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En la encrucijada




Enviado por martinreta78



    1. Cosita loca llamada
      Globalización
    2. La Nación en tiempos de
      globalización
    3. Autonomía nacional o
      heteronomía global
    4. Las Estados nacionales
      latinoamericanos y sus estrategias frente a la
      globalización
    5. Qué integración
      ¿ALCA o MERCOSUR?
    6. Conclusión
    7. Bibliografía

    Introducción

    Nuestros países latinoamericanos viven una
    situación que los pone, en cuanto al futuro de la
    integración regional, hemisférica y mundial, frente
    a una encrucijada Un lugar común de la literatura universal nos
    enseña que en la encrucijada hay que tomar una
    decisión, y ese pacto se firma con sangre. A partir
    de esta metáfora, el trabajo que
    presentamos a continuación propone pensar los dilemas de
    las estrategias
    nacionales y la integración regional en los que
    están inmersos los estados nacionales latinoamericanos, en
    especial los del cono sur, en el contexto de la
    globalización.

    El esquema analítico del presente ensayo es el
    siguiente. En primer término dedicaremos algunas
    reflexiones sobre los problemas de
    la definición conceptual de globalización a partir, tanto de la
    bibliografía
    estipulada en el curso como desde algunas otros trabajos que
    hacen una lectura de la
    globalización desde un lugar algo diferente. En segundo
    lugar nos aproximaremos a la problemática del Estado
    nacional, en cuanto su definición conceptual como en lo
    que respecta a los alcances de la autonomía nacional. A
    partir de los dos primeros apartados buscaremos un análisis de las implicancias de la
    globalización en la autonomía nacional y las nuevas
    oportunidades políticas
    que presenta a los estados latinoamericanos. Finalmente, y ya en
    el marco de las relaciones
    internacionales y las posiciones nacionales, analizaremos la
    capacidad de estos estados nacionales para definir estrategias de
    integración regional que pueda hacer frente a las
    presiones de la globalización y que garanticen la
    legitimidad democrática. En particular haremos referencia
    a los proyectos de
    integración del ALCA y el MERCOSUR.

    Pensar desde la encrucijada es saber que, como les
    gustaba a los existencialistas, las acciones (en
    este caso las decisiones internacionales) son fundacionales y
    responsabilidad de los sujetos que las toman. La
    acción
    política
    de los Estados es constitutiva-constituyente del orden
    mundial.

    • Cosita loca
      llamada Globalización

    Cuando Kant
    escribió, ¿Qué es la
    Ilustración?
    se estaba preguntando "qué
    somos nosotros". Ernest Renan interrogaba a fines del siglo XIX
    ¿Qué es una nación? y su búsqueda
    también se orientaba una autocomprensión de la
    contemporaneidad. Foucault (1982),
    y su interrogante sobre los dispositivos de constitución de los sujetos avanzó
    en la misma dirección. Preguntarnos
    ¿Qué es la globalización?, como lo
    hace Beck (1997), si bien supone una pregunta provocadora
    anterior del tipo "¿Es la globalización?, implica
    también volver a indagarnos por nosotros mismo y por el
    tiempo-espacio
    en el que vivimos.

    Y es que es menester saber si estamos frente a una nueva
    "imagen del
    mundo" como diría Heidegger, o una nueva "episteme"
    de acuerdo a Foucault. ¿La globalización es parte
    de ese proyecto
    inconcluso que según Habermas es la modernidad?,
    ¿es parte de la lógica
    capitalista como había identificado ya Marx en 1948
    cuando afirmó "la gran industria ha
    creado el mercado mundial"
    (Marx y Engels 1986:34) o es un cambio
    cualitativo en el modo de producción mundial?¿Es beneficiosa o
    inmanentemente nociva la globalización?¿Qué
    estrategias deben emprender los actores políticos frente a
    la globalización?

    Es evidente que en éstas preguntas hay diferentes
    niveles (ontológico, epistemológico,
    político, normativo, ideológico) que hemos mezclado
    intencionalmente. Para ordenar la discusión es necesario
    optar por definiciones, construir conceptos para comprender los
    fenómenos.

