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Regulación macroeconomica en la democracia: ¿Se justifica renunciar a gobernar?




Enviado por juantorres@uma.es



    Supongamos que el hace poco elegido presidente de
    Brasil
    entiende que el gran potencial industrial de su país
    podría ser el factor sobre el que basar un incremento
    paulatino de la actividad económica. Gracias a ese
    desarrollo de
    sus recursos
    endógenos se podría aspirar a elevar la renta y el
    empleo que
    permitirían dinamizar su mercado interno e
    impulsar la inserción más favorable de su economía en los
    mercados
    internacionales.

    En realidad, no se trataría de ninguna
    ambición irrealista o desmesurada pues la dimensión
    del país, su producción potencial y la naturaleza y
    cantidad de sus recursos endógenos son equivalentes a las
    de cualquier otro de los que han recurrido a lo largo de la
    historia a ese
    tipo de estrategias para
    conseguir esos objetivos.

    Sin embargo, es muy posible que ese presidente se
    encontrase con algunos problemas
    previos que debería resolver. Posiblemente, la
    cotización de su moneda no fuese la más adecuada
    para favorecer los intereses de su actividad productiva,
    sencillamente por la razón de que está determinada
    por la generalizada práctica especulativa que hoy
    día gobierna todos los mercados de divisas y ajena a
    la lógica
    de la producción y la creación de riqueza que
    sería la que tendería a favorecer más
    fácilmente las estrategias de desarrollo
    económico. Igualmente, quizá ocurriría
    que sus empresas con
    mayor capacidad de ser competitivas se encontraran con la
    dificultad de no disponer del capital
    público de apoyo con el que se cuenta en los lugares del
    mundo más avanzado desde donde operan sus principales
    competidoras. Y muy seguramente los tipos de interés
    prevalecientes allí serían muy elevados, pues los
    gobiernos anteriores no habrían tenido otra forma de
    atraer los capitales, teniendo en cuenta que ese país se
    inserta en un régimen generalizado de plena libertad de
    movimientos de capital y que éstos acuden sólo
    allí donde la retribución es suficientemente
    atractiva.

    ¿Qué se podría hacer entonces?
    ¿Qué medidas podría impulsar su gobierno para
    estimular la economía, para lograr que se produjera en su
    país acumulación de capital suficiente y que
    revirtiera en la generación de rentas y empleo en su
    propio territorio?

    Desde el punto de vista de la regulación
    macroeconómica, es decir, del gobierno de las grandes
    magnitudes económicas, la respuesta es que casi nada. O,
    al menos, apenas nada diferente de lo que pudiera hacer otro
    gobierno, aunque tuviera perspectivas ideol´gicas o
    políticas diferentes.

    Si el gobierno se planteara, por ejemplo, un programa de
    incremento sustancial del gasto
    público para tratar de evitar que su economía
    siguiera languideciendo en unos momentos recesivos (como ha hecho
    el gobierno de Estados Unidos
    recientemente) enseguida las autoridades de los organismos
    internacionales, los grandes medios de
    comunicación y los economistas más reputados
    que contribuyen a crear opinión publicada, le
    reconvendrían señalando que el gobierno
    actúa sin la necesaria disciplina
    financiera, que eso iba a provocar la "expulsión" de la
    inversión privada, la subida de los tipos
    de interés que encarecería la inversión
    privada o la apreciación excesiva de su moneda y, en fin,
    que iba a provocar más inflación y menos crecimiento
    económico. Se diría probablemente que a la
    postre los mercados "sancionarían" a ese
    país.

    Si tratase de impulsar una rebaja de los tipos de
    interés para facilitar la expansión del crédito, suponiendo que esto estuviera a su
    alcance, lo que no es seguro pues el
    banco central
    estaría normalmente operando en condiciones de independencia
    y centrado en contener los precios
    manteniendo para ello restricción monetaria,
    provocaría sin duda una salida inmediata de capitales
    hacia otros lugares donde estuvieran mejor
    retribuidos.

    En fin, si se planteara devaluar su moneda para hacer
    más competitiva a su industria
    estaría dando indicaciones a los cientos de especuladores
    que actúan cada segundo en los mercados internacionales de
    divisas buscando movimientos al alza o la baja que puedan generar
    rendimiento. Con toda probabilidad, la
    moneda de ese país sería objeto de tensiones
    especulativas que tarde o temprano desencadenarían una
    inestabilidad permanente y quizá un quebranto definitivo
    en su cotización. Antes de que llegara a producirse, los
    organismos internacionales con verdadero poder de
    decisión habrían actuado con toda seguridad para
    echar por tierra
    pretensiones de esta naturaleza en nombre de la disciplina que
    "exigen" los mercados y para salvaguardar el sistema de
    libre comercio
    que se encargan de hacer prevalecer.

    Lo que le ocurriría a ese país, como a
    cualquier otro quizá con la sola y limitada
    excepción de Estados Unidos, es que en realidad no dispone
    de instrumentos para regular con cierta autonomía su
    equilibrio
    macroeconómico, que ha perdido la capacidad de maniobra en
    el ámbito macroeconómico, lo que, parafraseando a
    Foucoult, equivale a decir que ese país no puede "conducir
    (se), gobernar (se)"[1], es decir, que, desde el punto de vista
    macroeconómico, está a la deriva.

    En esta ponencia trataré de analizar las causas
    que han dado lugar a esta situación que ata de pies y
    manos a los gobiernos, la naturaleza de las razones que se aducen
    para justificarla, los efectos que produce y si realmente es
    inevitable y ya irreversible que eso ocurra.


    1. ¿Qué ha
    cambiado en la
    macroeconomía?

    La idea más generalizada hoy día, como
    dice Manfred Gärtner[2], es que los gobiernos
    democráticos y los bancos centrales
    con preferencias representativas tienden a generar ineficiencia y
    altas tasas de inflación y, por otro lado, que la política
    fiscal no sólo no está en condiciones de
    aumentar el papel o de reemplazar a la política monetaria
    para manejar la demanda agregada,
    incluso en ciertas condiciones que le pudieran ser favorables,
    sino que se considera además que sólo
    ocasionaría distorsiones a largo plazo sobre la
    acumulación y la distribución.

