- 1. La
armonía, la liberalidad - 2. El conflicto. La
realidad - 3. Una visión
alternativa del problema económico - 4. La naturaleza de la
solución del problema
económico - 5. Bibliografía
citada
En este capítulo me planteo cuestionar el
planteamiento que del conflicto y de
la naturaleza de la solución de los problemas
económicos realiza lo que podríamos denominar
economía dominante o convencional y, a su socaire,
realizar algunas reflexiones añadidas sobre lo que
podría ser una manera alternativa de contemplarlos,
procurando con ello adoptar una perspectiva más realista y
más favorable al bienestar humano. Se trata, pues, de
contribuir, ahora desde el punto de vista del análisis económico, a la
problemática general de las Asoluciones imperfectas@ que
aborda este libro.
Un intento semejante se enfrenta a tres grandes
dificultades de partida que deben añadirse a la que por
sí misma representa reflexionar sobre un asunto aún
muy inexplorado y cuyas coordenadas básicas ni tan
siquiera están fijadas con claridad.
La primera de ellas deriva del carácter polisémico que el concepto de
economía tiene en castellano. Al
mismo tiempo puede
referirse a un determinado tipo de realidad, a un proceso social
específico y, también, a un campo singular del
conocimiento
teórico y científico. El problema radica en que he
de contemplar ambas dimensiones. Tendremos que discurrir al mismo
tiempo en el campo del pensamiento y
de las construcciones teóricas y en el de la realidad
social, lo que obliga a moverse en terrenos retóricos
diferenciados pero que, sin embargo, resultan inevitablemente
interrelacionados.
La segunda de las dificultades proviene de una
importante hipótesis que aquí asumo como de
partida. A mi modo de ver, y sea cual sea la perspectiva desde la
que se contemple, no podemos percibir el fenómeno
económico como un conjunto de procesos,
equilibrios, relaciones cuya naturaleza pueda
observarse objetivamente desde fuera de sí mismos. Lo que
comúnmente se entiende por lo Aeconómico@ o la
Aeconomía@ no se trata de un fenómeno natural cuya
naturaleza sea extrínseca a los seres humanos que lo
analizan, sino que, por el contrario, es una expresión de
la vida social de todos ellos y por eso se involucra de manera
permanente con las relaciones
humanas. Sólo desde éstas mismas es desde donde
podemos contemplarlo, lo que equivale a decir que lo
percibimos siempre de manera velada, al través de los
prejuicios, ideas, inclinaciones, preferencias o valores que
son propios de las relaciones humanas y sociales. Si esto es
aceptado, el lector debe considerar, entonces, lo que se le dice
en relación con los fenómenos económicos con
la prudencia de quien sabe se enfrenta al submundo de lo
deseable, de lo normativo y de lo social o personalmente
preferido. Los problemas económicos suelen presentarse con
un halo de cientificidad que tiene más que ver con el
misterio con el que se suele adornar el discurso
teórico que con las certezas que es verdaderamente capaz
de proporcionar.
Finalmente, no puede olvidarse que plantear, como
queremos hacer en este trabajo, el
problema de las alternativas a los problemas económicos
equivale a abrir de plano el asunto de la propia naturaleza del
"problema económico", algo que será difícil
de cerrar con éxito
en el reducido espacio que se ha convenido para esta
reflexión.
Trataré de sortear estas dificultades no con el
ánimo, que sería iluso, de ofrecer respuestas ni
tan siquiera provisionales, sino con el de aportar reflexiones
abiertas sobre un tipo de planteamiento, el de la paz imperfecta,
que modestamente me parece que justifica el esfuerzo, por muy
elemental que pueda resultar en su inicio.
Comenzaré por plantear cómo entiendo que
se desenvuelve, en relación con el conflicto, el paradigma hoy
día dominante en la economía y más adelante
trataré de poner de relieve sus
limitaciones, así como algunas líneas
alternativas de pensamiento y acción
que pudieran contribuir a que el inevitable conflicto que plantea
la satisfacción de las necesidades humanas se pudiera
resolver en condiciones de mayor bienestar y felicidad
generales.
El paradigma dominante en el análisis
económico es el resultado de desarrollar el llamado
modelo
neoclásico, que no es sino una formalización
sofisticada del liberalismo
decimonónico. Puede decirse que es el paradigma de la
armonía y del equilibrio: en
su virtud, se supone que los agentes económicos no son
sino átomos de un universo
específico, el que tiene que ver con los recursos que
satisfacen sus necesidades, que puede resolverse en orden y
equilibrio gracias al funcionamiento del Amercado@, un mecanismo
que en este modelo es tan omnipresente como
omnipotente.
El punto de partida del modelo es el individualismo, no
sólo porque se parte de considerar que el máximo
grado de satisfacción únicamente puede conseguirse
como resultado de la acción individual, sino
también porque se establece que no puede haber otra
referencia para la evaluación
de esa satisfacción que no sea el bienestar individual de
cada uno de los agentes que intervienen en las relaciones
económicas.
Se parte así mismo de suponer que los individuos
son agentes completamente racionales, buscadores de
la mayor satisfacción posible, bien sea de su utilidad cuando
actúan como consumidores, bien de la ganancia cuando se
trate de empresas.
A partir de estos supuestos se pueden obtener Afunciones
de utilidad@ cuya maximización permite, precisamente,
alcanzar equilibrios de mutua satisfacción cuando tales
agentes interactúan en los mercados.
Estos maximizadores racionales se enfrentan a una
dotación de recursos dada, y siempre escasa a tenor de la
estrategia
maximizadora dominante. Proceden, entonces, a efectuar
elecciones, así mismo racionales, para lograr que su
uso sea el que les proporcione la mayor utilidad, lo que
necesariamente implica que se utilizarán en su uso
más valioso, esto es, conformando combinaciones entre
ellos que sean los más "económicas" posibles,
es decir, técnicamente (desde el punto de vista de los
costes de cada uno) eficientes.
