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América Latina y Asia: Perspectivas históricas comparativas




Enviado por marcos cueva



    1. Resumen
    2. El éxito
      asiático
    3. América Latina: las
      sociedades "asiáticas"
    4. Eurocentrismo y
      orientalismo
    5. América Latina: de
      espaldas al Pacífico
    6. Orientalismo
      estadounidense
    7. América Latina:
      inmigración asiática
    8. ¿Una era del
      Pacífico?
    9. Conclusiones
    10. Bibliografía

    Resumen

    América Latina desarrolló su historia de espaldas a Asia,
    aunque tuviera antecedentes "asiáticos" en las sociedades
    precolombinas, y el imperio español se
    adentrara por el Pacífico hasta conquistar las Filipinas.
    Al centrarse en el Atlántico, el subcontinente americano
    perdió la oportunidad de aprender de sociedades que se
    encuentran hoy entre las más dinámicas del mundo, y
    de superar de este modo los malentendidos de la historia
    colonial. Una perspectiva comparativa entre América
    Latina y Asia muestra las
    diferencias entre sociedades que supieron resistir a las
    intromisiones extranjeras, y las que sucumbieron a
    ellas.

    Introducción

    El presente trabajo
    sugiere que América
    Latina y el Caribe, al haber evolucionado desde la Conquista en
    la órbita Atlántica, "traicionaron" de algún
    modo sus propias raíces y se privaron de la posibilidad de
    aprender de los países que son considerados hoy como los
    más exitosos de la economía
    internacional: los del Pacífico asiático. Como
    habremos de verlo, las diferencias básicas entre Asia y
    América Latina son de orden cultural, y tienen que ver con
    representaciones distintas de la autoridad,
    el aprendizaje
    y la lealtad al Estado. No
    está dicho que el futuro pertenezca a Asia, pero de todos
    modos América Latina seguramente haya perdido al no
    vincularse más estrechamente con ese continente, que ha
    demostrado que la modernización no tiene por qué
    acompañarse de una feroz occidentalización, sin
    contrapartidas. Por otra parte, el subcontinente americano ha
    carecido del universalismo europeo que engendró un
    orientalismo particular, del mismo modo en que Estados Unidos ha
    creado el suyo.

    Desarrollo

    1. El éxito
    asiático

    En las últimas décadas, las sociedades
    asiáticas han despertado la admiración –y, en
    algunos casos, el recelo- de Occidente. En la segunda posguerra
    del siglo XX, Japón
    ya había conseguido parte de esa admiración: en un
    tiempo muy
    breve, el archipiélago se recuperó de los estragos
    de la Segunda Guerra
    Mundial y consiguió una recuperación
    económica exitosa, con una fuerte cohesión social.
    El país nipón se hizo famoso por haber sabido
    conservar sus tradiciones (se modernizó desde la Era Meiji
    sin renunciar a sus raíces), por su capacidad para la
    innovación
    tecnológica (luego de copiar las técnicas
    occidentales), pero sobre todo por la disciplina y
    la eficiencia
    –aún en la dureza- de su sistema
    educativo. No cabe idealizar a Japón: cayó en
    una severa crisis, en
    particular desde 1997, después de haber sido el
    país que podía "decir no", y pronto se destaparon
    escándalos de corrupción
    e incluso de involucramiento de las mafias en las altas esferas
    gubernamentales. Aún así, Japón
    permaneció por mucho tiempo como un ejemplo de respeto de la
    población por la autoridad y por un Estado
    fuerte y proteccionista.

    En una perspectiva diferente, desde finales de los
    años ’60 del siglo pasado Vietnam también
    provocó la admiración occidental: el pequeño
    país asiático terminaría por vencer en la
    guerra a la
    potencia
    más poderosa de la tierra,
    Estados Unidos. Ciertamente, eran los tiempos de la Guerra
    Fría y Vietnam del Norte recibió el espaldarazo
    de la Unión Soviética, y en menor medida de
    China. Pero la
    victoria sobre Estados Unidos no fue solo obra de estos apoyos y
    de una muy peculiar guerra de guerrillas: los vietnamitas, que
    antes habían vencido a los franceses en Bien Dien Phu,
    demostraron tener una fuerte disciplina colectiva y la capacidad
    para seguir a un líder
    como Ho Chi Minh. En los últimos tiempos, Vietnam se ha
    abierto a Occidente y, en algunos aspectos, han vuelto a resurgir
    los viejos problemas,
    sobre todo en el antiguo Vietnam del Sur y la añeja
    Saigón (hoy Ciudad Ho Chi Minh). No es seguro que
    Vietnam haya tenido una revolución
    endógena, aunque en cambio haya
    logrado una trayectoria ejemplar de resistencia a las
    incursiones foráneas.

