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Retorica neoliberal, desigualdad social




Enviado por juantorres@uma.es



     ¨

     En J.M. Martínez y M. Plaza, El desarrollo
    excluyente de la economía neoliberal.
    Universidad de
    Burgos 1999

    La experiencia ya larga de
    aplicación de la política neoliberal
    en casi todos los países, con sus diferentes matices, nos
    permite caracterizar al neoliberalismo
    de fin de siglo con dos rasgos principales.

    En primer lugar, su evidente capacidad
    para lograr un amplísimo convencimiento y acuerdo en
    torno a sus
    postulados, a pesar de que constituyen un abanico bastante simple
    de lugares comunes que, a la postre, ni tan siquiera han sido
    llevados a la práctica.

    En segundo lugar, su no menos efectiva
    capacidad para afianzar el poder de los
    grupos
    sociales más privilegiados, a costa, sin embargo, de
    cargas sociales muy altas e incluso de fracasos igualmente
    evidentes en la gestión
    de los asuntos económicos, muy en particular, del que se
    suele conocer como "equilibrio
    macroeconómico".

    1. LA RETORICA NEOLIBERAL
    O LA IMPOSTURA DEL
    PENSAMIENTO
    UNICO

    Las propuestas neoliberales suelen
    presentarse con una exquisita limpieza argumentativa, con una
    simplicidad y una coherencia aparente que les permite ser
    asimiladas de una manera muy inmediata, expresadas como evidencias que
    no requieren la mediación del pensamiento más
    reflexivo, justamente lo que les permite alcanzar un gran poder
    de convicción. Además, han gozado de tanta
    reiteración y se han proclamado con tanta eficacia desde
    fuentes tan
    diversas que han llegado a constituir auténticos lugares
    comunes, de los cuales tan sólo es posible salir
    situándose expresa y radicalmente alejados del consenso
    general, en los siempre incómodos terrenos del desacuerdo
    con lo que ha adquirido el valor de
    verdad indiscutible e indiscutida.

    Quién puede negar la
    seducción de formulaciones tan lógicas como las que
    indican que primero hay que agrandar la tarta para luego poder
    repartirla
    , que la desigualdad es inevitable, porque
    así es la naturaleza
    humana
    , o que, lo importante es resolver los problemas, con
    independencia
    de las ideologías
    ?.

    En realidad, el pensamiento neoliberal se
    resuelve en un pequeño abanico de principios de
    esta naturaleza: hay que disminuir la extensión del
    Estado, para
    aumentar el protagonismo de la sociedad
    , como si se tratase
    de dos instancias situadas en planos diferentes; la historia ha llegado a su
    fin,
    como si eso mismo fuera posible, y por lo tanto no cabe
    plantear la superación de la sociedad
    capitalista; el liberalismo
    lleva a la democratización
    , cuando en realidad el
    neoliberalismo ha traído consigo una disminución
    efectiva del alcance de la democracia (si
    es que no la ha destruido directamente); el mercado resuelve
    todos los problemas de la sociedad
    , cuando es elemental que
    ni puede hablarse genéricamente de mercado, ni todas las
    actividades económicas son susceptibles de resolverse de
    esa forma, o cuando es obvio que los resultados del mercado
    pueden ser sencillamente indeseables para la mayoría de la
    sociedad; la política
    económica neoliberal es la única posible
    ,
    lo que contradice el más elemental principio de diversidad
    característico de sociedades
    complejas y con intereses colectivos diferenciados; el
    objetivo
    principal es subirse al carro de la modernidad
    , considerando
    a ésta como un objetivo en sí mismo, sin plantear a
    qué conduce y qué costes implicará para los
    diversos grupos sociales;
    hay que insertarse en el mundo y asumir que vivimos en una
    sociedad globalizada
    , ocultando, sin embargo, que de lo que
    se trata es de suscribir una determinada concepción del
    mundo y de las relaciones sociales; el sector privado es el
    eficiente, las privatizaciones son la solución
    , lo que
    sólo termina por fortalecer los intereses de los grandes
    grupos económicos sin que, finalmente, sean apreciables
    mejoras en la eficiencia y el
    bienestar; hay que desregular para ganar en competencia y
    eliminar trabas y restricciones a los intercambios
    , cuando en
    realidad se sigue regulando pero con otra ética
    generando un marco que no gana en competencia sino en libertad para
    las empresas con
    más poder de mercado.

