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"La Paradoja" . Ciencias naturales aplicada a procesos productivos




Enviado por gnpozzo



    1. Las
      definiciones
    2. El paradigma
      antiguo
    3. El modelo
    4. El verbo
    5. El
      entorno
    6. La
      elección
    7. Los
      resultados
    8. Epílogo

    Prólogo

    La decisión de ir fue mía. Cuando me
    paro a
    reconsiderarlo, me resulta casi imposible pensar que yo, el
    director de una importante instalación industrial, dejara
    la fábrica abandonada para pasar una semana en un
    monasterio.

    «Simeón» es un nombre que me ha
    perseguido desde que nací. Me bautizaron en la parroquia
    de mi barrio y, en la partida de bautismo, podía leerse
    que los versículos escogidos para la ceremonia hablaban de
    un tal Simeón. Ése fue mi primer encuentro con
    Simeón.

    Me confirmaron en la iglesia
    luterana al concluir el octavo grado. El pastor había
    escogido un versículo para cada uno de nosotros y, cuando
    me llegó el turno, leyó en
    voz alta el mismo pasaje de Lucas sobre el personaje de
    Simeón. En aquel momento pensé: «Qué
    coincidencia más curiosa…».

    Poco tiempo
    después, empecé a tener un sueño que
    acabó causándome terror. En el cual aparece un
    hombre de
    entrada edad que me grita «¡Encuentra a Simeón
    y escúchale!».

    La guinda fue que el día de mi boda, el
    sacerdote, en su homilía, se refirió al mismo
    personaje bíblico: Simeón. Me quedé tan
    estupefacto que me hice un lío al decir los
    votos.

    Nunca estuve muy seguro de si
    todas aquellas «coincidencias con Simeón»
    tendrían algún sentido. Rachael, mi mujer, siempre ha
    estado
    convencida de que sí.

    A finales de los años noventa mi vida era un
    éxito
    absoluto.

    Pero, por supuesto, las cosas no siempre son lo que
    parecen. Lo cierto era que mi vida se estaba desmoronando.
    Rachael me había dicho un mes antes que llevaba
    algún tiempo sintiéndose infeliz en nuestro
    matrimonio e
    insistía en que las cosas no podían seguir
    así.

    Con los chicos tampoco iban bien las cosas.

    Incluso en mi trabajo las
    cosas habían empezado a estropearse. Los empleados
    haciendo campaña para conseguir una representación
    sindical. Los ánimos habían estado tan alterados
    que la directora de recursos
    humanos llegó incluso a sugerirme que reconsiderara mi
    estilo de liderazgo.

    Hasta el equipo de béisbol Little League que yo
    llevaba entrenando iba mal.

    Pero todavía había más. Yo siempre
    había sido un tipo alegre, feliz y confiado, pero me di
    cuenta que en mi interior todo era conflicto y
    confusión. Me estaba convirtiendo en un ser
    triste.

    Por supuesto, era demasiado orgulloso para hacer
    partícipe a nadie de lo que me ocurría, así
    que me las arreglé para tenerlos a todos engañados
    menos a Rachael.

    Rachael me instó a que hablara de todo ello con
    el pastor de nuestra parroquia , y acepté.

    El pastor sugirió que pasara unos días
    solo y que intentara aclarar las cosas. Me recomendó un
    retiro en un pequeño monasterio cristiano no muy conocido
    emplazado a orillas del Lago Michigan.

    Aquello me pareció una bobada, pero justo cuando
    me iba a marchar, el pastor mencionó que uno de los monjes
    había figurado en su día en la lista de «los
    quinientos ejecutivos» que publica la revista
    Fortune. Eso sí que me llamó la atención.

    Cuando llegué a casa le conté a Rachael el
    consejo del pastor.

    En resumen: acepté ir al monasterio, más
    que nada porque tenía miedo de que Rachael me abandonara
    si no hacía algo. Mi esposa llevó el coche durante
    las seis horas de trayecto hasta el monasterio y yo estuve
    callado casi todo el viaje.

    Llegamos a la entrada al anochecer. Dejamos el coche en
    un pequeño aparcamiento al lado de una antigua
    edificación que ostentaba un letrero de
    «Recepción».

    Diseminadas aquí y allá había unas
    cuantas construcciones más pequeñas, dominando el
    lago Michigan. El paraje era muy bello, pero no hice
    mención de ello a Rachael. Después de todo, se
    suponía que yo sufría.

    —Cuida de los chicos y de la casa, cariño
    —dije en un tono bastante frío mientras sacaba la
    bolsa del maletero.

    —Muy chistoso, John —respondió ella,
    al tiempo que me daba un beso y un abrazo.

    Me eché la bolsa al hombro y me dirigí al
    edificio de recepción. Al entrar me encontré con
    una oficina atendida
    por un hombre de mediana edad que hablaba por teléfono.

    Nada más colgar el teléfono se
    volvió hacia mí y me dio un caluroso apretón
    de manos.

    —Soy el padre Peter; me ocupo de la intendencia de
    la casa de huéspedes. Usted debe de ser John
    Daily.

    —Ha acertado usted. ¿Cómo lo ha
    sabido? —repliqué.

    —Lo supuse por la solicitud que nos envió
    su pastor —contestó, con una cálida
    sonrisa.

    —¿Quién es aquí el
    responsable? —salió en mí el
    directivo.

    —El hermano James nos ha servido como abad en los
    últimos veintidós años.

    —¿Y puede saberse qué es eso de
    abad?

    —El abad es el director que elegimos y tiene la
    última palabra sobre todo lo que afecta a nuestra
    pequeña comunidad.

    —¿Cuáles son las festividades
    previstas para esta semana? —pregunté con
    sarcasmo.

    —Además de nuestros cinco servicios
    religiosos diarios, tendremos siete días de clase. Las
    clases tendrán lugar en este edificio de nueve a once por
    la mañana y de dos a cuatro por la tarde. En su tiempo
    libre puede pasearse por el monasterio, leer, estudiar, hablar
    con nuestros guías espirituales, descansar o hacer lo que
    le apetezca. ¿Hay algo más sobre lo que pueda
    informarle, John?

    Finalmente, hice la pregunta que más me
    interesaba. —Me gustaría conocer a Len Hoffman (el
    empresario que
    se hizo monje) y charlar de algunas cosas con él. Tengo
    entendido que llegó hace algunos años a su
    pequeña comunidad.

    —Len Hoffman, Len Hoffman… —repitió
    Peter—. Ah, sí, creo que ya sé a quién
    se refiere. Tiene otro nombre ahora. Estoy seguro de que le
    encantaría hablar con usted. A decir verdad, va a impartir
    el curso sobre liderazgo esta semana. Estoy seguro de que
    sacará gran provecho de sus clases, todo el mundo lo hace.
    Buenas noches, que descanse, John, y espero verle en el servicio de
    las cinco treinta, mañana por la mañana.

    «Por cierto, John, hace diez años el abad
    le puso a Len Hoffman el nombre de hermano
    Simeón.

    Me quedé pasmado en el rellano de la escalera y
    asomé la cabeza por la ventana abierta para aspirar unas
    bocanadas de aire
    fresco.

    Tenía una extraña sensación, era
    simplemente un déja vu. «¿El hermano
    Simeón?», pensé, «Esto ya es más
    que raro».

    Cerré la ventana y recorrí el corredor
    buscando mi habitación. Abrí con cuidado la puerta
    señalada con el número tres.

    El pastor baptista se había dormido ya y roncaba
    suavemente.

    De pronto me sentí muy cansado. Me
    desvestí rápidamente, ajusté el despertador
    a las cinco y me metí en la cama.

    Recosté mi cabeza sobre la almohada , pero no
    podía dejar de darle vueltas a la cabeza: «
    ¡Encuentra a Simeón y escúchale! ¿El
    hermano Simeón? ¿Habré dado por fin con
    él? ¿Qué extraña coincidencia es
    ésta? ¿Cómo me habré metido en este
    lío? Estás llamado a ir; cinco servicios religiosos
    al día, ¡Yo, que a duras penas aguanto dos al mes!
    ¿Pero, qué voy a hacer yo aquí una semana
    entera? y mi sueño, ¿cómo será
    Simeón? ¿Qué será lo que tiene que
    decirme? Pero, ¿qué hago yo aquí?
    ¡Encuentra a Simeón y
    escúchale!».

    Mi siguiente recuerdo es que sonó el
    despertador.

    CAPÍTULO UNO
    Las definiciones

    —Buenos días —me saludó mi
    compañero de habitación—, soy el padre Lee,
    vengo de Wisconsin. ¿Con quién tengo el
    gusto…?

    —John Daily, vengo del sur del estado.

    —Encantado de conocerte, Lee.

    —Más vale que nos vistamos.

    —Ve tú delante. Yo voy a quedarme un ratito
    más en la cama —murmuré.

    Me di media vuelta y me tapé la cabeza con la
    almohada, pero pronto descubrí que estaba completamente
    despierto y que me sentía bastante culpable. Me
    arreglé rápidamente y salí a buscar la
    capilla.

    Apenas podía distinguir el camino. Una vez
    dentro, miré hacia el altar, había tres hileras de
    bancos
    dispuestos en semicírculo, donde obviamente se sentaban
    los treinta y tres monjes. Sólo uno de ellos tenía
    brazos; supuse que era el que correspondía al abad.
    Dispuestas a lo largo de una de las paredes adyacentes al altar
    había seis sillas plegables, que deduje rápidamente
    estaban allí para los participantes del retiro. Me
    acerqué discretamente hasta una de las tres que quedaban
    libres y me senté.

    Inmediatamente los monjes se levantaron y empezaron con
    unos cantos litúrgicos.

    A los veinte minutos, más o menos, el servicio
    concluyó y los monjes salieron en fila detrás del
    abad por la parte trasera de la iglesia. Me fijé en cada
    una de las caras, intentando identificar a Len
    Hoffman.

    Al acabar el servicio me dirigí a la
    pequeña biblioteca, que
    estaba cerca de la capilla. Quería hacer una
    búsqueda en Internet.

    Después de una hora de búsqueda di con un
    artículo de hacía diez años sobre Leonard
    Hoffman y empecé a leer fascinado.

    En 1941 Len Hoffman obtuvo una diplomatura en
    Empresariales. Poco después, los japoneses atacaron Pearl
    Harbor, segando la vida de su mejor amigo. Más tarde
    ingresó en la Armada. En una misión se
    le ordenó que hiciera prisioneros a doce japoneses y
    ordenarles que se desnudaran antes de salir de la jungla. A pesar
    de la animadversión que Hoffman podía tener contra
    los japoneses, no exigió a los soldados que se desnudaran
    por no humillarlos.

    El único comentario de Hoffman a propósito
    de este suceso fue: «Es importante tratar a otros
    seres humanos exactamente como desearías que ellos te
    trataran»
    . Hoffman llegó a ser
    condecorado varias veces antes de abandonar la Armada cuando
    acabó la guerra.

    Como hombre de negocios,
    Hoffman fue un ejecutivo muy conocido y muy respetado. Era
    también un autor consumado, gracias a un librillo titulado
    La gran paradoja: para mandar hay que
    servir
    .

    El mayor éxito de Hoffman en el área
    empresarial fue que consiguió resucitar una
    corporación gigantesca, la entonces moribunda Southeast
    Air.

    El último artículo que encontré en
    Internet había sido publicado en Fortune. Al
    parecer Hoffman, con sesenta y tantos años y en el cenit
    de su carrera, de pronto dimitió y desapareció.
    Tambien decía que se corrían rumores sobre su
    adscripción a algún tipo de secta o culto secreto.
    Ninguno de sus cinco hijos había informado sobre su
    paradero; se habían limitado a decir que estaba feliz y en
    buena salud y que deseaba que se le dejara en paz.

    Después de la misa de las siete treinta,
    decidí volver a mi habitación para ponerme un
    jersey antes del desayuno. Al entrar, oí que alguien
    andaba en el cuarto de aseo, así que
    grité:

    —¿Cómo va todo, Lee? —No soy
    Lee —me respondieron—. Estoy aquí intentando
    arreglar esta taza que pierde agua.

