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Sobre democracia y economía. Algunas reflexiones contra corriente




Enviado por juantorres@uma.es



     

    1. Conceptos
    evanescentes, de la demos al mercado

    2. Democracia sin
    política, individuo sin sociedad: el universo del homo
    oeconomicus

    3. Libertad para
    elegir, pero dentro de un orden: el del
    mercado

    4. La
    dinámica del mercado. También otra cuestión
    de preferencias

    Ha escrito Guiddens (1.996:111) que, de pronto, todo el
    mundo" ha descubierto la democracia!".

    Así puede parecerlo si se contempla la
    generalización del concepto, su
    presencia ineludible en cualquiera que sea el programa de
    acción
    social o el tipo de discurso
    político de nuestra época. Quizá, como dice
    el propio Guiddens (1996:112), "la democracia se ha hecho hoy
    universalmente popular sencillamente porque es el mejor sistema
    político que puede tener la humanidad".

    Puede ser cierto todo ello. Pero no lo es menos, en mi
    opinión, que nunca más como ahora el propio
    concepto de democracia se hace polisémico, confuso y
    maleable hasta el punto de poder estar
    referido a situaciones políticas
    cuya expresión como tal es más bien virtual, mucho
    menos que formal, a regímenes donde las posibilidades
    reales de coparticipar, de decisión compartida es decir,
    de que se den, incluso, de disfrutar de voto libre prerequisitos
    elementales de la democracia- no son más que letras de
    grandes proclamas que terminan por evanescerse al pairo de la
    corrupción, de la miseria o de las
    mafias.

    Nunca la democracia fue tan universal, mas nunca fue su
    sustancia tan indefinida y tan equívoca. Nunca su propio
    sentido tan confundido. Nunca la democracia fue tan popular,
    nunca quizá fue tan generalmente asumida como
    patrón universal de ciudadanía. Pero, al mismo tiempo,
    quizá nunca fue una expresión tan banalizada, tan
    sometida en sus expresiones más operativas, en su
    dimensión más radical, a la fuerza de
    otros vectores de
    organización social, como la
    economía, los procesos de
    transnacionalización que se tienden a considerar tan
    deseados como inevitables, la homogeneización cultural o,
    base real de la democracia-sencillamente, la pérdida
    efectiva de ciudadanía que conllevan la pobreza y la
    marginación modernas. Si se me permite el juego de
    palabras, podría decirse que nunca hubo más
    democracia, pero que nunca la democracia fue menos
    democrática.

    Lo que viene sucediendo en nuestra modernidad es que
    la democracia, la "universalmente popular" democracia, no es sino
    un concepto transustanciado, que ha llegado a perder su
    prístino significado de gobierno del
    pueblo.

    La corriente de pensamiento
    hoy día mayoritaria constituye un fluido tan potente, y
    tan homogéneo, que es capaz de arrastrar tras de sí
    a los conceptos y de impregnar de sus propias claves discursivas
    incluso a las categorías que inicialmente le pudieran ser
    más ajenas. La construcción teórica del pensamiento
    (neo)liberal dominante se ha constituido en una especie de
    potente aspirador de ideas que termina por dejar a su alrededor
    el vacío intelectual más absoluto y una
    auténtica desolación conceptual, pues hasta los
    términos que nunca le hubieran sido propios terminan por
    ungirse del indeleble barniz liberal.

    Esto ocurre en nuestra época con la
    conceptualización de la democracia a la que hemos llegado
    a acostumbrarnos, o si se quiere, la que ha sido encumbrada por
    el pensamiento dominante como expresión más sublime
    del orden político.

    La democracia a la que se alaba, la que, entonces,
    constituye no sólo una aspiración principal, sino
    un requisito de homologabilidad y, por ende, de gobernabilidad es
    la que se concibe intrínseca y extrínsecamente
    vinculada a la economía capitalista. No se está
    hablando de otra. O mejor, sólo esa es considerada como la
    auténtica democracia.

    Conceptos
    evanescentes, de la demos al
    mercado

    El concepto de democracia transustanciado a la manera
    neoliberal no es el que implica la existencia de las condiciones
    que garanticen el gobierno efectivo del pueblo, sino sólo
    y privilegiadamente de aquéllas que pueden permitir que
    los mercados
    funcionen libremente.

    El pensamiento neoliberal nace del supuesto,
    podríamos decir que también "universalmente
    popular", según el cual el mercado constituye el mecanismo
    superior de regulación social y la pre-condición de
    cualquier democracia. Se parte de considerar que sólo a
    partir de las relaciones de intercambio, sólo en virtud
    del comercio,
    pueden existir seres humanos libres, lo que equivale a indicar
    que sólo en la medida en que ha existido el mercado puede
    haber ciudadanos capaces, entonces, para erigirse en sujetos
    activos de
    aquella.

    Las condiciones de la democracia se deben entender,
    así, como subsumidas en las condiciones previas de
    intercambio en los mercados. Sólo en éstos
    encuentra la razón neoliberal un auténtico
    pre-texto de la
    sociedad, su
    original orden natural y sólo sobre el cual puede erigirse
    una sociedad libre.

