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Las dificultades en el aprendizaje de la matemática en Uruguay




Enviado por wrcibils



    1. La base
      escolar
    2. Los problemas
      liceales
    3. El gran puente al
      Bachillerato
    4. La importancia de los
      textos
    5. Los
      profesores
    6. El ambiente
      liceal
    7. El ambiente
      hogareño
    8. Conclusiones a modo de
      recomendaciones

    INTRODUCCIÓN

    La dificultad de los adolescentes
    para aprender Matemática en la enseñanza media constituye un problema de
    larga data y muy generalizado en el mundo entero. Considero
    fundamental algo que muchas veces se olvida mencionar: la
    importancia gravitante que tiene un adecuado aprendizaje de la
    Matemática en el futuro de todo adolescente.

    Es muy frecuente escuchar la pregunta ¿para
    qué sirve aprender tantos números y
    fórmulas?
    La Matemática es una parte esencial
    del aprendizaje que apunta a dotar a niños y
    adolescentes de ciertas capacidades básicas de
    extraordinaria importancia para su mejor desempeño como futuros adultos.
    Además de la inmensa utilidad
    práctica de su conocimiento,
    la Matemática es de insustituible ayuda en la
    adquisición de condiciones intelectuales
    específicas, como son el razonamiento lógico y
    ordenado, la abstracción, la deducción y la inducción, todas ellas imprescindibles para
    encarar con éxito
    las exigencias que la sociedad
    habrá de presentar en el futuro del
    adolescente.

    Tanto en forma científica como empírica se
    ha demostrado que quienes aprenden Matemática en su
    niñez y adolescencia
    tienen claras ventajas en el desempeño de su vida
    posterior frente a quienes no lo hacen; ello es suficiente
    razón (existen otras) para que la Matemática
    integre los programas de
    estudio de la enseñanza inicial y media obligatoria de
    todos los países del Mundo.

    Pasada esa etapa obligatoria, la enseñanza de la
    Matemática tiende progresivamente a proporcionar herramientas
    particularmente necesarias para el desarrollo de
    determinadas profesiones y técnicas,
    aunque sin dejar nunca de tener vigencia su acción
    inicial de ayuda en la formación integral del individuo.

    Con mucha razón, hoy en día en Uruguay se
    trata de ampliar la oferta
    curricular del Bachillerato Diversificado, quitándole el
    carácter casi exclusivamente
    pre-universitario que ha tenido hasta el presente, intentando que
    sus fines estén más de acuerdo con las demandas y
    exigencias del mercado laboral. Con tal
    finalidad, considero válido que se consideren variantes en
    la enseñanza de la Matemática de ese nivel para las
    orientaciones a crearse y que se analicen variaciones en las que
    están vigentes, siempre que el nivel de conocimientos a
    ser impartidos contemple adecuadamente los dos requerimientos
    fundamentales que hemos citado.

    LA BASE
    ESCOLAR

    La enseñanza de un programa de
    Matemática es comparable a una cadena: alcanza que falle
    un eslabón para que pierda su eficacia. El
    aprendizaje requiere ser, desde el inicio, metódico y
    –muy importante– completo para garantizar su
    eficacia.

    En la Escuela Primaria
    (en adelante escuela) se dan los primeros pasos. El maestro tiene
    una formación generalista por lo que no debe esperarse que
    sea un conocedor experto de cada asignatura o tema que
    enseña; sin embargo, su base de conocimientos elementales
    de Matemática debe ser lo suficientemente firme para
    poder cumplir
    con su cometido a satisfacción. Provenientes
    mayoritariamente de una orientación de base
    humanística, que es donde –tradicionalmente–
    la Matemática se trata con menor alcance y exigencia, los
    futuros maestros ingresan a Magisterio sin manejar con la
    propiedad
    requerida algunos fundamentos matemáticos, particularmente
    los de la Geometría.

    Los cursos de Matemática de Magisterio no
    corrigen, normalmente, la incompleta formación anterior,
    por lo que muchos maestros arrastran importantes errores
    conceptuales que luego –esto es lo más grave–
    trasladan a sus alumnos.

