1. Conceptos
evanescentes, de la demos al mercado
2. Democracia sin
política, individuo sin sociedad: el universo del homo
oeconomicus
3. Libertad para
elegir, pero dentro de un orden: el del
mercado
4. La
dinámica del mercado. También otra cuestión
de preferencias
Ha escrito Guiddens (1.996:111) que, de pronto, todo el
mundo" ha descubierto la democracia!".
Así puede parecerlo si se contempla la
generalización del concepto, su
presencia ineludible en cualquiera que sea el programa de
acción
social o el tipo de discurso
político de nuestra época. Quizá, como dice
el propio Guiddens (1996:112), "la democracia se ha hecho hoy
universalmente popular sencillamente porque es el mejor sistema
político que puede tener la humanidad".
Puede ser cierto todo ello. Pero no lo es menos, en mi
opinión, que nunca más como ahora el propio
concepto de democracia se hace polisémico, confuso y
maleable hasta el punto de poder estar
referido a situaciones políticas
cuya expresión como tal es más bien virtual, mucho
menos que formal, a regímenes donde las posibilidades
reales de coparticipar, de decisión compartida es decir,
de que se den, incluso, de disfrutar de voto libre prerequisitos
elementales de la democracia- no son más que letras de
grandes proclamas que terminan por evanescerse al pairo de la
corrupción, de la miseria o de las
mafias.
Nunca la democracia fue tan universal, mas nunca fue su
sustancia tan indefinida y tan equívoca. Nunca su propio
sentido tan confundido. Nunca la democracia fue tan popular,
nunca quizá fue tan generalmente asumida como
patrón universal de ciudadanía. Pero, al mismo tiempo,
quizá nunca fue una expresión tan banalizada, tan
sometida en sus expresiones más operativas, en su
dimensión más radical, a la fuerza de
otros vectores de
organización social, como la
economía, los procesos de
transnacionalización que se tienden a considerar tan
deseados como inevitables, la homogeneización cultural o,
base real de la democracia-sencillamente, la pérdida
efectiva de ciudadanía que conllevan la pobreza y la
marginación modernas. Si se me permite el juego de
palabras, podría decirse que nunca hubo más
democracia, pero que nunca la democracia fue menos
democrática.
Lo que viene sucediendo en nuestra modernidad es que
la democracia, la "universalmente popular" democracia, no es sino
un concepto transustanciado, que ha llegado a perder su
prístino significado de gobierno del
pueblo.
La corriente de pensamiento
hoy día mayoritaria constituye un fluido tan potente, y
tan homogéneo, que es capaz de arrastrar tras de sí
a los conceptos y de impregnar de sus propias claves discursivas
incluso a las categorías que inicialmente le pudieran ser
más ajenas. La construcción teórica del pensamiento
(neo)liberal dominante se ha constituido en una especie de
potente aspirador de ideas que termina por dejar a su alrededor
el vacío intelectual más absoluto y una
auténtica desolación conceptual, pues hasta los
términos que nunca le hubieran sido propios terminan por
ungirse del indeleble barniz liberal.
Esto ocurre en nuestra época con la
conceptualización de la democracia a la que hemos llegado
a acostumbrarnos, o si se quiere, la que ha sido encumbrada por
el pensamiento dominante como expresión más sublime
del orden político.
La democracia a la que se alaba, la que, entonces,
constituye no sólo una aspiración principal, sino
un requisito de homologabilidad y, por ende, de gobernabilidad es
la que se concibe intrínseca y extrínsecamente
vinculada a la economía capitalista. No se está
hablando de otra. O mejor, sólo esa es considerada como la
auténtica democracia.
Conceptos
evanescentes, de la demos al mercado
El concepto de democracia transustanciado a la manera
neoliberal no es el que implica la existencia de las condiciones
que garanticen el gobierno efectivo del pueblo, sino sólo
y privilegiadamente de aquéllas que pueden permitir que
los mercados
funcionen libremente.
El pensamiento neoliberal nace del supuesto,
podríamos decir que también "universalmente
popular", según el cual el mercado constituye el mecanismo
superior de regulación social y la pre-condición de
cualquier democracia. Se parte de considerar que sólo a
partir de las relaciones de intercambio, sólo en virtud
del comercio,
pueden existir seres humanos libres, lo que equivale a indicar
que sólo en la medida en que ha existido el mercado puede
haber ciudadanos capaces, entonces, para erigirse en sujetos
activos de
aquella.
Las condiciones de la democracia se deben entender,
así, como subsumidas en las condiciones previas de
intercambio en los mercados. Sólo en éstos
encuentra la razón neoliberal un auténtico
pre-texto de la
sociedad, su
original orden natural y sólo sobre el cual puede erigirse
una sociedad libre.
