- 1. La lógica
del capitalismo de nuestros días: el
neoliberalismo - 2. Las secuelas del
neoliberalismo - 3. Alternativas
económicas al neoliberalismo
1. La lógica
del capitalismo de
nuestros días: el neoliberalismo
Nuestro planeta vive una era de grandes transformaciones
que afectan, por igual, a las instituciones
políticas, a la estructura
económica y a la vida social en su conjunto, a los valores y
a las pautas de comportamiento
cotidianas de los individuos y de todos los grupos
sociales.
En el campo específico de la economía puede
percibirse muy claramente cuál es la lógica que
gobierna los procesos de
cambio que
vienen ocurriendo en nuestro mundo y cuya expresión
ideológica y política es el
neoliberalismo.
A partir de la aplicación generalizada de las
tecnologías de la información en el aparato productivo se ha
generado una serie de efectos en la estructura
productiva, en el uso de los factores y en los resultados de la
producción que comportan un espacio
económico radicalmente distinto al de la era industrial
precedente.
Se ha podido sustituir el régimen lineal de la
producción en masa por otro basado en la versatilidad, en
la automatización, en la
flexibilización y en la fragmentación. La nueva
base tecnológica facilita además el ahorro de mano
de obra y, fundamentalmente, procura una nueva forma de organizar
el trabajo. La
posibilidad de segmentar los procesos productivos permite que los
intensivos en trabajo y con
menor capacidad de generación de valor
añadido puedan desplazarse a espacios de salarios
más bajos o, simplemente, utilizar mano de obra local muy
descualificada y barata (como ocurre en el caso de los servicios),
mientras que en los procesos de alto componente de valor el
trabajo se transforma: requiere una mayor cualificación y
se presta en condiciones de alta versatilidad, autonomía y
codeterminación. Y al socaire de esas transformaciones han
aparecido, además, nuevos sectores, subsectores, ramas y
procesos con alta capacidad de generación de valor
añadido en virtud, exclusivamente, de su alto componente
informacional.
Por otro lado, la posibilidad de fragmentación,
la búsqueda permanente de economías de integración mejor que las de escala, la
universalidad de los medios de
tratamiento de la información y la homogeneización
y economía de códigos que permite la
producción pre‑programada y la multiplicación
de redes de comunicación modifican dos conceptos
básicos sobre los cuales se sostiene cualquier sistema
productivo: el tiempo y el
espacio. El primero deja de ser lineal en los nuevos procesos
productivos capitalistas, lo que obliga a hacer un uso de los
recursos
diferente al típico de los procesos industriales
tradicionales. La economía de procesos requiere nuevas
fórmulas de economías de tiempo, de manera que es
necesario replantear el uso de los factores (especialmente del
trabajo) que ahora pueden usarse en condiciones menos intensivas
pero mucho más eficientes. Por su lado, la lógica
del espacio se modifica igualmente de manera radical, saltan por
los aires las fronteras, la distancia deja de ser una
limitación y los procesos se convierten en redes
reticulares de base planetaria. El mundo como un todo es la nueva
base de operaciones de
los nuevos procesos productivos.
El cambio de la base tecnológica del sistema y la
conformación de todo un nuevo orden productivo
requería financiación privilegiada, la mayor
libertad de
actuación posible, nuevos espacios sociales de
relocalización, libertad de movimientos y, sobre todo, las
menores ataduras posibles con el régimen de uso de
factores hasta entonces existente.
En el norte, la generación de un nuevo orden
productivo, sostenido sobre la base de una tecnología cuya
principal característica es la versatilidad, la
fragmentabilidad y la extrema dispersibilidad no podía
llevarse a cabo bajo las restricciones típicas del
Estado
bienestarista, burocratizado y generador de un régimen
social al cual no se le pide otra contribución al orden
productivo que no sea el consenso y la disciplina
social. Y en los países del tercer mundo, se hacía
al mismo tiempo preciso que se desmantelaran todas las barreras
que podían impedir el uso de sus mercados de
trabajo como yacimientos de mano de obra barata, que sus recursos
se involucrasen de forma indeleble con la nueva lógica de
los flujos internacionales, que sus mercados de capital se
abrieran de par en par a las riadas de activos
financieros que el endeudamiento generalizado había ido
liberando y los de mercancías a la sobreproducción
del norte.
De ahí, que la generalización de los
nuevos espacios productivos, la incorporación de las
nuevas
tecnologías de la información y, en general, la
consolidación del nuevo régimen de
producción capitalista como el que estamos viviendo
demandara y demande la desaparición de restricciones al
intercambio, la mayor flexibilidad institucional, la plena
movilidad y, en fin, la consolidación de un único
espacio económico en donde capital y recursos puedan fluir
con la mayor libertad.
Todo ello iba a estar necesariamente acompañado
de una nueva forma de regular los macroprocesos.
La estrategia de
endeudamiento generalizado, la crisis de las
relaciones y de las instituciones monetarias internacionales, la
crisis industrial, la pérdida de consenso social, el
agotamiento de los mercados, fenómenos todos que
estallaron simultáneamente a lo largo de los años
ochenta hicieron inservibles los modelos de
regulación de tipo keynesiano de la época anterior,
al mismo tiempo que exigían nuevos principios y
nuevas estrategias de
regulación y de gobierno.
