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La evaluación del proceso educativo como mecanismo de poder y control disciplinario




Enviado por polichacon



    1. Sinopsis
    2. Antecedentes del acto
      evaluativo
    3. La evaluación y las
      relaciones de poder
    4. La evaluación como acto
      de conciencia
    5. La excelencia y el fracaso
      escolar
    6. Reflexión
      final
    7. Bibliografía

    Sinopsis

    El propósito de este trabajo, es
    propiciar un análisis reflexivo del problema de la
    evaluación del proceso educativo, de las escuelas del
    nivel básico en México,
    con el objeto de comprender y explicar el proceso de aprendizaje, a
    partir de elementos teóricos.

    Presentación

    La evaluación es uno de los componentes
    principales del proceso educativo, caracterizada, en el discurso
    teórico, como permanente, progresiva, práctica,
    crítica, flexible, global, participativa y
    cualitativa. Sin embargo, en la práctica pedagógica
    de los profesores de educación
    básica, sólo se ha entendido como obligación
    institucional, como control disciplinario y como
    asignación de calificaciones, menos como una
    práctica reflexiva del proceso educativo.

    A la evaluación la han despojado de su carácter educativo, pues hoy en día
    sólo se utiliza para calificar y/o clasificar, no para
    problematizar el proceso formativo de los sujetos; es decir, ha
    perdido su sentido formativo y ha dejado de ser un proceso
    consciente.

    La evaluación se realiza con sujetos y entre
    sujetos, es movimiento y
    cambio y
    representa la totalidad del proceso educativo; no es un proceso
    reducido exclusivamente al trabajo de los alumnos, al margen de
    totalidad del proceso educativo.

    La evaluación de corte positivista, cuya
    racionalidad instrumental le exige la objetividad y la medición, la ha convertido en una
    práctica utilitaria y a la vez predominante del Sistema
    Educativo Mexicano. La evaluación es un proceso
    formativo no un sistema
    competitivo.

    En este sentido el propósito de este trabajo no
    es una propuesta de evaluación, sino reflexione en
    torno a la
    evaluación del proceso educativo, con el objeto de mejorar
    el proceso evaluativo, sustentado teóricamente.

    Antecedentes del acto evaluativo

    La evaluación del proceso educativo ha tenido una
    serie de antecedentes, que si bien han evolucionado, sus formas
    originales siguen conservándose, aunque no con las mismas
    características, sí con las mismas técnicas
    Desde los siglos XVII y XVIII las formas de evaluación
    estaban orientadas a la disciplina de
    los sujetos, este mecanismo de contención servían
    para que tuviera efecto la enseñanza a través del aprendizaje.
    En esos siglos, las clases se impartían por medio de
    monitores, que
    permanecían de pie en un taburete para controlar a los
    alumnos, quienes se encontraban sentados en el centro del
    escenario para recibir las instrucciones. La rigurosa disciplina
    dependía de la visibilidad que le permitía el
    taburete al monitor. Estas
    escuelas conocidas con el nombre de enseñanza
    mutua
    , fueron ejemplos de una arquitectura
    diseñada como Foucault dice:
    "…para permitir un control
    interno, articulado y detallado, que hagan visibles, a
    quienes están dentro de ella; en términos
    más generales, una arquitectura que operaría para
    transformar a los individuos para actuar sobre ellos, para
    proporcionar influencia a su conducta, para
    cargar los efectos del poder sobre ellos, para que se les
    conozca." (LARROSA; 1995; 44-45).

    Durante el siglo XVIII después de la Revolución
    Industrial, se adoptó una forma distinta de arquitectura
    para la construcción de escuelas, basada en el
    modelo de
    Panóptico, muy parecido a una penitenciaría, en la
    que un solo observador, desde una torre, podía vigilar un
    círculo de celdas sin ser visto por los prisioneros. Este
    nuevo esquema estuvo destinado a fundar escuelas para niños
    de clase media;
    sin embargo, lo que cambió fue la arquitectura de las
    aulas, pero el método de
    enseñanza siguió siendo el mismo, –el de
    enseñanza mutua– con las mismas
    características disciplinarias.