    En los años ’80 del siglo pasado, la
    admiración se orientó hacia los llamados "cuatro
    tigres" o "cuatro dragones" asiáticos: Hong Kong,
    Singapur, Taiwán y Corea del Sur. La historia de Hong
    Kong, antigua colonia británica, nunca fue del todo
    inocente: la ciudad-Estado se enriqueció, en parte, con
    toda suerte de tráficos ilícitos, por ejemplo
    durante la guerra de
    Vietnam. En cambio, Singapur, bajo la dirección de Lee Kuan Yew, demostró
    muy pronto su capacidad, ya en la carrera de la
    modernización, para disciplinar a su población y
    conseguir de ella respeto por la autoridad y lealtad a un Estado
    fuerte, que a algunos occidentales ha llegado a parecerles casi
    "orwelliano". Hasta hoy, en Singapur se sancionan duramente
    incluso delitos
    menores por tráfico de drogas, de
    modo mucho más severo que en Occidente. Taiwán
    (Formosa) también se distinguió no solo por una
    reforma
    agraria pertinente, sino por la disciplina de un Estado que
    nunca renunció del todo a cierto proteccionismo. Y si la
    historia de Corea del Sur en la segunda posguerra del siglo XX
    fue dictatorial y suscitó duras protestas internas, tanto
    sindicales como estudiantiles, a la larga también se
    caracterizó por la capacidad para disciplinar a una mano
    de obra trabajadora y relativamente educada. Tampoco cabe la
    idealización de Corea del Sur: desde 1997 estallaron, en
    medio de la crisis económica, fuertes escándalos de
    corrupción por la asociación
    privilegiada entre los grandes conglomerados (los
    chaebols) y las altas esferas gubernamentales. Una fuerte
    disciplina, aunque de otro tipo, existe hasta hoy en Corea del
    Norte, donde la idea "Zuche" creada por Kim Il Sung para lograr
    la autosuficiencia acabaría por tener una importancia
    mucho mayor que el marxismo-leninismo. Si hasta ahora existe un
    denominador común entre los países asiáticos
    mencionados, tiene que ver con la disciplina, el respeto por la
    autoridad y la lealtad al Estado.

    A diferencia de los países antes mencionados,
    China si consiguió una revolución endógena
    en 1949, con Mao Zedong a la cabeza. El maoísmo hubo de
    causar más de un estrago en China (como en tiempos de la
    Revolución Cultural), pero a la larga, ya sin la ayuda de
    la Unión Soviética, China salió a flote y
    emprendió la modernización desde 1978, con Deng
    Xiaoping. China es hoy una potencia económica y militar,
    que no ha perdido la cohesión social (pese a disrupciones
    como las de Tiananmen en 1989), y donde la disciplina de la mano
    de obra es ejemplar, aunque muchas veces sea objeto de un brutal
    abaratamiento. En todo caso, desde el punto de vista interno,
    como desde el de la relación con Hong Kong y con
    Taiwán, el nacionalismo
    chino se afianzó con un Estado fuerte, que no ha
    renunciado del todo a su papel rector en la economía, y el mismo
    respeto por la autoridad y la lealtad al Estado que en otros
    países del Pacífico asiático. De manera un
    tanto apresurada, algunos autores como el ideólogo
    estadounidense Samuel P. Huntington han buscado explicar el
    éxito asiático, y en particular el chino, por el
    papel desempeñado por la religión, el
    confucianismo en particular. En Occidente, la admiración
    por la disciplina china ha querido que en el mundo empresarial se
    divulguen, como "técnicas" para el éxito, las artes
    de la guerra de un Sun Tzu. Hoy, la idealización tampoco
    cabe en China: la potencia enfrenta problemas de
    corrupción, de diferencias marcadas entre la prosperidad
    de las regiones costeras y el interior y de desempleo, aunque
    es igualmente cierto que es de los pocos países del orbe
    –y en notorio contraste con los de América Latina y
    el Caribe- que ha conseguido sacar a millones de personas de
    la
    pobreza.

    No todas las sociedades del Pacífico
    asiático tuvieron éxito: no es el caso de Malasia,
    ni de Filipinas o de Indonesia, donde por cierto existe una
    importante población musulmana. El mundo asiático
    no puede verse desde Occidente como algo homogéneo y no
    variopinto. Pero en términos generales, el Pacífico
    asiático pareciera haber seguido una trayectoria muy
    particular, no ajena a la Guerra Fría, y distinta de la
    frecuente descomposición occidental. Queda abierta la
    pregunta de si, con el fin de la Guerra Fría, las
    sociedades asiáticas lograran mantener el rumbo
    disciplinado de antaño, o cambiarán bajo la
    influencia de la occidentalización. En todo caso, se trata
    de sociedades que en distintas épocas, y sobre la base de
    culturas milenarias, han demostrado su capacidad para resistir
    los embates foráneos. No es, por ejemplo, el mismo caso de
    las sociedades árabes e islámicas, sumamente
    divididas hasta la actualidad.