La manifestación cardinal del comportamiento
económico es, por lo tanto, la
elección.[1]
El propio desarrollo
natural de los intercambios proporciona una estructura
natural y típica, que es el mercado, para que
esas decisiones se lleven a cabo y para que sea posible lograr la
optimalidad deseada y la eficiencia necesaria; y para que la
elección de los agentes pueda llevarse a cabo con las
necesarias referencias sobre el valor de las
cosas y sobre las condiciones en que puede obtenerse la mayor
utilidad. El mercado no son sino el ámbito en el que
se realizan los intercambios, es decir, una estructura donde la
demanda y la
oferta
manifiestan sus opciones sobre las cantidades disponibles y los
precios
dispuestos a pagar por cada una de ellas, a partir por supuesto
de los anteriores criterios de maximización y
racionalidad. El precio
determinado a partir del encuentro libre entre oferta y demanda
es la expresión del valor y lo que permite alcanzar el
equilibrio.
Sin embargo, para que esos precios revelen efectivamente
las auténticas preferencias de los agentes y para que el
equilibrio alcanzado a su través sea el más
eficiente, el de máxima utilidad para todos los
intervinientes en el intercambio, no puede tratarse de cualquier
estructura de mercado, sino que deben darse el llamado Amercado
de competencia
perfecta@. Para que sea así, deben darse una serie de
supuestos específicos e imprescindibles: que haya un
número suficientemente elevado de oferentes y demandantes
de modo que ninguno de ellos tenga capacidad de influir sobre los
resultados o las condiciones del intercambio, información perfecta y gratuita al alcance
de todos los agentes, ausencia de barreras de entrada al mercado,
para que puedan incorporarse cuantos agentes adicionales lo
deseen y homogeneidad en los productos que
se intercambian.
Estas son condiciones relativas al funcionamiento mismo
del mercado pero, hay que considerar que el mercado necesita
también una serie de reglas o de normas en su
entorno, una definición previa de los derechos y restricciones que
tiene cada agente, precisamente, para que pueda funcionar como
tal.
Esto último constituye una condición
importante. No podría hacerse el uso adecuado de los
recursos en la órbita de un mercado de competencia
perfecta si no está sujeto a una serie de reglas y
condiciones específicas y rigurosas que permitan,
principalmente, su plena apropiabilidad, su transferibilidad
y el carácter exclusivo y excluyente de la
apropiación de la que puedan ser objeto.
Se trata, pues, de normas, de derechos, que constituyen
los verdaderos soportes previos de la estructura de mercado. O lo
sostienen si están adecuadamente definidos, o provocan su
quiebra en otro
caso.
A la hora de establecer tales derechos no hace falta,
pues, ningún tipo de juicio estratégico o
discriminante previo. Basta con que se sometan a una única
y sencilla condición esencial: que respeten y favorezcan
el intercambio y el ejercicio de la propiedad en
el mercado. A partir de ahí, lo que deben hacer estos
derechos es justamente no hacer nada, dejar que todo lo necesario
lo haga el mercado.
Bajo otros supuestos subsiguientes a los que no hace
falta hacer referencia ahora se deduce que los intercambios que
se llevan a cabo bajo este régimen de competencia perfecta
proporcionan una solución óptima de
equilibrio, una situación comúnmente
denominada como "Óptimo de Pareto", que es de equilibrio y
óptima porque se demuestra que no podría lograrse
ninguna mejora en el bienestar (en la utilidad) de cualquier
agente sin empeorar simultáneamente la de cualquier
otro.
Es importante resaltar que la posibilidad de alcanzar
esta situación de óptimo general, de bienestar
social, es el resultado de realizar una traslación
singular. El equilibrio fácil y convenientemente alcanzado
en el encuentro entre dos agentes en un mercado, que se sustancia
en la formación de un precio para el que se igualan las
cantidades que ambos están dispuestas a demandar u
ofrecer, según su caso, se traslada a nivel global para
toda la sociedad. Del
equilibrio parcial en cada mercado se deriva el equilibrio
general en todos ellos. De la máxima utilidad individual a
la máxima utilidad social simplemente agregando la
utilidad lograda por todos los individuos.
Y ello es posible porque la sociedad no se concibe como
algo complejo sino como la mera agregación de los
individuos, como el simple sumatorio de cada uno de
éstos.[2]
Es en estas condiciones que puede deducirse que el
mercado proporciona el orden adecuado y deseable del intercambio,
en realidad, una dimensión especializada del orden
natural, la que tiene que ver con la mejor disposición de
los recursos que están al alcance de los individuos. Se
concibe como un orden natural porque el equilibrio viene dado en
virtud de la simple cataláctica, de la simple dinámica de los intercambios en condiciones
de competencia perfecta, sin que le sea necesaria, por lo tanto,
ninguna fuerza
ordenadora heterónoma a los individuos, ninguna
intervención exógena forzada, ningún
límite a la actividad Alibre@ de los individuos en el
contexto de lo establecido por los derechos a los que hace
referencia.
En el universo del
mercado, entonces, no hay espacio para que el conflicto al que
pudiera pensarse que da lugar la existencia de recursos escasos
se consolide o enquiste en la sociedad, como no existe tampoco
lugar para el poder o la
coerción cuando las reglas de la competencia están
bien marcadas y cuando los precios pueden fijarse libremente. El
mercado, la oferta y la demanda permiten resolver dicho conflicto
y proporcionar el equilibrio maximizador buscado por los agentes
y la red de derechos
que salvaguardan el régimen de competencia perfecta evita,
así mismo, que existan condiciones de asimetría, de
influencia desigual, de poder o de coerción.