    Asomé la cabeza en el cuarto de baño y me
    encontré con un monje que trataba de ajustar una de las
    tuberías.

    —Hola, soy el hermano Simeón. Encantado de
    conocerte John.

    Reconocí a un envejecido Len Hoffman por la foto
    de Internet.

    —Hola, me llamo John Daily… es un placer
    conocerle, señor —me presenté
    humildemente.

    —Ah, sí, John. El padre Peter
    mencionó que querías hablar conmigo en
    este…

    —Sólo en el caso de que encuentre usted un
    momento, por supuesto. Entiendo que debe ser usted un hombre muy
    ocupado.

    Me preguntó con verdadero interés:
    —¿Cuándo quieres que nos reunamos, John?
    Podría tal vez sugerir…

    —Si no es mucho pedir, señor, me
    gustaría poder pasar un
    rato todos los días con usted, mientras dure mi estancia.
    Tal vez pudiéramos desayunar juntos o algo
    así.

    —Déjame ver qué puedo hacer, John.
    ¿Qué te parece si nos encontramos a las cinco de la
    mañana antes del primer servicio? Creo que
    tendríamos tiempo de…

    —Estaría encantado —dije
    interrumpiéndole de nuevo.

    —Pero de momento tengo que acabar con esto si no
    quiero llegar tarde al desayuno. Te veo en clase a las
    nueve.

    —Nos vemos entonces allí, señor
    —dije, retrocediendo hasta salir del baño.
    Agarré mi jersey y me dirigí a
    desayunar.

    Ese primer domingo llegué a la sesión
    cinco minutos antes de la hora y el profesor
    Simeón se hallaba de pie mirando por la ventana hacia el
    lago. Los otros cinco participantes estaban ya sentados y fui a
    sentarme en uno de los sofás al lado de mi
    compañero de habitación.

    —Buenos días. Soy el hermano Simeón.
    En los próximos siete días voy a tener el
    privilegio de compartir algunos de los principios del
    liderazgo que cambiaron mi vida.

    El profesor nos pidió que nos
    presentáramos con una breve biografía y que
    diéramos las razones que nos habían llevado a
    asistir al retiro.

    Mi compañero de habitación, el pastor Lee,
    fue el primero en presentarse, seguido por Greg, un sargento de
    instrucción del Ejército de los Estados Unidos.
    Theresa, una hispana, directora de una escuela
    pública fue la siguiente en hablar, y luego le
    tocó a Chris, una mujer de color alta y
    atractiva que era entrenadora del equipo femenino de baloncesto de
    la Universidad
    Estatal de Michigan. Antes de mi intervención se
    presentó una mujer llamada Kim, y empezó a contamos
    algo sobre ella, pero no le presté
    atención.

    Nada más acabar ella, el profesor me miró
    y dijo: —John, quisiera pedirte que nos hicieras un resumen
    sobre las razones de Kim para asistir a este retiro.

    —Lamento tener que confesar que no me he enterado
    mucho de lo que ha dicho —murmuré, con la cabeza
    gacha—. Te ruego que me disculpes, Kim.

    —Gracias por ser tan sincero, John
    —respondió el profesor—. Escuchar es uno
    de las capacidades más importantes que un líder
    puede decidir desarrollar
    .

    —Prometo hacerlo mejor —dije yo.

    Después de mi breve presentación el
    profesor dijo: —Sólo hay una regla para esta semana:
    si en algún momento sentís ganas de hablar, quiero
    que me prometáis que lo haréis.

    El profesor continuó:

    —Los principios sobre liderazgo de los que os voy
    a hacer partícipes son aplicables a todos y cada uno de
    los roles de líderes en los que tenéis el
    privilegio de servir. Os conviene saber, por si no os
    habíais dado cuenta ya, que vuestra presencia hoy en esta
    habitación no es mera casualidad. Estáis
    aquí con un propósito y espero que podáis
    descubrirlo en el tiempo que vamos a pasar juntos esta
    semana.

    Mientras el profesor hablaba, yo no podía dejar
    de pensar en las «coincidencias con Simeón»,
    en las palabras de Rachael y en la serie de acontecimientos que
    me habían llevado hasta allí.

    —Hoy tengo buenas y malas noticias para
    vosotros —continuó Simeón—. Las buenas
    son que voy a pasarme siete días dándoles las
    claves del liderazgo. Recordad que siempre que dos o
    más personas se reúnen con un propósito, hay
    una oportunidad de liderazgo
    . Las malas noticias son que
    cada uno de vosotros va a tener que tomar decisiones personales
    respecto a la aplicación de esos principios a su vida. El
    tener influencia sobre los otros, el verdadero liderazgo,
    está al alcance de cualquiera, pero requiere un tremendo
    esfuerzo personal
    . Desgraciadamente, muchos de los que
    ocupan puestos de liderazgo lo rehuyen.

    Mi compañero de habitación, el pastor,
    levantó la mano para hablar y el profesor le hizo una
    seña con la cabeza.

    —Advierto que usas mucho los términos
    «líder» y «liderazgo», y pareces
    evitar «gerente»
    y «gestión». ¿Hay alguna
    razón para ello?

    —Buena observación, Lee. La gestión no es
    algo que hagas con la gente. Puedes gestionar tu inventario, tu
    talonario de cheques, tus
    recursos. Pero no
    gestionas otros seres humanos. Se gestionan cosas, se
    lidera a la gente.

    El hermano Simeón se levantó, se
    dirigió a la pizarra y escribió
    «Liderazgo» y nos pidió que le
    ayudáramos a dar una definición de esa palabra.
    Tardamos unos veinte minutos en llegar a una definición
    consensuada:

    Liderazgo —El arte de influir
    sobre la gente para que trabaje con entusiasmo en la
    obtención de objetivos en
    pro del bien común.

    De vuelta a su asiento el profesor comentó:
    —Una de las palabras clave es «arte», y hemos
    definido el liderazgo como un arte. Un arte es simplemente una
    destreza aprendida o adquirida. Yo mantengo que el liderazgo
    consiste en una serie de destrezas que cualquiera puede aprender
    y desarrollar si une al deseo apropiado las acciones
    apropiadas. La segunda palabra clave de nuestra definición
    es «influir». Si el liderazgo tiene que ver con
    influir sobre los otros, ¿cómo conseguiremos
    desarrollar esta influencia sobre los demás?
    ¿Cómo conseguiremos que la gente haga nuestra
    voluntad? ¿Cómo conseguiremos sus ideas, su
    compromiso, su excelencia?

    —En otras palabras
    —interrumpí—, ¿cómo puede
    conseguir el líder que se involucren también
    mentalmente?, y no según la vieja mentalidad de «no
    nos interesa lo que puedas pensar». ¿Te refieres a
    eso, Simeón?

    —Exactamente, John —respondió
    Simeón—. Uno de los fundadores de la sociología, Max Weber,
    escribió un libro, en el
    cual Weber articula
    las diferencias entre poder y autoridad, y
    las definiciones que da son:

    Poder —La capacidad de forzar o coaccionar a
    alguien, para que éste, aunque preferiría no
    hacerla, haga tu voluntad debido a tu posición o tu
    fuerza.

    —Todos sabemos lo que es el poder, ¿verdad?
    El mundo está lleno de poderosos. «O lo haces o lo
    que sea» ¿Todo el mundo está de acuerdo con
    esta definición?

    Todos asentimos con la cabeza. Simeón se
    volvió otra vez a la pizarra y escribió:

    Autoridad —El arte de conseguir que la gente
    haga voluntariamente lo que tú quieres debido a tu
    influencia personal.

    —Bueno, esto ya es otra cosa, ¿verdad? La
    autoridad consiste en conseguir que la gente haga tu voluntad
    voluntariamente, porque tú les has pedido que lo hagan. Y
    fijaos que el poder se define como una capacidad, mientras que la
    autoridad se define como un arte. Ejercer el poder no exige
    inteligencia
    ni valor.

    —Por lo que yo entiendo —dijo la
    entrenadora—, estás diciéndonos que se
    puede estar en una posición de poder y no tener autoridad
    sobre la gente
    . Y, a la inversa, se puede tener
    autoridad sobre la gente y no estar en una posición de
    poder
    . Así pues, ¿el objetivo
    sería estar en el poder y, además, tener autoridad
    sobre la gente?

    —¡Lo has expresado perfectamente, Chris!
    Podemos también ver la diferencia entre poder y autoridad
    porque el poder se puede comprar y vender, se puede dar y
    quitar
    . Esto no vale para la autoridad. La
    autoridad tiene que ver con tu carácter y con la influencia que has ido
    forjando sobre la gente.

    —Eso puede que valga para la iglesia o la familia,
    ¡pero no funciona nunca en el mundo real!
    —afirmó el sargento.

    Simeón se dirigía casi siempre a la gente
    por su nombre de pila:

    —Vamos a ver si eso que dices es realmente
    así, Greg. En casa, por ejemplo, ¿queremos que
    nuestra esposa e hijos respondan a nuestro poder o a nuestra
    autoridad?

    —A nuestra autoridad, claro está
    —intervino la directora de escuela.

    —¿Y por qué te parece tan claro,
    Theresa? —replicó inmediatamente el profesor—.
    ¿Bastaría con el poder, no?

    Kim intervino diciendo:

    —Sí, pero ¿cuánto
    duraría esa situación? ¡Porque en cuanto el
    chico crezca se defenderá!

    —Exactamente, Kim, porque el poder desgasta
    las relaciones
    .

    De repente me empecé a sentir fatal recordando el
    comportamiento
    de mi hijo y el pulso con el sindicato en
    la fábrica.

    —Por supuesto —siguió diciendo el
    profesor—, mucha gente sensata estará de acuerdo en
    que es importante mandar con autoridad en casa. Pero,
    ¿qué hay de las organizaciones
    voluntarias? Lee, tú que eres párroco supongo que
    tienes que lidiar con un montón de voluntarios, ¿no
    es así?

    —Desde luego —contestó el pastor.
    —y según tú, ¿esos voluntarios
    responden mejor al poder o a la autoridad?

    El pastor dijo riéndose: —¡No creo
    que nos fueran a durar mucho los voluntarios si tratáramos
    de utilizar el poder con ellos!

    —Desde luego que no —continuó
    Simeón—. Veamos qué pasa en la empresa;
    ¿tratamos también con voluntarios en el mundo de
    los negocios?

    Tuve que pararme a pensarlo un momento. Mi primera
    respuesta fue «por supuesto que no son voluntarios»,
    pero Simeón me hizo reconsiderar mi postura.

    —Piénsalo un poco. Podemos contratar sus
    manos, sus brazos, sus piernas y sus espaldas, y el mercado nos ayuda
    a determinar la tarifa. Pero, ¿no son también
    voluntarios en el sentido más estricto del término?
    ¿Acaso no tienen libertad para
    irse? Por supuesto que pueden.

    La entrenadora objetó: —Simeón, creo
    que vives en un mundo irreal. ¡Si no se ejerce el poder, la
    gente no te respeta!

    —Puede ser, Chris. Lo que os estoy sugiriendo es
    que cuando no queda más remedio que ejercer el poder, el
    líder debe dejar claro por qué se ha visto obligado
    a ello y es que si hay que recurrir al ejercicio del poder es
    porque ha fallado nuestra autoridad.

    —Pero la gente sólo responde al poder
    —insistió el sargento.

    —Eso puede haber sido cierto en alguna
    época, Greg —asintió el profesor—. Pero
    hoy en día la respuesta de la gente al poder ha cambiado
    mucho. Piensa por todo lo que ha pasado este país en los
    últimos treinta años. Hemos sido testigos de abusos
    de poder por parte del gobierno.

    Intervino el pastor: —La semana pasada leí
    en USA Today que hace treinta años tres de cada
    cuatro ciudadanos decían confiar en el gobierno. Hoy en
    día las estadísticas hablan de uno de cada
    cuatro.

    —Todo esto está muy bien en teoría
    —volvió a objetar la entrenadora—. Pero si,
    según dices, la autoridad y la influencia son la manera de
    conseguir que la gente haga lo que tiene que hacer,
    ¿cómo puedes conseguir forjarte esa
    autoridad?