    El modelo de trabajo con monitores, el diseño
    arquitectónico y la
    organización del tiempo que
    permanecían los alumnos en la escuela,
    constituyó un sistema de observación jerárquica que Foucault
    lo identifica como una de las técnicas definitivas para
    llevar a cabo el poder disciplinario. (LARROSA; 1995; 44-45).
    Este sistema de observación jerárquica, dio origen
    a las distintas clasificaciones de los alumnos, a seleccionarlos
    según sus habilidades y su comportamiento
    y a imponer castigos y recompensas.

    Sin embargo, hubieron educadores como Robert Owen,
    Kay-Shutle Worth y David Stow, quienes criticaron este modelo
    educativo por considerarlo que sólo producía
    cuerpos dóciles e individualista y, además porque
    se alejaba totalmente de los objetivos de
    la
    educación, ya que ellos pensaron que la
    educación debería de llevarse a cabo a
    través del entendimiento y no de la
    memorización.

    Con el surgimiento de las ideas pedagógicas de
    destacados filósofos y educadores como Juan Jacobo
    Rousseau,
    Immanuel Kant, Juan
    Enrique Pestalozzi, entre otros muchos filósofos y
    pedagogos, anteriores y posteriores a ellos, puede decirse que
    dentro de sus principales aportes al campo de la Educación
    y de la Pedagogía, se encuentra el
    conocimiento del niño para que pueda ser educado, es
    decir, le dieron especial importancia al concepto de
    formación, por ejemplo, Rousseau argumentó
    que "…el niño vive en un mundo propio que es necesario
    comprender; para educar, el educador debe hacerse educando de su
    educando; el niño nace bueno, el adulto, con su falsa
    concepción de la vida, es quien lo pervierte." (GADOTTI;
    2000; 82). Rousseau en ningún momento está
    preocupado por la evaluación, él está
    preocupado por la comprensión de la naturaleza del
    niño, porque en la medida en que el educador conozca
    está naturaleza, estará en condiciones de ayudarle
    a formarse.

    En el caso de Immanuel Kant, él
    señaló que el niño debe ser educado
    libremente, aprender a ser disciplinado, pero no formarse a
    través de un régimen disciplinario, sino más
    bien, la disciplina debe ser resultado de la educación;
    para Kant, la formación "es aquello que debe continuar
    ininterrumpidamente. El niño debe aprender a soportar
    privaciones y a mantener al mismo tiempo el ánimo sereno.
    No debe ser obligado a simular sentir horror, y un horror
    inmediato, a la mentira, aprender a respetar el derecho de los
    hombres, de forma que sea para él un muro infranqueable."
    (KANT; 1987; 104).

    Por su parte, Pestalozzi dijo que el objetivo de la
    educación "…se constituía menos en la
    adquisición de conocimientos y más en el desarrollo
    psíquico del niño. Sostenía que la
    educación general debía preceder a la profesional,
    que los poderes infantiles brotaban desde dentro y que el
    desarrollo necesita ser armonioso."(GADOTTI; 2000;
    86).

    Con el surgimiento del Positivismo se
    originó la Pedagogía científica, en este
    marco empezó a discutirse la educación como un
    proceso evolutivo de carácter individual, tendiente a
    facilitar el desarrollo progresivo de las aptitudes del educando,
    para adquirir conocimientos científicos útiles. La
    Pedagogía positivista se interesó por la
    aplicación del llamado método
    científico
    experimental, que diera como
    resultado el conocimiento
    exacto. Los pedagogos fieles al positivismo creyeron haber
    sentado las bases para otorgarle el carácter
    científico a la Pedagogía; no obstante, lo que
    hicieron fue como dice Hoyos Medina: constriñir a la
    Epistemología para generar discursos
    refractarios al sujeto cognoscente y a las relaciones sociales
    que lo constituyen y además, coartó las
    posibilidades del desarrollo del conocimiento, a través de
    la denominada Pedagogía científica, que es
    más bien una actividad ideológica,
    técnico-instrumental. "Así, la pedagogía,
    —sigue diciendo Hoyos Medina— de ser una
    práctica ideológica de alcance
    técnico-instrumental, se propone, sin la debida
    autocrítica y ensimismada en su autocomprensión, el
    estatuto de validación que otorga el atavismo moderno: ser
    una ciencia […]
    Así, la apresurada adjudicación de la
    pedagogía como una ciencia dentro de las ciencias
    humanas, y como otra ciencia social, parece devenir otra forma
    más de ideología" (HOYOS; 1997; 10).

