantizar el
desarrollo dentro de la sociedad.
La autora de este trabajo, en consonancia con las
concepciones de Barraga, sobre la importancia del funcionamiento
visual para determinar lo que el niño en realidad es capaz
de ver, define la baja visión como:
Baja visión: Aquellas personas que
presentan visión parcial pero aún pueden hacer uso
de la misma como canal primario para aprender y obtener información. (Puede ir desde un
déficit visual moderado a profundo).
En los menores con baja visión las dificultades
en el analizador visual durante los primeros años de vida
pueden inhibir el desarrollo funcional y estructural de la retina
y el camino visual hacia el cerebro. En la
misma forma, el área visual del cerebro no se desarrolla
ya que la madurez total del sistema visual
depende de las experiencias visuales.
La falta de madurez o de desarrollo del sistema visual
lleva a una reducción de la información visual
usada por el niño, por lo que la cantidad y calidad del
aprendizaje
que recibe a través del órgano de la visión
es limitado. Los niños con baja visión pueden
recibir muchas impresiones visuales, pero no tienen la
oportunidad de intercambiar con los demás niños
sobre dichas experiencias, ya que no existe claridad por parte de
ellos del fenómeno percibido. Las mayores dificultades
relacionadas con la percepción
visual de estos sujetos se asocian con la desproporción de
detalles en el espacio, la posición espacial,
representación tridimensional y composición de
formas.
Todo esto trae como consecuencia grandes discrepancias
por parte de las personas que le rodean para poder entender
su funcionamiento en la vida diaria desde las primeras edades.
Estos niños por ejemplo, se encuentran en tierra de
nadie, quiere decir que no están ni en el mundo de los
videntes, ni en el de los invidentes.
Entre las particularidades que se originan debido a la
pérdida parcial de la visión se encuentra el
subdesarrollo
de las necesidades perceptivas relacionadas con dificultades para
satisfacerlas, la reducción del círculo de
intereses a causa de las limitaciones en la esfera de reflejo
sensitivo, el carácter reducido de las aptitudes hacia los
tipos de actividad que requieren verificación visual y la
ausencia o la restricción sensible de la
exteriorización de estados internos. Estas
características son evidentes desde las edades más
tempranas de los niños y su corrección y/o
compensación están en dependencia de la influencia
que ejerzan los factores de índole social.
Al estudiarse la evolución de estos menores se
constató que entre el nacimiento y los cuatro meses
aproximadamente el desarrollo de un niño con baja
visión es bastante similar al de un vidente. El
recién nacido, dedica la mayor parte de su actividad a
ejercitar los reflejos de que está dotado desde el
nacimiento y la única diferencia entre un niño de
baja visión y uno vidente está, aunque parezca
obvio, en que el primero presenta dificultades para ejercer su
residuo visual, lo que no le impide seguir la pauta de desarrollo
normal durante las primeras semanas de vida.
A partir de los dos meses, el lactante ha conseguido
adaptar sus reflejos para formar así las primeras
habilidades o costumbres que están centradas en su propio
cuerpo y todavía no en el mundo exterior. Así, por
ejemplo, el niño conseguirá, como el vidente,
agarrar rápidamente su sabanita, y las diferencias entre
ambos son escasas, ya que el interés
por el niño en esta etapa está más en el
perfeccionamiento del acto de agarrar que en el de descubrir
cosas sobre el objeto que agarra. En este mismo período,
el niño con y sin impedimento visual consigue coordinar la
succión y la prensión de tal manera que se
llevará a la boca todo lo que coja, y
recíprocamente cogerá todo lo que tenga en la
boca.
A los cuatro meses comienzan las diferencias entre un
niño de baja visión y uno vidente. Es en este
período precisamente cuando el menor que no presenta
afectaciones en el analizador visual consigue coordinar la
visión con la prensión y manipular los objetos bajo
control visual,
con un interés cada vez mayor por el mundo exterior. Este
momento es muy importante precisamente, el seguimiento visual de
los objetos, esto es lo que hace que el niño comience a
interactuar en el
conocimiento del espacio. En el menor con baja visión
el conocimiento
va adquiriendo un carácter fragmentado, en su
interacción con el medio, solo va a percibir una parte de
este, aquella que está al alcance de su resto visual
disponible.
