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Opciones de la mundialización neoliberal




Enviado por juantorres@uma.es



    1. La lógica
    del capitalismo de
    nuestros días: el neoliberalismo

    Nuestro planeta vive una era de grandes transformaciones
    que afectan, por igual, a las instituciones
    políticas, a la estructu­ra
    económica y a la vida social en su conjunto, a los valores y
    a las pautas de comportamiento
    cotidianas de los individuos y de todos los grupos
    sociales.

    En el campo específico de la economía puede
    percibirse muy claramente cuál es la lógica que
    gobierna los procesos de
    cambio que
    vienen ocurriendo en nuestro mundo y cuya expresión
    ideológi­ca y política es el
    neoliberalismo.

    A partir de la aplicación generalizada de las
    tecnologías de la información en el aparato productivo se ha
    generado una serie de efectos en la estructura
    productiva, en el uso de los factores y en los resultados de la
    producción que comportan un espacio
    económico radicalmente distinto al de la era industrial
    precedente.

    Se ha podido sustituir el régimen lineal de la
    producción en masa por otro basado en la versatilidad, en
    la automatización, en la
    flexibilización y en la fragmentación. La nueva
    base tecnológica facilita además el ahorro de mano
    de obra y, fundamentalmente, procura una nueva forma de organizar
    el trabajo. La
    posibilidad de segmentar los procesos productivos permite que los
    intensivos en trabajo y con
    menor capacidad de generación de valor
    añadido puedan desplazarse a espacios de salarios
    más bajos o, simplemente, utilizar mano de obra local muy
    descualificada y barata (como ocurre en el caso de los servicios),
    mientras que en los procesos de alto componente de valor el
    trabajo se transforma: requiere una mayor cualificación y
    se presta en condiciones de alta versatilidad, autonomía y
    codeterminación. Y al socaire de esas transformaciones han
    aparecido, además, nuevos sectores, subsectores, ramas y
    procesos con alta capacidad de generación de valor
    añadido en virtud, exclusivamente, de su alto componente
    informacional.

    Por otro lado, la posibilidad de fragmentación,
    la búsqueda permanente de economías de integración mejor que las de escala, la
    universalidad de los medios de
    tratamiento de la información y la homogeneización
    y economía de códigos que permite la
    producción pre‑programada y la multiplicación
    de redes de comunicación modifican dos conceptos
    básicos sobre los cuales se sostiene cualquier sistema
    productivo: el tiempo y el
    espacio. El primero deja de ser lineal en los nuevos procesos
    productivos capitalistas, lo que obliga a hacer un uso de los
    recursos
    diferente al típico de los procesos industriales
    tradicionales. La economía de procesos requiere nuevas
    fórmulas de economías de tiempo, de manera que es
    necesario replantear el uso de los factores (especialmente del
    trabajo) que ahora pueden usarse en condiciones menos intensivas
    pero mucho más eficientes. Por su lado, la lógica
    del espacio se modifica igualmente de manera radical, saltan por
    los aires las fronteras, la distancia deja de ser una
    limitación y los procesos se convierten en redes
    reticulares de base planetaria. El mundo como un todo es la nueva
    base de operaciones de
    los nuevos procesos productivos.

    El cambio de la base tecnológica del sistema y la
    conforma­ción de todo un nuevo orden productivo
    requería financiación privilegia­da, la mayor
    libertad de
    actuación posible, nuevos espacios sociales de
    relocalización, libertad de movimientos y, sobre todo, las
    menores ataduras posibles con el régimen de uso de
    factores hasta entonces existente.

    En el norte, la generación de un nuevo orden
    productivo, sostenido sobre la base de una tecnología cuya
    principal característica es la versatilidad, la
    fragmentabilidad y la extrema dispersibilidad no podía
    llevarse a cabo bajo las restricciones típicas del
    Estado
    bienestarista, burocratizado y generador de un régimen
    social al cual no se le pide otra contribución al orden
    productivo que no sea el consenso y la disciplina
    social. Y en los países del tercer mundo, se hacía
    al mismo tiempo preciso que se desmantelaran todas las barreras
    que podían impedir el uso de sus mercados de
    trabajo como yacimientos de mano de obra barata, que sus recursos
    se involucrasen de forma indeleble con la nueva lógica de
    los flujos internacionales, que sus mercados de capital se
    abrieran de par en par a las riadas de activos
    financieros que el endeudamiento generalizado había ido
    liberando y los de mercancías a la sobreproducción
    del norte.

    De ahí, que la generalización de los
    nuevos espacios productivos, la incorporación de las
    nuevas
    tecnologías de la información y, en general, la
    consolidación del nuevo régimen de
    producción capitalista como el que estamos viviendo
    demandara y demande la desaparición de restricciones al
    intercambio, la mayor flexibilidad institucional, la plena
    movilidad y, en fin, la consolidación de un único
    espacio económico en donde capital y recursos puedan fluir
    con la mayor libertad.

    Todo ello iba a estar necesariamente acompañado
    de una nueva forma de regular los macroprocesos.

    La estrategia de
    endeudamiento generalizado, la crisis de las
    relaciones y de las instituciones monetarias internacionales, la
    crisis industrial, la pérdida de consenso social, el
    agotamiento de los mercados, fenómenos todos que
    estallaron simultáneamente a lo largo de los años
    ochenta hicieron inservi­bles los modelos de
    regulación de tipo keynesiano de la época anterior,
    al mismo tiempo que exigían nuevos principios y
    nuevas estrategias de
    regulación y de gobierno.