Se modifica así la lógica de la
intervención pública en la economía para
procurar el contexto que favorezca más fácilmente
el desarrollo de
los procesos de transformación. De ahí el cambio de
la estrategia fiscal, la
flexibilización de las relaciones
laborales, la desregulación, la reversión al
ámbito privado de actividades rentables bajo dominio
público, la modificación de marcos legales, etc.
Todo lo cual, que podría incluirse dentro de las que se
han denominado "políticas de ajuste" no va a significar
que el capital renuncie al impulso gubernamental en la
economía, sino que éste se lleve a cabo en otra
dirección, con otra ética, la
exclusiva del beneficio privado. Eso implica principalmente una
nueva pauta redistributiva, ahora desentendida del pacto de
rentas anterior, para poder
favorecer la recuperación del beneficio y de la inversión privada sobre los cuales se hace
descansar el impulso principal de la costosa reconversión
del aparato productivo.
La consecución de tales objetivos
requería también una regulación
macroeconómica más ágil, menos dependiente
de restricciones institucionales y centrada preferentemente en
los nuevos cuellos de botella de las economías: las
tensiones inflacionistas y la inestabilidad monetaria. Eso
permitió y justificó que la política
monetaria se convirtiese en el eje central de la política
económica de los gobiernos y que la estabilidad de
precios pasase
a constituir el objetivo
principal de la misma, desentendiéndose de cualquiera
otros que no fueran los puramente nominales.
Todos estos cambios se han llevado a cabo en un proceso de
permanente disipación de los límites
espaciales ha traído consigo la expansión de los
espacios de referencia y, muy en particular, de los espacios
nacionales. La supranacionalidad es ya una constante de los
flujos y de los procesos económicos, de manera que ninguno
de estos puede concebirse de manera independiente en el interior
de cualquier frontera, sino
que desaparecidas éstas ‑en cualesquiera que hayan
sido los niveles‑ la capacidad de decisión se
diluye, las variables de
los procesos concretos, regionales, por ejemplo, se multiplican y
la capacidad de operar se transforma en un ejercicio de
multideterminación, aunque no necesariamente de estrategia
compartida.
Por último, el nuevo orden tecnológico
consagra al sector de la
comunicación en uno de los pilares del orden social.
La industria
cultural, extraordinariamente diversificada y rentable, permite
la generación de códigos que pueden ser
transmitidos transversalmente y recibidos en cualquier lugar del
mundo. Se ha podido, así, homogeneizar las
categorías o las claves esenciales del pensamiento de
manera que, en cualquier lugar del mundo, se toman como
inexcusables las mismas referencias intelectuales:
mercado, competitividad, economía-mundo,
individualidad, tecnologización, constituyen los
códigos referenciales y omnipresentes de un nuevo lenguaje muy
distinto al de la época inmediatamente anterior (Estado,
solidaridad,
rentas, desarrollo…). Se trata del lenguaje homogéneo,
único, de una modernidad que se
vive en la "aldea global" y en cuya virtud se explica, se
racionaliza y se justifica, al mismo tiempo, el universo de la
producción y el microcosmos de la
individualidad.
No puede decirse que estas estrategias no hayan sido
exitosas. Todo lo contrario: han modificado adecuadamente el
tejido productivo para incorporar una nueva y necesaria forma de
producción y competencia en
los mercados, cada vez por cierto más imperfectos y
concentrados, que restaurase la tasa de beneficio, han logrado,
gracias a ello, restaurar la pauta distributiva a favor del
capital, han desarticulado suficientemente las capacidades de
respuesta social y de hecho han conseguido sobrada legitimación social y política. Es
más, muy posiblemente, su éxito
más notable ha consistido en generar una percepción
social de esas mismas políticas como algo ineluctable, de
manera que la idea de que "no hay alternativas", de que lo que se
hace es la "única política posible" o,
sencillamente, de que hemos llegado al "fin de la historia" constituyen hoy
día verdaderos presupuestos
de la acción
social.
2. Las secuelas del
neoliberalismo
A pesar del éxito de las políticas
neoliberales desde el punto de vista de recuperar el beneficio
capitalista, de establecer un nuevo orden productivo en donde la
explotación de los seres humanos y de los recursos
naturales se resuelve cada vez más favor de los
poderes financieros y de las grandes empresas
multinacionales, es una evidencia, sin embargo, que no son
capaces ni tan siquiera de gobernar el planeta respetando los
equilibrios sistémicos más elementales.
Como ha dicho Hinkelammert, vivimos la transición
desde un capitalismo con límites a un capitalismo sin
límites, que se cree autosuficiente y que ya parece no
tener enemigos ni internos ni externos. Pero esa
transición es en realidad un movimiento
hacia el desorden y hacia el desequilibrio en donde tan
sólo se salvaguarda la lógica de la ganancia. Es
una evidencia que la fragilidad del orden económico
establecido es creciente si atendemos a que los momentos de
crisis financieras y económicas son cada vez más
abundantes y recurrentes en los últimos años, como
consecuencia, por un lado, de la financierización de las
economías y, por otro, de la renuncia a ejecutar
políticas económicas y estrategias públicas
de intervención activa.