    LOS PROBLEMAS
    LICEALES

    La primera dificultad al iniciar el ciclo liceal se
    presenta en la (a veces aparente, otras real)
    contraposición entre lo aprendido en la escuela y lo que
    enseña el profesor. No
    sólo cuesta gran esfuerzo sustituir un conocimiento por
    otro diferente (cuando no opuesto), sino que promueve en el
    alumno cierta resistencia a la
    enseñanza que está recibiendo. Su estado de
    ánimo negativo traducido en un "no entiendo nada", se
    agrega muchas veces al de sus propios padres y se agudiza
    especialmente cuando el alumno comienza a tener bajas
    calificaciones.

    El problema principal que está presente a lo
    largo del ciclo liceal en relación con el aprendizaje de
    la Matemática, es el incumplimiento de los programas
    anuales previstos y, consecuentemente, la falta de continuidad y
    completitud del conocimiento. Las causas son varias; entre las
    más importantes puedo destacar: iniciación
    tardía de los cursos por problemas edilicios, docentes que
    se hacen cargo de los grupos pasados
    varios días (a veces semanas) de la iniciación de
    los cursos, faltas a
    clase o
    llegadas tarde de profesores por motivos particulares, paros y
    huelgas de docentes y/o alumnos, atrasos debidos a dificultades
    propias del aprendizaje, excesivo número de alumnos por
    grupo y
    reducción de los horarios de clase y acortamiento de la
    extensión de los cursos no acompañados de una
    apropiada adecuación de los programas.

    Aquellos institutos de enseñanza que han resuelto
    todos o parte de estos problemas tienen, o han tenido, mucho
    mejores resultados, lo que permite concluir que un camino
    ineludible es agotar al máximo las medidas para anular
    esas causas de mal aprendizaje.

    El incumplimiento de los programas de Matemática
    es un mal endémico en la Enseñanza Secundaria. Todo
    profesor experimentado sabe que no podrá terminar el
    programa en el tiempo
    disponible y elige, a su criterio, las bolillas a desarrollar,
    descartando aquellas cuya omisión le parece menos
    dañosa. Casi nunca, como profesor, recibí
    directivas superiores al respecto.

    Como consecuencia, a partir de 2º año liceal
    los alumnos tienen distintos niveles de conocimientos
    matemáticos y, si un profesor dedica parte del tiempo a
    emparejar esos conocimientos, agregará un nuevo motivo
    para restar tiempo al cumplimiento de su propio programa. Se
    está frente a un verdadero efecto "bola de nieve" pues,
    como es fácil entender, el problema se va agravando
    año tras año, salvo para aquellos alumnos cuyos
    padres tomen por su cuenta las providencias del caso, hecho
    especialmente aconsejable pero, lamentablemente, muy poco o nada
    frecuente.

    EL GRAN PUENTE AL
    BACHILLERATO

    El viejo Preparatorios de Uruguay es hoy 5º y
    6º (o 2º y 3º de Bachillerato Diversificado). Hace
    50 años la afluencia de alumnos a ese nivel era tan menor
    a la actual que alcanzaba con un solo instituto público en
    Montevideo destinado a esa función.
    Es de suponer que sólo acudían aquellos alumnos
    llamados por una vocación universitaria
    definida.

    Actualmente, en cambio, se
    pasa de 4º a 5º como de 2º a 3º, lo que puede
    interpretarse de más de una forma. Una de ellas es que no
    existe una verdadera toma de conciencia previa
    a la decisión. Otra es que el propio mercado
    aprovechó esta circunstancia y, aun para el empleo de
    menor exigencia, se exige a los muchachos que tengan terminada
    secundaria. Una más es la falta de información que ha habido tradicionalmente
    sobre la oferta educacional de los institutos dependientes del
    Consejo de Educación
    Técnico- Profesional (UTU), sobre la que ha existido la
    falsa y errónea creencia que su nivel es inferior al de
    Secundaria.