    Se modifica así la lógica de la
    intervención pública en la economía para
    procurar el contexto que favorezca más fácilmente
    el desarrollo de
    los procesos de transformación. De ahí el cambio de
    la estrategia fiscal, la
    flexibilización de las relaciones
    laborales, la desregulación, la reversión al
    ámbito privado de actividades rentables bajo dominio
    público, la modificación de marcos legales, etc.
    Todo lo cual, que podría incluirse dentro de las que se
    han denominado "políticas de ajuste" no va a significar
    que el capital renuncie al impulso gubernamental en la
    economía, sino que éste se lleve a cabo en otra
    dirección, con otra ética, la
    exclusiva del beneficio privado. Eso implica principalmente una
    nueva pauta redistributiva, ahora desentendida del pacto de
    rentas anterior, para poder
    favorecer la recuperación del beneficio y de la inversión privada sobre los cuales se hace
    descansar el impulso principal de la costosa reconversión
    del aparato productivo.

    La consecución de tales objetivos
    requería también una regulación
    macroeconómica más ágil, menos dependiente
    de restricciones institucionales y centrada preferentemente en
    los nuevos cuellos de botella de las economías: las
    tensiones inflacionistas y la inestabilidad monetaria. Eso
    permitió y justificó que la política
    monetaria se convirtiese en el eje central de la política
    económica de los gobiernos y que la estabilidad de
    precios pasase
    a constituir el objetivo
    principal de la misma, desentendiéndose de cualquiera
    otros que no fueran los puramente nominales.

    Todos estos cambios se han llevado a cabo en un proceso de
    permanente disipación de los límites
    espaciales ha traído consigo la expansión de los
    espacios de referencia y, muy en particular, de los espacios
    nacionales. La supranacionalidad es ya una constante de los
    flujos y de los procesos económicos, de manera que ninguno
    de estos puede concebirse de manera independiente en el interior
    de cualquier frontera, sino
    que desaparecidas éstas ‑en cualesquiera que hayan
    sido los niveles‑ la capacidad de decisión se
    diluye, las variables de
    los procesos concretos, regionales, por ejemplo, se multiplican y
    la capacidad de operar se transforma en un ejercicio de
    multideterminación, aunque no necesariamente de estrategia
    compartida.

    Por último, el nuevo orden tecnológico
    consagra al sector de la
    comunicación en uno de los pilares del orden social.
    La industria
    cultural, extraordinariamente diversificada y rentable, permite
    la generación de códigos que pueden ser
    transmitidos transversalmente y recibidos en cualquier lugar del
    mundo. Se ha podido, así, homogeneizar las
    categorías o las claves esenciales del pensamiento de
    manera que, en cualquier lugar del mundo, se toman como
    inexcusables las mismas referencias intelectuales:
    mercado, competitividad, economía-mundo,
    individualidad, tecnologización, constituyen los
    códigos referenciales y omnipresentes de un nuevo lenguaje muy
    distinto al de la época inmediatamente anterior (Estado,
    solidaridad,
    rentas, desarrollo…). Se trata del lenguaje homogéneo,
    único, de una modernidad que se
    vive en la "aldea global" y en cuya virtud se explica, se
    racionaliza y se justifica, al mismo tiempo, el universo de la
    producción y el microcosmos de la
    individualidad.

    No puede decirse que estas estrategias no hayan sido
    exitosas. Todo lo contrario: han modificado adecuadamente el
    tejido productivo para incorporar una nueva y necesaria forma de
    producción y competencia en
    los mercados, cada vez por cierto más imperfectos y
    concentrados, que restaurase la tasa de beneficio, han logrado,
    gracias a ello, restaurar la pauta distributiva a favor del
    capital, han desarticulado suficientemente las capacidades de
    respuesta social y de hecho han conseguido sobrada legitimación social y política. Es
    más, muy posiblemente, su éxito
    más notable ha consistido en generar una percepción
    social de esas mismas políticas como algo ineluctable, de
    manera que la idea de que "no hay alternativas", de que lo que se
    hace es la "única política posible" o,
    sencillamente, de que hemos llegado al "fin de la historia" constituyen hoy
    día verdaderos presupuestos
    de la acción
    social.

    2. Las secuelas del
    neoliberalismo

    A pesar del éxito de las políticas
    neoliberales desde el punto de vista de recuperar el beneficio
    capitalista, de establecer un nuevo orden productivo en donde la
    explotación de los seres humanos y de los recursos
    naturales se resuelve cada vez más favor de los
    poderes financieros y de las grandes empresas
    multinacionales, es una evidencia, sin embargo, que no son
    capaces ni tan siquiera de gobernar el planeta respetando los
    equilibrios sistémicos más elementales.

    Como ha dicho Hinkelammert, vivimos la transición
    desde un capitalismo con límites a un capitalismo sin
    límites, que se cree autosuficiente y que ya parece no
    tener enemigos ni internos ni externos. Pero esa
    transición es en realidad un movimiento
    hacia el desorden y hacia el desequilibrio en donde tan
    sólo se salvaguarda la lógica de la ganancia. Es
    una evidencia que la fragilidad del orden económico
    establecido es creciente si atendemos a que los momentos de
    crisis financieras y económicas son cada vez más
    abundantes y recurrentes en los últimos años, como
    consecuencia, por un lado, de la financierización de las
    economías y, por otro, de la renuncia a ejecutar
    políticas económicas y estrategias públicas
    de intervención activa.