Es cierto que se reconoce el conflicto que deriva de la
escasez de
recursos y que se manifiesta en la existencia de usos
alternativos entre ellos. Pero es un conflicto que se resuelve
gracias a una técnica de elección dada que se
fundamenta, como señalé, en la estrategia
maximizadora, en la búsqueda del propio beneficio a
través del cambio que
deriva en optimalidad general y en la racionalidad: en y gracias
al mercado.
No hay tampoco problema alguno de poder. De hecho, la
teoría
económica neoclásica ni tan siquiera lo toma en
consideración formalmente o, cuando lo hace, lo contempla
como una dimensión de la influencia que no implica
coerción o que se da siempre fuera del
mercado.[3]
En el primer caso (poder sin coerción) se
trataría, por ejemplo, del llamado poder de monopolio, el
que puede disfrutar una empresa
cuando se enfrenta ella sola a la demanda y puede entonces
influir a su favor sobre las condiciones de equilibrio en el
mercado. Sin embargo, incluso en este caso -contemplado
efectivamente por el modelo- no se entiende que el monopolista
tenga capacidad para influir sobre la demanda. Se acepta que
está en condiciones de jugar con el precio a su mejor
conveniencia, pero teniendo en cuenta que se enfrenta a una
función
de demanda decreciente (que reacciona frente a las decisiones
sobre precios del monopolista), es decir, que ni tan siquiera el
monopolista tiene plena capacidad para someter a la demanda a sus
estrategias de
precios.
El otro caso en el que se contempla necesariamente la
existencia de poder o coerción, de influencia indeseada de
un agente sobre otro es el de las llamadas Aexternalidades@,
entendiendo por estas las acciones que
un individuo
lleva a cabo y que generan efectos (positivos o negativos,
beneficios o costes) sobre un tercero. En este caso, no hay
más remedio que admitir que la conducta de un
agente (si se trata de externalidades negativas, por ejemplo)
lesiona y, por lo tanto, condiciona o coarta la de otro al
generar un determinado efecto externo, un coste que éste
último ha de soportar sin haber intervenido en la
acción que lo provoca. Pero, incluso en este caso se trata
de situaciones donde el poder aparece justo fuera del mercado y
la solución que propone el modelo no es redistribuir o
limitar el poder de uno de los agentes, sino establecer una
norma, un derecho, que se limite a Ainternalizar@ el efecto
externo, es decir a llevarlo al seno del mercado, simulando o
reproduciendo la solución al intercambio que daría
el mercado.[4]
En definitiva, la solución que proporciona el
modelo neoclásico es siempre armoniosa, de equilibrio
espontáneo y de orden natural. No hay, pues, alternativas
imperfectas. Incluso, de haberlas, podrían ser siempre
reconducidas para perfeccionarse al universo del
mercado.
No se le puede negar al modelo neoclásico de
competencia perfecta su extraordinaria potencia formal,
su capacidad de generar un método
omnicomprensivo de cualquier comportamiento
humano, así como su valor altamente explicativo de las
situaciones en las que el ser humano se desenvuelve como una
simple agencia maximizadora. De hecho, incluso las situaciones,
los procesos o los fenómenos que no se pueden catalogar
directamente como sustantivamente económicos (la política, las
instituciones
y en general las relaciones sociales de no-mercado) se sustancian
como tales en la misma medida en que se sea capaz de considerar
que en ellas tan sólo se desenvuelven estrategias de
elección y conflictos
entre el uso de recursos escasos susceptible de usos
alternativos.
Su problema radica, sin embargo, en que no es más
que un sistema de
respuestas cerrado. Las preguntas que se hace son sólo las
que necesariamente hay que hacer para que sean válidas las
respuestas que puede proporcionar el modelo, y no
otras.
En particular, hay varios asuntos que no sólo
quedan sin resolver, sino que ni tan siquiera se
plantean.
El primero de ellos hace referencia a la propia
naturaleza del asunto que se considera como el problema
económico básico. En el modelo, el núcleo y
el origen de este problema es la escasez, de la que se deriva,
como hemos señalado, la necesidad de elección. De
tal forma, que la economía, como señalaba Robbins,
se limitaría a ser una pura formalización acerca de
una dimensión muy singular de la naturaleza o de la
actividad humanas. Es más, se llega a plantear que la
propia naturaleza
humana se sustancia en la elección, que ésta el
la expresión primigenia y auténtica de la vida
humana.
Sin embargo, hacer de la escasez el problema
económico básico no solamente constituye una vulgar
simplificación, sino una desconsiderada falta a la
realidad de las cosas sociales. Como dice Polanyi no es cierto
que la conducta económica se tenga que resolver siempre en
condiciones de escasez y en términos de elección
[5]. En primer lugar, porque se obvia que no todo problema de
insuficiencia de recursos tiene por qué llegar a
convertirse en uno de escasez [6]. Y, en segundo lugar, porque la
existencia de normas, costumbres, leyes,
instituciones, poderes, etc. implica que -incluso existiendo
escasez y usos alternativos de los recursos- la elección
no le es dada a los agentes, justamente porque estos toman sus
decisiones supra-condicionados por todos o algunos de esos
factores.
Resulta, pues, que el conflicto económico
básico no es el que tiene que ver con el proceso
individual de elección, sino con la determinación
del uso necesario o posible de los recursos que luego le viene
dado a los propios individuos.