    —Paciencia, Chris, paciencia
    —respondió riéndose el profesor—. Ahora
    llegamos a ello.

    El sargento echó una ojeada al reloj y
    pidió la palabra: —Simeón, tengo ganas de
    hablar, así que como buen alumno que soy voy a hacerlo.
    ¿Podemos dar por terminada la sesión de la
    mañana?, necesito ir al servicio.

    Nos servían tres sustanciosas comidas
    diarias.

    Para mi sorpresa, conseguí asistir a todos y cada
    uno de los cinco servicios diarios durante mi estancia en el
    monasterio.

    Mi compañero de habitación y yo nos
    llevábamos bien. Descubrí que Lee era una persona muy
    abierta, sin demasiadas pretensiones, a diferencia de muchas
    personas religiosas que yo había conocido. Era un
    compañero de habitación ideal.

    El día estaba organizado en torno a los cinco
    oficios, las tres comidas y las cuatro horas de clase, con alguna
    pequeña pausa. El resto del tiempo solíamos
    dedicarlo solo para nosotros.

    Durante la sesión de la tarde, el profesor nos
    pidió que nos pusiéramos por parejas. Kim me
    sonrió y me senté con ella, esta vez dispuesto a
    escucharla.

    —Vamos a intentar completar un poco esta idea de
    forjar autoridad. Quiero que cada uno de vosotros piense en una
    persona que, en algún momento de vuestra vida, haya tenido
    sobre vosotros autoridad, en alguien por quien estaríais
    dispuestos a hacer cualquier cosa —pensé de
    inmediato en mi querida madre, que había muerto diez
    años antes—.

    —Luego —continuó
    Simeón—, me gustaría que hicierais con
    vuestra pareja una lista de las cualidades de esa
    persona.

    El ejercicio me resultó fácil porque mi
    madre ha tenido gran influencia en mi vida. Me sorprendió
    descubrir que la lista de Kim era muy parecida a la
    mía..

    Simeón se acercó a la pizarra y
    pidió a cada grupo su
    lista. Otra vez me quedé estupefacto de la similitud que
    presentaban las listas de los diferentes equipos.

    Simeón se volvió de espaldas a la pizarra
    y comentó: —Una lista estupenda, estupenda.
    Volveremos sobre ella más adelante a lo largo de la
    semana. Pero, de momento, tengo dos preguntas que haceros. La
    primera es: ¿cuántas de estas
    características, que a vuestro juicio son esenciales para
    mandar con autoridad, son innatas?

    Todos dedicamos un momento a mirar la lista con
    atención hasta que Kim dijo escuetamente:

    —Ninguna. —Yo no estoy tan seguro
    —objetó el sargento—. La actitud
    positiva, entusiasta, la capacidad de apreciar son probablemente
    innatas.—¿Ah, no? Pues puede que cambiaras de idea
    por 25.000 dólares —replicó el
    pastor.

    El sargento dijo:

    —Entiendo tu punto de vista, Lee. Simeón
    salió al quite diciendo:

    —Vamos con la segunda pregunta:
    ¿cuántas de estas características, de estos
    comportamientos, practicáis normalmente?

    —Todas ellas —respondió la directora
    de escuela—.Algunas mejor que otras, y algunas casi
    nada.

    —Fantástico, Theresa —dijo el
    profesor sonriendo——. Estos rasgos de carácter
    se desarrollan muchas veces a una edad temprana y se convierten
    en comportamientos habituales. El reto para el líder
    consiste en identificar aquellos rasgos en los que necesita
    trabajar.

    —Nadie puede cambiar su naturaleza
    —dijo el sargento en tono desafiante. "'

    —No cambies de canal, Greg, volvemos en seguida:
    —replicó el profesor con un guiño.

    Después de la pausa de la comida, dedicamos el
    resto del día a discutir la importancia de las relaciones
    humanas.

    Empezó el profesor: —El liderazgo
    consiste en conseguir que la gente haga una serie de
    cosas.
    Cuando trabajamos con gente, cuando queremos
    conseguir que la gente haga cosas, nos encontramos siempre con
    dos dinámicas: la tarea y la relación humana. Es
    fácil que los líderes desequilibren la balanza en
    favor de una de las dinámicas. Por ejemplo, si nos
    centramos sólo en que se lleve a cabo la tarea y
    descuidamos la relación, ¿qué
    síntomas van a aparecer?

    —¡Huy, qué fácil!
    —respondió la enfermera—. Para detectar a los
    más tiranos en el hospital no hay más que fijarse
    en quién tiene más movimiento de
    personal en su área. Nadie quiere trabajar para
    ellos.

    —Exacto, Kim. Si nos centramos sólo en la
    tarea y no en la relación humana, nos encontramos con
    cambios permanentes de personal, rebeldía, bajo nivel de
    compromiso, bajo nivel de confianza y otros síntomas
    indeseables. Si el líder no consigue que se lleven a cabo
    las tareas asignadas, y sólo se ocupa de la
    relación humana, puede que sea estupendo como canguro,
    pero no será lo que se dice un líder. Por lo tanto,
    la clave del liderazgo es llevar a cabo las tareas
    asignadas fomentando las relaciones humanas.

    —Antes dijimos que el poder puede acabar con las
    relaciones humanas. Ahora la pregunta que tenemos que planteamos
    es: ¿son importantes las relaciones humanas en vuestro
    ámbito de liderazgo? Las familias que funcionan, los
    equipos que funcionan, las iglesias que funcionan, los negocios
    que funcionan, todos tienen que ver con relaciones humanas que
    funcionan. Los grandes líderes poseen el arte de construir
    relaciones que funcionan.

    Estas palabras me hicieron reaccionar: —Desde
    luego, se acabó la época en que bastaba con hacerle
    unas fiestas al cliente e
    invitarle a comer para firmar el contrato. Ahora
    lo importante es la calidad, el
    servicio y los precios.

    El profesor asintió: —Eso es, John, se
    trata de satisfacer sus legítimas necesidades. Y el mismo
    principio vale para los empleados.

    —Voy a ir incluso más allá. Si no
    satisfacemos las necesidades de los propietarios o de los
    accionistas, también se verá la empresa en un
    serio problema. Intervino el pastor:

    —Eso es cierto, hermano Simeón… y si los
    accionistas están contentos, no creo que vayamos a durar
    mucho como empresa.

    El sargento seguía sin convencerse:

    —Pero, a fin de cuentas,
    Simeón, ¿quieres que te diga lo que realmente hace
    que la tropa, los empleados y todos los demás estén
    contentos? La respuesta siempre es la misma: «la
    pasta».

    —Por supuesto que el dinero es
    importante, Greg, pero el ser tratados con
    dignidad y
    respeto siempre
    aparecen por encima del dinero.

    La directora de escuela preguntó:
    —Simeón, si las relaciones humanas son tan
    importantes en la empresa y en la vida, ¿cuál es,
    el ingrediente más importante para conseguir una
    relación que funcione?

    —Me alegro de que lo preguntes, Theresa
    ——contestó en el acto el profesor—. La
    respuesta es muy sencilla: confianza. Sin confianza es
    difícil, por no decir imposible, mantener una buena
    relación.

    Cuando me derrumbé aquella noche sobre la cama me
    sentía deprimido y absolutamente exhausto.

    CAPÍTULO DOS
    El paradigma
    antiguo

    A las cuatro cuarenta y cinco de la mañana estaba
    ya completamente despierto. Sabía que el profesor me
    estaría esperando en la capilla, así que me
    dirigí a su encuentro.

    Simeón estaba sentado y me hizo una seña
    con la mano, me acerqué y me senté a su
    lado.

    —Siento sacarte de la cama a estas horas
    —dije disculpándome.

    —No te apures John, ya llevo en pie un buen rato.
    Me alegro de que tengamos ocasión de vernos.

    —John, ¿qué has
    aprendido?

    —Todo tipo de cosas —repliqué sin
    mucho entusiasmo——. Esa historia sobre el poder y la
    autoridad era muy interesante.

    —Cuéntame algo sobre ti, John —me
    pidió el profesor como si me leyera el pensamiento.

    Hice para Simeón una autobiografía en
    cinco minutos y dediqué otros cinco a la descripción de las «coincidencias con
    Simeón» y a mi sueño recurrente.

    Simeón me escuchó con atención,
    como si lo único que importara en el mundo fuera lo que yo
    estaba contando.

    Después de un par de minutos en silencio,
    dijo:

    —Gracias por hacerme partícipe de tu
    historia, John. Ha sido fascinante.

    —Bueno, no es nada del otro mundo —dije con
    modestia—. Y, dime, ¿qué opinas de tanta
    coincidencia con Simeón?

    —De momento no estoy seguro, John
    —contestó —. Me inclino a pensar, como tu
    mujer, que probablemente tienen algún
    significado.

    —Ya, eso supongo. —Vamos a ver, ¿en
    qué puedo serte de utilidad durante
    esta semana, John?

    —Pues supongo que me gustaría sacar
    algún partido de tu experiencia. Realmente no me siento
    muy en paz últimamente. Pensarás que un tipo que lo
    tiene todo tendría que estar feliz.

    —John, me ha llevado muchos años aprender
    que no son las cosas materiales de
    la vida las que le hacen a uno feliz. Y si no, mira a tu
    alrededor. Los mayores placeres de la vida son absolutamente
    gratis.

    —¿De veras lo crees, Simeón?
    —Así de entrada, John, piensa en el amor; el
    matrimonio; los amigos; los hijos; incluso la propia vida. Todo
    eso es gratis, John.

    Empezaba a entrar en la capilla una fila de monjes y me
    di cuenta de que casi se nos había acabado el
    tiempo.

    —Se supone que tengo que aprender algo de ti en
    esta semana, Simeón. No sé muy bien qué,
    pero estoy deseando averiguarlo. Cuanto más te escucho,
    más me doy cuenta de lo mal encaminado que iba.

    El aula era un hervidero cuando dieron las
    nueve.

    El profesor dirigió una sonrisa al grupo y dijo
    amablemente:

    —Tengo la impresión de que hay unos cuantos
    que han estado planteándose algunos de los principios que
    discutimos ayer.

    —¡Y tanto que sí! —saltó
    el sargento, como si hablara en nombre de todo el grupo—.
    Esa película que nos contaste ayer va en contra de todos
    los principios que nos han enseñado fuera de
    aquí.

    El pastor sacudió la cabeza y dijo:
    —¿Qué quieres decir con «nos»?
    ¡Puede que sencillamente tengas que poner en tela de juicio
    alguno de tus antiguos paradigmas,
    soldado!

    —¿Y qué es eso de
    «paradigma»?, ¿te lo has sacado de la
    Biblia?

    Simeón aprovechó la pregunta.

    —Paradigma; bien, es una buena palabra. Los
    paradigmas son sencillamente patrones psicológicos,
    modelos,
    mapas que nos
    valen para no perder el rumbo en la vida.

    —Vale, ya lo entiendo —<fijo el
    sargento—. De acuerdo con mis antiguos paradigmas, los
    monjes son gente rara y los monasterios cuanto más lejos
    mejor.

    Todos nos reímos, y Simeón más que
    nadie. —Bueno Greg, supongo que tengo que darte las gracias
    —respondió el profesor con una sonrisa—. Como
    ejemplo de paradigma peligroso, pensad en la visión del
    mundo que puede desarrollar una niña que haya sufrido
    malos tratos por parte de su padre.

    —Entiendo —comentó la
    enfermera—. El paradigma de la niña es que hay que
    desconfiar de todos los hombres, pero el paradigma apropiado
    sería que hay que desconfiar de algunos
    hombres.

    —Exacto, Kim —continuó
    Simeón—. Por lo tanto, es importante que
    reconsideremos continuamente nuestros paradigmas.

    Yo añadí: —Leí en alguna
    parte que no vemos el mundo tal y como es, vemos el mundo tal y
    como somos.

    Intervino la directora de escuela: —Creo que fue
    Mark Twain quien dijo que debemos poner mucho cuidado en extraer
    las lecciones adecuadas de nuestras experiencias; para no hacer
    lo del gato que se sentó sobre una estufa encendida.
    Porque el gato que se ha sentado sobre una estufa encendida no
    volverá a sentarse nunca sobre una estufa encendida, pero
    tampoco volverá a sentarse sobre una estufa
    apagada.

