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El bumerán del gueto




Enviado por Enrique Lacolla



    1. La doble
    ecuación

    2. Una encrucijada
    difícil

    Los desórdenes que se producen en París
    pueden, en cierto sentido, resultar gratificantes para nosotros,
    que solemos padecer de una manera de pensar el mundo que pone a
    Europa (o,
    más genéricamente, al Occidente desarrollado) en un
    pedestal. Esa admiración se da la mano con cierto
    desprecio o con un resignado escepticismo acerca de las
    posibilidades que tiene nuestro país o el conjunto de
    América
    latina en el sentido de acceder a niveles tan extremados de
    civilización y/o eficiencia.

    A pesar de que el Occidente ha exhibido muchas veces
    características odiosas, cierto esnobismo cultural en el
    país tiende, de forma consciente o inconsciente, a
    aprobarlo como un todo.

    Ahora bien, aunque son obvios los aportes que la
    civilización occidental ha realizado a la humanidad,
    así como también son ostensibles e innegables los
    lazos de sangre y cultura que
    nos unen a ella, también es verdad que América
    latina representa una realidad diferente y, en algunos aspectos,
    más benévola que la de esa realidad
    trasatlántica que tanto nos fascina.

    Ello no significa que esta parte del mundo esté
    exenta de contradicciones. Todo lo contrario. La brutalidad de
    los desniveles sociales y la situación de dependencia
    económica en que nos encontramos incuban problemas muy
    grandes.

    Sin duda favorecidos por la disponibilidad de espacios
    enormes y semivacíos, la fluidez social y el mestizaje (a
    veces vergonzante, pero capilarmente difundido) que han
    distinguido a nuestra trayectoria histórica, se configuran
    hoy como un dato a tener en cuenta en un sentido favorable.
    Gracias a ese rasgo de carácter, en efecto, hoy, cuando las
    migraciones amenazan hacerse imparables y la xenofobia y el
    racismo pueden
    convertirse en los detonadores de una inclemencia social,
    política y
    en última instancia militar, esa faceta de la crisis
    contemporánea, quizá, nos será
    ahorrada.

    El sistema mundial,
    preso en la contradicción insanable que anida en su
    naturaleza
    más profunda y que deviene de su irremediable
    pulsión a la acumulación desigual y a la
    concentración de la ganancia cualesquiera sean las
    consecuencias, no puede evitar el abandono en que deja a masas
    cada vez más grandes, ni la confusa rebelión de
    estas, poco proclives a resignarse a la condición de
    parias en un mundo hipercomunicado, donde todo está al
    alcance de la vista aunque no de la mano, y donde se pretende que
    la
    globalización sea en un solo sentido.

    Esto es, tan sólo a través de un flujo de
    capitales que trastoca las coordenadas sociales en todo el globo,
    mientras se pretende atar en su lugar a millones de personas que
    sólo pueden huir de su desesperada condición
    trasladándose a los lugares donde presumen pueden
    escaparse a la miseria.

    1. La doble
    ecuación

    En la tormenta que se ha desatado por París, y
    que amenaza expandirse a los suburbios de otras ciudades
    europeas, está presente una doble
    ecuación.

    Por una parte tenemos la manifestación de uno de
    los hechos más duros de la vida contemporánea: la
    ciudad ha dejado de ser sinónimo de comunidad, para
    convertirse en un lugar sembrado de baluartes incomunicados,
    determinados por la exclusión
    social y por el miedo que causa esa misma exclusión a
    quienes escapan a ella y se refugian en otro tipo de
    exclusión, la del privilegio que se atrinchera en barrios
    cerrados.

    Esta exclusión es potenciada por el peso de la
    historia. Los
    disturbios que sacuden a la capital
    francesa son la secuela o el rebote de la colonización
    africana perseguida por Francia
    durante más de un siglo y perpetuada, incluso
    después de la guerra de
    Argelia, por la asociación desigual entre la
    metrópoli y sus viejos territorios de ultramar.

    El fenómeno no es sólo francés,
    desde luego: toda Europa es en este sentido un campo minado, y
    también lo son los Estados Unidos,
    donde la presión de
    la migración
    latinoamericana y la presencia de una importante población negra que ha sido asimilada de
    manera superficial, configuran un panorama explosivo.