    La hipertrofia de los flujos financieros constituye hoy
    día el rasgo más determinante de la economía
    mundial. A diferencia de lo que siempre había
    considerado normal la teoría
    económica más aceptada, los medios de pago y en
    general los activos financieros de todo tipo se han multiplicado
    de manera absolutamente desproporcionada respecto a los
    movimientos de la economía real. Esos flujos, en
    cantidades mucho mayores que las que pueden movilizar los propios
    gobiernos para controlarlos, han llegado a conformar un espacio
    privilegiado de ganancia, de forma que atraen irremisiblemente
    recursos financieros, al mismo tiempo que desincentivan, dada la
    rentabilidad
    que pueden alcanzar y el riesgo no
    demasiado alto que comportan, la aplicación de capitales
    en las actividades directa y verdaderamente
    productivas.

    Dada la dinámica de inestabilidad y volatilidad que
    le es irremediablemente consustancial y las secuelas de
    endeudamiento, de incremento de la incertidumbre y de parasitismo
    que conllevan, estos flujos prácticamente incontrolados no
    pueden sino generar crisis de los mercados y sacudidas
    financieras cuyas consecuencias últimas aún no se
    han manifestado. Y todo ello se agrava siempre con la
    aplicación de las políticas dimanantes del Fondo Monetario
    Internacional que viene actuando como auténtica
    expresión política de los grandes intereses
    económicos y financieros en nuestra
    época.

    Por otro lado, la universalización del mercado
    como mecanismo regulador privilegiado ha hecho que los gobiernos
    renuncien de forma efectiva al uso de la política
    macroeconómica como elemento de estabilización
    discrecional y se limitan a vincularla al simple objetivo de
    control de los
    precios, tanto para justificar el control de los salarios como
    para garantizar el valor de los activos en una época en
    que el capitalismo se hace verdaderamente reacio al riesgo y se
    convierte en rentista y parasitario. Eso impide que las
    políticas públicas actúen como
    amortiguadores en los momentos de recesión, que se hacen
    cada vez más recurrentes, para convertirse,
    paradójicamente, en un elemento galvanizador del propio
    ciclo, contribuyendo a hacer más fuertes las recesiones y
    más lentas y apuradas las fases de
    expansión.

    Y esta situación se agrava, además, porque
    en un contexto de apertura y liberalización creciente de
    los mercados los gobiernos disponen de cada vez menos capacidades
    para efectuar políticas de carácter nacional que permitan resistir los
    impactos externos fortaleciendo las resistencias
    endógenas. En su lugar, la fuerza
    coercitiva de la que disponen los organismos internacionales ha
    impuesto a los
    gobiernos la función de
    debilitar las redes de asistencia social, por minúsculas
    que fueran, para derivar recursos en apoyo del capital, la de
    flexibilizar las relaciones laborales para que las empresas se
    acomoden a las nuevas exigencias de los mercados y, en general,
    la de abrir de par en par las economías al capital
    extranjero.

    Todo ello se suele justificar afirmando que el mundo
    protagoniza un acelerado, afortunado y generalizado proceso de
    globalización, en cuya virtud es necesario
    renunciar por ya inútiles a las competencias
    nacionales de los gobiernos en favor de un terreno de juego
    internacional en donde apenas existen entonces trabas de
    cualquier tipo para que los capitales, las mercancías y
    los códigos culturales que le son propios se muevan en
    completa libertad.

    Pero, a pesar de que el término
    globalización suele utilizarse para señalar el
    signo principal de nuestra época, a poco que se contemple
    con detenimiento la realidad de los intercambios internacionales
    se puede comprobar hasta qué punto oculta realidades
    contradictorios y falsificadas. A diferencia de lo que suele
    afirmarse comúnmente, la evidencia empírica nos
    muestra que el
    régimen comercial de nuestros días no está
    tan globalizado como se quiere hacer creer. Se olvida, por
    ejemplo, que los países ricos han disminuido en los
    últimos años el volumen de
    importaciones
    procedentes de países subdesarrollados respecto al
    consumo
    interno total o que no más del 1,2% del PIN de los
    países de la OCDE proviene de países
    subdesarrollados. Por otro lado, y a pesar del discurso
    retórico prevaleciente, lo cierto es que se han
    multiplicado las barreras al comercio, si
    bien eso no ha sido tanto entre países como entre grandes
    bloques. Ocurre, como han señalado Hirst y Thomson, por
    ejemplo, que más que un verdadero proceso de
    globalización, se ha generado una regionalización
    del comercio y las inversiones
    mundiales. En puridad, sólo los flujos de capital se
    encuentran sometidos a un verdadero régimen de libertad,
    pero ello, lejos de provocar tan efectos globales beneficiosos
    constituye uno de los problemas
    más graves que hoy padece la economía
    mundial.

    En puridad, detrás del concepto de
    globalización se esconde una realidad polisémica y
    tremendamente equívoca. En primer lugar, porque la
    economía mundial no responde a la estructura
    sistémica y globalmente integrada que se quiere dar a
    entender cuando se habla de globalización. Nuestro planeta
    refleja más bien a una realidad tripolar, porque lo que
    realmente se articula y organiza en el centro son las tres
    grandes potencias (EE.UU., Europa y Japón)
    que ejercen el control compartido sobre la economía
    mundial. Así lo muestra el hecho de que de ese 20%
    más rico del planeta depende el 82'7% del PNB, el 81'2%
    del comercio, el 80'5% del ahorro y el 80'6% de la
    inversión, como ponía de manifiesto el Informe Sobre
    Desarrollo
    Humano de 1998, o el 86% del consumo privado
    mundial.