    La admiración reciente por los países del
    Pacífico asiático poco tiene que ver, salvo en el
    traslado de algunas artes chinas o japonesas (desde la acupuntura
    hasta las artes marciales, el zen, el shiatsu o el reiki), con la
    moda que se
    impuso en Occidente desde finales de los años ’60,
    en particular en Estados Unidos (para pasar desde ahí a la
    América Latina): la difusión de ciertas tradiciones
    hindúes (como el ayurveda, del yoga y otras
    prácticas), y del budismo tibetano.
    Aunque con espíritu contemplativo, saludable y
    "comunitario" (a veces sectario), estas prácticas poco
    tienen que ver con la disciplina de las sociedades del
    Pacífico asiático, nada primitivas y consolidadas
    en el siglo XX. Ni India y el
    Tíbet son sociedades que se hayan caracterizado por los
    rasgos que ya se han descrito sobre los países del
    Pacífico asiático. India y el Tíbet tampoco
    son territorios que hayan vivido de modo intenso la Guerra
    Fría, pese a la ocupación china en el país
    de los lamas. En todo caso, desde finales de los años
    ’60 surgió, como no había ocurrido nunca
    antes, una peculiar forma de "orientalismo" en la primera
    potencia del orbe. Este "orientalismo" poco tiene que ver con el
    temor a la competencia
    japonesa que se difundió en los años ’80 del
    siglo pasado, ni con cierto miedo que provoca hoy el poderío
    de China. Tampoco tiene que ver el actual "orientalismo"
    estadounidense con el que practicara Europa, por lo
    menos desde tiempos de la
    Ilustración. En Estados Unidos, desde el siglo pasado,
    la población de origen asiático fue encerrada con
    frecuencia en ghettos o barrios segregados, y hubo incluso un
    tiempo en el siglo XIX en que, con un inveterado racismo, se
    prohibió la inmigración china. Al mismo tiempo, en los
    propios Estados Unidos la población asiática (como
    la de origen coreano o japonés) ha demostrado grandes
    aptitudes para obtener una buena calificación profesional
    e insertarse de este modo en la competitiva sociedad del
    Norte.

    2.América
    Latina: las sociedades "asiáticas"

    Es imposible saber qué habría sido de la
    evolución de las grandes civilizaciones
    precolombinas (azteca, inca, ya que la maya desapareció
    envuelta en el misterio) de no haberse producido la brutal
    Conquista española. Como vencedores, los españoles
    se representaron a las sociedades vencidas con las referencias
    que habían traído de Europa. No fue sino hasta los
    siglos XIX y XX, con los adelantos de la investigación histórica, que pudo
    establecerse una hipótesis nada descabellada: las
    civilizaciones prehispánicas habrían sido
    básicamente "tributarias" (basadas en el tributo), y
    similares desde este punto de vista a las civilizaciones
    asiáticas, como la china ("despótico-tributarias").
    Si la hipótesis no es
    descabellada, es en la medida en que, en primer lugar, los
    habitantes originarios de América provenían de Asia
    (entre otros lugares, de las cercanías del lago Baikal),
    de donde llegaron cruzando el estrecho de Bering. En segundo
    lugar, quien observe algunas costumbres indígenas
    americanas actuales no puede dejar de notar, no sin cierta
    extrañeza, su parecido con algunas tradiciones
    asiáticas. El colorido de las vestimentas indígenas
    puede recordar el de algunos grupos
    étnicos asiáticos; la música andina peruana
    (huaynos, huaylas) tiene resonancias que se encuentran en la
    música china o de Mongolia; una diablada boliviana, con
    sus máscaras, se emparenta en más de un aspecto con
    ciertas festividades tibetanas, y basta con escuchar a la
    cantante peruana Yma Sumac para percatarse de entonaciones que
    solo se encuentran del otro lado del Pacífico.
    Desafortunadamente, es una pista que no ha seguido la
    etnomusicología latinoamericana. Algunos datos
    científicos recientes corroboran la existencia de
    "puentes" entre Asia y América: el tipo sanguíneo
    de la isla japonesa de Hokkaido, por ejemplo, se encuentra
    también en Perú.

    Las civilizaciones precolombinas,
    "despótico-tributarias", se basaban en el estancamiento
    tecnológico –desventaja que aprovecharon los
    españoles- y la inmensa carga de trabajo colocada sobre
    los hombros de la fuerza humana.
    Existía un Estado importante, con sus nobles y militares,
    pero que se apoyaba al mismo tiempo, para recoger el tributo
    (destinado por ejemplo a grandes obras ceremoniales), en las
    comunidades aldeanas donde solía existir el trabajo
    colectivo. En otros términos, la sobreexplotación
    de la fuerza de trabajo compensaba la subutilización de
    las posibilidades tecnológicas, y a la par existían
    comunidades primitivas autárquicas (el ayllu inca,
    el calpulli azteca) que podían confundirse con un
    "comunismo
    primitivo". Algunas de estas formas comunitarias han sobrevivido
    hasta la actualidad, como en el caso de la minga en los
    Andes ecuatorianos. Lo cierto es que los españoles no
    encontraron civilizaciones basadas en el feudalismo, que
    fue "importado" desde la península ibérica, y que
    aprovechó –para imponerse- la ya existente
    sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Con ello se
    quebró la autoridad estatal prehispánica y las
    lealtades personales que podía convocar (mediante los
    sistemas de
    parentesco, por ejemplo). El "orden" impuesto por los
    españoles se convirtió en equivalente de
    sumisión, y los vencidos dejaron de sentirse leales al
    nuevo Estado: los indígenas podían llegar a
    practicar el desgano (en medio de los trabajos forzados), el
    desacato y la desobediencia. Desde la Conquista y la época
    colonial, la disciplina y la lealtad al Estado se volvieron
    imposibles, y ni siquiera la Corona, desde la península
    ibérica, consiguió controlar toda suerte de excesos
    entre los españoles de Indias. ¿Habrían
    evolucionado las civilizaciones precolombinas al modo de las
    asiáticas de no haber sido vencidas por los
    españoles? Es imposible saberlo, aunque las
    características de las sociedades tributarias parezcan
    explicar que no haya germinado en ellas el capitalismo.
    En todo caso, cierto "latinoamericanocentrismo", si cabe llamarlo
    de este modo, ha pasado por alto un dato peculiar: Colón
    ciertamente buscaba la ruta de las Indias y las riquezas
    asiáticas, en particular a particular de todas las
    leyendas del
    Lejano Oriente, y se topó con un extraño y al mismo
    tiempo deslumbrante Nuevo Mundo. Hubo de pasar mucho tiempo hasta
    que la investigación histórica pudiera establecer
    que las grandes civilizaciones precolombinas tenían
    efectivamente rasgos en común con las asiáticas,
    por el modo de producción tributario (como sugiriera
    llamarlo Roger Bartra), que no era ni esclavista ni
    feudal.

