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José Gervasio Artigas




Enviado por jpedoja



    1. Introducción a su vida y
      obra
    2. De 1810 a 1812
    3. Desde 1812 hasta
      1815
    4. Desde 1815 hasta
      1817
    5. Desde 1817 hasta
      1820
    6. Desde 1820 hasta
      1850

    INTRODUCCION A SU VIDA
    Y OBRA

    Desde 1764 hasta 1810

    Figura prócer, por excelencia, de la Historia Nacional, Primer
    Jefe de los Orientales y primer estadista de la Revolución
    del Río de la Plata, según acertadamente se le ha
    llamado.

    Nacido el 19 de junio de 1764, hijo de Martín
    José Artigas y Francisca Antonia Arnal, según la
    partida que luce al folio 209 del Libro Primero
    de Bautismos de la Catedral de Montevideo, su abuelo, Juan
    Antonio Artigas, había sido uno de los primeros pobladores
    de la Ciudad.

    Concurrente cuando niño al Colegio Franciscano,
    recibió la mediocre enseñanza de la época, y hecho
    jovencito, pasó durante su juventud a
    ocuparse en faenas rurales en la campaña despoblada, donde
    las autoridades, poco más de nominales, eran incapaces de
    tener a raya al gauchaje levantisco, y de contener los avances y
    tropelías de los grupos de indios
    charrúas y minuanos, más numerosos, pero no peores,
    que los contrabandistas portugueses que infectaban la zona.

    La que podría llamarse carrera de armas de
    José Artigas, principia el día 10 de marzo de 1797,
    cuando ingresó en el Cuerpo de Blandengues, unidad militar
    cuyas funciones eran,
    en lo principal, funciones de policía y vigilancia.

    De entrada tuvo a su cargo una partida recorredora de los
    campos, y ascendió sucesivamente a ayudante mayor de
    milicias de caballería y luego a capitán, hasta que
    el 3 de setiembre de 1810 recibió el mando de una
    compañía veterana de Blandengues de la Frontera.

    Su actividad continua en el servicio era
    prenda de orden para los estancieros y pobladores de la campana,
    y garantía cierta de vidas y haciendas.

    En esa carrera, donde comprendió la esencia de la
    realidad popular que debía imponer las directivas a su
    obra de hombre
    público, tuvo ocasión de convivir, casi un
    año, en íntimo contacto con Félix de Azara,
    sabio naturalista español y
    hombre de profundos y variados conocimientos, cuyas ideas en
    materia
    económico – social Artigas asimiló indudablemente,
    pues aparecen más tarde en varias de sus concepciones de
    hombre de gobierno.

    Azara, en los años 1801 – 1802, desempeñaba
    funciones oficiales como encargado de límites en
    la frontera con Portugal.

    Las autoridades superiores de la colonia, por su lado,
    compartían el buen concepto general
    sobre Artigas y existen múltiples e inequívocas
    pruebas de la
    confianza y consideración que, de Gobernador abajo,
    mereció de los funcionarios españoles.

    Querido y respetado por la gente de campo, su valor y sus
    condiciones de soldado se hacían presentes, de modo
    natural, sobre el elemento criollo, que penetraba bien el sentido
    de justicia
    equitativa y tolerante, característica, del Capitán
    de Blandengues.A la hora de las invasiones inglesas marchó
    a combatir contra los extranjeros "herejes", y el día en
    que Montevideo fue tomada por ellos (3 de febrero de 1807)
    dirigiose al campo con el propósito de organizar fuerzas
    que resistieran en el interior.

    Sobre un primer plantel de trescientos hombres, reclutado con
    la cooperación del saladerista Secco, agrupando los peones
    de las estancias y los paisanos que acudían a ponerse a
    sus órdenes, prestamente tuvo Artigas elementos de
    fuerza y,
    sobre todo, posibilidad de movilizarlos y ponerlos en acción
    por la buena calidad y
    abundancia de los montados.

    Pero no fue preciso llegar a la lucha, pues los ingleses
    evacuaron el Río de la Plata, en derrota, y el
    señorío colonial de España
    pudo reanudar su marcha con la misma lamentable torpeza y cortas
    miras de un régimen anquilosado, en disolución
    espontánea.

    Cuando se trata de salvar los intereses públicos, se
    sacrifican los particulares

    De 1810 a
    1812

    De este modo, la Revolución del 25 de Mayo de 1810 en
    Buenos Aires
    halló a Artigas reintegrado a sus funciones de
    policía en la campaña, pero no ajeno a las ideas
    nuevas que fermentaban.

    Sirviendo hasta ese entonces a las órdenes del
    Brigadier José Muesas en la Colonia del Sacramento, el
    Capitán Artigas abandonó las filas españolas
    en febrero de 1811, cruzando el Río Uruguay rumbo
    a Buenos Aires, en compañía de Rafael Ortiguera,
    Teniente de su misma Compañía, para ofrecer su
    espada a la patria.