    A estos grandes principios suelen seguir,
    en ámbitos más concretos, otros postulados
    igualmente faltos de rigor e indemostrados, como los que afirman
    que la causa del paro son los
    altos salarios, que los
    excesivos gastos sociales
    generan el déficit público, que la pobreza es la
    consecuencia de la falta de iniciativa, o que los países
    más pobres lo son porque tienen menos recursos… Se
    trata de fórmulas ideológicas que se autodefinen
    como verdades, como expresiones de leyes naturales
    ineluctables a las que ni tan siquiera se les pide
    contrastación, y en torno a las cuales se ha generado un
    espectacular consenso intelectual, garantizado a fuerza de
    dinero,
    subvenciones, premios, reconocimientos sociales, poder e
    influencia política, social o académica (y
    también a fuer de una corrupción
    demasiado generalizada) garantizados por las instituciones
    más "prestigiosas" del planeta, esto es, por aquellas
    donde tienen asiento quienes son beneficiarios directos del
    actual estado de cosas.

    2. EL ORIGEN Y LA
    PRETENSION DEL "CONSENSO" NEOLIBERAL

    A pesar de que las economías
    muestran, de manera generalizada, una clara incapacidad para
    generar el suficiente crecimiento, volúmenes de paro
    extraordinariamente elevados, endeudamiento tan alto,
    desigualdades más acusadas que nunca con un contraste
    dramático entre la opulencia y la pobreza
    más numerosa de los últimos decenios, a pesar de
    ello, es difícil recordar épocas de mayor consenso
    en torno a los principios que guían la acción
    de los gobiernos, o, al menos, de menor expresión de
    disconformidad por parte de la ciudadanía. Los asuntos más
    trascendentales de la economía o la política en
    general, piénsese en el diseño
    (neoliberal) del proceso de
    integración europea por ejemplo, suelen
    concitar el acuerdo no sólo de los dirigentes
    políticos en el gobierno, sino
    también de los que se encuentran en la oposición
    con principios ideológicos aparentemente distintos. No en
    vano, se ha caracterizado con razón a la época
    neoliberal como la del "pensamiento
    único".

    Conviene saber, pues, que el
    neoliberalismo no es tan sólo un conjunto de estrategias de
    carácter puramente económico, sino
    que se conforma como una estrategia global
    frente a los problemas
    sociales. O mejor dicho, que se urde para lograr que, desde
    todos los recodos de la sociedad, se actúe a favor de la
    razón económica que se desea imponer y para que se
    justifique sin resquicios el orden que se
    establece.

    La solución de reparto a favor del
    gran capital que a
    la postre representa el neoliberalismo se ha podido llevar a cabo
    con éxito
    sólo en la medida en que se ha logrado combinar la
    política económica y la cultural, la
    reconversión productiva y la reformulación de los
    grandes principios en que se habían asentado las
    sociedades del capitalismo
    socialdemocratizado propio del keynesianismo. En suma, gracias a
    que los cambios en los aparatos productivos se han
    acompañado de cambios profundos en el sistema de
    valores
    sociales.

    Cambios sociales a los que haré
    referencia inmediatamente han hecho que la propia actividad
    productiva se haya hecho una actividad cultural en el sentido de
    que la realización de los valores
    requiere cada vez más del mundo de los no valores; de las
    creencias, de los gustos, de las representaciones, de las
    aspiraciones y las frustraciones.

    Lo económico -en su sentido
    más general- se ha hecho cada vez más dependiente
    de la sumisión y del consenso.

    El tiempo de
    no-producción se convierte cada vez más
    en tiempo de producción-consumo de
    ideología (en forma, además, de
    mercancías culturales que conforman un nuevo segmento de
    gran rentabilidad)
    y en tiempo en el que cada vez se garantiza más firmemente
    el régimen de beneficios. La vida cotidiana alienada y
    sumisa es la garantía del consenso necesario como
    garantía auténtica del beneficio.

    Se ha logrado modificar el régimen
    productivo para salvar la obtención de ganancias y, al
    mismo tiempo, conformar un tipo humano ensimismado, sumiso y
    conforme con el propio orden que le impone una permanente
    frustración.

    La crisis del
    modelo de
    acumulación

    A lo largo de los años sesenta se
    fue larvando una profunda crisis económica que
    llegaría prácticamente a destruir las bases
    productivas en que se había sustentado el modelo de
    crecimiento de la posguerra.

    De una manera necesariamente fugaz se
    pueden sintetizar de la siguiente forma las causas más
    importantes que contribuyeron a ello.