    Se trata, pues, de un estado de
    opinión que prácticamente implica asumir que los
    mecanismos o instrumentos que se pueden utilizar y que se
    venían utilizando para corregir los desequilibrios
    macroeconómicos, la llamada política coyuntural o
    política mixta, formada por las intervenciones fiscales o
    monetarias, son rechazables y que su uso está
    prácticamente erradicado o limitado a condiciones y
    circunstancias extraordinarias o excepcionales y, en alguna de
    sus manifestaciones, incluso ni a estas
    últimas[3].

    Este cambio
    profundo en la manera de pensar está acompañado
    lógicamente de una modificación en las pautas de
    intervención de los gobiernos.

    Desde el punto de vista del análisis económico se trata de una
    inversión radical de los puntos de vista y de las hipótesis metodológicas más
    aceptadas en los últimos decenios. De hecho, casi se ha
    dejado de hacer macroeconomía convencional porque el
    interés de los teóricos se centra ahora en lo que
    se conoce como microfundamentación de la
    macroeconomía que implica básicamente tres nuevos
    postulados principales:

    – El análisis como fenómenos de naturaleza
    individual de los que hasta ahora se consideraban como de
    carácter agregado.

    – La consideración de los problemas que expresan
    elecciones discrecionales de los gobiernos o de otros grupos
    sociales como problemas que se reducen al comportamiento
    del llamado agente representativo, aquel cuyas elecciones tienen
    la fantástica propiedad de
    representar los intereses de toda la sociedad.

    – La traslación de los automatismos de mercado
    también al ámbito del comportamiento de los
    gobiernos.

    Todo esto es lo que ha llevado al Premio Nobel R.E.
    Lucas a afirmar que siendo así las cosas debiera
    desaparecer el propio término de macroeconomía pues
    ya no hay diferencia entre micro y macro, sino que sólo
    existe la teoría
    económica.

    Desde la perspectiva de la actuación
    práctica las consecuencias son más
    importantes.

    Estos cambios de enfoque aplicados a la realidad, hechos
    pura ortodoxia gracias al poder de quienes los han promovido,
    llevan consigo la renuncia de los gobiernos a incidir sobre los
    desequilibrios macroeconómicos, implican efectivamente que
    las autoridades económicas, salvo los bancos centrales y
    en el estrecho marco de los objetivos que le sean asignados como
    autoridad
    independiente del gobierno, dejan de manejar sus
    economías.

    Lo que ha ocurrido en definitiva es que al desaparecer
    la macroeconomía como una perspectiva teórica de
    los problemas que implica reconocer la existencia de agregados
    sociales en conflicto lo
    que se hace desaparecer en realidad es la política
    macroeconómica, la intervención discrecional de los
    gobiernos, su actuación a partir de alguna lectura previa
    de las preferencias sociales que ahora, por el contrario, se
    consideran sencillamente como algo espurio e
    indeseable.

    El reconocimiento de la existencia de conflicto entre
    agregados sociales, bien como derivación de los intereses
    diferenciados de los diversos colectivos o de la
    contradicción entre objetivos, es decir, la mera
    perspectiva agregada de los problemas económicos,
    implicaba asumir que el enfoque macroeconómico se
    resolvía en la política
    macroeconómica.

    Para soslayar a ésta última lo que hay que
    hacer es evitar la consideración agregada, el
    carácter preferencial de las decisiones que comportan
    estos problemas y la naturaleza discrecional de las elecciones
    que son consustanciales a la resolución de este tipo de
    problemas.

    Lo que ocurre es que soslayar estas dimensiones
    agregadas de la macroeconomía, su dimensión
    política, es desvestirla, como se deduce de las palabras
    arriba citadas de Gärtner, del componente democrático
    y representativo que se le supone necesario a las decisiones que
    los agentes con poder de decisión puedan adoptar en
    relación con los procesos o
    variables
    económicas en nuestras sociedades.

    2. ¿Cómo ha podido
    justificarse la renuncia a gobernar?

    La consideración tradicional de los problemas
    económicos más relevantes para las naciones se
    basaba en entender que el equilibrio macroeconómico era
    fundamental para poder resolverlos y que éste se
    definía en función de
    conseguir varios objetivos vinculados al nivel de actividad, a
    los precios y a la distribución que podían
    alcanzarse a través de una adecuada combinación de
    política fiscal y
    monetaria.

    El soporte teórico de esta consideración
    había partido del modelo
    keynesiano que fue remozándose a lo largo del tiempo, para
    poder integrar en él el largo plazo, las imperfecciones
    más complejas de los mercados, la incertidumbre y otras
    circunstancias que inicialmente no habían sido tenidas en
    cuenta a la hora de fundamentar teóricamente la
    política macroeconómica de los
    gobiernos.

    En el modelo se considera que se puede dar un equilibrio
    a corto plazo para una población y unas capacidades técnicas y
    productivas dadas que no necesariamente coincidiera con el
    equilibrio correspondiente al pleno empleo. Si el primero se
    produce para un nivel de actividad menor al de pleno empleo se
    producirá una brecha deflacionista. Es decir, una
    insuficiencia de actividad que podría resolverse
    incrementando la demanda
    agregada. Puesto que se estaría lejos de la plena
    ocupación, la oferta
    reaccionaría ante este aumento incrementando la capacidad
    y el empleo sin generar subidas de precios.

    No obstante, el propio Keynes
    había reconocido que incluso bastante antes de llegar al
    pleno empleo se podrían producir subidas de precios como
    consecuencia de esta estrategia,
    porque no todas las ramas llegarían al mismo tiempo a la
    plena ocupación. Puesto que algunas llegarían
    antes, podrían estar respondiendo al incremento de gasto
    con alzas de precios cuando otras aún respondieran con
    incrementos de capacidad.

    Pero de esta circunstancia no se deducía la
    inutilidad de la estrategia sino solamente que el impulso creador
    de empleo a través de los incrementos de la demanda
    agregada generados mediante la política fiscal
    irían acompañados de ciertas tensiones en los
    precios, tensiones que estarían suficientemente
    compensadas por las ganancias en empleo y renta que el
    estímulo fiscal producía.

    Pudiéndose actuar igualmente a la inversa, cuando
    se trataba de una brecha inflacionista que requería
    entonces medidas restrictivas que también podían
    ser aplicadas a través de la política
    presupuestaria o de la política
    monetaria –cuya eficacia
    restrictiva era reconocida por los keynesianos- , resultaba que
    se disponía de un instrumento suficientemente útil
    y capaz para lograr el equilibrio
    macroeconómico.