    Su concurso, que Mariano Moreno ya había
    señalado como valioso, se aceptó por la Junta
    Revolucionaria el día 15 de febrero cuando acudió a
    presentarse, y Artigas tuvo el encargo de preparar, desde la
    fronteriza provincia de Entre Ríos, el levantamiento de la
    Banda Oriental, utilizando al efecto sus relaciones y su
    prestigio en la tierra
    nativa y los hilos que virtualmente estaban tendidos.

    Los primeros pronunciamientos tuvieron por teatro el pueblo
    de Belén, en el Alto Uruguay, y la costa del arroyo
    Asencio, Soriano, y a su preparación no era ajeno
    Artigas.

    La hora esperada parecía haber sonado y con los
    auxilios que proporcionó la Junta, la cual lo había
    promovido a Teniente Coronel efectivo por decreto de 9 de marzo
    de 1811, arribó a su provincia al mes justamente de tener
    el mando -9 de abril de 1811- a fin de tomar intervención
    personal en la
    guerra,
    trayendo a sus inmediatas órdenes ciento cincuenta plazas
    del Batallón de Patricios.

    Aceptado generalmente como verdad que el desembarco se haya
    producido por el actual departamento de Colonia, en la Calera de
    las Huérfanas, hay pareceres muy respetables que
    consideran que la ruta de Artigas debió ser, saliendo de
    Entre Ríos, camino que lo llevó al campamento de la
    capilla de Mercedes de Soriano, lugar donde asentaban las fuerzas
    patriotas, cuya jefatura le habían confiado las
    autoridades de Mayo al General Manuel Belgrano, a su regreso,
    vencido, del Paraguay.

    Llamado éste a Buenos Aires a responder del fracaso de
    dicha expedición, el General José Rondeau fue el
    jefe que vendría a sustituirlo.

    Artigas asumió la jefatura de la vanguardia
    patriota iniciando marchas hacía el Sur. Su presencia
    determinó una rápida agudización del
    sentimiento insurreccional, puesto de manifiesto por las
    innumerables incorporaciones de gente en armas por la patria,
    según se aprecia en toda la extensión de la
    provincia que, llamada entonces Banda Oriental, pronto se
    halló bajo el control de los
    patriotas.

    Solamente los pueblos de cierta importancia, con Montevideo
    como baluarte principal, quedaron bajo la obediencia de las
    autoridades españolas. Las primeras hostilidades no
    tardaron en producirse, registrándose triunfos para la
    patria en El Colla, Porongos, Paso del Rey sobre el río
    San José -21 de abril- y en el ataque y toma de la Villa
    de San José el 25, mientras oficiales suyos vencían
    a los españoles en Maldonado y en San Carlos.

    Artigas iniciaba entonces, a la vez una carrera de
    político y de soldado que sólo debía durar
    nueve años, que no son nada, si bien se mira, en una vida
    que totalizó ochenta y seis, pero que fueron bastantes
    para que, por su obra y su gravitación futura, pueda
    considerársele como una de las personalidades más
    vigorosas y completas de la historia continental.

    Trasladado su Cuartel General a San José, Artigas
    reunió sus fuerzan con las de su pariente Manuel Antonio
    Artigas, y avanzando con unos mil hombres sobre los realistas que
    operaban en Canelones, obtuvo sobre ellos, al mando del
    Capitán de Marina José Posadas, el 18 de mayo de
    1811, la victoria de Las Piedras, batalla campal en que el jefe
    español rindió su espada al soldado montevideano y
    donde éste -al decir del Deán Funes-
    "manifestó un gran valor y un reposo en la misma
    acción, con que supo encender y mitigar a un mismo
    tiempo, las
    pasiones fuertes y vehementes de su tropa".

    Las dianas de la Provincia Oriental resonaron, así,
    como los primeros acentos triunfales de la Revolución
    de Mayo. Otras, que las estrofas del himno nacional argentino
    recuerdan: San Lorenzo, en las altas barrancas del Paraná,
    y Suipacha, en los lejanos confines del Virreinato, harían
    eco a las dianas de San José y de Las Piedras.

    Continuando su marcha rumbo al Sur, el 21 del propio mes de
    mayo el ahora Coronel Artigas apareció con sus huestes en
    el Cerríto, altura de donde se divisa de cerca Montevideo,
    e intimó rendición al gobernador Francisco Xavier
    Elío, que mandaba la más poderosa plaza fuerte de
    España en las costas del Atlántico.

    El español, como es natural, rechazó de plano al
    emisario artiguista y fue preciso pensar en la
    formalización del Primer Sitio de Montevideo.

    El nuevo jefe enviado por la Junta Revolucionaria, General
    José Rondeau, llegó recién el 1° de
    junio al campo del Cerrito, tomando enseguida la dirección de las fuerzas patriotas.

    La invasión de un ejército portugués a
    las órdenes del General Diego de Souza, que en julio del
    año 11 penetró hasta Melo y Maldonado, y cuyo
    auxilio había conseguido el jefe español encerrado
    en Montevideo para favorecer comunes intereses dinásticos
    de los Borbones de la Península, uniéndose a los
    reveses militares experimentados por la causa independiente,
    cuyos soldados al mando de Balcarce habían sido deshechos
    en Huaquí (en el Alto Perú) llevaron a que la Junta
    de Buenos Aires iniciara negociaciones con Javier de
    Elío.