    De aquí resultan tres connotaciones elementales
    de la democracia tal y como es entendida por el discurso
    neoliberal.

    La primera es, como arriba he indicado, su carácter polisémico y no
    unívoco, pues bajo la misma categoría conceptual se
    pueden acoger órdenes políticos, o estructuras de
    conformación de la voluntad colectiva, que pueden ser
    radicalmente distintos desde el punto de vista de su capacidad
    para proporcionar acceso a los procesos de toma de
    decisiones.

    No existe un sentido de lo democrático que
    pudiera ser entendido en sí mismo, sino que queda siempre
    relegado a su subsunción permanente en el orden del
    mercado. La democracia pierde su perfil auténtico, se
    desdibuja y llega a no poder reconocerse a ella misma.

    En segundo lugar, y en virtud de la inevitable
    supremacía que adquiere la individualidad en el orden
    pre-democrático del mercado, resulta que la propia
    democracia es un añadido, una addenda al orden natural
    -esto es, al mercado-, al que no puede ni negar ni tan siquiera
    violentar. Puede decirse sin ambages que la democracia no
    sólo no es un componente imprescindible del orden social,
    sino que es claramente relegable al del mercado.

    Esto último se reconoce ya sin ningún
    disimulo en nuestro tiempo. Los economistas suelen hablar de los
    mercados como titulares del poder que guía el gobierno de
    nuestras sociedades y
    quieren ver en ellos la sede de donde surgen, en realidad
    entienden que de donde deben surgir, las decisiones
    político económicas. Rojo (1.995:194) afirma que
    "ha habido un desplazamiento del poder desde los gobiernos a los
    mercados, cuya consecuencia es una pérdida de
    autonomía de las autoridades nacionales en la
    elaboración de la política
    económica". Se reconoce, pues, de la manera más
    explícita que ámbitos decisorios cada vez
    más amplios quedan fuera de los procesos
    democráticos tradicionales, los que tienen que ver y
    afectan a la actuación de los gobiernos: "No es exagerado
    hablar de una abdicación de las democracias frente a las
    fuerzas .@anónimas e incontroladas del mercado

    Y no sólo se ha reconocido de manera
    explícita que ésto sucede realmente en nuestro
    mundo como un fenómeno natural que, precisamente por tener
    ese carácter, no sólo no requiere remedio sino que
    debe fomentarse. Por el camino neoliberal se llega mucho
    más lejos. Hasta justificar expresamente, como hizo nada
    más y nada menos que el propio Hayeck, que se viole el
    orden político democrático si de esa manera se
    salvaguarda el orden del mercado.

    En tercer lugar, la comprensión neoliberal de la
    democracia lleva a cabo un elemental juego malabar, una
    auténtica deconstrucción del concepto en el que la
    sociedad deposita la confianza colectiva necesaria para lograr la
    convivencia, siquiera imperfecta, en un mundo donde la
    dotación inicial de derechos y recursos es tan
    desigual.

    Lo que había sido entendido como un juego de
    elección en libertad e
    igualdad a
    través del voto se truca en nuestra modernidad neoliberal
    y resulta que no es ése quien las garantiza. Como he
    señalado, en el contexto de pensamiento neoliberal
    dominante la democracia, para serlo, debe quedar subsumida en el
    orden del mercado y, entonces, no es ya el voto, sino los
    precios los
    que van a pasar a ser la clave de bóveda de todas las
    relaciones sociales, presumidamente democráticas.
    Así como los seres humanos encuentran la razón
    fundamental de su existencia en el comercio y el rango más
    amplio de su libertad en el mercado, no puede haber una mecánica más efectiva para
    garantizar su existencia como seres libres que los precios. La
    democracia se identifica con el equilibrio del
    intercambio y la codecisión se expresa por medio de los
    precios. No se trata de resolver el problema del poder y del
    conflicto,
    sino de sacar adelante la condición precisa para el
    comercio, construir sólo el ,
    categorías@agentesAentramado de un encuentro entre
    personas entendidas como formales del cambio,
    productores y consumidores, y cuya condición
    asimétrica de partida no se considera un trauma para la
    libertad, pues se supone que el mercado igualará mecánica y automáticamente sus
    respectivos papeles en un único pero supremo instante: el
    del intercambio. En el único momento donde las relaciones
    humanas cobran sentido según la antropología neoliberal.

    La democracia se sustancia solamente en libertad de
    comercio y se desentiende de la libertad de los hombres, renuncia
    al derecho de las personas que desean ser efectivamente iguales
    para convertirse en realidad en un mosaico de asimetrías,
    en la imagen refleja
    del orden intrínsecamente desigual de las relaciones de
    intercambio mercantil propias del capitalismo.

