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Andalucía 1.975-1.995. Una larga onda de depresión económica




Enviado por juantorres@uma.es



    1. El contexto
    exterior de la economía andaluza

    2. Veinte
    años de distribución de la renta en
    Andalucía

    3

    Aunque las X Jornadas de Estudios Andaluces están
    dedicadas a analizar el periodo estatutario de las Comunidades
    Autónomas, he creído conveniente remontarme unos
    años atrás para poder
    disfrutar de una perspectiva más larga a la hora de
    evaluar someramente la evolución de nuestra economía desde el
    punto de vista de la distribución de la renta.

    Contemplar desde una visión macroscópica
    la evolución económica de Andalucía en los
    últimos veinte años permite detectar lo que sin
    duda podría parecer a simple vista una enorme
    paradoja.

    Es evidente que en este periodo la sociedad
    andaluza ha protagonizado una transformación sustancial.
    La dotación de infraestructuras se ha multiplicado de
    manera espectacular; cualesquiera que sean los índices de
    bienestar social que se tomen como referencia (vivienda, analfabetismo,
    educación,
    pobreza,…)
    indican claramente que se ha producido una mejora incuestionable
    en todos ellos, sin perjuicio, no obstante, de que aún
    queden demasiadas bolsas de malestar social.

    Sin embargo, si se contempla la evolución de las
    tasas de crecimiento de la economía andaluza
    (Gráfico n1 1) no queda más remedio que constatar
    que la marcha de nuestra economía describe una larga onda
    de depresión económica, en relación con los
    ritmos de alto crecimiento que correspondieron a las
    décadas anteriores.

    Efectivamente, al periodo de impulso previo (1955-1964)
    siguió otro (1964-1973) de fortísima
    expansión con una tasa medial anual de crecimiento del
    PIBcf en términos reales del 6,7 por cien. A partir de
    este año, la economía andaluza no llegaría
    nunca a alcanzar los niveles de máximo crecimiento
    anteriores. Ni tan siquiera en los años gloriosos, pero
    cortos, de la segunda mitad de los ochenta, cuando los
    políticos más optimistas, pero también
    más desacertados, auguraban una gloria sin precedentes
    para nuestra economía, se lograría superar las
    tasas alcanzadas en la década expansiva de los sesenta.
    Por el contrario, a la fugaz expansión siguió la
    sima más profunda del crecimiento
    económico andaluz. No puede decirse, pues, que el
    repunte de 1985-1990 cambiara radicalmente la tónica de
    depresión. Más bien, que la naturaleza
    efímera de los factores que lo desencadenaron fue el
    anticipo de una crisis de
    extraordinaria envergadura.

    En términos históricos, los únicos
    válidos para evaluar un periodo tan largo, y tomando como
    referencia las tasas de crecimiento del PIB que los
    economistas más convencionales demandan utilizar para
    caracterizar la evolución económica, no queda
    más remedio que reconocer, por lo tanto, que la
    economía andaluza ha transcurrido en los últimos
    veinte años por una senda de depresión
    económica, entendida ésta como un largo periodo en
    el que, bajo ningún aspecto, se ha logrado superar el
    ritmo de crecimiento de periodos expansivos
    anteriores.

    No comparto la idea ampliamente extendida de que la tasa
    de crecimiento del PIB sea una buena expresión de lo que
    realmente sucede en las economías, y me parece que lo
    sucedido en Andalucía viene a corroborar lo que he
    mantenido en otros lugares. Pero creo que la evolución que
    acabo de mencionar fuerza a
    reconocer que, por las razones que más abajo
    trataré de explicar, las políticas
    llevadas a cabo en los últimos años, y que con
    tanto ahínco defienden los economistas ortodoxos, no han
    sido capaces ni de lograr crecimiento económico mayor que
    en épocas anteriores, ni, en su coherente consecuencia, la
    falsamente pretendida más eficiente asignación de
    recursos que
    teóricamente le sirve de impulso.