    De los tratos, resultó el armisticio del 20 de octubre
    de 1811, por el que se estipulaba el levantamiento del sitio de
    Montevideo, mantenido desde hacía casi un semestre por las
    armas patriotas, debiendo retirarse de la Banda Oriental los
    ejércitos de Buenos Aires y los del portugués,
    reconociéndose así en ella la autoridad
    española. A consecuencia de ese convenio la Provincia
    Oriental venía a hallarse subyugada y sin defensa,
    segregada de hecho de las que se denominaban unidas.

    La Junta designó a Artigas Gobernador de Yapeyú,
    pareciendo que no le quedaba a nuestro destemido Capitán
    otra solución que convertirse en un jefe subalterno
    más dentro de las filas del ejército independiente.
    Pero Artigas, aceptando el cargo que se le confiaba,
    resolvió con la firmeza serena de los que llevan misión,
    sustraer a las gentes coterráneas que bien podía
    llamar suyas, al yugo de los españoles, y convertido en
    jefe de todo un pueblo, superando lo tremendo del momento,
    emprendió marcha a su jurisdicción.

    Rumbo al Norte, costeando casi el Río Uruguay,
    llevó tras de sí los tres mil hombres escasos del
    ejército a sus inmediatas órdenes, pero le
    seguía una caravana de quince mil personas, de toda edad y
    de toda clase social,
    que configuró el histórico cuanto extraordinario
    episodio denominado El Exodo del Pueblo Oriental.

    Tres meses duró la nunca vista marcha, de octubre a
    diciembre de 1811 y al llegar al Salto del Uruguay, y puesto por
    medio el obstáculo del gran río como defensa
    natural de los portugueses. Artigas acampó con su gente en
    el Ayuí, en la margen derecha, en tierras de la
    jurisdicción misionera sobre las cuales era
    gobernador.

    Desde 1812 hasta 1815

    El convenio de 20 de octubre entre españoles y
    porteños, no podía, razonablemente, tener
    andamiento, pues en la mala fe de las partes contratantes estaba
    el secreto de su debilidad, y los portugueses invasores de la
    Provincia Oriental tomaron a poco de andar tal empuje, que la
    autoridad de Buenos Aires vio el peligro real que ello
    significaba en el mapa político. Entonces se propuso
    reforzar a Artigas acampado en el Ayuí, y hacer frente, en
    la provincia, a los invasores.

    Gaspar Vigodet, sustituto de Elío en el gobierno de
    Montevideo alegó el convenio de octubre y amenazó
    con oponerse a aquél propósito con las armas en la
    mano. Un gobierno triunviral, que había sustituido en
    Buenos Aires a la Junta, procediendo con más
    energías que ésta, denunció el armisticio el
    6 de enero de 1812.

    La presencia de los portugueses significaba en esos momentos
    una grave complicación y el gobierno del Triunvirato,
    contando con los buenos oficios del representante de Inglaterra en la
    corte de Río Janeiro, pudo negociar el tratado que
    ajustaron los respectivos plenipotenciarios, Juan Rademaker y
    Nicolás Herrera, firmándolo en Buenos Aires el 4 de
    mayo de 1812. La evacuación de la provincia por las tropas
    del General Souza, aunque demorada por éste cuanto le fue
    posible, era un hecho al finalizar agosto.

    El campo quedaba libre para dilucidarse la cuestión de
    vida o muerte entre
    españoles y patriotas, y en esas circunstancias, el
    General Sarratea con un cuerpo de ejército pasó al
    Ayuí a entrevistarse con Artigas, para convenir la manera
    de traer la guerra inmediatamente a la Banda Oriental,
    reanudándose la lucha.

    Las intrigas en el Ayuí, iniciadas con la
    designación de Sarratea, en cuanto significaba posponer al
    jefe natural y reconocido de la Banda, agravaron la
    situación provocando la defección de algunos jefes
    que habían seguido a Artigas en el Ayuí, como
    Ventura Vázquez, Valdenegro, su jefe de Estado Mayor,
    a la par que fomentaban las deserciones entre la tropa.

    No obstante esa inconducta y las desinteligencias que
    fatalmente provocó, Artigas se puso a órdenes de
    Sarratea y repasando el Uruguay vino de nuevo a su tierra, con
    sus soldados y su pueblo, Rondeau, jefe de la vanguardia del
    ejército de las Provincias, fue el primero en llegar
    frente a Montevideo, fijando reales en el Cerrito el 20 de
    octubre, y dando vigor al Segundo Sitio que las partidas
    patriotas de José E. Culta tenían principiado en
    cierto modo y las cuales se le unieron de inmediato para remontar
    el ejército independiente hasta el número de dos
    mil hombres.