    El debate sobre
    la definición de "globalización" no sólo es
    amplio y vasto, sino que ha estado de moda durante los
    últimos años. Si hay un acuerdo entre los distintos
    estudiosos es, precisamente, que no hay acuerdos sobre las
    definiciones de globalización. Esto hace que sea un lugar
    común iniciar un abordaje conceptual de
    globalización refiriendo a las múltiples
    definiciones del término, como así también a
    la heterogeneidad de trabajos que parecen tener por objeto el
    "mismo" objeto. No es nuestro objetivo
    problematizar exhaustivamente las diferentes concepciones de
    globalización en la literatura. No obstante,
    prácticamente nadie duda que los procesos
    sociales imbricados en la "globalización" sea como fuere
    que la definamos, son complejos y multidimensionales, y que para
    dar cuenta de este proceso de
    manera consistente y profunda es indispensable introducir esferas
    políticas, sociales, culturales, éticas,
    filosóficas, además de las vinculadas a la economía. No
    obstante, en el presente trabajo
    haremos un especial hincapié en el aspecto
    económico, aunque buscaremos no descuidar la
    dimensión política y social del proceso propuesto
    como objeto de estudio

    En el marco del debate actual se sostienen hipótesis (y se presentan evidencia) tanto
    para afirmar que los mercados
    contemporáneos son globales como de que no puede hablarse
    de mercados globales. Hirst y Thompson (1996) por ejemplo, ponen
    en cuestión las tesis extremas
    o radicales que hablan de la globalización como un
    fenómeno cualitativamente novedoso que reestructura la
    forma de producción a nivel mundial. Antes bien tienden a
    ver al proceso de internacionalización como un
    fenómeno de larga data, a poner en cuestión la
    importancia de las empresas
    trasnacionales en la economía
    mundial y a dudar sobre como la movilidad de capital afecta
    la inversión, tres ideas básicas en el
    esquema argumentativos de los exponentes de las tesis extremas
    sobre a globalización. Estos autores introducen una
    distinción analítica entre la "economía
    internacional" y la "economía global". La primera es
    aquélla en la cual los principales actores son las
    economías nacionales. La segunda se caracteriza por el
    hecho de que las distintas economías nacionales se
    encuentran subsumidas en el proceso global (Hirst y Thompson
    1996). En otro extremo encontramos posiciones como la de
    Mittelman (2002) que cuestiona la tesis que entiende que la
    globalización es una ficción y afirma que "la
    globalización constituye un cambio histórico, una
    transformación que marcó toda una época en
    el acontecer mundial" (2002:37)

    No podemos dar cuenta aquí de un debate que se
    coloca por fuera de los objetivos de
    éste trabajo, sin embargo es conveniente dejar estipulado
    que la existencia o no de la globalización como proceso
    cualitativamente novedoso depende de la definición
    teórica construida. En el presente trabajo seguimos
    (provisoriamente) las consideraciones de los autores que
    identifican a la globalización como una etapa avanzada en
    los procesos de conformación del mercado mundial e
    internacionalización económica que distinguen al
    capitalismo
    (Wallerstein 1974, 1981 y 1989; Panitch 1994, Amin 1997a y 1997b,
    Arriagui 1994 y 1997, Meikins Wood 2000 y 2001). A su vez, cabe
    aclarar por ser relevante para los fines del trabajo que en la
    evolución de ambos procesos (la
    conformación del mercado mundial y la
    internacionalización) el papel del estado nación
    ha sido históricamente decisivo.

    En esta misma línea aceptamos, a modo de
    supuesto, a la globalización como un proceso
    histórico complejo y multidimensional que fundamentalmente
    se manifiesta, en lo económico. Mas precisamente aceptamos
    con Garrett (1999 y 2000) y Meikins Wood (2000 y 2001) la
    propuesta de que estamos en presencia de una economía con
    mercados cada vez mas internacionalizados. Particularmente
    podemos distinguir tres procesos económicos que
    constituirían una acuerdo mínimo sobre la
    "globalización". A saber, la internacionalización
    de la producción, la intensificación de la competencia
    internacional y la ampliación de los mercados
    financieros.

