- Algunas características
de la cultura actual - Ciertos desafíos a la
fe - Algunas líneas,
propuestas, gestos para buscar responder a estos
desafíos
1-Señalemos
primero brevemente algunas características de la
cultura
actual[1]:
- Cultura
científico-técnica: Es un rasgo
notable el avance inmenso que se ha hecho a nivel
científico-técnico y la cantidad de bienes que
este avance ha aportado para la persona y la
sociedad.
Pero no son todas positivas las repercusiones, sino que
también encontramos aspectos negativos, como: la
fascinación del hombre ante
sus conquistas, haciéndole creer que es como Dios; una
absolutización de la ciencia
que lo ha llevado a excluir la fe como innecesaria; la
tendencia a crear un antagonismo entre fe y ciencia o un
dualismo donde se recurre a la ciencia para todo y a la fe para
lo que no se puede comprender… - Cultura del consumo y
del bienestar: El exceso de bienes producido alimenta un
espíritu desmedido de consumo, a través de
técnicas manipuladoras que generan en
el hombre el
ansia de tener y poseer, de guardar, de acumular.
La búsqueda de bienestar material y el apego a
la tierra
llevan muchas veces a apagar la aspiración hacia lo
trascendente y a la pretensión de buscar la felicidad
excluyéndolo a Dios.
- Sociedad que desea y busca libertad: No es
mala esta búsqueda, más bien es esencial al ser y
desarrollo
del hombre, dotado por Dios de libertad.
Pero una libertad que se une al bienestar material tiende hoy a
llevar al individualismo o a una idolatría de la
espontaneidad que le da superioridad al impulso; y una libertad
que se toma como fin en sí misma, absoluta y sin
límites malentiende a Dios como un
límite de esa libertad y cree que es necesario
rechazarlo para conseguir la liberación, el progreso y
la felicidad.
- El pluralismo: A diferencia de épocas
anteriores, donde todo giraba en torno a la fe
(sociedad sacral) y la religión
constituía el centro de la vida personal y
social, ha ido surgiendo una sociedad en la que coexisten
diferentes modos de concebir la vida y organizarla. Este
pluralismo, que se ha radicalizado en la civilización
actual, no es malo en sí mismo. Pero es un cambio que
tiende a privatizar la vida religiosa, a hacerla irrelevante
socialmente, coartándole toda proyección
pública. - Crisis de las ideologías: Las
ideologías que sustentaban la comprensión del
mundo y la sociedad son puestas en duda por este pluralismo que
relativiza los modos de pensar. Caen también los valores
que se apoyaban en ellas. Resulta de esto la experiencia de un
vacío de sentido y la falta de fundamentos claros. Cada
uno se construye su visión de mundo y sus valores. La
conciencia
ética
universal es sustituida por una moral
individualista y fragmentada.
2- Estas
características le plantean ciertos desafíos a
la fe:
- La ruptura entre
cultura y Evangelio oscurece el sentido de Dios y el sentido
del hombre. Esto conlleva un reto importantísimo para la
fe cristiana. Nada menos que ayudar al hombre a encontrar a
Dios en una cultura donde Él ha quedado relegado…como
escondido en medio de una mentalidad
científico-técnica con otras prioridades…donde
Dios y su misterio, la religión, parecen innecesarios,
sin significación ni relevancia.
Una cultura que está dominada por la increencia y que
es promovida a través de múltiples expresiones,
plantea a la fe el desafío de expresar su Mensaje, no
dejar de dialogar con esta cultura, incluso también desde
la expresión artística, literaria, usando
provechosamente los medios de
comunicación masivos.
El desafío es también no dejar de mostrar de
manera entendible, y especialmente desde el testimonio,
cómo la religión sí tiene la capacidad para
dar respuestas verdaderas al hombre en su búsqueda de la
plenitud.
El creyente, impulsado por el amor de
Cristo, tiene que ayudar al hombre a encontrarse con su ser
mismo, con su realidad más profunda. Llevándole la
luz del Dios
vivo, con creatividad,
desde el Evangelio.