    En segundo lugar, porque el llamado Tercer Mundo se
    enfrenta a una creciente fragmentación y heterogeneidad.
    Sólo una pequeña parte, y hoy día en crisis,
    de la periferia se ha industrializado, mientras que su mayor
    parte, más pobre y deprimida, se "desconecta"
    progresivamente de los centros de gravedad de las relaciones
    económicas, convirtiéndose en un "Cuarto Mundo"
    sometido a conflictos
    armados y hambrunas sistemáticas. En tercer lugar, no
    puede dejarse de considerar que, a diferencia de lo que afirma la
    retórica neoliberal, el rasgo principal del actual orden
    económico no es el de la integración progresiva en
    los ámbitos globalizados sino, por el contrario, la
    existencia de fuerzas centrífugas que se manifiestan
    explícita e inequívocamente en el incremento de las
    desigualdades y de la exclusión de todo tipo. Simplemente,
    no es verdad que la "globalización" constituya un proceso
    integrador y que abarque al conjunto de las relaciones
    económicas, sino que esencialmente sólo tiene que
    ver con el dominio del capital financiero, de los recursos
    tecnológicos y de la producción cultural y que en
    realidad se manifiesta como un vector desintegrador de la
    economía y de la sociedad
    mundial en su conjunto.

    En definitiva, y a diferencia de la connotación
    de progreso y modernidad que el discurso neoliberal quiere
    asociar al fenómeno de progresiva liberalización
    capitalista, lo que está ocurriendo sencillamente es que
    aumenta cada vez más la explotación, un
    término al que ni queremos ni podemos renunciar en nuestro
    mundo. En nuestros días, y precisamente bajo la vigencia
    del neoliberalismo, la transferencia global de riqueza desde el
    trabajo al capital, desde las periferias hacia el centro y desde
    los grupos de
    población más pobres hacia los
    más favorecidos alcanza montantes gigantescos y
    desconocidos en otras etapas históricas, tal y como vienen
    denunciando los informes
    más solventes sobre la distribución de los ingresos y la
    riqueza en nuestro mundo.

    En cualquier caso, la aplicación de las
    políticas neoliberales no se ha traducido tan sólo
    en una gestión
    macroeconómica que propicia las crisis recurrentes y que
    hace cada vez más vulnerables a los grupos de
    población o a las naciones más pobres.
    Además, ha fortalecido el uso asimétrico de los
    recursos tecnológicos, lo que hace aumentar
    estrepitosamente las diferencias entre las naciones y los grupos
    sociales a la hora de acceder a las plataformas de las que
    depende la emancipación y el desarrollo económicos;
    ha dado lugar a una verdadera degeneración del trabajo
    humano, primero desencadenando niveles de paro
    generalizados y luego precarizando el empleo, de
    manera que éste se desvincula cada vez más del
    concepto de satisfacción para convertirse en una
    expresión extrema de la alienación y la
    frustración personal y
    económica. Y esto, muy particularmente en el caso de
    la mujer, que
    puede muy bien considerarse como la que ha sufrido en mucha mayor
    medida los fenómenos de la desregulación laboral, del
    trabajo precario, de la urbanización compulsiva, de la
    desprotección y, en fin, de la explotación
    exacerbada de nuestros días. Por otro lado, y como es bien
    sabido, la disponibilidad de una nueva base tecnológica no
    ha repercutido sustancialmente en un mayor equilibrio
    ambiental, sino que el fortalecimiento de la dinámica de
    mercado ha provocado un uso mucho más "liberal" de los
    recursos naturales, lo que equivale a decir que se intensifica su
    uso y se está más lejos de respetar su obligada
    restricción sistémica que sólo puede
    lograrse a través de una regulación estricta de su
    uso.

    Estas secuelas del neoliberalismo reflejan la otra cara
    de un mundo en aparente estado de progreso vertiginoso. Se trata
    de tensiones inmanentes a las lógicas productivas
    dominantes y a las que habría que añadir otros
    fenómenos no estrictamente económicos pero de
    indudable influencia sobre la actividad productiva y sobre el
    bienestar socioeconómico, como la pérdida de
    calidad de las
    democracias, la emergencia de nuevos e indeseables poderes, la
    ausencia de mecanismos internacionales de control, el deterioro
    educacional en todos los países del mundo o la creciente
    fragilidad de las instituciones básicas para la
    convivencia social. Por eso puede decirse que el neoliberalismo
    no es sólo una coyuntura en la historia del capitalismo
    sino que es la expresión de que éste ha logrado
    convertirse en una lógica global de civilización. Y
    por eso la lucha misma contra el neoliberalismo es una lucha
    intrínsecamente emancipadora que no puede resolverse sino
    en una nueva civilización de paz, de reparto igualitario y
    de sostenibilidad medioambiental.

    3. Alternativas económicas al
    neoliberalismo

    La situación actual de nuestro planeta no puede
    ser más paradójica y, al mismo tiempo,
    dramática. Todos los poderes reales del mundo asumen con
    cohesión y fortaleza una doctrina y un conjunto de
    estrategias que se presumen ya indeclinables, que se aplican sin
    conmiseración en todos los rincones del planeta y cuyos
    resultados extraordinariamente favorables para el capital, para
    las grandes empresas y para las minorías satisfechas se
    dan como igualmente inapelables para el resto de la Humanidad
    que, sin embargo, se enfrenta a la vida y a la
    satisfacción de sus necesidades en condiciones mucho
    peores que las que tenía hace muy pocos
    años.