    El 31 de diciembre del año 12, rechazando una salida de
    Vigodet, José Rondeau logró la victoria del
    Cerrito.

    El 20 de enero del año 1813, Artigas llegó al
    Paso de la Arena del Santa Lucía, con sus tropas
    calculadas en unas cinco mil plazas.

    Sarratea arribó al campo sitiador con poca diferencia,
    acentuando con ello la prevención con que se le miraba en
    el ejército. Artigas, por su lado, declaró que se
    mantendría al margen de las operaciones si
    aquel continuaba en su cargo, y como uno de sus jefes, el
    comandante Fructuoso Rivera, materializando la hostilidad, se
    apoderó de las caballadas del ejército. Rondeau,
    con plena visión de lo que acontecía, se dispuso a
    cortar por lo sano, y provocando en el mes de febrero una
    reunión de los jefes subalternos -extra ordenanza y
    sediciosa si se quiere- significó a Sarratea la necesidad
    de resignar el mando y alejarse del sitio.

    Rondeau asumió entonces funciones de General en Jefe y
    Artigas, de inmediato, el 26 de febrero de 1813, vino al
    campamento del Cerrito a ponerse a sus órdenes para el
    sitio.

    En este instante el español Vigodet, encerrado en
    Montevideo, considerando posible sustraer a Artigas de la causa
    de la patria, efectuó en tal sentido un hábil
    sondeo con promesas de confiarle un alto puesto de mando, pero el
    caudillo lo rechazó según correspondía.

    La posesión de la Provincia Oriental por sus nativos
    era un hecho, y estando, a la fecha, en funciones la Asamblea
    General Constituyente reunida en Buenos Aires, consideró
    Artigas que había llegado el momento de hacerse
    representar en el cónclave que legislaba para todos. En
    esa inteligencia,
    los pueblos de la Banda, previamente invitados a hacerlo,
    enviaron sus diputados al Congreso de Peñarol, cuyas
    sesiones Artigas abrió personalmente, el 4 de abril de
    1813.

    Entonces dirigió a los diputados el célebre
    discurso en
    que abdicaba de los poderes omnímodos que había
    investido hasta ese día, principiando con estos
    párrafos: "Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante
    vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno
    goce de vuestros derechos: ved ahí el
    fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también
    todo el premio de mi afán".

    Después de exigir a Buenos Aires satisfacciones por
    agravios anteriores y garantías de futuro, el Congrego
    resolvió la designación de cinco diputados a la
    Asamblea Constituyente de Buenos Aires, correspondiendo uno a
    cada uno de los cinco cabildos existentes en la Provincia, de los
    cuales cuatro eran sacerdotes, y el quinto un antiguo oficial de
    Blandengues. Los diputados orientales marcharon a su destino
    provistos de un programa concreto, al
    que debían ajustar su conducta, el cual
    ha pasado a la historia con la denominación de
    Instrucciones del Año XIII.

    Se trataba de una pieza político-jurídica de
    alcance y significación incomparables, por los fundamentos
    democrático – republicanos que contenía, verdadero
    canon de una "Carta Magna" para
    las Provincias Unidas. Las cláusulas fundamentales de las
    Instrucciones de Artigas eran las siguientes:

    • independencia absoluta de las colonias;
    • sistema de confederación de las provincias
      conforme a un pacto de reciprocidad;
    • libertad civil y religiosa en toda su
      extensión;
    • la libertad,
      la igualdad y
      la seguridad
      de los individuos de cada provincia, que debían
      constituir la base de los gobiernos locales y del gobierno
      central;
    • independencia de los tres
      poderes del Estado;
    • autonomía provincial en su manejo interno;
      soberanía, libertad e independencia de la Provincia Oriental:
      aniquilación del despotismo militar merced a trabas
      constitucionales;
    • exclusión de Buenos Aires como capital
      federal;
    • garantías de comercio
      para ciertos puertos orientales.

    Los congresales de Buenos Aires, de tendencias manifiestamente
    centralistas y oligárquicas, se espantaron ante la
    posibilidad de que se pudieran traer al debate
    postulados de semejante audacia, llenos de inmensa importancia
    histórica y doctrinal, y que planteaban problemas que
    a ellos no les interesaba resolver.

    Ante una perspectiva semejante y pretextando defectos de forma
    en la elección, el Congreso no aceptó los diputados
    de la provincia Oriental: rechazando los hombres esperaba
    rechazar las ideas.

    "En el ambiente
    agreste, donde el sentir común de los hombres de la ciudad
    sólo veía barbarie, disolución social,
    energía rebelde a cualquier propósito constructivo,
    -dice Rodó- vio el gran caudillo, y sólo él,
    la virtualidad de una democracia en
    formación, cuyos instintos y propensiones nativas,
    podían encauzarse como fuerzas orgánicas, dentro de
    la obra de fundación social y política que
    había de cumplirse para el porvenir de estos pueblos".

    Frustradas todas las tentativas de avenimiento en lo relativo
    a la no admisión de los diputados. Artigas
    contemporizó todavía, manteniéndose en
    posición razonable, pronto a entrar en el terreno
    conciliatorio, el que se le llamara.