De aquí resultan tres connotaciones elementales
de la democracia tal y como es entendida por el discurso
neoliberal.
La primera es, como arriba he indicado, su carácter polisémico y no
unívoco, pues bajo la misma categoría conceptual se
pueden acoger órdenes políticos, o estructuras de
conformación de la voluntad colectiva, que pueden ser
radicalmente distintos desde el punto de vista de su capacidad
para proporcionar acceso a los procesos de toma de
decisiones.
No existe un sentido de lo democrático que
pudiera ser entendido en sí mismo, sino que queda siempre
relegado a su subsunción permanente en el orden del
mercado. La democracia pierde su perfil auténtico, se
desdibuja y llega a no poder reconocerse a ella misma.
En segundo lugar, y en virtud de la inevitable
supremacía que adquiere la individualidad en el orden
pre-democrático del mercado, resulta que la propia
democracia es un añadido, una addenda al orden natural
-esto es, al mercado-, al que no puede ni negar ni tan siquiera
violentar. Puede decirse sin ambages que la democracia no
sólo no es un componente imprescindible del orden social,
sino que es claramente relegable al del mercado.
Esto último se reconoce ya sin ningún
disimulo en nuestro tiempo. Los economistas suelen hablar de los
mercados como titulares del poder que guía el gobierno de
nuestras sociedades y
quieren ver en ellos la sede de donde surgen, en realidad
entienden que de donde deben surgir, las decisiones
político económicas. Rojo (1.995:194) afirma que
"ha habido un desplazamiento del poder desde los gobiernos a los
mercados, cuya consecuencia es una pérdida de
autonomía de las autoridades nacionales en la
elaboración de la política
económica". Se reconoce, pues, de la manera más
explícita que ámbitos decisorios cada vez
más amplios quedan fuera de los procesos
democráticos tradicionales, los que tienen que ver y
afectan a la actuación de los gobiernos: "No es exagerado
hablar de una abdicación de las democracias frente a las
fuerzas .@anónimas e incontroladas del mercado
Y no sólo se ha reconocido de manera
explícita que ésto sucede realmente en nuestro
mundo como un fenómeno natural que, precisamente por tener
ese carácter, no sólo no requiere remedio sino que
debe fomentarse. Por el camino neoliberal se llega mucho
más lejos. Hasta justificar expresamente, como hizo nada
más y nada menos que el propio Hayeck, que se viole el
orden político democrático si de esa manera se
salvaguarda el orden del mercado.
En tercer lugar, la comprensión neoliberal de la
democracia lleva a cabo un elemental juego malabar, una
auténtica deconstrucción del concepto en el que la
sociedad deposita la confianza colectiva necesaria para lograr la
convivencia, siquiera imperfecta, en un mundo donde la
dotación inicial de derechos y recursos es tan
desigual.
Lo que había sido entendido como un juego de
elección en libertad e
igualdad a
través del voto se truca en nuestra modernidad neoliberal
y resulta que no es ése quien las garantiza. Como he
señalado, en el contexto de pensamiento neoliberal
dominante la democracia, para serlo, debe quedar subsumida en el
orden del mercado y, entonces, no es ya el voto, sino los
precios los
que van a pasar a ser la clave de bóveda de todas las
relaciones sociales, presumidamente democráticas.
Así como los seres humanos encuentran la razón
fundamental de su existencia en el comercio y el rango más
amplio de su libertad en el mercado, no puede haber una mecánica más efectiva para
garantizar su existencia como seres libres que los precios. La
democracia se identifica con el equilibrio del
intercambio y la codecisión se expresa por medio de los
precios. No se trata de resolver el problema del poder y del
conflicto,
sino de sacar adelante la condición precisa para el
comercio, construir sólo el ,
categorías@agentesAentramado de un encuentro entre
personas entendidas como formales del cambio,
productores y consumidores, y cuya condición
asimétrica de partida no se considera un trauma para la
libertad, pues se supone que el mercado igualará mecánica y automáticamente sus
respectivos papeles en un único pero supremo instante: el
del intercambio. En el único momento donde las relaciones
humanas cobran sentido según la antropología neoliberal.
La democracia se sustancia solamente en libertad de
comercio y se desentiende de la libertad de los hombres, renuncia
al derecho de las personas que desean ser efectivamente iguales
para convertirse en realidad en un mosaico de asimetrías,
en la imagen refleja
del orden intrínsecamente desigual de las relaciones de
intercambio mercantil propias del capitalismo.
En definitiva, la democracia, tal y como es entendida en
el discurso neoliberal hoy día conformador de la conciencia
colectiva y ordenador de las prácticas sociales dominantes
es una realidad sin posibilidad de alcanzar una sustantividad
propia y, en consecuencia, incapaz de poder ser concebida en
virtud de sus rasgos intrínsecos y a partir de los cuales
cualquier sociedad pudiera quedar cualificada de una manera u
otra. Se considerará que existe cuando se exprese como un
atributo más, y hecho a su imagen y semejanza, del mercado
capitalista: puesto que sin éste no hay individuos libres,
la democracia sólo puede serlo en tanto que su subproducto
y como una simple imagen vicaria del intercambio
mercantil.