    Si se aceptan estas dos grandes circunstancias de
    partida (mejora en las expresiones inmediatas de bienestar social
    y, al mismo tiempo,
    dinámica depresiva) queda expuesta la
    paradoja a la que hice referencia al inicio. En mi
    opinión, ésta sólo puede resolverse si se
    tienen en cuenta principalmente dos grandes procesos que
    de manera solapada han determinado la evolución de nuestra
    economía. Por un lado, la consolidación, a lo largo
    de todo este periodo, del Estado de
    Bienestar en España
    que, aunque con retraso, ha permitido disfrutar de niveles de
    protección social y suministro de bienes
    públicos en manera suficiente como para permitir la
    históricamente necesaria mejora en los indicadores de
    bienestar social. Por otro lado, y con efectos contrarios, la
    generalización -también de forma predominante a lo
    largo de los años ochenta- de las políticas
    neoliberales encaminadas fundamental y decididamente a modificar
    la pauta de distribución de la renta que había
    venido favoreciendo a los ingresos del
    trabajo en la
    onda larga de crecimiento económico de los años
    sesenta.

    1. El contexto exterior de la
    economía andaluza

    Como no puede ser de otra manera, la economía
    andaluza responde, con ligeras diferencia en el momento temporal,
    a las grandes líneas que marcan la evolución de los
    sistemas
    económicos en los que está integrada.

    De hecho, el Gráfico n1 1 podía ser
    perfectamente, con mínimas diferencias, el de cualquier
    país de la OCDE, de España o de las
    economías occidentales en conjunto en ese mismo
    periodo.

    A lo largo de los años sesenta se larva una
    profunda quiebra en el
    modelo de
    crecimiento que había sido propio de las economías
    occidentales después de la II Guerra Mundial y
    que abrió un larga época de crecimiento y
    bienestar, "treinta años gloriosos" marcados por el pleno
    empleo, por el
    funcionamiento a todo ritmo de los aparatos productivos, por la
    protección social generalizada, el consenso social y los
    altos beneficios que, junto a las ganacias permanentes de
    productividad,
    permitieron subidas salariales así mismo
    continuadas.

    En España esta fase gloriosa del capitalismo
    fue aún más intensa gracias a que la falta de
    libertades públicas permitía organizar la actividad
    productividad sin concesiones, y porque el sentido corporativista
    del Estado predominante garantizaba un compromiso mucho
    más explícito de la actividad pública con
    los intereses económicos en juego. La
    válvula de la emigración, además,
    hacía posible que se evitaran tensiones en los mercados
    laborales propias de otros países de nuestro
    entorno.

    Sin embargo, la saturación de los mercados, el
    agotamiento de la antigua base tecnológica, el
    endeudamiento generalizado, la progresiva ineficacia de las
    políticas de demanda para
    hacer frente a estos problemas de
    oferta sin
    crear graves tensiones distributivas y la crispación
    social paulatinamente generada a medida que el desempleo iba en
    aumento, dieron lugar a una crisis económica generalizada
    a lo largo de los años setenta.

    Como siempre sucede, ante aquella situación se
    debatía un profundo conflicto
    distributivo (a lo largo de los años setenta la
    participación de las rentas del trabajo en el total de la
    Renta Interior andaluza alcanzan, como en todo el mundo
    occidental, máximos históricos) que necesariamente
    derivaría en estrategias de
    los diferentes actores sociales encaminadas a mejorar sus
    opciones a disfrutar de los ingresos que se generan en las
    economías.

    La estrategia
    finalmente triunfante tuvo su expresión política en el
    neoliberalismo
    que bajo experiencias concretas dispares, y con independencia
    de la retórica con que suele envolverse, ha sido capaz de
    llevar a cabo un cambio radical
    en la pauta distributiva al mismo tiempo que realizaba el
    necesario "ajuste" para hacer frente al agotamiento del modelo de
    crecimiento expansivo de la época anterior.