    Los monetaristas, especialmente de la mano de Milton
    Friedman, ya habían puesto objeciones a esta
    comprensión de las cosas.

    Por un lado, trataban de demostrar que la
    política presupuestaria generaba lo que llamaban un efecto
    expulsión de la inversión privada que, a la postre,
    iba a neutralizar su posible efecto expansivo y, además,
    que a largo plazo no se iba a poder lograr en realidad el
    arbitraje tan
    fácil y lineal que habían previsto los keynesianos
    entre precios y empleo.

    Para poner en cuestión la capacidad de la
    política presupuestaria se basarían en tres ideas
    principales.

    En primer lugar, que siempre iba a existir lo que
    llamarían una tasa natural de paro, es
    decir, un nivel de paro mínimo por debajo del cual todo
    intento de reducción iba a provocar subida de precios. Se
    trataba del sofisticado argumento teórico que algunos
    políticos y dirigentes traducirían en un lenguaje
    más coloquial en los años en que se aplicaban
    más contundentemente estas ideas monetaristas diciendo que
    "no era bueno" que el paro bajase por debajo de ese determinado
    nivel, cuya determinación animaban a calcular por
    doquier.

    En segundo lugar, que los asalariados estaban sometidos
    a lo que se llamaba ilusión monetaria, es decir, que no
    serían capaces de discernir entre salarios reales y
    nominales y que cuando se produjera subida de precios
    creerían que en realidad había mejorado su poder
    adquisitivo.

    Por último, que el valor de
    cualquier variable dependía de su valor pasado y que los
    agentes económicos, capaces de disfrutar de expectativas
    anticipativas, corregirían sus propios errores.

    Dándose estas tres circunstancias, si en la
    economía se daba una tasa natural de paro con cierta
    inflación el efecto de una expansión presupuestaria
    adoptada con el fin de mitigar el desempleo
    tendría efectos contrarios a los deseados. Al principio,
    argumentarían los monetaristas, se produciría una
    efectiva reducción del paro porque bajarían los
    salarios reales al haber alza de precios, sin que la
    ilusión monetaria dominante lo percibiera. Pero,
    más tarde, los asalariados corregirían esa
    ilusión y se irían provocando demandas salariales
    reales que provocarían la disminución de la demanda
    de trabajo,
    dándose lugar a una situación en la que
    habría más paro y precios más elevados que
    antes de darse el impulso fiscal expansivo.

    Como consecuencia de ello los monetaristas negaron la
    bondad de la política presupuestaria como instrumento de
    estabilización a largo plazo cuando se producían
    desequilibrios.

    Pero se llegaría mucho más lejos cuando
    los denominados nuevos economistas clásicos pusieron en
    cuestión incluso el inicial efecto expansivo de la
    política fiscal a corto plazo.

    En su opinión, los agentes no sólo
    actúan con expectativas adaptativas sino que anticipan
    racionalmente los fenómenos económicos gracias a
    que disponen de perfecta información sobre lo que ocurre en el
    sistema económico y ello les permite saber perfectamente
    los efectos de las intervenciones del gobierno. Puesto que
    entonces no habría ilusión monetaria, el incremento
    de los salarios reales que paraliza el efecto positivo de una
    expansión fiscal sobre el empleo se produciría
    desde el principio, también a corto plazo.

    Incluso Barro planteó que cualquier
    déficit presupuestario ni siquiera tendría efecto
    alguno sobre el sistema económico porque los agentes
    sabrán que en el futuro se establecerían impuestos para
    financiarlo y, llevados por su conducta
    racional, ahorrarían desde el principio el incremento de
    renta que pudiera haber producido el impulso fiscal para pagarlo
    en su momento.

    Entonces, si ni siquiera los déficit
    presupuestarios que son las actuaciones fiscales con supuesta
    mayor capacidad para impulsar la actividad tienen efectos reales
    sobre el consumo, y no
    generan el efecto multiplicador de la renta con el que se
    justificaba la necesidad de utilizar la política
    coyuntural para resolver los desequilibrios, lo que se deduce es
    que no hay razón alguna para utilizar esta forma de
    regulación, hay que prescindir, pues, de un tipo de
    intervención pública que, sin embargo, sí es
    costosa debido al aparato administrativo que comporta, a los
    desincentivos a la asignación que puede provocar a
    través de los impuestos y a causa de los disturbios que
    cualquier intervención exógena provoca en los
    mercados.

    El complemento indispensable a este planteamiento
    sería el de Lucas cuando afirma que, a diferencia de lo
    que ocurría con la política fiscal, sólo la
    política monetaria podría tener efectos sustantivos
    sobre la actividad y, más concretamente, cuando se basara
    en reglas simples y de neutralidad, puesto que sólo
    entonces sería consistente con ellas el comportamiento de
    los agentes.

    Los monetaristas, además, establecerían
    que una expansión presupuestaria aumentaría la
    demanda de dinero para
    transacciones, lo que provocaría un aumento del tipo de
    interés que anularía el efecto expansivo ya que
    haría disminuir la inversión. Por el contrario, los
    keynesianos dirían que la demanda de dinero
    reaccionaría muy rápidamente y con gran
    sensibilidad a las variaciones de los tipos de interés. Es
    decir, que podría darse un incremento sensible en la
    demanda de dinero sin necesidad de cambios bruscos en los tipos
    de interés, lo que evitaría el posterior efecto
    negativo sobre la inversión. Y que, en todo caso,
    podría actuarse a través de la política
    monetaria, expandiendo el crédito, para contener los tipos
    de interés.

    Pero los monetaristas responderían que no era esa
    la naturaleza de la demanda de dinero y que todo incremento del
    gasto público provoca alza de los tipos de interés
    y, por lo tanto, menor inversión.

    Finalmente, la argumentación monetarista se
    cerraría cuando se considera el caso de las
    economías abiertas. Si el equilibrio de la Balanza de Pagos
    depende del saldo de las balanza corriente y de capital, resulta
    que el incremento de renta que ocasiona una expansión
    fiscal aumenta las importaciones y
    empeora el saldo corriente. En condiciones de libertad de
    movimientos de capital, se hace entonces necesario atraer capital
    y para ello hay que aumentar los tipos de interés, lo que
    provocará la apreciación de la moneda nacional, la
    pérdida de competitividad
    y, finalmente, la caída en la renta. Se anularía
    así el inicial efecto expansivo de la política
    presupuestaria.

