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Alternativas imperfectas de la economía




Enviado por juantorres@uma.es



    En este capítulo me planteo cuestionar el
    planteamiento que del conflicto y de
    la naturaleza de la solución de los problemas
    económicos realiza lo que podríamos denominar
    economía dominante o convencional y, a su socaire,
    realizar algunas reflexiones añadidas sobre lo que
    podría ser una manera alternativa de contemplarlos,
    procurando con ello adoptar una perspectiva más realista y
    más favorable al bienestar humano. Se trata, pues, de
    contribuir, ahora desde el punto de vista del análisis económico, a la
    problemática general de las Asoluciones imperfectas@ que
    aborda este libro.

    Un intento semejante se enfrenta a tres grandes
    dificultades de partida que deben añadirse a la que por
    sí misma representa reflexionar sobre un asunto aún
    muy inexplorado y cuyas coordenadas básicas ni tan
    siquiera están fijadas con claridad.

    La primera de ellas deriva del carácter polisémico que el concepto de
    economía tiene en castellano. Al
    mismo tiempo puede
    referirse a un determinado tipo de realidad, a un proceso social
    específico y, también, a un campo singular del
    conocimiento
    teórico y científico. El problema radica en que he
    de contemplar ambas dimensiones. Tendremos que discurrir al mismo
    tiempo en el campo del pensamiento y
    de las construcciones teóricas y en el de la realidad
    social, lo que obliga a moverse en terrenos retóricos
    diferenciados pero que, sin embargo, resultan inevitablemente
    interrelacionados.

    La segunda de las dificultades proviene de una
    importante hipótesis que aquí asumo como de
    partida. A mi modo de ver, y sea cual sea la perspectiva desde la
    que se contemple, no podemos percibir el fenómeno
    económico como un conjunto de procesos,
    equili­brios, relaciones cuya naturale­za pueda
    observarse objetivamente desde fuera de sí mismos. Lo que
    comúnmente se entiende por lo Aeconómico@ o la
    Aeconomía@ no se trata de un fenómeno natural cuya
    naturaleza sea extrínseca a los seres humanos que lo
    analizan, sino que, por el contrario, es una expresión de
    la vida social de todos ellos y por eso se involucra de manera
    permanente con las relaciones
    humanas. Sólo desde éstas mismas es desde donde
    podemos contemplar­lo, lo que equivale a decir que lo
    percibimos siempre de manera velada, al través de los
    prejuicios, ideas, inclinacio­nes, preferencias o valores que
    son propios de las relaciones humanas y sociales. Si esto es
    aceptado, el lector debe considerar, entonces, lo que se le dice
    en relación con los fenómenos económicos con
    la prudencia de quien sabe se enfrenta al submundo de lo
    deseable, de lo normativo y de lo social o personalmente
    preferido. Los problemas económicos suelen presentarse con
    un halo de cientificidad que tiene más que ver con el
    misterio con el que se suele adornar el discurso
    teórico que con las certezas que es verdaderamente capaz
    de proporcionar.

    Finalmente, no puede olvidarse que plantear, como
    queremos hacer en este trabajo, el
    problema de las alternativas a los problemas económicos
    equivale a abrir de plano el asunto de la propia naturaleza del
    "problema económico", algo que será difícil
    de cerrar con éxito
    en el reducido espacio que se ha convenido para esta
    reflexión.

    Trataré de sortear estas dificultades no con el
    ánimo, que sería iluso, de ofrecer respuestas ni
    tan siquiera provisionales, sino con el de aportar reflexiones
    abiertas sobre un tipo de planteamiento, el de la paz imperfecta,
    que modestamente me parece que justifica el esfuerzo, por muy
    elemental que pueda resultar en su inicio.

    Comenzaré por plantear cómo entiendo que
    se desenvuelve, en relación con el conflicto, el paradigma hoy
    día dominante en la economía y más adelante
    trataré de poner de relieve sus
    limita­ciones, así como algunas líneas
    alternativas de pensamiento y acción
    que pudieran contribuir a que el inevitable conflicto que plantea
    la satisfacción de las necesidades humanas se pudiera
    resolver en condiciones de mayor bienestar y felicidad
    generales.

    1. La armonía, la
    liberalidad

    El paradigma dominante en el análisis
    económico es el resultado de desarrollar el llamado
    modelo
    neoclásico, que no es sino una formalización
    sofisticada del liberalismo
    decimonónico. Puede decirse que es el paradigma de la
    armonía y del equilibrio: en
    su virtud, se supone que los agentes económicos no son
    sino átomos de un universo
    específico, el que tiene que ver con los recursos que
    satisfacen sus necesidades, que puede resolverse en orden y
    equilibrio gracias al funcionamiento del Amercado@, un mecanismo
    que en este modelo es tan omnipresente como
    omnipotente.

    El punto de partida del modelo es el individualismo, no
    sólo porque se parte de considerar que el máximo
    grado de satisfacción únicamente puede conseguirse
    como resultado de la acción individual, sino
    también porque se establece que no puede haber otra
    referencia para la evaluación
    de esa satisfacción que no sea el bienestar individual de
    cada uno de los agentes que intervienen en las relaciones
    económicas.

    Se parte así mismo de suponer que los individuos
    son agentes completamente racionales, buscadores de
    la mayor satisfacción posible, bien sea de su utilidad cuando
    actúan como consumidores, bien de la ganancia cuando se
    trate de empresas­.

    A partir de estos supuestos se pueden obtener Afunciones
    de utilidad@ cuya maximización permite, precisamente,
    alcanzar equilibrios de mutua satisfacción cuando tales
    agentes interactúan en los mercados.

    Estos maximizadores racionales se enfrentan a una
    dotación de recursos dada, y siempre escasa a tenor de la
    estrategia
    maximizadora dominante. Proceden, entonces, a efectuar
    eleccio­nes, así mismo racionales, para lograr que su
    uso sea el que les proporcione la mayor utilidad, lo que
    necesaria­mente implica que se utilizarán en su uso
    más valioso, esto es, conformando combinaciones entre
    ellos que sean los más "económi­cas" posibles,
    es decir, técnicamente (desde el punto de vista de los
    costes de cada uno) eficientes.

