- Resumen
- El éxito
asiático - América Latina: las
sociedades "asiáticas" - Eurocentrismo y
orientalismo - América Latina: de
espaldas al Pacífico - Orientalismo
estadounidense - América Latina:
inmigración asiática - ¿Una era del
Pacífico? - Conclusiones
- Bibliografía
América Latina desarrolló su historia de espaldas a Asia,
aunque tuviera antecedentes "asiáticos" en las sociedades
precolombinas, y el imperio español se
adentrara por el Pacífico hasta conquistar las Filipinas.
Al centrarse en el Atlántico, el subcontinente americano
perdió la oportunidad de aprender de sociedades que se
encuentran hoy entre las más dinámicas del mundo, y
de superar de este modo los malentendidos de la historia
colonial. Una perspectiva comparativa entre América
Latina y Asia muestra las
diferencias entre sociedades que supieron resistir a las
intromisiones extranjeras, y las que sucumbieron a
ellas.
El presente trabajo
sugiere que América
Latina y el Caribe, al haber evolucionado desde la Conquista en
la órbita Atlántica, "traicionaron" de algún
modo sus propias raíces y se privaron de la posibilidad de
aprender de los países que son considerados hoy como los
más exitosos de la economía
internacional: los del Pacífico asiático. Como
habremos de verlo, las diferencias básicas entre Asia y
América Latina son de orden cultural, y tienen que ver con
representaciones distintas de la autoridad,
el aprendizaje
y la lealtad al Estado. No
está dicho que el futuro pertenezca a Asia, pero de todos
modos América Latina seguramente haya perdido al no
vincularse más estrechamente con ese continente, que ha
demostrado que la modernización no tiene por qué
acompañarse de una feroz occidentalización, sin
contrapartidas. Por otra parte, el subcontinente americano ha
carecido del universalismo europeo que engendró un
orientalismo particular, del mismo modo en que Estados Unidos ha
creado el suyo.
Desarrollo
1. El éxito
asiático
En las últimas décadas, las sociedades
asiáticas han despertado la admiración –y, en
algunos casos, el recelo- de Occidente. En la segunda posguerra
del siglo XX, Japón
ya había conseguido parte de esa admiración: en un
tiempo muy
breve, el archipiélago se recuperó de los estragos
de la Segunda Guerra
Mundial y consiguió una recuperación
económica exitosa, con una fuerte cohesión social.
El país nipón se hizo famoso por haber sabido
conservar sus tradiciones (se modernizó desde la Era Meiji
sin renunciar a sus raíces), por su capacidad para la
innovación
tecnológica (luego de copiar las técnicas
occidentales), pero sobre todo por la disciplina y
la eficiencia
–aún en la dureza- de su sistema
educativo. No cabe idealizar a Japón: cayó en
una severa crisis, en
particular desde 1997, después de haber sido el
país que podía "decir no", y pronto se destaparon
escándalos de corrupción
e incluso de involucramiento de las mafias en las altas esferas
gubernamentales. Aún así, Japón
permaneció por mucho tiempo como un ejemplo de respeto de la
población por la autoridad y por un Estado
fuerte y proteccionista.
En una perspectiva diferente, desde finales de los
años ’60 del siglo pasado Vietnam también
provocó la admiración occidental: el pequeño
país asiático terminaría por vencer en la
guerra a la
potencia
más poderosa de la tierra,
Estados Unidos. Ciertamente, eran los tiempos de la Guerra
Fría y Vietnam del Norte recibió el espaldarazo
de la Unión Soviética, y en menor medida de
China. Pero la
victoria sobre Estados Unidos no fue solo obra de estos apoyos y
de una muy peculiar guerra de guerrillas: los vietnamitas, que
antes habían vencido a los franceses en Bien Dien Phu,
demostraron tener una fuerte disciplina colectiva y la capacidad
para seguir a un líder
como Ho Chi Minh. En los últimos tiempos, Vietnam se ha
abierto a Occidente y, en algunos aspectos, han vuelto a resurgir
los viejos problemas,
sobre todo en el antiguo Vietnam del Sur y la añeja
Saigón (hoy Ciudad Ho Chi Minh). No es seguro que
Vietnam haya tenido una revolución
endógena, aunque en cambio haya
logrado una trayectoria ejemplar de resistencia a las
incursiones foráneas.