El drama, como claramente expresan las declaraciones de
Hayek que cité más arriba, es que un planteamiento
de esa naturaleza
lleva a una que Hayek asume gracias a su coherencia-:
siBconsideración mucho más elemental lo que trae
consigo orden social y libertad es el mercado y no la democracia,
para qué hacer de ésta última un
problema?)
Democracia
sin política, individuo sin
sociedad: el universo del
homo oeconomicus
Para que la democracia pueda subsumirse en el orden del
mercado es preciso dar un paso esencial, en virtud del cual la
política y la colectividad quedan relegadas en aras de
entender toda relación social como una sublimación
de la individualidad. Podría ser un claro ejemplo de su
punto de partida analítico la distinción que
sostiene Hayek entre libertad personal, como
ausencia de toda coerción de unos individuos sobre otros,
y libertad política, como participación en la
elección del gobierno, en la actividad legislativa y en el
control de los
actos de las administraciones.
El presupuesto
añadido esencial es el que confiere un privilegio
irrelegable a la libertad personal, de modo que sería
posible disfrutar de ella sin disfrutar de libertad
política, y el que lleva a establecer el origen y la
naturaleza de la actividad que puede llevar a generar coacciones
a los individuos, o mejor dicho, las condiciones que pueden
evitarlas.
El propio Hayek entiende que las relaciones comerciales
conforman el orden constitutivo de la sociedad y, por tanto,
donde nace, donde se resuelve y donde se conquista la libertad
primera y esencial.
Para lograr entonces la libertad desde la que es posible
construir la democracia es necesario resguardar el orden de las
relaciones comerciales. Aunque no cualquier orden, pues de hecho
el comercio, el intercambio y, en general, la satisfacción
de la necesidad no se conciben en un orden que no sea el del
mercado. La relación entre el hombre y la
naturaleza se entiende como una relación construida a
partir de la escasez, de modo
que la manera natural de interacción social es la que se lleva a
cabo a través de la elección y del
intercambio.
Además, el mercado se representa como un orden
espontáneo y libre. Como un auténtico cajón
estanco, pero en el que cabe y en donde se supone que está
toda la sustancia de la sociedad. En donde, por esa doble virtud,
es posible conseguir la primigenia libertad, la libertad
personal, con un plus, valga la redundancia, de libertad: el que
deriva de la evitabilidad de cualquier otra estructura
añadida. O más concretamente, la del Estado, origen
de toda coerción.
El mercado construye la libertad y no es necesario
entonces el escenario adicional del Estado, el ámbito en
donde ha lugar la política, que cobra así un
carácter secundario, ni tan siquiera subsidiario, sino
sencilla, perfecta y preferentemente prescindible.
que, entonces, cabe asumir no es la que@cuestión
políticaALa tiene que ver con la determinación de
los fines del cuerpo social, con el establecimiento de medios para
lograrlos o con el establecimiento de procesos que garanticen la
participación o la codecisión en un mundo de
desiguales poderes de decisión y de relaciones sociales
claramente imperfectas desde el punto de vista de la
posición ante el conflicto. Es decir, nada tiene que ver
con el problema de la democracia.
Todo lo contrario, la cuestión política
tal y como es entendida en el entramado neoliberal es la que
tiene que ver justamente con la limitación más
eficaz posible de cualquier condición que no sea la
consustancial a la relación del mercado. O dicho de otra
manera, la que se encamina a restringir la distribución de poder que pudiera llevar a
modificar el sistema de
poderes de apropiación que se consideran como dados al
mercado. Es decir, los poderes que proporciona, ordena y
distribuye, precisamente, la democracia.
La filosofía política del neoliberalismo
es la de destronar a la política, la de evocar
continuamente su gratuidad en un mundo que puede quedar regulado
eficazmente a través del sistema de las relaciones
mercantiles en el mercado. Es por ello que puede hablarse con
razón de la aversión o de la profunda
animadversión liberal a la política
(Martínez de Velasco 1.997).
Toda decisión que no provenga del mercado, y
paradigmáticamente la política, contribuye a
conformar sistemas de
coerción individual, a lapidar la libertad personal y a
constituir un sistema institucional complejo, forzado respecto al
origen no institucional de las relaciones humanas y, por ende,
oneroso, tanto desde la perspectiva de la libertad
política, como desde la óptica
de la eficiencia en la
asignación de los recursos.