    3. Eurocentrismo
    y orientalismo

    El "orientalismo" europeo nunca fue muy benevolente con
    las sociedades asiáticas, aunque éstas hayan
    despertado el interés de
    los pensadores de la Ilustración, como Voltaire (que
    escribió al respecto un texto
    desafortunado). Para justificar los avances europeos, Montesquieu
    pudo escribir una obra como ¿Cómo se puede ser
    persa?. El mismo Montesquieu, en El espíritu de las
    leyes, distinguía entre tres formas de
    gobierno: republicano, monárquico y despótico.
    Este último, basado en la ausencia de leyes, el temor y
    el aislamiento, resultaba ser el peor de todos, y propio incluso
    de sociedades instaladas con su inmutabilidad en "climas
    cálidos". Como lo ha sugerido un autor como Edward W.
    Said, el "orientalismo" europeo (que incluyó a literatos
    como Nerval, Chateaubriand, Flaubert, Lamartine De Vigny y Victor
    Hugo, entre otros), que se orientó sobre todo hacia el
    mundo árabe e islámico, más que al Lejano
    Oriente, tuvo mucho de justificación para las empresas
    coloniales francesas y británicas. El mundo árabe e
    islámico no dejó de estar envuelto en el misterio,
    los prejuicios y la idealización de cierto exotismo o de
    la "sensualidad" oriental. Con todo, Europa Occidental
    había sido capaz, aún con sus estereotipos, de
    mirar al mismo tiempo hacia América (sobre todo del
    Norte), con la idealización del "buen salvaje", y hacia
    Oriente, al convertirse en el "centro del mundo", algo que
    Estados Unidos habría de hacer a su modo tiempo
    después, y en particular entre finales del siglo XX y
    principios del
    siglo XXI. Las sociedades periféricas, en cambio, se
    mostraron por la fuerza de las cosas incapaces de "representarse
    al Otro" como no fuera bajo la figura odiada del colonizador.
    Quiérase o no, los países centrales albergaron
    cierta curiosidad (antropológica, histórica,
    social, económica, etcétera….) por las
    periferias, y produjeron sobre ellas un abundante conocimiento.
    Por contraste, las periferias no fueron recíprocas y, con
    frecuencia, se encerraron en la atribulada y "endogámica"
    búsqueda de una "identidad"
    propia. El ser periférico difícilmente puede
    "representarse al Otro", aunque a veces lo haga con la misma
    carga de prejuicios atribuida al colonizador. Como
    excepción, una de las pocas sociedades bien colocadas para
    mirar a la vez a Occidente y Oriente (y que tiene por
    símbolo a un águila bicéfala) sea la
    euroasiática Rusia, pese al
    poco conocimiento que se tiene en el mundo occidental sobre los
    trabajos de los "orientalistas" rusos (y anteriormente
    soviéticos), algunos de los cuales ocuparon hasta hace
    poco cargos importantes, como Evgueni Primakov.

    Entre los pocos pensadores latinoamericanos que buscaron
    tender puentes entre el pasado prehispánico y la
    evolución posterior de América se encuentra el
    peruano José Carlos Mariátegui, que en el siglo XX
    buscó formas de "comunismo primitivo" en el ayllu
    andino, y vio en ello un elemento positivo para las luchas
    sociales a futuro. Con todo, en la obra de Mariátegui no
    habría de aparecer el debate sobre
    el "despotismo oriental", que se llevó a cabo lejos del
    Perú. ¿Se trataba entre los incas de
    comunismo primitivo o de sociedad tributaria? A la larga, las
    interpretaciones tergiversadas de la obra de Mariátegui le
    costaron caro al Perú: en los años ’80 del
    siglo pasado, como es sabido, surgió en el país
    andino el brutal terrorismo de
    Sendero Luminoso, influenciado por el maoísmo, y que
    provocó una gigantesca regresión –y
    represión- en una sociedad en plena crisis, donde en
    realidad estaba ganando terreno el "capitalismo cholo" (mestizo),
    de espaldas a las tradiciones indígenas serranas
    más antiguas, en plena desestructuración. Tampoco
    es casual que, en medio de esta regresión, gran parte de
    la sociedad peruana, contra el "blanco" Mario Vargas
    Llosa, se pronunciara por seguir al carismático
    nipón Alberto Fujimori. En cierto sentido, el Perú
    hubo de dar un doble salto para atrás, de marcado corte
    "asiatista", sin convertirse por ello en una sociedad
    disciplinada, educada y leal al Estado. Incluso la aventura de
    Fujimori, refugiado finalmente en Japón, terminó
    mal: el "capitalismo cholo" se pronunció por el
    Perú Posible de Alejandro Toledo, y al grito de "el chino
    al Japón, y el cholo al sillón". El brote de
    ancestral asiatismo en el Perú había
    terminado.