En los años ’80 del siglo pasado, la
admiración se orientó hacia los llamados "cuatro
tigres" o "cuatro dragones" asiáticos: Hong Kong,
Singapur, Taiwán y Corea del Sur. La historia de Hong
Kong, antigua colonia británica, nunca fue del todo
inocente: la ciudad-Estado se enriqueció, en parte, con
toda suerte de tráficos ilícitos, por ejemplo
durante la guerra de
Vietnam. En cambio, Singapur, bajo la dirección de Lee Kuan Yew, demostró
muy pronto su capacidad, ya en la carrera de la
modernización, para disciplinar a su población y
conseguir de ella respeto por la autoridad y lealtad a un Estado
fuerte, que a algunos occidentales ha llegado a parecerles casi
"orwelliano". Hasta hoy, en Singapur se sancionan duramente
incluso delitos
menores por tráfico de drogas, de
modo mucho más severo que en Occidente. Taiwán
(Formosa) también se distinguió no solo por una
reforma
agraria pertinente, sino por la disciplina de un Estado que
nunca renunció del todo a cierto proteccionismo. Y si la
historia de Corea del Sur en la segunda posguerra del siglo XX
fue dictatorial y suscitó duras protestas internas, tanto
sindicales como estudiantiles, a la larga también se
caracterizó por la capacidad para disciplinar a una mano
de obra trabajadora y relativamente educada. Tampoco cabe la
idealización de Corea del Sur: desde 1997 estallaron, en
medio de la crisis económica, fuertes escándalos de
corrupción por la asociación
privilegiada entre los grandes conglomerados (los
chaebols) y las altas esferas gubernamentales. Una fuerte
disciplina, aunque de otro tipo, existe hasta hoy en Corea del
Norte, donde la idea "Zuche" creada por Kim Il Sung para lograr
la autosuficiencia acabaría por tener una importancia
mucho mayor que el marxismo-leninismo. Si hasta ahora existe un
denominador común entre los países asiáticos
mencionados, tiene que ver con la disciplina, el respeto por la
autoridad y la lealtad al Estado.
A diferencia de los países antes mencionados,
China si consiguió una revolución endógena
en 1949, con Mao Zedong a la cabeza. El maoísmo hubo de
causar más de un estrago en China (como en tiempos de la
Revolución Cultural), pero a la larga, ya sin la ayuda de
la Unión Soviética, China salió a flote y
emprendió la modernización desde 1978, con Deng
Xiaoping. China es hoy una potencia económica y militar,
que no ha perdido la cohesión social (pese a disrupciones
como las de Tiananmen en 1989), y donde la disciplina de la mano
de obra es ejemplar, aunque muchas veces sea objeto de un brutal
abaratamiento. En todo caso, desde el punto de vista interno,
como desde el de la relación con Hong Kong y con
Taiwán, el nacionalismo
chino se afianzó con un Estado fuerte, que no ha
renunciado del todo a su papel rector en la economía, y el mismo
respeto por la autoridad y la lealtad al Estado que en otros
países del Pacífico asiático. De manera un
tanto apresurada, algunos autores como el ideólogo
estadounidense Samuel P. Huntington han buscado explicar el
éxito asiático, y en particular el chino, por el
papel desempeñado por la religión, el
confucianismo en particular. En Occidente, la admiración
por la disciplina china ha querido que en el mundo empresarial se
divulguen, como "técnicas" para el éxito, las artes
de la guerra de un Sun Tzu. Hoy, la idealización tampoco
cabe en China: la potencia enfrenta problemas de
corrupción, de diferencias marcadas entre la prosperidad
de las regiones costeras y el interior y de desempleo, aunque
es igualmente cierto que es de los pocos países del orbe
–y en notorio contraste con los de América Latina y
el Caribe- que ha conseguido sacar a millones de personas de
la
pobreza.
No todas las sociedades del Pacífico
asiático tuvieron éxito: no es el caso de Malasia,
ni de Filipinas o de Indonesia, donde por cierto existe una
importante población musulmana. El mundo asiático
no puede verse desde Occidente como algo homogéneo y no
variopinto. Pero en términos generales, el Pacífico
asiático pareciera haber seguido una trayectoria muy
particular, no ajena a la Guerra Fría, y distinta de la
frecuente descomposición occidental. Queda abierta la
pregunta de si, con el fin de la Guerra Fría, las
sociedades asiáticas lograran mantener el rumbo
disciplinado de antaño, o cambiarán bajo la
influencia de la occidentalización. En todo caso, se trata
de sociedades que en distintas épocas, y sobre la base de
culturas milenarias, han demostrado su capacidad para resistir
los embates foráneos. No es, por ejemplo, el mismo caso de
las sociedades árabes e islámicas, sumamente
divididas hasta la actualidad.
La admiración reciente por los países del
Pacífico asiático poco tiene que ver, salvo en el
traslado de algunas artes chinas o japonesas (desde la acupuntura
hasta las artes marciales, el zen, el shiatsu o el reiki), con la
moda que se
impuso en Occidente desde finales de los años ’60,
en particular en Estados Unidos (para pasar desde ahí a la
América Latina): la difusión de ciertas tradiciones
hindúes (como el ayurveda, del yoga y otras
prácticas), y del budismo tibetano.