En particular, las hipótesis
neoclásicas sobre el comportamiento de los individuos
son inaceptables en tanto que simplifican groseramente la
naturaleza humana al concebir a los seres humanos como simples
agencias maximizadoras. No hace falta considerar, como tratan de
contra argumentar a veces los defensores del modelo, que el ser
humano sea un ser cooperativo, generoso o idílico en todas
sus dimensiones personales para entender que el supuesto del
comportamiento
egoísta es, sencillamente, incluso contrario a la
experiencia y a la lógica
de la ganancia y la utilidad cuando esta se evalúa en un
largo plazo.
Por lo que hace referencia al predominio y prevalencia
de la estructura de mercado no es preciso efectuar aquí la
crítica
sobre su verdadera operativa o menos aún de
carácter axiológico sobre lo que implica y sobre lo
que deja de implicar.[7] Tan sólo es necesario en este
papel hacer referencia muy sumaria a la naturaleza de las
soluciones que
puede generar desde el punto de vista del conflicto y de las
alternativas que implican para éste en el orden
estrictamente económico.
Aún cuando pudiésemos suponer y aceptar
que pudieran realmente alcanzarse las soluciones de optimalidad
que el modelo presupone, aún cuando pudiesen efectivamente
darse las condiciones necesarias para que los intercambios
llegaran a realizarse en condiciones de competencia perfecta y,
por lo tanto, se pudiera alcanzar una solución de
máxima utilidad conjunta, aún así, no se
podrían obviar sus limitaciones radicales en el campo de
la acción social.
En primer lugar, tales soluciones "de mercado" nunca
podrían serían soluciones de alcance social, en el
sentido de que pudieran ser extensivas a la totalidad de los
seres humanos. Ello es así porque, con independencia
de la imposibilidad de que en la realidad se den las condiciones
precisas para que el mercado sea de competencia perfecta, es
imposible que se pueda concebir un mercado que reconociera la
heterogeneidad real de los agentes que se involucran en los
procesos económicos. El modelo, efectivamente, sólo
puede funcionar haciendo homogéneos a todos ellos en su
condición concreta de consumidores, empresas, buscadores
de rentas, etc…. Esta es una condición básica,
por ejemplo, para que pueda operarse con el concepto elemental de
oferta y demanda. Pero, en la realidad más elemental de la
vida social y de los procesos económicos incluso
más simples (o al menos en la generalidad de ellos cuando
adquieren cierta complejidad), resulta que la homogeneidad es una
excepción, mientras que la heterogeneidad es la
regla.
Un ejemplo paradigmático (y que es muy
pertinente pues se refiere a un conflicto económico de
gran actualidad) se produce en el análisis
neoclásico del mercado de trabajo. Se supone, en este
caso, que el nivel de desempleo
existente es el resultado de la interacción de la oferta y la demanda de
trabajo, de forma que si existe paro se
trataría tan sólo de un momento de desequilibrio
voluntario que podría resolverse en la simple
reducción del precio del trabajo.[8] Un hecho evidente
para el observador menos vinculado al análisis
económico es que dentro de lo que se denomina "demanda de
trabajo" existen una multitud de categorías, esto es, que
responde a una heterogeneidad absoluta. De ahí, no
sólo el irrealismo, sino la falacia elemental que
comporta un análisis de estas características
que, sin embargo, se sostiene de manera generalizada para
"explicar" el paro y para proponer a la sociedad remedios para
Aevitarlo@.
Todo esto es así porque el análisis
neoclásico parte de un supuesto esencial ya mencionado
más arriba: la sociedad no es sino el resultado de una
mera agregación de comportamientos individuales que se
reputan homogéneos en la medida en que se entienden
cortados todos por la misma y única medida del
comportamiento maximizador y racional. No puede percibirse, pues,
ningún tipo de conflicto que sea resultado, como son los
conflictos con los que nos enfrentamos en la realidad, de la
propia diversidad de los intereses personales, de la diferente
condición individual, de la interacción compleja
entre ellos.
En segundo lugar, la solución que pudiera
proporcionar el mercado sería ahistórica, o si se
quiere expresar de otra forma, estaría necesariamente
condenada a no poder traspasar nunca un determinado momento de
tiempo. Esto es sencillamente así porque el modelo es un
modelo estático. El equilibrio que se presupone la
expresión de la máxima utilidad y eficiencia, del
bienestar general, no existe sino como una pura instantaneidad.
El largo plazo, la historia, la acción
de los agentes a lo largo del tiempo sólo se puede
percibir en el modelo neoclásico como una sucesión
discontinua de momentos, de instantes. Tampoco, entonces, puede
percibirse un conflicto que se manifieste (como ocurre
también en la realidad) como proyección temporal de
la vida social, que tenga que ver con la inevitable continuidad
con que se producen los fenómenos humanos y,
lógicamente también, los
económicos.
Finalmente, y aunque pueda parecer a primera vista una
sorprendente paradoja, resulta que la solución de mercado,
aún cuando pudiera llegar a considerarse de bienestar en
el sentido paretiano o en cualquier otro, no sería nunca,
sin embargo, una solución de satisfacción o
insatisfacción, es decir, relevante desde el punto de
vista de la posición de los seres humanos frente al
problema básico de la necesidad.
Eso es así porque la solución
(óptima) que pudiera proveer el mercado lo sería
tan sólo en términos de eficiencia técnica,
relativa a los costes implicados en el intercambio, expresiva
solamente de que los recursos se han utilizado de la manera
más valiosa posible. Pero, en realidad, eso nada tiene que
ver con el grado de satisfacción de necesidades
efectivamente alcanzado por los agentes (como gustan de decir los
economistas ortodoxos) que intervienen en los procesos
económicos. Bien porque sólo afectará a
quienes han tenido acceso efectivo al intercambio, bien porque
tampoco tiene que ver con el reparto final de recursos que se
haya podido dar entre los individuos. Así, en un caso
extremo se podría dar una situación de
Amáximo bienestar social@ aunque la inmensa mayoría
de la población no hubiera intervenido en los
intercambios porque no disfrutara de renta suficiente para pujar
por la oferta o aunque la distribución resultante implicara que
sólo un agente disfrutase de todos los recursos y los
demás de nada.