    Estas consideraciones y otros desarrollos
    teóricos de los que no voy a ocuparme ahora terminaron por
    constituir una suma de proposiciones teóricas sobre las
    que se basó el nuevo pensamiento
    dominante en economía y cuyas principales
    hipótesis pueden
    resumirse en las siguientes.

    – Las variaciones en la cantidad de dinero son el factor
    determinante para explicar las variaciones de la renta
    nominal.

    – La economía puede considerarse estable a largo
    plazo siempre que descanse sobre el sector privado, que es
    estable per se, y que no se dé un crecimiento monetario
    errático.

    – No se da el arbitraje previsto por los keynesianos
    entre inflación y desempleo.

    – La inflación y la balanza de pagos son
    fenómenos esencialmente monetarios.

    – La política monetaria es el instrumento de
    regulación adecuado siempre que se base en la
    aplicación de reglas fijas sobre los agregados
    monetarios.

    – El criterio de regulación que permite avanzar
    por una senda de estabilidad a largo plazo es el de mantener una
    política monetaria restrictiva y evitar en cualquier caso
    los déficit públicos puesto que estos, como he
    señalado, ejercerían siempre una presión
    indeseable sobre la oferta monetaria.

    El éxito
    que finalmente tuvieron las proposiciones teóricas del
    monetarismo en
    todas sus versiones, un éxito que como comentaré
    enseguida no puede dar por hecho que hayan sido más
    efectiva y rigurosamente contrastadas en la realidad, impuso un
    nuevo haz de creencias en el pensamiento económico que
    sirvió como puntual breviario a quienes dispusieron del
    poder de decisión necesario para llevarlas a
    cabo.

    3. Las nuevas tablas de la
    ley y sus
    consecuencias

    La modificación de la perspectiva de
    análisis en relación con el equilibrio
    macroeconómico se proyectó igualmente en el
    ámbito de las políticas estructurales y, en
    general, en toda la dimensión intervencionista de los
    gobiernos. Se generaba así un nuevo saber, una nueva
    agenda y una nueva guía de actuación a la que
    terminarían de ajustarse los gobiernos, bien de manera
    voluntaria, bien a través de la condicionalidad impuesta
    por los grandes organismos internacionales convertidos en
    ejecutores y disciplinadores del sistema.

    De una manera sintética podría resumirse
    la nueva ortodoxia macroeconómica señalando como
    sus principios
    fundamentales los siguientes[4].

    1. Los déficit presupuestarios generan
    inflación y provocan la disminución de la
    inversión, lo que implica que deben reducirse al
    máximo o hacerse desaparecer. De ahí la
    política comúnmente denominada de déficit
    cero y la continua llamada a disminuir el montante de los
    gastos
    públicos y, en particular, los que se consideran de
    naturaleza improductiva o vinculados a tareas sociales que se
    entiende que no deben formar parte de los compromisos
    estatales.

    2. Hay que evitar al máximo los impuestos,
    procurando disponer de sistemas
    impositivos neutros que no pongan en peligro la asignación
    de mercado al generar desincentivos o costes
    innecesarios.

    3. Los tipos de interés deben retribuir en
    términos reales.

    4. Los tipos de cambio deben establecerse de forma que
    procuren la competitividad y la consecución de excedentes
    comerciales.

    5. Debe establecerse la más amplia libertad de
    movimientos del capital.

    6. Como señalan habitualmente los informes de
    los organismos internacionales, se debe tratar de hacer atractivo
    el territorio a la inversión extranjera.

    7. De avanzarse lo más posible en el objetivo de la
    privatización de los recursos y empresas
    públicas en la medida en que se entiende que el sector
    privado es estable per se y de esa manera se traslada estabilidad
    a todo el sistema económico.

    8. El exceso de reglamentación de las actividades
    económicas implica desincentivos y dificulta el desarrollo
    de las relaciones de mercado que generan eficiencia.

    9. Para alcanzar el equilibrio esencial de las
    relaciones macroeconómicas es preciso lograr
    principalmente la estabilidad de los precios.

    10. La regulación, desde la lógica
    restrictiva, de la oferta monetaria debe confiarse a los bancos
    centrales como autoridades independientes, pues esa es la
    única manera de lograr neutralidad en las reglas y
    confianza.

    La consecuencia práctica de la admisión de
    estas hipótesis es evidente en varios aspectos
    principales.

    En primer lugar, sobre el equilibrio económico.
    La generalización de procesos deflacionarios consecuencia
    de las políticas monetarias restrictivas provoca la subida
    de los tipos de interés que harían disminuir la
    inversión y aumentar el paro, debilitando de manera
    continuada la tasas de crecimiento económico y abriendo de
    esa forma una época de crecimiento débil en todos
    los países donde se aplicaron[5]. Además, al
    renunciar a los componentes contracíclicos lo que en
    realidad se produce es una actuación procíclica que
    trae consigo no sólo el menor crecimiento promedio sino
    también la mayor recurrencia de las fases recesivas y de
    las crisis
    económicas.

    En segundo lugar, sobre los instrumentos de la
    política macroeconómica. La renuncia a la
    política fiscal como instrumento de estabilización
    discrecional y la instauración del control monetario
    como eje de la regulación macroeconómica, unidas a
    la reorientación que igualmente se llevó a cabo en
    el campo de las políticas estructurales
    (liberalización, desregulación,
    privatización, …) provocó el auténtico y
    progresivo desmantelamiento de los Estados como los potentes
    instrumentos de intervención que habían sido hasta
    entonces. Paralelamente, se fortalece el espacio del
    mercado.

    En tercer lugar, sobre las condiciones de entorno de los
    sistemas económicos. La instauración de
    regímenes de plena movilidad del capital unido a la
    generalización de las políticas deflacionarias
    provocó un fenómeno singular: puesto que estas
    últimas traen consigo un efectivo debilitamiento de la
    demanda interna sólo se puede lograr mayor crecimiento a
    través del incremento de las exportaciones, lo
    que obliga a las naciones a centrar su estrategia en el
    incremento de la competitividad. Pero es evidente que en este
    juego es
    imposible que ganen al mismo tiempo todas ellas. En realidad,
    sólo pueden obtener ventajas sustanciales y permanentes
    quienes puedan manejar los tipos de cambio para obtener
    competitividad a través de las devaluaciones o
    depreciaciones (porque puedan controlar mejor sus efectos
    inflacionarios, o hacer que no aparezcan), o las naciones cuya
    demanda exterior sea menos sensible a los efectos negativos de
    esta estrategia, es decir, aquellas cuya potencia
    económica les permita resguardarse de las evoluciones
    negativas de susn tipos de cambio.