    De aquí nació la idea de convocar a un nuevo
    congreso provincial. Este se reunió en la Capilla de la
    chacra de Maciel, en la margen del Arroyo Miguelete, el 8 de
    octubre de 1813.

    La obra de estos asambleístas, dirigidos por
    políticos hábiles que actuaban detrás del
    General Rondeau, vino a dar por tierra con todo lo resuelto en el
    Congreso de Abril, llegando hasta deponer a Artigas del gobierno.
    Pero tan lejos fueron en la maniobra, que la Asamblea
    Constituyente de Buenos Aires no se atrevía a admitir en
    su seno a los diputados de Capilla de Maciel.

    Ante semejante actitud de los
    políticos de Buenos Aires, Artigas, por segunda vez -el 20
    de enero de 1814, se retiró del Sitio de Montevideo
    llevando consigo más de tres mil hombres. Iba a extender
    el radio de su
    influencia cada día mayor sobre las provincias litorales,
    donde lo reconocían como jefe, y sus pasos se encaminaron
    al Norte, deteniéndose en el pueblo de Belén.

    Gervasio Antonio Posadas, Director de Buenos Aires,
    respondió con el decreto de 11 de febrero,
    declarándolo traidor y enemigo de la patria ofreciendo un
    premio de 6.000 pesos al que lo entregara vivo o muerto. Artigas,
    por su parte, declaró la guerra al Directorio,
    aprestándose a combatirlo.

    En esos días, el Virrey de Lima, General Pezuela, le
    enviaba por un propio una carta sugiriéndole la
    posibilidad de un convenio que lo favoreciera, impuesto de que
    Artigas -fiel a su monarca-, sostenía sus derechos. Pero
    Artigas lo respondió: "Han engañado a V.S. y
    ofendido mi carácter, cuando le han informado que yo
    defiendo a su ley… Esta
    cuestión la decidirán las armas… Yo no soy
    vendible, ni quiero más premio por mí empeño
    que ver libre mi nación
    del poderío
    español…"

    La caída de Montevideo en manos de los porteños
    el 20 de junio de 1814 pareció en un momento que iba a
    solucionar el conflicto.
    Torgués, al frente de sus milicias, reclamaba la plaza en
    nombre de Artigas, y la respuesta de Alvear fue el envío
    de fuerzas que lo sorprendieron en las proximidades de Las
    Piedras.

    Organizaron los vencedores nuevas autoridades en la ciudad, y
    el 16 de junio vino de Buenos Aires Nicolás
    Rodríguez Peña, nombrado delegado del Directorio
    Supremo y Gobernador Intendente.

    Posadas y sus amigos políticos, si bien no estaban
    dispuestos a entregar Montevideo al Jefe de los Orientales,
    tampoco excluían la posibilidad de hallar cuando menos un
    modus-vivendi. En ese orden de ideas, tras la "Misión
    Amaro – Candiotti", el decreto que ponía a Artigas fuera
    de la ley quedó revocado el 17 de agosto.

    Pero la situación de guerra existía de hecho, y
    el regreso a Montevideo del General Alvear,
    momentáneamente alejado de la plaza, exacerbó los
    ánimos del elemento provincial.

    Artigas tenía su Cuartel General en los potreros de
    Arerunguá, en el actual departamento del Salto, mientras
    Torgués y Rivera operaban en el sur con excelentes
    medios de
    movilidad, y al cabo de varios encuentros parciales donde la
    suerte no favoreció del todo a los directoriales, Alvear
    se avino a entrar en arreglos, dispuesto a tratar con los
    emisarios que mandara Artigas a Canelones.

    Pero no se procedía de buena fé, y el
    propósito era ganar tiempo, simulando que se retiraban las
    tropas. Estas fuerzas, mandadas por Soler, se hicieron sentir
    prestamente en la zona de Colonia y luego en San José.

    El Coronel Manuel Dorrego, al frente de una fuerte columna,
    recibió orden de marchar hacia el interior y en el curso
    de sus operaciones logró sorprender a Torgués en
    Marmarajá el 6 de octubre, obteniendo un triunfo
    fácil pero engañoso. Sacó de él una
    idea plenamente falsa respecto al poderío y la fuerza de
    resistencia de
    las huestes artiguístas.

    En esa convicción decidióse a batir a Fructuoso
    Rivera y después de varias alternativas, reforzados ambos
    ejércitos, aquel joven Capitán de Artigas le
    infligió tan tremenda derrota en Guayabos -el 10 de enero
    de 1815-, que Dorrego apenas pudo escapar con una cincuentena de
    hombres, vadeando enseguida el Río Uruguay.

    El Directorio, comprendiendo que la partida estaba perdida, se
    propuso transar sobre la base del reconocimiento de los derechos
    de la Provincia Oriental a gobernarse a sí misma. El
    delegado Nicolás Herrera abarcó pronto la realidad
    de las cosas, y se convino que la plaza sería evacuada por
    las tropas porteñas, conforme se efectuó el 25 de
    febrero de 1815. Al día siguiente Torgués entraba
    en Montevideo con título de Gobernador Militar.