    La manifestación cardinal del comporta­miento
    económico es, por lo tanto, la
    elección.[1]

    El propio desarrollo
    natural de los intercambios proporciona una estructura
    natural y típica, que es el mercado, para que
    esas decisiones se lleven a cabo y para que sea posible lograr la
    optimalidad deseada y la eficien­cia necesaria; y para que la
    elección de los agentes pueda llevarse a cabo con las
    necesarias referencias sobre el valor de las
    cosas y sobre las condiciones en que puede obtenerse la mayor
    utilidad­. El mercado no son sino el ámbito en el que
    se realizan los intercambios, es decir, una estructura donde la
    demanda y la
    oferta
    manifiestan sus opciones sobre las cantidades disponibles y los
    precios
    dispuestos a pagar por cada una de ellas, a partir por supuesto
    de los anteriores criterios de maximización y
    raciona­lidad. El precio
    determinado a partir del encuentro libre entre oferta y demanda
    es la expresión del valor y lo que permite alcanzar el
    equilibrio.

    Sin embargo, para que esos precios revelen efectivamente
    las auténticas preferencias de los agentes y para que el
    equilibrio alcanzado a su través sea el más
    eficiente, el de máxima utilidad para todos los
    intervinientes en el intercambio, no puede tratarse de cualquier
    estructura de mercado, sino que deben darse el llamado Amercado
    de competencia
    perfecta@. Para que sea así, deben darse una serie de
    supuestos específicos e imprescindibles: que haya un
    número suficientemente elevado de oferentes y demandantes
    de modo que ninguno de ellos tenga capacidad de influir sobre los
    resultados o las condiciones del intercambio, información perfecta y gratuita al alcance
    de todos los agentes, ausencia de barreras de entrada al mercado,
    para que puedan incorporarse cuantos agentes adicionales lo
    deseen y homogeneidad en los productos que
    se intercambian.

    Estas son condiciones relativas al funcionamiento mismo
    del mercado pero, hay que considerar que el mercado necesita
    también una serie de reglas o de normas en su
    entorno, una definición previa de los derechos y restricciones que
    tiene cada agente, precisamente, para que pueda funcionar como
    tal.

    Esto último constituye una condición
    importante. No podría hacerse el uso adecuado de los
    recursos en la órbita de un mercado de competencia
    perfecta si no está sujeto a una serie de reglas y
    condiciones específicas y rigurosas que permitan,
    principalmente, su plena apropiabilidad, su transferibili­dad
    y el carácter exclusivo y excluyente de la
    apropiación de la que puedan ser objeto.

    Se trata, pues, de normas, de derechos, que constituyen
    los verdaderos soportes previos de la estructura de mercado. O lo
    sostienen si están adecuadamente definidos, o provocan su
    quiebra en otro
    caso.

    A la hora de establecer tales derechos no hace falta,
    pues, ningún tipo de juicio estratégico o
    discriminante previo. Basta con que se sometan a una única
    y sencilla condición esencial: que respeten y favorezcan
    el intercambio y el ejercicio de la propiedad en
    el mercado. A partir de ahí, lo que deben hacer estos
    derechos es justamente no hacer nada, dejar que todo lo necesario
    lo haga el mercado.

    Bajo otros supuestos subsiguientes a los que no hace
    falta hacer referencia ahora se deduce que los intercambios que
    se llevan a cabo bajo este régimen de competencia perfecta
    propor­cionan una solución óptima de
    equilibrio, una situación comúnmen­te
    denominada como "Óptimo de Pareto", que es de equilibrio y
    óptima porque se demuestra que no podría lograrse
    ninguna mejora en el bienestar (en la utilidad) de cualquier
    agente sin empeorar simultáneamente la de cualquier
    otro.

    Es importante resaltar que la posibilidad de alcanzar
    esta situación de óptimo general, de bienestar
    social, es el resultado de realizar una traslación
    singular. El equilibrio fácil y convenientemente alcanzado
    en el encuentro entre dos agentes en un mercado, que se sustancia
    en la formación de un precio para el que se igualan las
    cantidades que ambos están dispuestas a demandar u
    ofrecer, según su caso, se traslada a nivel global para
    toda la sociedad. Del
    equilibrio parcial en cada mercado se deriva el equilibrio
    general en todos ellos. De la máxima utilidad individual a
    la máxima utilidad social simplemente agregando la
    utilidad lograda por todos los individuos.

    Y ello es posible porque la sociedad no se concibe como
    algo complejo sino como la mera agregación de los
    individuos, como el simple sumatorio de cada uno de
    éstos.[2]

    Es en estas condiciones que puede deducirse que el
    mercado proporciona el orden adecuado y deseable del intercambio,
    en realidad, una dimensión especializada del orden
    natural, la que tiene que ver con la mejor disposición de
    los recursos que están al alcance de los individuos. Se
    concibe como un orden natural porque el equilibrio viene dado en
    virtud de la simple cataláctica, de la simple dinámica de los intercambios en condiciones
    de competencia perfecta, sin que le sea necesaria, por lo tanto,
    ninguna fuerza
    ordenadora heterónoma a los individuos, ninguna
    intervención exógena forzada, ningún
    límite a la actividad Alibre@ de los individuos en el
    contexto de lo establecido por los derechos a los que hace
    referencia.

    En el universo del
    mercado, entonces, no hay espacio para que el conflicto al que
    pudiera pensarse que da lugar la existencia de recursos escasos
    se consolide o enquiste en la sociedad, como no existe tampoco
    lugar para el poder o la
    coerción cuando las reglas de la competencia están
    bien marcadas y cuando los precios pueden fijarse libremente. El
    mercado, la oferta y la demanda permiten resolver dicho conflicto
    y proporcionar el equilibrio maximizador buscado por los agentes
    y la red de derechos
    que salvaguardan el régimen de competencia perfecta evita,
    así mismo, que existan condiciones de asimetría, de
    influencia desigual, de poder o de coerción.