Aunque con espíritu contemplativo, saludable y
"comunitario" (a veces sectario), estas prácticas poco
tienen que ver con la disciplina de las sociedades del
Pacífico asiático, nada primitivas y consolidadas
en el siglo XX. Ni India y el
Tíbet son sociedades que se hayan caracterizado por los
rasgos que ya se han descrito sobre los países del
Pacífico asiático. India y el Tíbet tampoco
son territorios que hayan vivido de modo intenso la Guerra
Fría, pese a la ocupación china en el país
de los lamas. En todo caso, desde finales de los años
’60 surgió, como no había ocurrido nunca
antes, una peculiar forma de "orientalismo" en la primera
potencia del orbe. Este "orientalismo" poco tiene que ver con el
temor a la competencia
japonesa que se difundió en los años ’80 del
siglo pasado, ni con cierto miedo que provoca hoy el poderío
de China. Tampoco tiene que ver el actual "orientalismo"
estadounidense con el que practicara Europa, por lo
menos desde tiempos de la
Ilustración. En Estados Unidos, desde el siglo pasado,
la población de origen asiático fue encerrada con
frecuencia en ghettos o barrios segregados, y hubo incluso un
tiempo en el siglo XIX en que, con un inveterado racismo, se
prohibió la inmigración china. Al mismo tiempo, en los
propios Estados Unidos la población asiática (como
la de origen coreano o japonés) ha demostrado grandes
aptitudes para obtener una buena calificación profesional
e insertarse de este modo en la competitiva sociedad del
Norte.
2.América
Latina: las sociedades "asiáticas"
Es imposible saber qué habría sido de la
evolución de las grandes civilizaciones
precolombinas (azteca, inca, ya que la maya desapareció
envuelta en el misterio) de no haberse producido la brutal
Conquista española. Como vencedores, los españoles
se representaron a las sociedades vencidas con las referencias
que habían traído de Europa. No fue sino hasta los
siglos XIX y XX, con los adelantos de la investigación histórica, que pudo
establecerse una hipótesis nada descabellada: las
civilizaciones prehispánicas habrían sido
básicamente "tributarias" (basadas en el tributo), y
similares desde este punto de vista a las civilizaciones
asiáticas, como la china ("despótico-tributarias").
Si la hipótesis no es
descabellada, es en la medida en que, en primer lugar, los
habitantes originarios de América provenían de Asia
(entre otros lugares, de las cercanías del lago Baikal),
de donde llegaron cruzando el estrecho de Bering. En segundo
lugar, quien observe algunas costumbres indígenas
americanas actuales no puede dejar de notar, no sin cierta
extrañeza, su parecido con algunas tradiciones
asiáticas. El colorido de las vestimentas indígenas
puede recordar el de algunos grupos
étnicos asiáticos; la música andina peruana
(huaynos, huaylas) tiene resonancias que se encuentran en la
música china o de Mongolia; una diablada boliviana, con
sus máscaras, se emparenta en más de un aspecto con
ciertas festividades tibetanas, y basta con escuchar a la
cantante peruana Yma Sumac para percatarse de entonaciones que
solo se encuentran del otro lado del Pacífico.
Desafortunadamente, es una pista que no ha seguido la
etnomusicología latinoamericana. Algunos datos
científicos recientes corroboran la existencia de
"puentes" entre Asia y América: el tipo sanguíneo
de la isla japonesa de Hokkaido, por ejemplo, se encuentra
también en Perú.
Las civilizaciones precolombinas,
"despótico-tributarias", se basaban en el estancamiento
tecnológico –desventaja que aprovecharon los
españoles- y la inmensa carga de trabajo colocada sobre
los hombros de la fuerza humana.
Existía un Estado importante, con sus nobles y militares,
pero que se apoyaba al mismo tiempo, para recoger el tributo
(destinado por ejemplo a grandes obras ceremoniales), en las
comunidades aldeanas donde solía existir el trabajo
colectivo. En otros términos, la sobreexplotación
de la fuerza de trabajo compensaba la subutilización de
las posibilidades tecnológicas, y a la par existían
comunidades primitivas autárquicas (el ayllu inca,
el calpulli azteca) que podían confundirse con un
"comunismo
primitivo". Algunas de estas formas comunitarias han sobrevivido
hasta la actualidad, como en el caso de la minga en los
Andes ecuatorianos. Lo cierto es que los españoles no
encontraron civilizaciones basadas en el feudalismo, que
fue "importado" desde la península ibérica, y que
aprovechó –para imponerse- la ya existente
sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Con ello se
quebró la autoridad estatal prehispánica y las
lealtades personales que podía convocar (mediante los
sistemas de
parentesco, por ejemplo). El "orden" impuesto por los
españoles se convirtió en equivalente de
sumisión, y los vencidos dejaron de sentirse leales al
nuevo Estado: los indígenas podían llegar a
practicar el desgano (en medio de los trabajos forzados), el
desacato y la desobediencia. Desde la Conquista y la época
colonial, la disciplina y la lealtad al Estado se volvieron
imposibles, y ni siquiera la Corona, desde la península
ibérica, consiguió controlar toda suerte de excesos
entre los españoles de Indias. ¿Habrían
evolucionado las civilizaciones precolombinas al modo de las
asiáticas de no haber sido vencidas por los
españoles? Es imposible saberlo, aunque las
características de las sociedades tributarias parezcan
explicar que no haya germinado en ellas el capitalismo.