    Hace 50 años las clases tenían una
    duración de 45 minutos y terminaban a mediados de
    noviembre, todo lo que significaba un 30% más de tiempo
    anual de clase para impartir, prácticamente, los mismos
    conocimientos. Sin embargo, también en aquellos tiempos,
    la enseñanza de la Matemática de Preparatorios daba
    lugar a preocupaciones y comentarios debidos a los magros
    resultados de los exámenes, lo que confirma que algunas de
    las razones que hacen a las dificultades del aprendizaje de la
    Matemática a ese nivel vienen de muy
    atrás.

    El profesor debe atender en la etapa de Bachillerato
    nuevos objetivos. Ha
    perdido fuerza la
    formación intelectual en los aspectos señalados
    para el Ciclo Básico (1º a 3º) para dar paso a
    los conocimientos necesarios para avanzar hacia las exigencias de
    una educación
    superior. Ante la constatación de las falencias en el
    aprendizaje de la Matemática del Ciclo Básico, el
    4º año debería ser aprovechado para la
    reafirmación y puesta al día de aquellos
    conocimientos anteriores que se saben necesarios para enfrentar
    con éxito los programas de 5º y 6º.
    Lamentablemente, no es así. Los hechos, incontrovertibles,
    lo muestran año tras año. El profesor de 5º
    recibe un alumnado que no está en condiciones de encarar
    un programa exigente y a la vez muy importante (es la gran y
    última oportunidad de fundamentación, tanto en
    análisis algebraico como en geometría
    euclidiana).

    En más de una ocasión, propuse a mis
    alumnos de 5º, al comienzo del curso, una prueba escrita
    para conocer el nivel de conocimientos que traían de
    4º. Comenzaba la prueba con simples sumas de números
    enteros y terminaba con la resolución de ecuaciones de
    primero y segundo grado bien sencillas. Los resultados fueron
    siempre tan malos que, de haber sido oficiales, hubieran
    ameritado, por sí solos, una reconsideración de
    todo el sistema anterior
    de enseñanza de la Matemática.

    Como la base de conocimientos de los alumnos al llegar a
    5º es, en general, inadecuada por insuficiente y despareja,
    muchos profesores hacen un repaso inicial de lo que consideran
    básicamente importante para el nuevo curso. Si este repaso
    se hace a conciencia, puede llevarle un par de meses
    (téngase en cuenta que para algunos alumnos el repaso
    puede no ser tal pues nunca han visto esos temas).

    Esta decisión –buena en su
    propósito– presenta el inconveniente ya comentado de
    perjudicar aún más el cumplimiento del programa
    anual. La alternativa que queda es dictar un curso que no ha de
    ser asimilado por un alto porcentaje de los alumnos, con los
    consabidos y obvios fracasos.

    Como antecedente diferente, puedo mencionar que hace 50
    años, cursé en la Escuela Militar los dos
    años de Matemática "A" de la actual
    Orientación Científica del Bachillerato
    Diversificado. Los resultados de aquel entonces reflejaban un
    nivel de aprobación del 80 – 90% del alumnado una vez
    transcurridos los dos primeros períodos de
    exámenes.

    Hace 20 años me tocó ser profesor de esos
    mismos cursos y los altos porcentajes de aprobación se
    mantenían. Estos antecedentes muestran que si hay un total
    cumplimiento de los programas debido a horarios y
    extensión del curso adecuados, si la asistencia de alumnos
    y docentes es regular, si existe buena disponibilidad de aulas,
    biblioteca,
    textos y requerimientos pedagógicos, si el número
    de alumnos por grupo es adecuado y si el alumnado está
    preparado y motivado para el aprendizaje, es posible la
    obtención de excelentes resultados sin necesidad de
    disminuir las exigencias de los programas.

    Como otro antecedente ilustrativo, cabe contar que, en
    Educación Secundaria, en 1980 el programa de 5º
    año de Orientación Humanística era el mismo
    de hoy. En el ámbito público era algo menor el
    número de alumnos por grupo (que fue creciendo con el
    tiempo hasta llegar a cerca de 50 en el año 2000). En
    aquella época, el régimen vigente de evaluación
    de exámenes exigía que, para aprobar el Examen
    Práctico, el alumno reglamentado debía hacer
    totalmente bien y completo al menos uno de los dos ejercicios
    propuestos.