    Desde este punto de vista, la Pedagogía
    positivista vislumbró dos aspectos importantes para la
    educación: por una parte, recuperó los aportes
    teóricos de los filósofos y educadores con respecto
    al conocimiento del niño, y por la otra; utilizó
    las pruebas de
    medición mental para determinar la inteligencia
    de los niños.

    En el marco de estos pruebas de inteligencia, empezaron
    a cobrar fuerza los
    exámenes escritos, disfrazados de evaluaciones para
    acreditar y certificar los aprendizajes de los estudiantes; y de
    esta manera, los exámenes se convirtieron en un
    método habitual de poner a prueba el rendimiento de los
    niños.

    La
    evaluación y las relaciones de poder

    La historia de la
    evaluación se ha centrado en el poder del profesor, pues
    a través de la evaluación se ha venido controlando
    el conocimiento y la disciplina de los alumnos. El poder es la
    imposición de las actividades impuestas a los alumnos, sin
    importarle al profesor, si estas actividades son interesantes
    para los alumnos o no; el poder se refuerza a cada momento, por
    medio de amenazas y sanciones, convirtiéndose el poder en
    fuerza y coerción.

    Un claro ejemplo del poder en el aula, es la
    aplicación de exámenes, disfrazados de
    evaluación, donde la mayoría de las veces, los
    alumnos no se dan cuenta de lo que están respondiendo,
    pues son inducidos a contestar como el profesor quiere que
    contesten, a pensar como el profesor quiere que piensen, sin
    tomar en cuenta las características individuales de los
    sujetos y los referentes predominantes en su conciencia.

    En la evaluación, el profesor ejerce su poder
    cuando determina el número de reactivos de un examen,
    mantiene la disciplina y califica la conducta, esperando que los
    alumnos obtengan las más altas calificaciones conforme a
    las escalas establecidas; pues tradicionalmente se ha confundido
    que cuando los estudiantes obtienen estas calificaciones, el
    profesor es capaz de mantener el orden en el grupo y que
    además, posee una alta calidad didáctica. Desde el punto de vista de las
    supervisiones y del sistema educativo, el profesor es juzgado por
    su comportamiento y por los resultados que consiguen sus
    alumnos.

    El profesor es quien decide cuáles son las formas
    de evaluación que utiliza, generalmente con un enfoque
    utilitarista, los exámenes escritos son un ejemplo de
    ellas.

    Los profesores se olvidan que la evaluación es
    parte importante de su actividad cotidiana, porque permite
    orientar el proceso educativo; no obstante, su práctica
    está ligada a los referentes que de la evaluación
    tienen en su conciencia. Y en este caso, al no apoyarse en la
    teoría,
    su práctica es empírica.

    En la evaluación es importante considerar el
    papel de la teoría para realizarla con rigor
    metodológico, para posibilitar de herramientas y
    comprender su realidad; ya que por lo general se entiende a la
    evaluación como un proceso de formulación de
    juicios que deben emitirse para que tenga lugar la
    educación, es decir, la emisión de juicios se torna
    como el fin último de la evaluación; cuando que el
    fin último es la información tanto cuantitativa como
    cualitativa, para mejorar el proceso educativo.

    Tradicionalmente se entiende a la evaluación como
    una obligación institucional y no como una actividad
    formativa e integral de retroalimentación del proceso educativo.
    "La evaluación es un momento de detención en el
    proceso formativo, en virtud del cual el sujeto se distancia de
    su propia praxis y de
    sus objetivaciones con la intención de reflexionar sobre
    ellas, enjuiciarlas, elaborar la crítica correspondiente y
    convertir su proceso de objetivación en experiencia que le
    permita recuperarse como sujeto enriquecido." (YURÉN;
    2000; 55).

    Las evaluaciones están más orientadas a
    medir las competencias
    intelectuales
    de los sujetos, pero sobre todo de los aspectos
    memorísticos. No se le da la mínima importancia a
    la reflexión y a la crítica, se desconoce que la
    crítica, como señala Paulo Freire,
    es un imperativo ético de la más alta importancia
    en el proceso de aprendizaje. "Es preciso aceptar la
    crítica seria, fundada, que recibimos, por un lado, como
    esencial para el avance de la práctica y de la
    reflexión teórica, y por el otro para el
    crecimiento necesario del sujeto criticado."(FREIRE; 1996;
    66).