La hipertrofia de los flujos financieros constituye hoy
día el rasgo más determinante de la economía
mundial. A diferencia de lo que siempre había
considerado normal la teoría
económica más aceptada, los medios de pago y en
general los activos financieros de todo tipo se han multiplicado
de manera absolutamente desproporcionada respecto a los
movimientos de la economía real. Esos flujos, en
cantidades mucho mayores que las que pueden movilizar los propios
gobiernos para controlarlos, han llegado a conformar un espacio
privilegiado de ganancia, de forma que atraen irremisiblemente
recursos financieros, al mismo tiempo que desincentivan, dada la
rentabilidad
que pueden alcanzar y el riesgo no
demasiado alto que comportan, la aplicación de capitales
en las actividades directa y verdaderamente
productivas.
Dada la dinámica de inestabilidad y volatilidad que
le es irremediablemente consustancial y las secuelas de
endeudamiento, de incremento de la incertidumbre y de parasitismo
que conllevan, estos flujos prácticamente incontrolados no
pueden sino generar crisis de los mercados y sacudidas
financieras cuyas consecuencias últimas aún no se
han manifestado. Y todo ello se agrava siempre con la
aplicación de las políticas dimanantes del Fondo Monetario
Internacional que viene actuando como auténtica
expresión política de los grandes intereses
económicos y financieros en nuestra
época.
Por otro lado, la universalización del mercado
como mecanismo regulador privilegiado ha hecho que los gobiernos
renuncien de forma efectiva al uso de la política
macroeconómica como elemento de estabilización
discrecional y se limitan a vincularla al simple objetivo de
control de los
precios, tanto para justificar el control de los salarios como
para garantizar el valor de los activos en una época en
que el capitalismo se hace verdaderamente reacio al riesgo y se
convierte en rentista y parasitario. Eso impide que las
políticas públicas actúen como
amortiguadores en los momentos de recesión, que se hacen
cada vez más recurrentes, para convertirse,
paradójicamente, en un elemento galvanizador del propio
ciclo, contribuyendo a hacer más fuertes las recesiones y
más lentas y apuradas las fases de
expansión.
Y esta situación se agrava, además, porque
en un contexto de apertura y liberalización creciente de
los mercados los gobiernos disponen de cada vez menos capacidades
para efectuar políticas de carácter nacional que permitan resistir los
impactos externos fortaleciendo las resistencias
endógenas. En su lugar, la fuerza
coercitiva de la que disponen los organismos internacionales ha
impuesto a los
gobiernos la función de
debilitar las redes de asistencia social, por minúsculas
que fueran, para derivar recursos en apoyo del capital, la de
flexibilizar las relaciones laborales para que las empresas se
acomoden a las nuevas exigencias de los mercados y, en general,
la de abrir de par en par las economías al capital
extranjero.
Todo ello se suele justificar afirmando que el mundo
protagoniza un acelerado, afortunado y generalizado proceso de
globalización, en cuya virtud es necesario
renunciar por ya inútiles a las competencias
nacionales de los gobiernos en favor de un terreno de juego
internacional en donde apenas existen entonces trabas de
cualquier tipo para que los capitales, las mercancías y
los códigos culturales que le son propios se muevan en
completa libertad.
Pero, a pesar de que el término
globalización suele utilizarse para señalar el
signo principal de nuestra época, a poco que se contemple
con detenimiento la realidad de los intercambios internacionales
se puede comprobar hasta qué punto oculta realidades
contradictorios y falsificadas. A diferencia de lo que suele
afirmarse comúnmente, la evidencia empírica nos
muestra que el
régimen comercial de nuestros días no está
tan globalizado como se quiere hacer creer. Se olvida, por
ejemplo, que los países ricos han disminuido en los
últimos años el volumen de
importaciones
procedentes de países subdesarrollados respecto al
consumo
interno total o que no más del 1,2% del PIN de los
países de la OCDE proviene de países
subdesarrollados. Por otro lado, y a pesar del discurso
retórico prevaleciente, lo cierto es que se han
multiplicado las barreras al comercio, si
bien eso no ha sido tanto entre países como entre grandes
bloques. Ocurre, como han señalado Hirst y Thomson, por
ejemplo, que más que un verdadero proceso de
globalización, se ha generado una regionalización
del comercio y las inversiones
mundiales. En puridad, sólo los flujos de capital se
encuentran sometidos a un verdadero régimen de libertad,
pero ello, lejos de provocar tan efectos globales beneficiosos
constituye uno de los problemas
más graves que hoy padece la economía
mundial.
En puridad, detrás del concepto de
globalización se esconde una realidad polisémica y
tremendamente equívoca. En primer lugar, porque la
economía mundial no responde a la estructura
sistémica y globalmente integrada que se quiere dar a
entender cuando se habla de globalización. Nuestro planeta
refleja más bien a una realidad tripolar, porque lo que
realmente se articula y organiza en el centro son las tres
grandes potencias (EE.UU., Europa y Japón)
que ejercen el control compartido sobre la economía
mundial. Así lo muestra el hecho de que de ese 20%
más rico del planeta depende el 82'7% del PNB, el 81'2%
del comercio, el 80'5% del ahorro y el 80'6% de la
inversión, como ponía de manifiesto el Informe Sobre
Desarrollo
Humano de 1998, o el 86% del consumo privado
mundial.