    Es cierto que se reconoce el conflicto que deriva de la
    escasez de
    recursos y que se manifiesta en la existencia de usos
    alternativos entre ellos. Pero es un conflicto que se resuelve
    gracias a una técnica de elección dada que se
    fundamenta, como señalé, en la estrategia
    maximizadora, en la búsqueda del propio beneficio a
    través del cambio que
    deriva en optimalidad general y en la racionalidad: en y gracias
    al mercado.

    No hay tampoco problema alguno de poder. De hecho, la
    teoría
    económica neoclásica ni tan siquiera lo toma en
    consideración formalmente o, cuando lo hace, lo contempla
    como una dimensión de la influencia que no implica
    coerción o que se da siempre fuera del
    mercado.[3]

    En el primer caso (poder sin coerción) se
    trataría, por ejemplo, del llamado poder de monopolio, el
    que puede disfrutar una empresa
    cuando se enfrenta ella sola a la demanda y puede entonces
    influir a su favor sobre las condiciones de equilibrio en el
    mercado. Sin embargo, incluso en este caso -contemplado
    efectivamente por el modelo- no se entiende que el monopolista
    tenga capacidad para influir sobre la demanda. Se acepta que
    está en condiciones de jugar con el precio a su mejor
    conveniencia, pero teniendo en cuenta que se enfrenta a una
    función
    de demanda decreciente (que reacciona frente a las decisiones
    sobre precios del monopolista), es decir, que ni tan siquiera el
    monopolista tiene plena capacidad para someter a la demanda a sus
    estrategias de
    precios.

    El otro caso en el que se contempla necesariamente la
    existencia de poder o coerción, de influencia indeseada de
    un agente sobre otro es el de las llamadas Aexternalidades@,
    entendiendo por estas las acciones que
    un individuo
    lleva a cabo y que generan efectos (positivos o negativos,
    beneficios o costes) sobre un tercero. En este caso, no hay
    más remedio que admitir que la conducta de un
    agente (si se trata de externalidades negativas, por ejemplo)
    lesiona y, por lo tanto, condiciona o coarta la de otro al
    generar un determinado efecto externo, un coste que éste
    último ha de soportar sin haber intervenido en la
    acción que lo provoca. Pero, incluso en este caso se trata
    de situaciones donde el poder aparece justo fuera del mercado y
    la solución que propone el modelo no es redistribuir o
    limitar el poder de uno de los agentes, sino establecer una
    norma, un derecho, que se limite a Ainternalizar@ el efecto
    externo, es decir a llevarlo al seno del mercado, simulando o
    reproduciendo la solución al intercambio que daría
    el mercado.[4]

    En definitiva, la solución que proporciona el
    modelo neoclásico es siempre armoniosa, de equilibrio
    espontáneo y de orden natural. No hay, pues, alternativas
    imperfectas. Incluso, de haberlas, podrían ser siempre
    reconducidas para perfeccionarse al universo del
    mercado.

    2. El conflicto. La
    realidad

    No se le puede negar al modelo neoclásico de
    competencia perfecta su extraordinaria potencia formal,
    su capacidad de generar un método
    omnicomprensivo de cualquier comportamiento
    humano, así como su valor altamente explicativo de las
    situaciones en las que el ser humano se desenvuelve como una
    simple agencia maximizadora. De hecho, incluso las situaciones,
    los procesos o los fenómenos que no se pueden catalogar
    directamente como sustantivamente económicos (la política, las
    instituciones
    y en general las relaciones sociales de no-mercado) se sustancian
    como tales en la misma medida en que se sea capaz de considerar
    que en ellas tan sólo se desenvuelven estrategias de
    elección y conflictos
    entre el uso de recursos escasos susceptible de usos
    alternativos.

    Su problema radica, sin embargo, en que no es más
    que un sistema de
    respuestas cerrado. Las preguntas que se hace son sólo las
    que necesariamente hay que hacer para que sean válidas las
    respues­tas que puede proporcionar el modelo, y no
    otras.

    En particular, hay varios asuntos que no sólo
    quedan sin resolver, sino que ni tan siquiera se
    plantean.

    El primero de ellos hace referencia a la propia
    naturaleza del asunto que se considera como el problema
    económico básico. En el modelo, el núcleo y
    el origen de este problema es la escasez, de la que se deriva,
    como hemos señalado, la necesidad de elección. De
    tal forma, que la economía, como señalaba Robbins,
    se limitaría a ser una pura formalización acerca de
    una dimensión muy singular de la naturaleza o de la
    actividad humanas. Es más, se llega a plantear que la
    propia naturaleza
    humana se sustancia en la elección, que ésta el
    la expresión primigenia y auténtica de la vida
    humana.

    Sin embargo, hacer de la escasez el problema
    económico básico no solamente constituye una vulgar
    simplifica­ción, sino una desconsiderada falta a la
    realidad de las cosas sociales. Como dice Polanyi no es cierto
    que la conducta económica se tenga que resolver siempre en
    condiciones de escasez y en términos de elección
    [5]. En primer lugar, porque se obvia que no todo problema de
    insuficiencia de recursos tiene por qué llegar a
    convertirse en uno de escasez [6]. Y, en segundo lugar, porque la
    existencia de normas, costum­bres, leyes,
    instituciones, poderes, etc. implica que -incluso existiendo
    escasez y usos alternativos de los recursos- la elección
    no le es dada a los agentes, justamente porque estos toman sus
    decisiones supra-condicionados por todos o algunos de esos
    factores.

    Resulta, pues, que el conflicto económico
    básico no es el que tiene que ver con el proceso
    individual de elección, sino con la determinación
    del uso necesario o posible de los recursos que luego le viene
    dado a los propios individuos.

    En particular, las hipótesis
    neoclásicas sobre el comporta­miento de los individuos
    son inaceptables en tanto que simplifican groseramente la
    naturaleza humana al concebir a los seres humanos como simples
    agencias maximizadoras. No hace falta considerar, como tratan de
    contra argumentar a veces los defensores del modelo, que el ser
    humano sea un ser cooperativo, generoso o idílico en todas
    sus dimensiones personales para entender que el supuesto del
    comportamiento
    egoísta es, sencillamente, incluso contrario a la
    experiencia y a la lógica
    de la ganancia y la utilidad cuando esta se evalúa en un
    largo plazo.