- Esta misma cultura
provoca tendencias que también constituyen verdaderos
desafíos para la fe. Como lo es buscar canalizar y
encauzar la nueva sensibilidad por los derechos
humanos y la libertad de las personas, hoy cargada de
ambigüedades (como se traduce por ejemplo en el estar
enarbolando la tolerancia y la
caída de toda discriminación a la par que se
está siendo sumamente intolerante con la religión
católica y las enseñanzas que más
"incomodan" a esta cultura).
Que el hombre tenga un nuevo anhelo de vivir con valores que
den sentido a su vida (aunque ni sepa que se trata de valores
religiosos) es también un desafío para la fe: pues
la fe puede aportar respuestas válidas, en medio de tantas
que no sacian la sed de infinito del hombre. El anhelo de
trascendencia que sigue teniendo la persona en su interior, y la
vuelta a la sagrado que esto conlleva, plantea como reto la
necesidad de atraer a los hombres hacia una "religión con
Dios", vivida en el seno de la Iglesia de
Jesús. Una religión a la cual se
pertenezca.
- Hay que ver
también que las ambivalencias de la cultura actual son
manifestación de la división profunda que el
hombre tiene en su corazón,
son traducción de la lucha entre el bien y el
mal que recorre la historia.
En esto, la fe no puede dejar de aportar su mirada del mundo y
de vivir consecuentemente; desde la fe se puede ver y mostrar que
si bien el mundo está creado por amor, como
algo bueno, por el Creador, es esclavizado por el pecado, que
sólo Cristo crucificado y resucitado lo puede liberar y
conducir a la plenitud definitiva.
3- Algunas
líneas, propuestas, gestos para buscar responder a estos
desafíos:
En
cuanto a buscar puentes entre una sociedad indiferente a Dios y
el Evangelio, pienso más bien en una actitud que
podemos tener cada uno de los miembros de la Iglesia: mostrar
a Dios de manera que Dios atraiga y mostrar una
religión con Dios de manera que la religión
atraiga. ¿Cómo?:
-Que la vida, las actitudes,
las opciones de los cristianos sean reflejo claro del rostro
verdadero de Dios (no reflejo de una imagen
impersonal y lejana de Él).
-Que se pueda atraer desde el testimonio, desde las
obras que brotan de la caridad cristiana. Con la conciencia de
que el testimonio de vida y las obras buenas realizadas con
espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los
hombres a la fe y a Dios.
-Mostrar cómo la religión sí
tiene la capacidad para dar respuestas verdaderas al hombre en
su búsqueda de la plenitud.
-Atraer saliendo más hacia el encuentro del
otro, buscándolo, invitándolo a hacer experiencia
personal y comunitaria del amor de Dios en la Iglesia…
Aprovechar en esto el surgimiento de una nueva sensibilidad por
los derechos
humanos y la búsqueda de valores más profundos
que den sentido a la vida. Teniendo en cuenta además que
muchos niegan determinadas versiones o presentaciones de Dios,
es decir, que están negando a un desconocido. Proponer
con más audacia y menos prejuicio,
entonces, que busquen conocerlo en el corazón de la
Iglesia.
Salir a anunciar la Buena Noticia del amor de Cristo
especialmente entre los jóvenes, entre las familias, que
ya no cuentan con puntos de referencia fiables.
-Atraer con el amor mutuo que nos tengamos como
cristianos: "Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los
unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios
ha llegado a su plenitud en nosotros" (1 Jn. 4,12) Así,
en la experiencia del amor, se conoce auténticamente a
Dios. El amor con que nos amemos es el signo para que
otros crean (cf Jn. 17,21).
-Atraer viviendo gozosa e intensamente la fe y la vida del
Evangelio, con toda su capacidad renovadora y liberadora.
Mostrando al cristianismo
como camino apto para madurar como persona libre, adulta y
socialmente comprometida.
-Para atraer a los hermanos en medio de esta cultura
desatenta al Señor será necesario seguir
avanzando en la renovación de las estructuras
eclesiales, para que estén orientadas totalmente hacia
el Dios vivo y así hagan transparente Su rostro desde
una fe que obra por el amor. Que hagan transparente al
cristianismo.