En segundo lugar, porque el llamado Tercer Mundo se
enfrenta a una creciente fragmentación y heterogeneidad.
Sólo una pequeña parte, y hoy día en crisis,
de la periferia se ha industrializado, mientras que su mayor
parte, más pobre y deprimida, se "desconecta"
progresivamente de los centros de gravedad de las relaciones
económicas, convirtiéndose en un "Cuarto Mundo"
sometido a conflictos
armados y hambrunas sistemáticas. En tercer lugar, no
puede dejarse de considerar que, a diferencia de lo que afirma la
retórica neoliberal, el rasgo principal del actual orden
económico no es el de la integración progresiva en
los ámbitos globalizados sino, por el contrario, la
existencia de fuerzas centrífugas que se manifiestan
explícita e inequívocamente en el incremento de las
desigualdades y de la exclusión de todo tipo. Simplemente,
no es verdad que la "globalización" constituya un proceso
integrador y que abarque al conjunto de las relaciones
económicas, sino que esencialmente sólo tiene que
ver con el dominio del capital financiero, de los recursos
tecnológicos y de la producción cultural y que en
realidad se manifiesta como un vector desintegrador de la
economía y de la sociedad
mundial en su conjunto.
En definitiva, y a diferencia de la connotación
de progreso y modernidad que el discurso neoliberal quiere
asociar al fenómeno de progresiva liberalización
capitalista, lo que está ocurriendo sencillamente es que
aumenta cada vez más la explotación, un
término al que ni queremos ni podemos renunciar en nuestro
mundo. En nuestros días, y precisamente bajo la vigencia
del neoliberalismo, la transferencia global de riqueza desde el
trabajo al capital, desde las periferias hacia el centro y desde
los grupos de
población más pobres hacia los
más favorecidos alcanza montantes gigantescos y
desconocidos en otras etapas históricas, tal y como vienen
denunciando los informes
más solventes sobre la distribución de los ingresos y la
riqueza en nuestro mundo.
En cualquier caso, la aplicación de las
políticas neoliberales no se ha traducido tan sólo
en una gestión
macroeconómica que propicia las crisis recurrentes y que
hace cada vez más vulnerables a los grupos de
población o a las naciones más pobres.
Además, ha fortalecido el uso asimétrico de los
recursos tecnológicos, lo que hace aumentar
estrepitosamente las diferencias entre las naciones y los grupos
sociales a la hora de acceder a las plataformas de las que
depende la emancipación y el desarrollo económicos;
ha dado lugar a una verdadera degeneración del trabajo
humano, primero desencadenando niveles de paro
generalizados y luego precarizando el empleo, de
manera que éste se desvincula cada vez más del
concepto de satisfacción para convertirse en una
expresión extrema de la alienación y la
frustración personal y
económica. Y esto, muy particularmente en el caso de
la mujer, que
puede muy bien considerarse como la que ha sufrido en mucha mayor
medida los fenómenos de la desregulación laboral, del
trabajo precario, de la urbanización compulsiva, de la
desprotección y, en fin, de la explotación
exacerbada de nuestros días. Por otro lado, y como es bien
sabido, la disponibilidad de una nueva base tecnológica no
ha repercutido sustancialmente en un mayor equilibrio
ambiental, sino que el fortalecimiento de la dinámica de
mercado ha provocado un uso mucho más "liberal" de los
recursos naturales, lo que equivale a decir que se intensifica su
uso y se está más lejos de respetar su obligada
restricción sistémica que sólo puede
lograrse a través de una regulación estricta de su
uso.
Estas secuelas del neoliberalismo reflejan la otra cara
de un mundo en aparente estado de progreso vertiginoso. Se trata
de tensiones inmanentes a las lógicas productivas
dominantes y a las que habría que añadir otros
fenómenos no estrictamente económicos pero de
indudable influencia sobre la actividad productiva y sobre el
bienestar socioeconómico, como la pérdida de
calidad de las
democracias, la emergencia de nuevos e indeseables poderes, la
ausencia de mecanismos internacionales de control, el deterioro
educacional en todos los países del mundo o la creciente
fragilidad de las instituciones básicas para la
convivencia social. Por eso puede decirse que el neoliberalismo
no es sólo una coyuntura en la historia del capitalismo
sino que es la expresión de que éste ha logrado
convertirse en una lógica global de civilización. Y
por eso la lucha misma contra el neoliberalismo es una lucha
intrínsecamente emancipadora que no puede resolverse sino
en una nueva civilización de paz, de reparto igualitario y
de sostenibilidad medioambiental.
3. Alternativas económicas al
neoliberalismo
La situación actual de nuestro planeta no puede
ser más paradójica y, al mismo tiempo,
dramática. Todos los poderes reales del mundo asumen con
cohesión y fortaleza una doctrina y un conjunto de
estrategias que se presumen ya indeclinables, que se aplican sin
conmiseración en todos los rincones del planeta y cuyos
resultados extraordinariamente favorables para el capital, para
las grandes empresas y para las minorías satisfechas se
dan como igualmente inapelables para el resto de la Humanidad
que, sin embargo, se enfrenta a la vida y a la
satisfacción de sus necesidades en condiciones mucho
peores que las que tenía hace muy pocos
años.