    —Excelente, excelente —respondió el
    profesor con su habitual sonrisa.

    Intervino la entrenadora: —Me pregunto si no
    será esto lo que explica por qué es tan importante,
    hoy en día, la mejora continua. A la empresa que no revisa
    sus planteamientos y sus métodos,
    sencillamente la adelanta la competencia
    porque se queda desfasada. Pero a la gente le cuesta mucho
    cambiar; ¿a qué crees que puede deberse,
    Simeón?

    El profesor respondió inmediatamente: —El
    cambio nos
    hace salir de un ámbito que nos resulta cómodo y
    nos obliga a hacer las cosas de modo diferente, y eso es duro. No
    dar por sentadas las cosas nos obliga a replanteamos nuestra
    posición, y eso siempre es incómodo. Hay mucha
    gente que, para no tener que aguantar la incomodidad y se
    conforma con permanecer aferrada a sus pequeñas
    rutinas.

    —Una rutina —afirmó la directora de
    escuela con una mueca burlona es poco más que un
    ataúd del que sólo se pueden sacar los pies.

    La entrenadora comentó: —La mejora continua
    es crucial tanto para las personas como para las organizaciones,
    porque nada en esta vida es permanente.

    El profesor añadió: —Casi todo el
    mundo admite la idea de mejora continua, pero, por
    definición, no es posible mejorar sin cambiar.

    —George Bernard Shaw —intervino de nuevo la
    directora de escuela— dijo una vez que el hombre
    sensato se adapta al mundo, y que el insensato se empeña
    en intentar adaptar el mundo a sí mismo
    ; por lo
    tanto todo progreso depende del hombre insensato.

    Se acercó a la pizarra y escribió unos
    ejemplos de paradigmas antiguos y paradigmas nuevos mientras el
    grupo seguía con la discusión.

    Simeón continuó diciendo: —Por
    supuesto, puede que tengamos que cambiar algunos de nuestros
    antiguos paradigmas de cara al próximo
    milenio.¿Cuáles son, a vuestro juicio, los
    paradigmas predominantes hoy en día en el ámbito
    empresarial?

    El sargento, como siempre, saltó
    rápidamente: —Gestión de estilo piramidal;
    verticalismo. Tipo: haz lo que digo; si quiero tu opinión
    ya te la pediré.

    —Creo que has dado en el clavo, Greg —dijo
    la directora de escuela—. y realmente no parece que
    esté habiendo ningún cambio. La nueva
    generación de líderes está siguiendo los
    pasos de sus predecesores.

    Simeón volvió lentamente a la pizarra,
    diciendo: —Vamos a hablar del paradigma de gestión
    de estilo piramidal y de cómo se hizo tan popular en este
    país. —Dibujó un gran triángulo y lo
    dividió en cinco secciones

    El profesor empezó a escribir nombres de cargos
    empresariales y de grados militares.

    —Simeón dijo alejándose de la
    pizarra—. ¿Es éste un buen modelo o
    paradigma para llevar hoy en día una
    empresa?

    —¡Pues lo que está claro es que es
    una manera efectiva de resolver las cosas! —replicó
    el sargento— Estados Unidos lo ha utilizado con
    éxito durante mucho tiempo y ha conseguido que se hicieran
    las cosas con orden.

    —No cabe duda de eso, pero ¿es
    válido hoy en día este modelo?

    —Espero que no—replicó Kim—.
    Pero cuando considero este estilo vertical de gestión, me
    preocupa el mensaje que se está haciendo llegar a la
    organización.

    —¿A qué te refieres?
    —pregunté. —Cada elemento de la organización está mirando hacia la
    casilla de arriba, hacia el jefe, no hacia el cliente
    —respondió de inmediato.

    El profesor—. Mi experiencia coincide con la tuya.
    Hoy en día, en muchas organizaciones, la gente está
    más pendiente del de arriba que del de abajo, y
    ¿quién se ocupa de tener contento al
    cliente?

    La directora de escuela parecía algo preocupada:
    —No deja de ser irónico, aunque es más bien
    triste. Puede que haya que poner al cliente en lo alto de la
    pirámide. Parece que tendría más
    sentido.

    —Desde luego que tendría más
    sentido, Theresa ——contestó el pastor—,
    porque si no se sirve al cliente y se nos va a acabar el
    negocio.

    El profesor se acercó a la pizarra diciendo:
    —Para seguir con lo que decía Theresa, supongamos
    que nuestro paradigma piramidal está invertido. El nuevo
    modelo podría ser algo así. Simeón se
    retiró de la pizarra.

    Para ver el gráfico seleccione la
    opción "Descargar" del menú superior

    Está enfocada a servir al cliente que está
    arriba del todo, una organización donde los empleados en
    primera están dando servicio a los clientes. Y
    supón que los supervisores empiezan a considerar a sus
    empleados como clientes suyos, y se ponen a satisfacer sus
    necesidades. Y así sucesivamente en toda la
    pirámide.

    —Es hora del servicio de mediodía—
    dijo Simeón con una sonrisa—. Resumiendo, el
    líder es alguien que identifica y satisface las
    legítimas necesidades de su gente y quita todo
    obstáculo para que puedan servir al cliente.
    Para
    ser el primero hay que servir.

    Después de comer decidí salir a dar un
    paseo por la playa antes de la sesión de la
    tarde.

    Estábamos todos presentes y sorprendentemente
    silenciosos cuando el reloj dio las dos y empezamos la
    sesión de la tarde.

    Simeón no había dicho todavía ni
    una palabra cuando el sargento rompió a hablar:

    —No puedo creer que consiguieras llegar donde
    llegaste diciéndoles a los supervisores que hicieran lo
    que los empleados quisieran

    —Lo siento, Greg —empezó a decir el
    profesor—, pero hay una diferencia abismal entre satisfacer
    deseos y satisfacer necesidades.

    —¿Y cómo definirías esta
    diferencia? —replicó Greg.

    Simeón contestó: —Si yo fuera padre,
    por ejemplo, y dejara que mis hijos hicieran absolutamente lo que
    quisieran, ¿cuántos de vosotros querríais
    pasar un rato en mi casa? Sospecho que no muchos, porque en mi
    casa mandarían los chicos. Si les doy lo que desean, sin
    lugar a dudas no les estoy dando lo que necesitan. Los niños y
    los adultos necesitan límites.

    —Pero, ¿cómo podemos distinguir
    claramente entre necesidades y deseos? —preguntó la
    enfermera.

    —Un deseo—explicó el
    profesor—es una apetencia que no se para a considerar
    las consecuencias físicas o psicológicas
    .
    En cambio una necesidad es un requisito físico o
    psicológico para el bienestar de un ser
    humano.

    El profesor insistió:

    —Si el papel del líder consiste en
    identificar y satisfacer las necesidades de la gente, debemos
    preguntarnos siempre: «¿cuáles son las
    necesidades de la gente que dirijo?».

    —Bueno —dijo Greg—, Chucky, que
    trabaja llevando una carretilla elevadora, necesita una
    máquina que funcione bien. Con eso debería estar
    contento.

    Simeón replicó: —Efectivamente eso
    cubre de sobra sus necesidades físicas. Pero
    también tiene necesidades psicológicas que hay que
    satisfacer. ¿Cuáles pueden ser esas
    necesidades?.

    La enfermera se levantó, se dirigió hacia
    la pizarra y dibujó otra pirámide. Empezó a
    decir:

    —No puedo creerme lo que estoy haciendo, pero voy
    a hacer lo que nos pidió Simeón, que es hablar
    porque tengo ganas de hacerlo. En la universidad nos hablaron de
    Abraham Maslow y de su
    jerarquía de las necesidades humanas. Creo que
    había cinco niveles de necesidades: en el primero estaba
    la alimentación, el agua y el
    abrigo
    ; en el segundo escalon las necesidades de
    seguridad y protección, una vez que esas
    necesidades han sido satisfechas, lo que se convierte en elemento
    motivador es la identificación y el amor, que
    incluía la necesidad de formar parte de un grupo
    saludable
    ; el siguiente elemento motivador es la
    autoestima, que incluye la necesidad de ser valorado,
    tratado con respeto,etc.

    Continuó la enfermera——. Una vez
    satisfechas estas necesidades, lo siguiente es la
    realización personal, que es llegar a lo mejor que
    uno puede ser, o que uno es capaz de llegar a
    ser
    .

    Para ver el gráfico seleccione la
    opción "Descargar" del menú superior

    CAPÍTULO TRES
    El modelo

    El que quiera ser el primero debe antes ser
    servidor. Si
    quieres mandar tienes que servir.

    Cuando llegué a la capilla el martes por la
    mañana, pasaban algunos minutos de las cinco, el profesor
    estaba sentado esperándome. Me saludó
    afectuosamente:

    —Buenos días, John. —Siento llegar
    tarde —respondí—. Pareces estar despierto y
    lleno de energía.

    —Bueno, John, dime, ¿qué cosas has
    aprendido hasta ahora?

    —No lo sé, Simeón. La verdad es que
    Greg me irrita bastante y me resulta difícil
    concentrarme.

    —La gente como Greg es una bendición para
    mis clases. —¿De veras quieres que te vengan tipos
    como Greg a clase? —pregunté con total
    incredulidad.

    —Puedes estar seguro de ello.

    —Mi jefe, que cada día que paso aquí
    me parece más listo, siempre nos advierte a todos los
    directivos de la fábrica de no rodearnos de gente como
    nosotros o de gente de la del «sí» siempre en
    la boca.

    —¿Hay alguna novedad respecto a nuestros
    desayunos para variar estas sesiones de madrugada en la
    capilla?

    —Me temo que no tengo muy buenas noticias. Anoche
    el abad vino a mi habitación y me denegó el permiso
    para comer contigo.

    —¿De veras necesitas permiso para comer
    conmigo? —Pregunté sarcásticamente y un poco
    escocido.

    —Sí, como ya te dije el domingo por la
    mañana, los monjes comen juntos en la zona del claustro.
    Necesitamos un permiso especial para comer en cualquier otro
    sitio.

    En tono condescendiente pregunté: —Por
    favor, no lo tomes a mal pero, ¿no crees que es un poco
    tonto eso de tener que pedir permiso para comer
    conmigo?

    —Probablemente yo también pensaba
    así al principio —replicó—, pero ahora
    la verdad es que no me paro mucho en ello.

    El reloj daba las nueve en punto cuando comenzó
    la clase.

    —¿Te gustó la definición que
    dimos de liderazgo hace dos días, Greg?

    —Sí, sí, por supuesto.

    —Estábamos todos de acuerdo en que el
    liderazgo era el arte de influir sobre a la gente para que
    trabaje con entusiasmo en la consecución de objetivos en
    pro del bien común. ¿Correcto?

    —Correcto. —Bueno, pues no sé de
    nadie, entre los vivos o los muertos, que personifique esa
    definición mejor que Jesús.:

    —y ¿cómo describirías el
    estilo de gestión, perdón, de liderazgo, de
    Jesús? —preguntó la enfermera.

    ¿Cómo describirías tu estilo de
    liderazgo, Simeón? —Tengo que confesar que se lo
    copié a Jesús, pero estoy encantado de poderlo
    compartir con vosotros.

    Se dirigió a la pizarra y dibujó de nuevo
    un triángulo invertido, dividido en cinco secciones. En la
    de más arriba escribió «Liderazgo»,
    mientras iba diciendo:

    —Lo que nos interesa es el liderazgo, así
    que lo pondré arriba del todo. La pirámide
    invertida simboliza el modelo de liderazgo de servicio
    . y
    veamos, una vez más, ¿cómo definimos el
    liderazgo, Greg?

    —Como el arte —recitó Greg— de
    influir sobre la gente para que trabaje con entusiasmo en la
    consecución de objetivos en pro del bien común. Me
    lo sé ya de memoria.

    —Gracias, Greg. Así pues, el liderazgo que
    aguanta la prueba del paso del tiempo, tiene que construirse
    sobre la autoridad —anunció Simeón—.
    Como decía el otro día
    —continuó—, se puede aguantar una temporada en
    el poder, pero con el tiempo, las relaciones humanas se
    deterioran, así como la influencia que uno ha tenido.
    ¿Alguien recuerda cómo definimos la
    autoridad?