    Los tres grandes pilares de esta estrategia
    han sido los siguientes.

    En primer lugar, la incorporación de una nueva
    base tecnológica, basada ahora en las tecnologías
    de la información, que ha permitido hacer
    versátiles los procesos productivos de manera que sea
    posible generalizar la competencia a
    través de la variedad, necesaria en situación de
    mercados saturados. Además, gracias también a esta
    nueva base técnica, se ha podido generalizar una nueva
    organización del trabajo para recobrar la
    productividad y desmovilizar las respuestas organizadas de la
    clase
    trabajadora, lo que lleva consigo una menor necesidad de este
    factor productivo, con el consiguiente aumento generalizado del
    desempleo.

    La mucha mayor movilidad que en todos los sentidos
    proporcionan las nuevas
    tecnologías de la información permite disminuir
    los obstáculos físicos a los intercambios,
    instaurándose entonces un marco mucho más amplio
    (aunque también más voraz para las propias empresas) de
    competencia a escala
    planetaria.

    En segundo lugar, las nuevas formas de regulación
    macroeconómica orientadas, fundamentalmente, a sustituir
    el gobierno de la
    economía a través de la demanda por
    políticas sin connotaciones distributivas
    explícitas, como la política
    monetaria. Esta alcanza a tener un enorme protagonismo ya
    que, además de ello, permite regular sin interferencias el
    ámbito de la circulación financiera, convertido
    ahora en un lugar privilegiado de ganancia gracias a la
    hipertrofia de los flujos monetarios.

    Finalmente, nada de ello hubiera sido posible sin una
    profundísima alteración de los valores
    sociales predominantes. De la asimilación del bienestar
    social como ideal colectivo necesariamente habría de
    pasarse a conformar una mentalidad ciudadana basada en la
    individualidad y en el posibilismo, no sólo porque es de
    esta forma como se garantiza la posibilidad de dar salida a la
    producción diferenciada en mercados
    saturados, sino, además, porque cuando el desempleo y la
    frustración se generalizan, la única manera de
    evitar la deslegitimación ciudadana del sistema es
    conseguir que cada individuo
    perciba su situación como algo propio y desvinculado del
    colectivo que en realidad lo envuelve.

    Globalmente, todo ello se ha concretado en
    políticas gubernamentales encaminadas no a disminuir su
    incidencia -como suele afirmarse sin rigor- sino a modificar el
    sentido, la ética, de
    su presencia en la actividad social y económica y,
    más concretamente, en un verdadero asalto aún no
    concluído al Estado de Bienestar para establecer (a
    través de políticas fiscales, de reforma laboral,
    monetarias, etc.) las condiciones que hicieran posible dar la
    vuelta a la pauta distributiva del sistema.

    Como dije anteriormente, la política neoliberal
    que ha desarrollado estas estrategias no sólo no ha sido
    capaz de devolver a las economías la tónica de
    crecimiento de etapas anteriores, sino que además ha
    traído consigo la inestabilidad financiera permanente, la
    destrucción de tejido productivo provocado por un clima de
    competencia exacerbada, el paro
    generalizado y la precariedad en el empleo y el salario y, en
    general, un creciente malestar social.

    Como veremos inmediatamente, Andalucía -como
    España- no han sido ajenas a estos procesos. Nuestros
    gobernantes, a fuer de conversos, no dudaron en desplazarse de
    las vanguardias más revolucionarias a los cómodos
    asientos donde se llevaba a cabo el festín neoliberal,
    cuidándose de que el posible frío de su mala
    conciencia se
    diluyera en la hoguera de las vanidades que ha dado calor a tantos
    corruptos.

    Sin embargo, el secular atraso de nuestra sociedad y el
    que un Estado autoritario como el franquista hubiera podido
    impulsar el crecimiento económico al socaire de la
    expansión internacional sin necesidad de homologar al
    mismo tiempo los niveles de bienestar social, originaba una
    cuenta pendiente, tanto en España como en
    Andalucía.