    El neoliberalismo ha logrado que ni tan siquiera se
    pongan en cuestión principios de organización económica que no son
    sino elecciones históricas y muy desfavorables para la
    mayoría del género
    humano. El orden al que ha logrado dar lugar con evidente
    éxito se concibe ya como el orden inmutable, se mira a
    otro lado cuando se muestran sus bases endebles y su
    funcionamiento imperfecto y se ahogan las voces de quienes
    reclaman una ética del reparto basada en la justicia y la
    solidaridad que no puede satisfacer la lógica tan
    imperfecta y egoísta que hoy día se instaura como
    regidora de los destinos humanos.

    También en el seno de la propia izquierda se ha
    declinado demasiadas veces. Muchos movimientos son presa de la
    impotencia, de la frustración y de la tentación de
    un pragmatismo
    que se concibe como una posibilidad de tener alguna opción
    en el gobiernos de los asuntos públicos y sociales. Frente
    a esta actitud, que
    no suele llevar sino a más frustración, a
    más impotencia y a una gestión, cuando se realiza,
    verdaderamente indiferente para los intereses populares,
    entendemos que es preciso levantar una vez más un
    pensamiento de cambio radical y adecuado a las circunstancias de
    nuestra época. Creemos en el ser humano y creemos en su
    capacidad para plantear y resolver el problema de utilizar los
    recursos económicos de una manera diferente, más
    justa, más solidaria y más respetuosa con las
    leyes de la
    naturaleza de
    las que depende nuestra propia supervivencia como
    especie.

    Pero no se trata tan sólo de decir que queremos
    un mundo diferente, como efectivamente deseamos, ni de limitarnos
    a desear simplemente que nuestro planeta y nuestras sociedades se
    pongan patas arriba, como en realidad queremos, para que los
    más pobres y desfavorecidos sean también los
    dueños efectivos de sus destinos. Estamos convencidos de
    que la Humanidad puede ser así de distinta si es capaz de
    dar respuestas inmediatas a las formas en que la economía
    y la sociedad se enfrenta ahora mismo a los problemas, si es
    capaz de involucrar en esas propuestas a la inmensa variedad de
    movimientos sociales liberadores y si en esos procesos se gesta
    una ética y una moral
    colectiva diferentes que cemente las relaciones
    humanas en torno a objetivos
    no sólo más humanamente satisfactorios sino incluso
    social y económicamente más eficientes,
    además de más democráticos y verdaderamente
    libertarios.

    En el campo específico de los asuntos
    económicos creemos que hay que establecer una serie de
    principios y asumir una serie de estrategias y propuestas que en
    estos mismos momentos constituyen la única respuesta
    posible al actual desorden económico internacional si es
    que se quiere modificar la pauta de inestabilidad, desigualdad e
    inestabilidad que padecemos, si es que queremos superar las
    secuelas indudables del neoliberalismo y abrir las puertas,
    siquiera sea mínima y tímidamente, a soluciones que
    no sigan empeorando la situación vital de la inmensa
    mayoría de la Humanidad.

    Reorganización de las finanzas y del
    comercio internacionales.

    En primer lugar entendemos que hay que hacer frente a la
    situación de no sistema en el que se desenvuelven las
    finanzas
    internacionales. Hay que decirlo muy claramente: nuestro
    mundo va sencillamente al desastre si los recursos financieros
    que son necesarios para que la maquinaria económica
    funcione y ponga en uso los recursos productivos se dedican
    privilegiadamente, como ahora, a la especulación y a la
    ganancia improductiva. Los propios organismos internacionales
    capitalistas son ya conscientes del peligro que implican estos
    capitales que se mueven en oleadas de inestabilidad y crisis,
    pero no basta, como se quiere plantear, con generar defensas
    pasivas frente a ellos, pues serán a la postre
    sencillamente inútiles; ni es suficiente con
    modificaciones de diseño
    formal en la arquitectura
    financiera mundial; ni pueden hacerse depender las soluciones de
    las actuales instituciones, como el FMI, pues ellas
    mismas son una buena parte del problema que se debe
    resolver.

    Creemos que hay que asumir un compromiso planetario para
    doblegar a la especulación financiera y a los movimientos
    erráticos de capital desvinculados de la actividad real de
    creación de riqueza. Es necesario poner fin a la
    economía de casino en que se ha convertido el capitalismo
    de nuestra época y vincular los flujos financieros a los
    movimientos reales de la economía y para ello es un
    requisito esencial forzar que los intermediarios financieros
    realicen una función diferente a la que han asumido,
    gracias a su poder desmesurado, en la economía de nuestra
    época.

    En particular, proponemos cuatro grandes principios que
    entendemos que pueden hacer frente a la situación
    financiera actual y a sus efectos perversos y tan desfavorables
    para los países y los sectores sociales más
    desfavorecidos.

    – El establecimiento de una nueva arquitectura
    financiera internacional basada en la asunción de reglas
    imperativas para todos los gobiernos y actores financieros, en la
    creación de una institución mundial
    democrática y no sometida a veto que evite la
    desinstitucionalización y privatización actuales y en la
    supeditación de los movimientos y relaciones financieras a
    programas de
    desarrollo
    económico internacional asumidos y salvaguardados de
    estas nuevas instituciones. En concreto,
    desde instituciones de esta naturaleza deben establecerse
    regímenes de tipos de cambio concebidos para facilitar el
    intercambio y el desarrollo económico nacional y expeditos
    de las operaciones destinadas tan sólo a alterar sus
    paridades con carácter especulativo.