    Por lo que hace referencia al predominio y prevalencia
    de la estructura de mercado no es preciso efectuar aquí la
    crítica
    sobre su verdadera operativa o menos aún de
    carácter axiológico sobre lo que implica y sobre lo
    que deja de implicar.[7] Tan sólo es necesario en este
    papel hacer referencia muy sumaria a la naturaleza de las
    soluciones que
    puede generar desde el punto de vista del conflicto y de las
    alternativas que implican para éste en el orden
    estrictamente económico.

    Aún cuando pudiésemos suponer y aceptar
    que pudieran realmente alcanzarse las soluciones de optimalidad
    que el modelo presupone, aún cuando pudiesen efectivamente
    darse las condicio­nes necesarias para que los intercambios
    llegaran a realizarse en condiciones de competencia perfecta y,
    por lo tanto, se pudiera alcanzar una solución de
    máxima utilidad conjunta, aún así, no se
    podrían obviar sus limitaciones radicales en el campo de
    la acción social.

    En primer lugar, tales soluciones "de mercado" nunca
    podrían serían soluciones de alcance social, en el
    sentido de que pudieran ser extensivas a la totalidad de los
    seres humanos. Ello es así porque, con independencia
    de la imposibilidad de que en la realidad se den las condiciones
    precisas para que el mercado sea de competencia perfecta, es
    imposible que se pueda concebir un mercado que reconociera la
    heterogeneidad real de los agentes que se involucran en los
    procesos económicos. El modelo, efectivamente, sólo
    puede funcionar haciendo homogéneos a todos ellos en su
    condición concreta de consumidores, empresas, buscadores
    de rentas, etc…. Esta es una condición básica,
    por ejemplo, para que pueda operarse con el concepto elemental de
    oferta y demanda. Pero, en la realidad más elemental de la
    vida social y de los procesos económicos incluso
    más simples (o al menos en la generalidad de ellos cuando
    adquieren cierta complejidad), resulta que la homogeneidad es una
    excepción, mientras que la heterogeneidad es la
    regla.

    Un ejemplo paradigmá­tico (y que es muy
    pertinente pues se refiere a un conflicto económico de
    gran actualidad) se produce en el análisis
    neoclásico del mercado de trabajo. Se supone, en este
    caso, que el nivel de desempleo
    existente es el resultado de la interacción de la oferta y la demanda de
    trabajo, de forma que si existe paro se
    trataría tan sólo de un momento de desequilibrio
    voluntario que podría resolverse en la simple
    reducción del precio del trabajo.[8] Un hecho evidente
    para el observador menos vinculado al análisis
    económico es que dentro de lo que se denomina "demanda de
    trabajo" existen una multitud de categorías, esto es, que
    responde a una heterogeneidad absoluta. De ahí, no
    sólo el irrealis­mo, sino la falacia elemental que
    comporta un análisis de estas caracte­rísticas
    que, sin embargo, se sostiene de manera generalizada para
    "explicar" el paro y para proponer a la sociedad remedios para
    Aevitarlo@.

    Todo esto es así porque el análisis
    neoclásico parte de un supuesto esencial ya mencionado
    más arriba: la sociedad no es sino el resultado de una
    mera agregación de comportamientos individuales que se
    reputan homogéneos en la medida en que se entienden
    cortados todos por la misma y única medida del
    comportamiento maximizador y racional. No puede percibirse, pues,
    ningún tipo de conflicto que sea resultado, como son los
    conflictos con los que nos enfrentamos en la realidad, de la
    propia diversidad de los intereses personales, de la diferente
    condición individual, de la interacción compleja
    entre ellos.

    En segundo lugar, la solución que pudiera
    proporcionar el mercado sería ahistórica, o si se
    quiere expresar de otra forma, estaría necesariamente
    condenada a no poder traspasar nunca un determinado momento de
    tiempo. Esto es sencillamente así porque el modelo es un
    modelo estático. El equilibrio que se presupone la
    expresión de la máxima utilidad y eficiencia, del
    bienestar general, no existe sino como una pura instantaneidad.
    El largo plazo, la historia, la acción
    de los agentes a lo largo del tiempo sólo se puede
    percibir en el modelo neoclásico como una sucesión
    discontinua de momentos, de instantes. Tampoco, entonces, puede
    percibirse un conflicto que se manifieste (como ocurre
    también en la realidad) como proyección temporal de
    la vida social, que tenga que ver con la inevitable continuidad
    con que se producen los fenómenos humanos y,
    lógicamente también, los
    económicos.

    Finalmente, y aunque pueda parecer a primera vista una
    sorprendente paradoja, resulta que la solución de mercado,
    aún cuando pudiera llegar a considerarse de bienestar en
    el sentido paretiano o en cualquier otro, no sería nunca,
    sin embargo, una solución de satisfacción o
    insatisfacción, es decir, relevante desde el punto de
    vista de la posición de los seres humanos frente al
    problema básico de la necesidad.

    Eso es así porque la solución
    (óptima) que pudiera proveer el mercado lo sería
    tan sólo en términos de eficiencia técnica,
    relativa a los costes implicados en el intercambio, expresiva
    solamente de que los recursos se han utilizado de la manera
    más valiosa posible. Pero, en realidad, eso nada tiene que
    ver con el grado de satisfacción de necesidades
    efectivamente alcanzado por los agentes (como gustan de decir los
    economistas ortodoxos) que intervienen en los procesos
    económicos. Bien porque sólo afectará a
    quienes han tenido acceso efectivo al intercambio, bien porque
    tampoco tiene que ver con el reparto final de recursos que se
    haya podido dar entre los individuos. Así, en un caso
    extremo se podría dar una situación de
    Amáximo bienestar social@ aunque la inmensa mayoría
    de la población no hubiera intervenido en los
    intercambios porque no disfrutara de renta suficiente para pujar
    por la oferta o aunque la distribución resultante implicara que
    sólo un agente disfrutase de todos los recursos y los
    demás de nada.