    Ahora bien, luego de obtener una definición
    precaria de globalización pasemos, pues, a presentar a
    nuestro otro protagonista: El Estado
    nacional

    • La nación
      en tiempos de globalización: "los muertos que vos
      matáis gozan de muy buena salud"

    El debate sobre la nación y el Estado nacional es
    muy amplio. Los estudiosos llevan años discutiendo que es
    la nación y que relación tiene con el Estado. Con
    un trazo grueso podemos distinguir tres corrientes que,
    aún con sus disparidades en su interior, han dominado la
    escena. Por un lado aquellos que consideran a la nación
    como una manifestación ontológica indisociable del
    espíritu del pueblo (volksgeist) A su vez el
    Estado, en esta corriente, sería la manifestación
    propia de la totalidad, la concreción de la universalidad
    propia de un desarrollo
    histórico que tiende a realizar cierta espiritualidad.
    Esta idea primordialista de la nación es la que
    encontramos en los pensadores alemanes, en especial en Herder,
    Hegel y
    Fichte. Por otra parte, y como reacción al primer paradigma
    aparecieron corrientes posmodernas que denunciaron a la
    nación como un invento quimérico, una
    operación ideológica discursiva para legitimar el
    poder de las
    elites. La nación, de esta manera, no era más que
    un relato, el cuál habría que deconstruir para
    entender quién produce esa narración (Said 1996).
    No obstante, la corriente mas aceptada hoy aquella que defiende a
    la nación como una construcción moderna.

    La modernidad de la nación, entre otros, es
    defendida por el antropólogo Ernest Gellner (1988, 1998) y
    el historiador Eric Hobsbawm (1992, 1994). Los trabajos de
    Gellner son importantes ya que hacen permanente referencia a los
    grandes cambios ocurridos en Europa y que
    marcaron el final de una época abriendo paso a la
    conformación de un nuevo orden social, económico y
    político

    También el filósofo alemán
    Jürgen Habermas (1998, 2000) -desde la teoría
    crítica– concibe a la nación como
    una construcción moderna. Para Habermas luego de la
    caída de las estructuras
    feudales y sociales estamentarias del capitalismo temprano la
    forma de integración social se constituyó en
    torno a los
    estados nacionales. Para el autor alemán el éxito
    del estado nacional se debió a la capacidad que
    demostró para resolver los problemas suscitados por la
    fractura del orden social en la temprana modernidad. La forma de
    organización nacional permitió, por
    un lado el desarrollo del nuevo modo de producción, y por
    otro lado facilitó la integración cultural y
    política mediante una nueva forma de legitimación del poder (la soberanía popular)

    Ahora bien, lo que parece una digresión en
    nuestro plan de trabajo
    no es tal. El presente escrito toma la concepción de la
    nación moderna y la referencia a los trabajos de Gellner y
    Habermas tienen como objetivo renovar la pregunta: si la
    nación sirvió como espacio de organización
    para el nuevo momento histórico que significó la
    modernidad capitalista, ¿es válida ahora que parece
    que los tiempos han cambiado? ¿Es sostenible esa forma de
    organización Estatal-nacional en el nuevo
    contexto?

    Para algunos autores el estado nacional es ya una forma
    caduca que tenderá a desaparecer frente a la inevitable
    globalización. Susan Strange (1996), por ejemplo,
    argumenta que si bien el Estado no ha desaparecido el balance en
    los últimos años se ha inclinado claramente hacia
    los mercados mundiales en detrimento de los Estados nacionales.
    Por lo tanto la capacidad de control y de
    protección a los ciudadanos propia e los Estados ha
    mermado en el nuevo contexto económico. La
    afirmación de Strange, de acuerdo a Garret (1999, 2000) no
    está empíriamente verificada. Por su parte Ellen
    Meiksins Wood (2000 y 2001), nos ofrece otro argumentos
    más analítico para justificar la presencia del
    aparato estatal, _lobalización "en el mercado
    global, el capital necesita al estado" (2001:81). _loba esta
    autora norteamericana el capital necesita que el Estado garantice
    las condiciones de _lobalización_ y de _lobalizaci ,
    además de disciplinamiento laboral y
    social.

    En conclusión, el estado nacional sigue siendo
    central en el nuevo contexto global, pero ¿hasta que punto
    mantiene su autonomía?, es posible pensar en estrategias y
    diseño
    de políticas nacionales tendientes a hacer frente a los
    procesos que identificamos como propios de la
    globalización.