    La
    evaluación como acto de conciencia

    Acaso se preguntan los profesores ¿qué significa
    evaluar? con el propósito de problematizar este proceso,
    para construir posibles respuestas, para pensar y planificar
    metodológicamente la práctica pedagógica y
    mejorar los procesos
    pedagógicos.

    La evaluación es un acto de conciencia acerca de la
    práctica educativa, su practica de manera racional y
    sistemática, ayuda al conocimiento del proceso formativo
    de los sujetos; como dice Gimeno Sacristán: "…evaluar
    sirve para tomar conciencia sobre el curso de los procesos y
    resultados educativos con el objeto de valorarlos, es evidente
    que habrá que tratar no sólo con problemas de
    índole técnica (cómo obtener la
    información, con qué pruebas, etc.), sino
    también plantearnos opciones de tipo ético
    (¿qué se debe evaluar y por qué hacerlo?,
    ¿qué se debe comunicar sobre la evaluación
    de los alumnos, a padres, a otros profesores, a la sociedad?;
    ¿cómo conviene expresar los resultados de la
    evaluación?)." (GIMENO; 1993; 343)

    La evaluación no es un acto arbitrario de
    asignación de calificaciones; es un acto de mejoramiento
    del proceso educativo de los sujetos, es decir, es un acto
    pedagógico, un autoanálisis de la práctica
    pedagógica del profesor. La evaluación, antes que
    ser un problema técnico, es un asunto de índole
    ética.

    La evaluación se ha entendido y se ha practicado como
    una actividad terminal del proceso de
    enseñanza-aprendizaje; su práctica generalizada,
    por parte de los profesores, es la aplicación de
    exámenes y la asignación de calificaciones al final
    del curso. La evaluación ha sido sólo un
    instrumento intrascendente para la comprensión y
    explicación del proceso educativo y, su papel
    preponderante ha sido el de auxiliar en la tarea administrativa
    de las instituciones
    educativas.

    Por tanto, se evalúa para obtener información
    relevante, en cuanto al aprendizaje de los alumnos, para repensar
    la práctica educativa, para investigarla y para
    replanificarla y para definir significados pedagógicos y
    sociales, no para asignar calificaciones. Se evalúa
    también para obtener todo tipo de información
    relacionada con el proceso formativo de los sujetos, es decir,
    para saber cómo los alumnos progresan en su conocimiento;
    en la medida en que los profesores tengan mayor
    información de sus alumnos, realizarán más
    profesionalmente su tarea pedagógica; pues la
    evaluación cumple una función
    pedagógica cuando se utiliza para conocer el progreso de
    los alumnos y las formas como éstos adquieren los
    aprendizajes, con el propósito de que se pueda intervenir
    en su mejora, es decir, para corregir y mejorar los procesos, en
    este sentido la evaluación es formativa.

    La evaluación es investigación, es el análisis de los
    procesos formativos, es reflexión del proceso de
    formación de los sujetos. La evaluación es una
    práctica mediadora del desarrollo curricular.

    La excelencia
    y el fracaso escolar

    De acuerdo con la pedagogía positivista, se ha hecho
    creer que evaluar es un juicio valorativo, sin embargo, dicho
    juicio no ha sido capaz de centrarse en el aspecto formativo de
    los sujetos, sino en el fracaso de ellos. ¿Cuántos
    alumnos reprueban, sin que ello realmente signifique que saben
    menos de quienes aprueban el curso? y viceversa,
    ¿Cuántos alumnos aprueban creyendo que realmente
    saben?

    En cualquier situación de enseñanza
    escolarizada, las jerarquías de excelencia informal
    están presentes, por el sólo echo de que todos los
    estudiantes están sujetos al juicio del profesor y al de
    sus demás compañeros, al compararse unos con otros,
    estableciendo jerarquías informales.

    Cuando un profesor escoge un baremo en las pruebas escritas
    establece jerarquías de excelencia ya que con esa medida
    puede privar de una buena nota a ciertos alumnos al excluirlos o
    incluirlos en un determinado nivel de excelencia, como por
    ejemplo, si en un examen de 20 reactivos, el alumno obtiene 12
    aciertos, el maestro le asigna un límite de
    calificación que bien puede ser seis; sin analizar los
    motivos de por qué esa persona obtuvo
    ese número de aciertos.