    Ocurre que, efectivamente, la solución de mercado
    puede ser óptima con independencia de la
    distribución de recursos a que se haya podido dar lugar
    utilizando los recursos de la forma técnicamente
    más apropiada.

    Tampoco hay, en consecuencia, lugar para el conflicto
    distributivo, aunque es evidente que el hecho de que el modelo
    neoclásico no lo contemple no implica, por supuesto, que
    dicho conflicto deje de ser el verdadero asunto que afecta a la
    satisfac­ción de las necesidades humanas.

    En suma, el modelo neoclásico supone un ejercicio
    de formali­zación espectacular, por lo
    versátiles y por su carácter cerrado y
    omnicomprensivo. Comporta una determi­nada condición
    humana -la egoísta-, una específica regla de
    comporta­miento -la maximización y la elección
    racional-, una estructura de satisfacción omnipotente -el
    mercado- y un criterio validado de bienestar -la optimalidad
    relativa a la asignación técnica de los recursos. A
    partir de ahí es posible diseñar el problema
    económico de tal forma que no haya otro lugar para la
    desarmonía que no sea el del conflicto entre objetivos que,
    sin embargo, se resuelve sin dificultad para lograr el equilibrio
    general de máxima satisfacción social siempre que
    se deje actuar al mercado.

    Sin embargo, todo ello no es más que un complejo
    constructo formal capaz nada más que de generar un mundo
    puramente virtual. El problema radica en que no es posible forzar
    a la sociedad para que ésta llegue a ser lo que presupone
    el modelo: una suma de individualidades maximizadoras, racionales
    y ocupadas tan sólo en elegir de forma que los recursos se
    asignen de la manera menos costosa. Como tampoco se puede negar
    lo que es una evidencia elemental: que los mercados, salvo
    excepciones limitadísimas en la experiencia real, no
    pueden ser de competencia perfecta, porque las condiciones que
    deben darse inexcusablemente para que lo sean no pueden generarse
    en la realidad, lo que da lugar a la existencia generalizada de
    mercados imperfectos que, lejos de proporcionar soluciones de
    bienestar general, implican poderes y privilegios de los que
    disfrutan tan sólo una minoría de agentes que de
    hecho los dominan y establecen las condiciones del intercambio a
    su propia conveniencia.

    Todo ello es lo que revela el profundo irrealismo del
    modelo. Y, lo que aún es mucho peor, su verdadera
    función ideológica: echar un velo sobre una
    realidad que, a su pesar, muestra
    radical­mente su verdadera naturaleza conflictiva, inestable
    y sumida en un profundo malestar. Los economistas que asumen el
    modelo neoclá­sico como perspectiva de análisis
    y base para sus propuestas de acción social suelen rehuir
    la utilización del término capita­lismo para
    hacer referencia a la realidad económica de nuestra
    época. Es la manera, quizá, de no tener que
    afrontar el hecho indiscutible de que el discurso del mercado
    como generador de soluciones de armonías y equilibrios
    perfectos no es sino un simple discurso formal que vuelve la
    espalda a las verdades sociales para salvaguardar el interés de
    los poderosos.[9] La realidad muestra que los mercados tienden
    inevita­ble­mente a la imperfección y a la
    generación de asimetrías que se resuelven
    permanentemente en poderes desigua­les y en coerción.
    Y, sobre todo, que soslayar el conflicto de la
    distribución implica asumir sin contestarlo un sistema
    social donde la insatisfacción de las mayorías
    combinada con el despilfarro y la opulencia de unos pocos es la
    regla.

    Desde estas perspectivas no pueden afrontarse soluciones
    que propicien más bienestar efectivo ante las realidades
    de frustración, malestar y carencia que hoy día
    predominan en el mundo de la economía de mercado y sobre
    cuya expresiones concretas y dramáticas no es necesario
    abundar en estas páginas[10]: sencillamente, porque el
    pensamiento económico dominante no las incluye en el
    "problema económico", no las contempla como tales, como
    asuntos que formen parte de la agenda de la que deben ocuparse
    los mercados.

    3. Una visión alternativa
    del problema económico

    Desde el planteamiento más elemental
    podríamos afirmar que la economía es un tipo
    específico de actividad humana que concierne al uso de los
    recursos y a la satisfacción de las necesidades. Como dice
    POLANYI(1994, 78), hay un aspecto físico de las
    necesidades que forma parte de la condición humana y que
    da lugar a lo que él llama un tipo sustantivo de
    economía: la que tiene que ver con el hecho esencial y
    básico de que el ser humano necesita un entorno
    físico que le proporcione suficiente sustento.

    La economía entendida en este sentido sustantivo
    es justamente ese proceso que proporciona a los individuos los
    medios
    materiales
    para satisfacer sus necesidades. Se trata de un proceso en el que
    se genera una patente y doble dependencia del ser humano,
    respecto de la naturaleza y también respecto de sus
    semejantes, puesto que para lograr su sustento interactúa
    nece­sariamente con ambos.

    Pero ello se realiza siempre a un doble nivel. Por un
    lado, el de la interactuación del individuo con su entorno
    y, por otro, el de la necesaria institucionalización de
    esa primera interac­ción.

    En el primero de ellos, que es el que explica el
    resultado material en términos de supervivencia, POLANYI
    (1994, 104 y ss.) distingue a su vez dos tipos de momentos o de
    cambios: el de la localización, que implica cambio de
    lugar cuando las cosas se desplazan en el espacio, y el de la
    apropiación, que lleva consigo cambio de manos, cuando
    cambian la persona o las
    personas que disponen de las cosas. El cambio en la
    apropiación implica, pues, no sólo la
    adquisición de las cosas, sino las condiciones en que la
    apropiación se puede llevar a cabo, los derechos que
    incorpora, el alcance de la disposición, etc.