    A finales de los años sesenta las
    líneas de producción comenzaron a saturarse. El
    consumo de masas ya no era capaz de corresponderse con las
    estrategias de producción intensiva y que se habían
    desarrollado ajenas a cualquier plan de
    producción que tuviese en cuenta los programas de
    necesidades de la población y la capacidad real de los
    mercados antes de
    llegar a la saturación.

    El impulso del crédito, en lugar de favorecer la
    realización de más productos daba
    lugar a una monetización excesiva, a la inestabilidad
    financiera y al desarrollo exacerbado de la circulación
    financiera.

    Además, al socaire de la
    acumulación se había modificado la estructura de
    los mercados mundiales, lo que limitaba las expectativas de
    realización para las empresas que habían sido hasta
    esos momentos dominantes. Al igual que sucediera con la deuda
    familiar y empresarial, las naciones menos desarrolladas
    (atraídas en su día por los bajos tipos de interés)
    habían acumulado deudas tan ingentes que al producirse la
    inestabilidad monetaria internacional veían como sus
    montantes se elevaban hasta reducir casi a la nada su capacidad
    de compra, y además las empresas europeas y japonesas
    competían ya con las americanas. En suma, los mercados
    resultaban ya incapaces de absorber la producción y las
    empresas comenzaban a sufrir el crecimiento de sus stocks y la
    caída de sus ventas.

    La que se llamó la "cultura del
    más" propia de aquellos años y que era el resultado
    del consenso fordista, del Estado benefactor y permanente
    suministrador de bienes
    públicos, de la publicidad y de
    la expansión del crédito, provocó un
    auténtico desbordamiento social y productivo. Como tantas
    veces se ha señalado, el pleno empleo y la
    abundancia son los peores enemigos de la estabilidad social y de
    la paz laboral
    (naturalmente, en una sociedad escindida). Y, efectivamente, al
    amparo de esa
    situación se multiplicaban las demandas salariales, se
    perdía la disciplina en
    las fábricas y se generaba la rebelión de los
    trabajadores y ciudadanos que no estaban sino deseosos de
    satisfacer la necesidad de más bienes, más ocio y
    más protección que al amparo del consenso se les
    había ofrecido.

    Pero esa relajación laboral (con
    muy poco coste de oportunidad para el trabajador cuando no hay
    apenas desempleo) y la
    pérdida de la medida en las reivindicaciones salariales
    (cuando la indiciación no respeta la evolución de la productividad)
    deteriora el equipo productivo y reduce drásticamente la
    productividad hasta el punto en que los beneficios comienzan a
    estar amenazados.

    La situación se hace mucho
    más crítica
    en los sectores que emplean más mano de obra y los que
    utilizan la energía más cara. Pero puesto que esto
    había sido precisamente lo habitual en el desarrollo
    industrial del modelo de posguerra, es fácil imaginarse
    hasta qué punto la crisis de productividad y de costes se
    iba a convertir en algo generalizado en las economías
    occidentales.

    En esta situación, los gobiernos
    no sólo mantenían el ritmo de gasto, sino que al
    producirse desempleo, al no disminuir la entrada al mercado de
    nuevas franjas de población activa y al verse en la
    necesidad de reducir (bien de forma automática o
    discrecional) los ingresos
    públicos, incurrían en déficits cada vez
    más elevados. Cuando comienza a haber paro y menos
    cotizaciones y cuando cae la actividad económica y se
    recauda menos sin que se restrinja el gasto, el déficit se
    dispara.

    El desmantelamiento del estado del
    bienestar

    Todas las circunstancias que acabo de
    señalar dan al traste, con mayor o menor diligencia, con
    mayor o menor amplitud, pero sí que de forma generalizada
    en las economías occidentales con los presupuestos
    básicos en que se había sustentado el Estado
    social o del bienestar.

    La situación resultante se
    podría resumir en tres grandes resultados que explican la
    evolución de los hechos a lo largo de los años
    ochenta.

    En primer lugar la crisis de la
    producción. Frente a la saturación de los mercados
    de consumo en masa, frente a la indisciplina y la
    relajación laboral y frente a la caída en la
    productividad, se hace preciso abrir nuevas líneas de
    producción con componentes menos
    costosos.

    La incorporación de nuevas
    tecnologías (la mayoría de las cuales ya se
    habían venido utilizando en el sector militar o en otros
    ámbitos novedosos de la producción) permitió
    reducir el empleo, utilizar el valor añadido de la
    información como detonante de la mayor
    productividad y abrir nuevos segmentos de productos más
    variados que era posible fabricar gracias a la versatilidad que
    proporcionan los nuevos usos
    tecnológicos.