    En definitiva, la democracia, tal y como es entendida en
    el discurso neoliberal hoy día conformador de la conciencia
    colectiva y ordenador de las prácticas sociales dominantes
    es una realidad sin posibilidad de alcanzar una sustantividad
    propia y, en consecuencia, incapaz de poder ser concebida en
    virtud de sus rasgos intrínsecos y a partir de los cuales
    cualquier sociedad pudiera quedar cualificada de una manera u
    otra. Se considerará que existe cuando se exprese como un
    atributo más, y hecho a su imagen y semejanza, del mercado
    capitalista: puesto que sin éste no hay individuos libres,
    la democracia sólo puede serlo en tanto que su subproducto
    y como una simple imagen vicaria del intercambio
    mercantil.

    El drama, como claramente expresan las declaraciones de
    Hayek que cité más arriba, es que un planteamiento
    de esa naturaleza
    lleva a una que Hayek asume gracias a su coherencia-:
    siBconsideración mucho más elemental lo que trae
    consigo orden social y libertad es el mercado y no la democracia,
    para qué hacer de ésta última un
    problema?)

    Democracia
    sin
    política, individuo sin
    sociedad: el universo del
    homo oeconomicus

    Para que la democracia pueda subsumirse en el orden del
    mercado es preciso dar un paso esencial, en virtud del cual la
    política y la colectividad quedan relegadas en aras de
    entender toda relación social como una sublimación
    de la individualidad. Podría ser un claro ejemplo de su
    punto de partida analítico la distinción que
    sostiene Hayek entre libertad personal, como
    ausencia de toda coerción de unos individuos sobre otros,
    y libertad política, como participación en la
    elección del gobierno, en la actividad legislativa y en el
    control de los
    actos de las administraciones.

    El presupuesto
    añadido esencial es el que confiere un privilegio
    irrelegable a la libertad personal, de modo que sería
    posible disfrutar de ella sin disfrutar de libertad
    política, y el que lleva a establecer el origen y la
    naturaleza de la actividad que puede llevar a generar coacciones
    a los individuos, o mejor dicho, las condiciones que pueden
    evitarlas.

    El propio Hayek entiende que las relaciones comerciales
    conforman el orden constitutivo de la sociedad y, por tanto,
    donde nace, donde se resuelve y donde se conquista la libertad
    primera y esencial.

    Para lograr entonces la libertad desde la que es posible
    construir la democracia es necesario resguardar el orden de las
    relaciones comerciales. Aunque no cualquier orden, pues de hecho
    el comercio, el intercambio y, en general, la satisfacción
    de la necesidad no se conciben en un orden que no sea el del
    mercado. La relación entre el hombre y la
    naturaleza se entiende como una relación construida a
    partir de la escasez, de modo
    que la manera natural de interacción social es la que se lleva a
    cabo a través de la elección y del
    intercambio.

    Además, el mercado se representa como un orden
    espontáneo y libre. Como un auténtico cajón
    estanco, pero en el que cabe y en donde se supone que está
    toda la sustancia de la sociedad. En donde, por esa doble virtud,
    es posible conseguir la primigenia libertad, la libertad
    personal, con un plus, valga la redundancia, de libertad: el que
    deriva de la evitabilidad de cualquier otra estructura
    añadida. O más concretamente, la del Estado, origen
    de toda coerción.

    El mercado construye la libertad y no es necesario
    entonces el escenario adicional del Estado, el ámbito en
    donde ha lugar la política, que cobra así un
    carácter secundario, ni tan siquiera subsidiario, sino
    sencilla, perfecta y preferentemente prescindible.

    que, entonces, cabe asumir no es la que@cuestión
    políticaALa tiene que ver con la determinación de
    los fines del cuerpo social, con el establecimiento de medios para
    lograrlos o con el establecimiento de procesos que garanticen la
    participación o la codecisión en un mundo de
    desiguales poderes de decisión y de relaciones sociales
    claramente imperfectas desde el punto de vista de la
    posición ante el conflicto. Es decir, nada tiene que ver
    con el problema de la democracia.

    Todo lo contrario, la cuestión política
    tal y como es entendida en el entramado neoliberal es la que
    tiene que ver justamente con la limitación más
    eficaz posible de cualquier condición que no sea la
    consustancial a la relación del mercado. O dicho de otra
    manera, la que se encamina a restringir la distribución de poder que pudiera llevar a
    modificar el sistema de
    poderes de apropiación que se consideran como dados al
    mercado. Es decir, los poderes que proporciona, ordena y
    distribuye, precisamente, la democracia.

    La filosofía política del neoliberalismo
    es la de destronar a la política, la de evocar
    continuamente su gratuidad en un mundo que puede quedar regulado
    eficazmente a través del sistema de las relaciones
    mercantiles en el mercado. Es por ello que puede hablarse con
    razón de la aversión o de la profunda
    animadversión liberal a la política
    (Martínez de Velasco 1.997).

    Toda decisión que no provenga del mercado, y
    paradigmáticamente la política, contribuye a
    conformar sistemas de
    coerción individual, a lapidar la libertad personal y a
    constituir un sistema institucional complejo, forzado respecto al
    origen no institucional de las relaciones humanas y, por ende,
    oneroso, tanto desde la perspectiva de la libertad
    política, como desde la óptica
    de la eficiencia en la
    asignación de los recursos.