    Este último sería el ámbito de los
    llamados "poderes de apropiación" (PEARSON 1994, 48) que
    necesariamente han de quedar establecidos como componentes del
    sistema económico, pues en su virtud se ordenan las
    relaciones entre los seres humanos en lo que se refiere a la
    adquisición y disposición de las mercancías
    y bienes de
    valor que son objeto del intercambio.

    Su definición social es realmente la clave de la
    economía. Es­tablecen, como dice PEARSON (1994,49),
    "una matriz
    institucional que ordena las relaciones económicas", una
    especie de malla o red de compromisos sociales y políticos
    que condicionan las relacio­nes económicas
    verdaderamente posibles, las condiciones para dar y tomar que
    pueden llegar a establecerse en un sistema dado.[11]

    Resulta entonces que el ámbito de lo
    económico no puede definirse sin tomar en
    consideración ese medio ambiente
    de poder y decisiones que aparentemente están fuera de
    él mismo.

    Si se entiende la Economía y la actividad
    económica de esta forma elemental pero realista, resulta
    que implica soluciones que no le son intrínsecas, porque
    el problema económico no es un problema que se termine en
    él mismo sino que sólo se plantea inevitablemente
    vinculado al conjunto de decisiones sociales de las que depende
    realmente el uso posible de los recursos.

    Lo económico, ahora en su sentido más
    general, no puede concebirse, entonces, simplemente como una
    forma de utilizar los recursos dados a través de la
    elección, sino como lo que tiene que ver con la
    decisión global sobre el uso posible y deseable de los
    mismos. No se puede referir tan sólo a la manera de
    utilizar lo escaso, sino a las condiciones en que es deseable
    procurar más o menos satisfacción a unos u a otros
    o a todos los seres humanos, sean o no suficientes los recursos
    disponibles.

    Lógicamente, eso no quiere decir que el propio
    problema económico no tenga una identidad
    propia como tal, con independen­cia de su condicionamiento
    desde el ámbito de los poderes de apropiación. Una
    vez que a través de éstos la sociedad establece la
    estrategia de satisfacción posible es preciso preservar
    determinadas lógicas, respetar leyes o, entonces, aplicar
    determinadas reglas que permitan economizar la dotación de
    recursos dada (aunque, efectivamente, ésta regla no tiene
    por qué ser la de la maximización sino, por
    ejemplo, la de reciprocidad o la de la
    sustentabi­lidad).

    Lo que resulta de todo ello relevante, sin embargo, es
    que las alternativas a cualquier tipo de problema
    económico son conflictivas en su origen y generan
    también conflicto en cuanto se alcanza su resultado pues
    están inevitablemente siempre planteadas en un
    ámbito al que el conflicto le es consustancial: el del
    poder.

    En este contexto es difícil pensar, pues, que
    exista la alternativa perfecta, el equilibrio natural en donde
    pueda identificarse un nivel de satisfacción
    idéntico para todos los agentes. El problema
    económico es, por el contrario, una sucesión
    continuada de decisiones que comportan limitacio­nes o
    añadidos de poder en el uso de los recursos para una parte
    u otra de la sociedad. La negociación, el equilibrio imperfecto,
    más llanamente, el continuo desequilibrio, la
    recomposición permanente de los presupuestos
    de asignación y distribución y, en suma, la
    búsqueda de soluciones que respondan a los intereses
    cambiantes es en realidad la condición natural, y no la
    del Aorden@ del mercado, en la que se plantean y resuelven los
    asuntos económicos.

    4. La naturaleza de la
    solución del problema económico.

    El hecho de que la "solución de mercado" liberal
    no se vea concernida por el conflicto relativo al poder del que
    depende realmente la definición de los poderes de
    apropiación no implica, lógicamente, que
    éstos no desempeñen el papel que efectivamente
    juegan como determinantes de las alternativas a los problemas
    económicos. De hecho, la prueba palpable de que estos
    poderes determinan el desenvolvimiento real de los intercambios
    es que los mercados tienden continuamente a la
    imperfección y se convierten, como consecuencia de que
    dichos poderes no son neutros sino que están
    asimétricamente distribuidos, en auténticos
    generadores de soluciones de impacto muy desigual sobre los
    diferentes agentes económicos.

    Por eso no puede aceptarse el simplismo con que el
    liberalismo se autocalifica como una propuesta de acción
    social que favorece la libertad y
    repudia la coerción. La política, el derecho y las
    reglas que conforman el ecosistema del
    mercado y de las que se derivan las decisiones económicas
    están inevitablemente involucradas en relaciones de poder
    y dominación. Asumir el orden del mercado implica todo lo
    contrario de lo que afirman los liberales: es aceptar un
    mecanismo de regulación social que lleva consigo la
    pérdida de autonomía y la ausencia de libertad real
    en cuanto que limita radicalmente las posibilidades de
    realización personal que
    dependen de la satisfacción material. El mercado Alibre@,
    la Asociedad de mercado@, comporta la imposibilidad de que todos
    los seres humanos tengan garantizado su sustento, porque para
    ello se requiere disponer de dotaciones de recursos iniciales o
    adquiridos que no estarán nunca a su alcance como
    consecuencia, justamente, de que los mercados imperfectos y
    asimétricos realmente existentes imponen condiciones y
    derechos desiguales, que salvaguardan la propiedad y se
    desentienden de quien no dispone de nada.

    Se reconozca o no en la retórica liberal, la
    solución a los problemas económicos, cualquiera que
    ésta sea, no depende del funcionamiento de un mecanismo
    autorregulador ajeno a las relaciones sociales, sino que implica
    inevitablemente operar sobre los poderes de apropiación
    para establecer los derechos o facilidades que se proporcionan a
    los diversos sujetos en relación con los recursos, y para
    determinar el fin estratégico al que se somete la
    solución concreta de uso de los mismos.

    La solución del problema económico no es,
    entonces, una simple técnica de asignación, el mero
    resultado de aplicar criterios de maximización que
    procuren la eficiencia. El proceso económico no consiste
    tan sólo en lograr que los recursos se utilicen en su uso
    más valioso, sino que es el resultado de la
    determinación previa de un objetivo
    estratégico acerca de la finalidad a la que va a estar
    sometida la actividad humana que tiene que ver con los recursos
    que pueden proporcionar sustento.