    Es preciso considerar que no todos los profesores tienen las
    mismas exigencias, la misma imagen o el mismo
    nivel de excelencia, sino dependen de los referentes que cada
    profesor tiene en su conciencia, con respecto a la
    evaluación y la educación.

    Pero ¿Por qué establecer jerarquías para
    clasificar y comparar? Si aun cuando pareciera que todos los
    alumnos están realizando la misma actividad, no todos la
    realizan de la misma manera, no todos trabajan con la misma
    intensidad, no todos se expresan de la misma forma, y tampoco
    todos tienen las mismas condiciones para realizarla.

    El juicio de excelencia escolar tiene una enorme fuerza a la
    que ningún alumno en edad escolar puede librarse, ni de
    las sanciones simbólicas, en casos de fracasos que ocurren
    cuando los alumnos no cumplen con las jerarquías de
    excelencia, como son los exámenes extraordinarios, la
    repetición del curso escolar o la expulsión del
    centro escolar.

    Las jerarquías de excelencia no son más que
    mecanismos de control, donde se evidencian las desigualdades
    sociales y donde se pone de manifiesto la ignorancia del proceso
    evaluativo, al hacer de un alumno un fracasado de la noche a la
    mañana o viceversa. En este sentido el alumno se tiene que
    someter a la evaluación, a vivir un mundo de apariencias,
    un mundo de mentiras y de engaños, a ser parte del soborno
    y corrupción
    con el objeto de alcanzar buenas notas y lograr el éxito.
    Por esta razón, no es casual que los mismos padres de
    familia deseen
    que sus hijos saquen buenas notas o al menos suficientes, ya que
    estás notas conforman el promedio anual y por tanto, el
    éxito o fracaso escolares. Las notas o calificaciones
    funcionan como índice que anuncia que todo va bien, que la
    carrera académica sigue su curso, que el estudiante
    trabaja con normalidad, o de lo contrario, empezarse a preocupar
    ya que puede estar presente la amenaza de reprobar el ciclo
    escolar y por lo tanto el fracaso escolar.

    ¿Por qué el fracaso escolar?, ¿Por
    qué hay buenos y malos estudiantes? Las desigualdades se
    fabrican en las escuelas, en torno al saber y saber hacer y, el
    profesor a través de la evaluación, se encarga de
    establecer jerarquías, las que a su vez establecen el
    fracaso escolar. El profesor, al desconocer los fundamentos
    teóricos de la evaluación carece de elementos para
    realizar el proceso evaluativo, por esta razón, su
    práctica evaluativa la realiza de manera irracional,
    asignando una calificación numérica al final de
    cada bimestre o curso, solamente para cumplir con las exigencias
    administrativas de la autoridad
    educativa.

    La falta de formación teórica, por parte de los
    profesores, no les ha permitido despojarse de las
    prácticas evaluativas tradicionales, que ha predominado en
    el Sistema Educativo Nacional, al considerar que el examen
    escrito es la mejor evidencia para evaluar a los alumnos; sin
    considerar que la evaluación es un proceso del acto
    educativo, no un producto. La evaluación como
    práctica social intencionada, forma parte de la
    totalidad educativa donde convergen todos los elementos
    que en ella inciden, es decir no se trata de establecer
    jerarquías, sino de conocer en qué condiciones se
    realiza el proceso educativo.

    Por ejemplo, la mayoría de los profesores no se
    percatan del contenido de los planes y programas de
    estudios, que generalmente están cargados de contenidos
    separados de la realidad de los estudiantes y, que además
    son trabajados memorísticamente. ¿Acaso se han
    puesto a reflexionar, si realmente esos contenidos establecidos
    en los programas escolares, son de interés
    para los alumnos? No sólo la carga de contenidos de cada
    asignatura representa un problema, también lo representa
    el cargado número de asignaturas que un estudiante tiene
    que cursar en un determinado grado escolar.

    La práctica pedagógica del profesor, es otro
    aspecto que incide en la evaluación, pues no es posible
    que se ignore con toda tranquilidad, las implicaciones que ella
    tiene en el proceso formativo de los sujetos. Por esta
    razón los exámenes escritos sólo sirven para
    asignar calificaciones arbitrarias, menos para
    evaluar
    .

    La práctica pedagógica ha de ir acorde con el
    conocimiento sobre cómo un sujeto aprende,
    acompañada de un efectivo sistema de evaluación,
    que parta del reconocimiento de que los alumnos aprenden de
    manera distinta y de que el trabajo en equipo
    potencie las posibilidades de aprendizaje.