    Esto significa que detrás de la aparente
    condición de igualdad en la
    que se desenvuelven las naciones a la hora de hacer frente a sus
    problemas macroeconómicos en el terreno internacional, se
    oculta una profunda asimetría, de tal modo que sólo
    Estados Unidos, gracias a su capacidad de emitir moneda
    internacional, o en menor medida algunos otros grupos de
    naciones (como la Unión
    Europea, aunque de ello no se beneficien por igual todos sus
    componentes) puedan actuar con ventaja estratégica por
    esta vía.

    En cuarto lugar, sobre el alcance de la actuación
    de los gobiernos y sobre su capacidad de maniobra
    macroeconómica. No sólo se ve limitada por las
    circunstancias que acabo de mencionar, pérdida de vigor de
    la intervención estatal y renuncia a los estabilizadores
    fiscales, sino también porque la apertura de las
    economías en las condiciones de limitada discrecionalidad
    sobre los tipos de cambio provocan el llamado trilema de la
    imposibilidad. Este indica que en régimen de tipos de
    cambio fijos y de plena libertad de movimientos de capital no se
    puede disfrutar de autonomía monetaria, esta última
    entendida en el sentido de que los bancos centrales no pueden
    utilizar sus instrumentos de intervención en
    función de objetivos puramente internos. Como he dicho
    antes, sólo los países que tengan una baja
    relación de importaciones respecto a su producto
    interior se pueden permitir fluctuaciones incómodas del
    tipo de
    cambio. Pero impuestas al mismo tiempo en la inmensa
    mayoría de los países políticas
    estructurales orientadas a abrir los mercados y que incrementan
    (sobre todo en los menos desarrollados) las importaciones,
    resulta que el trilema tampoco es una carga igualmente soportada
    por todos los países, sino sólo por los que ya
    tienen unas condiciones de desarrollo y de dependencia más
    débiles.

    En quinto lugar, sobre las relaciones sociales y de
    poder inherentes a las de mercado otro doble efecto. Por un lado,
    la política monetaria provoca restricción monetaria
    y alzas en los tipos de interés que privilegia a los
    acreedores, cuyo poder aumenta en los mercados
    financieros, en donde ya se había dado un proceso de
    hipertrofia desde la etapa de crisis del modelo de crecimiento de
    la postguerra. Por otro lado, la generación de desempleo
    masivo desmoviliza y debilita a los trabajadores, lo que aumenta
    el poder de los empresarios en los mercados de
    trabajo.

    Finalmente, todo lo anterior provocó la
    modificación sustancial de la pauta distributiva a favor,
    naturalmente, de esos polos de poder que las políticas
    monetaristas deflacionarias vinieron a reforzar.

    En resumidas cuentas, lo que
    me interesa destacar es que la modificación en el tipo de
    enfoque dominante en la teoría y la política
    macroeconómica no solamente se constituye una mera
    incidencia metodológica, un simple cambio de perspectiva
    analítica sino que es la justificación de una
    práctica política que ha terminado por provocar
    efectos sustanciales de muy desigual factura sobre
    los diferentes colectivos sociales.

    4. ¿Es
    inevitable?

    Los efectos tan negativos de la aplicación de
    todos estos principios son bien conocidos y no es preciso
    desarrollarlos aquí: aunque es cierto que se ha producido
    un control efectivo de la inflación se ha ocasionado una
    evidente ralentización del crecimiento, una
    sucesión más acentuada de momentos de desequilibrio
    económico, de recesión y crisis económicas y
    el desempleo masivo primero y el empleo precario más tarde
    han depauperizado a amplias capas sociales. Las desigualdades
    sociales no sólo han aumentado sino que, como consecuencia
    de la disminución de la capacidad estatal de proteger y
    prevenir las situaciones de riesgo social, se
    han hecho más difíciles de tratar y de
    resolver.

    No es necesario mencionar problemas como el de la deuda,
    la situación de países enteros arruinados, la
    dilapidación de recursos que implica un sistema de
    restricción voluntaria de la producción o el
    predominio cada vez más acusado de las actividades
    financieras sobre la economía real.

    Son demasiados problemas de todo tipo los que ha dejado
    sin resolver el enfoque macroeconómico monetarista que ha
    hecho suyo el neoliberalismo
    dominante en las últimas décadas.

    Y, al mismo tiempo y como no podía
    extrañar, también están sin resolver las
    principales controversias teóricas sobre las que
    aparentemente se han fundado las políticas neoliberales.
    Puede decirse que sus principales postulados carecen de
    contrastación suficiente y de rigurosa comprobación
    empírica. La mayoría de ellos, como lo fue en su
    día todo el constructo teórico de la competencia
    perfecta, no pasan de ser formulaciones retóricas de
    extraordinaria belleza y apariencia formal pero completamente
    irreales o, al menos, sin validación alguna en la
    práctica de las economías.

    O incluso que a pesar de haber sido empíricamente
    refutadas en algunos casos se han mantenido como verdades
    absolutas en la academia y en la práctica política
    de los gobiernos, los organismos internacionales o los bancos
    centrales.

    En realidad nada de esto es nuevo y no debe parecer
    sorprendente. Como reta Lawrence H. Summers "invito al lector …
    a que identifique una hipótesis significativa acerca del
    comportamiento económico que haya caído en
    descrédito debido a una prueba estadística formal"[6].

    No se ha demostrado, por ejemplo, que la demanda de
    dinero sea tan estable como afirman los monetaristas, lo que
    significa que la velocidad de
    circulación de dinero cambia más de lo
    creído. Así, el control de la oferta monetaria no
    resultaría tan efectivo como los monetaristas aventuran
    para frenar la inflación. Como escribió en alguna
    ocasión J.L. Sampedro, tratar de reducir las subidas de
    precios reduciendo la cantidad de dinero es como decir que se va
    a aliviar la inundación reduciendo el caudal de agua. El
    conflicto distributivo que desencadena la inflación, bien
    provocando tensiones en la oferta por la vía de los costes
    o de la demanda, es un componente más determinante que el
    monetario y por eso ha sido más eficaz combatir la
    inflación interviniendo por esas vías que por lo
    monetario.