    En este primer gobierno patrio, el poder fue ejercido
    sucesivamente por Torgués y por Miguel Barreiro, conforme
    a delegación de Artigas, y en su periodo se instituyeron
    la primera bandera y el primer escudo de armas de la Provincia
    Oriental.

    Al mismo corto período corresponden también
    varias generosas iniciativas de progreso y de orden, como la
    creación de la Biblioteca
    Nacional y los servicios de
    rentas y policía reorganizados.

    Desde 1815 hasta
    1817

    El caudillo, entretanto, permanecía en su campamento
    del Hervidero, como activo factor de los sucesos que iban a
    desarrollarse en el vasto escenario de las provincias. Estos
    culminaron en la sublevación del ejército
    directorial en Fontezuelas, lo que aparejó la caída
    de Alvear y la disolución de la Asamblea Constituyente que
    sesionaba en Buenos Aires, el 16 de abril de 1815.

    El Coronel Alvarez Thomas, erigido como nuevo Director,
    trató de acordar su política con la de Artigas a
    quien la Provincia Oriental reconocía como su jefe
    natural, mientras que las de Entre Ríos, Corrientes, Santa
    Fe y Córdoba eran gobernadas por elementos que
    respondían a sus propósitos.

    Una Liga Federal estaba virtualmente constituida, y Artigas
    trazaba sus rumbos con el título de Protector de los
    Pueblos Libres, buscando la
    organización bajo el gobierno federativo
    democrático, derivado de la voluntad popular, base de toda
    soberanía.

    Es en tal ocasión que Alvarez Thomas envió al
    gran caudillo, a varios jefes de la fracción vencida,
    prisioneros y rehenes, para que dispusiera su castigo. Este no
    los quiso admitir, diciendo con altiva nobleza que él no
    era "el verdugo de Buenos Aires".

    Como debe notarse muy bien, en este trascendental momento
    histórico Artigas adquiere perfiles de estadista que
    supera el título de simple jefe de una provincia. Sus
    firmes rumbos democráticos, sus ideas de gobierno con
    fórmulas o concepciones adivinadas apenas en otras partes
    del mundo, uniéndose a la enorme vastedad del escenario,
    lo convierten en una figura continental.

    Los dos principios
    antagónicos que se disputaban la primacía en el
    antiguo virreinato platense se hallan frente a frente y de modo
    claro. El federalismo con
    el Protector, que sienta sus bases en el Congreso de
    Concepción del Uruguay -julio del año 15-, y el
    unitarismo de Buenos Aires con su Directorio, que proclama la
    independencia de las Provincias Unidas por boca del Congreso de
    Tucumán, el 9 de Julio de 1816, elaborando una constitución inaplicable y buscando como
    fórmula de solución el implantamiento de una
    monarquía absurda.

    No era fácil prever hasta qué extremos
    podría llegarse en la lucha, y poco seguros de su
    fuerza, los hombres de Buenos Aires maniobraron en el sentido de
    traer al terreno a los portugueses, que eran dueños del
    Brasil,
    enderezándolos contra Artigas bajo la acusación de
    que su existencia e influencia significaban un poderoso foco de
    anarquía, cuyo fuego podía comunicarse a las
    provincias meridionales del Reino.

    La ocasión tan esperada de posesionarse de la margen
    izquierda del Río Uruguay, redondeando
    geográficamente por el sur la inmensa colonia americana,
    sueño dorado de la monarquía portuguesa, se iba a
    convertir en una realidad, y la Provincia Oriental fue invadida
    por cuatro cuerpos de ejército. Eran más de diez
    mil hombres al mando del General Carlos Federico Lecor, militar
    experimentado y político de dudosa moral. En
    agosto de 1816, los primeros soldados portugueses hollaron
    nuestro territorio.

    El unitarismo monárquico vio venir la invasión
    que lo libraría del caudillo federalista, con la
    tranquilidad y satisfacción de un cómplice.

    Artigas se aprestó a la resistencia, solo y ajustado al
    plan que sus
    mismos enemigos iban a reconocer excelente y el único
    posible. Pero la victoria dio la espalda a los patriotas: Artigas
    personalmente fue derrotado en Carumbé el 27 de octubre;
    Rivera, su mejor lugarteniente, tuvo igual destino en India Muerta
    el 19 de noviembre.

    Mientras tanto, los invasores progresaban por el sur
    internándose cautelosamente hacia Montevideo, cuyo
    Cabildo, sin espíritu suficiente, desorientado por
    promesas de Buenos Aires, negoció el 8 de diciembre del
    1816 la anexión de la Banda a las Provincias Unidas a
    cambio del
    auxilio armado de éstas, acuerdo que Artigas
    rechazó, y que Buenos Aires no iba a cumplir tampoco.

