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Del fordismo al toyotismo




Enviado por juantorres@uma.es



     1. El
    sistema de producción Toyota

    2. El sistema Toyota y la
    crisis del fordismo

    3. Es posible generalizar en
    occidente el sistema Toyota?

    4.
    Bibliografía*

    Como es sabido, las diferentes formas de administrar la
    producción acompañan y a su vez son
    inevitablemente acompañadas de un marco más
    complejo de relaciones económicas y sociales cuya
    contemplación es imprescindible si es que se quiere que el
    análisis de la producción aporte
    luces sobre la naturaleza de
    cada momento social, de cada etapa económica y de cada
    periodo histórico.

    Desde el punto de vista del análisis
    económico y de la economía aplicada es
    muy relevante superponer el plano puramente técnico de la
    producción con la perspectiva de los otros dos tipos de
    relaciones que confluyen siempre en cualquier sistema de
    intercambio: las de consumo y las
    de distribución.

    La conocida como "teoría
    de la regulación" constituye un intento de aproximar esas
    perspectivas y se ha aplicado con especial atención a las modificaciones más
    recientes en las pautas de producción, de consumo y de
    distribución que inciden en la génesis y resultado
    de la última gran crisis
    económica.

    Y es que ésta crisis ha llevado consigo
    también la crisis del fordismo, es decir, del ejemplo
    paradigmático de interrelación entre pautas
    (técnicas) de producción y
    (económico-sociales) de consumo.

    Como comentaremos más adelante, la
    combinación fordista de producción en serie y
    consumo masificado permitió que las economías
    occidentales alcanzaran ritmos de crecimiento muy elevados a la
    largo del gran periodo de expansión que se inicia con el
    final de la II Guerra
    Mundial.

    Sin embargo, las modificaciones operadas en los sistemas de
    producción ya desde de finales de los años
    sesenta no sólo alteraron profundamente la pauta de la
    producción sino que (como no podía ser menos)
    afectaron también a las pautas de consumo y
    distribución.

    A lo largo de la crisis derivada de esas modificaciones
    (y que se agravó por la coincidencia de otros factores que
    no es preciso señalar aquí) las economías
    occidentales han generado respuestas diversas, tanto en la
    órbita de la
    administración de la producción como en la de
    las pautas de consumo y distribución. Respuestas que han
    sido tanto más diferentes cuanto distintas han sido las
    secuelas de la crisis en los diferentes sectores, el marco
    institucional o, incluso, la idiosincrasia de cada
    país.

    Una de estas respuestas en la administración de la producción se
    conoce como "toyotismo", por su origen en la conocida empresa japonesa,
    o también como producción flexible o ajustada y
    gracias a su efectividad, versatilidad, autonomización y
    flexibilidad supone una modificación radical respecto a
    las pautas productivas (seriadas, rígidas y centralizadas)
    que habían sido propias del fordismo.

    Eso explica el interés
    que tiene para la economía aplicada el análisis del
    toyotismo; no como simple técnica de administrar la
    producción, sino para evaluar si es capaz de articular la
    pauta de la producción con otras de distribución y
    consumo capaces de proporcionar eficiencia al
    sistema productivo y garantizar su reproducción. Es decir, para conocer si es
    un mecanismo adecuado y generalizable de "regulación"
    social.

    En la presente nota nos limitamos a presentar
    sumariamente la naturaleza del toyotismo y a sumar nuestras
    reflexiones y dudas al debate que
    necesariamente se origina cuando el economista se hace la
    pregunta con la que empiezan estas páginas.

    1. El
    sistema de producción Toyota.

    El sistema de producción Toyota fue aplicado en
    Japón
    durante el largo período de crecimiento que sucedió
    a la II Guerra Mundial
    y allí alcanzaría su auge en la década de
    los años sesenta.

    El sistema Toyota se basa esencialmente en dos grandes
    pilares: la innovación en la gestión
    del trabajo en los
    talleres y en los mecanismos de control
    interno de la
    empresa.

    En relación con la gestión del trabajo las
    novedades del sistema se basan en el procedimiento
    llamado "justo-a-tiempo"
    (just-in-time), en la utilización del "kanban"
    ("etiqueta") y en el principio de organizar el trabajo con
    stándares flexibles y tiempos compartidos.