    No sabemos qué hubiera sucedido si el ajuste
    neoliberal de la economía española se hubiera
    llevado a cabo con gobiernos totalmente desprovistos del barniz
    socialdemócrata, aunque cabe pensar que la
    consolidación del Estado del Bienestar resultaba, en
    cualquier caso, un objetivo
    irrenunciable incluso desde el punto de vista de llevar a cabo
    dicho ajuste. Lo cierto, sin embargo, es que esta exigencia (o,
    si se quiere, la opción explícita del Gobierno de
    Felipe González por combinar la estrategia neoliberal con
    la reformista del bienestar) ha provocado que el ajuste de la
    economía española, y con ella la de la andaluza, se
    haya producido en términos contradictorios.

    Por un lado, se han introducido las reformas que han
    permitido reorientar la pauta distributiva, hasta el punto de que
    la participación de los salarios en la
    renta nacional haya disminuido de manera continuada, y modificar
    el sistema productivo para que nuestra economía se
    insertase en el marco global de la competencia, con las secuelas
    consiguientes de destrucción de tejido productivo, paro y
    precarización.

    Pero, al mismo tiempo, se han llevado a cabo
    amplísimos programas de
    gasto
    público social (lógicamente cada vez más
    en cuestión) necesarios para consolidar el Estado de
    Bienestar, y a diferencia de los sucedido en otros países
    de nuestro entorno.

    Gracias a ello, las consecuencias del ajuste neoliberal
    en nuestra economía no están siendo tan duras desde
    el punto de vista del bienestar, pero han provocado un problema
    añadido de déficit público
    difícilmente resoluble en el futuro si no es despojando a
    la sociedad española, o muy especialmente a la andaluza
    que padecería estos problemas de manera agudizada, de la
    cobertura protectora del gasto social.

    Ésta es la tensión inherente a la
    economía andaluza de los últimos veinte
    años. Después de un largo periodo de crecimiento
    intensivo pero completamente desarticulado, la crisis del modelo
    de crecimiento lleva a una depresión profunda que
    sólo tiene como excepción un periodo efímero
    que más bien habría que valorar como una
    oportunidad de cambio claramente desaprovechada.

    2. Veinte años de
    distribución de la renta en
    Andalucía

    El proceso al que
    acabo de hacer referencia se manifiesta de manera especialmente
    relevante cuando se analizan los cambios operados en la
    distribución funcional de la renta en Andalucía
    durante los últimos veinte años. De estos datos se deduce
    que las rentas del trabajo han sufrido un descenso significativo
    respecto a 1975. Mucho más si se tiene en cuenta, en
    primer lugar, que a partir de 1991 se produjo un descenso
    aún mayor como consecuencia del aumento del desempleo
    asociado a la crisis de los primeros años noventa y, en
    segundo lugar, que la recuperación que se manifiesta en
    los datos del Cuadro n11 en 1991 se debe fundamentalmente al
    incremento de las cotizaciones sociales

    Este proceso es explicable por la confluencia de dos
    factores principales a lo largo de estos años.

    Por un lado, la disminución neta en el
    número de empleos. Mientras que en 1975 en
    Andalucía había en torno a 1.850.200
    personas ocupadas, veinte años después sólo
    están ocupadas 1.719.600. Y ello, a pesar de que la
    población total ha aumentado en algo
    más de 1.100.000 personas. Esto es lo que da lugar a que
    en 1975 el porcentaje de ocupados sobre el total de la
    población fuese del 30,24 por cien y en 1995 tan
    sólo el 24,33 por cien.

    Por otro lado, el incremento muy importante que se
    produce en el empleo y la retribución global en los
    servicios,
    quizá la nota más destacada de la evolución
    de las rentas del trabajo en Andalucía durante estos
    años.