    Desde 1817 hasta
    1820

    El año 1817 se inició más pródigo
    en reveses todavía, escalonando en enero las jornadas
    infaustas de Catalán, el 4; Aguapey, el 19; y la
    pérdida de Montevideo, donde Lecor entró vencedor
    el 20, enarbolando en la Ciudadela las banderas de Portugal. Los
    cabildantes, escasos de dignidad, se
    mostraron obsecuentes y sumisos al extranjero.

    Mientras tanto, Artigas, que exigía al Directorio se
    definiera ante la lucha contra el enemigo portugués, no
    obtuvo respuesta, y entonces, responsabilizándolo ante las
    aras de la patria de su inacción y de su traición a
    los intereses comunes, le declaró la guerra el 13 de
    noviembre de 1817.

    A esa hora, la Provincia Oriental estaba perdida militarmente:
    jefes de prestigio como Bauza y los hermanos Oribe habían
    defeccionado las filas artiguistas en octubre, y Lavalleja y
    Torgués fueron tomados prisioneros en febrero del
    año siguiente.

    En 1819, la situación ante los progresos de los
    portugueses sólo alcanzó a empeorarse al cabo de
    dos años de guerra tan despareja como enconada y
    sangrienta, y aunque el 4 de diciembre el sol de una
    promisora victoria brilló para los nuestros en el combate
    de Santa María el 22 de enero de 1820, Andrés
    Latorre perdió la batalla de Tacuarembó,
    revés que configuró un verdadero desastre.

    Recuperar la patria en el litoral ganando la guerra a Buenos
    Aires, era la única concepción genial que
    podía imaginarse, y Artigas iba a tentarla empleando en
    ella su último empuje y su postrer esfuerzo.

    Con un corto número de hombres a caballo -tal vez no
    sumarían 300- vadeó el Uruguay por última
    vez, a solicitar el auxilio de los caudillos federales de Entre
    Ríos, Corrientes y Misiones, que se habían formado
    a su lado, y a los cuales él había enseñado
    a vencer. Pero sus antiguos tenientes habían crecido
    sobremanera y entonces tenían ya no sólo intereses
    propios, sino alarmantes ambiciones de mando, y no podían
    acudir con ánimo entero al llamado del antiguo Protector.
    Las intrigas, las promesas y el dinero de
    Buenos Aires trabajaban y obtenían resultados
    maravillosos. De este modo Artigas sólo encontraría
    indiferentes o enemigos declarados como Francisco Ramírez,
    el Gobernador de Entre Ríos, que lo desacató en
    forma abierta e insolente.

    Artigas, que no era hombre capaz de soportar actitudes
    semejantes sin primero jugarse íntegro. Llevó sus
    armas contra el Gobernador y lo batió completamente en Las
    Guachas el 13 de junio de 1820, pero Ramírez, cuya
    inconducta le había ganado el apodo de "El Traidor" -que
    debía acompañarlo para siempre en la historia-
    logró rehacerse gracias a las tropas y las armas que el
    gobierno de Sarratea le proporcionó desde Buenos Aires y
    Artigas fue derrotado sucesivamente en Bajada del Paraná,
    las Tunas y Abalos en el término del invierno.

    Toda esperanza estaba perdida; "el plan genial" no pudo ser
    realidad, y de este lado del río, el Coronel Fructuoso
    Rivera -último jefe de la resistencia nacional- se
    había visto en la precisión de rendirse al
    extranjero odiado.

    Desde 1820 hasta
    1850

    Entonces, Artigas, atravesando la Provincia de Corrientes hizo
    rumbo al Paraguay, donde gobernaba el Dr. Rodríguez
    Francia.
    Embarcándose en el puerto de Candelaria, antigua capital
    de las Misiones, cruzó el anchuroso Paraná el 5 de
    setiembre de 1820, después de separarse de la casi
    totalidad de sus compañeros, que restaron en la margen
    izquierda, y fue a presentarse a las autoridades paraguayas.

    Noticiado el Dictador Supremo Gaspar de Francia de su arribo,
    lo consideró desde el primer momento como prisionero suyo,
    y en ese concepto lo retuvo siempre, primeramente en
    Asunción donde se le alojó por un corto tiempo y
    después en Curuguaty, remoto pueblo de negros que le fue
    señalado como término de destierro,
    asignándole por varios años -gobierno curioso el
    del tirano- el pago de un sueldo equivalente al de Capitán
    que Artigas había alcanzado en los ejércitos de
    España. Sin embargo, cuando supo que invertía en
    limosnas el dinero que
    podía sobrarle, el Supremo le suspendió el
    estipendio.

    Vivió en aquel rincón miserable casi diecinueve
    años, hasta que Francia desapareció del mundo en
    1840, siempre acompañado de sus fieles morenos Ansina y
    Lencina. Entonces, más libre pero siempre
    teniéndolo en vigilancia, el gobierno sustituto del tirano
    le permitió trasladarse a residir en Ibiray, distrito
    próximo a la Asunción, el que poco después,
    cuando Carlos Antonio López vino a ejercer las funciones
    de Presidente de una república más o menos nominal,
    fue incluido entre los límites de la jurisdicción
    de la Santísima Trinidad.