Desde una perspectiva algo diferente, pero con muy
semejante consecuencia, Rawls ha puesto las bases para una
comprensión de la libertad y la democracia de estas
características, por ejemplo, cuando establece que la
teoría
de la justicia, que
podríamos considerar aquí como el discurso previo
de la democracia, presupone el orden del mercado.
Es cierto que Rawls no reduce la razón al
cálculo
elemental y típico del homo oeconomicus, pero sí
acepta que la racionalidad que cualifica a éste
último pueda fundamentar las elecciones que presiden la
realización de la justicia. O, también, cuando da
prioridad al principio de la libertad respecto al de la
diferencia.
En cualquiera de estos discursos el
elemento central es el intento de crear un constructo
teórico que permita separar el mercado y el Estado,
comercio y sociedad, individuo y política, libertad
personal y democracia como libertad política. Y, al mismo
tiempo, atribuir al mercado el papel de catalizador inexorable de
las relaciones sociales que quieran resolverse en libertad,
convertir al comercio en el tamiz original de la actividad humana
y hacer de un concepto empobrecido (y empobrecedor) de libertad
-la que se concibe, en realidad, sólo como ausencia de
coerción en el comercio- la condición primera de la
felicidad humana.
De esa forma, el Estado, la polis, la política,
…la democracia no son sino simples excrecencias. Mientras que,
por el contrario, el mercado termina por no ser ni bueno ni malo
respecto a las necesidades sociales o a las demandas humanas:
simplemente es. Algo inevitable. Como no le puede ser al ser
humano de otra manera su orden natural.
Desde un punto de vista más operativo, esta
concepción del ser humano, de la libertad y la democracia
se puede considerar acreedora de tres grandes
postulados.
El primero de ellos es el que tiene que ver con el tipo
de comportamiento
que se supone consustancial a la naturaleza
humana y en virtud del cual se puede sostener un criterio de
racionalidad y de razonabilidad que sea coherente con las reglas
del intercambio de mercado.
No puede ser otro que el que está basado en el
cálculo económico individual, en el principio de
maximización y en el sostenimiento de la evaluación
de costes y beneficios privados como criterio determinante de las
actuaciones humanas.
El segundo, se refiere a que el origen y la
expresión inicial del cambio es la escasez,
connotación esencial de la actividad humana orientada a la
satisfacción material y sobre la que se edifican
después cualquier otro tipo de relaciones sociales. La
naturaleza humana se sobreentiende a partir del cambio, la
economía como actividad orientada al sustento se confunde
con el mercado y éste se simplifica en una mera
cataléctica. El ser humano es simplemente una instancia
del intercambio.
Finalmente, se entiende que el mercado, como
ámbito de regulación de relaciones de intercambio,
pero también por tratarse de éstas mismas, de todas
las relaciones sociales, no sólo no necesita una lógica
heterónoma para regularlas, sino que se ve perturbado en
la medida en que se establezcan fuera de él lógicas
que no sean exactamente las que reproduzcan sus condiciones de
intercambio.
Si es es evidente que la consistencia del discurso
neoliberal que ello fuese el problema que en realidad se quisiera
resolver- sólo puede derivarse de asumir estos postulados.
Postulados, sin embargo, que implican hacer consistentes algunas
consideraciones de difícil sostén.
El primero de ellos implica reducir la razón
humana al cálculo y su naturaleza a la de una simple
agencia maximizadora, lo que permitiría plantear severas
limitaciones antropológicas así como un elemental
irrealismo. Mientras que el segundo implica percibir de una
manera tremendamente sesgada la historia de la humanidad,
del comercio y de los propios mercados, pues se concibe que los
instantes individuales están antes que la sociedad, el
individuo antes que su colectivo y el comercio antes que la
necesidad.
En estas páginas, sin embargo, tan sólo
quiero hacer algunas consideraciones sobre el tercero de estos
últimos postulados que sirven de andamiaje a la
retórica liberal al uso, es decir, el que viene a sostener
que el mercado es un ámbito de regulación capaz de
proporcionar suficiente libertad y, sobre todo, que constituye un
orden previo y superior al de la política en donde se
establece la democracia. Más concretamente, trato de
mostrar de manera elemental que, a diferencia de lo que postula
el discurso neoliberal, no sólo la política es
anterior al orden del mercado, sino que cualquier orden de
mercado es sencillamente inviable sin decisión
política (de no-mercado) y radicalmente injusto sin
democracia.
Libertad para
elegir, pero dentro de un orden: el del
mercado
El discurso neoliberal centraliza y sacraliza al mercado
en la medida en que lo contempla como un mecanismo de
regulación que no precisa de instancias exógenas y
en donde y a partir del cual se pueden resolver los problemas de
asignación de los que depende la consecución del
máximo grado de libertad individual y de bienestar social.