    Confirmando que la terciarización de la
    economía no responde a un auténtico proceso de
    modernización y progreso, resulta, por el contrario, que
    el mayor protagonismo del trabajo en el sector terciario indica
    un deterioro progresivo en la capacidad de generación
    endógena de rentas en Andalucía y una
    pérdida global de productividad.

    En el año 1975, para obtener un 1 por cien de la
    renta interior andaluza eran necesarios 1,09 empleos por cuenta
    ajena en el sector servicios. En 1995, para alcanzar ese
    porcentaje de rentas, se necesitaba crear 1,28
    empleos.

    Por el contrario, para obtener ese mismo 1 por cien de
    la renta interior total, en 1975 se precisaban 1,41 empleos por
    cuenta ajena en el sector industrial. En 1995, tan sólo
    0,73.

    Ello es bien elocuente de lo arriba señalado.
    Lejos de responder a un proceso de modernización, la
    evolución de las remuneraciones en
    el trabajo por
    cuenta ajena en el sector servicios muestra que
    éste se ha desarrollado por una clara senda

    de precarización salarial y de pérdida de
    productividad. En este sentido, la economía andaluza no ha
    sido ajena al proceso general provocado por las políticas
    neoliberales que han convertido la generación de puestos
    de trabajo en la proliferación de un auténtico
    ejército de mal pagados empleos vinculados a los servicios
    personales de todo tipo.

    Caso contrario es el referente al empleo industrial.
    Mientras que la población ocupada por cuenta ajena en la
    industria
    disminuyó un 53 por cien en los veinte años, su
    participación en la renta total sólo lo hizo en un
    16 por cien. Esto viene a confirmar una vez más la
    necesidad de articular el proceso de crecimiento en torno a una
    base industrial sólida y arraigada, objetivo, sin embargo,
    que lejos de conseguirse más bien se aleja en el panorama
    actual de nuestra economía, asolada por un proceso de
    desmantelamiento del que ahora no puedo ocuparme
    aquí.

    Otras alteraciones en el peso específico de cada
    componente de la renta interior alumbran cambios significativos
    operados en la economía andaluza.

    En 1975, el empleo no asalariado representaba el 25,26
    por cien del total de empleos, de tal manera que para generar un
    1 por cien de la renta interior se precisaban 1,16 empleos de
    este tipo.

    Sin embargo, en 1991 representaban el 20,04 del total de
    empleos y para generar ese mismo 1 por cien de renta interior
    eran suficientes 0,82 empleos.

    Dicho de otra manera, mientras que el empleo no
    asalariado disminuía un 15 por cien sobre el total de
    empleos, su participación en el total de la renta interior
    andaluza aumentó un 13 por cien.

    Por su parte, las rentas correspondientes a
    profesionales liberales y servicios muestran también un
    cambio significativo. Mientras que en 1975 para obtener un 1 por
    cien de la renta interior se precisaban 0,7 empleos, en 1991
    sólo eran necesarios 0,49 de esta naturaleza.

    Finalmente, las rentas correspondientes a otros
    empresarios y trabajadores independientes se modifican en el
    mismo sentido. Frente a 1,18 empleos necesarios para generar un 1
    por cien de la renta interior en 1975, en 1991 este porcentaje se
    generaba con 0,58 empleos.

    Todos estos cambios en las remuneraciones globales
    indican que es fuera del trabajo asalariado donde se genera mayor
    productividad y retribuciones por empleo más elevadas.
    Pero este es un fenómeno que, a pesar de su apariencia
    positiva, debe matizarse teniendo en cuenta, por un lado, que el
    gran cambio se produce principalmente en las remuneraciones
    correspondientes a empresarios y trabajadores independientes, que
    suelen ser el destino de los empleados despedidos en el trabajo
    asalariado y con peores condiciones sociales y laborales; y, por
    otro lado, que el volumen relativo
    total de estas rentas (18,7 por cien de la renta total en 1991)
    es muy reducido respecto al correspondiente a las rentas del
    trabajo (61,82 por cien en este mismo año).