    En aquella morada que le había cedido el Presidente
    dentro de los límites de un latifundio suyo fueron
    transcurriendo los días del Protector, iguales y
    monótonos, absorbido por el ambiente, en una vida de
    hombre del pueblo modestísima. Allí, el viajero
    francés Alfredo De-mersay le hizo del natural, a fines de
    1846 o principios del 47, el retrato único del
    Prócer que haya llegado hasta nosotros.

    La familia de
    López -parece probado- dispensaba al Protector ciertas
    atenciones, y las gentes sencillas y pobres de los contornos,
    habituadas al trato diario lo estimaban de veras,
    llamándolo "Carai Marangatú", predicado
    consagratorio que se ha traducido en imperfecta versión
    como "Padre de los Pobres", cuando, según lo dijo el
    delegado paraguayo Dr. Boggino en una reunión rotariana en
    el Salto, en 1939, la traducción exacta de las palabras guaraníes, con sentido más hondo y
    no menos consagratorio, quieren decir "Bondadoso
    Señor".

    Las noticias que
    concreta y fielmente poseemos de los años del Paraguay son
    pocas, y en cambio las leyendas y las
    amables mentiras abundan y proliferan, pero este no es el sitio
    donde haya que examinarlas a la luz de la sana
    crítica.

    Lo más importante de todo, o sea lo que toca a las
    gestiones que se tentaron para que Artigas se reintegrase al
    país, es asunto poco claro, pues las administraciones
    paraguayas de la época pudieron haber realizado y
    realizaron acaso, recónditas maniobras tortuosas que
    configuraran una exterioridad no ajustada a la realidad de los
    hechos. Tal vez Artigas, en el fondo de su cautiverio,
    ignoró la llegada de los delegados uruguayos y sus mismas
    gestiones. Harían falta papeles directos, que no han
    aparecido hasta hoy, para disipar estas dudas, en vez de las
    referencias de segunda mano emanadas de las mismas autoridades
    que lo tenían bajo custodia y con arreglo a las cuales hay
    que conjeturar y deducir.

    Dejó de existir Artigas en la misma propiedad que
    el presidente López le había cedido, el 23 de
    setiembre de 1850, probablemente de senilidad y sin dolencia
    definida, pues no hay ninguna versión cierta y concreta de
    las circunstancias que rodearon el deceso.

    Sus restos, seguidos de tres o cuatro vecinos, recibieron
    silenciosa sepultura en el Cementerio de la Recoleta, situado a
    corta distancia de la quinta, y allí quedaron en la fosa
    26 del sector denominado "Campo Santo de los Insolventes", pues
    nadie obló los dos pesos del derecho que cobraban los
    curas.

    En aquellas tierras coloradas reposaron hasta el día en
    que el Dr. Estanislao Vega, nuestro agente diplomático
    enviado por el gobierno del Presidente Flores, los reclamó
    y se recibió de ellos cinco años después, el
    20 de agosto de 1855, para volverlos a la patria, y ser
    depositados en el Panteón Nacional, donde los esplendores
    de la gloria y de la justicia histórica vendrían a
    restablecer sobre la urna que los encierra.

    Aquellas mentiras a gritos, aquellas insolentes calumnias de
    gaucho, ignorante, malevo y traidor, estampadas hasta en los
    libros de
    escuela,
    avergonzarían hoy a los mismos que las
    escribieron.

    Para su rehabilitación no se necesitaba sino una cosa:
    estudiarlo con espíritu imparcial y juzgar de acuerdo con
    lo que surgía de los documentos.

    Focalizado y estudiado así, podemos comprender sin
    violencia que
    Artigas -conforme a lo dicho por un escritor argentino- tuvo que
    ser acreedor a la gracia de un alto favor especial que pudo
    permitirle "haber sido tan impetuoso en sus ideas, tan prudente
    en sus juicios, tan humilde en su conducta, tan austero en su
    vida, tan fuerte en la adversidad, tan pobre en la muerte y
    tan grande en todo momento".

    Gran calumniado de nuestra historia, la era polémica
    primitiva en lo que se refiere a la
    personalidad del Protector de los Pueblos Libres -ha escrito
    el Dr. Gustavo Gallinal- puede considerarse clausurada para
    nosotros y su figura se yergue sobre las fronteras,
    señoreando cada día un escenario histórico
    más vasto.

    Pero ni han terminado ni tendrán término la
    agitación, el choque, la remoción de ideas en
    torno a su
    figura, como no se cierran en torno a ninguna personalidad
    creadora, cuyos actos y cuyos pensamientos se proyectan hacia el
    porvenir.

    Mientras tanto -para decir con palabras de Héctor
    Miranda- "sus hechos están ahí, solemnes y
    elocuentes, resonando para siempre en la Historia. Ellos
    demuestran la superioridad intelectual del patricio, su potencia de
    espíritu, su inmensidad de pensamiento".

    Material de la biblioteca José Gervacio
    Artigas

    Jorge Pedoja

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