Como ya he señalado antes, el Estado y la política
no serían sino el origen de intervenciones indeseables,
salvo que, y en casos muy determinados, se limiten, precisamente,
a mantener y salvaguardar el propio orden del mercado,
reproduciendo, en cada una de sus expresiones, los resultados que
el mercado hubiera llegado a dar.
Puede sostenerse este principio fundamental con
algún) realismo?
Creo que se podría aceptar comúnmente que
el punto de partida de cualquier actividad humana que
pudiéramos calificar como actividad económica es la
existencia de la necesidad. Sobre ella se constituye cualquier
tipo de sustentoAproceso orientado, de cualquier manera, a la
satisfacción material, al , por utilizar la
expresión de Polany. En fin, de ella surge el@del hombre objeto
económico.
El discurso neoliberal tradicional parte de considerar
que esa necesidad deriva necesariamente en elección,
porque se establece la escasez no sólo como punto de
partida sino como condición natural de la actividad
humana.
Pero lo que es particularmente relevante del juicio
liberal es que tanto la necesidad como la elección que le
es consustancial en un mundo de recursos escasos se resuelve en
el íntimo mundo de la individualidad, en el puro orden de
la subjetividad.
Para los liberales, necesariamente herederos del
utilitarismo más elemental, la necesidad es una simple
manifestación de estados mentales, sólo una
expresión del deseo personal, una circunstacia individual,
un proceso que
para nada se relaciona con el entorno humano.
Sin embargo, nada más radicalmente discutible del
pensamiento Qué)liberal que ese tipo de consideraciones
sobre la necesidad y el deseo. clase de
necesidad, de las que se incluyen, por ejemplo, en la
tipología de Maslow pueden
considerarse al margen de la existencia convivencial de todos los
puede pensarse seriamente en un ser humano que construya
su)individuos?, universo de
deseos sin referencias externas?
La respuesta a estas cuestiones es tan elemental que el
pensamiento económico liberal ha tenido que acudir a
realizar auténticos malabarismos para sostener sus
principios,
sin los cuales es absolutamente imposible construir el conjunto
de la economía neoclásica. Así, toda la
teoría microeconómica, todo el análisis del comportamiento del
consumidor en el mercado debe realizarse sobre el presupuesto
de preferencias estables, que implica considerar que los gustos
de los individuos están dados y no se modifican a lo largo
del tiempo o en circunstancias diferentes. Un principio sin
ninguna base empírica y sin la más mínima
consistencia pero sin el cual no podría sostenerse el
concepto de racionalidad económica ni, en consecuencia,
concluir en la bondad del mercado como mecanismo óptimo de
asignación.
Es decir, como la comprensión más realista
del problema de la necesidad llevaría a tener que incluir
en el análisis del proceso de intercambio en el mercado a
todos los factores de los que sin duda depende el comportamiento
de los agentes (la sociedad en general, las relaciones
interindividuales, el poder, las instituciones,
…) el discurso liberal resuelve por el fácil expediente
de eludirlo como problema, por el camino de confinar a la
necesidad y al deseo en el reducto aproblemático de la
individualidad.
Ahora bien, entender que la necesidad se resuelve a
través de comportamientos individuales en el mercado es
insostenible sin quebrar seriamente una lógica elemental.
Al establecer que la necesidad se satisface, que es un(que
sólo se puede satisfacer, a través del mecanismo
del mercado – mecanismo social!- se debe aceptar necesariamente
que las necesidades humanas se hacen necesidades sociales. Que
las necesidades, utilizando la expresión de .@mediatizadas
por lo socialAGorz, están inevitablemente
Eso es así, además, porque la sociedad,
sea a través o no del mecanismo de mercado, no sólo
satisface la necesidad. Es también la sociedad la que
produce la necesidad, es la que establece las prioridades, los
rangos, es el espejo donde se lleva a cabo la comparación,
donde está la memoria, el
origen de la frustración y el final de todas las
aspiraciones. Es la sociedad la que constituye la imago colectiva
de donde puede surgir realmente el deseo individual y
dónde se dibuja la expresión concreta de la
necesidad. Es en todas las relaciones y subsistemas que la
conforman donde se encuentran los códigos que permiten
interpretar el sentimiento humano y los deseos y de donde
proceden las claves de segmentación que luego permiten producir la
individualidad, bien como diferencia real, bien como puro
simulacro (Rubio y Torres 1.991).
Y eso ocurre, por cierto, también cuando la
asignación se lleva a cabo a través del mercado. Es
más, por la naturaleza del intercambio que ahí se
lleva a cabo, desprovisto de las connotaciones ambientales que le
son propias y más enajenado que nunca el individuo de su
contexto -pues su decisión se resuelve en virtud de su
capacidad monetaria-, el consumo
adquiere en el intercambio mercantil su expresión
más auténtica como juego de símbolos y como momento cultural.