    Respecto a las rentas del capital, es
    apreciable un ligero aumento a lo largo de los años
    considerados, con algunos aspectos significativos.

    Durante el periodo en que en todo el mundo occidental se
    lleva a cabo una profunda reestructuración productiva
    (1975-1990) el ahorro
    empresarial andaluz no ha hecho más que bajar, al mismo
    tiempo que aumentaban los intereses y dividendos. Sólo
    entre 1989 y 1991 (y a falta de saber lo ocurrido en el periodo
    posterior) se observa una recuperación de los beneficios
    retenidos por las empresas, pero alcanzando un nivel (2,73 por
    cien de la renta total) netamente inferior al que existía
    en 1971 (4,33 por cien).

    En relación con la participación de las
    rentas generadas en Andalucía en el total de la renta
    interior de España, no puede decirse que se haya producido
    una mejora sustancial del peso específico de nuestra
    economía .

    La renta interior neta de Andalucía representaba
    en 1.975 el 12,20 por cien de la renta interior española.
    En 1991 este porcentaje había subido al 12,37.
    Según los datos proporcionados por la FIES, la
    participación de Andalucía en el PIB de
    España habría aumentado también entre 1991 y
    1994, al pasar del 12,83 por cien al 12,83 por cien. Sin embargo,
    según esta fuente, la participación del PIB per
    capita de Andalucía ha bajado ligeramente (del 71,86 por
    cien en 1991 al 71,67 por cien en 1994).

    En cualquier caso, el nivel de participación
    alcanzado no supera el conseguido en el año
    1973.

    Especialmente significativo resulta la enorme
    disminución del peso relativo de los beneficios retenidos
    por sociedades y
    empresas andaluzas en relación con el total nacional, pues
    pasa de ser el 9,51 por cien en 1975 al 5,64 por cien en 1991, lo
    que sin duda muestra una vez más la menor capacidad de
    capitalización con que las empresas andaluzas hacen frente
    al proceso productivo, y que es un evidente síntoma de
    debilidad financiera y competitiva.

    El Cuadro n1 3, en el que se proporcionan datos
    relativos al ingreso per capita de las provincias andaluzas y de
    Andalucía en general respecto a la media nacional,
    confirma que en los últimos veinte años ha
    disminuido de manera muy importante la capacidad relativa para
    generar rentas endógenas por parte de nuestra
    economía y, además, que esta capacidad es muy
    desigual si se atiende a la situación de las diferentes
    provincias, expresión todo ello de la
    desarticulación productiva, de la asimetría y de la
    falta de integración de la economía andaluza.
    La contrapartida a esta evolución negativa de los ingresos
    endógenos per capita la pone la evolución de la
    Renta Familiar Disponible per capita (Cuadro n1 4).

    Como puede comprobarse fácilmente, a lo largo de
    este largo periodo se produce una mejora apenas significativa de
    la participación relativa de la RFD andaluza en el total
    nacional (pasa del 13,26 por cien en 1.975 al 13,97 por cien en
    1.991) o en la RFDpc de Andalucía respecto a la media
    nacional (77,63 por cien y 78,06 por cien, respectivamente). Pero
    en ninguno de ambos casos se alcanza el nivel que había
    correspondido a 1.973.

    Pero lo que sigue siendo un fenómeno
    singularmente significativo de la renta de las familias andaluzas
    es que a lo largo de todos estos años se ha fortalecido el
    proceso de dependencia respecto de los ingresos que no son
    generados endógenamente por su estructura
    productiva (Gráfico n1 4).

    La proporción que representan las rentas
    indirectas (transferencias exteriores o prestaciones
    sociales) sobre el total de la RFD no ha dejado
    prácticamente de aumentar a lo largo de estos años,
    lo que significa, sencillamente, que las familias andaluzas
    dependen ahora, más que al inicio del periodo considerado,
    del subsidio público de cualquier naturaleza.