    Desde una perspectiva algo diferente, pero con muy
    semejante consecuencia, Rawls ha puesto las bases para una
    comprensión de la libertad y la democracia de estas
    características, por ejemplo, cuando establece que la
    teoría
    de la justicia, que
    podríamos considerar aquí como el discurso previo
    de la democracia, presupone el orden del mercado.

    Es cierto que Rawls no reduce la razón al
    cálculo
    elemental y típico del homo oeconomicus, pero sí
    acepta que la racionalidad que cualifica a éste
    último pueda fundamentar las elecciones que presiden la
    realización de la justicia. O, también, cuando da
    prioridad al principio de la libertad respecto al de la
    diferencia.

    En cualquiera de estos discursos el
    elemento central es el intento de crear un constructo
    teórico que permita separar el mercado y el Estado,
    comercio y sociedad, individuo y política, libertad
    personal y democracia como libertad política. Y, al mismo
    tiempo, atribuir al mercado el papel de catalizador inexorable de
    las relaciones sociales que quieran resolverse en libertad,
    convertir al comercio en el tamiz original de la actividad humana
    y hacer de un concepto empobrecido (y empobrecedor) de libertad
    -la que se concibe, en realidad, sólo como ausencia de
    coerción en el comercio- la condición primera de la
    felicidad humana.

    De esa forma, el Estado, la polis, la política,
    …la democracia no son sino simples excrecencias. Mientras que,
    por el contrario, el mercado termina por no ser ni bueno ni malo
    respecto a las necesidades sociales o a las demandas humanas:
    simplemente es. Algo inevitable. Como no le puede ser al ser
    humano de otra manera su orden natural.

    Desde un punto de vista más operativo, esta
    concepción del ser humano, de la libertad y la democracia
    se puede considerar acreedora de tres grandes
    postulados.

    El primero de ellos es el que tiene que ver con el tipo
    de comportamiento
    que se supone consustancial a la naturaleza
    humana y en virtud del cual se puede sostener un criterio de
    racionalidad y de razonabilidad que sea coherente con las reglas
    del intercambio de mercado.

    No puede ser otro que el que está basado en el
    cálculo económico individual, en el principio de
    maximización y en el sostenimiento de la evaluación
    de costes y beneficios privados como criterio determinante de las
    actuaciones humanas.

    El segundo, se refiere a que el origen y la
    expresión inicial del cambio es la escasez,
    connotación esencial de la actividad humana orientada a la
    satisfacción material y sobre la que se edifican
    después cualquier otro tipo de relaciones sociales. La
    naturaleza humana se sobreentiende a partir del cambio, la
    economía como actividad orientada al sustento se confunde
    con el mercado y éste se simplifica en una mera
    cataléctica. El ser humano es simplemente una instancia
    del intercambio.

    Finalmente, se entiende que el mercado, como
    ámbito de regulación de relaciones de intercambio,
    pero también por tratarse de éstas mismas, de todas
    las relaciones sociales, no sólo no necesita una lógica
    heterónoma para regularlas, sino que se ve perturbado en
    la medida en que se establezcan fuera de él lógicas
    que no sean exactamente las que reproduzcan sus condiciones de
    intercambio.

    Si es es evidente que la consistencia del discurso
    neoliberal que ello fuese el problema que en realidad se quisiera
    resolver- sólo puede derivarse de asumir estos postulados.
    Postulados, sin embargo, que implican hacer consistentes algunas
    consideraciones de difícil sostén.

    El primero de ellos implica reducir la razón
    humana al cálculo y su naturaleza a la de una simple
    agencia maximizadora, lo que permitiría plantear severas
    limitaciones antropológicas así como un elemental
    irrealismo. Mientras que el segundo implica percibir de una
    manera tremendamente sesgada la historia de la humanidad,
    del comercio y de los propios mercados, pues se concibe que los
    instantes individuales están antes que la sociedad, el
    individuo antes que su colectivo y el comercio antes que la
    necesidad.

    En estas páginas, sin embargo, tan sólo
    quiero hacer algunas consideraciones sobre el tercero de estos
    últimos postulados que sirven de andamiaje a la
    retórica liberal al uso, es decir, el que viene a sostener
    que el mercado es un ámbito de regulación capaz de
    proporcionar suficiente libertad y, sobre todo, que constituye un
    orden previo y superior al de la política en donde se
    establece la democracia. Más concretamente, trato de
    mostrar de manera elemental que, a diferencia de lo que postula
    el discurso neoliberal, no sólo la política es
    anterior al orden del mercado, sino que cualquier orden de
    mercado es sencillamente inviable sin decisión
    política (de no-mercado) y radicalmente injusto sin
    democracia.

    Libertad para
    elegir, pero dentro de un orden: el del
    mercado

    El discurso neoliberal centraliza y sacraliza al mercado
    en la medida en que lo contempla como un mecanismo de
    regulación que no precisa de instancias exógenas y
    en donde y a partir del cual se pueden resolver los problemas de
    asignación de los que depende la consecución del
    máximo grado de libertad individual y de bienestar social.
    Como ya he señalado antes, el Estado y la política
    no serían sino el origen de intervenciones indeseables,
    salvo que, y en casos muy determinados, se limiten, precisamente,
    a mantener y salvaguardar el propio orden del mercado,
    reproduciendo, en cada una de sus expresiones, los resultados que
    el mercado hubiera llegado a dar.