    • Autonomía nacional o heteronomía
      global

    El concepto de
    autonomía nacional es polisémico. Una de las
    posibles entradas al tema nos lleva por los senderos que
    recuerdan al modelo
    westfaliano y se vincula directamente a la territorialidad propia
    del Estado nacional moderno al que nos referíamos en el
    apartado anterior. En tal sentido hace referencia a que no hay
    otra autoridad
    externa que tenga injerencia legítima dentro de los
    límites
    territoriales. Un segundo sentido de autonomía se vincula
    a la capacidad de alcanzar objetivos políticos de forma
    independiente por parte del Estado nacional. En tanto la primera
    concepción se refiere a un principio jurídico
    podemos asociarla a la "soberanía nacional", la segunda se
    vincula a una cuestión de capacidad que puede admitir
    grados de mayor o menos autonomía. (Thompson 1985) En este
    sentido, podríamos distinguir analíticamente la
    "autonomía" como la capacidad de dictar las propias
    leyes y
    directrices en el plano económico, social, político
    y cultural, mientras reservamos "autodeterminación" para
    referirnos al principio jurídico que asiste a los pueblos,
    es decir un principio ligado a la soberanía.

    A partir del punto anterior, estamos en condiciones de
    seguir a Russell y Tolkatlian (2000) que proponen una
    definición de autonomía vinculado a la realidad
    latinoamericana. Esta nueva concepción se caracteriza por
    cambiar el la perspectiva que define autonomía por
    oposición a dependencia de cualquier otro agente a una
    definición de autonomía que "se construye con
    otros, y que llamamos ‘autonomía relacional’"
    (Russell y Tolkatlian 2000:6)

    Esta perspectiva nos permite debilitar las amarras de la
    vinculación de los niveles de autonomía a
    políticas nacionales o sub-regionales de aislamiento, de
    autosuficiencia o de oposición. La definición que
    sugerimos asigna otro significado a la autonomía como
    condición. Esta "autonomía relacional" debe
    entenderse como la capacidad y disposición de los estados
    para tomar decisiones con otros en forma independiente y para
    controlar conjuntamente procesos que se producen dentro de sus
    fronteras. De este modo el nivel de autonomía de una
    acción de política exterior en América
    Latina se puede identificar y medir como la habilidad de un
    país para poner en práctica políticas que
    sirvan al interés
    nacional

    Sin embargo, en muchos escritos se ha a firmado que esto
    es imposible. Se ha dicho que la inevitable aceleración de
    la competencia a nivel global afecta en niveles profundos las
    decisiones de los gobiernos nacionales. La ya citada Susan
    Strange, por ejemplo, se ha referido que mientras antes los
    gobiernos parecían ser quienes dirigían a los
    mercados, en la actualidad los mercados parecen ser los amos de
    los gobiernos nacionales (Strange 1996:4)

    Si la intervención estatal y las políticas
    redistribucionistas hacen poco eficaces y competitivos a los
    estados nacionales, la conclusión sería que es
    necesario optar y que las políticas intervensionistas
    podrían conducir a la necesidad de endeudamiento
    público para financiar el gasto social o una suba de
    impuesto lo
    que haría menos atractivo un país para las inversiones.

    No obstante, en el complejo proceso aparecen espacios en
    los que el Estado nación no ha perdido su poder o su
    capacidad de intervención (Garret 1999, 2000) No se trata
    de negar la importancia de un proceso social que reestructura las
    oportunidades políticas internacionales como los
    detallados en la sección anterior. A pesar de las recetas
    que se enfrentan a las intervenciones estatales (Coughlin,
    Cristal y Wood) es posible sin salirnos del plano
    económico, afirmar con Garrett que es mucho lo que el
    Estado nacional puede hacer, más allá de garantizar
    los derechos de
    propiedad, en
    referencia al capital humano y
    a la infraestructura. En el marco de la globalización los
    Estados nacionales han respondido con estrategias como
    reorganización de la producción, esquemas de
    promoción de la inversión y
    reestructuración de procesos vinculados al trabajo
    (Mitelman 2002), de la misma manera los estados nacionales tienen
    la capacidad de diseñar estrategias regionales tenientesa
    proteger a los ciudadanos y lograr desarrollo económico y
    social. Mas aún, autores como Pzeworski (1996) han
    reparado en la importancia de la reducción de las
    desigualdades para alcanzar la estabilidad social e incluso la
    medida de distribuir la riqueza tiene por objetivo prevenir los
    conflictos que
    pueden poner en peligro la economía de mercado.
    Indudablemente este es otro papel que el nuevo contexto reserva
    para el Estado.