    Tampoco ha sido suficientemente contrastado el presupuesto
    esencial del monetarismo, que la producción sea una
    variable exógena y por tanto que pueda hacerse variar a
    través de los cambios en la cantidad de dinero, porque lo
    que más bien ha sido comprobado es que entre ambas
    variables existe correlación.

    Por otro lado, cuando se trata de economías
    abiertas, como suelen ser los casos reales, los bancos centrales
    no pueden controlar la creación interna de dinero. En
    condiciones de tipos de cambio fijos las reservas no dependen del
    banco central y al comprar o vender divisas para poder asegurar
    la cotización de la moneda cambia la cantidad de dinero en
    el interior.

    Tampoco hay evidencia empírica alguna que muestre
    que los regímenes establecidos de plena libertad de
    movimientos de capital sean más favorables a la
    estabilidad, al crecimiento y al bienestar social, en cualquier
    sentido que éste último se entienda. O que
    demuestre que la "retirada del Estado", por utilizar la
    expresión de Susan Strange[7], sea igualmente más
    eficiente o que contribuya mejor a la equidad y al
    bienestar. De hecho, han sido precisamente los grandes
    déficit de los países más ricos los que han
    podido evitar en algunos casos o hacer frente en otros a las
    situaciones de recesión.

    Especialmente discutibles son las proposiciones
    relativas a la política fiscal, es decir, a la
    afirmación neoliberal de que debe reducirse su presencia y
    su alcance para lograr mejores resultados
    económicos[8].

    No es aceptable afirmar, por ejemplo, que los
    déficit presupuestarios sean inevitablemente la causa de
    los altos tipos de interés. Los tipos de interés
    vienen dados por la oferta y la demanda de dinero. Para que un
    déficit ocasione un incremento de los tipos tendría
    que provocar un aumento de la demanda de dinero, lo que no tiene
    por qué ocurrir porque ambos son fenómenos
    diferentes, y, al mismo tiempo, que no hubiese respuesta alguna
    por parte de la oferta de dinero. Puesto que la oferta de dinero
    se restringía discrecionalmente, lo que habría que
    preguntarse más bien es por qué convenía que
    los tipos de interés se mantuvieran elevados, pregunta
    cuya respuesta fue anticipada anteriormente.

    Tampoco está demostrado que los déficit,
    tal y como afirman los neoliberales, sean intrínsecamente
    nocivos. PuedeN provocar tensiones sobre la demanda y, por tanto,
    alza de precios pero sólo si la economía se
    encuentra ante una situación de restricción de la
    demanda, como ocurre en las condiciones que impone
    innecesariamente la regulación neoliberal. Incluso cuando
    esta situación fuese inevitable, lo que podría
    deducirse es que para evitar inequidad y una deuda futura
    indeseable, sería más conveniente financiar el
    endeudamiento a través de impuestos que a través
    del déficit, pero no que no sea conveniente el
    endeudamiento.

    En fin, tampoco se ha podido demostrar que las
    relaciones entre la inflación y el desempleo sean del tipo
    que suponen los monetaristas para poder justificar su tratamiento
    de la política macroeconómica[9] ni, por supuesto,
    que tenga fundamento el postulado esencial de la
    macroeconomía neoliberal de nuestros días que
    sostiene la conveniencia de conceder estatutos de independencia a
    los bancos centrales[10].

    Lo que acabo de señalar significa que la
    opción macroeconómica que se viene imponiendo en
    los últimos años responde a una preferencia social
    que podría ser más o menos legítima pero
    nunca el resultado de una inevitable determinación
    científica.

    la cuestión estriba, enmtonces, en determinar si
    es posible hacer las cosas de otro modo y yo entiendo que
    sí.

    Cualquier sociedad siempre se puede organizar y dirigir
    de otra manera, e igual ocurre con las cuestiones
    económicas.

    Lo primero que habría que tener en cuenta es que
    las políticas macroeconómicas siempre implican
    relaciones de fuerzas. En realidad, la tensión fundamental
    que las mueve es la que existe entre los intereses o preferencias
    más o menos acomodables entre ellos de los diferentes
    sujetos o grupos sociales.

    Y lo que se ha producido en los últimos
    años es simplemente un reajuste en la correlación
    de fuerzas sociales. Como dije, las políticas
    deflacionistas de alto nivel de paro o empleo degenerado y de
    alzas en los tipos de interés no sólo modificaron
    genéricamente la distribución de las rentas, sino
    que reforzaron al mismo tiempo el poder de los acreedores y
    empresarios, es decir que situaba a estos grupos, ya de por
    sí privilegiados en el reparto de poderes y fuerzas en
    nuestras sociedades, en condiciones mucho más aventajadas
    a la hora de adoptar las decisiones que mueves los hechos
    sociales.

    Ese reajuste ha ido acompañado de una
    retórica económica cuyo fundamento
    científico no es sustancialmente más decisivo que
    el del antiguo keynesianismo o de otros enfoques
    macroeconómicos basados en enfoques y postulados mucho
    más realistas y cercanos a la realidad. Se ha tratado,
    como ha dicho Paul Krugman, de una verdadera ciencia falsa
    que ha podido consolidarse en la medida en que ha estado
    acompañada de una potentísima orquestación
    mediática. Verdaderamente, su decisiva afirmación
    como ortodoxia omnipresente deriva de su capacidad de
    proporcionar una justificación retórica a las
    políticas de ingente redistribución que se han
    venido realizando a favor de los grupos más ricos e
    influyentes del planeta.

    En una época en la que, como ha dicho
    Baudrillard, se ha cometido el asesinato perfecto asesinado a la
    verdad, un abanico de postulados teóricos tan equivocados
    y poco realistas como los que sostiene el monetarismo neoliberal
    se han podido imponer sólo gracias a la fuerza de los
    talonarios y a la práctica marginación intelectual
    de quienes mantienen posiciones teóricas diferencias. En
    el campo de la economía se manifiesta también la
    deriva totalitaria de la época en que vivimos y puede
    decirse con razón que también en nuestra ciencia se
    está produciendo, quizá con más fuerza que
    en ninguna otra, lo que G Hodgson llamó el "fascismo
    metodológico"[11].