Características que como es bien sabido resultan hoy
día determinantes de los procesos de producción, intercambio y consumo de
nuestras economías (Torres López 1.994).
Pero si el discurso liberal parte del irrealismo y del
simplismo antropológico cuando confina la necesidad al
submundo enclaustrado de lo subjetivo termina finalmente por ser
esclavo de una singular paradoja. Si se mantiene que la
naturaleza relevante de la necesidad no es más que la de
su derivación como proceso de elección subjetiva,
debe concluir necesariamente que su prerequisito esencial es la
libertad.
Esto es precisamente lo que permitiría susperar
el planteamiento meramente biologicista para llegar a contemplar
a la necesidad (Alonso 1.998:130), y cuya@concepto eminentemente
políticoAcomo un satisfacción integral, por lo
tanto, requiere mecanismos políticos (deseablemnete
democráticos, aunque no tienen por qué serlo) que
permitan disfrutarla realmente, lo que equivale a decir que deben
existir en todos los ámbitos que de una forma u otra la
condicionan.
Resultaría, entonces, que la política,
entendida como expresión del ejercicio de la
decisión y del uso de la libertad, es la
precondición de la satisfacción, con independencia
desde luego del mecanismo de asignación . Y la democracia,
por su lado, la condición que determina la
gradación@elegidoA misma y el tipo de las necesidades que
van a poder ser satisfechas de manera prioritaria. Más
concretamente, de la que depende que los diferentes individuos
tengan más o menos posibilidad de satisfacer su abanico de
necesidades, pues de la existencia real de democracia depende que
cada uno de ellos, y los diferentes grupos
sociales, puedan influir con más o menos éxito
en la definición del abanico de necesidades que tienen
prioriridad a nivel general.
Pero el discurso liberal, cuya apariencia es la de ser
el discurso de la libertad, no acepta ésta lógica y
adopta una restricción fundamental. No admitiendo otra
adjetivación de la naturzaleza humana que no sea la
económica; sin contemplar otro ser que no sea el homo
oeconomicus y limitando el campo de la elección humana a
la que tiene que ver tan sólo con la producción y
el consumo de mercancías, la libertad que se reclama es
tan parcial y tan pobre como el individuo mercantilizado al que
sirve.
En la concepción liberal no hay más
momento de libertad que el del intercambio, no se precisa
más democracia que la que facilita que éste se
lleve a cabo. Lo que equivale a decir que libertad y democracia,
en el orden liberal, no son valores de
rango universal, ni aspiraciones preferentes de los seres
humanos. De hecho, quienes quedan fuera del cambio mercantil, no
disfrutan de la libertad liberal. Esta es un derecho vinculado a
la condición mercantil. Pero como ésta se
constituye por definición a partir de un reparto inicial
desigual de derechos, recursos y poderes, resulta que la libertad
liberal no puede ser otra que la libertad desigual, la que no
tiene más proyecto que
salvaguardar el orden de privilegios sobre el que se sostienen
los mercados capitalistas.
La dinámica del mercado. También otra
cuestión de preferencias
Pese a la radical construcción analítica
del liberalismo
puede decirse, como acabo de señalar, que no es posible el
mercado si no es antes la sociedad. Y que, precisamente por ello,
el mercado no puede concebirse sino como el resultado de una
síntesis singular de las preferencias
sociales, como el vector resultante de un entramado de fuerzas
que conforman el nudo conflictivo de cualquier sociedad humana.
El mecanismo de provisión, cualquiera que pueda ser, es
una realidad posterior y consecuencia del proceso en virtud del
cual la necesidad humana y su satisfacción se forjan como
fenómeno social, determinados por la experiencia de
conflicto existente y resueltos en virtud de las relaciones de
poder predominantes.
Pero dejemos que funcione el mercado, aceptemos por un
momento su lógica de apropiación, de
acumulación y de intercambio como la lógica que
preside las relaciones sociales.
Desde el punto de vista del discurso liberal, del
análisis compartimentoAeconómico neoclásico,
se percibe el mercado como una especie de (Théret 1.991) y
suele entenderse como un mecanismo o proceso que@estanco funciona
por sí mismo, donde la oferta y la
demanda son
instancias autosuficientes para proporcionar soluciones de
optimalidad sin más requisito previo que el de la
libertad.
Se obvia, sin embargo, que el mercado es una
institución especializada, resultado de una
regulación específica y particular, concretada
históricamente, circunstancial y, por lo tanto, de
diferente morfología
y condición. El mercado, y muy específicamente el
mercado capitalista, no puede entenderse sin considerar la enorme
cobertura de reglas y normas que lo
definen. Todas ellas conforman a su alrededor un haz de derechos
y obligaciones
en virtud de los cuales se establece qué se puede y
qué no se puede hacer en las relaciones de intercambio,
quién puede poseer y qué garantías quedan
definidas para salvaguardar el status de apropiación
inicial y sobre el que se desarrolla a posteriori el intercambio
mercantil.