    La autonomía del estado nacional, que es
    reestructurada aunque no eliminada en el nuevo orden mundial,
    puede fortalecerse a partir de la autonomía relacional y
    en el marco de la integración regional. En estos casos, la
    autonomía se procura mediante una estrategia de
    internacionalización o regionalización más
    que de nacionalización. No sólo, como dice Garrett
    (1999, 2000) los gobiernos tienen mayor autonomía de lo
    que ha menudo se presume, sino que no pueden delegar sus
    responsabilidades como espacios de legitimación
    democrática y praxis
    política constitutiva de la polis (Habermas
    2000).

    Si como afirma Meiksins Wood el Estado en los nuevos
    tiempos modernos se transforma en agente del proceso e
    globalización, también es un instrumento que puede
    brindar posibilidades una integración y diseñar
    políticas en el nuevo contexto mundial. El principio de
    soberanía nacional, es un principio jurídico, que
    aún tiene mucha fuerza y las
    capacidades propias de la autonomía estatal puede
    fortalecerse con la autonomía relacional.

    Hasta ahora hemos argumentado que la
    globalización es un proceso social propio del capitalismo,
    del que podemos dar algunas características en su aspecto
    económico. Asimismo defendimos la idea que en el nuevo
    contexto no ha acabado con la autonomía nacional, sino que
    ha puesto a los Estados frente a nuevos dilemas. Asimismo
    argumentamos que el Estado nacional puede ser sujeto del proceso
    de integración a partir de sus decisiones soberanas de con
    quién cooperar, en qué áreas coordinar
    políticas y si desea delegar responsabilidad en la
    toma de
    decisiones en ámbitos. Sin embargo nos queda por
    abordar uno de los puntos centrales. ¿Qué tipos de
    estrategia pueden seguir los estados?

    • ¿Que
      hacer?
      Las Estados nacionales latinoamericanos y sus
      estrategias frente a la globalización

    En el apartado anterior defendimos la idea de que los Estados
    nacionales siguen teniendo una autonomía aún en el
    nuevo contexto de globalización. Ahora bien, esto no
    quiere decir –le reiteramos- que desconocemos que ha
    cambiado el contexto internacional y que dentro de la nueva
    configuración económica y política los
    Estados están frente a diferentes opciones. Utilizaremos
    el concepto de Estructura de
    Oportunidades Políticas Internacionales para dar cuenta de
    las posibilidades que los Estados tienen n el nuevo contexto. De
    esta manera entendemos que en el nuevo contexto los países
    latinoamericanos del sur encuentran la necesidad de articular
    diferentes estrategias de integración regional. Un indicio
    de ello es puede ser la reactivación de la tendencia, en
    la última década, a constituir acuerdos luego de
    los intentos de los años ’60 y la primera parte de
    los 70 (Giacalone 2003)

    El problema de los modelos de
    integración regional adquiere una relevancia fundamental
    cuando tenemos en cuenta los efectos de los procesos
    globaizadores en el nuevo contexto mundial. La estrategia de
    integración regional, como hemos dicho, puede ser una
    forma de enfrentar problemas contemporáneo frecuentemente
    asociados al proceso de globalización.

    Por ejemplo, la integración regional entre
    países que pueden complementarse y no competir en todos
    los casos brinda una posibilidad de abordar problemas
    medioambientales. Los Estados nacionales, no sólo como
    argumenta Clark puede contribuir a la preservación del
    medioambiente mediante la imitación de prerrogativas
    legislativas de otros países. Además, y en aras de
    defender los derechos de las generaciones futuras de los propios
    países, la integración regional puede contribuir
    por un lado a la elaboración de estrategias regionales en
    materia de
    regulación ambiental, por ejemplo a través de
    normativas conjuntas sobre condiciones de producción sin
    contaminación. Por otro lado los espacios
    regionales pueden servir de esfera deliberativa de una serie de
    entidades civiles y académicas para vincular la
    participación ciudadana en las cuestiones
    medioambientales. Es evidente que hay temáticas que solo
    normativas globales de alcance mundial pueden ser efectivas, en
    materia de capa de ozono
    o recalentamiento del planeta poco podrán hacer los bloque
    regionales sin acuerdos globales. Sin embargo hay otros aspectos
    medioambientales en las que acuerdos regionales es imperante
    (tala de bosques, contaminación de ríos) aún
    más si tenemos en cuenta que las medidas unilaterales por
    parte de países, por ejemplo, limítrofes puede
    generar incentivos a las
    industrias
    contaminantes para arraigarse en el país vecino. Como el
    mismo Clark argumenta la acción tendiente a resolver
    problemas de medio ambiente
    debe desarrollarse a nivel regional más que a escala meramente
    nacional o global.