El neoliberalismo ha logrado que ni tan siquiera se
pongan en cuestión principios de organización económica que no son
sino elecciones históricas y muy desfavorables para la
mayoría del género
humano. El orden al que ha logrado dar lugar con evidente
éxito se concibe ya como el orden inmutable, se mira a
otro lado cuando se muestran sus bases endebles y su
funcionamiento imperfecto y se ahogan las voces de quienes
reclaman una ética del reparto basada en la justicia y la
solidaridad que no puede satisfacer la lógica tan
imperfecta y egoísta que hoy día se instaura como
regidora de los destinos humanos.
También en el seno de la propia izquierda se ha
declinado demasiadas veces. Muchos movimientos son presa de la
impotencia, de la frustración y de la tentación de
un pragmatismo
que se concibe como una posibilidad de tener alguna opción
en el gobiernos de los asuntos públicos y sociales. Frente
a esta actitud, que
no suele llevar sino a más frustración, a
más impotencia y a una gestión, cuando se realiza,
verdaderamente indiferente para los intereses populares,
entendemos que es preciso levantar una vez más un
pensamiento de cambio radical y adecuado a las circunstancias de
nuestra época. Creemos en el ser humano y creemos en su
capacidad para plantear y resolver el problema de utilizar los
recursos económicos de una manera diferente, más
justa, más solidaria y más respetuosa con las
leyes de la
naturaleza de
las que depende nuestra propia supervivencia como
especie.
Pero no se trata tan sólo de decir que queremos
un mundo diferente, como efectivamente deseamos, ni de limitarnos
a desear simplemente que nuestro planeta y nuestras sociedades se
pongan patas arriba, como en realidad queremos, para que los
más pobres y desfavorecidos sean también los
dueños efectivos de sus destinos. Estamos convencidos de
que la Humanidad puede ser así de distinta si es capaz de
dar respuestas inmediatas a las formas en que la economía
y la sociedad se enfrenta ahora mismo a los problemas, si es
capaz de involucrar en esas propuestas a la inmensa variedad de
movimientos sociales liberadores y si en esos procesos se gesta
una ética y una moral
colectiva diferentes que cemente las relaciones
humanas en torno a objetivos
no sólo más humanamente satisfactorios sino incluso
social y económicamente más eficientes,
además de más democráticos y verdaderamente
libertarios.
En el campo específico de los asuntos
económicos creemos que hay que establecer una serie de
principios y asumir una serie de estrategias y propuestas que en
estos mismos momentos constituyen la única respuesta
posible al actual desorden económico internacional si es
que se quiere modificar la pauta de inestabilidad, desigualdad e
inestabilidad que padecemos, si es que queremos superar las
secuelas indudables del neoliberalismo y abrir las puertas,
siquiera sea mínima y tímidamente, a soluciones que
no sigan empeorando la situación vital de la inmensa
mayoría de la Humanidad.
Reorganización de las finanzas y del
comercio internacionales.
En primer lugar entendemos que hay que hacer frente a la
situación de no sistema en el que se desenvuelven las
finanzas
internacionales. Hay que decirlo muy claramente: nuestro
mundo va sencillamente al desastre si los recursos financieros
que son necesarios para que la maquinaria económica
funcione y ponga en uso los recursos productivos se dedican
privilegiadamente, como ahora, a la especulación y a la
ganancia improductiva. Los propios organismos internacionales
capitalistas son ya conscientes del peligro que implican estos
capitales que se mueven en oleadas de inestabilidad y crisis,
pero no basta, como se quiere plantear, con generar defensas
pasivas frente a ellos, pues serán a la postre
sencillamente inútiles; ni es suficiente con
modificaciones de diseño
formal en la arquitectura
financiera mundial; ni pueden hacerse depender las soluciones de
las actuales instituciones, como el FMI, pues ellas
mismas son una buena parte del problema que se debe
resolver.
Creemos que hay que asumir un compromiso planetario para
doblegar a la especulación financiera y a los movimientos
erráticos de capital desvinculados de la actividad real de
creación de riqueza. Es necesario poner fin a la
economía de casino en que se ha convertido el capitalismo
de nuestra época y vincular los flujos financieros a los
movimientos reales de la economía y para ello es un
requisito esencial forzar que los intermediarios financieros
realicen una función diferente a la que han asumido,
gracias a su poder desmesurado, en la economía de nuestra
época.
En particular, proponemos cuatro grandes principios que
entendemos que pueden hacer frente a la situación
financiera actual y a sus efectos perversos y tan desfavorables
para los países y los sectores sociales más
desfavorecidos.
– El establecimiento de una nueva arquitectura
financiera internacional basada en la asunción de reglas
imperativas para todos los gobiernos y actores financieros, en la
creación de una institución mundial
democrática y no sometida a veto que evite la
desinstitucionalización y privatización actuales y en la
supeditación de los movimientos y relaciones financieras a
programas de
desarrollo
económico internacional asumidos y salvaguardados de
estas nuevas instituciones. En concreto,
desde instituciones de esta naturaleza deben establecerse
regímenes de tipos de cambio concebidos para facilitar el
intercambio y el desarrollo económico nacional y expeditos
de las operaciones destinadas tan sólo a alterar sus
paridades con carácter especulativo.