    Frente a los sistemas de
    producción en serie basados en el método de
    empuje, el sistema de producción de Toyota es un
    método de extracción que tiene como objetivo
    fundamental incrementar técnicamente la eficacia de la
    producción eliminando radicalmente tanto las
    pérdidas como el excedente. Para lograr estos objetivos el
    sistema se sustenta en dos pilares básicos: el sistema de
    "Justo-a-tiempo" y la autonomización, o "automatización con un toque humano" en
    palabras de OHNO.

    "Justo-a-tiempo" significa que, en un proceso
    continuo, las piezas necesarias para el montaje deben
    incorporarse a la cadena justo en el momento y en la cantidad en
    que se necesitan. En la secuencia de montaje, el último
    proceso se dirige al primero para retirar la cantidad de piezas
    necesarias en el momento en el que son necesitadas. De esta
    manera se evita que un proceso envíe sus productos al
    siguiente sin tener en cuenta las necesidades de
    producción del mismo.

    La finalidad que se persigue con la instauración
    de este sistema es la aproximación a un stock nulo,
    considerando esta situación desde el punto de vista de la
    gestión industrial como una situación ideal, que
    permite la eliminación de los costes derivados del
    almacenamiento
    y conservación de los mismos.

    Por su parte, la autonomización consiste en que
    la máquina se encuentra conectada a un mecanismo de
    detención automático, de forma que interrumpa la
    producción ante una situación anormal,
    lográndose de esta forma prevenir la producción de
    productos defectuosos y detectar las anormalidades permitiendo su
    corrección y su prevención futura. Con este sistema
    la máquina sólo requerirá la atención
    de un operario en las situaciones anormales,haciendo posible que
    un mismo trabajador controle varias máquinas
    simultáneamente y reduciéndose así el
    número de ellos, lo que incrementa el rendimiento de la
    producción. La detención del proceso cuando se
    produce una anormalidad en el funcionamiento de la máquina
    posibilita, a su vez, la prevención de futuras
    anomalías, las cuales no se subsanarían si fuera un
    mismo operario el encargado de controlarla y
    repararla.

    La premisa básica para el éxito
    del sistema de producción de Toyota consiste en el
    establecimiento de lo que se denomina un flujo de
    producción, que requiere como condición necesaria
    para su desarrollo
    establecer previamente un flujo de trabajo en el proceso de
    fabricación. Un flujo de trabajo significa que se
    añade valor al
    producto en
    cada proceso mientras va avanzando. Esto contrasta netamente con
    los sistemas de producción en serie, donde las
    mercancías son transportadas en cintas; en estos casos no
    se trata de un flujo de trabajo sino de un trabajo "forzado a
    fluir", durante el cual se producen tiempos muertos que reducen
    la productividad
    del proceso, así como movimientos de los trabajadores que
    no suponen progreso alguno en la producción. La idea
    básica que subyace en el planteamiento de Toyota es
    impedir que los trabajadores se encuentren aislados sin
    posibilidad de ayudarse en situaciones de necesidad; de esta
    manera, se estudian combinaciones de trabajo y
    distribución del mismo que permitan reducir el
    número de empleados y favorecer la colaboración
    entre los mismos.

    Para que el proceso de producción funcione con
    normalidad según este sistema -es decir, para que el
    primer proceso fabrique sólo la cantidad retirada por el
    último proceso- la mano de obra y los equipos de cada fase
    de la producción deben estar preparados, en cualquier
    circunstancia, para fabricar la cantidad necesaria en el momento
    preciso. Esto implica que se deben eliminar en la medida de lo
    posible las fluctuaciones en las cantidades retiradas, de forma
    que la curva de flujo sea lo más uniforme posible. Para
    ello se deben rebajar los máximos y aumentar los
    mínimos de producción. En palabras de OHNO, "las
    montañas deben ser bajas y los valles profundos". Todo
    ello supone la necesidad de contar con un equipo lo
    suficientemente flexible como para poder
    adaptarse a las difíciles condiciones impuestas por la
    diversidad de la demanda;
    entendiendo por flexibilidad la capacidad de la empresa para
    alterar continuamente el proceso productivo mediante la
    reordenación de los componentes del mismo.

    Una forma de organizar el taller como la señalada
    hasta aquí permite no sólo incrementar la
    productividad y reducir costes por las razones apuntadas sino que
    además (al basarse en la autoactivación, en la
    desespecialización y en la polivalencia de los
    trabajadores) permite obtener una producción flexible,
    hacer más versátiles los equipos y producir una
    gama más variada de productos con equipos y utillaje
    más reducidos pero mejor utilizads.