Ocurre que, efectivamente, la solución de mercado
puede ser óptima con independencia de la
distribución de recursos a que se haya podido dar lugar
utilizando los recursos de la forma técnicamente
más apropiada.
Tampoco hay, en consecuencia, lugar para el conflicto
distributivo, aunque es evidente que el hecho de que el modelo
neoclásico no lo contemple no implica, por supuesto, que
dicho conflicto deje de ser el verdadero asunto que afecta a la
satisfacción de las necesidades humanas.
En suma, el modelo neoclásico supone un ejercicio
de formalización espectacular, por lo
versátiles y por su carácter cerrado y
omnicomprensivo. Comporta una determinada condición
humana -la egoísta-, una específica regla de
comportamiento -la maximización y la elección
racional-, una estructura de satisfacción omnipotente -el
mercado- y un criterio validado de bienestar -la optimalidad
relativa a la asignación técnica de los recursos. A
partir de ahí es posible diseñar el problema
económico de tal forma que no haya otro lugar para la
desarmonía que no sea el del conflicto entre objetivos que,
sin embargo, se resuelve sin dificultad para lograr el equilibrio
general de máxima satisfacción social siempre que
se deje actuar al mercado.
Sin embargo, todo ello no es más que un complejo
constructo formal capaz nada más que de generar un mundo
puramente virtual. El problema radica en que no es posible forzar
a la sociedad para que ésta llegue a ser lo que presupone
el modelo: una suma de individualidades maximizadoras, racionales
y ocupadas tan sólo en elegir de forma que los recursos se
asignen de la manera menos costosa. Como tampoco se puede negar
lo que es una evidencia elemental: que los mercados, salvo
excepciones limitadísimas en la experiencia real, no
pueden ser de competencia perfecta, porque las condiciones que
deben darse inexcusablemente para que lo sean no pueden generarse
en la realidad, lo que da lugar a la existencia generalizada de
mercados imperfectos que, lejos de proporcionar soluciones de
bienestar general, implican poderes y privilegios de los que
disfrutan tan sólo una minoría de agentes que de
hecho los dominan y establecen las condiciones del intercambio a
su propia conveniencia.
Todo ello es lo que revela el profundo irrealismo del
modelo. Y, lo que aún es mucho peor, su verdadera
función ideológica: echar un velo sobre una
realidad que, a su pesar, muestra
radicalmente su verdadera naturaleza conflictiva, inestable
y sumida en un profundo malestar. Los economistas que asumen el
modelo neoclásico como perspectiva de análisis
y base para sus propuestas de acción social suelen rehuir
la utilización del término capitalismo para
hacer referencia a la realidad económica de nuestra
época. Es la manera, quizá, de no tener que
afrontar el hecho indiscutible de que el discurso del mercado
como generador de soluciones de armonías y equilibrios
perfectos no es sino un simple discurso formal que vuelve la
espalda a las verdades sociales para salvaguardar el interés de
los poderosos.[9] La realidad muestra que los mercados tienden
inevitablemente a la imperfección y a la
generación de asimetrías que se resuelven
permanentemente en poderes desiguales y en coerción.
Y, sobre todo, que soslayar el conflicto de la
distribución implica asumir sin contestarlo un sistema
social donde la insatisfacción de las mayorías
combinada con el despilfarro y la opulencia de unos pocos es la
regla.
Desde estas perspectivas no pueden afrontarse soluciones
que propicien más bienestar efectivo ante las realidades
de frustración, malestar y carencia que hoy día
predominan en el mundo de la economía de mercado y sobre
cuya expresiones concretas y dramáticas no es necesario
abundar en estas páginas[10]: sencillamente, porque el
pensamiento económico dominante no las incluye en el
"problema económico", no las contempla como tales, como
asuntos que formen parte de la agenda de la que deben ocuparse
los mercados.
3. Una visión alternativa
del problema económico
Desde el planteamiento más elemental
podríamos afirmar que la economía es un tipo
específico de actividad humana que concierne al uso de los
recursos y a la satisfacción de las necesidades. Como dice
POLANYI(1994, 78), hay un aspecto físico de las
necesidades que forma parte de la condición humana y que
da lugar a lo que él llama un tipo sustantivo de
economía: la que tiene que ver con el hecho esencial y
básico de que el ser humano necesita un entorno
físico que le proporcione suficiente sustento.
La economía entendida en este sentido sustantivo
es justamente ese proceso que proporciona a los individuos los
medios
materiales
para satisfacer sus necesidades. Se trata de un proceso en el que
se genera una patente y doble dependencia del ser humano,
respecto de la naturaleza y también respecto de sus
semejantes, puesto que para lograr su sustento interactúa
necesariamente con ambos.
Pero ello se realiza siempre a un doble nivel. Por un
lado, el de la interactuación del individuo con su entorno
y, por otro, el de la necesaria institucionalización de
esa primera interacción.
En el primero de ellos, que es el que explica el
resultado material en términos de supervivencia, POLANYI
(1994, 104 y ss.) distingue a su vez dos tipos de momentos o de
cambios: el de la localización, que implica cambio de
lugar cuando las cosas se desplazan en el espacio, y el de la
apropiación, que lleva consigo cambio de manos, cuando
cambian la persona o las
personas que disponen de las cosas. El cambio en la
apropiación implica, pues, no sólo la
adquisición de las cosas, sino las condiciones en que la
apropiación se puede llevar a cabo, los derechos que
incorpora, el alcance de la disposición, etc.