    La enfermera respondió directamente, sin
    consultar siquiera sus apuntes:

    —Dijiste que es el arte de conseguir que la gente
    haga voluntariamente lo que tú quieres debido a tu
    influencia personal.

    —La autoridad siempre se funda en el
    servicio y el sacrificio.

    —Bueno, vamos a fijarnos en algunos ejemplos de
    este siglo —dijo el profesor—. ¿Os
    acordáis de aquel hombrecillo de la India?
    Consiguió llevar a cabo más de una cosa con su
    autoridad y sin ningún tipo de poder.

    —Gandhi —recordó la directora de
    escuela.

    —¿Y cómo lo consiguió?
    —preguntó el sargento. —Gandhi se dio cuenta
    de que tenía que atraer la atención mundial sobre
    la India, de forma que otros pudieran empezar a ver lo injusto de
    aquella situación. Les dijo a sus seguidores que
    tendrían que sacrificarse en el servicio a la causa de la
    libertad, pero que gracias a ese sacrificio podrían
    empezar a tener influencia sobre la opinión mundial que
    estaba pendiente de ellos.

    Tras unos momentos de silencio, el pastor comentó
    a media voz:

    —Se me acaba de ocurrir algo… Johnny Carson
    comentó una vez que había una sola persona en el
    mundo sobre la que nunca podría hacer un chiste. Dijo que
    era la Madre Teresa de
    Calcuta, porque nadie se reiría nunca de un chiste
    sobre ella. Bueno, pues decidme, ¿por qué no se iba
    a reír nadie de un chiste sobre Teresa de
    Calcuta?

    Contestó la entrenadora: —Estoy segura de
    que tiene algo que ver con la enorme influencia que tiene la
    Madre Teresa en nuestro país y en el mundo
    entero.

    —y ¿de dónde piensas que procede
    tanta autoridad? —continuó el pastor.

    —Esa mujer servía a los demás
    —contestó simplemente la enfermera.

    Antes de que el reloj empezara a dar la hora de la
    sesión de la tarde, el sargento volvió a la
    carga.

    —Entiendo que la autoridad, la influencia, se
    funda en el servicio, incluso en el sacrificio por los otros.
    Pero, ¿cómo se traduce eso al mundo del trabajo o
    al de la vida familiar?

    —Gracias por confesar tu desconcierto, Greg
    —replicó el profesor—. Estoy seguro de que no
    eres el único. Pero, la buena noticia es que estamos
    forjando nuestra autoridad cada vez que servimos a los
    demás y nos sacrificamos por ellos. Recordad: el papel del
    líder es servir, es decir, identificar las necesidades
    legítimas de los demás y satisfacerlas. En este
    proceso, nos
    veremos con frecuencia llamados a hacer sacrificios por aquellos
    a los que servimos.

    —Tienes razón, Simeón
    —asintió la directora de escuela—, tiene todo
    el sentido que la autoridad se funde en el servicio y el
    sacrificio. Lo que quiero decir es que, si nos paramos a
    pensarlo, cuando alguien nos hace un favor, nos sentimos
    automáticamente en deuda con él,
    ¿no?

    El profesor se dirigió a la pizarra diciendo:
    —¿Lo ves ahora más claro, Greg?

    —Sigamos adelante y ya veremos…
    —contestó el sargento agresivamente.

    Simeón señaló a la
    pizarra.

    —En suma, hemos dicho que el liderazgo que perdura
    en el tiempo debe estar fundado en la influencia o autoridad. La
    autoridad siempre se funda en el servicio, o en el sacrificio por
    aquellos que dirigimos, y que a su vez consiste en la
    identificación y satisfacción de sus
    legítimas necesidades. Bien, pues ¿en qué
    pensáis que se fundan el servicio y el
    sacrificio?

    —En esforzarse, y mucho —apuntó el
    pastor.

    —Exacto —sonrió Simeón—,
    pero me gustaría utilizar la palabra
    «amar».

    Me decidí a hacer la pregunta:

    —Lo siento, Simeón, pero ¿a
    qué viene la palabra amor en todo esto?

    —Cuando yo hablo de amar, no estoy hablando de un
    sentimiento. Mañana discutiremos esta palabra.

    La directora de escuela dijo: —Tal vez te refieres
    a que «obras son amores»…

    —Exactamente.

    —Y ¿puede saberse en qué se funda
    ese amor? —gruñó el sargento.

    El profesor fue a la pizarra y escribió una sola
    palabra:

    VOLUNTAD

    El amor se funda siempre en la
    voluntad
    .

    Simeón fue hasta la pizarra y
    escribió:

    INTENCIONES – ACCIONES = CORTEDAD

    —Intenciones menos acciones igual a cortedad. Las
    mejores intenciones del mundo reunidas no valen nada si no van
    seguidas de acciones ——explicó el
    profesor.

    El profesor continuó:

    —Me he pasado toda la vida oyendo a la gente decir
    que sus empleados eran su más valioso capital. Pero
    sus actos desmentían sistemáticamente esta
    afirmación. Las verdaderas diferencias sólo se
    aprecian en los actos.

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    —Simeón, he estado pensando
    —empezó a decir la entrenadora—, aquí
    arriba hablamos de teorías, pero pronto tendremos que bajar de
    nuevo al valle, donde las cosas no suelen ser tan sencillas ni
    tan agradables. Aplicar estos principios allá abajo no va
    a ser nada fácil.

    —Tienes toda la razón—confirmó
    el profesor—. El verdadero liderazgo es difícil y
    requiere mucho esfuerzo. Estoy seguro de que estaréis de
    acuerdo en que poco valen nuestras intenciones si no van seguidas
    de acciones consecuentes. Esa es precisamente la razón de
    que la «voluntad» sea el vértice del
    triángulo. y ahora, ahí va la segunda parte de
    nuestra fórmula:

    INTENCIONES + ACCIONES = VOLUNTAD :"

    —Intenciones más acciones igual a voluntad
    —continuó Simeón—. Sólo cuando
    nuestras acciones son consecuentes con nuestras intenciones nos
    convertimos en gente consecuente y en líderes
    consecuentes. Así pues, este es el modelo de liderazgo con
    autoridad.

    CAPÍTULO CUATRO
    El verbo

    Mis jugadores y mis asociados no tienen por
    qué gustarme, pero como líder tengo que amarlos. El
    amor es lealtad, el amor es espíritu de equipo, el amor
    respeta la dignidad del individuo. En
    esto consiste la fuerza de cualquier
    organización.

    Eran las cuatro en punto del miércoles por la
    mañana y me encontré con que estaba completamente
    despierto en la cama, mirando fijamente al techo.

    Estaba intrigado con Simeón. Era un maestro en el
    arte de la discusión en grupo y sabía extraer
    verdaderas gemas de sabiduría de cada uno de los
    participantes. Los principios que discutíamos eran tan
    sencillos que hasta un niño hubiera podido entenderlos,
    pero a la vez tan profundos que me podían tener una noche
    en vela.

    Pero, ¿qué se suponía que yo
    tenía que aprender de Simeón? Me quedaba ya poco
    tiempo de estancia y me prometí a mí mismo que
    extremaría mi diligencia para intentar indagar a
    Simeón, a ver si conseguía una
    respuesta.

    El profesor estaba sentado solo en la capilla cuando
    llegué. Tenía los ojos cerrados y parecía
    estar meditando, así que tomé asiento a su lado sin
    hacer ruido.

    Pasaron unos cuantos minutos antes de que se diera la
    vuelta hacia mí y me dijera:

    —¿Qué has aprendido aquí,
    John?

    Intenté encontrar alguna respuesta y dije lo
    primero que me vino a la cabeza.

    —Me quedé fascinado con tu modelo de
    liderazgo de ayer; me parece impecable.

    —El modelo no es mío, ni las ideas tampoco
    —me corrigió el profesor—. Lo he tomado
    prestado de Jesús.

    —Ah, sí, Jesús —dije,
    revolviéndome incómodo en el asiento—. Creo
    que deberías saber, Simeón, que yo no soy lo que se
    dice muy religioso.

    —Por supuesto que sí, todo el mundo tiene
    una religión.
    Todos tenemos algún tipo de creencia sobre la causa, la
    naturaleza y el propósito del universo. Nuestra
    religión es sencillamente nuestro mapa, nuestro paradigma,
    las creencias que responden a las difíciles preguntas
    existenciales.

    —Probablemente no le dedico mucho tiempo a los
    asuntos espirituales.

    —Recuerda lo que dijimos en clase, John. Todo en
    la vida está relacionado, a la vez verticalmente, con
    Dios, y horizontalmente, con tu prójimo.

    —Pero, Simeón, ¿cómo se
    supone que puedes saber en qué tienes que creer?
    ¿Cómo se supone que tienes que saber dónde
    está la verdad? Hay tantas religiones, tantas creencias
    entre las que escoger…

    —Si de veras estás pidiendo encontrar la
    verdad, si de veras intentas dar con ella, estoy convencido de
    que encontrarás lo que buscas.

    Nada más sonar las nueve, el profesor
    empezó: —Como os dije ayer, nuestro tema de hoy es
    el amor.

    Pasados unos momentos de silencio, Simeón
    continuó. —Chris preguntó ayer:
    «¿Qué tiene que ver el amor con esto?».
    Para entender el liderazgo, la autoridad, el servicio y el
    sacrificio, es de gran ayuda el haberse enfrentado primero a esta
    importantísima palabra. Empecé a entender el
    significado real de la palabra amor hace muchos años,
    cuando estaba todavía en la universidad. Una noche
    salí al bar de la esquina a tomar unas cervezas con mis
    compañeros. Uno de los profesores de lengua se
    acercó a nosotros, y me explicó que asociamos
    generalmente amor o amar, con un sentimiento o una
    emoción.

    El profesor de lengua me explicó que gran parte
    del Nuevo Testamento fue escrito originalmente en griego, y
    éstos el nombre agápe y su correspondiente
    verbo agapáo para describir un amor de tipo
    incondicional, fundado en el comportamiento con los demás,
    independientemente de sus méritos.

    —Si te paras a pensarlo
    —añadió la enfermera—, Jesús no
    quiso decir que tengamos que pretender que la mala gente no es
    mala gente si realmente lo es. Lo que está
    diciéndonos es que tenemos que comportamos bien con
    ellos.

    El profesor se dirigió a la pizarra y
    escribió:

    AMOR Y LIDERAZGO

    —En la Biblia, el Nuevo Testamento nos da una
    espléndida definición del amor como
    agápe. ¿Alguien sabe a qué texto me
    refiero?

    —Sí, claro —respondió la
    entrenadora—, al versículo de «el amor es
    paciente, es afable…», ¿no?

    —Exacto, Chris —continuó
    Simeón—. El texto viene a decir que el amor es
    paciente, es afable, no es jactancioso ni engreído, no es
    grosero. ¿Os resulta familiar esta lista de
    cualidades?

    Yo comenté: —Me suena a la lista de
    cualidades del líder que hicimos el domingo pasado,
    ¿no?

    —Se le parece mucho, ¿verdad, John?
    —replicó el profesor sonriendo—. Si resumimos
    esta lista en sus puntos principales, el amor es:
    paciencia, afabilidad, humildad, respeto, generosidad,
    indulgencia, honradez y compromiso
    —Simeón
    fue escribiendo estas palabras en la pizarra—.
    ¿Bien, dónde veis aquí un
    sentimiento?

    —A mí me parece que son todos
    comportamientos —replicó la entrenadora.

    —Someto a vuestra consideración el hecho de
    que la espléndida definición del amor como
    agápe, escrita hace casi dos mil años, es
    también una espléndida definición del
    liderazgo en nuestros días.

    —Así que el amor como agápe y
    el liderazgo son sinónimos
    . Qué
    interesante… —el pastor pensaba en voz alta.

    El profesor se volvió hacia la pizarra y
    escribió, en paralelo a la lista de las cualidades para el
    liderazgo del domingo, los puntos de la definición de
    agápe.