    Se trata fundamentalmente de orientar la
    producción a la consecución de gamas de productos
    que, aunque de la misma naturaleza o incluso con semejante
    utilidad,
    tuviesen sin embargo distintas envolturas (en el más
    amplio sentido del término) de forma que puedan ser
    realizados al no ser percibidos por el consumidor
    seducido por la publicidad como redundantes.

    Se consolidaba así lo que se ha
    llamado la "ingeniería del valor" que permite
    multiplicar y diferenciar la oferta con una
    misma base productiva, más simple y
    reducida.

    Y a los nuevos productos se le
    añaden nuevos productores, incluso auténticas
    nuevas industrias
    (especialmente las de mayor vinculación con las nuevas
    tecnologías de la información), nuevos tipos de
    beneficios (de especulación e intermediación de
    todo tipo), nuevas formas de venta, nuevos
    segmentos de mercado y, naturalmente, nuevas formas de vida y de
    comportamientos sociales.

    En segundo lugar se produjo una
    importante crisis financiera. Como consecuencia de la hipertrofia
    de la circulación monetaria (que llega a ser cuarenta
    veces mayor que la circulación real), de la
    generalización de la especulación financiera que
    provoca la huída de los capitales de los destinos
    productivos, y de la deuda interna y externa que obliga a
    realizar una política
    monetaria orientada a salvaguardar el beneficio de los
    propietarios de las grandes masas de moneda en circulación
    permanente, la inestabilidad financiera se convierte en un estado
    permanente. Y ello, a su vez, es el caldo de cultivo ideal de las
    operaciones
    especulativas que se convierten cada vez más en el destino
    preferentemente buscado por quienes disponen de masivos recursos
    financieros.

    En tercer lugar, hay que considerar una
    radical crisis del consenso social que se había podido
    mantener en los años de expansión y pleno empleo
    anteriores. Su expresión final es la quiebra de la
    regulación fordista consistente en garantizar salarios
    elevados gracias a que éstos sustentan el consumo de
    masas. Entonces, cuando la productividad ha caído y cuando
    no sólo está sin garantizar el salario, sino
    incluso el propio puesto de trabajo, el
    consumo deja de ser el cemento
    integrador que hace posible la armonía
    social.

    Como es natural, a ello coadyuva de
    manera definitiva la multiplicación de los déficits
    públicos. Los gobiernos, que no renuncian a la asistencia
    prestada a los capitales privados en forma de reducciones
    fiscales, de privatizaciones o de asunción de las nueves
    redes e
    infraestructuras necesarias para la incorporación de las
    nuevas tecnologías en condiciones rentables para el
    interés privado, comienzan, por el contrario, a
    desentenderse del capital social que habían venido
    financiando y de la protección que
    procuraban.

    Los millones de desempleados y
    trabajadores en precario no pueden ya conformar el universo de
    los consumidores. Son despedidos del mercado y la pauta social de
    consumo, modificada entonces, ya no puede servir como reguladora
    de las relaciones sociales ni como armonizadora de intereses en
    conflicto.

    La quiebra de lo social, la
    negación de lo colectivo

    Las nuevas técnicas
    de publicidad, marketing e
    imagen de
    producto
    procuran diseñar un consumidor aparentemente personalizado
    que haga suyo el deseo de nuevas envolturas de bienes que, aunque
    finalmente resultan ser recurrentes y redundantes, no se perciben
    como tales gracias a la seducción publicitaria. Y
    así se hace posible dar salida a una producción
    tanto más sofisticada como poco innovadora desde el punto
    de vista de la satisfacción real de las
    necesidades.

    El consumidor ya no es el productor
    retribuido de los años sesenta, el que se realiza
    (aún alienándose) en el taller y se premia con el
    consumo, sino más bien el que es premiado con un puesto de
    trabajo y se realiza (alienándose) en el consumo (que es
    principalmente consumo de mercancías
    culturales).

    Gracias a esta nueva forma de realizar la
    producción, que permite aumentar las ventas multiplicando
    el gasto individual de menos consumidores, se solventa la crisis
    del consumo y se garantizan los beneficios.