    Puede sostenerse este principio fundamental con
    algún) realismo?

    Creo que se podría aceptar comúnmente que
    el punto de partida de cualquier actividad humana que
    pudiéramos calificar como actividad económica es la
    existencia de la necesidad. Sobre ella se constituye cualquier
    tipo de sustentoAproceso orientado, de cualquier manera, a la
    satisfacción material, al , por utilizar la
    expresión de Polany. En fin, de ella surge el@del hombre objeto
    económico.

    El discurso neoliberal tradicional parte de considerar
    que esa necesidad deriva necesariamente en elección,
    porque se establece la escasez no sólo como punto de
    partida sino como condición natural de la actividad
    humana.

    Pero lo que es particularmente relevante del juicio
    liberal es que tanto la necesidad como la elección que le
    es consustancial en un mundo de recursos escasos se resuelve en
    el íntimo mundo de la individualidad, en el puro orden de
    la subjetividad.

    Para los liberales, necesariamente herederos del
    utilitarismo más elemental, la necesidad es una simple
    manifestación de estados mentales, sólo una
    expresión del deseo personal, una circunstacia individual,
    un proceso que
    para nada se relaciona con el entorno humano.

    Sin embargo, nada más radicalmente discutible del
    pensamiento Qué)liberal que ese tipo de consideraciones
    sobre la necesidad y el deseo. clase de
    necesidad, de las que se incluyen, por ejemplo, en la
    tipología de Maslow pueden
    considerarse al margen de la existencia convivencial de todos los
    puede pensarse seriamente en un ser humano que construya
    su)individuos?, universo de
    deseos sin referencias externas?

    La respuesta a estas cuestiones es tan elemental que el
    pensamiento económico liberal ha tenido que acudir a
    realizar auténticos malabarismos para sostener sus
    principios,
    sin los cuales es absolutamente imposible construir el conjunto
    de la economía neoclásica. Así, toda la
    teoría microeconómica, todo el análisis del comportamiento del
    consumidor en el mercado debe realizarse sobre el presupuesto
    de preferencias estables, que implica considerar que los gustos
    de los individuos están dados y no se modifican a lo largo
    del tiempo o en circunstancias diferentes. Un principio sin
    ninguna base empírica y sin la más mínima
    consistencia pero sin el cual no podría sostenerse el
    concepto de racionalidad económica ni, en consecuencia,
    concluir en la bondad del mercado como mecanismo óptimo de
    asignación.

    Es decir, como la comprensión más realista
    del problema de la necesidad llevaría a tener que incluir
    en el análisis del proceso de intercambio en el mercado a
    todos los factores de los que sin duda depende el comportamiento
    de los agentes (la sociedad en general, las relaciones
    interindividuales, el poder, las instituciones,
    …) el discurso liberal resuelve por el fácil expediente
    de eludirlo como problema, por el camino de confinar a la
    necesidad y al deseo en el reducto aproblemático de la
    individualidad.

    Ahora bien, entender que la necesidad se resuelve a
    través de comportamientos individuales en el mercado es
    insostenible sin quebrar seriamente una lógica elemental.
    Al establecer que la necesidad se satisface, que es un(que
    sólo se puede satisfacer, a través del mecanismo
    del mercado – mecanismo social!- se debe aceptar necesariamente
    que las necesidades humanas se hacen necesidades sociales. Que
    las necesidades, utilizando la expresión de .@mediatizadas
    por lo socialAGorz, están inevitablemente

    Eso es así, además, porque la sociedad,
    sea a través o no del mecanismo de mercado, no sólo
    satisface la necesidad. Es también la sociedad la que
    produce la necesidad, es la que establece las prioridades, los
    rangos, es el espejo donde se lleva a cabo la comparación,
    donde está la memoria, el
    origen de la frustración y el final de todas las
    aspiraciones. Es la sociedad la que constituye la imago colectiva
    de donde puede surgir realmente el deseo individual y
    dónde se dibuja la expresión concreta de la
    necesidad. Es en todas las relaciones y subsistemas que la
    conforman donde se encuentran los códigos que permiten
    interpretar el sentimiento humano y los deseos y de donde
    proceden las claves de segmentación que luego permiten producir la
    individualidad, bien como diferencia real, bien como puro
    simulacro (Rubio y Torres 1.991).

    Y eso ocurre, por cierto, también cuando la
    asignación se lleva a cabo a través del mercado. Es
    más, por la naturaleza del intercambio que ahí se
    lleva a cabo, desprovisto de las connotaciones ambientales que le
    son propias y más enajenado que nunca el individuo de su
    contexto -pues su decisión se resuelve en virtud de su
    capacidad monetaria-, el consumo
    adquiere en el intercambio mercantil su expresión
    más auténtica como juego de símbolos y como momento cultural.
    Características que como es bien sabido resultan hoy
    día determinantes de los procesos de producción, intercambio y consumo de
    nuestras economías (Torres López 1.994).