    En la economía capitalista, dicho objetivo
    estratégico no es otro que la consecución del lucro
    privado, y la actividad económica, los procesos, las
    normas que la regulan y las decisiones que se adoptan se
    desentienden de hecho del bienestar generalizado, entendido
    éste como satisfacción efectiva de las necesidades
    sociales colectivas.

    Esto ha podido ser históricamente así
    porque éste último objetivo de sustento garantizado
    para toda la sociedad no es tampoco un criterio de percepción
    y de asunción unívocas por la sociedad, no es un
    objetivo Anatural@ o consustancial a la naturaleza humana, como
    no lo es el de maximización. No todos los seres humanos
    disponen de la misma situación de partida, cada uno tiene
    un Avector de realizaciones@, en expresión de Sen
    (1997,77), diferente y cada uno de ellos, o cada grupo social,
    tiene diferentes capacidades para lograr que su deseo
    estratégico se erija en objetivo de toda la sociedad. El
    capitalismo no
    es sino el resultado de la imposición de la estrategia de
    uso de los recursos que conviene a determinados grupos
    sociales, el resultado de un ejercicio explícito del
    poder para comprometer a toda la sociedad en un uso
    específico de los medios materiales, de la naturaleza y
    del propio esfuerzo humano.

    Por eso, cualquier otro uso o escenario económico
    alternativo no puede ser sino el resultado de la asunción
    colectiva de un proyecto social
    distinto y no del desenvolvimiento de leyes naturales, de una
    dinámica objetiva que se imponga a la sociedad desde fuera
    de la voluntad de los seres humanos o de las clases
    sociales, como se quiere hacer creer que ocurre con el
    capitalismo.

    Si se asume, entonces, que la propuesta liberal de
    armonía y equilibrio no es sino una respuesta
    ideológica que sirve de velo para ocultar un sistema de
    dominio y
    frustración general, que en realidad exacerba el conflicto
    y genera la violencia de
    la insatisfacción, debe pensarse en una forma de abordar
    el problema económico diferente, sobre otras bases de
    relación social, con procedimientos de
    decisión que permitan que todos los intereses sociales
    tengan opción a la hora de definir los objetivos de uso de
    los recursos y que parta de un compromiso sobre el poder que no
    permita que éste sólo esté al alcance de los
    privilegiados.

    En tal sentido, me parece que se pueden establecer dos
    requisitos previos esenciales que pueden servir de corolario o,
    casi mejor, de inicio para otras reflexiones que continúen
    este trabajo.

    El primero de ellos, que si la solución al
    problema económico no puede ser concebida como algo neutro
    y de interés general, sino como un vector resultante de la
    confluencia de fuerzas de interés, expectativas y
    preferencias diferentes y quizá distantes, conflictivas
    entre sí y sólo en contadas ocasiones generadoras
    de armonía social, es preciso que predomine la
    negociación y la búsqueda de fórmulas de
    transacción con ganadores y perdedores que serán
    por definición imperfectas.

    El segundo, que si ello es así, para solucionar
    el problema del sustento humano no se precisa de una simple
    técnica, ni tan siquiera de un mecanismo asignador
    universal, sino del establecimiento de mecanismos que permitan
    dilucidar conveniente, eficaz y transparentemente las
    preferencias sociales efectivas. Y este lugar no puede ser el
    mercado porque, como es sabido, éste no funciona en todos
    los ámbitos de la acción humana encaminada a la
    satisfacción y porque, cuando funciona, no puede tener en
    cuenta más que las preferencias que pueden ser expresadas
    sino en "votos monetarios", lo que implica que no pueden ser
    tomadas en consideración más que las de quienes
    disponen suficientemente de ellos.

    Ambas cuestiones llevan a una exigencia común y
    principal: abordar el problema económico desde la
    perspectiva estratégica de lograr la satisfacción
    general, el sustento efectivo del ser humano, requiere sobre todo
    y como punto de partida una verdadera democracia y
    un compromiso social que asuma el reparto y la
    satisfacción del otro como el imperativo ético
    primario de la acción social.[12]

    La discusión de fondo que quería plantear
    en este papel no acaba, pues, aquí. Empieza ahora. Lo que
    a mí me parece seguro es que
    proporcionar respuestas a estas últimas cuestiones es la
    única manera de conseguir que la vida económica no
    se resuelva en frustración y padecimiento para la
    mayoría, sino en bienestar y en paz, por muy imperfecta
    que ésta sea.

    5. Bibliografía citada

    • ANISI, D. (1992). Jerarquía, mercado, valores:
      una reflexión económica sobre el poder. Madrid.
      Alianza.
    • BARTLETT, R. (1989). Economics and Power. An Inquiry
      into Human relations and Markets. Cambridge. Cambridge
      University Press.
    • BOULDING, J.K. (1990). Three faces of Power. Newbury
      Pak, Ca. Sage Pub.
    • CARRIÉRAS, J.L. (1998). Les foundaments
      cachés de la théorie économique. La
      science economique à l’épreuve des sciences
      sociales. Paris. L’Harmattan
    • O’NEILL. (1998). The market. Ethics, knowledge
      & politics. London. Routledge.
    • OVEJERO, F. (1994). Mercado, ética y
      economía. Madrid. FUHEM-Icaria.
    • PEARSON, H.W. (1994). Introducción a POLANYI
      (1994).
    • PERROUX, F. Poder y economía. Madrid.
      I.C.E.
    • POLANYI, K. (1994). El sustento del hombre.
      Madrid. Biblioteca
      Mondadori.
    • ROBINSON, J. (1976). La teoría del valor a
      reconsideración. En Relevancia de la teoría
      económica. Barcelona. Martínez Roca.
    • ROBBINS, L. (1935). An Essay on The Nature and
      Significance of Economic Science. Londres. Macmillan. Traducción española en Fondo de
      Cultura
      Económica 1980.
    • SEN, A. (1.997). Bienestar, justicia y
      mercado. Barcelona. Paidós I.C.E.­/UAB.
    • TOMÁS CARPI, J.A. (1992). Poder, mercado y
      Estado en el
      capitalismo contemporáneo. Valencia. Tirant l
      Blanch.
    • TOOL, M.R. y SAMUELS, W.J. (1989). The Economy as a
      System of Power. N. Bruns Wick. Transaction
      Publishers.
    • TORRES, J. (1987). Análisis económico
      del Derecho. Panorámica doctrinal. Madrid.
      Tecnos.
    • (1998). Sobre democracia y economía. Algunas
      reflexiones contra corriente. Revista
      Internacional de Filosofía Política n1 12,
      pp.29-45.