    La mayor parte de las ciudades de Francia alojan hoy
    minorías árabes y negras procedentes de los
    países del Magreb o de Camerún o la Costa del
    Marfil. Lo mismo pasa en gran parte de las ciudades europeas, con
    la diferencia de que en estas la proveniencia de los inmigrantes
    se da a partir de los territorios colonizados en su hora por
    Italia, España o
    Inglaterra. En
    Alemania, que
    no dispuso de colonias a partir de 1918, la oleada inmigratoria
    es en general de origen turco o de Europa del este.

    En el caso francés esas comunidades inmigrantes
    se encuentran aisladas en guetos suburbanos, donde en ellas hacen
    mella el desempleo, la
    delincuencia
    que suele ir asociada a esa situación y una
    segregación implícita que alcanza incluso a los
    descendientes franceses de los primeros inmigrantes que arribaron
    al lugar. La discriminación está instalada
    incluso en el lenguaje de
    la sociedad
    blanca, en el cual beurs y blacks son denominaciones de
    connotación peyorativa –como "moros" y "sudacas" en
    España–, y reconfirman la calidad de
    ciudadanos de segunda que corresponde a sus
    portadores.

    En esas masas de individuos socialmente desajustados, y
    muy en especial entre los jóvenes, la violencia que
    se ejerce contra los pueblos árabes en el Medio Oriente de
    parte del complejo imperial y la reacción confusa, pero
    destructiva, que protagonizan el fundamentalismo y los
    movimientos de resistencia
    radical, no puede dejar de hacer su camino.

    La intolerancia al estado de
    cosas no aguardaba más que una chispa para manifestarse.
    Esta fue suministrada por la muerte
    accidental de dos adolescentes
    franceses de origen árabe que se refugiaron en una
    estación de alta tensión para escapar de la
    policía y murieron electrocutados.

    París siempre fue un foco de irradiación
    revolucionaria, desde 1789 a 1968: ¿estaremos frente a los
    prolegómenos de otra aventura histórica?

    2. Una encrucijada
    difícil

    Conviene conservar los pies en la realidad, pero de
    cualquier manera los sucesos parisienses y su proyección
    están poniendo de relieve lo
    inconfortable y precario de una situación que no
    sólo afecta a los sectores menos privilegiados, sino que
    puede también llegar a comprometer la estabilidad del
    conjunto del mundo desarrollado.

    En efecto, ¿qué hay de un movimiento
    contestatario que se impregne de las consignas agitadoras que han
    distinguido a la izquierda europea y apele al arma de la huelga para
    canalizar su acción?
    Aunque realizan trabajos no calificados, los europeos de segunda
    son indispensables para tratar la basura,
    remover los residuos patógenos, servir en los
    geriátricos, atender los servicios
    públicos, trabajar en la construcción y proveer al servicio
    doméstico.

    Aun en su condición subordinada, la mano de obra
    primaria de una sociedad desarrollada es esencial, en especial
    cuando la tasa declinante de la natalidad entre los sectores
    mejor situados y el rechazo de los miembros de la sociedad blanca
    a volver a desempeñarse como trabajadores manuales va
    reduciendo su presencia demográfica o los torna
    dependientes de otros.

    Esto no se resuelve con expedientes militares. Ni
    frenando el ingreso de nuevos inmigrantes.

    El sistema mundial está encerrándose en un
    callejón sin salida. La presión de la
    financierización, la puja especulativa, la
    concentración de la riqueza, la homogeneización de
    la industria
    cultural –que agrede a las singularidades identitarias y al
    mismo tiempo, en
    razón del desnivel de hierro
    instalado por la acumulación desigual entre periferia y
    centro, les impide acceder a esa misma
    homogeneización–, van componiendo un todo explosivo
    que sólo podría perder virulencia si se modificara
    el sistema.

    Esto no es probable, o al menos no lo resulta a partir
    de las evidencias de
    que disponemos hoy. Por el contrario, el incremento de la
    agresión, la militarización de la política
    en el Medio Oriente, las disposiciones puramente securitarias
    adoptadas para enfrentarse a la situación –como el
    toque de queda–, están preanunciando tormentas mucho
    más fuertes que las que se han producido hasta ahora. Es
    tiempo de "tsunamis".

    Enrique Lacolla presenta su último libro: "El
    Siglo Violento" Una lectura
    latinoamericana de nuestro tiempo el Viernes 18 de noviembre a
    las 19 horas en el teatro Verdi –
    Alte Brown 736 – La Boca – Bs.As.

    Publicado en "La Voz del Interior" el miércoles
    16 del corrientes mes.

    Enrique Lacolla / Periodista.

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