    Pero si el discurso liberal parte del irrealismo y del
    simplismo antropológico cuando confina la necesidad al
    submundo enclaustrado de lo subjetivo termina finalmente por ser
    esclavo de una singular paradoja. Si se mantiene que la
    naturaleza relevante de la necesidad no es más que la de
    su derivación como proceso de elección subjetiva,
    debe concluir necesariamente que su prerequisito esencial es la
    libertad.

    Esto es precisamente lo que permitiría susperar
    el planteamiento meramente biologicista para llegar a contemplar
    a la necesidad (Alonso 1.998:130), y cuya@concepto eminentemente
    políticoAcomo un satisfacción integral, por lo
    tanto, requiere mecanismos políticos (deseablemnete
    democráticos, aunque no tienen por qué serlo) que
    permitan disfrutarla realmente, lo que equivale a decir que deben
    existir en todos los ámbitos que de una forma u otra la
    condicionan.

    Resultaría, entonces, que la política,
    entendida como expresión del ejercicio de la
    decisión y del uso de la libertad, es la
    precondición de la satisfacción, con independencia
    desde luego del mecanismo de asignación . Y la democracia,
    por su lado, la condición que determina la
    gradación@elegidoA misma y el tipo de las necesidades que
    van a poder ser satisfechas de manera prioritaria. Más
    concretamente, de la que depende que los diferentes individuos
    tengan más o menos posibilidad de satisfacer su abanico de
    necesidades, pues de la existencia real de democracia depende que
    cada uno de ellos, y los diferentes grupos
    sociales, puedan influir con más o menos éxito
    en la definición del abanico de necesidades que tienen
    prioriridad a nivel general.

    Pero el discurso liberal, cuya apariencia es la de ser
    el discurso de la libertad, no acepta ésta lógica y
    adopta una restricción fundamental. No admitiendo otra
    adjetivación de la naturzaleza humana que no sea la
    económica; sin contemplar otro ser que no sea el homo
    oeconomicus y limitando el campo de la elección humana a
    la que tiene que ver tan sólo con la producción y
    el consumo de mercancías, la libertad que se reclama es
    tan parcial y tan pobre como el individuo mercantilizado al que
    sirve.

    En la concepción liberal no hay más
    momento de libertad que el del intercambio, no se precisa
    más democracia que la que facilita que éste se
    lleve a cabo. Lo que equivale a decir que libertad y democracia,
    en el orden liberal, no son valores de
    rango universal, ni aspiraciones preferentes de los seres
    humanos. De hecho, quienes quedan fuera del cambio mercantil, no
    disfrutan de la libertad liberal. Esta es un derecho vinculado a
    la condición mercantil. Pero como ésta se
    constituye por definición a partir de un reparto inicial
    desigual de derechos, recursos y poderes, resulta que la libertad
    liberal no puede ser otra que la libertad desigual, la que no
    tiene más proyecto que
    salvaguardar el orden de privilegios sobre el que se sostienen
    los mercados capitalistas.

    La dinámica del mercado. También otra
    cuestión de preferencias

    Pese a la radical construcción analítica
    del liberalismo
    puede decirse, como acabo de señalar, que no es posible el
    mercado si no es antes la sociedad. Y que, precisamente por ello,
    el mercado no puede concebirse sino como el resultado de una
    síntesis singular de las preferencias
    sociales, como el vector resultante de un entramado de fuerzas
    que conforman el nudo conflictivo de cualquier sociedad humana.
    El mecanismo de provisión, cualquiera que pueda ser, es
    una realidad posterior y consecuencia del proceso en virtud del
    cual la necesidad humana y su satisfacción se forjan como
    fenómeno social, determinados por la experiencia de
    conflicto existente y resueltos en virtud de las relaciones de
    poder predominantes.

    Pero dejemos que funcione el mercado, aceptemos por un
    momento su lógica de apropiación, de
    acumulación y de intercambio como la lógica que
    preside las relaciones sociales.

    Desde el punto de vista del discurso liberal, del
    análisis compartimentoAeconómico neoclásico,
    se percibe el mercado como una especie de (Théret 1.991) y
    suele entenderse como un mecanismo o proceso que@estanco funciona
    por sí mismo, donde la oferta y la
    demanda son
    instancias autosuficientes para proporcionar soluciones de
    optimalidad sin más requisito previo que el de la
    libertad.

    Se obvia, sin embargo, que el mercado es una
    institución especializada, resultado de una
    regulación específica y particular, concretada
    históricamente, circunstancial y, por lo tanto, de
    diferente morfología
    y condición. El mercado, y muy específicamente el
    mercado capitalista, no puede entenderse sin considerar la enorme
    cobertura de reglas y normas que lo
    definen. Todas ellas conforman a su alrededor un haz de derechos
    y obligaciones
    en virtud de los cuales se establece qué se puede y
    qué no se puede hacer en las relaciones de intercambio,
    quién puede poseer y qué garantías quedan
    definidas para salvaguardar el status de apropiación
    inicial y sobre el que se desarrolla a posteriori el intercambio
    mercantil.