    Ahora bien, en el apartado anterior hemos defendido la
    posibilidad de las políticas de integración
    regional. Ésta permite a los Estados nacionales ser los
    agentes del proceso de integración y les posibilita
    mantener la primacía de la política en los acuerdos
    regionales: lo que supone, a su vez, una posibilidad de preservar
    la democracia.
    Como argumentan Tussie y Woods (2000) en tanto en los espacios
    multilaterales como la OMC aparezcan
    como poco transparentes y deslegitimados, la estrategia regional
    cobrará mas fuerza como mecanismo defensivo (Tussie 1998).
    Sin embargo cabe aclarar que la vía regional es una
    herramienta que tiene riesgos para
    los países latinoamericanos, en especial cuando se trata
    de la integración hemisférica entre países
    de desigual desarrollo.

    Podemos tomar la tipología para los modelos de
    integración que propuso la CEPAL en 1994, y que han
    recuperado en sendos trabajos presentados por FLCASO Isidro
    Morales (2003) y Mónica Casalet (2003), entre un
    "regionalismo abierto" que no busca la protección sino la
    convergencia en procesos de apertura y liberalización con
    el TLCAN como
    prototipo y otros procesos como el MERCOSUR que han propuesto
    otras agendas para la integración política y
    comercial.

    Una de las características que diferencia a los tipos
    de tratados de
    integración regional es que algunos vinculan lo que la OMC
    denomina países desarrollados con países en
    vías de desarrollo. Así el TELCAN es un ejemplo de
    la integración de países como México (en
    vías de desarrollo) y los desarrollados Canadá y
    Estados
    Unidos.

    • Que
      integración ¿ALCA o MERCOSUR?

    La propuesta hecha por el gobierno de
    Estados unidos de creación del Área de Libre Comercio de
    las Américas (ALCA) en la Primera cumbre de la
    Américas, realizada en Miami en 1994 despertó, en
    muchos gobiernos la expectativa de una zona hemisférica de
    libre comercio. El
    lanzamiento del ALCA parecía como la expresión
    continental de los dictados del libre mercado, y a su vez
    permitiría la creación de un mercado de 800
    millones de personas en el que los países de América
    Latina supuestamente podrían insertar sus productos en
    el atractivo mercado estadounidense.

    El acuerdo fundacional del ALCA se firmó en un contexto
    particular. Precedido por la firma del TLCAN y al mismo tiempo
    que muchos países se encontraban llevando a adelante una
    serie de reformas inspiradas en el "Consenso de Washington". El
    compromiso en torno a la creación del ALCA, aunque con
    matices, se confirmó en la reunión de Québec
    en el 2001. Sin embargo el contexto internacional ya no era el
    mismo (Serbin 2003). No solo Clinton había fracasado por
    ocho años obtener el Fast Track que le había
    permitido firmar el TLCAN, sino que muchos de los gobiernos
    latinoamericanos, en varios aspectos habían cambiado su
    disposición hacia la creencia que la total
    liberalización era la mejor forma de obtener el desarrollo
    económico. Asimismo, las presiones sociales producto del
    aumento de la desigualdad y de las nuevas condiciones posteriores
    al ajuste neoliberal se hicieron sentir, y las disputas por el
    tratamiento que debía darse a economía
    manifiestamente desiguales aparecieron sin posibilidades de
    resolución en las rondas del ALCA.

    Es cierto que es posible la integración de
    países en vias de desarrollo con países
    desarrollados si se elaboran disposiciones de tratamiento
    especial, y que éste tipo de tratamientos estaban
    originariamente en la agenda del ALCA. Sin embargo no hay
    indicios de un acuerdo en esta materia (Giacalone 2003). La
    posibilidad de un tratamiento diferenciado para las
    economías en desarrollo se aleja si tenemos en cuenta que
    para obtener el Fast Track que tanto se le había
    negado a Clinton, el actual presidente de Estados Unidos, Gorge
    W. Bush, realizó importantes concesiones y promesas
    internas. Bush obtuvo la aprobación de la ley en agosto de
    2002 que lo faculta para ejercer la "trade promotion
    authority
    ", sin embargo para lograrlo llevó a adelante
    una estrategia de seducción a los sectores mas reticentes
    a la firma del acuerdo impulsando iniciativas proteccionistas
    como el incremento de las tarifas de importación de acero y de
    madera
    canadiense, además de ampliar los subsidios
    agrícolas (Serbín 2003), lo que estaría en
    contra de uno de los principios del
    ALCA: la eliminación de barreras al comercio no debe
    excluir a ningún sector" (ACOSTA PUERTAS, 2003).