Otro aspecto importante en este período es el que
se refiere a la búsqueda de los objetos puesto que permite
al niño comenzar la interacción y el interés
por conocer las cosas que le rodean. Los diferentes trabajos
realizados por Fraiberg, han puesto de manifiesto las pautas
evolutivas por las que atraviesan estos niños para la
realización de esta tarea. (Fraiberg, 1995).
Al respecto refiere que antes de los siete meses no
existe ninguna evidencia de búsqueda constante de los
objetos, esta actividad los niños con baja visión
suelen realizarla esporádicamente y está en
dependencia de la eficiencia visual y las características
de los objetos que se encuentren a su alrededor. Aquí es
importante tener en cuenta factores tales como: tipo de iluminación, color, contraste,
sensibilidad a la luz, entre
otros.
En cuanto al desarrollo motor, se ha
evidenciado que las adquisiciones posturales en estos
niños (dar la vuelta, permanecer sentado sin apoyo),
suelen entrar dentro del rango de edad normal para los videntes
cuando las relaciones de apego son buenas y, en consecuencia, el
niño está suficientemente estimulado. No obstante,
se pueden encontrar algunos casos que dado por las dificultades
que tienen en objetivar la presencia de los objetos del mundo
exterior, el inicio de la auto movilidad (el gateo y la marcha),
pueden estar retrasados.
Los estudios hechos al respecto han corroborado que
estos niños empiezan a gatear sobre los once o doce meses,
el inicio de la marcha sin ayuda se sitúa, como media,
sobre los quince o dieciséis meses.
Estos sujetos van a presentar un retraso en el
desarrollo motor, debido a que el sistema visual actúa
como impulsor y activador del movimiento. La
mayoría de estos menores evolucionan más lento en
el dominio de la
marcha independiente, así como en el logro de la coordinación correcta de sus extremidades,
moviéndose con mayor torpeza, tardando más tiempo en
el aprendizaje
de determinadas habilidades motrices e incluso,
mostrándose incapaces de llevar a cabo algunas actividades
que afectan a la orientación y movilidad.
Luego que el menor aprende a caminar y desplazarse
dentro del entorno donde vive aparecen serias dificultades en el
área afectiva. En primer lugar, las contradicciones en el
orden personal surgen desde el momento tal que existe una
relación niño – espacio – ambiente. Esto se
explica si se parte del análisis de que no en todas las
circunstancias el menor suele comportarse como un vidente dentro
de ese espacio, dentro de ese ambiente.
Por otro lado, en ese mundo con el cual
interactúa se encuentran familiares, vecinos, otros
menores de su misma edad que no manifiestan una actitud
adecuada ante la problemática del niño. En el caso
de los padres, por ejemplo, es frecuente un alto grado de
sobreprotección tratando siempre de evitar que se produzca
algún golpe o caída de ellos, los otros familiares
y niños de la misma edad van a manifestar sentimientos de
lástima donde es frecuente escuchar frases como:
"pobrecito, no ve casi nada", "está casi ciego,
no puede jugar con los demás niños", "la
madre no debe dejarlo salir, se puede caer con
facilidad".
Esta es, lamentablemente, la realidad que aparece con
frecuencia alrededor del niño con baja visión
durante estos primeros años donde existe una
relación muy estrecha con la eficiencia visual. Las
personas a veces olvidan que la visión es un proceso, es el
resultado final de todas las otras dimensiones del desarrollo y
no el punto inicial, si fuera así, todo niño
aprendería lo que ve en el momento de nacer, no
habría que pasar por el largo y lento proceso de
aprendizaje. Los niños con baja visión, por tal
motivo, necesitan desde los primeros meses una adecuada
estimulación visual, pues mientras más se estimule
la visión, más se desarrollará su capacidad
de discriminación visual y en tal sentido, el
conocimiento del mundo exterior aumentará
gradualmente.