    Y aparecen, entonces, otras preguntas claves: estos
    derechos, cómo se definen, quién y cómo
    podrá disfrutarlos?

    Los economistas no se encuentran a gusto cuando elAA
    igual que análisis va más a (Buchanan
    1.996:81),@llá del postulado de preferencias fijas
    según comenté más arriba, también se
    muestran francamente incómodos cuando tienen que
    preocuparse por desvelar el origen de esos derechos y el de los
    que se constituyen sobre ellos, su naturaleza desigual,@poderes
    de apropiación. A su elemental falta de equidad y,
    desde luego que también, la probada ineficiencia en la que
    suelen concluir a pesar de la retórica convencional al
    uso.

    Pero, a pesar de la renuencia de los economistas
    ortodoxos, la existencia de esa estructura de poderes es
    insoslayable. Incluso en un mercado que lo fuera de competencia
    perfecta, es decir, en el que se dan condiciones para
    alcanzar una situación asignativa óptima del tipo,
    por ejemplo, del óptimo paretiano.

    Porque, incluso en tal caso, se demuestra que el
    óptimo alcanzable es un óptimo asignativo, que
    tiene que ver solamente con el mejor uso posible de los recursos
    y que se refiere, en consecuencia, a una mera solución
    técnica, pero que es compatible con cualquier
    solución distributiva. Esto es, suponiendo que se pudiera
    alcanzar en algún momento el mayor grado de eficiencia
    posible en la asignación (técnica) de los recursos,
    esa situación podría darse con una
    distribución radicalmente desigual de la renta o de la
    riqueza.

    Esto es obviamente una cuestión esencial, puesto
    que es evidente que una solución distributiva
    específica no es el resultado del azar, ni del azar
    natural ni del azar del intercambio. Es la consecuencia, por el
    contrario, de que el intercambio se lleva a cabo a partir de un
    determinado reparto previo de los recursos y de los derechos de
    apropiación y propiedad, de
    la existencia de poderes que son disfrutados de manera bien
    distinta por los diferentes individuos que deben recurrir al
    intercambio mercantil para satisfacer sus necesidades.

    Verdaderamente, la solución distributiva concreta
    que se pueda alcanzar depende de la respuesta específica
    que la sociedad proporciona a quién decide cuál va
    a)cuál es la mejor solución distributiva?,
    )preguntas como se acepta sin más o se modifica la
    situación de reparto existente?)alcanzarse?, Preguntas,
    todas ellas, que obviamente admiten tantas respuestas como
    intereses sociales existen.

    Resulta, pues, que las preferencias de los individuos
    son determinantes una vez más, ahora desde el punto de
    vista esencial de la distribución. Cualquier
    decisión económica es el resultado de la
    prevalencia de una determinada preferencia. Y resulta, entonces,
    que sólo un sistema de revelación de preferencias
    sociales que sea democrático puede permitir que la
    actividad económica se lleve a cabo orientada a la
    satisfacción más generalizada. Y, al revés,
    que cuanto más opaco sea dicho sistema más
    fácilmente podrán privilegiarse las preferencias
    menos extendidas, aunque más poderosas.

    Mucho más evidente es todo ello cuando se
    plantean lo que se , es decir, situaciones en las que, por
    diversas@fallos del mercadoAconoce como razones, el mercado
    funciona de manera imperfecta (siendo así imposible que
    conduzca los intercambios hacia un equilibrio general con
    máxima eficiencia), cuando simplemente no puede llegar a
    funcionar como mecanismo de asignación o cuando funciona
    generando alteraciones (crisis
    económicas) o soluciones distributivas claramente
    perversas e inaceptables.

    En el primer caso, se hace necesario regular el mercado,
    para tratar de corregir las imperfecciones, a través,
    lógicamente, de intervenciones jurídicas y
    administrativas. En el segundo, como es típico cuando
    existen los llamados bienes
    públicos, es sencillamente inevitable establecer un
    mecanismo alternativo de asignación, mecanismo que no
    puede ser otro que la decisión política del
    gobierno. En el tercer caso, por fin, es cuando han de aplicarse
    políticas económicas diversas orientadas a
    estabilizar la economía, a redistribuir la renta o
    directamente a proporcionar a una parte de la población los recursos que el mercado les
    niega.

    En definitiva, en todos esos casos hay una constante,
    como no podía ser menos: la imprescindible
    intervención exógena, el necesario establecimiento,
    lógicamente desde fuera del propio mercado, de derechos de
    apropiación que afectan de manera desigual a los
    individuos, o la decisión política discrecional del
    gobierno como componentes centrales del proceso económico.
    Y, como ya señalé antes, estos derechos son el
    resultado de decisiones que responden a la preferencia social
    dominante en cada momento concreto en la
    sociedad.