Este último sería el ámbito de los
llamados "poderes de apropiación" (PEARSON 1994, 48) que
necesariamente han de quedar establecidos como componentes del
sistema económico, pues en su virtud se ordenan las
relaciones entre los seres humanos en lo que se refiere a la
adquisición y disposición de las mercancías
y bienes de
valor que son objeto del intercambio.
Su definición social es realmente la clave de la
economía. Establecen, como dice PEARSON (1994,49),
"una matriz
institucional que ordena las relaciones económicas", una
especie de malla o red de compromisos sociales y políticos
que condicionan las relaciones económicas
verdaderamente posibles, las condiciones para dar y tomar que
pueden llegar a establecerse en un sistema dado.[11]
Resulta entonces que el ámbito de lo
económico no puede definirse sin tomar en
consideración ese medio ambiente
de poder y decisiones que aparentemente están fuera de
él mismo.
Si se entiende la Economía y la actividad
económica de esta forma elemental pero realista, resulta
que implica soluciones que no le son intrínsecas, porque
el problema económico no es un problema que se termine en
él mismo sino que sólo se plantea inevitablemente
vinculado al conjunto de decisiones sociales de las que depende
realmente el uso posible de los recursos.
Lo económico, ahora en su sentido más
general, no puede concebirse, entonces, simplemente como una
forma de utilizar los recursos dados a través de la
elección, sino como lo que tiene que ver con la
decisión global sobre el uso posible y deseable de los
mismos. No se puede referir tan sólo a la manera de
utilizar lo escaso, sino a las condiciones en que es deseable
procurar más o menos satisfacción a unos u a otros
o a todos los seres humanos, sean o no suficientes los recursos
disponibles.
Lógicamente, eso no quiere decir que el propio
problema económico no tenga una identidad
propia como tal, con independencia de su condicionamiento
desde el ámbito de los poderes de apropiación. Una
vez que a través de éstos la sociedad establece la
estrategia de satisfacción posible es preciso preservar
determinadas lógicas, respetar leyes o, entonces, aplicar
determinadas reglas que permitan economizar la dotación de
recursos dada (aunque, efectivamente, ésta regla no tiene
por qué ser la de la maximización sino, por
ejemplo, la de reciprocidad o la de la
sustentabilidad).
Lo que resulta de todo ello relevante, sin embargo, es
que las alternativas a cualquier tipo de problema
económico son conflictivas en su origen y generan
también conflicto en cuanto se alcanza su resultado pues
están inevitablemente siempre planteadas en un
ámbito al que el conflicto le es consustancial: el del
poder.
En este contexto es difícil pensar, pues, que
exista la alternativa perfecta, el equilibrio natural en donde
pueda identificarse un nivel de satisfacción
idéntico para todos los agentes. El problema
económico es, por el contrario, una sucesión
continuada de decisiones que comportan limitaciones o
añadidos de poder en el uso de los recursos para una parte
u otra de la sociedad. La negociación, el equilibrio imperfecto,
más llanamente, el continuo desequilibrio, la
recomposición permanente de los presupuestos
de asignación y distribución y, en suma, la
búsqueda de soluciones que respondan a los intereses
cambiantes es en realidad la condición natural, y no la
del Aorden@ del mercado, en la que se plantean y resuelven los
asuntos económicos.
4. La naturaleza de la
solución del problema económico.
El hecho de que la "solución de mercado" liberal
no se vea concernida por el conflicto relativo al poder del que
depende realmente la definición de los poderes de
apropiación no implica, lógicamente, que
éstos no desempeñen el papel que efectivamente
juegan como determinantes de las alternativas a los problemas
económicos. De hecho, la prueba palpable de que estos
poderes determinan el desenvolvimiento real de los intercambios
es que los mercados tienden continuamente a la
imperfección y se convierten, como consecuencia de que
dichos poderes no son neutros sino que están
asimétricamente distribuidos, en auténticos
generadores de soluciones de impacto muy desigual sobre los
diferentes agentes económicos.
Por eso no puede aceptarse el simplismo con que el
liberalismo se autocalifica como una propuesta de acción
social que favorece la libertad y
repudia la coerción. La política, el derecho y las
reglas que conforman el ecosistema del
mercado y de las que se derivan las decisiones económicas
están inevitablemente involucradas en relaciones de poder
y dominación. Asumir el orden del mercado implica todo lo
contrario de lo que afirman los liberales: es aceptar un
mecanismo de regulación social que lleva consigo la
pérdida de autonomía y la ausencia de libertad real
en cuanto que limita radicalmente las posibilidades de
realización personal que
dependen de la satisfacción material. El mercado Alibre@,
la Asociedad de mercado@, comporta la imposibilidad de que todos
los seres humanos tengan garantizado su sustento, porque para
ello se requiere disponer de dotaciones de recursos iniciales o
adquiridos que no estarán nunca a su alcance como
consecuencia, justamente, de que los mercados imperfectos y
asimétricos realmente existentes imponen condiciones y
derechos desiguales, que salvaguardan la propiedad y se
desentienden de quien no dispone de nada.
Se reconozca o no en la retórica liberal, la
solución a los problemas económicos, cualquiera que
ésta sea, no depende del funcionamiento de un mecanismo
autorregulador ajeno a las relaciones sociales, sino que implica
inevitablemente operar sobre los poderes de apropiación
para establecer los derechos o facilidades que se proporcionan a
los diversos sujetos en relación con los recursos, y para
determinar el fin estratégico al que se somete la
solución concreta de uso de los mismos.
La solución del problema económico no es,
entonces, una simple técnica de asignación, el mero
resultado de aplicar criterios de maximización que
procuren la eficiencia. El proceso económico no consiste
tan sólo en lograr que los recursos se utilicen en su uso
más valioso, sino que es el resultado de la
determinación previa de un objetivo
estratégico acerca de la finalidad a la que va a estar
sometida la actividad humana que tiene que ver con los recursos
que pueden proporcionar sustento.