Y aparecen, entonces, otras preguntas claves: estos
derechos, cómo se definen, quién y cómo
podrá disfrutarlos?
Los economistas no se encuentran a gusto cuando elAA
igual que análisis va más a (Buchanan
1.996:81),@llá del postulado de preferencias fijas
según comenté más arriba, también se
muestran francamente incómodos cuando tienen que
preocuparse por desvelar el origen de esos derechos y el de los
que se constituyen sobre ellos, su naturaleza desigual,@poderes
de apropiación. A su elemental falta de equidad y,
desde luego que también, la probada ineficiencia en la que
suelen concluir a pesar de la retórica convencional al
uso.
Pero, a pesar de la renuencia de los economistas
ortodoxos, la existencia de esa estructura de poderes es
insoslayable. Incluso en un mercado que lo fuera de competencia
perfecta, es decir, en el que se dan condiciones para
alcanzar una situación asignativa óptima del tipo,
por ejemplo, del óptimo paretiano.
Porque, incluso en tal caso, se demuestra que el
óptimo alcanzable es un óptimo asignativo, que
tiene que ver solamente con el mejor uso posible de los recursos
y que se refiere, en consecuencia, a una mera solución
técnica, pero que es compatible con cualquier
solución distributiva. Esto es, suponiendo que se pudiera
alcanzar en algún momento el mayor grado de eficiencia
posible en la asignación (técnica) de los recursos,
esa situación podría darse con una
distribución radicalmente desigual de la renta o de la
riqueza.
Esto es obviamente una cuestión esencial, puesto
que es evidente que una solución distributiva
específica no es el resultado del azar, ni del azar
natural ni del azar del intercambio. Es la consecuencia, por el
contrario, de que el intercambio se lleva a cabo a partir de un
determinado reparto previo de los recursos y de los derechos de
apropiación y propiedad, de
la existencia de poderes que son disfrutados de manera bien
distinta por los diferentes individuos que deben recurrir al
intercambio mercantil para satisfacer sus necesidades.
Verdaderamente, la solución distributiva concreta
que se pueda alcanzar depende de la respuesta específica
que la sociedad proporciona a quién decide cuál va
a)cuál es la mejor solución distributiva?,
)preguntas como se acepta sin más o se modifica la
situación de reparto existente?)alcanzarse?, Preguntas,
todas ellas, que obviamente admiten tantas respuestas como
intereses sociales existen.
Resulta, pues, que las preferencias de los individuos
son determinantes una vez más, ahora desde el punto de
vista esencial de la distribución. Cualquier
decisión económica es el resultado de la
prevalencia de una determinada preferencia. Y resulta, entonces,
que sólo un sistema de revelación de preferencias
sociales que sea democrático puede permitir que la
actividad económica se lleve a cabo orientada a la
satisfacción más generalizada. Y, al revés,
que cuanto más opaco sea dicho sistema más
fácilmente podrán privilegiarse las preferencias
menos extendidas, aunque más poderosas.
Mucho más evidente es todo ello cuando se
plantean lo que se , es decir, situaciones en las que, por
diversas@fallos del mercadoAconoce como razones, el mercado
funciona de manera imperfecta (siendo así imposible que
conduzca los intercambios hacia un equilibrio general con
máxima eficiencia), cuando simplemente no puede llegar a
funcionar como mecanismo de asignación o cuando funciona
generando alteraciones (crisis
económicas) o soluciones distributivas claramente
perversas e inaceptables.
En el primer caso, se hace necesario regular el mercado,
para tratar de corregir las imperfecciones, a través,
lógicamente, de intervenciones jurídicas y
administrativas. En el segundo, como es típico cuando
existen los llamados bienes
públicos, es sencillamente inevitable establecer un
mecanismo alternativo de asignación, mecanismo que no
puede ser otro que la decisión política del
gobierno. En el tercer caso, por fin, es cuando han de aplicarse
políticas económicas diversas orientadas a
estabilizar la economía, a redistribuir la renta o
directamente a proporcionar a una parte de la población los recursos que el mercado les
niega.
En definitiva, en todos esos casos hay una constante,
como no podía ser menos: la imprescindible
intervención exógena, el necesario establecimiento,
lógicamente desde fuera del propio mercado, de derechos de
apropiación que afectan de manera desigual a los
individuos, o la decisión política discrecional del
gobierno como componentes centrales del proceso económico.
Y, como ya señalé antes, estos derechos son el
resultado de decisiones que responden a la preferencia social
dominante en cada momento concreto en la
sociedad.