    ——————————————————————————–

    [1] La expresión más conocida de esta idea
    es la de Robbins: ALa Economía es la ciencia que
    estudia la conducta humana
    como una relación entre fines y medios escasos suceptibles
    de usos alternativos@. ROBBINS (1935), 16.

    [2] ANo existe la sociedad, existen los individuos@,
    decía M. Tatcher. POLANYI (1994, 86) lo ve de otro modo:
    AHacer de la sociedad un conjunto de átomos y de cada
    individuo un átomo que
    se comporta según los principios del
    racionalismo
    económico colocaría el total de la existencia
    humana, con toda su riqueza y profundidad, en el esquema
    referencial del mercado. Afortunadamente, no puede lograrlo: los
    individuos tienen personalidad y
    la sociedad tiene una historia. La
    personalidad se forma a través de la experiencia y
    la
    educación; la acción implica pasión y
    riesgo; la
    vida exige fe y creencia; la historia es lucha y engaño,
    victoria y redención. Para cubrir el vacío, el
    racionalismo económico introdujo la armonía y el
    conflicto como los modi de las relaciones entre
    individuos@.

    [3] Vid. BARTLETT, R. (1989) 3 y ss. Un análisis
    más general en TOOL y SAMUELS (1989). Dos trabajos desde
    otro enfoque son los de BOULDING (1990) y PERROUX (1989). Entre
    los estudios realizados en España
    destacan los de ANISI (1992) y TOMÁS (1992).

    [4] Esta problemática es una de las que dio lugar
    en su día a un campo de estudios conocido como
    análisis económico del derecho. Sobre el particular
    que se menciona en el texto puede
    verse TORRES (1987).

    [5] POLANYI (1994), 96 y ss.

    [6] Dice POLANYI (ob.cit., 98): AEn realidad, la
    variedad de medios puede hacer más difícil la
    elección que, aún así, sigue siendo
    necesaria. Muchas veces, elegir es una actividad odiosa, incluso
    dolorosa, pero se debe tanto a la abundancia como a la escasez de
    medios. La elección, entonces no implica necesariamente
    insuficiencia de medios, ni esta última implica
    necesariamente elección o escasez. Pongámonos en el
    último caso: para que surja una situación de
    escasez no tiene que haber sólo medios insuficientes sino
    que éstos deberán obligar a elegir. Ahora bien,
    para elegir tienen que darse dos condiciones adicionales: varios
    usos de los medios, puesto que si no no habría qué
    elegir; y varios fines jerarquizados, o si no no habría
    razones para elegir@…@El concepto bifurcado de economía,
    al unir la satisfacción de necesidades materiales con la
    escasez, postula nada menos que la insuficiencia de todas las
    cosas materiales@ (p. 100). Y más adelante establece una
    clave esencial para entender cómo la percepción
    errónea de la economía neoclásica deriva de
    una confusión originaria: AUna necesidad omnipresente de
    elección surgió de la insuficiencia de un medio
    universalmente empleado: el dinero… A
    partir de entonces cobró cuerpo la creencia universal de
    que no había suficiente para todos…Una vez que el ser
    humano quedaba circunscrito a ser >un individuo de mercado=,
    la proposición a la que aludimos era fácil de
    justificar@ (p. 101).

    [7] Un buen análisis sobre todas sus
    implicaciones en OVEJERO (1994). Vid. También
    CORRIÉRAS (1998) y O’NEILL (1998).

    [8] Nótese que en este caso el conflicto se
    resuelve mecánicamente por la simple vía de la
    disminución del precio de trabajo, sin necesidad de
    más intervenciones en el mercado, lo que implica que en
    reralidad no hay conflicto…(siempre que se acepte que el trabajo
    humano es una simple mercancía y que cualquier salario
    establecido en el mercado es aceptable, con independencia del
    grado de satisfacción que proporcione!

    [9] Como decía hace tiempo la economista
    británica Joan ROBINSON (1976, 92), Alos
    neoclásicos…han construido una gigantesca estructura de
    teoremas matemáticos sobre una base
    inexistente…)Cómo se explica? )cómo es posible
    que personas muy inteligentes e instruidas se comprometan en una
    postura insostenible? Tal vez la teoría neoclásica
    resulte aceptable porque >parece= aportar la
    justificación del sistema de beneficio que deseaban hallar
    los antiguos neoclásicos. Renueva la justificación
    del laisser faire: lo que es rentable bien está. Nadie
    debe interferir con los hombres de negocios,
    éstos saben siempre cuál es la mejor
    solución@.

    [10] Vid., por ejemplo, los informes
    anuales del Programa para el
    Desarrollo de las Naciones Unidas
    donde se da buena cuenta de la desigualdad y de la
    insatisfacción que afecta a la inmensa mayoría de
    la Humanidad.

    [11] Una de las grandes contribuciones de Polanyi fue
    demostrar que es precisamente la existencia de esa red de
    compromisos sociales y políticos la que no permite al
    individuo sacar la máxima ventaja Aeconómica@ de
    las relaciones de dar y tomar entre las personas en cuanto a las
    cosas materiales (PEARSON 1994, 47).

    [12] Sobre el papel de la democracia en los procesos
    económicos y en el capitalismo vid. TORRES
    (1999).

    Juan Torres López.

    Catedrático de Economía Aplicada de la
    Universidad de
    Málaga

    Juantorres[arroba]uma.es

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