En la economía capitalista, dicho objetivo
estratégico no es otro que la consecución del lucro
privado, y la actividad económica, los procesos, las
normas que la regulan y las decisiones que se adoptan se
desentienden de hecho del bienestar generalizado, entendido
éste como satisfacción efectiva de las necesidades
sociales colectivas.
Esto ha podido ser históricamente así
porque éste último objetivo de sustento garantizado
para toda la sociedad no es tampoco un criterio de percepción
y de asunción unívocas por la sociedad, no es un
objetivo Anatural@ o consustancial a la naturaleza humana, como
no lo es el de maximización. No todos los seres humanos
disponen de la misma situación de partida, cada uno tiene
un Avector de realizaciones@, en expresión de Sen
(1997,77), diferente y cada uno de ellos, o cada grupo social,
tiene diferentes capacidades para lograr que su deseo
estratégico se erija en objetivo de toda la sociedad. El
capitalismo no
es sino el resultado de la imposición de la estrategia de
uso de los recursos que conviene a determinados grupos
sociales, el resultado de un ejercicio explícito del
poder para comprometer a toda la sociedad en un uso
específico de los medios materiales, de la naturaleza y
del propio esfuerzo humano.
Por eso, cualquier otro uso o escenario económico
alternativo no puede ser sino el resultado de la asunción
colectiva de un proyecto social
distinto y no del desenvolvimiento de leyes naturales, de una
dinámica objetiva que se imponga a la sociedad desde fuera
de la voluntad de los seres humanos o de las clases
sociales, como se quiere hacer creer que ocurre con el
capitalismo.
Si se asume, entonces, que la propuesta liberal de
armonía y equilibrio no es sino una respuesta
ideológica que sirve de velo para ocultar un sistema de
dominio y
frustración general, que en realidad exacerba el conflicto
y genera la violencia de
la insatisfacción, debe pensarse en una forma de abordar
el problema económico diferente, sobre otras bases de
relación social, con procedimientos de
decisión que permitan que todos los intereses sociales
tengan opción a la hora de definir los objetivos de uso de
los recursos y que parta de un compromiso sobre el poder que no
permita que éste sólo esté al alcance de los
privilegiados.
En tal sentido, me parece que se pueden establecer dos
requisitos previos esenciales que pueden servir de corolario o,
casi mejor, de inicio para otras reflexiones que continúen
este trabajo.
El primero de ellos, que si la solución al
problema económico no puede ser concebida como algo neutro
y de interés general, sino como un vector resultante de la
confluencia de fuerzas de interés, expectativas y
preferencias diferentes y quizá distantes, conflictivas
entre sí y sólo en contadas ocasiones generadoras
de armonía social, es preciso que predomine la
negociación y la búsqueda de fórmulas de
transacción con ganadores y perdedores que serán
por definición imperfectas.
El segundo, que si ello es así, para solucionar
el problema del sustento humano no se precisa de una simple
técnica, ni tan siquiera de un mecanismo asignador
universal, sino del establecimiento de mecanismos que permitan
dilucidar conveniente, eficaz y transparentemente las
preferencias sociales efectivas. Y este lugar no puede ser el
mercado porque, como es sabido, éste no funciona en todos
los ámbitos de la acción humana encaminada a la
satisfacción y porque, cuando funciona, no puede tener en
cuenta más que las preferencias que pueden ser expresadas
sino en "votos monetarios", lo que implica que no pueden ser
tomadas en consideración más que las de quienes
disponen suficientemente de ellos.
Ambas cuestiones llevan a una exigencia común y
principal: abordar el problema económico desde la
perspectiva estratégica de lograr la satisfacción
general, el sustento efectivo del ser humano, requiere sobre todo
y como punto de partida una verdadera democracia y
un compromiso social que asuma el reparto y la
satisfacción del otro como el imperativo ético
primario de la acción social.[12]
La discusión de fondo que quería plantear
en este papel no acaba, pues, aquí. Empieza ahora. Lo que
a mí me parece seguro es que
proporcionar respuestas a estas últimas cuestiones es la
única manera de conseguir que la vida económica no
se resuelva en frustración y padecimiento para la
mayoría, sino en bienestar y en paz, por muy imperfecta
que ésta sea.
5. Bibliografía citada
- ANISI, D. (1992). Jerarquía, mercado, valores:
una reflexión económica sobre el poder. Madrid.
Alianza. - BARTLETT, R. (1989). Economics and Power. An Inquiry
into Human relations and Markets. Cambridge. Cambridge
University Press. - BOULDING, J.K. (1990). Three faces of Power. Newbury
Pak, Ca. Sage Pub. - CARRIÉRAS, J.L. (1998). Les foundaments
cachés de la théorie économique. La
science economique à l’épreuve des sciences
sociales. Paris. L’Harmattan - O’NEILL. (1998). The market. Ethics, knowledge
& politics. London. Routledge. - OVEJERO, F. (1994). Mercado, ética y
economía. Madrid. FUHEM-Icaria. - PEARSON, H.W. (1994). Introducción a POLANYI
(1994). - PERROUX, F. Poder y economía. Madrid.
I.C.E. - POLANYI, K. (1994). El sustento del hombre.
