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Nostra Aetate




Enviado por jucapini



    1. Proemio
    2. Las diversas religiones no
      cristianas
    3. La religión del
      Islam
    4. La religión
      judía
    5. La fraternidad universal
      excluye toda discriminación

    Proemio

    1. En nuestra época, en la que el género
    humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los
    vínculos entre los diversos pueblos, la Iglesia
    considera con mayor atención en qué consiste su
    relación con respecto a las religiones no
    cristianas.

    En cumplimiento de su misión de
    fundamentar la Unidad y la Caridad entre los hombres y,
    aún más, entre los pueblos, considera aquí,
    ante todo, aquello que es comûn a los hombres y que conduce
    a la mutua solidaridad.

    Todos los pueblos forman una comunidad, tienen
    un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el
    género humano sobre la faz de la tierra, y
    tienen también un fin ûltimo, que es Dios, cuya
    providencia, manifestación de bondad y designios de
    salvación se extienden a todos, hasta que se unan los
    elegidos en la ciudad santa, que será iluminada por el
    resplandor de Dios y en la que los pueblos caminarán bajo
    su luz.

    Los hombres esperan de las diversas religiones la
    respuesta a los enigmas recónditos de la condición
    humana, que hoy como ayer, conmueven íntimamente su
    corazón: ¿Qué es el hombre,
    cuál es el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el
    pecado, el origen y el fin del dolor, el camino para conseguir la
    verdadera felicidad, la muerte, el
    juicio, la sanción después de la muerte?
    ¿Cuál es, finalmente, aquel ûltimo e inefable
    misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y
    hacia donde nos dirigimos?

    Las
    diversas religiones no
    cristianas

    2. Ya desde la antigüedad y hasta nuestros
    días se encuentra en los diversos pueblos una cierta
    percepción de aquella fuerza
    misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en
    los acontecimientos de la vida humana y a veces también el
    reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del
    Padre.

    Esta percepción y conocimiento
    penetra toda su vida con íntimo sentido religioso. Las
    religiones a tomar contacto con el progreso de la cultura, se
    esfuerzan por responder a dichos problemas con
    nociones más precisas y con un lenguaje
    más elaborado.

    Así, en el Hinduismo los hombres investigan el
    misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad
    de los mitos y con
    los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la
    liberación de las angustias de nuestra condición
    mediante las modalidades de la vida ascética, a
    través de profunda meditación, o bien buscando
    refugio en Dios con amor y
    confianza.

    En el Budismo,
    según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia
    radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el
    que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden
    adquirir el estado de
    perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos
    apoyados con el auxilio superior.

    Así también los demás religiones
    que se encuentran en el mundo, es esfuerzan por responder de
    varias maneras a la inquietud del corazón humano,
    proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y
    ritos sagrados.

    La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en
    estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero
    respeto los modos
    de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por
    más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y
    enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella
    Verdad que ilumina a todos los hombres.

    Anuncia y tiene la obligación de anunciar
    constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida"
    (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la
    vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas
    las cosas.

    Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con
    prudencia y caridad, mediante el diálogo y
    colaboración con los adeptos de otras religiones, dando
    testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y
    promuevan aquellos bienes
    espirituales y morales, así como los valores
    socio-culturales que en ellos existen.

    La religión del
    Islam

    3. La Iglesia mira también con aprecio a los
    musulmanes que adoran al único Dios, viviente y
    subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y
    de la tierra, que
    habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran
    someterse con toda el alma como se
    sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira
    con complacencia.

    Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo
    reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y
    a veces también la invocan devotamente. Esperan,
    además, el día del juicio, cuando Dios
    remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello,
    aprecian además el día del juicio, cuando Dios
    remunerará a todos los hombres resucitados.

    Por tanto, aprecian la vida moral, y
    honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el
    ayuno.

    Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas
    desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el
    Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado,
    procuren y promuevan unidos la justicia
    social, los bienes morales, la paz y la libertad para
    todos los hombres.

    La
    religión judía

    4. Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado
    Concilio recuerda los vínculos con que el Pueblo del Nuevo
    Testamento está espiritualmente unido con la raza de
    Abraham.

    Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de
    su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas,
    en Moisés y los Profetas, conforme al misterio
    salvífico de Dios.

    Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham
    según la fe, están incluidos en la vocación
    del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia
    está místicamente prefigurada en la salida del
    pueblo elegido de la tierra de esclavitud.

    Por lo cual, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido
    la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel
    pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia se
    dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que
    se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado
    las ramas del olivo silvestre que son los gentiles.

    Cree, pues, la Iglesia que Cristo, nuestra paz,
    reconcilió por la cruz a judíos
    y gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en sí
    mismo.

    La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del
    Apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, "a
    quienes pertenecen la adopción y
    la gloria, la Alianza, la Ley, el culto y
    las promesas; y también los Patriarcas, y de quienes
    procede Cristo según la carne" (Rom., 9,4-5), hijo de la
    Virgen
    María.

    Recuerda también que los Apóstoles,
    fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo
    judío, así como muchísimos de aquellos
    primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio
    de Cristo.

    Como afirma la Sagrada Escritura,
    Jerusalén no conoció el tiempo de su
    visita, gran parte de los judíos no aceptaron el Evangelio
    e incluso no pocos se opusieron a su difusión. No
    obstante, según el Apóstol, los Judíos son
    todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque
    Dios no se arrepiente de sus dones y de su
    vocación.

    La Iglesia, juntamente con los Profetas y el mismo
    Apóstol espera el día, que sólo Dios conoce,
    en que todos los pueblos invocarán al Señor con una
    sola voz y "le servirán como un solo hombre" (Soph
    3,9).

    Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio
    espiritual común a cristianos y judíos, este
    Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo
    conocimiento y apreció entre ellos, que se consigue sobre
    todo por medio de los estudios bíblicos y
    teológicos y con el diálogo fraterno.

    Aunque las autoridades de los judíos con sus
    seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en
    su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni
    indistintamente a todos los judíos que entonces
    vivían, ni a los judíos de hoy.

    Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se
    ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios
    ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras.
    Por consiguiente, procuren todos no enseñar nada que no
    esté conforme con la verdad evangélica y con el
    espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la
    predicación de la Palabra de Dios.

    Además, la Iglesia, que reprueba cualquier
    persecución contra los hombres, consciente del patrimonio
    común con los judíos, e impulsada no por razones
    políticas, sino por la religiosa caridad
    evangélica, deplora los odios, persecuciones y
    manifestaciones de antisemitismo
    de cualquier tiempo y persona contra
    los judíos.

    Por los demás, Cristo, como siempre lo ha
    profesado y profesa la Iglesia, abrazó voluntariamente y
    movido por inmensa caridad, su pasión y muerte, por los
    pecados de todos los hombres, para que todos consigan la
    salvación.

    Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación
    el anunciar la cruz de Cristo como signo del amor universal de
    Dios y como fuente de toda gracia.

    La
    fraternidad universal excluye toda
    discriminación

    5. No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos
    negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados
    a imagen de
    Dios. la relación del hombre para con Dios Padre y con los
    demás hombres sus hermanos están de tal forma
    unidas que, como dice la Escritura: "el que no ama, no ha
    conocido a Dios" (1 Jn 4,8).

    Así se elimina el fundamento de toda teoría
    o práctica que introduce discriminación entre los hombres y entre
    los pueblos, en lo que toca a la dignidad
    humana y a los derechos que de ella
    dimanan.

    La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al
    espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada
    por motivos de raza o color, de
    condición o religión. Por esto, el sagrado
    Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles
    Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, "observando
    en medio de las naciones una conducta
    ejemplar", si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz
    con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del
    Padre que está en los cielos.

    Todas y cada una de las cosas contenidas en esta
    Declaración han obtenido el beneplácito de los
    Padres del Sacrosanto Concilio.

    Y Nos, en virtud de la potestad apostólica
    recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las
    aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo,
    y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea
    promulgado para la gloria de Dios.

    Roma, en San Pedro, 28 de octubre de
    1965.

    Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia
    católica.

    BIBLIOGRAFIA:

    www.archimadrid.es/princi/princip/
    otros/docum/magigle/vaticano/noae.htm

    Juan Carlos Piñeros

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