No hay, pues, solución alguna al problema
económico que no provenga de la preferencia social. La
política, entendida como la expresión operativa del
sistema de preferencias sociales, no es un simple accidente, como
quiere el pensamiento liberal, sino la condición primera
del intercambio capitalista. Y precisamente por ello la libertad
que tiene que ver realmente con el proceso de satisfacción
a través del intercambio no es la que se realiza en el
momento del intercambio, sino la que se ejerce en el momento en
que se definen socialmente las condiciones en que aquel va a
llevarse a cabo. Desde este punto de vista, la política es
la instancia en la que se perfecciona el orden económico,
pues en su virtud se resuelve el conflicto inicial sobre el
reparto, de cuya solución depende el grado de
satisfacción alcanzable para cada individuo. Y la
preocupación a la que lleva este planteamiento no puede
ser otra que la de establecer las condiciones
(democráticas) que permitan solventar este conflicto
previo en libertad e igualdad.
Sin embargo, al pensamiento liberal le preocupa la
política como la decisión que puede modificar el
sistema de poderes constitutivos del mercado y se ocupa sobre
todo de las circunstancias en que puede efectivamente afectarlos.
Lo que le resulta relevante es que la multiplicidad y la
continuidad que en realidad son el fundamento de la democraciaBde
decisiones políticas de la política o
del@falloA(Barcellona 1.996:75)- se conviertan en el llamado
gobierno, esto es, la modificación del reparto
preestablecido.
La democracia, pues, no es una precondición de
libertad, sino una amenaza. pues con ella viene de forma
inevitable la posibilidad de que se altere el régimen de
privilegios que comporta el mercado. Peor aún: este
último y la democracia, en tanto que sistema generador de
poderes que permiten corregir, domeñar o suprimir el orden
del mercado, pueden llegar a ser literalmente
incompatibles.
En definitiva, la retórica liberal se practica
socialmente en condiciones de lamentable esquizofrenia.
Basada en el principio de que la democracia es la única
mecánica que permite salvaguardar la libertad de los
individuos, deja de utilizarse cuando se trata, sin embargo, de
abordar el problema fundamental de los seres humanos: la
satisfacción incluso más elemental de sus
necesidades materiales.
De esa manera, se ha podido divorciar la retórica
liberal de la libertad, como valor
universal, de su práctica efectiva como una simple
libertad para comerciar. Se ha logrado, parafraseando a Dahl
(1.985:162), que el derecho al autogobierno se subordine
definitivamente al derecho a la propiedad, aunque .@el más
fundamental de todos los derechos humanosAaquel sea
verdaderamente
Para finalizar estas reflexiones no se puede dejar de
constatar que la asunción de estos principios en la
práctica política neoliberal de nuestro tiempo no
es ajena, sino todo lo contrario, a dos fenómenos muy
concretos.
El primero de ellos, el incremento de las desigualdades
y de la insatisfacción en nuestro planeta. Fenómeno
que puede ser contemplado desde muchos puntos de vista
(desigualdad interpersonal, espacial o regional, tasas de
pobreza,
analfabetismo,
…) pero que no admite la más mínima
discusión: la distribución de la renta y la riqueza
en nuestro mundo es hoy día, mucho más injusta, por
más desigual, que hace unas décadas. Valga como
prueba, tan sólo, que de 1.960 a la actualidad la
diferencia entre el 20 por cien más rico de la
población mundial y el 20 por cien más pobre se
multiplicado por tres.
El segundo es lo que se podría calificar como el
debilitamiento progresivo de los fundamentos de la democracia, de
la democracia misma. La pérdida de soberanía de los gobiernos en favor de
instituciones supranacionales sin control democrático
(bancos centrales,
G-7, FMI, BM, etc.),
la creciente libertad concedida a las grandes empresas
transnacionales y financieras (acuerdos internacionales de
inversión, protocolos
comerciales,…), la progresiva concentración en las
industrias
culturales que homogeneiza y elimina cualquier resquicio de
diversidad y confrontación ideológica, la
burocratización de la vida política que más
bien se orienta a consolidar regímenes
partitocráticos, la generalización, en fin, de un
discurso sobre la economía y de la política
económica que las define como ámbitos donde no cabe
la discusión como el Primer Ministro ante laBy la
alternativa, para llegar a proclamar Asamblea Francesa- que no
hay políticas económicas de derechas o de
izquierdas, sino buenas o malas; todo ello es una evidente
expresión de que la política neoliberal al uso ha
traido consigo una menor capacidad de decisión ciudadana y
mucho menos poder de los más desfavorecidos para influir
sobre el rumbo de los asuntos sociales. Es decir, mucha menos
democracia.
Los resultados de restringir la libertad del ser humano
a la que se termina en su condición de productor/consumidor de
mercancías y los de supeditar todo proceso de
decisión social al respeto del
sistema de privilegios mercantiles establecido no pueden traer
otras consecuencias.
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