    El grado de dificultad de aquellos ejercicios era
    comparable al de los que hoy se proponen en los exámenes
    de Orientación Científica; no obstante, los
    resultados de los exámenes eran iguales o mejores que los
    actuales.

    A partir de 1984, en forma gradual e inconsciente, los
    profesores fuimos disminuyendo la exigencia para la
    aprobación de los exámenes. Los cambios vividos por
    el país en aquellos años seguramente ayudaron a que
    muchos docentes sintieran que la causa de los fracasos en los
    exámenes estaba en el grado de exigencia en la
    corrección de las pruebas. Se
    optó entonces por hacer una interpretación menos exigente del
    mínimo requerido para aprobar el Examen Práctico.
    Se inició con excepciones y luego se fue generalizando
    hasta llegar a oficializarse la poco exigente
    interpretación.

    Las particularidades de la época llevaron
    también a ciertas actitudes
    desmedidas de los padres No se apreció que el problema era
    mucho más complejo y que, con ese cúmulo de
    actitudes, no se lo estaba resolviendo sino agravando. Los
    resultados obtenidos, a la vista de los trabajos realizados por
    los alumnos a lo largo de los años, mostraron que si
    volviéramos a las exigencias anteriores no
    aprobaría casi nadie, o sea: habíamos retrocedido
    muchísimo respecto a los resultados de aquellas
    épocas. Los alumnos seguían aprobando
    exámenes en la misma proporción que antes, pero
    ahora lo hacían con mucho menos conocimientos.

    En mis grupos de 5º años de
    Orientación Científica de los últimos
    años (dicté clases hasta febrero del 2000), el 50%
    de los alumnos estaba repitiendo el curso. Del total de alumnos
    por grupo que comenzaba el año (cercano a los cincuenta
    como ya expresara) luego de las vacaciones de julio quedaba poco
    más de la mitad.

    Las deserciones tenían muchas causas. Estaban
    aquellos que reconocían que no era ese su camino (tengamos
    en cuenta que en esa edad son frecuentes las indefiniciones).
    Estaban también aquellos alumnos que reconocían
    haber perdido irremediablemente el tren del estudio por no
    haberse ajustado al ritmo necesario de estudio, o por no disponer
    del tiempo para ello (compartían estudio y trabajo) o,
    sencillamente, por no tener la formación matemática
    previa mínima imprescindible. Otros, en esas mismas
    condiciones, seguían el curso como queriendo evitar
    enfrentar la realidad o tratando de postergar el reconocimiento
    de su fracaso.

    A fin de año, considerando el total de alumnos
    iniciales, apenas un 15% lograba un rendimiento al menos
    aceptable. Finalizados los cuatro períodos de
    exámenes reglamentarios, sólo un 30% de los alumnos
    iniciales había aprobado el curso. El resto, había
    desertado del sistema o repetiría el curso.

    LA IMPORTANCIA DE
    LOS TEXTOS

    Cuando no hay textos disponibles que atiendan
    debidamente el programa de la asignatura el alumno debe tomar
    apuntes en clase, transformándose su cuaderno en el
    documento que concentra los conocimientos que le ayudarán
    a aprobar sus escritos y exámenes.

    Entre los inconvenientes importantes que el método
    tiene está que muchos alumnos no han aprendido a sacar
    apuntes o lo hacen tan mal que su cuaderno no cumple, ni cerca,
    la función esperada. Por otra parte, sin texto, el
    alumno no puede estudiar los temas nuevos a darse en la
    próxima clase. No sólo pierde una de las
    oportunidades para adquirir el
    conocimiento (otra la constituye la clase dictada por el
    profesor), sino también la de aprender a hacerlo a
    través del esfuerzo propio, lo que le será muy
    necesario si sigue adelante con sus estudios.

    Muchos profesores uruguayos han hecho trabajos muy
    encomiables escribiendo textos de Matemática para la
    enseñanza secundaria. Esos textos y otros de autores
    extranjeros están disponibles en las librerías
    pero, lamentablemente, no lo están en las bibliotecas
    liceales, al tiempo que su precio
    está fuera del alcance económico de gran parte de
    los alumnos. Estas razones llevan a que no sean considerados
    obligatorios por los profesores.