    La evaluación tampoco debe reducirse a lo que acontece
    en el aula, sino también a la misma escuela, donde mucho
    tiene que ver el tipo de autoridad, los estilos de liderazgos, el
    espíritu de competencia o de
    cooperación.

    Como ya señalamos, la evaluación es un proceso,
    no un producto, es
    un acto pedagógico, no un dispositivo disciplinario, es un
    proceso formativo, no un mecanismo de control y selección.
    Por tanto, la evaluación es el proceso, mediante el cual
    se conocen las condiciones en las que se realiza el acto
    educativo.

    Con respecto a la excelencia, en la vida diaria, los juicios
    de excelencia están a la orden del día, todo grupo
    social establece normas de
    excelencia, nunca se deja de elaborar juicios acerca de las
    cosas, todo es sometido a juicio de excelencia que lleva
    implícito un sentido de competencia. Quien supere a los
    demás, será considerado como el mejor, el
    más inteligente, el más culto, el más
    hábil, el más cualificado. Según su grado de
    excelencia, los participantes ocupan una posición en una
    jerarquía de excelencia.

    La escuela, a través de la evaluación fabrica la
    excelencia, confirma las desigualdades y determina el fracaso;
    esto se aprecia en las escuelas cuando en función de la
    evaluación, tanto las instituciones, como los profesores y
    los alumnos adquieren prestigio por mostrarse ante la comunidad como
    los mejores, por los resultados que obtienen en los concursos de
    conocimientos que la propia autoridad educativa promueve.

    Cuando se habla de evaluación, inmediatamente se
    relaciona con eficiencia y
    productividad
    de naturaleza empresarial; se relaciona con calificación,
    selección y competitividad; se relaciona también con
    pruebas objetivas, con aplicadores y calificadores; influenciados
    por el paradigma
    cuantitativo. Pero muy poco se relaciona con el aspecto formativo
    de los sujetos. No cabe la menor duda, que la influencia del
    paradigma positivista siempre está presente en la
    conciencia de los profesores, lo peor del caso es que la gran
    mayoría de ellos no lo saben.

    Por esta razón es que se habla de calidad
    educativa de naturaleza empresarial, donde la
    educación, sólo puede explicarse a través de
    la teoría del capital humano,
    donde sólo se considera el aspecto cuantitativo y medible,
    a través de los tradicionales exámenes objetivos.
    Más no se habla de formación de los sujetos, de
    naturaleza cualitativa, ya que no puede hablarse de calidad, sin
    considerar a la equidad; pues
    la equidad debe incluir programas que respondan a las distintas
    necesidades que presentan los sujetos, ya que los planes y los
    programas de estudio, no siempre cubren estas necesidades, es
    decir, no consideran las características individuales de
    los alumnos; pues como dice Coll: las
    "…características individuales de los alumnos son
    el resultado de su historia personal y pueden
    modificarse en función de sus experiencias futuras,
    más concretamente, en función de sus experiencias
    educativas futuras…" (COLL; 1997; 117). Es decir, los programas
    educativos deben considerar mecanismos de equidad que respondan a
    las necesidades propias de los sujetos en formación.

    Reflexión final

    Por lo anteriormente expresado, es necesario y urgente entre
    los profesores, reconceptualizar, a la evaluación desde
    una perspectiva crítica, tarea nada fácil, pues
    esta tarea es un proceso tanto personal como colectivo. Para
    recuperar el aspecto formativo de la evaluación, se
    necesita fomentar una cultura de
    diálogo,
    una cultura de crítica, de autocrítica y de
    autorreflexión y no la cultura de control y de competencia
    que se ha fomentado tradicionalmente con la evaluación de
    corte positivista.

    La evaluación no es una actividad neutral, es decir, no
    está libre de valores e
    ideologías, pues la sola conceptualización implica
    una postura política e
    ideológica de los valores
    educacionales. Asimismo, se requiere saber ubicar a la
    evaluación de acuerdo con el tipo de racionalidad que la
    sustenta, de lo contrario, no se identificarán los fines
    que se persiguen, tal es el caso de la evaluación
    sustentada racionalmente por el positivismo, cuyo interés
    instrumental deposita la objetividad y la medición como
    problema fundamental de ella.