    Incluso se produce un verdadero paroxismo en el lenguaje
    cuando para justificar las medidas antisociales se pone en boca
    de los mercados la necesidad de disciplinar o el peligro de
    sancionar a los países, como si fueran seres humanos, o
    mejor, los verdaderos dioses yn dueños de la vida humana.
    En la época en la que el ser humano ha alcanzado los
    niveles de conocimiento
    más altos, la sofisticación intelectual más
    elevada, se le pone alma y
    voluntad a los mercados, se quiere hacer creer que hablan por
    sí mismos y que las decisiones, entonces, no son el
    resultado de las preferencias sociales, sino sus neutras
    exigencias.

    Cuando se afirma que la actual macroeconomía se
    hace más eficaz cuando se autonomiza, en la
    expresión que Aglietta utiliza en relación con la
    política monetaria[12], y que se desentiende de la
    imperfección que impone la política se está
    recurriendo a una falsificación de la realidad. No es
    verdad que al hacer que el equilibrio macroeconómico sea
    el resultado (si es que llegara a serlo) de automatismos en lugar
    del efecto de impulsos discrecionales se esté actuando sin
    esa componente política. Como dice acertadamente Gilpin,
    cuando se establece un sistema que implica que una nación
    no tiene capacidad de realizar una determinada política,
    de tomar una decisión en virtud de su propio criterio, por
    ejemplo, cuando tiene las manos atadas ante la disciplina que
    impone un banco central en virtud de una lógica
    restrictiva que puede ser contraria a otra más expansiva
    que convenga mejor al bienestar o a la eficiencia, no es que la
    política no esté interviniendo[13]. Todo lo
    contrario: dar por hecho que no hay elección
    política a la hora de adoptar decisiones
    macroeconómicas, que un país no tiene capacidad de
    maniobra, que no va a poder decidir por sí mismo lo que
    pueda interesarle, ya es en sí mismo una elección
    política. Eso sí, impuesta.

    No se trata, pues, de que la macroeconomía se
    suelte de las bridas que le impone la política porque de
    esa manera sea más eficaz o porque pueda contribuir
    así mejor a lograr el equilibrio. En realidad, lo que
    busca es escaparse de las preferencias representativas, evitar
    las exigencia del gobierno democrático de las relaciones
    sociales para poder tener las manos libres como instrumento
    determinante de la distribución de renta y
    riqueza.

    También se produce un enfoque perverso cuando se
    plantea que es posible la regulación
    macroeconómica, como en realidad toda la vida social,
    prácticamente al margen del Estado. Ni siquiera de los
    postulados de Adam Smith
    cuando trataba de construir un pensamiento riguroso que
    permitiera el desarrollo económico desvinculando del
    Estado Absoluto puede deducirse que eso implique construir un
    sistema económico al margen de cualquier tipo de contrato
    social

    Lo que está ocurriendo con los planteamientos
    macroeconómicos dominantes es que justamente tratan de
    concebir esa dimensión tan trascendental de nuestra vida
    social como algo que no debe responder a cualquier criterio sobre
    su bondad o maldad, es decir, sin mayor requerimiento
    ético. En buena medida, el desarrollo liberal de la
    regulación macroeconómica que la hace desentenderse
    de la reflexión sobre el conflicto y la política,
    sobre las preferencias o sobre la insatisfacción, es la
    expresión de la nueva barbarie de nuestra época, de
    la sociedad que es insensible ante lo bueno o lo malo que puedan
    ser sus propias conductas.

    El monetarismo neoliberal ha llevado a la
    macroeconomía a ser la pieza principal que apuntala el
    "nuevo medievalismo" del que habló Hedley Bull[14] y que
    implica la renuncia efectiva al Estado no sólo como
    espacio político sino como ámbito en el que se
    suscribe colectivamente una moral social,
    las lógicas elementales que merecenser compartidas, la
    ética
    de mínimos sin la que cualquier sociedad termina por
    convertirse en una selva invivible.

    La pregunta con la que habría este
    epígrafe creo tiene entonces una respuesta evidente. No
    hay hechos sociales irreversibles y no hay tampoco
    políticas, decisiones sociales, que no puedan tener
    alternativa. Pero la clave de todas ellas se encuentra en la
    capacidad de imponer sus propias preferencias que tienen los
    grupos sociales y de ese presupuesto es del que hay que partir
    para poder pensar en generar formas diferentes y más
    satisfactorias de organizar la economía.

    5. Otra regulación
    diferente: macroeconomía,
    democracia y
    progreso

    La primera cuestión de la que hay que partir
    cuando se plantea con realismo la
    cuestión de las políticas macroeconómicas es
    que, como he señalado, éstas implican y expresan en
    primer lugar una determinada relación de fuerzas y se
    establecen de una u otra forma en virtud de la correlación
    existente o de la que se quiere fortalecer. Por lo tanto, el
    cambio en la política macroeconómica requiere, en
    cualquier dirección en la que se apunte, la
    reconsideración de ese estado de fuerzas y plantear hacia
    dónde se quiere llegar.

    En segundo lugar, hay que tener en cuenta algo que
    comúnmente soslaya el análisis monetarista liberal
    y que es especialmente destacable en una época como la
    nuestra en la que predomina la restricción al crecimiento,
    el sometimiento de las posibilidades potenciales de
    expansión y progreso a la lógica retentiva de los
    mercados imperfectos. Me refiero a que el crecimiento
    económico, como expresión por imperfecta que sea de
    progreso social, es, como dice Fitoussi[15], una cuestión
    de naturaleza filosófica antes que económica. Este
    autor señala con razón que antes de plantear
    cualquier tipo de opción macroeconómica, y muy
    especialmente las actuales deflacionistas, hay que preguntarse si
    es realmente aceptable frenar el progreso, el avance de la
    actividad económica. Dicho de otra forma, se trata de
    subrayar que cualquier cuestión económica necesita
    plantear previamente una determinada opción
    ética.

    En realidad, esto es lo que viene ocurriendo en nuestras
    sociedades con la importantísima salvedad de que ese tipo
    de planteamiento ético responde solamente a la
    búsqueda incesante del lucro. La búsqueda
    compulsiva de ganancia es lo que domina hoy día todas
    nuestras relaciones sociales, desde la definición de los
    estatutos de independencia de los bancos centrales hasta la
    venta de
    órganos de niños,
    desde las guerras
    justificadas sobre inmensas mentiras hasta la salud, la vida misma de
    cientos de millones de personas o la vida política en
    cualquiera de sus dimensiones. No hay resquicio de la vida social
    que no esté gobernado por esa lógica imparable y
    omnipotente del beneficio y no hay una restricción mayor
    para el desarrollo de propuestas
    macroeconómicas.