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    Simeón continuó:

    —Después del descanso, me gustaría
    pedirle a Theresa que traiga el diccionario de
    la biblioteca para poder definir mejor estos comportamientos.
    Creo que el resultado puede llegar a sorprender a más de
    uno. ¿Os parece bien?

    La directora de escuela, con el diccionario abierto
    sobre su regazo, estaba ya dispuesta.

    —Simeón, he buscado la primera palabra,
    paciencia, y la define como «mostrar
    dominio de uno
    mismo ante la adversidad
    » .

    Habló primero la entrenadora: —El
    líder debe dar ejemplo de comportamiento para los
    jugadores, los niños, los empleados o para cualquiera que
    esté bajo su mando. Si el líder se pone a gritar o
    muestra
    cualquier otra forma de falta de dominio de sí mismo,
    está claro que no se puede esperar que el equipo se
    controle o se comporte con responsabilidad.

    —Sigamos adelante —propuso la
    entrenadora—. ¿Cómo define el diccionario
    «afabilidad», Theresa?

    Afabilidad significa
    «prestar atención, apreciar y
    animar»
    —Simeón lo
    escribió:

    El profesor explicó a continuación:
    —La afabilidad tiene que ver con cómo actuamos, no
    con cómo sentimos. Tomemos por ejemplo la palabra
    atención, para empezar. ¿Por qué es tan
    importante el tomarse el trabajo de
    prestar atención a los otros para un
    líder?

    —La mejor forma de prestar atención a la
    gente es, con mucho, escucharles activamente.

    —¿Qué quieres decir exactamente con
    «escucharles activamente», Simeón?
    —preguntó la enfermera.

    —El trabajo de la escucha activa tiene lugar en
    nuestra mente ——continuó el profesor—.
    La escucha activa requiere un disciplinado esfuerzo para
    silenciar toda esta conversación interna mientras tratamos
    de escuchar a otro ser humano. La escucha activa consiste en
    tratar de ver las cosas como el que habla las ve, y tratar de
    sentir las cosas como el que habla las siente.

    —Gracias a todos por vuestros comentarios
    —respondió el profesor—. Volvamos ahora a
    nuestra definición de afabilidad. Theresa nos ha
    leído que la afabilidad consistía en prestar
    atención y aprecio hacia los demás, en animarles.
    ¿Vosotros pensáis que la gente tiene necesidad de
    aprecio y ánimo, o será sólo un
    deseo?

    —Yo no necesito esas gaitas de aprecio
    —saltó el sargento——. A mí me
    dicen lo que hay que hacer y se hace.

    El profesor continuó. —La afabilidad, uno
    de los actos del amor, puede expresarse independientemente de los
    sentimientos que uno tenga.

    La entrenadora dijo: —Creo que también es
    importante elogiar a la gente. Felicitarles cuando hacen algo
    bien, en vez de ser como el «ejecutivo gaviota» y
    estar siempre mirando a ver si pillamos a la gente haciendo algo
    mal.

    —Veamos la tercera palabra de la definición
    de amor, «humildad» —propuso la directora de
    escuela hojeando el diccionario sobre las rodillas— La
    definición de humildad es «ser
    auténtico, sin pretensiones, no ser arrogante ni
    jactancioso».

    La directora de escuela preguntó:
    —¿Qué importancia tiene esto para un
    líder, Simeón? Muchos de los que yo conozco son muy
    egotistas y sólo se preocupan de sí
    mismos.

    —¡Y hacen muy bien! —saltó el
    sargento—. Un líder tiene que estar a cargo de todo,
    tiene que ser fuerte, capaz de dar un puntapié cuando hace
    falta. Lo siento, pero es que no creo en eso de la
    humildad.

    Se volvió a ocupar de él el pastor.
    —La Torá de los judíos,
    compuesta por los cinco primeros libros del
    Antiguo Testamento, dice, en el Libro de los
    Números,
    que el hombre
    más humilde que ha habido nunca fue
    Moisés.

    —¿Adónde quieres llegar, predicador?
    —replicó Greg sarcástico.

    A Dios gracias intervino la entrenadora. —Creo que
    lo que les pedimos a nuestros líderes es autenticidad, la
    capacidad de ser ellos mismos con la gente, no los queremos
    vanidosos, pedantes, autosuficientes.

    —Nos necesitamos unos a otros —dijo con voz
    pausada la enfermera—. La arrogancia y la soberbia
    pretenden lo contrario.

    El profesor ojeó sus notas y dijo: —Un
    maestro espiritual anónimo escribió: «La
    humildad no es más que el
    conocimiento verdadero de ti mismo y de tus limitaciones.
    Aquellos que se ven como realmente son en verdad sólo
    pueden ser humildes». ¿Qué viene ahora,
    Theresa?

    —El respeto —la directora de escuela
    empezó a leer de nuevo—. El respeto
    está definido como «tratar a los demás
    como si fueran importantes».

    —¡Hasta aquí hemos llegado!
    —dijo el sargento—. Quiero decir que ya me
    empecé a poner nervioso cuando empezasteis a hablar de
    influencia y de amor. Ahora resulta que tengo que arrodillarme
    ante la gente con afabilidad y elogios y respeto. Pues mira, yo
    soy un sargento de instrucción y me estáis pidiendo
    algo que, sencillamente, no es mi estilo.

    —Greg —contestó serenamente el
    profesor—, si yo mandara en tu cuartel, supongo que
    tú serías sumamente respetuoso y atento; hasta
    puede que hicieras gala de muchos de estos comportamientos que
    estamos discutiendo. ¿No es así?

    Mirando fijamente al profesor, el sargento
    contestó: —¡Demonios, tienes toda la
    razón! El general es un hombre muy importante y se merece
    todo ese respeto por mi parte, y yo se lo
    mostraría.

    La enfermera, con la suave y cálida voz que era
    habitual en ella, le contestó:

    —Yo creo que Dios no creó basura humana,
    sólo gente con problemas de
    comportamiento. Y todos tenemos problemas de comportamiento. Pero
    ¿no nos merecemos algún respeto, sólo por el
    hecho de ser seres humanos? La definición de
    respeto de Theresa era: «tratar a la
    gente como si fuera importante»
    . Yo creo que
    deberíamos añadir a esta definición
    «porque son importantes».

    Aquella mujer seguía asombrándome. El
    sargento dijo mirando su reloj:

    —Vale, vale, ya lo entiendo, pero mejor nos vamos
    ya. ¿O es que queremos perdemos el oficio de
    mediodía? No, ¿verdad?

    Nada más dar las dos en el reloj, el profesor
    volvió a tomar la palabra.

    —¿Cuál es la siguiente palabra en
    nuestra definición de amor, Theresa?

    Generosidad, pero dame un segundo
    que la busque. Ya está, dice que la generosidad es
    satisfacer las necesidades de los demás, incluso
    antes que las propias
    .

    —Gracias, Theresa. La generosidad consiste en
    satisfacer las necesidades de los demás, aunque eso
    signifique sacrificar tus propias necesidades y deseos. Esto
    podría ser también una espléndida
    definición de liderazgo: satisfacer las necesidades de los
    demás antes que las de uno.

    Simeón se volvió a la directora de escuela
    para la siguiente definición.

    —La siguiente palabra que tenemos es
    «indulgencia», y está definida
    como «no guardar rencor al que nos
    perjudica»
    —anunció
    Theresa.

    Indulgencia —no guardar rencor al que nos
    perjudica.

    —¿A que es una definición
    interesante? ——empezó el profesor—. No
    guardar rencor al que nos perjudica. ¿Por qué es
    importante que un líder desarrolle esta cualidad de
    carácter?

    —Porque la gente no es perfecta y, en nuestra
    posición de líderes, supongo que nos dejarán
    en la estacada más de una vez —contestó la
    enfermera.

    —Gracias por todos vuestros comentarios —el
    profesor sonrió—. ¿Recordáis cuando os
    dije el domingo que entre todos sabíamos más que
    cualquiera de nosotros? ¿Qué dice el diccionario de
    la honradez, Theresa?

    —La honradez está definida
    como la cualidad de «estar libre de
    engaños».

    —Recordad —dijo el profesor—, la
    honradez es la cualidad que más gente pone en cabeza de la
    lista de cualidades que esperan en un líder.

    Yo añadí: —He conocido a más
    de un supervisor que se niegan a plantear las deficiencias por
    miedo a no caer bien, a que la gente se enfade con ellos. Nunca
    se me había ocurrido pensar hasta qué punto este
    proceder es deshonesto. Yo creo que mucha gente quiere saber, y
    de hecho lo necesita, en qué punto están con su
    líder.

    —Muy bien. Miremos
    «compromiso», Theresa.

    —Un momento; aquí está. Compromiso
    está definido como atenerse a las elecciones que uno
    hace
    .

    El profesor dijo: —Esto es importante porque los
    principios que estamos discutiendo requieren un enorme esfuerzo,
    y si no estáis comprometidos como líderes,
    probablemente acabaréis dejándolo y volviendo al
    poder. El líder comprometido está consagrado a un
    desarrollo
    integral de su persona y a una mejora continua, se compromete a
    llegar a ser el mejor líder que puede llegar a ser, el que
    la gente a la que dirige se merece.

    El profesor fue a la pizarra y completó el
    diagrama.
    —En nuestro modelo de ayer decíamos que el liderazgo
    se funda en la autoridad o influencia, que a su vez se funda en
    el servicio y el sacrificio, que a su vez se funda en el amor.
    Cuando lideras con autoridad, estás necesariamente llamado
    a dar lo mejor de ti mismo, a amar, a servir e incluso a
    sacrificarte por los demás. Una vez más, el amor no
    consiste en lo que sientes por los demás, sino en lo que
    haces por ellos.

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    CAPÍTULO CINCO
    El entorno

    Hombres y mujeres quieren hacer un buen trabajo.
    Si se les proporciona el entorno adecuado, lo
    harán.

    Le eché un vistazo al despertador. Pasaban unos
    minutos de las tres de la mañana del jueves y yo estaba
    otra vez despierto, con la vista clavada en el techo.
    Había llamado a Rachael y a la oficina para ver
    cómo iban las cosas. Me quedé algo decepcionado
    cuando me enteré de que todo parecía estar
    perfectamente sin mí.

    Llegué a la capilla con quince minutos de
    antelación, ¡había conseguido llegar a la
    cita antes que Simeón!

    El profesor se sentó a mi lado, se volvió
    hacia mí y me preguntó:

    —¿Qué has ido aprendiendo, John?
    —La discusión sobre el amor fue interesante.
    Realmente nunca había pensado en ello como algo que se
    hace por los demás. Siempre pensé en el amor en
    términos de algo que se siente.

    —Recuerda, John, el amar de agápe es
    un verbo que describe cómo nos comportamos, no un nombre
    que describe qué sentimos.

    —Nunca lo había visto así,
    Simeón —dije un poco desconcertado. ¿Pero
    qué pasa con el amor a Dios?
    —pregunté—. El pastor de mi iglesia insiste en
    que se supone que también tengo que amar a Dios. Pero hay
    veces en que no me siento especialmente «amoroso»
    respecto a Él tampoco. La vida parece a veces tan
    injusta… A veces llego hasta dudar de su existencia.

    Para mi asombro el profesor estaba de acuerdo
    conmigo.

    Los monjes estaban entrando ya uno tras otro en la
    capilla e iban ocupando sus asientos.

    —Lo bueno es que cuando estamos comprometidos en
    el amor a Dios y a los demás, y seguimos trabajando en
    ello, ocurre que los comportamientos positivos acaban generando
    sentimientos positivos; los sociólogos se refieren a esto
    como praxis.
    Hablaremos más de ello mañana por la mañana.
    —Estas fueron las últimas palabras del profesor en
    aquella madrugada.

    Antes de que el reloj acabara de dar sus campanadas, el
    profesor anunció:

    —Hoy vamos a cambiar de tema, vamos a hablar de lo
    importante que es crear un ambiente sano
    en el que la gente pueda crecer y prosperar. Me gustaría
    empezar empleando la metáfora de plantar un jardín.
    Debemos crear un entorno sano si queremos que las plantas
    crezcan.