El niño con baja visión, con respecto a
las relaciones que establece con las personas que le rodean
piensa que todos ven lo que él ve, no sabe lo que
debería ver y mucho menos lo que no ve. De aquí se
infiere que estos primeros años de su vida, que son a su
vez decisivos en la formación y desarrollo de la
personalidad cuando no se le brinda la estimulación
requerida van a carecer de información, de
estímulos, de preparación hacia la
adquisición de nuevos conocimientos. Analizando lo antes
expuesto, cuando se habla de adquisición de nuevos
conocimientos juega un papel muy importante el proceso de
sensopercepción.
En el caso de estos menores desde las primeras edades se
van apropiando de todo lo que acontece a su alrededor con el
funcionamiento conjunto de la vista y el tacto. En tal sentido,
el reflejo adecuado de la realidad, es posible, tan solo si la
visión y el tacto se encuentran en cooperación,
determinada por condiciones objetivas.
No obstante, según plantea (Litbak, 1990. p. 45),
el hombre se ha
formado en la evolución histórico social como "ser
vidente", la posesión de los residuos visuales, hasta
insignificantes, inhibe el desarrollo de la percepción
táctil. Esto es muy común observarlo incluso en
la actividad práctica de los niños con baja
visión. Cuando estos menores poseen un residuo visual por
muy pequeño que sea, aún no admiten aprender a leer
y escribir Braille, todo lo contrario, tratan de usar su
visión residual para distinguir los puntos.
Esta desaparición del tacto dentro de la esfera
de percepción en estos menores afecta en ocasiones el
reconocimiento de los objetos y trae como resultado la
desvirtuación de algunas imágenes
de la realidad objetiva. En investigaciones realizadas se ha
podido corroborar cómo el estado de
las funciones del
analizador visual incide en la percepción de los objetos
de la realidad circundante, ya que los trastornos visuales
influyen no solo en la velocidad,
sino también en la calidad de la percepción, su
exactitud e integridad.
Los niños no saben diferenciar los objetos
parecidos, e incluso algunos donde existen rasgos distintivos de
diferenciación, por lo que está presente la llamada
inespecificidad del reconocimiento. Ellos solo son capaces de
reflejar algunas características distintivas, e incluso
secundarias del fenómeno observado, por lo que las
imágenes que surgen son deformadas y suelen ser
inadecuadas a la realidad. Todas estas dificultades que se dan en
el desarrollo de la percepción están muy
relacionadas con el lenguaje y
su evolución durante las primeras edades. Es sabido que el
lenguaje y la
palabra precisan, corrigen y dirigen el reflejo sensitivo de la
realidad. Las dificultades visuales conducen a que en la
experiencia sensitiva desaparezcan en parte las impresiones
ópticas, en ocasiones los objetos y fenómenos del
medio resultan ser inaccesibles para que los niños los
puedan percibir a través del residuo visual
disponible.
En este caso, la función de
la palabra debe ser la de llenar esas lagunas, así como
precisar y corregir las impresiones que no han sido del todo
íntegras y exactas con respecto al original, sin embargo,
hoy se detectan serias dificultades en estos menores ya que ellos
disponen de menos cantidad de estimulación y además
la calidad de las estimulaciones visuales no es equivalente a las
proporcionadas por la visión.
Por otro lado, a estos niños les resulta
difícil unir acontecimientos visuales y auditivos, al
perder estímulos válidos para comenzar a expresarse
pierden oportunidades de comunicación y son lentos en hacer
generalizaciones, tardan en el proceso de ampliación,
estructuración y enriquecimiento de algunas
categorías.
Existen al respecto investigaciones como las de
(Andersen, 1984), donde se realiza un estudio sobre las
dificultades que poseen los niños con baja visión
en la base conceptual del significado de la palabra, ellos
tienden por lo general a fijarse más en los rasgos
funcionales de un objeto y no en los preceptúales,
realizando sobre esta base las generalizaciones. Otra
característica frecuente es que suelen tomar las
expresiones del discurso de
quienes les rodean sin analizar los componentes o el contenido de
dicha disertación.
Sí se analiza de una manera superficial el
desarrollo del lenguaje en un niño con baja visión
y uno vidente, no se evidencian diferencias significativas, pero
en una observación más minuciosa de ese
lenguaje en el proceso del discurso del niño sí se
observan dificultades en la estructuración conceptual de
las palabras que emplea.