    Esto nos induce a pensar, como afirma Isidro Morales (2003)
    que la nueva diplomacia comercial de Estados Unidos tiene
    objetivos más disciplinarios que comerciales. Y que no se
    vincula estrictamente a la apertura y el reinado del libre
    mercado en el continente sino el nuevo proyecto
    hemisférico norteamericano para reconfigurar su
    hegemonía (Mittelman 2002).

    Frente a la virtual parálisis del ALCA producida por
    tres factores: Políticas internas de EEUU, presiones de la
    opinión pública, y las reticencias de los gobiernos
    del sur, se ha incrementado la estrategia bilateral de EEUU, por
    ejemplo con Chile y con Colombia. En el
    nuevo contexto de las relaciones interamericanas la estrategia de
    integración regional cobra aún mayor fuerza.

    La estrategia de integración sudamericana tiene un
    doble alcance, en primer lugar lograr la cooperación para
    enfrentar los niveles de desigualdad y pobreza
    presentes, a la vez de lograr la estabilidad. Como segundo
    objetivo la integración prepara a los estados nacionales
    del sur para la negociación conjunta en distintos foros,
    tanto por acuerdos con China,
    Japón,
    la Unión
    Europea y el propio ALCA, como para enfrentar el problema de
    la deuda externa con
    los organismos multilaterales (Banco Mundial,
    Fondo Monetario
    Internacional) y con los acreedores privados.

    Esta es, básicamente, la mirada que tiene Brasil del
    MERCOSUR como un "proyecto político estratégico
    impulsado por el Gobierno con la visión de que la
    integración con Argentina era una oportunidad para crear
    un nuevo marco de estabilidad, seguridad y
    desarrollo" (Bott, Delich y Tussie 2003:122) y a la que se
    sumó decididamente Argentina luego de la asunción
    del gobierno por parte de Nestor Kirchner en mayo del 2003
    (Serbin 2003 y Bott, Delich y Tussie 2003, Bizzozero 2003). De
    esta manera el proyecto de integración regional permite
    conservar facultades propias de la autonomía estatal a la
    vez la posibilidad de generar nuevos arreglos institucionales
    democráticos para que la integración no pierda
    legitimidad, por ejemplo la creación de un parlamento con
    legisladores popularmente electos.

    Cabe destacar que son los gobiernos de los Estados nacionales
    los que diseñan las estrategias y promueven diferentes
    modelos de integración regional. Lejos de desaparecer la
    autonomía nacional, los estados y sus gobiernos se
    encuentran frente a nuevos desafíos. Son los agentes de la
    globalización, y como dice Leo Panitch (1996), los
    responsables de las políticas y los intereses a las que se
    amoldan éstas. Lejos de anular la autonomía
    estatal, el nuevo proceso del orden internacional pone a los
    Estados nacionales frene a nuevas encrucijadas, con su
    acción se afirman las capacidades estatales. En parte
    estas decisiones se orientan a reforzar o delegar
    autonomía.

    La estrategia de fortalecer el MERCOSUR puede ser una buena
    política –originada en la autonomía estatal-
    para evitar ingresar a una ALCA en situación desventajosa
    y hacerlo con la fuerza relativa de la negociación en
    bloque. De esta manera la delegación en el bloque regional
    supondría un mejor juego para
    proteger la autonomía nacional. Como afirman Botto, Delich
    y Tussie "el consenso político sobre la
    profundización del MERCOSUR no parece anclarse en su
    agenda económica sino en una agenda de coordinación y cooperación social,
    con un fortalecimiento de las instancias institucionales"
    (2003:127) A su vez la relación argentino-brasileña
    produce un reordenamiento de las perspectivas de un bloque
    regional lo que incide en la agenda sudamericana y la
    relación de ambos países con Estados Unidos
    (Bizzozero 2003)

    De esta manera los estados nacionales, como sujetos de la
    política internacional se encuentran en la encrucijada de
    un regionalismo con fines meramente económicos que
    "depende de la lógica del capital global, que da
    incentivos para unirse con el fin de participar en el mercado e
    incrementar las oportunidades de comercio e inversión"
    (Mittelman 2002:181) o una integración que busque una
    orientación política del proceso y que busque
    legitimidad a al vez que articula políticas de desarrollo
    integral.