    Lo curioso, sin embargo, es que, al mismo tiempo que se
    produce el fenómeno anterior, las prestaciones sociales
    (componente fundamental de las rentas indirectas) tienden a
    disminuir su participación en el total nacional. El
    Gráfico n1 5 muestra claramente esta tónica,
    así como el espectacular incremento que se produce,
    precisamente, en el periodo de alto crecimiento económico
    de Andalucía en la segunda mitad de los años
    ochenta, lo que advierte de la singular naturaleza de los
    factores que lo desencadenaron.

    Se confirma, pues, que la mejor posición de la
    Renta familiar andaluza es un fenómeno más bien
    aparente, consecuencia básicamente de la función de
    colchón que desarrolla los impuestos o las
    cotizaciones sociales en periodos de crisis.

    3¿ Cuánto
    podrá durar el crecimiento subsidiado?.

    El propósito de esta intervención ha sido
    poner una vez más de evidencia que la economía
    andaluza manifiesta graves carencias, intrínsecas a su
    estructura productiva dependiente y desarticulada, a la hora de
    generar ingresos endógenos suficientes para garantizar el
    bienestar de su población.

    Como se puede comprobar, lejos de darse un proceso
    regenerativo, en la economía andaluza se manifiesta una
    inercia ya demasiado larga que termina por dejarla postrada ante
    el subsidio y la prestación social.

    Es cierto que ello viene garantizando ciertos niveles de
    bienestar social e incluso una profunda transformación en
    las infraestructuras o dotación de bienes colectivos, pero
    -como en cierta medida también sucede en el conjunto
    nacional- con un elevadísimo coste en términos de
    endeudamiento público.

    La aplicación de las políticas de corte
    neoliberal, la sujeción irreflexiva de la política
    económica a los criterios nominalistas de la
    convergencia europea y su pérdida progresiva de capacidad
    de maniobra, vienen implicando una pérdida fundamental de
    tejido productivo que, sobre todo en economías ya de por
    sí debilitadas como la andaluza, comportan unos efectos
    añadidos quizá insoportables a medio plazo en
    términos de empleo y generación de
    riqueza.

    La perdurabilidad de las políticas neoliberales
    llevará irremisiblemente consigo una tendencia a sufragar
    en menor medida el bienestar colectivo, para seguir fortaleciendo
    la redistribución a favor del capital, como viene
    sucediendo. Las nuevas condiciones de la Unión
    Europea, y la menor disponibilidad de recursos
    públicos que ocasionará el intento de asumir la
    convergencia europea, provocarán que en un futuro
    más bien cercano los espacios económicos más
    dependientes de la subsidiación vean disminuir muy
    sustancialmente éste estímulo externo de su
    crecimiento. A medio plazo, éste no podrá
    mantenerse ni tan siquiera en las débiles condiciones
    actuales.

    En consecuencia, para alterar la onda larga depresiva de
    la economía andaluza es necesario modificar de manera
    sustancial los parámetros generales en donde ahora se
    incardinan los motores del
    crecimiento económico. Recuperar tejido productivo y
    evitar el desmantelamiento de las fuentes de
    creación de la riqueza real son las condiciones que pueden
    promover efectivamente la creación del empleo necesario
    para que la economía andaluza disponga de estímulos
    endógenos suficientes para proporcionar bienestar a sus
    ciudadanos. Eso requiere que Andalucía mire hacia
    sí misma recobrando todas sus energías, pero dado
    el contexto supraregional que ahora le viene dado será
    preciso también que se invierta la tónica
    predominante en el proceso de integración europea, pues
    mientras éste se asiente preferentemente en el privilegio
    de la moneda y en la convergencia nominal, serán los
    espacios más débiles, como Andalucía,
    quienes sufran con más daño la
    destrucción de empleo, la multiplicación de los
    desequilibrios y la mengua del gasto social que necesariamente
    conforman el horizonte neoliberal.

    Juan Torres López

    juantorres[arroba]uma.es

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