    – Para ello es igualmente imprescindible que los
    gobiernos, bajo la cobertura de las reglas y las instituciones
    anteriores y en el contexto regional en el que libremente decidan
    reorganizar sus economías, recobren su capacidad de
    maniobra en política
    financiera para que descanse sobre ellos la capacidad
    última de decisión sobre los intereses
    económicos de la población. Y ello obliga a
    garantizar la existencia de un potente sector financiero
    público en cada país que actúe en coordinación con las instancias
    supranacionales y sea la fuente principal de financiamiento
    de la actividad económica productiva.

    – Un principio esencial de una nueva forma de organizar
    las finanzas internacionales descansará sobre el control
    de los movimientos de capital, en particular los que se
    desenvuelven a corto plazo. Para ello se deben establecer
    regímenes impositivos de cobertura mundial y un sistema de
    restricciones que impida que su aplicación se dirija a la
    simples operaciones especulativas mediante el establecimientos de
    condiciones rígidas a la inversión y a su
    desplazamiento.

    – En dicho contexto, debe establecerse un sistema de
    financiación internacional, generado mediante
    contribución de los gobiernos y mediante la
    aplicación de impuestos
    internacionales sobre las ganancias privadas de operaciones de
    comercio
    internacional que persiga como objetivos esenciales: la
    redistribución de la riqueza mundial, el resarcimiento a
    los países empobrecidos, en particular,
    exonerándolos definitivamente de la deuda actual y
    proporcionándoles acceso a fuentes
    exógenas de financiación que no vulneren su
    independencia,
    el reequilibrio de la economía mundial mediante
    estrategias de compensación y reversión de fondos y
    activos, y la regeneración de la base productiva de las
    naciones como base principal del desarrollo económico
    mundial.

    Somos conscientes de que principios de esta naturaleza
    no son sino medidas tendentes a evitar los efectos más
    dañinos del actual régimen de relaciones
    financieras internacionales y que de hecho no socaban
    sustancialmente la estructura profunda del régimen
    capitalista. Somos conscientes, de hecho, y no renunciamos a
    afirmarlo, que creemos que una sociedad justa y mucho más
    eficiente desde el punto de vista de los intereses sociales no
    puede consentir que los recursos financieros más
    estratégicos queden en manos, como ocurre, de cada vez
    menos centros de poder y menos propietarios con capacidad de
    decisión. Apostamos por un futuro en el que la Humanidad
    como un todo sea la dueña de los recursos que sea capaz de
    generar, pero precisamente por ello creemos que es ineludible dar
    respuestas a la situación inmediata e intervenir en los
    debates actuales y movilizar a los sectores sociales por la
    asunción de principios como estos que, aunque de
    apariencia claramente reformista, implican asumir una
    ética del reparto y de las relaciones económicas
    completamente distinta.

    Por otro lado, y como una problemática
    intrínsecamente vinculada a la anterior, creemos que es
    imprescindible modificar el régimen que hoy día
    gobierna las relaciones comerciales internacionales, a nuestro
    modo de ver, profundamente injusto por desigual y
    discriminatorio, y en realidad profundamente ineficaz y poco
    respetuoso con la libertad de las naciones.

    Téngase en cuenta que hoy día el 70 por
    cien del comercio mundial está controlado por empresas
    multinacionales, cuyos objetivos, como es lógico y natural
    que ocurra, nada tienen que ver ni con los intereses generales,
    ni con el mejor uso de los recursos económicos, ni con la
    mejor forma de satisfacer las necesidades de los seres humanos.
    Casi la mitad del comercio mundial se desarrolla entre estas
    empresas y sólo quinientas de las más grandes
    dominan los dos tercios del mismo. Las quince principales generan
    un producto bruto
    superior al de ciento veinte países.

    Puede decirse sin exageración alguna que las
    normas
    mundiales existentes y el poder y descontrol efectivo en el que
    actúan estas empresas son los responsables directos de
    problemas como la desertización económica de muchos
    países, del deterioro ambiental, del incremento de las
    desigualdades, de la progresiva pérdida de competencia y
    eficiencia en
    los mercados y de las crisis de sobreproducción
    recurrentes en la economía mundial. Y justamente por ello
    entendemos que es imprescindible dar completamente la vuelta a la
    regulación actual del comercio internacional para impedir,
    en primer lugar, que las actuales estrategias de reforma se
    orienten, como pretende por ejemplo el AMI a pesar de todas sus
    vicisitudes, fortalecer el poder asimétrico de las
    naciones más ricas y de las empresas
    multinacionales.

    En concreto, proponemos nueve líneas de
    actuación que nos parecen los requisitos mínimos
    para frenar la dinámica de deterioro actual y para tratar
    de recobrar la pulsión productiva y las capacidades de
    desarrollo endógeno de todas las
    economías.