    No hay, pues, solución alguna al problema
    económico que no provenga de la preferencia social. La
    política, entendida como la expresión operativa del
    sistema de preferencias sociales, no es un simple accidente, como
    quiere el pensamiento liberal, sino la condición primera
    del intercambio capitalista. Y precisamente por ello la libertad
    que tiene que ver realmente con el proceso de satisfacción
    a través del intercambio no es la que se realiza en el
    momento del intercambio, sino la que se ejerce en el momento en
    que se definen socialmente las condiciones en que aquel va a
    llevarse a cabo. Desde este punto de vista, la política es
    la instancia en la que se perfecciona el orden económico,
    pues en su virtud se resuelve el conflicto inicial sobre el
    reparto, de cuya solución depende el grado de
    satisfacción alcanzable para cada individuo. Y la
    preocupación a la que lleva este planteamiento no puede
    ser otra que la de establecer las condiciones
    (democráticas) que permitan solventar este conflicto
    previo en libertad e igualdad.

    Sin embargo, al pensamiento liberal le preocupa la
    política como la decisión que puede modificar el
    sistema de poderes constitutivos del mercado y se ocupa sobre
    todo de las circunstancias en que puede efectivamente afectarlos.
    Lo que le resulta relevante es que la multiplicidad y la
    continuidad que en realidad son el fundamento de la democraciaBde
    decisiones políticas de la política o
    del@falloA(Barcellona 1.996:75)- se conviertan en el llamado
    gobierno, esto es, la modificación del reparto
    preestablecido.

    La democracia, pues, no es una precondición de
    libertad, sino una amenaza. pues con ella viene de forma
    inevitable la posibilidad de que se altere el régimen de
    privilegios que comporta el mercado. Peor aún: este
    último y la democracia, en tanto que sistema generador de
    poderes que permiten corregir, domeñar o suprimir el orden
    del mercado, pueden llegar a ser literalmente
    incompatibles.

    En definitiva, la retórica liberal se practica
    socialmente en condiciones de lamentable esquizofrenia.
    Basada en el principio de que la democracia es la única
    mecánica que permite salvaguardar la libertad de los
    individuos, deja de utilizarse cuando se trata, sin embargo, de
    abordar el problema fundamental de los seres humanos: la
    satisfacción incluso más elemental de sus
    necesidades materiales.

    De esa manera, se ha podido divorciar la retórica
    liberal de la libertad, como valor
    universal, de su práctica efectiva como una simple
    libertad para comerciar. Se ha logrado, parafraseando a Dahl
    (1.985:162), que el derecho al autogobierno se subordine
    definitivamente al derecho a la propiedad, aunque .@el más
    fundamental de todos los derechos humanosAaquel sea
    verdaderamente

    Para finalizar estas reflexiones no se puede dejar de
    constatar que la asunción de estos principios en la
    práctica política neoliberal de nuestro tiempo no
    es ajena, sino todo lo contrario, a dos fenómenos muy
    concretos.

    El primero de ellos, el incremento de las desigualdades
    y de la insatisfacción en nuestro planeta. Fenómeno
    que puede ser contemplado desde muchos puntos de vista
    (desigualdad interpersonal, espacial o regional, tasas de
    pobreza,
    analfabetismo,
    …) pero que no admite la más mínima
    discusión: la distribución de la renta y la riqueza
    en nuestro mundo es hoy día, mucho más injusta, por
    más desigual, que hace unas décadas. Valga como
    prueba, tan sólo, que de 1.960 a la actualidad la
    diferencia entre el 20 por cien más rico de la
    población mundial y el 20 por cien más pobre se
    multiplicado por tres.

    El segundo es lo que se podría calificar como el
    debilitamiento progresivo de los fundamentos de la democracia, de
    la democracia misma. La pérdida de soberanía de los gobiernos en favor de
    instituciones supranacionales sin control democrático
    (bancos centrales,
    G-7, FMI, BM, etc.),
    la creciente libertad concedida a las grandes empresas
    transnacionales y financieras (acuerdos internacionales de
    inversión, protocolos
    comerciales,…), la progresiva concentración en las
    industrias
    culturales que homogeneiza y elimina cualquier resquicio de
    diversidad y confrontación ideológica, la
    burocratización de la vida política que más
    bien se orienta a consolidar regímenes
    partitocráticos, la generalización, en fin, de un
    discurso sobre la economía y de la política
    económica que las define como ámbitos donde no cabe
    la discusión como el Primer Ministro ante laBy la
    alternativa, para llegar a proclamar Asamblea Francesa- que no
    hay políticas económicas de derechas o de
    izquierdas, sino buenas o malas; todo ello es una evidente
    expresión de que la política neoliberal al uso ha
    traido consigo una menor capacidad de decisión ciudadana y
    mucho menos poder de los más desfavorecidos para influir
    sobre el rumbo de los asuntos sociales. Es decir, mucha menos
    democracia.

    Los resultados de restringir la libertad del ser humano
    a la que se termina en su condición de productor/consumidor de
    mercancías y los de supeditar todo proceso de
    decisión social al respeto del
    sistema de privilegios mercantiles establecido no pueden traer
    otras consecuencias.

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