- Me parece que otra propuesta
válida que ayudaría a tender puentes pasa por
abandonar la actitud de "ir en contra de". Las pocas
veces que la Iglesia se expresa así, es desoída o
desatendida, o peor, despierta rebeldía. Mejor es
buscar una expresión "a favor de…".
Quizás esto sea más necesario en el campo de lo
moral.
Para nada quiero decir que haya que regatear o reducir; no
cabe aquí un consenso obtenido a costa de rebajar las
exigencias morales cristianas. Pero el "a favor de…"
ayudará a mostrar que la propuesta moral que hace la
Iglesia no pretende, de ningún modo, violentar la libertad
humana, sino que se inspira en la necesidad de proteger los
derechos fundamentales del hombre y seguirle anunciando: "vos
podés" (en vez de "no hagas esto").[2]
- Pienso además
que en una sociedad donde la negación de Dios se hace
más como "condición" para afirmar al hombre, para
construirlo, hay que responder con un discurso y
un testimonio cristiano constructivos, que pongan el
énfasis en la realización del hombre más
que en el enfrentamiento con esa negación. Cuyo aporte
al mundo sea el servicio, la
defensa y promoción de cada persona, de su
vocación temporal y eterna.
Este compromiso a favor del hombre puede desmentir en
la práctica las razones por las cuales se afirma que Dios
y la religión son alienantes, que Dios es antagonista de
la grandeza humana o un obstáculo para conquistar su
libertad y expansión plena.
Pero esta actitud de promoción humana dará sus
frutos siempre que el cristiano tenga como fuente a Jesús,
a la experiencia de Dios, sin quedar en una
filantropía.
Sin caer en subrayar el compromiso pero a costa de
infravalorar la oración; sin caer en poner el acento en
los valores éticos pero quitándolo de lo
sacramental; sin caer en una relativización de la
doctrina; sin olvidar que el cristianismo no es una ONG y que el
centro de la religión está en el anuncio,
testimonio y facilitación de la experiencia de Dios.
De esto se
ha hablado mucho. Pero insistamos. Hay que buscar una mayor
inserción social de los cristianos para aportar los
valores éticos y promover (mediante la acción)
la estructuración del mundo en referencia a
Dios.
El cristiano no puede tener un anuncio eficaz ante la
secularización, ante la expulsión de Dios de la
vida pública, si reduce lo religioso al ámbito
privado y del culto. Hay que "entrar" en este mundo secularizado,
sin perder la lucidez y la coherencia en la fe, afirmando
serenamente pero con audacia la identidad
cristiana y católica.
Hay que asumir los retos presentes, discernir los signos de los
tiempos, entregarse con afán y competencia a las
tareas laicas y terrenas, inspirados por motivos laicos y
también por la fe, la esperanza y el amor cristianos.
Pues, como dice la GS: "las energías que la Iglesia puede
comunicar a la actual sociedad humana radican en esa fe y en esa
caridad aplicadas a la vida práctica. No radican en el
mero dominio exterior
ejercido con medios
puramente humanos" (42)
- Como reflexión
final (e inspiradora de propuestas ante los actuales
desafíos a la fe) quisiera citar unos párrafos
pertenecientes al artículo del Card. Poupard: "Novedad y
Tradición de la evangelización de las
culturas"[3]:
"Dios no es el rival del hombre, sino el garante
de su libertad y la fuente de su felicidad. Dios hace crecer al
hombre, dándole la alegría de la fe, la fuerza de la
esperanza y el fervor del amor".
"El gran desafío que afronta la Iglesia
consiste en encontrar puntos de apoyo en esta nueva
situación cultural, y en presentar el Evangelio como una
buena nueva para las culturas, para el hombre artífice de
cultura"
Juan Pablo II[4]
El deseo de la felicidad es la más universal de
todas las aspiraciones del hombre. "Todos buscan ser felices. No
hay excepciones a esta regla. Aunque utilicen medios distintos,
todos persiguen el mismo objetivo.