    • Creación de una autoridad
      comercial internacional formada por la participación
      democrática de todos los países, sin veto y con
      capacidad de decisión igualitaria.
    • Restricciones efectiva al comercio mundial que atenta
      a la conservación del medio
      ambiente mediante el establecimiento de ecotasas de
      ámbito internacional y de los movimientos comerciales
      que no impliquen un incremento efectivo del valor
      añadido mundial para evitar la especulación y la
      sobreproducción.
    • Potenciación de la producción
      autónoma de autosostenimiento y sostenible que responda
      al principio general de autodependencia frente a la estrategia
      actual de mundialización ajena a las necesidades de cada
      nación o región del
      planeta.
    • Creación de un Fondo Ecológico Mundial
      para el Desarrollo del Comercio que se financie mediante las
      reformas financieras ya aludidas y mediante impuestos
      establecidos sobre los cambios de divisas y
      las actividades de producción y consumo que impliquen un
      uso excesivo de recursos contaminantes.
    • Establecimiento de un Código Ético Mundial para el
      control de las empresas multinacionales que debe ser asumido
      por los gobiernos y las instituciones
      internacionales.
    • Establecimiento y salvaguarda a nivel mundial de
      políticas de precios de productos y
      materias primas que eviten el poder oligopólico de
      mercado de las grandes empresas y establecimiento de tasas a
      nivel mundial para gravar la actividad comercial que conculque
      la competencia.
    • Estrategias de modificación de las pautas de
      consumo que reviertan en un uso más equilibrado y
      sostenible de los recursos naturales y materiales y
      que limiten las estrategias comerciales basadas en el consumo
      compulsivo y en la dilapidación de recursos.
    • Finalmente, las instituciones mundiales deben
      establecer programas anuales de sostenimiento alimentario y del
      empleo que cuenten con recursos financieros y económicos
      necesarios y que constituyan una especie de agenda previa de
      las relaciones económicas internacionales.

    Una nueva forma de concebir la
    política macroeconómica y el papel de los
    gobiernos.

    Las políticas económicas bajo el
    neoliberalismo se están limitando a lograr el control de
    la inflación como casi único objetivo. Es la forma,
    en realidad, de lograr el control salarial para mejorar la
    retribución del capital, de mantener el valor de los
    activos en esta época de capitalismo rentista y reacio al
    riesgo, y, como efecto añadido, de disciplinar a los
    movimientos obreros provocando el desempleo de
    naturaleza política al que aludiera en su día
    Kalecki.

    Con esa naturaleza, no se ocupan sino de manejar
    variables nominales y de demonizar los déficits
    públicos mientras que renuncian explícitamente a
    convertirse en los timones que puedan compensar los vaivenes tan
    negativos que provoca la dinámica del mercado, así
    como a estimular la creación efectiva de riqueza,
    supeditada siempre a la ganancia especulativa vinculada al
    capital financiero.

    Frente a todo ello, es necesario contribuir a generar
    una nueva concepción de la política
    económica siempre que se quiera estimular la
    producción, generar riqueza y mejorar el grado de
    satisfacción de las necesidades humanas. Es un hecho
    inequívoco que dejar que el mercado se erija en el
    mecanismo regulador universal de los procesos económicos
    no puede llevar sino a la ineficiencia y a la crisis,
    además de a resultados estrictamente rechazables desde el
    punto de vista de la equidad,
    porque como muestra la teoría económica más
    elemental y corrobora la realidad actual, los mercados existentes
    son tremendamente imperfectos, poco competitivos y
    extraordinariamente asimétricos.

    Por ello, creemos que es necesario que los gobiernos
    estén en condiciones de retomar la iniciativa en el
    ámbito de la política económica y puedan
    adoptar decisiones en el contexto de una programación económica que contemple
    las necesidades reales de las naciones. En concreto, creemos que
    hay que luchar por conseguir que la intervención de los
    gobiernos en la actividad económica adquiera un
    protagonismo esencial y que esté vinculada a cuatro
    grandes principios.

    • El establecimiento de objetivos de política
      económica de carácter real, como el crecimiento
      económico sostenible y equilibrado, la igualdad y
      el empleo. Es preciso denunciar y combatir la creencia
      generalizada según la cual no hay más
      política económica posible que la que se vincula
      a la consecución de equilibrios entre las variables
      nominales y la que se limita a ponerse a disposición de
      los flujos internacionales de capital.
    • Para ello debemos contribuir a generar una nueva
      concepción de la propia actividad económica.
      Incluso los propios indicadores
      económicos que hoy día sirven de guión
      para la adopción
      de decisiones macroeconómicas no son sino puros
      instrumentos retóricos y a veces vacíos de
      contenido real. Es necesario, pues, avanzar en la
      conformación de baterías de indicadores que
      reflejen la situación real y cualitativa de la actividad
      económica, el desequilibrio ambiental que ésta
      genera, el bienestar humano real que proporciona, etc. para
      que, en definitiva, los límites de la actividad
      económica no los establezca la relación monetaria
      y para que la determinante de la política
      económica sea la calidad en lugar de la pura cantidad de
      producto nominalmente considerada.
    • No renunciamos, sino que entendemos que sigue siendo
      un reto inaplazable a la programación económica.
      Es un hecho real que todos los sujetos económicos
      programan y planifican el uso de sus recursos y debemos exigir
      que de igual manera actúen los gobiernos para que no se
      limiten a ser instancias pasivas frente al desorden del
      interés privado dominante. Es más,
      proponemos que sean instituciones de carácter
      internacional las que establezcan objetivos plurianuales de
      desarrollo económico a partir de indicadores de calidad
      y desarrollo humano para garantizar que los países y las
      zonas más empobrecidas del planeta estén en
      condiciones de disponer del impulso suficiente para que no
      terminen por ser de una manera definitiva una mera excrecencia
      en un mundo sometido al poder endiablado de los grandes poderes
      económicos y financieros.
    • En el contexto de una política
      económica de otra naturaleza, debe tener un papel de
      primera relevancia la protección social. No sólo
      porque hoy día es un imperativo ético
      irrenunciable el atender a las necesidades artificialmente
      insatisfechas de la inmensa mayoría de la
      población mundial, sino porque es un hecho igualmente
      fuera de controversia que las economías que han logrado
      más desarrollo y estabilidad económicos han sido
      las que han dispuesto de un sistema de protección social
      más avanzado.