    En tal sentido, y si sosteneos con Stiglitz que la
    globalización tal como fue desarrollada ha tenido un
    efecto devastador para los países pobres (Stiglitz 2001)
    podemos argumentar que la estrategia de regionalización de
    América del Sur puede ser entendida como una
    política conjunta de los estados nacionales pobres para
    contrarrestar estos efectos (Puerta Rodríguez 2001) y
    producir nuevas formas de cooperación-coordinación
    capaces de generar mejoras en las condiciones de vida de la
    población y la gobernabilidad de la
    región.

    • Conclusión

    En el presente ensayo hemos defendido la idea de que en el
    "nuevo" orden mundial el Estado aún conserva muchas de sus
    capacidades regulatorias, a la vez que preserva un fuerte peso el
    principio de autodeterminación ligado a la
    soberanía nacional. Sin embargo el nuevo contexto pone a
    los gobiernos y a la sociedad
    frente a nuevos dilemas -nuevas encrucijadas- ligadas, en el caso
    que hemos presentado, a la política internacional.

    Parece evidente que los Estados deberán hacer
    utilización de esa soberanía para enfrentar los
    nuevos desafíos, sin embargo las opciones –los
    caminos de nuestra encrucijada- son diferentes. Es decir, no se
    pueden escapar de la situación de tomar decisiones
    vinculadas a las relaciones internacionales.

    La regionalización, hemos argumentado, puede recomponer
    algunas de las capacidades de regulación del Estado, es
    decir, puede generar nuevas competencias para
    asignar y movilizar recursos,
    establecer prioridades y avanzar en las condiciones de
    crecimiento y desarrollo. En el nuevo contexto no se produce la
    desaparición del Estado, sino la reconfiguración
    del rol que este ocupa en la articulación de mercado y
    sociedad.

    Si bien la estrategia de regionaliación puede recuperar
    y reforzar ciertas capacidades de protección a los
    ciudadanos, a la vez que permite una nueva legitimidad si se
    construyen instituciones
    democráticas capaces de fortalecer los mecanismos de toma
    de decisiones y de resolución de conflictos, no toda
    integración es conveniente.

    Para saber qué tipo de integración es la que
    brinda las mejores perspectivas es preciso definir con claridad
    los objetivos de la política exterior. Si, como creemos,
    los Estados tienen un papel activo que jugar en la
    promoción de políticas tendientes al desarrollo, la
    distribución del ingreso y la seguridad
    social será necesario planificar políticas de
    integración regional que promuevan estos principios. Si,
    como creemos, los estados nacionales se mantienen como esferas de
    la formación de la opinión
    pública y como ámbito de la legitimidad
    política, las integraciones deberán encontrar la
    forma de no perder legitimidad democrática.

    En definitiva, si como creemos, la autonomía relacional
    puede contribuir a la autonomía nacional y respetar el
    principio de legitimidad democrática. Y como argumentamos
    la estrategia del ALCA responde a un proyecto de geopolítica norteamericano más que a
    una integración regional democrático
    deberíamos orientarnos a pensar que, en el caso de los
    países del sur del continente es imperioso que refuercen
    su autonomía nacional en conjunto. Es decir diseñen
    estrategias de integración de forma tal de cooperar en la
    superación de las desigualdades del continente a partir de
    una proyecto regional entre países que comparten
    padecimientos y por lo tanto pueden articular políticas
    conjuntas.

    La encrucijada obliga tomar decisiones, y las promesas de
    quién quiere la firma con sangre son tentadoras Por lo
    tanto es necesario que la decisión responda a planes de
    desarrollo estratégico a mediano y largo plazo pero
    también que atienda las urgencias de la región. Es
    imperioso tomar buenas decisiones, democráticas y
    legítimas porque en la historia real no parece
    haber una heroína que nos salve de las decisiones
    equivocadas, no tenemos como en el Fausto de Goethe una Margarita
    que rescate nuestra alma luego de
    haber decidido, en la encrucijada, firmar el pacto.

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    Martín Retamozo

    Prof. De Filosofía.

    Nacionalidad: Argentina

    México, 2 de abril de 2004

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