    Sin texto y con malos apuntes de clase no es posible
    estudiar adecuadamente, por lo que los resultados serán en
    consecuencia.

    LOS
    PROFESORES

    Es común que la gente, al referirse a los
    problemas del aprendizaje de la Matemática, en un impulso
    inconsciente de simplificar la cuestión, apunte sus
    baterías a los profesores a quienes ve como los culpables
    de los malos resultados. Es bueno recordar que en nuestro
    país existen excelentes profesores de Matemática,
    seguramente de los mejores del mundo.

    Promedialmente, puedo afirmar que son muy buenos. Los he
    visto trabajar a mi lado y me consta que es así. Por
    supuesto, sé que también los hay no tan buenos,
    pero en un porcentaje menor y dentro de lo que puede considerarse
    aceptable, tal como existen en toda profesión u
    oficio.

    Para ejercer la docencia no
    alcanza con poseer una aptitud natural; hay que perfeccionarla
    incorporando conocimientos de la asignatura y técnicas
    didácticas. La experiencia hará el resto y, pasado
    un tiempo, se tendrá un buen profesor. De allí que
    el paso por los institutos de profesores sea, más que
    conveniente, necesario.

    Según datos de la
    Inspección de Matemática de Educación
    Secundaria, en el 2002, cerca de un 15% de los profesores de la
    materia eran
    egresados del Instituto de Profesores mientras otro 25% eran
    estudiantes de dicho instituto. El resto, salvo los graduados por
    concurso, eran interinos, suplentes o precarios con diversos
    grados de preparación para la función docente. Los
    datos, seguramente no muy diferentes a los de hoy, muestran que
    no estamos ni cerca del ideal. Los bajos sueldos han hecho perder
    atractivo a la función docente.

    El sistema se nutre de los profesores vocacionales y de
    otros que están de paso. Estos últimos,
    aprovechando sus conocimientos en la materia y la falta de otras
    oportunidades mejores de trabajo, se inician en la tarea docente.
    Muchas veces ese paso se hace largo, mucho mayor al pensado
    inicialmente y, a veces, mucho mayor de lo conveniente para el
    sistema.

    El problema se agudiza en el interior del país,
    adonde –hasta no hace mucho tiempo– llegaban menos
    los inspectores de Matemática y donde se está
    más lejos de los referentes y de las novedades
    pedagógicas. Afortunadamente, en los últimos
    tiempos se organizaron visitas de profesores de Matemática
    "A" (Análisis
    Matemático) y "B" (Geometría Euclideana) de
    2º de Bachillerato de la Capital a los
    liceos del interior del país para poner al día a
    sus colegas sobre las novedades referidas a los programas que se
    están dictando. Siempre he pensado que una buena forma de
    aprovechar la alta capacidad docente de excelentes profesores
    jubilados recientemente debería ser invitarlos a colaborar
    en el dictado de cursillos de trasmisión de experiencias y
    actualización para profesores nuevos, particularmente en
    el interior del país. Sin los compromisos de horarios
    agotadores, los profesores jubilados tendrían oportunidad
    de continuar ligados a su eterna vocación y, al mismo
    tiempo, contribuir con un sistema que tanto los sigue
    necesitando.

    El aprendizaje, como es bien sabido, tiene dos actores
    principales: el docente y el alumno; alcanza con que uno de ellos
    falle para que fracase el aprendizaje.

    A veces, pocas en verdad, a pesar que docente y alumno
    desempeñan sus respectivos roles adecuadamente, la
    relación no funciona. Lo normal es que el conocimiento de
    la sicología del adolescente por parte del docente
    facilite el entendimiento entre ambos actores. Cuando el profesor
    conquista al alumno desde el punto de vista humano, resulta mucho
    más fácil encontrar el camino del éxito
    hacia el aprendizaje.

    De todas maneras, aunque el docente cumpla bien su labor
    específica, hace falta que el estudiante cumpla la
    suya.