Las regularidades descritas hasta el momento interfieren
en el desarrollo de los niños durante estas edades sino
han sido estimulados consecuentemente. Muchas veces arriban a los
cuatro años de edad con cierta inmadurez para enfrentar el
proceso de aprendizaje cuando ingresan a la escuela.
Linares en 1994 realizó una investigación en cuanto a las áreas
más afectadas en estos niños durante esas edades
entre las que señala:
– Dificultades en la construcción del esquema corporal, debido
al importante papel que este tiene en la evolución y el
conocimiento del cuerpo, el cual lo facilita el sentido de la
vista. Dada a esa falta de información extereoceptiva
visual, se produce una reducción de las experiencias
motrices, mermándose el desarrollo
psicomotor.
– En la coordinación general (con dificultades
en la adquisición de la marcha). También suelen
tener desajustes en la postura y frecuentes
paratonías.
– En el plano perceptivo motor, el cual manifiesta una
carencia de coordinación de las informaciones
perceptivas y de su ajuste a la realidad exterior.
Cuando se habla de dificultades en el esquema corporal,
hay que partir en primer lugar de que este aparece dentro de un
contexto que le confiere características claramente
madurativas dentro del marco de referencia del desarrollo de la
distinción "yo" – mundo exterior. No es un
dato inicial, sino que se adquiere evolutivamente a partir de las
relaciones entre el cuerpo y el medio.
Los niños con baja visión al presentar
serias dificultades en el funcionamiento visual no forman una
imagen clara
de sí mismo, por lo que les resulta difícil
realizar una valoración cualitativa como ser humano y esto
trae en consecuencia las alteraciones del autoconcepto y la
autoestima.
Cada persona, con problemas o no
de la visión desde el momento de su nacimiento
interactúa en su entorno. La interacción lleva a la
idea que uno tiene de sí mismo, diferente de la que tienen
los demás. En el caso de estos menores existen mayores
dificultades para el desarrollo del autoconcepto que en los
ciegos, puesto que ellos tienden a auto compadecerse más y
están menos capacitados para aceptar sus limitaciones
visuales.
Al respecto se puede plantear que un niño que se
siente querido y apreciado aprende a quererse y a valorarse. La
escuela, la familia y
la comunidad van
desenvolviendo en él continuamente su imagen calificada
con valores de
bondad, belleza, inteligencia,
normalidad, o por el contrario, valores negativos. El niño
pequeño no dispone de recursos propios
para revelarse contra esas concepciones y los incorpora a su
imagen corporal, por lo que la misma no se identifica solo "a
partir de", sino también "por referencia
a" y "con relación a".
La imagen corporal se configura a la vez y
simultáneamente que el esquema corporal, y el niño
a través de sensaciones corporales primero irá
conociendo los elementos de su cuerpo y les dará una
valoración de aceptación o rechazo que añade
de la experiencia subjetiva, integrando cualitativamente esos
elementos a la imagen de sí mismo. En este proceso de
formación de la imagen de sí mismo juega un papel
fundamental la estimulación que se le brinde durante las
primeras edades, fundamentalmente entre cuatro y cinco
años, para lograr una representación clara y
precisa de su propio cuerpo.
El análisis realizado de las principales
características de estos menores durante las etapas de
desarrollo seleccionadas para el estudio, es una muestra de la
importancia que tiene para los maestros que trabajan con estos
niños conocer las irregularidades que van
presentándose en cada una de las etapas de su
vida.
Conocer al niño con baja visión significa
penetrar en un mundo de representaciones figurativas donde solo
con un análisis minucioso de cada palabra, de cada
acción
y actividad que realicen, será posible lograr niveles
superiores de conocimiento de sí mismo y del entorno que
le rodea.
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Autor:
Dra. Iliana María Fernández
Fernández
Doctora en Ciencias
Pedagógicas.
Master en Educación
Especial.
Profesora Principal de la Escuela de Hotelería
y Turismo Hermanos
Gómez.
Profesora adjunta de la Universidad de
Camaguey. Cuba
Dra. Nivia Álvarez Aguiar
Doctora en Ciencias Pedagógicas.
Profesora Titular de la Universidad de Camaguey.
Cuba