    4.
    América Latina: de espaldas al
    Pacífico

    Son pocos los países de América Latina (El
    Salvador, Ecuador,
    Perú y Chile) que tienen una fachada exclusiva al
    Pacífico, y desde la Conquista y la colonia el
    subcontinente americano orientó siempre la mirada hacia el
    Atlántico: Europa primero (España y
    Portugal, Francia y Gran
    Bretaña después), y Estados Unidos (la costa Este)
    después. Desde este punto de vista, América Latina
    no fue capaz de crear corrientes "orientalistas" de pensamiento,
    como probablemente tampoco haya ocurrido en Africa. Con ello,
    América Latina amputó las probabilidades de acceso
    al universalismo. Los españoles, satisfechos con el
    oro de
    América, tampoco se habían interesado mayormente
    por Asia, aunque algunos descubrimientos lo permitieran. Con
    todo, debe mencionarse que los exploradores y navegantes
    españoles hicieron una contribución importante al
    descubrimiento del Pacífico: llegaron hasta las islas
    Filipinas (azotadas por la piratería de los "moros" musulmanes y
    piratas en Mindanao y el archipiélago Sulú), desde
    donde se establecería durante la época colonial
    cierto comercio con
    China y Cipango (Japón), pero también descubrieron
    Polinesia y Melanesia, los archipiélagos de las islas
    Hawai, Marquesas, Sociedad, Nuevas Hébridas,
    Salomón, Carolinas, Palaos, Marianas, la isla de Nueva
    Guinea e incluso parte de Australia. El descubrimiento y la
    valorización de las Filipinas tuvieron repercusiones
    importantes, ya que permitieron establecer a la larga un paso
    entre España –a través del puerto novohispano
    de Veracruz, y el de Acapulco- y Oriente (donde existía
    una fuerte competencia portuguesa), en lo que habría de
    conocerse como la ruta de los Galeones de Manila o Naos de China.
    A partir de aquí se establecería también un
    comercio triangular de artículos chinos entre las
    Filipinas, la Nueva España (México) y
    el Perú. Entre otras cosas, muchos mexicanos se quedaron
    en Filipinas y muchos filipinos se afincaron en México,
    donde en la costa de Guerrero se pueden apreciar rasgos
    fisonómicos malayos en parte de la población.
    También por el paso de Panamá,
    los españoles habían buscado la ruta "de
    Cádiz a Catay". Desafortunadamente, la historia posterior
    quiso que la gloria por la exploración del Pacífico
    se pusiera a cuenta de otros descubridores y científicos,
    como Cook, Bougainville, Gilbert, Marshall, La Pérouse y
    Bering, entre otros. Finalmente, las rutas españolas del
    Pacífico habrían de ser hostigadas ocasionalmente
    por la piratería inglesa, pero sin que se llegara a las
    proporciones que adquiriera el fenómeno en el mar
    Caribe.

    A fin de cuentas,
    América Latina se orientó fundamentalmente al
    Atlántico, y se dedicó, ya con la independencia,
    a imitar a países como Francia o Gran Bretaña entre
    las élites (como ocurriera con el porfiriato
    "afrancesado" en México), aunque imitar nunca fue el
    equivalente de aprender. Probablemente, rota la cohesión
    social desde la Conquista y la Colonia, las élites
    latinoamericanas (extranjerizadas aún después de la
    Independencia) tuvieran temor de transmitir conocimiento,
    educación
    y disciplina entre la población local. En otros
    términos, las sociedades latinoamericanas nunca lograron
    hacer lo que las del Pacífico asiático, como
    Japón: imitar para aprender, e incorporar lo aprendido al
    acervo de riquezas internas. Después de las exploraciones
    y la Colonia española, América Latina no
    volvió a interesarse mayormente por Asia, ni siquiera por
    el emparentamiento con las Filipinas (curiosamente, hasta hoy
    algunos filipinos pueden encarnar personajes mexicanos en la
    filmografía estadounidense, como ocurriera con la historia
    de Ritchie Valens en La Bamba).

    5.
    Orientalismo estadounidense

    Como ya habíamos sugerido, Estados Unidos
    engendró desde finales de los años ’60 un
    "orientalismo ligero" (light si se quiere), basado sobre
    todo en la admiración por las tradiciones ancestrales
    hindúes y tibetanas, y en mucho menor medida por el
    taoísmo chino. En cambio, con el fin de la Guerra
    Fría surgió en la potencia del Norte otro tipo de
    orientalismo, cargado de desprecio por el islam,
    identificado con el atraso, la incapacidad para acceder a la
    modernidad, la
    renuencia a reconocer los derechos de la
    mujer y los atuendos y las barbas "bárbaras" de grupos
    como los talibanes afganos. Para muchos estadounidenses, el mundo
    islámico se convirtió en equivalente del terror, y
    no faltaron tampoco elaboraciones ideológicas como las de
    Huntington para justificar el miedo. Por si fuera poco, el mundo
    islámico se asoció con el temor a la
    "explosión demográfica" más o menos
    incontrolable. Lo que no deja de parecer extraño, en este
    nuevo orientalismo estadounidense (consolidado desde luego
    después de los atentados del 11 de septiembre de 2001), es
    que oculte las alianzas que Washington tejió durante la
    Guerra Fría con los países islámicos
    más retrógrados, desde Arabia Saudita y Kuwait
    hasta Pakistán, el "país de los puros". Estas
    alianzas se habían afianzado para contener el nacionalismo
    laico árabe y para tender un "cinturón verde" que
    amenazara a Europa, repleta de inmigrantes musulmanes, y a la
    antigua Unión Soviética, entrampada en
    Afganistán. En otros términos, de manera harto
    paradójica, Washington contribuyó a armar y
    defender a los "bárbaros" que luego habría de
    temer, como los talibanes (estudiantes de teología)
    afganos, durante mucho tiempo apoyados desde Pakistán. En
    todo caso, el nuevo orientalismo estadounidense ya no
    tendría nada de "ligero", y habría buscado
    convertir a un islam mal conocido en causante de un eventual
    "choque de civilizaciones". En la visión estadounidense,
    el árabe y el islámico se convirtieron
    automáticamente en "fanáticos".