    Como complemento de ello, se modifican igualmente las
    relaciones funcionales en el seno de la empresa -entre los
    diferentes departamentos comerciales, de I+D, de talleres, etc.-
    y entre ésta y otras empresas, puesto
    que el know-how acumulado se proyecta horizontalmente hacia otras
    firmas -principalmente con las subcontratadas- con las que se
    establece un verdadero sistema de intercambio que mejora la
    competencia y la
    productividad de todas.

    Por último, el sistema se complementa con un
    conjunto complejo e innovador de protocolos y un
    mecanismo de control que se
    aplican tanto en el interior de la empresa (relativos a las
    condiciones de empleo, de
    salarios, y de
    incentivos
    internos en general), como a otras empresas (en relación
    con el tipo de subcontratación, de distribución del
    valor añadido, participación del subcontratista en
    los resultados de la innovación, e incluso en el
    beneficio).

    En suma, el sistema Toyota se concibe como un sistema de
    producción y de organización que facilita la
    reducción de costes, el incremento de la productividad y
    la obtención de economías de escala gracias a
    la flexibilización y, además, la consecución
    de economías de variedad gracias también a la
    flexibilización y a que ésta permite un control de
    la calidad
    más riguroso y llevar a cabo una estrategia
    (fundamental en situaciones de demanda deprimida) de
    diferenciación no sólo de precios sino,
    sobre todo, de productos. Naturalmente, esto le caracteriza como
    un sistema altamente efectivo para hacer frente con éxito
    a un contexto de mercados
    inciertos y diferenciados.

    2. El sistema Toyota y la crisis del
    fordismo

    Sin embargo, las cuestiones más interesantes que
    plantea el sistema de producción Toyota surgen al
    analizarlo en relación con los sistemas de
    producción en serie, y en particular con el fordismo,
    entendido éste como paradigma de
    la producción y venta en serie, y
    todo ello en el contexto de la crisis económica de los
    años setenta y de las salidas a la misma.

    Gracias al fordismo se logró, mediante la
    introducción de la cadena de montaje en el
    proceso productivo y la separación entre concepción
    y ejecución en el proceso de producción,
    homogeneizar el ritmo de trabajo, evitar que los obreros pudieran
    ejercer control sobre el mismo y, a la vez, aumentar
    extraordinariamente los niveles de producción. La
    técnica suponía la materialización
    progresiva del saber de los trabajadores cualificados y
    transformaba el puesto de trabajo en un conjunto de tareas
    perfectamente especificadas que el obrero realizaba de forma
    mecánica.

    El incremento en los ritmos de trabajo y en la
    productividad permitían la producción en masa y
    para que ésta tuviese salida en los mercados era necesario
    el aumento simultáneo del poder adquisitivo de los
    asalariados; ello fue posible gracias a los altos beneficios que
    ese sistema de producción garantizaba.

    De esta forma se permitía que los trabajadores
    aumentaran sus niveles de consumo, lo que hacía posible
    finalmente dar salida a la propia producción siempre que
    se mantuviesen bajos precios y salarios nominales suficientemente
    elevados. Se trataba de hacer, como dijo Ford, que los
    trabajadores fueran los consumidores de los productos que
    fabricaban, y de ahí que se hable del "fordismo" como un
    sistema de regulación social que comporta tanto un tipo de
    relación salarial como una pauta general de consumo.
    Gracias a él se consiguió un clima
    generalizado de consenso social y laboral que
    permitió mantener elevados los ritmos de
    acumulación característicos de la segunda
    postguerra mundial (TORRES LOPEZ 1.992, pp.351 y ss.).

    Ahora bien, para que este sistema de regulación
    proporcione resultados satisfactorios deben darse tres grandes
    condiciones: primero, que se mantengan unos elevados niveles de
    demanda que permitan dar salida a los crecientes stocks; segundo,
    que se mantenga el consenso laboral que la pauta de consumo
    general de los asalariados proporciona; y tercero, que el sistema
    de producción en serie que lo caracteriza sirva
    efectivamente para obtener la gama de productos que se
    demandan.

    La primera condición se rompe, como es sabido,
    cuando las políticas
    expansivas de demanda, lejos de proporcionar estabilidad y
    crecimiento, comienzan a ser insuficientes para dar salida al
    excedente productivo generado y contribuyen, por el contrario, al
    déficit público y a la desarticulación de la
    oferta
    productiva.

