- Proemio
- Las diversas religiones no
cristianas - La religión del
Islam - La religión
judía - La fraternidad universal
excluye toda discriminación
1. En nuestra época, en la que el género
humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los
vínculos entre los diversos pueblos, la Iglesia
considera con mayor atención en qué consiste su
relación con respecto a las religiones no
cristianas.
En cumplimiento de su misión de
fundamentar la Unidad y la Caridad entre los hombres y,
aún más, entre los pueblos, considera aquí,
ante todo, aquello que es comûn a los hombres y que conduce
a la mutua solidaridad.
Todos los pueblos forman una comunidad, tienen
un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el
género humano sobre la faz de la tierra, y
tienen también un fin ûltimo, que es Dios, cuya
providencia, manifestación de bondad y designios de
salvación se extienden a todos, hasta que se unan los
elegidos en la ciudad santa, que será iluminada por el
resplandor de Dios y en la que los pueblos caminarán bajo
su luz.
Los hombres esperan de las diversas religiones la
respuesta a los enigmas recónditos de la condición
humana, que hoy como ayer, conmueven íntimamente su
corazón: ¿Qué es el hombre,
cuál es el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el
pecado, el origen y el fin del dolor, el camino para conseguir la
verdadera felicidad, la muerte, el
juicio, la sanción después de la muerte?
¿Cuál es, finalmente, aquel ûltimo e inefable
misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y
hacia donde nos dirigimos?
Las
diversas religiones no
cristianas
2. Ya desde la antigüedad y hasta nuestros
días se encuentra en los diversos pueblos una cierta
percepción de aquella fuerza
misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en
los acontecimientos de la vida humana y a veces también el
reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del
Padre.
Esta percepción y conocimiento
penetra toda su vida con íntimo sentido religioso. Las
religiones a tomar contacto con el progreso de la cultura, se
esfuerzan por responder a dichos problemas con
nociones más precisas y con un lenguaje
más elaborado.
Así, en el Hinduismo los hombres investigan el
misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad
de los mitos y con
los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la
liberación de las angustias de nuestra condición
mediante las modalidades de la vida ascética, a
través de profunda meditación, o bien buscando
refugio en Dios con amor y
confianza.
En el Budismo,
según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia
radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el
que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden
adquirir el estado de
perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos
apoyados con el auxilio superior.
Así también los demás religiones
que se encuentran en el mundo, es esfuerzan por responder de
varias maneras a la inquietud del corazón humano,
proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y
ritos sagrados.
La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en
estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero
respeto los modos
de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por
más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y
enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella
Verdad que ilumina a todos los hombres.
Anuncia y tiene la obligación de anunciar
constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida"
(Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la
vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas
las cosas.
Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con
prudencia y caridad, mediante el diálogo y
colaboración con los adeptos de otras religiones, dando
testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y
promuevan aquellos bienes
espirituales y morales, así como los valores
socio-culturales que en ellos existen.
La religión del
Islam
3. La Iglesia mira también con aprecio a los
musulmanes que adoran al único Dios, viviente y
subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y
de la tierra, que
habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran
someterse con toda el alma como se
sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira
con complacencia.
Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo
reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y
a veces también la invocan devotamente. Esperan,
además, el día del juicio, cuando Dios
remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello,
aprecian además el día del juicio, cuando Dios
remunerará a todos los hombres resucitados.
Por tanto, aprecian la vida moral, y
honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el
ayuno.
Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas
desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el
Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado,
procuren y promuevan unidos la justicia
social, los bienes morales, la paz y la libertad para
todos los hombres.
4. Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado
Concilio recuerda los vínculos con que el Pueblo del Nuevo
Testamento está espiritualmente unido con la raza de
Abraham.
Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de
su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas,
en Moisés y los Profetas, conforme al misterio
salvífico de Dios.
Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham
según la fe, están incluidos en la vocación
del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia
está místicamente prefigurada en la salida del
pueblo elegido de la tierra de esclavitud.
Por lo cual, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido
la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel
pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia se
dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que
se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado
las ramas del olivo silvestre que son los gentiles.
Cree, pues, la Iglesia que Cristo, nuestra paz,
reconcilió por la cruz a judíos
y gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en sí
mismo.
La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del
Apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, "a
quienes pertenecen la adopción y
la gloria, la Alianza, la Ley, el culto y
las promesas; y también los Patriarcas, y de quienes
procede Cristo según la carne" (Rom., 9,4-5), hijo de la
Virgen
María.
Recuerda también que los Apóstoles,
fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo
judío, así como muchísimos de aquellos
primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio
de Cristo.
Como afirma la Sagrada Escritura,
Jerusalén no conoció el tiempo de su
visita, gran parte de los judíos no aceptaron el Evangelio
e incluso no pocos se opusieron a su difusión. No
obstante, según el Apóstol, los Judíos son
todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque
Dios no se arrepiente de sus dones y de su
vocación.
La Iglesia, juntamente con los Profetas y el mismo
Apóstol espera el día, que sólo Dios conoce,
en que todos los pueblos invocarán al Señor con una
sola voz y "le servirán como un solo hombre" (Soph
3,9).
Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio
espiritual común a cristianos y judíos, este
Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo
conocimiento y apreció entre ellos, que se consigue sobre
todo por medio de los estudios bíblicos y
teológicos y con el diálogo fraterno.
Aunque las autoridades de los judíos con sus
seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en
su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni
indistintamente a todos los judíos que entonces
vivían, ni a los judíos de hoy.
Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se
ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios
ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras.
Por consiguiente, procuren todos no enseñar nada que no
esté conforme con la verdad evangélica y con el
espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la
predicación de la Palabra de Dios.
Además, la Iglesia, que reprueba cualquier
persecución contra los hombres, consciente del patrimonio
común con los judíos, e impulsada no por razones
políticas, sino por la religiosa caridad
evangélica, deplora los odios, persecuciones y
manifestaciones de antisemitismo
de cualquier tiempo y persona contra
los judíos.
Por los demás, Cristo, como siempre lo ha
profesado y profesa la Iglesia, abrazó voluntariamente y
movido por inmensa caridad, su pasión y muerte, por los
pecados de todos los hombres, para que todos consigan la
salvación.
Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación
el anunciar la cruz de Cristo como signo del amor universal de
Dios y como fuente de toda gracia.
La
fraternidad universal excluye toda
discriminación
5. No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos
negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados
a imagen de
Dios. la relación del hombre para con Dios Padre y con los
demás hombres sus hermanos están de tal forma
unidas que, como dice la Escritura: "el que no ama, no ha
conocido a Dios" (1 Jn 4,8).
Así se elimina el fundamento de toda teoría
o práctica que introduce discriminación entre los hombres y entre
los pueblos, en lo que toca a la dignidad
humana y a los derechos que de ella
dimanan.
La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al
espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada
por motivos de raza o color, de
condición o religión. Por esto, el sagrado
Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles
Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, "observando
en medio de las naciones una conducta
ejemplar", si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz
con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del
Padre que está en los cielos.
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta
Declaración han obtenido el beneplácito de los
Padres del Sacrosanto Concilio.
Y Nos, en virtud de la potestad apostólica
recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las
aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo,
y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea
promulgado para la gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 28 de octubre de
1965.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia
católica.
www.archimadrid.es/princi/princip/
otros/docum/magigle/vaticano/noae.htm
Juan Carlos Piñeros