– Para ello es igualmente imprescindible que los
gobiernos, bajo la cobertura de las reglas y las instituciones
anteriores y en el contexto regional en el que libremente decidan
reorganizar sus economías, recobren su capacidad de
maniobra en política
financiera para que descanse sobre ellos la capacidad
última de decisión sobre los intereses
económicos de la población. Y ello obliga a
garantizar la existencia de un potente sector financiero
público en cada país que actúe en coordinación con las instancias
supranacionales y sea la fuente principal de financiamiento
de la actividad económica productiva.
– Un principio esencial de una nueva forma de organizar
las finanzas internacionales descansará sobre el control
de los movimientos de capital, en particular los que se
desenvuelven a corto plazo. Para ello se deben establecer
regímenes impositivos de cobertura mundial y un sistema de
restricciones que impida que su aplicación se dirija a la
simples operaciones especulativas mediante el establecimientos de
condiciones rígidas a la inversión y a su
desplazamiento.
– En dicho contexto, debe establecerse un sistema de
financiación internacional, generado mediante
contribución de los gobiernos y mediante la
aplicación de impuestos
internacionales sobre las ganancias privadas de operaciones de
comercio
internacional que persiga como objetivos esenciales: la
redistribución de la riqueza mundial, el resarcimiento a
los países empobrecidos, en particular,
exonerándolos definitivamente de la deuda actual y
proporcionándoles acceso a fuentes
exógenas de financiación que no vulneren su
independencia,
el reequilibrio de la economía mundial mediante
estrategias de compensación y reversión de fondos y
activos, y la regeneración de la base productiva de las
naciones como base principal del desarrollo económico
mundial.
Somos conscientes de que principios de esta naturaleza
no son sino medidas tendentes a evitar los efectos más
dañinos del actual régimen de relaciones
financieras internacionales y que de hecho no socaban
sustancialmente la estructura profunda del régimen
capitalista. Somos conscientes, de hecho, y no renunciamos a
afirmarlo, que creemos que una sociedad justa y mucho más
eficiente desde el punto de vista de los intereses sociales no
puede consentir que los recursos financieros más
estratégicos queden en manos, como ocurre, de cada vez
menos centros de poder y menos propietarios con capacidad de
decisión. Apostamos por un futuro en el que la Humanidad
como un todo sea la dueña de los recursos que sea capaz de
generar, pero precisamente por ello creemos que es ineludible dar
respuestas a la situación inmediata e intervenir en los
debates actuales y movilizar a los sectores sociales por la
asunción de principios como estos que, aunque de
apariencia claramente reformista, implican asumir una
ética del reparto y de las relaciones económicas
completamente distinta.
Por otro lado, y como una problemática
intrínsecamente vinculada a la anterior, creemos que es
imprescindible modificar el régimen que hoy día
gobierna las relaciones comerciales internacionales, a nuestro
modo de ver, profundamente injusto por desigual y
discriminatorio, y en realidad profundamente ineficaz y poco
respetuoso con la libertad de las naciones.
Téngase en cuenta que hoy día el 70 por
cien del comercio mundial está controlado por empresas
multinacionales, cuyos objetivos, como es lógico y natural
que ocurra, nada tienen que ver ni con los intereses generales,
ni con el mejor uso de los recursos económicos, ni con la
mejor forma de satisfacer las necesidades de los seres humanos.
Casi la mitad del comercio mundial se desarrolla entre estas
empresas y sólo quinientas de las más grandes
dominan los dos tercios del mismo. Las quince principales generan
un producto bruto
superior al de ciento veinte países.
Puede decirse sin exageración alguna que las
normas
mundiales existentes y el poder y descontrol efectivo en el que
actúan estas empresas son los responsables directos de
problemas como la desertización económica de muchos
países, del deterioro ambiental, del incremento de las
desigualdades, de la progresiva pérdida de competencia y
eficiencia en
los mercados y de las crisis de sobreproducción
recurrentes en la economía mundial. Y justamente por ello
entendemos que es imprescindible dar completamente la vuelta a la
regulación actual del comercio internacional para impedir,
en primer lugar, que las actuales estrategias de reforma se
orienten, como pretende por ejemplo el AMI a pesar de todas sus
vicisitudes, fortalecer el poder asimétrico de las
naciones más ricas y de las empresas
multinacionales.
En concreto, proponemos nueve líneas de
actuación que nos parecen los requisitos mínimos
para frenar la dinámica de deterioro actual y para tratar
de recobrar la pulsión productiva y las capacidades de
desarrollo endógeno de todas las
economías.