    El consenso social resultó igualmente quebrado
    desde finales de los años sesenta, cuando se produce lo
    que BOWLES, GORDON y WEISSKOPT (1.989) han llamado la
    "rebelión de los trabajadores en las fábricas".
    Cuando los precios se elevan y se reduce el poder adquisitivo de
    los salarios, cuando la pauta de consumo se debilita y cuando las
    empresas ya no disfrutan de incrementos en la productividad que
    compensen los mayores costes que deben soportar, no hay
    razón alguna para que los asalariados respeten el
    régimen fordista. De hecho, la principal
    reivindicación de las clases obreras y desencadenante del
    proceso de luchas sociales acaecido desde finales de los sesenta
    será la propia organización fordista del trabajo.
    Los asalariados se quejan de la descualificación y
    alienación a la que se ven sometidos en los centros de
    trabajo y apoyados en la creciente fuerza de los
    sindicatos
    comenzarán un movimiento
    generalizado de rechazo al sistema que culminará con el
    agotamiento del modelo
    fordista en los años setenta. De esta manera se quebraba
    uno de las presupuestos
    básicos necesarios para la rentabilidad
    de la producción en serie como es la estabilidad del
    mercado; puesto
    que, como señalan PIORE y SABEL (1990, p.33), la
    condición necesaria para que tenga éxito la
    producción en serie son los intereses políticamente
    definidos de los productores y los consumidores y no la lógica
    de la eficiencia industrial, de forma que cuando éstos
    divergen, el esquema de regulación fordista se convierte
    tan sólo en una fuente de conflictos
    laborales y sociales.

    Frente a este estado de
    cosas, el sistema Toyota apuesta por realzar el valor del trabajo
    de cara a los trabajadores, de manera que éstos puedan
    combinar las habilidades individuales con el trabajo en equipo
    mediante la instauración de sistemas de producción
    en los que cada trabajador puede asumir las tareas encomendadas a
    otros miembros, buscando de esta forma una polivalencia de los
    individuos: "En el sistema americano, un operador de torno es siempre
    un operador de torno y un soldador es siempre un soldador hasta
    el final. En el sistema japonés, un operario tiene un
    amplio abanico de posiblidades. Puede trabajar con un torno,
    manejar una perforadora y hacer funcionar una fresadora.
    )Quién puede decir qué sistema es mejor?" (OHNO,
    1.991, p. 41).

    El otro aspecto que va a provocar el agotamiento del
    modelo fordista es consecuencia del propio desarrollo de uno de
    los elementos que posibilitaron su expansión: el
    crecimiento continuado del consumo.

    A medida que aumentaba el poder adquisitivo de las
    clases asalariadas aumentaba también su consumo lo que a
    su vez estimulaba la apertura de nuevos horizontes a la
    producción. Y así, la que se llamó
    más tarde la "cultura del
    más" (más producción, más
    necesidades, más consumo, más
    producción,…) permitía ampliar permanentemente lo
    que J. NÉRÉ (1.989,pp.40-55) denominó un
    "círculo virtuoso": el aumento de producción
    permite una demanda creciente que hace posible la
    expansión siguiente de la producción que impulsa la
    demanda…y así sucesivamente. Una vez dentro de este
    proceso, las necesidades de inversión van a dejar de depender de la
    estructura de
    costes de las empresas, para pasar a depender de las expectativas
    de demanda, de forma que cualquier reducción en los
    salarios que, en principio, facilitaría la
    inversión, pasa a tener efectos perjudiciales en este
    nuevo esquema y a reducir el volumen de la
    misma.

    Pero esta dinámica requiere crear continuamente
    "nuevas necesidades" como forma de mantener un elevado nivel de
    actividad y, consiguientemente, de ganancia. Este proceso conduce
    a una diversificación enorme de la producción, de
    modo que se debe generalizar la realización de infinidad
    de variaciones sobre un mismo producto, para poder crear
    así la ilusión de estar consumiendo nuevos bienes sin que
    éstos lleguen verdaderamente a serlo. Es lo que J.
    O'CONNOR (1.987, p.100) ha calificado de "ingeniería del valor", la permanente
    búsqueda de nuevas envolturas o apariencias externas de
    productos idénticos o similares para que puedan aparecer
    como capaces de satisfacer necesidades distintas.

    Sin embargo, el sistema de producción fordista se
    asienta sobre las bases de fabricación de una gran
    cantidad de un mismo producto y de una sola vez. De hecho,
    transformó la demanda de bienes similares entre sí
    en la demanda de un único producto estándar. Como
    dijo Ford ante la salida del modelo Ford T "todo cliente
    podrá tener el coche del color que
    prefiera con tal de que lo prefiera negro".