    El mejor docente no es suficiente para garantizar el
    aprendizaje si el alumno no responde con el mínimo
    requerido. Al revés, sin embargo, es suficiente un muy
    buen alumno para que el aprendizaje se produzca. La tarea
    meritoria de un profesor no es hacer rendir a un buen alumno,
    sino sacar del pozo a un estudiante con dificultades. Y ello no
    es fácil de lograr en un sistema que pone al profesor
    frente a casi cincuenta alumnos por clase –el doble de lo
    conveniente–, que pone al profesor en la disyuntiva de
    enseñar poco e insuficiente o mucho y mal, y que no le da
    al profesor tiempo ni oportunidad de conocer a fondo a sus
    alumnos porque se ve en la obligación de sustituir el
    tiempo que debería brindar a tales efectos por el dictado
    de más horas de clase para alcanzar un sueldo que le
    permita llevar una vida un poco más digna.

    Siempre pensé que en cada liceo tendría
    que existir un coordinador de Matemática por nivel y
    especialidad, rol que debería desempeñar el
    profesor más antiguo dentro de cada nivel y especialidad
    del propio liceo. Ello permitiría hacer más parejo
    el desarrollo de los cursos en los distintos grupos de un mismo
    instituto –particularmente teniendo en vista los
    exámenes que son comunes– y daría oportunidad
    a los profesores con menor experiencia a adquirir conocimientos y
    experiencias para el mejor desempeño en sus clases. La
    coordinación debería ser planificada
    y obligatoria y pagarse por el tiempo dedicado a ella tanto al
    coordinador como a los coordinados.

    EL AMBIENTE
    LICEAL

    Tuve que llegar al extremo de dictar clases en un patio
    descubierto para no hacerlo en un salón que agredía
    por su falta de higiene.
    Qué decir de los bancos, mesas,
    pizarrones, paredes, puertas y ventanas sobre los que
    podría contar mil anécdotas tristes sobre su
    calamitoso estado, mostrando la vergonzosa situación a que
    se llegó en algunos liceos montevideanos. Eso
    también hace, y en forma importante, a la calidad de
    la
    educación impartida y, por ende, al
    aprendizaje.

    Corresponde ser justo y expresar que las distintas
    direcciones liceales que conocí se preocuparon siempre por
    presentar los liceos en las mejores condiciones posibles al
    comienzo de las clases pero, por causas cuyo análisis
    excede el alcance de estos comentarios, una parte de los alumnos
    se encargó luego de destrozar nuevamente. Así
    mismo, corresponde resaltar la diferencia que existe entre esta
    realidad de los liceos de la capital y la del resto de los liceos
    del país, así como entre la de los liceos
    públicos montevideanos y algunos privados.

    Cada liceo está inmerso en un contexto social
    diferente, pero no es la clase social imperante en la zona la que
    hace a la calidad humana del liceo; hay un conjunto de
    situaciones que se entremezclan. La dirección del liceo, la asociación
    de padres, el cuerpo docente, los profesores adscriptos, los
    alumnos, el personal
    administrativo y de servicio y los
    cantineros componen un todo complejo que es necesario
    armonizar.

    En un mismo liceo he vivido épocas
    fantásticas y épocas que es mejor olvidar. Cada
    profesor con cada grupo a su cargo crea un ámbito
    reservado; es como una historia en capítulos
    que se va desarrollando a lo largo del año. El mismo
    profesor que tiene un grupo donde las relaciones con sus alumnos
    no son las mejores, en otro salón lo esperan muchachos que
    lo tienen como líder.
    Ciertos grupos despiertan comentarios entre sus profesores por su
    mala conducta o falta
    de aplicación; cuando se buscan las causas llega a
    concluirse que son tan diversas como, por ejemplos, un
    salón de clase inadecuado o la presencia de un
    líder estudiantil que incide negativamente en sus
    compañeros.

    Las relaciones
    humanas son siempre complejas e impredecibles; a veces
    condiciones ideales de tiempo y lugar pueden fortalecerlas, pero
    también puede ocurrir lo contrario: que la falta de
    comodidades acerque y promueva la solidaridad y el
    compañerismo, lo que ayuda mucho a estimular el
    aprendizaje. Muchas veces la buena disposición de los
    alumnos hace olvidar la falta de material imprescindible de
    trabajo, como ser hojas de escrito o borradores. Recuerdo que en
    mis últimos tiempos de profesor ya no existían ni
    escritorio ni silla para el docente; utilizaba al efecto el
    banco de
    algún alumno faltante.