    Por eso, dar por bueno el actual tipo de pensamiento y
    acción
    macroeconómicos no es de ninguna manera el resultado de la
    inevitable aceptación de una conjunto más o menos
    extenso de postulados científicos sino acepotar sin
    más un status distributivo que favorece a los grupos
    sociales más poderosos. La macroeconomía neoliberal
    dominante no está sustentada por verdades
    científicas sino sobre privilegios sociales.

    Actuar de otra manera implica la posibilidad de alterar
    la relación de fuerzas existentes. Hemos podido comprobar
    en los últimos años que los grupos de poder no
    pueden aceptar, ni siquiera, que un ministro de finanzas
    alemán propugne sencillamente que el Banco Central Europeo
    se preocupe por el pleno empleo. ¿Es eso el resultado de
    una controversia macroeconómica o una sencilla y desnuda
    expresión del poder hoy día existente en nuestras
    sociedades democráticas?

    El primer obstáculo que habría que superar
    para poder llevar a cabo actuaciones diferentes en el campo de la
    macroeconomía sería el del déficit
    democrático de nuestras sociedades. Sorprendente, vivimos
    en unas democracias en donde no se deja hacer, en donde no es
    posible gobernar nada más que de una manera, con una
    lógica y con una única aspiración
    distributiva. Hay un pensamiento único, el neoliberalismo,
    pero también un único pensamiento, ganar
    dinero.

    Habría que avanzar, pues, en una doble
    dirección. Por un lado en la ampliación de la
    democracia, en su autentificación para que puedan
    expresarse y desarrollarse proyectos
    alternativos diferenciados, lo que implica ampliar los espacios
    deliberativos en la sociedad y construir una ética
    referencial capaz de movilizar y generar cohesión y
    movilización social. Por otro, en el desarrollo de formas
    de intervención económica que conjugaran la
    consecución de los equilibrios básicos con una
    distribución que permitiera una relación de fuerzas
    diferente. En este sentido me parece que podrían
    establecer algunos principios esenciales de una nueva forma de
    entender las relaciones macroeconómicas:

    – Es preciso reactivar en lugar de ajustar, hay que
    impulsar el crecimiento y no frenarlo. Hay que recuperar sin
    miedo las políticas expansionistas.

    – Hay que incluir en lugar de marginar. Incorporar a
    cientos de millones de personas prácticamente excluidas de
    la vida económica es la mejor garantía de lograr
    que le sistema económico funcione.

    – Las finanzas deben estar al servicio de la
    producción y la riqueza. Un mundo donde reine un
    mínimo de equidad y progreso debe domeñar el
    desarrollo anárquico y dilapidador de las relaciones
    financieras internacionales y poner coto a la especulación
    y al despilfarro.

    – Debe mantenerse el control de la inflación pero
    no por las vías en las que produce empobrecimiento,
    paralización de la vida económica y recesión
    continuada.

    – No es posible desarrollar actividades
    económicas sin recursos financieros y eso debe llevar a
    que la sociedad disponga de la suficiente capacidad de financiar.
    Hay que expandir el crédito bajo nuevas formas y no tener
    miedo a la expansión monetaria que es negativa cuando se
    no se vincula preferentemente, como ocurre ahora, con la
    actividad productiva.

    – Es preciso que los gobiernos gobiernen y sobre todo
    que redistribuyan. Un nuevo tipo de acción colectiva debe
    recobrar la política fiscal como el instrumento más
    adecuado para estabilizar y maniobrar frente a los desequilibrios
    económicos. La disciplina fiscal forzada, como la que se
    implanta en el seno de la Unión Europea, equivale a tratar
    de conducir un automóvil sin girar la dirección en
    una carretera poblada de curvas.

    ——————————————————————————–

    [1] Michel Foucault.
    L'herméneutique du sujet, cours au collège de
    France 1982. Gallimard, Seuil. Paris 2001.

    [2] M. Gärtner, "Political Macroeconomics: A survey
    of recent developments". En S.Sayer (ed.), Issues in new
    Political Economy. Blackwell Press. Oxford 2001, pp. 16 y
    37.

    [3] Walsh, C.E. Monetary Theory and Policy. MIT Press.
    Cambridge, Ma 1998. Una visión crítica
    en Desquilbet, J.B. y Villienb, P. La theorie du policy mix: un
    bilan critique. Revue d’Economie Financière, 45
    (1998).

    [4] Williamson, J. What Washington means by policy
    reform in Latin American Adjustment: how much has happened?.
    Washington Institute for International economics. Washington
    1990.

    [5] Fitoussi, J.-P. Anatomie de la croissance molle.
    Revue de l'OFCE nº59/Octobre 1996.

    [6] Summers, L. H. La ilusión científica
    en la macroeconomía empírica. Cuadernos de
    Economía. Universidad
    Nacional de Colombia.
    1995.

    [7] Strange, S. "La retirada del Estado". Icaria.
    Barcelona 2002.

    [8] Patnaik, P. On Some Common Macroeconomic Fallacies.
    http://www.networkideas.org, marzo
    2002.

    [9] Shaikh, A. Inflación y desempleo: una
    alternativa a la economía liberal. En Guerrero, D.
    Macroeconomía y crisis mundial. Ed. Trotta. Madrid
    2000.

    [10] HAYO, B. y HEFEKER, C. Hayo, B. y Hefeker, C.
    Reconsidering Central Bank Independence, European Journal of
    Political Economy, vol. 18, n. 4 (2002); Montero, A.
    "Independencia del banco central y credibilidad: un frágil
    vínculo", en Dubois, A., Millán, J.L. y Roca, J.
    (Coord.). Capitalismo,
    desigualdades y degradación ambiental. Editorial Icaria,
    Barcelona 2001.

    [11] Hodgson, G. Economics and institution: A manifesto
    for a modern institutional economics. Polity Press. Cambridge
    1988.

    [12] Aglietta, M. Macroeconomie internationale.
    Montcrestien. Paris 1997.

    [13] Gilpin, R. Global Political Economy. Understanding
    the international economic order.Princeton University Press.
    Princeton 2001.

    [14] Bull, H. The anarchical society: A study of order
    in world politics. MacMillan. Londres 1977.

    [15] Fitoussi, J.P. ob. cit.

    Juan Torres López.

    Catedrático de Economía Aplicada de la
    Universidad de Málaga

    Juantorres[arroba]uma.es

     

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