- Creación de una autoridad
comercial internacional formada por la participación
democrática de todos los países, sin veto y con
capacidad de decisión igualitaria. - Restricciones efectiva al comercio mundial que atenta
a la conservación del medio
ambiente mediante el establecimiento de ecotasas de
ámbito internacional y de los movimientos comerciales
que no impliquen un incremento efectivo del valor
añadido mundial para evitar la especulación y la
sobreproducción. - Potenciación de la producción
autónoma de autosostenimiento y sostenible que responda
al principio general de autodependencia frente a la estrategia
actual de mundialización ajena a las necesidades de cada
nación o región del
planeta. - Creación de un Fondo Ecológico Mundial
para el Desarrollo del Comercio que se financie mediante las
reformas financieras ya aludidas y mediante impuestos
establecidos sobre los cambios de divisas y
las actividades de producción y consumo que impliquen un
uso excesivo de recursos contaminantes. - Establecimiento de un Código Ético Mundial para el
control de las empresas multinacionales que debe ser asumido
por los gobiernos y las instituciones
internacionales. - Establecimiento y salvaguarda a nivel mundial de
políticas de precios de productos y
materias primas que eviten el poder oligopólico de
mercado de las grandes empresas y establecimiento de tasas a
nivel mundial para gravar la actividad comercial que conculque
la competencia. - Estrategias de modificación de las pautas de
consumo que reviertan en un uso más equilibrado y
sostenible de los recursos naturales y materiales y
que limiten las estrategias comerciales basadas en el consumo
compulsivo y en la dilapidación de recursos. - Finalmente, las instituciones mundiales deben
establecer programas anuales de sostenimiento alimentario y del
empleo que cuenten con recursos financieros y económicos
necesarios y que constituyan una especie de agenda previa de
las relaciones económicas internacionales.
Una nueva forma de concebir la
política macroeconómica y el papel de los
gobiernos.
Las políticas económicas bajo el
neoliberalismo se están limitando a lograr el control de
la inflación como casi único objetivo. Es la forma,
en realidad, de lograr el control salarial para mejorar la
retribución del capital, de mantener el valor de los
activos en esta época de capitalismo rentista y reacio al
riesgo, y, como efecto añadido, de disciplinar a los
movimientos obreros provocando el desempleo de
naturaleza política al que aludiera en su día
Kalecki.
Con esa naturaleza, no se ocupan sino de manejar
variables nominales y de demonizar los déficits
públicos mientras que renuncian explícitamente a
convertirse en los timones que puedan compensar los vaivenes tan
negativos que provoca la dinámica del mercado, así
como a estimular la creación efectiva de riqueza,
supeditada siempre a la ganancia especulativa vinculada al
capital financiero.
Frente a todo ello, es necesario contribuir a generar
una nueva concepción de la política
económica siempre que se quiera estimular la
producción, generar riqueza y mejorar el grado de
satisfacción de las necesidades humanas. Es un hecho
inequívoco que dejar que el mercado se erija en el
mecanismo regulador universal de los procesos económicos
no puede llevar sino a la ineficiencia y a la crisis,
además de a resultados estrictamente rechazables desde el
punto de vista de la equidad,
porque como muestra la teoría económica más
elemental y corrobora la realidad actual, los mercados existentes
son tremendamente imperfectos, poco competitivos y
extraordinariamente asimétricos.
Por ello, creemos que es necesario que los gobiernos
estén en condiciones de retomar la iniciativa en el
ámbito de la política económica y puedan
adoptar decisiones en el contexto de una programación económica que contemple
las necesidades reales de las naciones. En concreto, creemos que
hay que luchar por conseguir que la intervención de los
gobiernos en la actividad económica adquiera un
protagonismo esencial y que esté vinculada a cuatro
grandes principios.
- El establecimiento de objetivos de política
económica de carácter real, como el crecimiento
económico sostenible y equilibrado, la igualdad y
el empleo. Es preciso denunciar y combatir la creencia
generalizada según la cual no hay más
política económica posible que la que se vincula
a la consecución de equilibrios entre las variables
nominales y la que se limita a ponerse a disposición de
los flujos internacionales de capital. - Para ello debemos contribuir a generar una nueva
concepción de la propia actividad económica.
Incluso los propios indicadores
económicos que hoy día sirven de guión
para la adopción
de decisiones macroeconómicas no son sino puros
instrumentos retóricos y a veces vacíos de
contenido real. Es necesario, pues, avanzar en la
conformación de baterías de indicadores que
reflejen la situación real y cualitativa de la actividad
económica, el desequilibrio ambiental que ésta
genera, el bienestar humano real que proporciona, etc. para
que, en definitiva, los límites de la actividad
económica no los establezca la relación monetaria
y para que la determinante de la política
económica sea la calidad en lugar de la pura cantidad de
producto nominalmente considerada. - No renunciamos, sino que entendemos que sigue siendo
un reto inaplazable a la programación económica.
Es un hecho real que todos los sujetos económicos
programan y planifican el uso de sus recursos y debemos exigir
que de igual manera actúen los gobiernos para que no se
limiten a ser instancias pasivas frente al desorden del
interés privado dominante. Es más,
proponemos que sean instituciones de carácter
internacional las que establezcan objetivos plurianuales de
desarrollo económico a partir de indicadores de calidad
y desarrollo humano para garantizar que los países y las
zonas más empobrecidas del planeta estén en
condiciones de disponer del impulso suficiente para que no
terminen por ser de una manera definitiva una mera excrecencia
en un mundo sometido al poder endiablado de los grandes poderes
económicos y financieros. - En el contexto de una política
económica de otra naturaleza, debe tener un papel de
primera relevancia la protección social. No sólo
porque hoy día es un imperativo ético
irrenunciable el atender a las necesidades artificialmente
insatisfechas de la inmensa mayoría de la
población mundial, sino porque es un hecho igualmente
fuera de controversia que las economías que han logrado
más desarrollo y estabilidad económicos han sido
las que han dispuesto de un sistema de protección social
más avanzado.