En todo caso, cierto "latinoamericanocentrismo", si cabe llamarlo
de este modo, ha pasado por alto un dato peculiar: Colón
ciertamente buscaba la ruta de las Indias y las riquezas
asiáticas, en particular a particular de todas las
leyendas del
Lejano Oriente, y se topó con un extraño y al mismo
tiempo deslumbrante Nuevo Mundo. Hubo de pasar mucho tiempo hasta
que la investigación histórica pudiera establecer
que las grandes civilizaciones precolombinas tenían
efectivamente rasgos en común con las asiáticas,
por el modo de producción tributario (como sugiriera
llamarlo Roger Bartra), que no era ni esclavista ni
feudal.
3. Eurocentrismo
y orientalismo
El "orientalismo" europeo nunca fue muy benevolente con
las sociedades asiáticas, aunque éstas hayan
despertado el interés de
los pensadores de la Ilustración, como Voltaire (que
escribió al respecto un texto
desafortunado). Para justificar los avances europeos, Montesquieu
pudo escribir una obra como ¿Cómo se puede ser
persa?. El mismo Montesquieu, en El espíritu de las
leyes, distinguía entre tres formas de
gobierno: republicano, monárquico y despótico.
Este último, basado en la ausencia de leyes, el temor y
el aislamiento, resultaba ser el peor de todos, y propio incluso
de sociedades instaladas con su inmutabilidad en "climas
cálidos". Como lo ha sugerido un autor como Edward W.
Said, el "orientalismo" europeo (que incluyó a literatos
como Nerval, Chateaubriand, Flaubert, Lamartine De Vigny y Victor
Hugo, entre otros), que se orientó sobre todo hacia el
mundo árabe e islámico, más que al Lejano
Oriente, tuvo mucho de justificación para las empresas
coloniales francesas y británicas. El mundo árabe e
islámico no dejó de estar envuelto en el misterio,
los prejuicios y la idealización de cierto exotismo o de
la "sensualidad" oriental. Con todo, Europa Occidental
había sido capaz, aún con sus estereotipos, de
mirar al mismo tiempo hacia América (sobre todo del
Norte), con la idealización del "buen salvaje", y hacia
Oriente, al convertirse en el "centro del mundo", algo que
Estados Unidos habría de hacer a su modo tiempo
después, y en particular entre finales del siglo XX y
principios del
siglo XXI. Las sociedades periféricas, en cambio, se
mostraron por la fuerza de las cosas incapaces de "representarse
al Otro" como no fuera bajo la figura odiada del colonizador.
Quiérase o no, los países centrales albergaron
cierta curiosidad (antropológica, histórica,
social, económica, etcétera….) por las
periferias, y produjeron sobre ellas un abundante conocimiento.
Por contraste, las periferias no fueron recíprocas y, con
frecuencia, se encerraron en la atribulada y "endogámica"
búsqueda de una "identidad"
propia. El ser periférico difícilmente puede
"representarse al Otro", aunque a veces lo haga con la misma
carga de prejuicios atribuida al colonizador. Como
excepción, una de las pocas sociedades bien colocadas para
mirar a la vez a Occidente y Oriente (y que tiene por
símbolo a un águila bicéfala) sea la
euroasiática Rusia, pese al
poco conocimiento que se tiene en el mundo occidental sobre los
trabajos de los "orientalistas" rusos (y anteriormente
soviéticos), algunos de los cuales ocuparon hasta hace
poco cargos importantes, como Evgueni Primakov.
Entre los pocos pensadores latinoamericanos que buscaron
tender puentes entre el pasado prehispánico y la
evolución posterior de América se encuentra el
peruano José Carlos Mariátegui, que en el siglo XX
buscó formas de "comunismo primitivo" en el ayllu
andino, y vio en ello un elemento positivo para las luchas
sociales a futuro. Con todo, en la obra de Mariátegui no
habría de aparecer el debate sobre
el "despotismo oriental", que se llevó a cabo lejos del
Perú. ¿Se trataba entre los incas de
comunismo primitivo o de sociedad tributaria? A la larga, las
interpretaciones tergiversadas de la obra de Mariátegui le
costaron caro al Perú: en los años ’80 del
siglo pasado, como es sabido, surgió en el país
andino el brutal terrorismo de
Sendero Luminoso, influenciado por el maoísmo, y que
provocó una gigantesca regresión –y
represión- en una sociedad en plena crisis, donde en
realidad estaba ganando terreno el "capitalismo cholo" (mestizo),
de espaldas a las tradiciones indígenas serranas
más antiguas, en plena desestructuración. Tampoco
es casual que, en medio de esta regresión, gran parte de
la sociedad peruana, contra el "blanco" Mario Vargas
Llosa, se pronunciara por seguir al carismático
nipón Alberto Fujimori. En cierto sentido, el Perú
hubo de dar un doble salto para atrás, de marcado corte
"asiatista", sin convertirse por ello en una sociedad
disciplinada, educada y leal al Estado. Incluso la aventura de
Fujimori, refugiado finalmente en Japón, terminó
mal: el "capitalismo cholo" se pronunció por el
Perú Posible de Alejandro Toledo, y al grito de "el chino
al Japón, y el cholo al sillón". El brote de
ancestral asiatismo en el Perú había
terminado.