    EL
    AMBIENTE HOGAREÑO

    Un hecho que muchas veces pasa desapercibido para
    quienes hacemos un análisis crítico de situaciones
    de nuestra actualidad es que hemos estado viviendo cambios
    acelerados en los más variados aspectos del
    relacionamiento social y familiar. La vieja estructura
    familiar que conocimos en nuestra niñez ha ido cambiando
    al punto que resulta impensable volver a ella
    nuevamente.

    Aquella familia donde la
    madre era el eje hogareño por presencia y
    dedicación y sólo el padre salía a trabajar
    para proporcionar el sustento económico, ha desaparecido
    casi completamente. Aquellas relaciones al interior de la familia,
    donde llegamos a conocer casos de hijos que no tuteaban a sus
    padres, han tenido un cambio tan profundo que se hace imposible
    intentar aplicar los principios
    rectores de entonces a la actualidad.

    La evolución socio-cultural llevó,
    entre otras cosas, a que se produjera en muchos casos un desfase
    entre generaciones donde hijos de temprana edad superaron a sus
    padres en el conocimiento. En tanto ese mayor conocimiento puede
    ser necesario para imponer el criterio de la razón, en
    tanto el consejo oportuno se hace cada vez más distante
    debido a las mayores urgencias y menor disponibilidad de tiempo,
    en tanto el desarrollo tecnológico es tan acelerado que
    todo cambia sin que nos demos cuenta, en tanto las relaciones
    múltiples de la sociedad sustituyen a las del hogar
    llevándolo progresivamente a preservar –a lo
    sumo– la función dormitorio, en tanto todo eso
    ocurre, se hace muy difícil efectuar con plenitud y
    eficacia la tarea de trasmisión de valores entre
    generaciones.

    Más difícil es aún prestar el apoyo
    imprescindible a los hijos en el estudio, no refiriéndome
    con esto a la adquisición de conocimientos solamente sino
    a la forma más adecuada de hacerlo. En el caso particular
    de la Matemática esa circunstancia hace crisis cuando
    los conocimientos que el adolescente está adquiriendo
    nunca estuvieron en poder de sus padres y el apoyo se ve
    naturalmente limitado. Es cuando aparece la figura del profesor
    particular, el que no está disponible siempre por razones
    económicas y que, cuando lo está, puede ser
    más perjudicial que beneficioso si apunta sus
    baterías a enseñar cómo salvar un examen y
    no cómo aprender la asignatura.

    Muchas veces me he sentido como profesor en la
    obligación de trasmitir a mis alumnos esos consejos que,
    presumía, faltaban en muchos de ellos y muy pronto
    asumí que la labor docente involucra esa trasmisión
    de conocimientos más que esenciales. Si bien nunca he
    pretendido sustituir lo insustituible, como son los padres o
    tutores, sí entendí mi deber complementar su
    acción. La actitud de
    extremo interés
    mostrada por muchos de mis alumnos en tales ocasiones me
    indicó claramente cuánto les hacía falta que
    alguien los apoyara en tal sentido.

    CONCLUSIONES A MODO DE
    SUGERENCIAS

    Las dificultades en el aprendizaje de la
    Matemática en la enseñanza media de Uruguay existen
    y son varias; tienen diversas causas y datan de muchos
    años. Entre las de mayor destaque están: que la
    Escuela Primaria entrega a muchos de sus alumnos con
    insuficiencias; que el tiempo disponible para dictar los cursos
    se ha ido reduciendo por lo que los programas no se cumplen y al
    llegar a 5º año se produce una verdadera crisis; que
    los grupos son excesivamente numerosos debido a insuficiencias
    locativas; que muchos profesores no rinden como podrían
    por razones que tienen, muchas veces, un trasfondo
    económico y, otras, una inadecuada formación; que
    las condiciones locativas de los liceos llegan a ser lamentables
    por actitudes fuera de control de cierto
    alumnado; que muchos alumnos no hacen el esfuerzo necesario de
    estudio por falta de motivación, inmadurez o apoyo familiar; y
    que no hay textos suficientes a disposición de todos los
    alumnos en las bibliotecas liceales.