    Lógicamente, un sistema de esta naturaleza se
    vería desbordado ante la necesidad de diversificar la
    producción debido a las nuevas exigencias del
    consumo.

    Pero no sólo se produce la incapacidad de
    responder ante una demanda cuyos segmentos son cada vez
    más diversos, sino que también el sistema presenta
    un límite intrínseco derivado de la progresiva
    saturación de los mercados, como muestra
    especialmente el mercado interno de Estados Unidos:
    en 1970, el 99 por ciento de las familias poseían ya un
    aparato de televisión
    y en 1.979 ya existía un automóvil por cada dos
    residentes.

    Esta creciente saturación de los mercados
    provocará una progresiva disminución en las
    elevadas economías de escala con las que solían
    trabajar dichas industrias,
    disminuyendo la rentabilidad de los equipos destinados
    específicamente a la producción de tales bienes, al
    mismo tiempo que elevaban el coste de buscarles usos
    alternativos. Las que fueron en su momento las mejores armas para
    reducir los costes se vuelven ahora en contra del productor,
    porque, además de economías de escala, son ya
    necesarias economías de variedad.

    3. ¿Es posible generalizar en occidente el
    sistema Toyota?

    Es precisamente ante estas cuestiones cuando el sistema
    de producción de Toyota se muestra más eficiente
    que el anterior de producción en masa; en lugar de optar
    por la fabricación en serie de grandes cantidades de pocos
    productos se inclina hacia la producción de tipos
    múltiples pero en pequeñas cantidades, de modo que
    puedan satisfacer la diversidad de gustos de los consumidores; es
    esta diversidad en el consumo la que insta a perseguir la
    flexibilidad en el proceso productivo, buscando agilizar la
    respuesta ante las variaciones en el mercado. Y esta exigencia
    obliga a buscar la versatilidad de la maquinaria empleada para
    que pueda ser adaptada a la fabricación de las distintas
    variantes del producto, así como la polivalencia de los
    trabajadores en sus puestos.

    Además, comporta un cambio
    fundamental en la concepción que sobre los stocks poseen
    los empresarios; si hasta este momento han gozado de una conciencia
    agrícola (en palabras de OHNO), según la cual deben
    poseer una serie de productos y materias primas en stocks como
    forma de prevención ante posibles contingencias, en
    períodos de bajo crecimiento como los actuales deben
    asumir el riesgo de
    proveerse de las materias que necesitan y en el momento en que
    las necesitan, evitando la creación de stocks de productos
    que sólo suponen incrementos de costes para las
    empresas.

    Finalmente, los incentivos de todo tipo que se generan
    en el seno de las empresas, los mecanismos de primas y, sobre
    todo, la garantía de perdurabilidad de la que disfrutan
    los trabajadores lo caracterizan como un sistema de trabajo, como
    un mercado interno, francamente rígido (que lo es menos,
    sin embargo, en las empresas subcontratadas o vinculadas) que es
    visto como alternativa a la precarización e inseguridad
    que conlleva la flexibilización de los mercados de trabajo
    occidentales.

    Por todas estas circunstancias el sistema Toyota permite
    hacer frente a la crisis económica (y singularmente a una
    crisis como la vivida en el mundo desde los años setenta)
    de forma mucho más adaptativa y, en consecuencia, superar
    en resultados a otras orientaciones productivas.

    De hecho, las economías -como la de Estados
    Unidos, el Reino Unido, Francia o
    incluso España
    que han optado por la reconversión del sistema productivo
    en sentido neo-taylorista (caracterizada, desde el punto de vista
    microeconómico, por la búsqueda de la
    flexibilización y, desde la óptica
    macroeconómica, por el control de la inflación
    mediante políticas monetarias restrictivas, la privatización rápida y desmesurada y
    la promoción de la inversión confiando
    tan sólo en que el aumento de los beneficios la
    estimulara) recogieron como principales frutos de estas
    políticas una fuerte desindustrialización y un
    empeoramiento de sus balanzas comerciales.