    A diferencia del orientalismo "ligero", el más
    reciente no tuvo mayores repercusiones en América Latina.
    No deja de resultar un tanto curioso, sin embargo, que en los
    últimos tiempos, en particular desde los años
    ’90 del siglo pasado, en el subcontinente americano, en
    plena apertura y con sus rebrotes de "mercantilismo"
    (con el renacer de los compradores), los inmigrantes de
    origen levantino hayan cobrado cierta importancia en algunos
    país, más allá del origen palestino de, por
    ejemplo, el líder comunista del Frente Farabundo Martí
    para la Liberación Nacional salvadoreño, Shafick
    Jorge Handal, uno de los pocos que se atreviera a criticar la
    política
    exterior cubana de Fidel Castro.
    En México, algunos de los hombres más ricos
    (multimillonarios) son de origen libanés (Slim, Harp
    Helú). En el Ecuador, los acaudalados de origen
    libanés pasaron también a ocupar puestos
    importantes en la política local (Bucaram, Nebot, Mahuad),
    y algo similar ocurrió en Argentina con la familia de
    origen sirio-libanesa Menem-Yoma. En
    América Latina, la admiración por las sociedades
    levantinas e islámicas nunca había pasado de
    la lectura
    fantástica de Las Mil y una noches, de la comicidad
    de un Mario Moreno "Cantinflas" en una película como El
    Mago (con cierta burla del machismo mexicano), o del aporte
    de algunos personajes de origen libanés al cine nacional
    en México (Gaspar Henaine "Capulina", Mauricio
    Garcés). Con el resurgimiento de la pasión por las
    "identidades étnicas", apareció en los
    últimos tiempos una literatura sobre los
    inmigrantes de origen libanés en América Latina
    (como la de Carlos Matínez Assad en México). No
    deja de resultar sorprendente que, en el pasado, los gobernantes
    del subcontinente tuvieran apellidos castellanos, y que
    recientemente ello haya cambiado: más que un efecto de
    la
    globalización "en abstracto", pareciera haber sido el
    de la "recompradorización" de las élites locales.
    América Latina toleró el fenómeno, como lo
    hizo con el "chino" Fujimori en el Perú, pero sin
    engendrar por ello orientalismo alguno. Es igualmente cierto que
    alguna influencia islámica había llegado al
    continente con los españoles, beneficiados alguna vez del
    esplendor de Al-Andalus, y que esa influencia se reconoce hoy en
    la música, por ejemplo en la entonación de la voz
    (puede pensarse por ejemplo en "La Malagueña"
    mexicana).

    6.
    América Latina: inmigración
    asiática

    Una de las razones por las cuales se dificultó la
    "representación del Otro" en el ser periférico
    tiene que ver con que, hasta hace relativamente poco tiempo, las
    migraciones se producían sobre todo desde el Norte y no
    desde el Sur. Salvo ahora, en casos excepcionales
    (España), los latinoamericanos no migraron mayormente
    hacia Europa, aunque hayan recibido en cambio inmigrantes
    españoles. En la actualidad, el grueso de los emigrantes
    del subcontinente americano se dirige hacia Estados Unidos. En
    cambio, desde hace bastante tiempo América Latina y el
    Caribe han recibido una importante inmigración
    asiática, relativamente bien tolerada, aunque casi nunca
    (salvo en casos como el de Fujimori en el Perú) haya sido
    considerada como parte de la historia sincrética y mestiza
    local (con excepciones como la mostrada en el filme
    Gaijin, sobre la experiencia de los japoneses en Brasil).