    Ahora bien, somos plenamente conscientes de que proponer
    nuevos y más potentes papeles para la intervención
    del Estado debe llevar igualmente consigo propuestas que
    impliquen una radical transformación del concepto de lo
    público. No podemos dejar de ser conscientes del papel
    subsidiario y entorpecedor que la acción pública y
    la iniciativa colectiva tienen en el sistema capitalista.
    Precisamente por ello, más y más potentes funciones
    gubernamentales deben estar siempre acompañadas de
    más democracia, de
    más transparencia en la gestión y de la
    generación de contrapoderes cada vez más vigorosos
    para evitar la burocratización o el servilismo del
    gobierno.

    Desgraciadamente, confiar simplemente en que el Estado
    dispone de mecanismos autóctonos o intrínsecamente
    diferentes a los del mercado para modificar la pauta de
    distribución y de asignación se ha comprobado como
    ilusión demasiado cara. No puede tratarse tan sólo
    de alterar la dirección en los procesos de toma de
    decisiones sino de modificar la naturaleza misma de las
    instancias de decisión, como muestran, por ejemplo, las
    experiencias de presupuestos públicos participativos en
    Brasil o
    experiencias de esa misma naturaleza en otros lugares del
    mundo.

    Ética, progreso, gobernabilidad y
    contrapoder.

    Somos conscientes de que hoy día pensar en
    generar en alternativas económicas frente al liberalismo
    supone creer en que existen posibilidades de hacer frente a
    restricciones y barreras monumentales: poderes financieros
    vinculados además a la política y a la cultura,
    mundialización que debilita la capacidad de respuesta de
    los gobiernos en la hipótesis de que se plantearan dar giros a
    las políticas actuales, instituciones internacionales que
    actúan como verdaderos gendarmes ideológicos y como
    sostenedores de los intereses económicos dominantes,
    competitividad compulsiva en los mercados que no permite
    soluciones de desarrollo endógenos o extraordinaria
    debilidad de la actividad productiva real que dificulta la
    creación de intereses sociales con autonomía y
    capacidad de respuesta.

    Tratar de vencer esas resistencias es el reto de la
    izquierda y de los movimientos sociales que apuestan por un mundo
    que necesita ser de otra forma para que la inmensa mayoría
    de los seres humanos no diluciden su vida sino en términos
    de frustración, de necesidad o sencillamente de muerte.

    Queremos y necesitamos apostar por unas relaciones
    económicas diferentes y entendemos que ello requiere
    trabajar y desarrollar un pensamiento y una acción social
    nuevos que tengan en cuenta, al menos, cuatro grandes puntos de
    partida.

    En primer lugar, un abanico de valores y de
    imperativos morales diferentes. Una manera de enfrentarse al
    mundo distinta que crea en la necesidad del reparto equitativo,
    que asuma al ser humano y a las condiciones de su bienestar como
    ejes de las relaciones económicas y que someta la
    economía al ser humano en lugar de éste a los
    intereses económicos de minorías
    poderosas.

    En segundo lugar, un concepto de progreso social
    distinto al que hoy día es dominante y que se vincula
    solamente a la satisfacción material, a la ganancia y al
    lucro privado, a la falta de perspectiva temporal y a la
    dilapidación de la naturaleza. Debemos aprender y lograr
    que el ser humano domine al progreso, y no que un sentido
    compulsivo del mismo, medido sólo por la disponibilidad en
    abstracto de nuevos materiales, dilapide los recursos y se
    resuelva sólo en valores sobrantes a los que no accede la
    mayoría de la población mundial. El
    sobredimensionamiento tecnológico de nuestra época
    no puede hacernos sentir orgullosos, sino más bien todo lo
    contrario puesto que llega a ser tan ineficiente como la carencia
    de tecnología cuando el desarrollo técnico es
    asimétrico y no responde a más lógica que la
    de su propia reproducción, al margen de la pauta de
    necesidad social.

    En tercer lugar, hay que generar tendencias que frenen
    la tendencia actual a desinstitucionalizar las toma de
    decisiones, a provocar una mundialización que en realidad
    disipe los poderes más democráticos y las propias
    instancias de coordinación y control internacional, como
    de hecho viene ocurriendo. Las alternativas económicas al
    neoliberalismo requieren también gobernabilidad,
    democracia y poder compartido y por ello es necesario crear
    instituciones y democratizar las existentes para que tengan
    capacidad efectiva de resaltar de manera transparente y efectiva
    los intereses sociales.

    Finalmente, las alternativas al neoliberalismo que
    puedan ser eficaces y reales en el campo de las relaciones
    económicas precisan de un concepto del poder que la
    izquierda debe asumir y debe contribuir a difundir y a hacer
    efectivo. Las experiencias históricas nos vienen
    demostrando de manera palpable que no es suficiente la simple
    inversión en la detentación del poder, sino que es
    necesario que las nuevas alternativas se generen como resultado
    de auténticas experiencias de contrapoder de las que
    derive no sólo el nuevo impulso ético en que deben
    apoyarse las alternativas de bienestar humano que nos proponemos
    conquistar, sino también la rebeldía, la fuerza y
    la
    organización que pueden hacer que las propuestas y las
    experiencias realizadas sean irreversibles.

    Juan Torres López

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