Ahora bien, somos plenamente conscientes de que proponer
nuevos y más potentes papeles para la intervención
del Estado debe llevar igualmente consigo propuestas que
impliquen una radical transformación del concepto de lo
público. No podemos dejar de ser conscientes del papel
subsidiario y entorpecedor que la acción pública y
la iniciativa colectiva tienen en el sistema capitalista.
Precisamente por ello, más y más potentes funciones
gubernamentales deben estar siempre acompañadas de
más democracia, de
más transparencia en la gestión y de la
generación de contrapoderes cada vez más vigorosos
para evitar la burocratización o el servilismo del
gobierno.
Desgraciadamente, confiar simplemente en que el Estado
dispone de mecanismos autóctonos o intrínsecamente
diferentes a los del mercado para modificar la pauta de
distribución y de asignación se ha comprobado como
ilusión demasiado cara. No puede tratarse tan sólo
de alterar la dirección en los procesos de toma de
decisiones sino de modificar la naturaleza misma de las
instancias de decisión, como muestran, por ejemplo, las
experiencias de presupuestos públicos participativos en
Brasil o
experiencias de esa misma naturaleza en otros lugares del
mundo.
Ética, progreso, gobernabilidad y
contrapoder.
Somos conscientes de que hoy día pensar en
generar en alternativas económicas frente al liberalismo
supone creer en que existen posibilidades de hacer frente a
restricciones y barreras monumentales: poderes financieros
vinculados además a la política y a la cultura,
mundialización que debilita la capacidad de respuesta de
los gobiernos en la hipótesis de que se plantearan dar giros a
las políticas actuales, instituciones internacionales que
actúan como verdaderos gendarmes ideológicos y como
sostenedores de los intereses económicos dominantes,
competitividad compulsiva en los mercados que no permite
soluciones de desarrollo endógenos o extraordinaria
debilidad de la actividad productiva real que dificulta la
creación de intereses sociales con autonomía y
capacidad de respuesta.
Tratar de vencer esas resistencias es el reto de la
izquierda y de los movimientos sociales que apuestan por un mundo
que necesita ser de otra forma para que la inmensa mayoría
de los seres humanos no diluciden su vida sino en términos
de frustración, de necesidad o sencillamente de muerte.
Queremos y necesitamos apostar por unas relaciones
económicas diferentes y entendemos que ello requiere
trabajar y desarrollar un pensamiento y una acción social
nuevos que tengan en cuenta, al menos, cuatro grandes puntos de
partida.
En primer lugar, un abanico de valores y de
imperativos morales diferentes. Una manera de enfrentarse al
mundo distinta que crea en la necesidad del reparto equitativo,
que asuma al ser humano y a las condiciones de su bienestar como
ejes de las relaciones económicas y que someta la
economía al ser humano en lugar de éste a los
intereses económicos de minorías
poderosas.
En segundo lugar, un concepto de progreso social
distinto al que hoy día es dominante y que se vincula
solamente a la satisfacción material, a la ganancia y al
lucro privado, a la falta de perspectiva temporal y a la
dilapidación de la naturaleza. Debemos aprender y lograr
que el ser humano domine al progreso, y no que un sentido
compulsivo del mismo, medido sólo por la disponibilidad en
abstracto de nuevos materiales, dilapide los recursos y se
resuelva sólo en valores sobrantes a los que no accede la
mayoría de la población mundial. El
sobredimensionamiento tecnológico de nuestra época
no puede hacernos sentir orgullosos, sino más bien todo lo
contrario puesto que llega a ser tan ineficiente como la carencia
de tecnología cuando el desarrollo técnico es
asimétrico y no responde a más lógica que la
de su propia reproducción, al margen de la pauta de
necesidad social.
En tercer lugar, hay que generar tendencias que frenen
la tendencia actual a desinstitucionalizar las toma de
decisiones, a provocar una mundialización que en realidad
disipe los poderes más democráticos y las propias
instancias de coordinación y control internacional, como
de hecho viene ocurriendo. Las alternativas económicas al
neoliberalismo requieren también gobernabilidad,
democracia y poder compartido y por ello es necesario crear
instituciones y democratizar las existentes para que tengan
capacidad efectiva de resaltar de manera transparente y efectiva
los intereses sociales.
Finalmente, las alternativas al neoliberalismo que
puedan ser eficaces y reales en el campo de las relaciones
económicas precisan de un concepto del poder que la
izquierda debe asumir y debe contribuir a difundir y a hacer
efectivo. Las experiencias históricas nos vienen
demostrando de manera palpable que no es suficiente la simple
inversión en la detentación del poder, sino que es
necesario que las nuevas alternativas se generen como resultado
de auténticas experiencias de contrapoder de las que
derive no sólo el nuevo impulso ético en que deben
apoyarse las alternativas de bienestar humano que nos proponemos
conquistar, sino también la rebeldía, la fuerza y
la
organización que pueden hacer que las propuestas y las
experiencias realizadas sean irreversibles.
Juan Torres López