4.
América Latina: de espaldas al
Pacífico
Son pocos los países de América Latina (El
Salvador, Ecuador,
Perú y Chile) que tienen una fachada exclusiva al
Pacífico, y desde la Conquista y la colonia el
subcontinente americano orientó siempre la mirada hacia el
Atlántico: Europa primero (España y
Portugal, Francia y Gran
Bretaña después), y Estados Unidos (la costa Este)
después. Desde este punto de vista, América Latina
no fue capaz de crear corrientes "orientalistas" de pensamiento,
como probablemente tampoco haya ocurrido en Africa. Con ello,
América Latina amputó las probabilidades de acceso
al universalismo. Los españoles, satisfechos con el
oro de
América, tampoco se habían interesado mayormente
por Asia, aunque algunos descubrimientos lo permitieran. Con
todo, debe mencionarse que los exploradores y navegantes
españoles hicieron una contribución importante al
descubrimiento del Pacífico: llegaron hasta las islas
Filipinas (azotadas por la piratería de los "moros" musulmanes y
piratas en Mindanao y el archipiélago Sulú), desde
donde se establecería durante la época colonial
cierto comercio con
China y Cipango (Japón), pero también descubrieron
Polinesia y Melanesia, los archipiélagos de las islas
Hawai, Marquesas, Sociedad, Nuevas Hébridas,
Salomón, Carolinas, Palaos, Marianas, la isla de Nueva
Guinea e incluso parte de Australia. El descubrimiento y la
valorización de las Filipinas tuvieron repercusiones
importantes, ya que permitieron establecer a la larga un paso
entre España –a través del puerto novohispano
de Veracruz, y el de Acapulco- y Oriente (donde existía
una fuerte competencia portuguesa), en lo que habría de
conocerse como la ruta de los Galeones de Manila o Naos de China.
A partir de aquí se establecería también un
comercio triangular de artículos chinos entre las
Filipinas, la Nueva España (México) y
el Perú. Entre otras cosas, muchos mexicanos se quedaron
en Filipinas y muchos filipinos se afincaron en México,
donde en la costa de Guerrero se pueden apreciar rasgos
fisonómicos malayos en parte de la población.
También por el paso de Panamá,
los españoles habían buscado la ruta "de
Cádiz a Catay". Desafortunadamente, la historia posterior
quiso que la gloria por la exploración del Pacífico
se pusiera a cuenta de otros descubridores y científicos,
como Cook, Bougainville, Gilbert, Marshall, La Pérouse y
Bering, entre otros. Finalmente, las rutas españolas del
Pacífico habrían de ser hostigadas ocasionalmente
por la piratería inglesa, pero sin que se llegara a las
proporciones que adquiriera el fenómeno en el mar
Caribe.
A fin de cuentas,
América Latina se orientó fundamentalmente al
Atlántico, y se dedicó, ya con la independencia,
a imitar a países como Francia o Gran Bretaña entre
las élites (como ocurriera con el porfiriato
"afrancesado" en México), aunque imitar nunca fue el
equivalente de aprender. Probablemente, rota la cohesión
social desde la Conquista y la Colonia, las élites
latinoamericanas (extranjerizadas aún después de la
Independencia) tuvieran temor de transmitir conocimiento,
educación
y disciplina entre la población local. En otros
términos, las sociedades latinoamericanas nunca lograron
hacer lo que las del Pacífico asiático, como
Japón: imitar para aprender, e incorporar lo aprendido al
acervo de riquezas internas. Después de las exploraciones
y la Colonia española, América Latina no
volvió a interesarse mayormente por Asia, ni siquiera por
el emparentamiento con las Filipinas (curiosamente, hasta hoy
algunos filipinos pueden encarnar personajes mexicanos en la
filmografía estadounidense, como ocurriera con la historia
de Ritchie Valens en La Bamba).
5.
Orientalismo estadounidense
Como ya habíamos sugerido, Estados Unidos
engendró desde finales de los años ’60 un
"orientalismo ligero" (light si se quiere), basado sobre
todo en la admiración por las tradiciones ancestrales
hindúes y tibetanas, y en mucho menor medida por el
taoísmo chino. En cambio, con el fin de la Guerra
Fría surgió en la potencia del Norte otro tipo de
orientalismo, cargado de desprecio por el islam,
identificado con el atraso, la incapacidad para acceder a la
modernidad, la
renuencia a reconocer los derechos de la
mujer y los atuendos y las barbas "bárbaras" de grupos
como los talibanes afganos. Para muchos estadounidenses, el mundo
islámico se convirtió en equivalente del terror, y
no faltaron tampoco elaboraciones ideológicas como las de
Huntington para justificar el miedo. Por si fuera poco, el mundo
islámico se asoció con el temor a la
"explosión demográfica" más o menos
incontrolable. Lo que no deja de parecer extraño, en este
nuevo orientalismo estadounidense (consolidado desde luego
después de los atentados del 11 de septiembre de 2001), es
que oculte las alianzas que Washington tejió durante la
Guerra Fría con los países islámicos
más retrógrados, desde Arabia Saudita y Kuwait
hasta Pakistán, el "país de los puros". Estas
alianzas se habían afianzado para contener el nacionalismo
laico árabe y para tender un "cinturón verde" que
amenazara a Europa, repleta de inmigrantes musulmanes, y a la
antigua Unión Soviética, entrampada en
Afganistán. En otros términos, de manera harto
paradójica, Washington contribuyó a armar y
defender a los "bárbaros" que luego habría de
temer, como los talibanes (estudiantes de teología)
afganos, durante mucho tiempo apoyados desde Pakistán. En
todo caso, el nuevo orientalismo estadounidense ya no
tendría nada de "ligero", y habría buscado
convertir a un islam mal conocido en causante de un eventual
"choque de civilizaciones". En la visión estadounidense,
el árabe y el islámico se convirtieron
automáticamente en "fanáticos".