    En algunos casos, luego de haberse instalado, la
    población de origen asiático fue objeto de
    persecución en algunos países de América
    Latina: así ocurrió con los chinos del norte
    sonorense de México, expulsados en los años
    ’30 del siglo pasado, y con los japoneses en el Perú
    por la misma época, y deportados a Estados Unidos durante
    la Segunda Guerra
    Mundial. De una manera general, la inmigración
    asiática al subcontinente americano comenzó en
    medio de grandes dificultades en el siglo XIX: los
    "culíes" chinos jugaron un papel importante en la construcción del ferrocarril de
    Panamá, y en las plantaciones de Cuba (azúcar)
    y Perú (azúcar y algodón, aunque también en la
    construcción de ferrocarriles). Ya en el siglo XX, la
    inmigración japonesa constituyó importantes
    colonias agrícolas en Bolivia,
    Paraguay y
    Brasil, aunque el primer lugar por inmigración del
    archipiélago asiático en América Latina lo
    constituyó Brasil, y el segundo Perú, ya con
    inmigraciones de preferencia urbanas. En las grandes ciudades,
    los japoneses se concentraron en Sao Paulo, en particular en el
    barrio Liberdade (y luego Bom Retiro) al que llegarían
    posteriormente chinos y coreanos; los japoneses y los coreanos en
    Argentina se concentraron en Buenos Aires
    (barrio de Once y Avenida Avellaneda); los japoneses en el
    Perú en Lima (Gamarra), al igual que los chinos y
    coreranos; los japoneses de Chile en Santiago y los chinos en
    Iquique, y los del istmo enla Ciudad de Panamá, donde "ir
    al chino" llegó a convertirse en equivalente de "ir a la
    tienda de la esquina". También cabe mencionar que hubo
    comunidades chinas que se instalaron en el Caribe (Jamaica,
    Trinidad y Guyana (por cierto que apellidos de origen
    árabe tienen hasta hoy un papel importante en el control del
    comercio haitiano). De una manera general, los inmigrantes
    asiáticos se afianzaron en las actividades comerciales
    (restaurantes, comercios al por menor, textiles,
    tintorerías, etcétera…), mientras que los
    que triunfaron en la agricultura
    consiguieron mejorar la producción de soya en Bolivia y
    Paraguay, o dedicarse a la avicultura en Bolivia, Colombia y
    Perú, y algunos más tuvieron éxito en la
    floricultura (Chile). En algunos países, como Perú
    y Panamá, la cocina local se enriqueció con los
    aportes asiáticos.

    Desde la crisis en los años ’80 del siglo
    XX, algunos asiáticos regresaron a sus lugares de origen
    (como los japoneses para enviar remesas a sus familiares a
    Perú), mientras otros emigraron a Estados Unidos. De
    hecho, cierta influencia asiática en América Latina
    no dejó de tener cierta influencia que pasaba por Estados
    Unidos, sobre todo en el gusto por los aspectos más
    violentos de las artes marciales, de las películas de
    Bruce Lee a las series televisivas de Jackie Chan. La
    inserción de algunos grupos asiáticos en
    países del subcontinente americano no ha estado exenta de
    problemas a principios del siglo XXI: en la Ciudad de
    México, por ejemplo, los comercios coreanos ganaron
    terreno en la antes turística Zona Rosa, pero
    también entre las mafias del "barrio bravo" de Tepito,
    conocido por sus actividades de contrabando.
    Como se ha señalado desde el principio de este trabajo, el
    mundo asiático no debe idealizarse, por "misterioso" que
    pueda parecer: la diáspora china, por ejemplo, tuvo en
    algunos países sus vínculos con las mafias y
    organizó las propias, como las llamadas "tríadas".
    Como sea, en América Latina la cultura del
    Pacífico asiático ha comenzado a conocerse mejor
    por la entrada de filmes, en particular de la nueva y reputada (a
    nivel internacional) cinematografía china, como ocurriera
    en el pasado con el japonés Akira Kurosawa. Desde luego
    que, en perspectiva, los aportes de las comunidades
    asiáticas en América Latina no tienen
    parangón con la casi nula presencia de latinoamericanos en
    el Pacífico asiático, salvo cuando países
    como Corea del Sur y Taiwan contribuyeron a adiestrar a fuerzas
    armadas represivas del subcontinente, sobre todo en el Cono Sur.
    También puede mencionarse la fuerte presencia de la secta
    coreana Moon en algunos países del Cono Sur (Uruguay,
    Brasil). En todo caso, no hay emigración latinoamericana
    al Pacífico asiático, como tampoco la hay, por
    cierto, a Oriente Medio.

    7. ¿Una era del
    Pacífico?

    La historia quiso que desde los años ’80
    del siglo pasado, cuando se especuló sobre la entrada en
    una supuesta "Era del Pacífico", el subcontinente
    americano reforzara sus vínculos con Estados Unidos, desde
    donde llegan por lo demás productos
    orientales como los de las cadenas de comida rápida
    (fast food). América Latina desaprovechó una
    oportunidad de estrechar lazos con Extremo Oriente, y se
    orientó, como siempre en el pasado, hacia el
    Atlántico. Aunque hubiera cierto interés, la
    curiosidad no llegó hasta tratar de integrar en el tejido
    local las enseñanzas exitosas de posguerra de los
    países asiáticos. El subcontinente americano
    perdió una ocasión más de ser
    "bicéfalo", y confirmó en cierto modo tesis como
    las de Huntington: al modo del kemalismo turco, América
    Latina se ha esforzado desde tiempos coloniales en conjugar
    modernización y occidentalización, por más
    que el propio Huntington haya visto una carga "india" en los
    países al Sur de Estados Unidos. Tampoco está de
    más señalar que no existen vínculos entre
    los asiáticos y la población indígena de
    América Latina, pese a los lejanos emparentamientos
    mencionados en este trabajo. Los nuevos movimientos
    indígenas han llamado sobre todo la atención de los occidentales.