Madrid. Biblioteca
Mondadori. - ROBINSON, J. (1976). La teoría del valor a
reconsideración. En Relevancia de la teoría
económica. Barcelona. Martínez Roca. - ROBBINS, L. (1935). An Essay on The Nature and
Significance of Economic Science. Londres. Macmillan. Traducción española en Fondo de
Cultura
Económica 1980. - SEN, A. (1.997). Bienestar, justicia y
mercado. Barcelona. Paidós I.C.E./UAB. - TOMÁS CARPI, J.A. (1992). Poder, mercado y
Estado en el
capitalismo contemporáneo. Valencia. Tirant l
Blanch. - TOOL, M.R. y SAMUELS, W.J. (1989). The Economy as a
System of Power. N. Bruns Wick. Transaction
Publishers. - TORRES, J. (1987). Análisis económico
del Derecho. Panorámica doctrinal. Madrid.
Tecnos. - (1998). Sobre democracia y economía. Algunas
reflexiones contra corriente. Revista
Internacional de Filosofía Política n1 12,
pp.29-45.
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[1] La expresión más conocida de esta idea
es la de Robbins: ALa Economía es la ciencia que
estudia la conducta humana
como una relación entre fines y medios escasos suceptibles
de usos alternativos@. ROBBINS (1935), 16.
[2] ANo existe la sociedad, existen los individuos@,
decía M. Tatcher. POLANYI (1994, 86) lo ve de otro modo:
AHacer de la sociedad un conjunto de átomos y de cada
individuo un átomo que
se comporta según los principios del
racionalismo
económico colocaría el total de la existencia
humana, con toda su riqueza y profundidad, en el esquema
referencial del mercado. Afortunadamente, no puede lograrlo: los
individuos tienen personalidad y
la sociedad tiene una historia. La
personalidad se forma a través de la experiencia y
la
educación; la acción implica pasión y
riesgo; la
vida exige fe y creencia; la historia es lucha y engaño,
victoria y redención. Para cubrir el vacío, el
racionalismo económico introdujo la armonía y el
conflicto como los modi de las relaciones entre
individuos@.
[3] Vid. BARTLETT, R. (1989) 3 y ss. Un análisis
más general en TOOL y SAMUELS (1989). Dos trabajos desde
otro enfoque son los de BOULDING (1990) y PERROUX (1989). Entre
los estudios realizados en España
destacan los de ANISI (1992) y TOMÁS (1992).
[4] Esta problemática es una de las que dio lugar
en su día a un campo de estudios conocido como
análisis económico del derecho. Sobre el particular
que se menciona en el texto puede
verse TORRES (1987).
[5] POLANYI (1994), 96 y ss.
[6] Dice POLANYI (ob.cit., 98): AEn realidad, la
variedad de medios puede hacer más difícil la
elección que, aún así, sigue siendo
necesaria. Muchas veces, elegir es una actividad odiosa, incluso
dolorosa, pero se debe tanto a la abundancia como a la escasez de
medios. La elección, entonces no implica necesariamente
insuficiencia de medios, ni esta última implica
necesariamente elección o escasez. Pongámonos en el
último caso: para que surja una situación de
escasez no tiene que haber sólo medios insuficientes sino
que éstos deberán obligar a elegir. Ahora bien,
para elegir tienen que darse dos condiciones adicionales: varios
usos de los medios, puesto que si no no habría qué
elegir; y varios fines jerarquizados, o si no no habría
razones para elegir@…@El concepto bifurcado de economía,
al unir la satisfacción de necesidades materiales con la
escasez, postula nada menos que la insuficiencia de todas las
cosas materiales@ (p. 100). Y más adelante establece una
clave esencial para entender cómo la percepción
errónea de la economía neoclásica deriva de
una confusión originaria: AUna necesidad omnipresente de
elección surgió de la insuficiencia de un medio
universalmente empleado: el dinero… A
partir de entonces cobró cuerpo la creencia universal de
que no había suficiente para todos…Una vez que el ser
humano quedaba circunscrito a ser >un individuo de mercado=,
la proposición a la que aludimos era fácil de
justificar@ (p. 101).
[7] Un buen análisis sobre todas sus
implicaciones en OVEJERO (1994). Vid. También
CORRIÉRAS (1998) y O’NEILL (1998).
[8] Nótese que en este caso el conflicto se
resuelve mecánicamente por la simple vía de la
disminución del precio de trabajo, sin necesidad de
más intervenciones en el mercado, lo que implica que en
reralidad no hay conflicto…(siempre que se acepte que el trabajo
humano es una simple mercancía y que cualquier salario
establecido en el mercado es aceptable, con independencia del
grado de satisfacción que proporcione!
[9] Como decía hace tiempo la economista
británica Joan ROBINSON (1976, 92), Alos
neoclásicos…han construido una gigantesca estructura de
teoremas matemáticos sobre una base
inexistente…)Cómo se explica? )cómo es posible
que personas muy inteligentes e instruidas se comprometan en una
postura insostenible? Tal vez la teoría neoclásica
resulte aceptable porque >parece= aportar la
justificación del sistema de beneficio que deseaban hallar
los antiguos neoclásicos. Renueva la justificación
del laisser faire: lo que es rentable bien está. Nadie
debe interferir con los hombres de negocios,
éstos saben siempre cuál es la mejor
solución@.
[10] Vid., por ejemplo, los informes
anuales del Programa para el
Desarrollo de las Naciones Unidas
donde se da buena cuenta de la desigualdad y de la
insatisfacción que afecta a la inmensa mayoría de
la Humanidad.
[11] Una de las grandes contribuciones de Polanyi fue
demostrar que es precisamente la existencia de esa red de
compromisos sociales y políticos la que no permite al
individuo sacar la máxima ventaja Aeconómica@ de
las relaciones de dar y tomar entre las personas en cuanto a las
cosas materiales (PEARSON 1994, 47).
[12] Sobre el papel de la democracia en los procesos
económicos y en el capitalismo vid. TORRES
(1999).
Juan Torres López.
Catedrático de Economía Aplicada de la
Universidad de
Málaga
Juantorres[arroba]uma.es