A diferencia del orientalismo "ligero", el más
reciente no tuvo mayores repercusiones en América Latina.
No deja de resultar un tanto curioso, sin embargo, que en los
últimos tiempos, en particular desde los años
’90 del siglo pasado, en el subcontinente americano, en
plena apertura y con sus rebrotes de "mercantilismo"
(con el renacer de los compradores), los inmigrantes de
origen levantino hayan cobrado cierta importancia en algunos
país, más allá del origen palestino de, por
ejemplo, el líder comunista del Frente Farabundo Martí
para la Liberación Nacional salvadoreño, Shafick
Jorge Handal, uno de los pocos que se atreviera a criticar la
política
exterior cubana de Fidel Castro.
En México, algunos de los hombres más ricos
(multimillonarios) son de origen libanés (Slim, Harp
Helú). En el Ecuador, los acaudalados de origen
libanés pasaron también a ocupar puestos
importantes en la política local (Bucaram, Nebot, Mahuad),
y algo similar ocurrió en Argentina con la familia de
origen sirio-libanesa Menem-Yoma. En
América Latina, la admiración por las sociedades
levantinas e islámicas nunca había pasado de
la lectura
fantástica de Las Mil y una noches, de la comicidad
de un Mario Moreno "Cantinflas" en una película como El
Mago (con cierta burla del machismo mexicano), o del aporte
de algunos personajes de origen libanés al cine nacional
en México (Gaspar Henaine "Capulina", Mauricio
Garcés). Con el resurgimiento de la pasión por las
"identidades étnicas", apareció en los
últimos tiempos una literatura sobre los
inmigrantes de origen libanés en América Latina
(como la de Carlos Matínez Assad en México). No
deja de resultar sorprendente que, en el pasado, los gobernantes
del subcontinente tuvieran apellidos castellanos, y que
recientemente ello haya cambiado: más que un efecto de
la
globalización "en abstracto", pareciera haber sido el
de la "recompradorización" de las élites locales.
América Latina toleró el fenómeno, como lo
hizo con el "chino" Fujimori en el Perú, pero sin
engendrar por ello orientalismo alguno. Es igualmente cierto que
alguna influencia islámica había llegado al
continente con los españoles, beneficiados alguna vez del
esplendor de Al-Andalus, y que esa influencia se reconoce hoy en
la música, por ejemplo en la entonación de la voz
(puede pensarse por ejemplo en "La Malagueña"
mexicana).
6.
América Latina: inmigración
asiática
Una de las razones por las cuales se dificultó la
"representación del Otro" en el ser periférico
tiene que ver con que, hasta hace relativamente poco tiempo, las
migraciones se producían sobre todo desde el Norte y no
desde el Sur. Salvo ahora, en casos excepcionales
(España), los latinoamericanos no migraron mayormente
hacia Europa, aunque hayan recibido en cambio inmigrantes
españoles. En la actualidad, el grueso de los emigrantes
del subcontinente americano se dirige hacia Estados Unidos. En
cambio, desde hace bastante tiempo América Latina y el
Caribe han recibido una importante inmigración
asiática, relativamente bien tolerada, aunque casi nunca
(salvo en casos como el de Fujimori en el Perú) haya sido
considerada como parte de la historia sincrética y mestiza
local (con excepciones como la mostrada en el filme
Gaijin, sobre la experiencia de los japoneses en Brasil).