    Los tradicionales exámenes escritos sólo han
    servido, en su gran mayoría, para marcar un sistema
    selectivo de individuos que sólo van a ser utilizados para
    la vida productiva, reduciendo así, al sistema de
    evaluación, a un sistema selectivo de obreros
    calificados.

    Con el sistema de evaluación de corte positivista, el
    profesor ha confundido su papel de educador por el de juez
    dictador de sentencias, mientras esta práctica de
    emisión de juicios no cambie, la educación
    estará destinada al fracaso; El trabajo del
    profesor es un servicio a la
    sociedad, por tanto, la evaluación del proceso educativo,
    debe estar al servicio de los estudiantes,

    Al ser la evaluación una actividad sistemática
    integrada en el proceso educativo, para mejorarlo, se necesita
    asumir una actitud
    investigadora, mostrar disposición para examinar con
    sentido crítico, reflexivo y sistemático. No se
    puede perder de vista que la evaluación es el mejor
    momento para que el profesor reflexione y analice su
    práctica pedagógica.

    Una concepción diferente de evaluación debe
    orientarse a la libertad y la
    autonomía de los estudiantes, es decir, promover una
    evaluación democrática, donde el profesor parta de
    las necesidades de los alumnos. La evaluación debe ser
    justa, es decir, que los elementos de este proceso
    (maestros-alumnos) utilicen un contrato
    equitativo respecto a sus propios intereses de tal forma que
    lleguen a ser personas libres, iguales, racionales y
    autónomas. Según House E.R. para que exista un
    contrato equitativo debe reunir por lo menos doce condiciones:
    "La equidad es una idea que aparece en todas partes en la
    evaluación, casi siempre en un nivel intuitivo de
    conciencia. Aquí nos hemos ocupado de conocer las doce
    condiciones que ha de cumplir un contrato de evaluación
    para que pueda considerarse equitativo. Entre estas condiciones
    están: la ausencia de coerción, la racionalidad, la
    aceptación de los términos, el acuerdo conjunto, el
    desinterés, la universalidad el interés
    comunitario, la información igual y completa, la falta de
    riesgo, la
    posibilidad de la voz de todos los participantes y la
    participación. El contrato equitativo es vinculante salvo
    que se oponga a nuestros deberes naturales o a principios
    morales más importante como los de la justicia."
    (HOUSE; 1997; 161).

    La evaluación debe realizarse en un ambiente de
    confianza y de libertad, donde el alumno tome nota de la marcha
    de su aprendizaje, que conozca sus errores y sus aciertos, donde
    no se le imponga desde afuera un sistema de calificaciones y
    exámenes al que se vea obligado a pasar; se necesita
    promover un deseo espontáneo de aprender, pues el aprendizaje
    impuesto por
    lo general causa descontento, rebeldía, problemas de
    indisciplina, deserción, etcétera.

    La evaluación, lejos de reprobar al alumno por no haber
    demostrado su capacidad sin más explicación, debe
    convertirse en un recurso, que le permita apoyarse sobre lo que
    ya sabe, para recorrer nuevamente el camino que lo conduzca al
    aprendizaje esperado. Es decir, ayudarle para que sea capaz de
    formarse como sujeto. Lo que se pretende con el alumno, es que
    él participe en la toma de
    decisiones, que empiece a tomar conciencia de su realidad,
    que sea consciente de sus alcances y limitaciones.

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    Formación y puesta a distancia, (Su
    dimensión ética, ed. Paidós educador:
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    Policarpo Chacón Angel

    Doctor en Ciencias de la
    Educación por la Universidad
    Autónoma "Benito Juárez" de Oaxaca. Actualmente se
    desempeña como Jefe del Área de Investigación Educativa en la Escuela
    Normal Superior Federal de Oaxaca, México. Clave:
    20DNS0001K. Calle Hornos 1001, Santa Cruz Xoxocotlán,
    Oaxaca, México. Tel/Fax:
    019515172980.

    Mirna Morales Díaz

    Maestra en Ciencias de la Educación por la
    Universidad Autónoma "Benito Juárez" de Oaxaca.
    Actualmente se desempeña como profesora de Biología en la
    Escuela Secundaria Técnica No. 186, de la Colonia
    Niños Héroes, Clave: 20DST0203R, Santa María
    Atzompa Oaxaca, México.

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