    La entrenadora levantó la mano. —Yo tengo
    un jardín.

    —Chris, si yo no tuviera ni idea de
    jardinería, ¿qué consejos me darías
    para hacer un jardín en condiciones?

    —Ah, pues muy sencillo: te diría que
    buscaras un terreno muy soleado y que removieras la tierra.
    Luego tendrías que plantar las semillas, regar,
    fertilizar, ocuparte de que no lo invadieran las plagas, y
    limpiarlo regularmente de malas hierbas.

    —De acuerdo, y si hago todo lo que sugieres,
    Chris, ¿qué puedo esperar que suceda?

    —Bueno, pues a su debido tiempo verás que
    las plantas crecen Y pronto obtendrás frutos.

    Simeón insistió diciendo: —Cuando
    lleguen los frutos, ¿podremos decir que fui yo la causa de
    ese desarrollo?

    —Claro —respondió Chris
    rápidamente—: Bueno, para ser exactos tú no
    fuiste la causa de que el jardín creciera, pero ayudaste a
    que así fuera.

    —Exacto —afirmó el profesor.
    ¡Fantástico ejemplo! —exclamó el
    profesor—. Espero que empiece a resultar evidente que
    es muy importante crear un entorno sano para que pueda
    haber un crecimiento sano, especialmente en los seres
    human
    os
    .

    —¿Y cuánto hay que esperar para ver
    el fruto? —preguntó la entrenadora.

    —Desgraciadamente he conocido muchos
    líderes que no han sabido ser pacientes y han abandonado
    la tarea antes de que el fruto pudiera crecer. Hay muchos que
    quieren y esperan unos resultados rápidos, pero el fruto
    sólo llega cuando está a punto.—Un factor
    importante para determinar cuándo madurará el fruto
    es el estado de
    nuestras cuentas bancarias de relaciones.

    —¿Y qué es eso de una cuenta
    bancaria de relaciones? —preguntó mi
    compañero de habitación.

    —Todos sabemos cómo funcionan las cuentas
    bancarias en las que hacemos continuamente ingresos y
    reintegros, confiando no quedarnos nunca en números rojos.
    La metáfora de la cuenta de relaciones nos enseña
    la importancia de mantener unas relaciones sanas y equilibradas
    con la gente que tiene un peso en nuestra vida, incluidos
    aquellos a los que dirigimos.

    El sargento dijo: —Así que, cuando ayer en
    la pausa de la tarde llamé a mi novia y me colgó el
    teléfono, probablemente es que estoy en números
    rojos, ¿no?

    —¡Pues yo diría que sí, Greg!
    —dije riéndome.

    La entrenadora añadió: —A mí
    me parece que el mismo principio funciona cuando alabamos,
    apreciamos y reconocemos públicamente a la gente. No
    sólo hacemos un ingreso en nuestra cuenta con el
    destinatario del elogio, sino que también hacemos ingresos
    en las cuentas que tenemos con los que están mirando. Y
    como decías antes, Simeón, todo el mundo mira
    siempre lo que hace el líder.

    —Es cierto, Chris. Todo lo que hace el
    líder se constituye en mensaje —replicó
    Simeón—. Debo tener en el despacho un interesante
    artículo, y una encuesta, que
    hablan de la mucha estima en que se tiene la gente y de por
    qué los reintegros en las relaciones son tan costosos. Voy
    a ver si lo encuentro y podemos comentarlo en la sesión de
    esta tarde.

    Hacía una espléndida tarde de
    otoño, así que decidí dar un
    paseo.

    Estaba excitado con la información que estaba reuniendo, pero a la
    vez, al reflexionar sobre mi comportamiento en el pasado y sobre
    cómo había estado dirigiendo a aquellos que
    tenía a mi cargo, me sentía deprimido e incluso
    avergonzado.

    A las dos el profesor dijo alegremente: —He
    encontrado el artículo y la encuesta de los que os
    hablé esta mañana. El autor es un psicólogo
    conductista y asegura que por cada reintegro en vuestra cuenta
    con alguien, hacen falta cuatro ingresos para equilibrar otra vez
    la cuenta. ¡Una relación de cuatro a uno!

    —Me parece perfectamente verosímil
    —respondió el pastor—. Mi mujer puede hartarse
    de decirme una y otra vez cuánto me quiere, pero yo
    todavía me acuerdo de cuando la primavera pasada me dijo
    que estaba engordando demasiado. ¡Eso sí que me
    llegó!

    —Exactamente, Lee —continuó el
    profesor—. Todos tenemos tendencia a ser especialmente
    sensibles, por mucho que aparentemos mucha calma.

    —¿Dónde quieres llegar?
    —preguntó el sargento.

    El profesor añadió: —Piensa en
    cómo se fomenta la confianza en una relación, por
    ejemplo. Podemos pasar años trabajando en ello y todo
    puede venirse abajo por un momento de
    indiscreción.

    —Vale, ya estamos otra vez…
    —gruñó el sargento alzando la voz—.
    Aquí estamos hablando de teorías, todas
    fantásticas y estupendas, pero algunos de nosotros tenemos
    que volver y enfrentamos a unos superiores a los que les va eso
    del poder. ¿Qué se supone que hay que hacer si se
    trabaja para alguien así?

    —Buena pregunta, Greg —dijo el profesor
    sonriendo—. Y estás totalmente en lo cierto. La
    gente de poder se siente por lo general amenazada por la gente de
    autoridad, lo cual quiere decir que la situación puede
    llegar a ser molesta. Sin embargo, hay pocos sitios donde no
    podamos tratar a la gente con amor y respeto, independientemente
    de cómo nos traten a nosotros.

    —Se ve que no conoces a mi jefe
    —insistió el sargento. Simeón no tiró
    la toalla.

    —Cuando trabajaba como líder empresarial,
    me llamaron muchas veces para hacerme cargo de empresas con
    disfunciones que tenía que poner a flote. Una de las
    primeras cosas que hacía siempre que llegaba a la empresa
    era llevar a cabo una encuesta sobre la actitud de los empleados
    para tomarle el pulso a la casa.¿Y con qué
    creéis que me encontraba
    sistemáticamente?

    —Con un líder —respondió
    sencillamente la enfermera. —Bien puedes decirlo, Kim. A
    pesar del caos general, de la confusión, de las políticas
    de poder y de las disfunciones generalizadas que implica todo
    ello, siempre me encontraba con un líder que se
    había hecho responsable de su pequeña área
    de influencia y que había conseguido que, allí, las
    cosas funcionaran de otra manera.

    Mi compañero de habitación dijo:
    —Tengo una vieja taza de café,
    recuerdo de otras épocas en la empresa, que lleva la
    siguiente inscripción:

    No es mi trabajo gobernar el barco ni hacer sonar
    la sirena. Ni decir hasta qué lugar puede el barco
    llegar.

    Al puente no puedo subir, ni siquiera tocar la
    campana, pero si este cacharro se llega a hundir
    ¿quién creéis que se las
    carga?

    —¡Es buenísimo! —dije
    entusiasmado——, pero ¿cómo demonios
    podré conseguir que todo el mundo colabore,
    Simeón?

    —Eres tú quien impone las reglas —la
    respuesta del profesor fue inmediata—. Como líder
    eres responsable del entorno en tu área de influencia y te
    han dado poder para llevar a cabo tus cometidos. Por lo tanto
    tienes poder para regular su comportamiento.

    —Simeón, en nuestra condición de
    líderes podemos motivar a la gente para que cambie,
    ¿no? —preguntó el sargento.

    —Mi definición de motivación
    es cualquier comunicación que influye en las elecciones
    que se hacen
    .

    La entrenadora añadió: —Muchos de
    vosotros habréis oído
    hablar de Lou Holtz, el que fuera famoso entrenador del equipo de
    fútbol de Notre Dame. Holtz tiene fama de ser especialista
    en generar entusiasmo en los equipos que entrena. Y no me refiero
    sólo a los jugadores. Toda su gente, técnicos,
    secretarias, asistentes, hasta los chicos que se ocupan del agua
    están siempre llenos de entusiasmo, en cualquier equipo
    que entrene, y tiene una carrera espectacular… Bueno, a lo que
    iba, una vez le preguntó un periodista:
    «¿Cómo consigues que toda tu gente sea
    siempre tan entusiasta?», Y Lou Holtz contestó:
    «Pues es muy fácil. Elimino a los que no lo
    son».

    CAPÍTULO SEIS
    La
    elección

    Lo que creamos o lo que pensemos, al final
    no tiene mayor importancia. Lo único que realmente importa
    es
    lo que hacemos.

    El profesor me saludó con la cabeza cuando
    llegó a la capilla el viernes por la mañana y se
    sentó a mi lado. Estuvimos sentados en silencio unos
    cuantos minutos hasta que me hizo la pregunta
    habitual.

    —Simeón, estoy aprendiendo tanto que no
    sé por dónde empezar. La idea de regular el
    comportamiento de mi equipo de supervisores, por ejemplo.
    Realmente es un concepto que
    tengo que considerar más seriamente.

    —Cuando yo estaba en el mundo de los negocios,
    John, nunca consentí que el personal a mi cargo manejara
    extensos manuales del
    empleado, llenos de normas y procedimientos
    para regular el comportamiento de las masas. Me preocupaba mucho
    más el comportamiento del equipo directivo y el
    cómo regular el comportamiento de sus miembros. Si el
    equipo directivo va bien encaminado, el resto sigue de forma
    natural.

    —Esa es una observación interesante,
    Simeón.

    —Un sabio general dijo una vez que no hay
    pelotones flojos, hay líderes flojos.

    Simeón no quiso dejarme ni una sola excusa en la
    que ampararme.

    Estaba sentado en el aula, mirando por la ventana hacia
    el magnífico lago azul. Era viernes por la
    mañana.

    El profesor esperó pacientemente hasta que dieron
    las nueve para empezar.

    —He conocido muchos padres, esposas, entrenadores,
    profesores y otros líderes que no quieren asumir la
    responsabilidad que les corresponde en su papel de líder,
    ni las decisiones y comportamientos que ser un líder
    eficaz exige.

    Me gustaría dedicar el último día
    completo que vamos a pasar juntos, discutiendo el tema de la
    responsabilidad y de las elecciones que hacemos.

    —¿Podrías explicar qué es
    «determinismo», Simeón? —le
    pregunté.

    —Llevado a sus últimas consecuencias, el
    determinismo significa que para cada suceso,
    físico o mental, existe una causa
    . Seguir la
    receta de un bizcocho sería la causa que previsiblemente
    produciría un efecto: el bizcocho. De acuerdo con el
    determinismo estricto, conocidas las causas físicas o
    mentales, se puede predecir el efecto de las mismas.

    —Pero —objetó el pastor—, si
    damos eso por bueno, llegamos a una paradoja en lo que se refiere
    a la creación del mundo, ¿o no? Quiero decir que si
    nos remontamos al primer momento del tiempo, a la fracción
    de segundo que precedió al Big Bang,
    ¿qué podría explicar esa causa primera?
    ¿Qué fue lo que creó ese primer átomo de
    helio, hidrógeno o lo que sea? La paradoja es que
    en algún punto de esa cadena de sucesos, hubo algo que
    tuvo que venir de la nada. y nosotros, los tipos religiosos,
    creemos que esa primera causa fue Dios.

    —Tienes razón, Lee, la ciencia
    nunca ha podido resolver de forma satisfactoria esta paradoja de
    la causa primera —continuó el profesor—. Pero
    el determinismo, para cada efecto existe una causa, se ha
    considerado generalmente válido para todos los sucesos
    físicos, aunque incluso esto ha sido puesto en tela de
    juicio con las últimas teorías
    científicas.

    Tenía ganas de decir algo, así que
    añadí: —Hace poco asistí a un curso
    sobre ética
    empresarial para ejecutivos, donde se nos hizo ver que la
    palabra «responsabilidad» contiene el
    término «habilidad» y el término
    «responder», significa capacidad para
    responder
    . En el curso aprendimos que estamos sometidos a
    todo tipo de estímulos, y no podemos evitar esos
    problemas, pero como seres humanos tenemos la capacidad de elegir
    la respuesta que les damos.