En algunos casos, luego de haberse instalado, la
población de origen asiático fue objeto de
persecución en algunos países de América
Latina: así ocurrió con los chinos del norte
sonorense de México, expulsados en los años
’30 del siglo pasado, y con los japoneses en el Perú
por la misma época, y deportados a Estados Unidos durante
la Segunda Guerra
Mundial. De una manera general, la inmigración
asiática al subcontinente americano comenzó en
medio de grandes dificultades en el siglo XIX: los
"culíes" chinos jugaron un papel importante en la construcción del ferrocarril de
Panamá, y en las plantaciones de Cuba (azúcar)
y Perú (azúcar y algodón, aunque también en la
construcción de ferrocarriles). Ya en el siglo XX, la
inmigración japonesa constituyó importantes
colonias agrícolas en Bolivia,
Paraguay y
Brasil, aunque el primer lugar por inmigración del
archipiélago asiático en América Latina lo
constituyó Brasil, y el segundo Perú, ya con
inmigraciones de preferencia urbanas. En las grandes ciudades,
los japoneses se concentraron en Sao Paulo, en particular en el
barrio Liberdade (y luego Bom Retiro) al que llegarían
posteriormente chinos y coreanos; los japoneses y los coreanos en
Argentina se concentraron en Buenos Aires
(barrio de Once y Avenida Avellaneda); los japoneses en el
Perú en Lima (Gamarra), al igual que los chinos y
coreranos; los japoneses de Chile en Santiago y los chinos en
Iquique, y los del istmo enla Ciudad de Panamá, donde "ir
al chino" llegó a convertirse en equivalente de "ir a la
tienda de la esquina". También cabe mencionar que hubo
comunidades chinas que se instalaron en el Caribe (Jamaica,
Trinidad y Guyana (por cierto que apellidos de origen
árabe tienen hasta hoy un papel importante en el control del
comercio haitiano). De una manera general, los inmigrantes
asiáticos se afianzaron en las actividades comerciales
(restaurantes, comercios al por menor, textiles,
tintorerías, etcétera…), mientras que los
que triunfaron en la agricultura
consiguieron mejorar la producción de soya en Bolivia y
Paraguay, o dedicarse a la avicultura en Bolivia, Colombia y
Perú, y algunos más tuvieron éxito en la
floricultura (Chile). En algunos países, como Perú
y Panamá, la cocina local se enriqueció con los
aportes asiáticos.
Desde la crisis en los años ’80 del siglo
XX, algunos asiáticos regresaron a sus lugares de origen
(como los japoneses para enviar remesas a sus familiares a
Perú), mientras otros emigraron a Estados Unidos. De
hecho, cierta influencia asiática en América Latina
no dejó de tener cierta influencia que pasaba por Estados
Unidos, sobre todo en el gusto por los aspectos más
violentos de las artes marciales, de las películas de
Bruce Lee a las series televisivas de Jackie Chan. La
inserción de algunos grupos asiáticos en
países del subcontinente americano no ha estado exenta de
problemas a principios del siglo XXI: en la Ciudad de
México, por ejemplo, los comercios coreanos ganaron
terreno en la antes turística Zona Rosa, pero
también entre las mafias del "barrio bravo" de Tepito,
conocido por sus actividades de contrabando.
Como se ha señalado desde el principio de este trabajo, el
mundo asiático no debe idealizarse, por "misterioso" que
pueda parecer: la diáspora china, por ejemplo, tuvo en
algunos países sus vínculos con las mafias y
organizó las propias, como las llamadas "tríadas".
Como sea, en América Latina la cultura del
Pacífico asiático ha comenzado a conocerse mejor
por la entrada de filmes, en particular de la nueva y reputada (a
nivel internacional) cinematografía china, como ocurriera
en el pasado con el japonés Akira Kurosawa. Desde luego
que, en perspectiva, los aportes de las comunidades
asiáticas en América Latina no tienen
parangón con la casi nula presencia de latinoamericanos en
el Pacífico asiático, salvo cuando países
como Corea del Sur y Taiwan contribuyeron a adiestrar a fuerzas
armadas represivas del subcontinente, sobre todo en el Cono Sur.
También puede mencionarse la fuerte presencia de la secta
coreana Moon en algunos países del Cono Sur (Uruguay,
Brasil). En todo caso, no hay emigración latinoamericana
al Pacífico asiático, como tampoco la hay, por
cierto, a Oriente Medio.
La historia quiso que desde los años ’80
del siglo pasado, cuando se especuló sobre la entrada en
una supuesta "Era del Pacífico", el subcontinente
americano reforzara sus vínculos con Estados Unidos, desde
donde llegan por lo demás productos
orientales como los de las cadenas de comida rápida
(fast food). América Latina desaprovechó una
oportunidad de estrechar lazos con Extremo Oriente, y se
orientó, como siempre en el pasado, hacia el
Atlántico. Aunque hubiera cierto interés, la
curiosidad no llegó hasta tratar de integrar en el tejido
local las enseñanzas exitosas de posguerra de los
países asiáticos. El subcontinente americano
perdió una ocasión más de ser
"bicéfalo", y confirmó en cierto modo tesis como
las de Huntington: al modo del kemalismo turco, América
Latina se ha esforzado desde tiempos coloniales en conjugar
modernización y occidentalización, por más
que el propio Huntington haya visto una carga "india" en los
países al Sur de Estados Unidos. Tampoco está de
más señalar que no existen vínculos entre
los asiáticos y la población indígena de
América Latina, pese a los lejanos emparentamientos
mencionados en este trabajo. Los nuevos movimientos
indígenas han llamado sobre todo la atención de los occidentales.