    La pujanza china en las últimas décadas ha
    asombrado al mundo, pero ello no implica forzosamente que China
    tenga aspiraciones a convertirse en una potencia "global", ni que
    pueda hacerlo: sus dirigentes, en todo caso, han expresado su
    interés por un futuro multipolar. Japón tampoco
    tiene la capacidad para convertirse en una potencia global, en
    particular al no contar con los recursos
    militares necesarios para ello, y por depender aún de
    cierta tutela
    estadounidense, que data de la Guerra Fría. Con todo,
    algunos autores, como André Gunder Frank, han sugerido que
    China podría volver a ser el centro de una
    "economía global", lugar que perdió, al igual que
    otros países asiáticos (como India) durante la gran
    expansión europea entre 1400 y 1800. Por razones internas,
    las economías y sociedades asiáticas ya se
    encontraban estancadas o en retroceso cuando comenzó la
    expansión europea. Pero si algo es interesante en las
    tesis de Gonder Frank, es el modo en que relaciona la historia de
    América con la de Asia durante la expansión
    europea. En efecto, Europa Occidental, donde España
    perdía sus riquezas americanas a manos de otros
    países, se enriqueció con la plata y el oro
    extraídos de América, y utilizó estos
    recursos para incrementar su comercio con Asia y penetrar desde
    India hasta Extremo Oriente, antes de emprender la aventura
    colonialista final. De este modo, el Descubrimiento de
    América también sirvió para la creciente
    intromisión europea en Asia. Como ya se ha sugerido,
    Europa supo mirar al Occidente y al Oriente a la vez, y construir
    de este modo sus colonias de ultramar, en un proceso que
    duró siglos. No por ello hubo interés de
    España por el Lejano Oriente, salvo en el caso filipino ya
    mencionado. España, en realidad, se debatió sobre
    todo entre su pertenencia al Mediterráneo (desde donde
    había sufrido la penetración musulmana)y la
    construcción de su imperio Atlántico.

    La actual pujanza china no está envuelta en un
    "misterio insondable", y le debe mucho a una arriesgada
    combinación de economía de mercado y
    apertura al exterior con el disciplinamiento estatal, heredado de
    la Revolución y de la Guerra Fría, por lo que un
    futuro demasiado promisorio es difícil de augurar. En
    el estado
    actual de cosas, solo recogiendo tesis probablemente ya superadas
    como las de Max Weber (y
    en menor medida, de Durkheim)
    podría explicarse únicamente el éxito chino
    por la sobrevivencia de la "esencia" confuciana. La
    investigación histórica en Occidente olvida
    fácilmente que, pese a tanto "misterio", Oriente ha sido
    capaz de crear sus propios humanistas, en fuerte contacto con la
    cultura europea sobre todo (Ho Chi Minh, por ejemplo, admiraba la
    cultura francesa, como fue en Francia donde hizo proselitismo el
    ayatolá iraní Jomeini), y de aspirar al laicismo.
    China no es hoy una sociedad fundamentalmente "religiosa", ni
    mucho menos fanática.

    Conlusiones

    Centrada en el Atlántico y de espaldas al
    Pacífico, América Latina, carente de universalidad,
    no ha sabido aprender de la evolución sorprendente de las
    sociedades asiáticas, ni de las posibilidades de su propia
    historia. En particular, y a diferencia de lo sucedido en el
    Extremo Oriente, el subcontinente americano colonizado no
    consiguió resguardar la cohesión social y nacional,
    conservar una verdadera autoridad estatal y crear un sistema educativo
    digno de ese nombre. La autoridad se confundió desde la
    Colonia con la imposición, y la lealtad con
    sumisión, en una cultura perneada por el problema
    básico de la humillación. Si en el Atlántico
    se trató de imitar para "brillar", en el Pacífico
    se trataba de aprender para progresar y tener éxito. Desde
    este punto de vista, cabe lamentar que América Latina haya
    crecido de espaldas a Asia, salvo con eventuales atracciones por
    la cultura hindú, como la que profesara Octavio Paz.
    ¿Quedará América Latina marginada del
    reordenamiento actual del mundo, que se inclina por Asia, o se
    reencontrará con su propia historia, superando sus
    aspectos más negativos?.

    BIBLIOGRAFÍA

    Banco
    Interamericano de Desarrollo.
    Cuando Oriente llegó a América. Contribuciones
    de inmigrantes chinos, japoneses y coreanos, BID. Washington
    D.C., 2004.

    -Bartra, Roger. El modo de producción
    asiático. Problemas de la historia de los países
    coloniales. Era, México, 1986.

    -Chesneaux, Jean, et al. El modo de
    producción asiático. Grijalbo, México,
    1969.

    -Corm, Georges. La fractura imaginaria. Las falsas
    raíces del enfrentamiento entre Oriente y Occidente.
    Tusquets, Barcelona, 2004.

    -De Jarmy Chapa, Martha. La expansión
    española hacia América y el Océano
    Pacífico. II. La Mar del Sur y el impulso hacia el
    Oriente. Fontamara, México, 1988.

    -Gunder Frank, André. ReoOrient. Global
    economy in the Asian Age. University of California Press.
    1998.

    Enviado por:

    Dr. Marcos Cueva Peras

    Dr. En Economía Internacional por la Universidad
    Pierre-Mendés France, Grenoble, Francia

    Instituto de Investigaciones
    Sociales

    Universidad Nacional Autónoma de
    México

    México D.F., agosto de 2005

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