    —De hecho —dijo el profesor hablando
    más deprisa—, la capacidad para escoger nuestra
    respuesta es una de las glorias del ser humano.

    —Bueno, pues entonces, ¿a qué viene
    tanta lección sobre la elección y la
    responsabilidad, Simeón? —insistió el
    sargento.

    —Recuerda, Greg, dijimos que la vía de la
    autoridad y el liderazgo empieza con la voluntad. La voluntad
    consiste en las elecciones que hacemos para que nuestros actos
    sean consecuentes con nuestras intenciones.

    —Sabes, Simeón —dijo el sargento
    más tranquilo—, he estado pensando en ese comentario
    que te hice, a principios de la semana, sobre el comportamiento
    de amar. Lee me llamó la atención sobre ello y me
    hizo ver que, que si elijo comportarme así cuando se trata
    de gente importante. Pero, realmente, no es algo que me salga
    naturalmente, y me agobio sólo de pensar en intentarlo
    también con la tropa. Sencillamente, es que no parece que
    esté en la naturaleza
    humana.

    —Fantástico, fantástico
    —exclamó el profesor—. Podemos disciplinamos
    para hacer lo que es antinatural, hasta que se convierta en algo
    natural y habitual.

    —Tienes razón, Simeón —dije,
    sintiéndome un poco tonto.

    El profesor siguió adelante: —Puede que
    alguno de vosotros conozca lo de las cuatro etapas en el
    desarrollo de nuevos hábitos o destrezas.

    Simeón fue hasta la pizarra y
    escribió:

    Primera etapa: Inconsciente e inexperto.

    En esta etapa se desconoce el comportamiento o
    hábito en cuestión. Es esa etapa en la que no se es
    consciente o no se está interesado en aprender esa nueva
    destreza en la que, por supuesto, se es inexperto.

    Simeón se volvió a la pizarra y
    escribió:

    Segunda etapa: Consciente e inexperto.

    Esta es la etapa en que eres consciente de un nuevo
    comportamiento, pero aún no has desarrollado las destrezas
    necesarias. Todo resulta muy raro, muy antinatural y, tal vez,
    algo intimidatorio.

    Simeón se dio la vuelta y
    escribió:

    Tercera etapa: Consciente y experimentado.

    En esta etapa ya has adquirido las destrezas y te
    encuentras cada vez más a gusto con el nuevo
    comportamiento o con las nuevas técnicas.
    ¿Cuál creéis que es la última etapa
    en la evolución del desarrollo de nuevos
    hábitos?

    —Inconsciente y experto —contestaron tres a
    la vez. —Exacto —dijo el profesor, y
    escribió:

    Cuarta etapa: Inconsciente y experto.

    Esta es la etapa en que ya no tienes que volver a pensar
    en ello. En esta etapa un líder no necesita intentar ser
    buena persona, porque es buena persona.

    —Suena como si estuvieras hablando de conformar un
    carácter, Simeón —sugerí
    yo.

    —Exactamente, John —confirmó el
    profesor—. El liderazgo no es una cuestión de
    personalidad,
    posesiones o carisma, sino de lo que tú eres como
    persona.

    Simeón añadió: —Las obras de
    amor y liderazgo son asunto de carácter.

    Con estas palabras se cerró la
    sesión.

    CAPÍTULO SIETE
    Los resultados

    Todo esfuerzo disciplinado tiene una recompensa
    múltiple
    .

    Eran las cinco menos diez de la última
    mañana que iba a pasar con el profesor y me encontraba en
    silencio a su lado.

    De pronto se dio la vuelta hacia mí y me
    preguntó: —De todas las cosas que has aprendido esta
    semana, ¿cuál te parece la más importante,
    John?

    —No estoy seguro, pero creo que el verbo
    «amar» tiene algo que ver con ella
    —repliqué de inmediato.

    —Has aprendido bien, John.

    —Así pues, ¿amar es incluso
    más importante que ir a la iglesia o seguir determinadas
    reglas?

    —He descubierto que, desde luego, estar amparado
    por una comunidad amante en el viaje de la vida es importante,
    pero que el amor es infinitamente más
    importante.

    Estaba sentado en el sofá media hora antes de la
    sesión de la mañana y completamente perdido en mis
    pensamientos. De repente, se me empezaron a caer las
    lágrimas, algo que no me había ocurrido en
    más de treinta años.

    El sargento se me acercó y se sentó a mi
    lado en el sofá; me dio unas palmaditas en la rodilla y me
    preguntó:

    —¿Estás bien, socio? Me
    limité a asentir con la cabeza.

    Y el sargento siguió sentado a mi lado, en
    silencio.

    —Estas son las dos últimas horas que vamos
    a pasar juntos como grupo y tengo curiosidad por saber si os
    queda alguna duda sobre los temas que hemos discutido.

    —Parece mucho trabajo… —dije con voz algo
    temblorosa—. El esfuerzo que se requiere para conseguir
    influencia, el trabajo de prestar atención, de amar, de
    dar lo mejor de uno mismo por los demás, y la disciplina que
    se requiere para adquirir esas nuevas destrezas yesos nuevos
    comportamientos. No puedo dejar de preguntarme, Simeón,
    ¿vale la pena tanto esfuerzo?

    —John, esa es una pregunta que yo mismo me he
    hecho muchas veces a lo largo de los años. El líder
    que se funda en la autoridad está llamado a hacer muchas
    elecciones y muchos sacrificios. Se requiere mucha disciplina.
    Pero, por supuesto, es lo que nos comprometimos a hacer cuando
    nos ofrecimos a ser líderes.

    —Si te paras a pensarlo
    —añadió el pastor—, una vida
    disciplinada de liderazgo fundado sobre la autoridad equivale a
    un ideario personal. Se ha hecho popular en estos últimos
    años entre las organizaciones el publicar sus idearios y
    articular sus principios. Pero pensad en lo importante que es
    tener un ideario personal que hable de lo que somos y de por
    qué luchamos.

    —Una de las cosas que aprendí, en el tiempo
    que pasé en el seno de una corporación
    —intervino el profesor—, es que esos ideari s
    corporativos están muy bien, y supongo que hasta sirven a
    un propósito útil. Pero no olvidemos que la gente
    se deja convencer más fácilmente por el
    líder que por el ideario. Una vez que hayan dado por bueno
    el líder, darán por bueno cualquier ideario que el
    líder apoye.

    —Si de veras tenemos un Padre en el cielo, y por
    supuesto yo estoy convencido de que así es —dijo
    Simeón suavemente—, ¿no os parece que tiene
    sentido que la regla de su casa sea que nos amemos unos a otros?
    Insisto, no amor en el sentido de qué sentimos unos por
    otros, sino de cómo nos comportamos unos con otros.
    ¿No creéis que Dios mira a sus hijos de manera
    parecida?

    Ni siquiera el sargento puso objeciones a este
    sermón y paramos para la pausa de la
    mañana.

    —Esta es la última hora que vamos a pasar
    juntos —empezó el profesor—, y hemos hablado
    ya de muchas compensaciones de la disciplina que exige el
    liderazgo con autoridad. Pero nos hemos dejado una que es
    verdaderamente valiosa y merece ser mencionada: la recompensa del
    gozo.

    —¿El gozo, Simeón?
    —preguntó el sargento respetuosamente—.
    ¿Qué tiene que ver el gozo con el
    liderazgo?

    —Por gozo, Greg, no me estoy refiriendo a
    felicidad, porque la felicidad se funda en los sucesos. El gozo
    es un fenómeno mucho más profundo y no se basa en
    circunstancias exteriores. El gozo tiene que ver con la
    satisfacción interior y con la convicción de estar
    siguiendo los profundos e inmutables principios de la
    vida.

    El profesor continuó:

    —El tema es que hay un gran gozo en dirigir con
    autoridad, que consiste en servir a los demás
    satisfaciendo sus legítimas necesidades. Y este gozo es el
    que nos sostiene en nuestro paso por este campamento de reclutas
    que llamamos planeta Tierra. Estoy
    convencido de que nuestro propósito aquí abajo es
    desarrollamos hasta alcanzar una madurez en lo psicológico
    y en lo espiritual. Amar a los demás nos obliga a
    crecer.

    —Se nos ha acabado el tiempo —dijo el
    profesor poniéndose serio de repente—. He aprendido
    mucho esta semana y os estoy muy agradecido por las
    extraordinarias ideas y aportaciones con las que cada uno de
    vosotros ha contribuido a nuestro pequeño grupo. En
    conclusión, rezo porque el viaje que cada uno de vosotros
    haga por esta vida pueda ajustarse en algún grado como
    resultado de haber pasado esta semana juntos.

    Los seis participantes del retiro comimos juntos por
    última vez antes de decimos adiós. Corrieron muchas
    lágrimas. Hasta el pastor y el sargento se abrazaban y
    reían a carcajadas.

    El sargento propuso que nos volviéramos a reunir
    en un plazo exacto de seis meses, y todos prometimos asistir con
    gran entusiasmo.

    —Espero que Simeón pueda asistir a nuestra
    reunión —apuntó la enfermera—. Greg, no
    vayas a olvidarte de invitarle, ¿de acuerdo?

    —Eso está hecho —prometió el
    sargento—. Por cierto, ¿ha visto alguien a
    Simeón? Realmente esperaba tener ocasión de
    despedirme de él.

    Di una vuelta buscando al profesor, pero parecía
    haberse esfumado.

    Cogí la bolsa de mi habitación y
    salí a sentarme en el banco cercano al
    aparcamiento arenoso. Sabía que Rachael asomaría en
    cualquier momento, y me entró cierto pánico.
    Tenía que despedirme de Simeón como
    fuera.

    Dejé la bolsa y fui hasta las escalinatas que
    bajaba al lago Michigan. A lo lejos divisé una figura
    humana y bajé las escaleras gritando:
    «¡Simeón, Simeón!». Se
    paró y se volvió hacia mí, que llegaba a la
    carrera.

    Nos quedamos uno frente a otro y nos dimos un abrazo de
    despedida.

    —No sé como agradecerte esta semana,
    Simeón —murmuré azarado——. He
    aprendido tantas cosas importantes… Espero ser capaz de poner
    en práctica algo de lo que he aprendido cuando vuelva a
    casa.

    Sus ojos me comunicaban que sabía que yo
    lo haría bien, y aquello me dio esperanzas.

    —Pero, ¿por dónde empiezo,
    Simeón? —Empiezas con una elección.
    .

    No sé cuánto tiempo pasó antes de
    que el lejano sonido de un
    coche que se acercaba me hiciera volver a la realidad. Pude ver
    la nube de polvo que arrastraba nuestro auto mientras
    subía lentamente por la pista.

    Me levanté lentamente y se me llenaron los ojos
    de lágrimas al mirar por última vez el lago
    Michigan. En mi fuero interno hice un
    propósito.

    Oí el golpe de la puerta de la furgoneta y me di
    la vuelta para ver a una radiante Rachael corriendo hacia
    mí. En aquel momento me pareció más hermosa
    que nunca.

    Se echó en mis brazos y la mantuve abrazada hasta
    que ella deshizo el abrazo.

    —¡Qué sorpresa!
    —bromeó—. ¡No recordaba cuándo
    fue la última vez que te solté yo primero! Me ha
    encantado.

    —Pues es sólo el primer paso de un nuevo
    viaje —le contesté con
    orgullo.

    FIN

    Conclusión

    El libro me ha gustado mucho porque nos da una idea
    distinta del liderazgo, aspectos que no
    conocíamos.

    Lo que más me llamó la atención es
    la frase que dice que "es importante tratar a otros seres
    humanos exactamente como desearías que ellos te
    trataran"
    , porque muchas veces nos lo dicen en la vida
    cotidiana, pero no nos damos cuenta la importancia que tiene en
    ella. Tampoco nos damos cuenta que con cada cosa que hacemos
    podemos estar perjudicando al otro, y que antes hay que pensar en
    cuáles pueden ser las consecuencias de ello.

    Me gustaría poder llevar a cabo algunos de los
    pensamientos que plantea el libro en mi vida cotidiana, pero para
    ello voy a tener que sacrificar algunas cosas, como lo menciona
    el mismo.

    Gastón Pozzo

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