Ésta es la fuerza motriz de todas las acciones de
todos los individuos, incluso de los que se quitan la vida",
precisa Pascal en uno de
sus más célebres
Pensamientos.
Partiendo de este dato, hace unos años, el entonces
Pontificio Consejo para el Diálogo
con los No Creyentes promovió un estudio sobre el tema
"Felicidad y fe cristiana" (1992). Uno de los resultados
más significativos fue éste: constatar la urgencia
inaplazable de emprender una auténtica
evangelización del deseo en la cultura moderna,
para aprovechar la aspiración del hombre a la felicidad,
como punto de anclaje para la fe. "Este acercamiento
antropológico de la fe constituye una de las claves
posibles para responder mejor a las insatisfacciones y angustias,
los miedos y las amenazas que se ciernen sobre el futuro del
hombre moderno, de las que él trata de liberarse a fin de
abrir de par en par la puerta de la felicidad en la luz gozosa de
Cristo resucitado (…), el único que da una respuesta
definitiva a la angustia y a la desesperación de los
hombres".[5]
Ahora bien: la evangelización del deseo se realiza
sólo si logramos liberar al hombre de los diversos "lazos"
que le impiden discernir la verdadera felicidad de la falsa,
sacándolo de la prisión de la superficialidad en
que tantas veces lo encierra la cultura banal que se difunde a
través de los medios de
comunicación.
Hoy en día todos vivimos bombardeados por imágenes y
mensajes de diverso género que
nos influyen de maneras que con frecuencia escapan a nuestro
control. De este
modo, especialmente a nivel de la cultura popular, se promueven
toda una serie de imágenes de la felicidad, que no por
falsas dejan de ser seductoras o atrayentes. Se crea así
un optimismo superficial, que no sólo no ayuda a alcanzar
la felicidad verdadera.
El hombre se distrae con una multiplicidad de placeres o de
intereses frívolos y banales; pierde el rumbo, y no capta
la enorme pérdida y carencia personal que supone el
desinteresarse de Cristo. En esta perspectiva, el conflicto de
imágenes de la felicidad es de una importancia vital para
la transmisión de la misma
fe.
Por tanto, es necesario un auténtico proceso de
evangelización que, en primer lugar, prepare el terreno,
entrando en contacto con la profundidad del deseo humano
de felicidad. El hombre puede llegar a sentir ante la llamada de
Jesús un escalofrío del corazón -ese temblor
feliz que produce la llamada del amor- como el que sintieron los
primeros discípulos de Jesús cuando éste se
dio la vuelta y les preguntó: "¿Qué
buscáis?" (Jn. 1,38). En segundo lugar, se
tratará de llevar al hombre al reconocimiento de lo que la
pregunta suscita, es decir, el principal deseo del alma humana. Y
en tercer lugar, liberar este deseo de las prisiones reductoras y
evangelizarlo, para conducirlo a la plenitud de vida y de amor.
Es la aventura espiritual central para toda persona y para toda
cultura.
Estos tres estadios -preparación, reconocimiento y
evangelización- los vemos claramente en la escena
evangélica a la que acabo de aludir: "Juan Bautista
preparó a sus discípulos para que se abrieran a esa
pregunta de un modo original.
La llegada de Jesús invita a los dos discípulos
a leer su deseo de felicidad bajo una nueva luz: bajo Su luz. Y
cuando ellos ‘vienen’ y ‘ven’ y
‘están’ con él, entran en un nuevo tipo
de escuela, donde
sus deseos se liberan y se satisfacen por medio de Su felicidad.
Las palabras que Jesús pronunciará mucho más
tarde, durante la última cena, podrían adaptarse
perfectamente a la ocasión: ‘Os dejo dicho esto para
que compartáis mi alegría y así vuestra
alegría sea total" (Jn 15,11). Este acto inicial es
también el encuentro entre dos alegrías, entre su
deseo y Su don, entre sus grandes aspiraciones y la
satisfacción ofrecida por la fe en
él’."[6]
Lic. Viviana Endelman Zapata