La pujanza china en las últimas décadas ha
asombrado al mundo, pero ello no implica forzosamente que China
tenga aspiraciones a convertirse en una potencia "global", ni que
pueda hacerlo: sus dirigentes, en todo caso, han expresado su
interés por un futuro multipolar. Japón tampoco
tiene la capacidad para convertirse en una potencia global, en
particular al no contar con los recursos
militares necesarios para ello, y por depender aún de
cierta tutela
estadounidense, que data de la Guerra Fría. Con todo,
algunos autores, como André Gunder Frank, han sugerido que
China podría volver a ser el centro de una
"economía global", lugar que perdió, al igual que
otros países asiáticos (como India) durante la gran
expansión europea entre 1400 y 1800. Por razones internas,
las economías y sociedades asiáticas ya se
encontraban estancadas o en retroceso cuando comenzó la
expansión europea. Pero si algo es interesante en las
tesis de Gonder Frank, es el modo en que relaciona la historia de
América con la de Asia durante la expansión
europea. En efecto, Europa Occidental, donde España
perdía sus riquezas americanas a manos de otros
países, se enriqueció con la plata y el oro
extraídos de América, y utilizó estos
recursos para incrementar su comercio con Asia y penetrar desde
India hasta Extremo Oriente, antes de emprender la aventura
colonialista final. De este modo, el Descubrimiento de
América también sirvió para la creciente
intromisión europea en Asia. Como ya se ha sugerido,
Europa supo mirar al Occidente y al Oriente a la vez, y construir
de este modo sus colonias de ultramar, en un proceso que
duró siglos. No por ello hubo interés de
España por el Lejano Oriente, salvo en el caso filipino ya
mencionado. España, en realidad, se debatió sobre
todo entre su pertenencia al Mediterráneo (desde donde
había sufrido la penetración musulmana)y la
construcción de su imperio Atlántico.
La actual pujanza china no está envuelta en un
"misterio insondable", y le debe mucho a una arriesgada
combinación de economía de mercado y
apertura al exterior con el disciplinamiento estatal, heredado de
la Revolución y de la Guerra Fría, por lo que un
futuro demasiado promisorio es difícil de augurar. En
el estado
actual de cosas, solo recogiendo tesis probablemente ya superadas
como las de Max Weber (y
en menor medida, de Durkheim)
podría explicarse únicamente el éxito chino
por la sobrevivencia de la "esencia" confuciana. La
investigación histórica en Occidente olvida
fácilmente que, pese a tanto "misterio", Oriente ha sido
capaz de crear sus propios humanistas, en fuerte contacto con la
cultura europea sobre todo (Ho Chi Minh, por ejemplo, admiraba la
cultura francesa, como fue en Francia donde hizo proselitismo el
ayatolá iraní Jomeini), y de aspirar al laicismo.
China no es hoy una sociedad fundamentalmente "religiosa", ni
mucho menos fanática.
Centrada en el Atlántico y de espaldas al
Pacífico, América Latina, carente de universalidad,
no ha sabido aprender de la evolución sorprendente de las
sociedades asiáticas, ni de las posibilidades de su propia
historia. En particular, y a diferencia de lo sucedido en el
Extremo Oriente, el subcontinente americano colonizado no
consiguió resguardar la cohesión social y nacional,
conservar una verdadera autoridad estatal y crear un sistema educativo
digno de ese nombre. La autoridad se confundió desde la
Colonia con la imposición, y la lealtad con
sumisión, en una cultura perneada por el problema
básico de la humillación. Si en el Atlántico
se trató de imitar para "brillar", en el Pacífico
se trataba de aprender para progresar y tener éxito. Desde
este punto de vista, cabe lamentar que América Latina haya
crecido de espaldas a Asia, salvo con eventuales atracciones por
la cultura hindú, como la que profesara Octavio Paz.
¿Quedará América Latina marginada del
reordenamiento actual del mundo, que se inclina por Asia, o se
reencontrará con su propia historia, superando sus
aspectos más negativos?.
–Banco
Interamericano de Desarrollo.
Cuando Oriente llegó a América. Contribuciones
de inmigrantes chinos, japoneses y coreanos, BID. Washington
D.C., 2004.
-Bartra, Roger. El modo de producción
asiático. Problemas de la historia de los países
coloniales. Era, México, 1986.
-Chesneaux, Jean, et al. El modo de
producción asiático. Grijalbo, México,
1969.
-Corm, Georges. La fractura imaginaria. Las falsas
raíces del enfrentamiento entre Oriente y Occidente.
Tusquets, Barcelona, 2004.
-De Jarmy Chapa, Martha. La expansión
española hacia América y el Océano
Pacífico. II. La Mar del Sur y el impulso hacia el
Oriente. Fontamara, México, 1988.
-Gunder Frank, André. ReoOrient. Global
economy in the Asian Age. University of California Press.
1998.
Enviado por:
Dr. Marcos Cueva Peras
Dr. En Economía Internacional por la Universidad
Pierre-Mendés France, Grenoble, Francia
Instituto de Investigaciones
Sociales
Universidad Nacional Autónoma de
México
México D.F., agosto de 2005