    Precisamente, esa búsqueda generalizada de la
    flexibilización parece haber causado, a la postre,
    importantes efectos perversos. R. REICH (1.992, p.4), asesor para
    temas económicos del presidente B. Clinton y luego miembro
    de su gabinete, afirma que la segunda causa de que la "gripe" de
    la economía estadounidense dure "más de lo que la
    mayoría de los economistas había previsto" es "la
    facilidad con con la que las empresas siguen despidiendo a los
    trabajadores para mantener el nivel de beneficios". Tanto es
    así, que el prestigioso economista industrial M. PIORE ha
    propuesto recientemente que las empresas que despidan
    trabajadores paguen un impuesto (EL
    PAIS, 1-2-1.993).

    Y ello es muy diferente de lo que ha sucedido
    especialmente en Japón (en menor medida en Alemania y
    países de la EFTA) que abordaron la crisis de la oferta
    tratando de encontrar implicaciones negociadas entre los agentes
    frente a los problemas
    económicos, es decir manteniendo una mayor rigidez en los
    mercados (especialmente en los mercados de trabajo) pero un mayor
    miramiento hacia las vicisitudes de la economía
    real.

    Eso justifica que la importación del sistema japonés de
    Toyota se contemple como una alternativa válida y
    plausible (al tenor de sus mejores resultados, al menos,
    deseable) para el común de las economías
    occidentales.

    Sin embargo, no pueden olvidarse algunas circunstancias
    que hacen especialmente difícil que el toyotismo, como un
    todo, constituya una alternativa posible en otras
    econmías.

    En primer lugar, que es un sistema de
    organización del trabajo que requiere un contexto
    "incitativo" y una idiosincrasia que difícilmente es
    exportable de manera global a otros ámbitos
    socio-culturales (que no sean, por ejemplo, otros países
    del sudeste asiático o aquellos en donde la "disciplina"
    constituye un valor social profundamente asimilado).

    En segundo lugar, que el sistema Toyota -contemplado en
    su dimensión macroeconómica- es un sistema adecuado
    para estimular la oferta, pero no tanto la demanda, porque no se
    basa en altos salarios como hizo el fordismo. De ahí, que
    el superávit comercial japonés haya sido una
    constante, gracias a que encontró, sobre todo en Estados
    Unidos, una demanda suficiente. Pero es díficil estimar su
    virtualidad si no se encuentra una demanda adecuada,
    situación que más bien se daría de estar
    implantado de manera generalizada.

    Igualmente, y también desde una perspectiva
    macroeconómica, el sistema requiere una tendencia a la
    reinversión del beneficio que actualmente no es propia de
    las economías occidentales más liberalizadas y una
    importante disponibilidad de ahorro que se
    ve dificultada si se tiene en cuenta que éstas
    últimas tienen que hacer frente a una deuda interna y
    externa muy elevada.

    Además, aunque el sistema de organización
    y control del trabajo de Toyota se establece sobre la base del
    "toque humano", éste es posible precisamente cuando y
    porque se da una situación de debilidad sindical y de paz
    laboral que hoy día está ausente de los mercados de
    trabajo occidentales (aunque la desmovilización laboral,
    la mayor indefensión que el desempleo masivo
    origina y la extensión de los valores
    del individualismo corporativista y la competencia han facilitado
    la introducción de experiencias toyotistas en centros de
    trabajo aislados).

    A pesar de estas dificultades, sin embargo, nos perece
    posible aventurar sin demasiado riesgo que este tipo de sistemas
    de flexibilización en la producción (a costa, no se
    olvide, de mercados y relaciones
    laborales más rígidos) tendrán cada vez
    mayor presencia en nuestras economías cuando estas quieran
    recuperar el pulso industrial y fortalecer la actividad
    productiva. Quizá no tanto en grandes empresas (en donde
    el capital
    físico necesario para la flexibilización es
    más costoso y donde las economías de escala siguen
    teniendo un mayor peso), pero sí en áreas
    más reducidas, en el campo de la pequeña y mediana
    empresa y en el de los distritos industriales intensivos en
    trabajo (textil, electrónica especializada) que
    vivirán muy posiblemente procesos de
    integración en torno a empresas más
    especializadas que reduzcan los costes de organización y
    permitan alcanzar las economías de integración y
    variedad que hoy día son la clave del rendimiento
    económico.

    Bibliografía*

    BOWLES, S., GORDON, D.M. y WEISSKOPT, T. (1.989). "La
    economía del despilfarro". Alianza Editorial. Madrid.

    BOYER, R. (1.989)."La teoría de la
    regulación: un análisis crítico". SECYT.
    Buenos
    Aires.

    AMIN, A. (1.989). "Flexible Specialisation and Small
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    Juan Torres López

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