    También es importante considerar que, cuando esos
    factores negativos se reducen suficientemente, los resultados son
    excelentes, por lo que no es bajando la exigencia de los
    programas que se resuelve este problema. Esta última
    solución está alejada de lo que todos entendemos
    como un principio educativo elemental, cual es dotar al educando
    de –como mínimo– los conocimientos necesarios
    para cumplir con los más altos fines pedagógicos
    perseguidos.

    Los padres o tutores pueden llegar a tener una
    incidencia extraordinaria en la mejora de las circunstancias que
    he presentado como negativas en el aprendizaje de la
    Matemática. Mayor en algunos aspectos que en otros, pero
    siempre importantes. Mis sugerencias a ese respecto son las
    siguientes:

    • Exigir que la escuela brinde a sus hijos una
      educación matemática que asegure un buen manejo
      de los números (naturales, decimales y fraccionarios)
      así como el dominio de su
      operatoria fundamental, el conocimiento de las figuras
      geométricas más comunes y sus relaciones
      básicas, y la resolución de problemas sencillos
      que manejen los elementos anteriores.
    • Alentar la extensión del horario de las clases
      y la de los cursos liceales. A modo de ejemplo, en Brasil las
      clases comienzan en Febrero y no existen vacaciones de Turismo, ni de Julio, ni
      de Primavera. Sin llegar a tales extremos (no por
      inconvenientes) se debe promover el uso pleno de los
      sábados, volver a las clases de 45 minutos y a la
      finalización más tardía de los cursos,
      como mínimo. Muchas veces existe inhibición de
      plantear tales soluciones
      ante la presunción de una resistencia de los propios
      padres a perder parte de su fin de semana o vacaciones. En
      última instancia se trata de optar entre ciertas
      comodidades y la mejor educación de los
      hijos.
    • Como ciudadanos, apoyar fervientemente una mejor
      retribución de los docentes en general, particularmente
      en los niveles de educación primaria y secundaria.
      Recordemos que hace 50 años un docente de grado 7 (el
      grado más alto de la escala de
      Secundaria) dictaba 14 horas semanales como máximo y
      ganaba un sueldo similar al de un legislador. Hoy, para ganar
      ese dinero,
      debería dictar más de 100 horas
      semanales.
    • Generar en sus hijos un profundo amor por la
      escuela y el liceo, por lo que ambos representan en su futuro y
      en el de todos, lo que es decir el de la Patria. Los buenos
      modales, el respeto por
      los mayores, el buen compañerismo y el uso debido de los
      locales escolares y liceales harían de la vida al
      interior de los institutos de enseñanza algo mucho
      más grato, ameno y pleno de satisfacciones. En lo
      personal guardo un recuerdo muy afectuoso por todo lo que
      incluía mi escuela y los liceos a los que
      concurrí, a sus directores, maestros, profesores y
      funcionarios docentes, administrativos y de servicio, y me
      llena de emoción el recorrer sus viejas instalaciones.
      Reconozco que ese afecto no se impone sino que se gana; todos
      debemos hacer lo posible para que así sea.
    • El uso de textos de estudio es muy importante. Si no
      se dispone de medios para
      su adquisición, agotar la posibilidad de un
      préstamo y, en última instancia, habituar a los
      hijos a concurrir a estudiar a bibliotecas. La diferencia entre
      un alumno acostumbrado a estudiar en textos y otro que no lo
      hace es demasiado importante para ser despreciada.
    • Finalmente, si se aprecia que aparecen dificultades
      en el aprendizaje de la Matemática de los hijos, no
      quedarse con la justificación manida de que los
      profesores enseñan mal. Concurrir de inmediato a
      conversar con ellos para encarar la mejor forma de solucionar
      el problema. Si se dispone de medios, adoptar un profesor
      consejero de confianza que supervise el aprendizaje y cubra los
      baches eventuales de la enseñanza. Recordar que si la
      cadena se rompe en cualquier lugar ya no cumple su
      cometido.

    Walter R. Cibils

    Profesor de Matemática

    Uruguay

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