    Pero roto el consenso a través del
    consumo, la existencia de millones de pobres, de parados o
    marginados no permite alcanzar el consenso desde la
    producción, desde la fábrica. No puede frenarse la
    rebeldía natural que provoca una sociedad desigual tan
    sólo haciendo funcionar al máximo los aparatos
    productivos, porque ahora quienes pudieran rebelarse no
    están en condiciones de disfrutar de sus logros, como
    sucediera antaño. Y porque, incluso en ese caso,
    orientados los mecanismos redistribuidores hacia la
    recuperación de las ganancias de capital en detrimento de
    las rentas del trabajo (como efectivamente se ha venido haciendo
    desde finales de los años setenta mediante las políticas
    fiscales regresivas), la desigualdad irá en aumento y cada
    vez serán más numerosos quienes no disfrutan del
    consumo.

    Por lo tanto, no puede haber más
    consenso que el de la sumisión, bien a través de la
    generación de vínculos autoritarios de
    regulación social que la fuercen, bien a través de
    la aceptación de la individualidad, de la competencia y
    del posibilismo como expresión más sublime de los
    comportamientos humanos.

    Eso explica entonces que los años
    ochenta se hayan caracterizado por la convivencia entre las
    muestras más suntuosas de consumo banal y la pobreza y
    marginación más dramática como tendremos
    ocasión de comprobar más
    adelante.

    Por eso también que la salida a la
    crisis no sólo exigiera nuevos espacios productivos y
    nuevas formas de producción, sino también distintos
    comportamientos, valores diferentes y otros tipos de aspiraciones
    sociales. Y que llevase consigo políticas
    económicas de alcance y con instrumentos distintos y
    también nuevos modelos de
    actuación individual y social.

    Cuando la insatisfacción del
    conciudadano es evidente, la rebeldía y el rechazo
    sólo se pueden evitar si se moldea un ser humano
    ensimismado, egoísta e insolidario y que no atiende a
    más estímulo que el de su satisfacción
    personal. Cuya
    atención es permanentemente reclamada desde
    todo tipo de fuentes para hacerle creer que la
    satisfacción depende del esfuerzo individual y no del tipo
    de organización social; fomentando para ello
    la quimera del éxito individualista y el temor al fracaso
    que conlleva la acción colectiva, y aislándolo
    comunicacional e incluso físicamente de sus seres humanos
    más próximos.

    3. LA VERDADERA CARA DEL
    NEOLIBERALISMO

    Procurando evitar la retórica
    trataré de presentar los resultados de todo este proceso
    brevemente y de la forma más resumida posible,
    precisamente para tratar de reflejar hasta qué punto la
    realidad muestra de manera
    palpable que la aplicación de las políticas
    neoliberales ha traído consigo los efectos justamente
    contrarios a los que se proclaman
    teóricamente:

    1. Menor crecimiento
    económico y más dificultades para la
    formación de capital
    . En el período 1960-1973
    la tasa de crecimiento medio anual en la actual Unión
    Europea fue del 4,7%, en Estados Unidos
    del 3,9% y en Japón
    del 9,6%. Sin embargo, de 1974 a 1994, dichas tasas fueron,
    respectivamente, del 2,1%, 2,3% y 3,4%.

    Para esos mismos países, el
    crecimiento anual medio de la Formación Bruta de Capital
    fue del 5,7%, 4,7% y 14% en el período 1960-1073. De 1974
    a 1994 habían pasado a ser del 0,9%, 2,3% y
    3%.

    2. Incremento espectacular del
    paro
    . Así la tasa de paro en la Unión Europea
    fue de 2,6% en 1973, del 5,4% en 1979 y del 8,3% en
    1990.

    3. Multiplicación de los
    desequilibrios económicos
    , como pone de manifiesto la
    reiteración de los ciclos, la agudización de las
    fases recesivas y la sucesión de perturbaciones más
    o menos circunscritas a países o áreas concretas.
    En particular, la política macroeconómica de
    inspiración neoliberal cosecha fracasos con imperturbable
    constancia: la deuda
    pública neta de los países de la OCDE se ha
    multiplicado por dos, los países europeos, por ejemplo,
    tropiezan con dificultades permanentes para cumplir con los
    objetivos de
    ajuste propuestos, ni los gobiernos ni los organismos
    internacionales más reconocidos aciertan nunca a la hora
    de establecer predicciones, como prueba evidente de que sus
    análisis discurren por caminos bien
    diferentes a los de la realidad (el Fondo Monetario
    Internacional, que se autoproclama valedor principal del
    saber y la ortodoxia, consideraba a México,
    sólo semanas antes de estallar en una inmensa crisis
    financiera, como uno de los países de finanzas
    más sólidas).

    4. En la práctica, mayor
    regulación institucional de los mercados
    , y
    especialmente de la más antidemocrática (como
    especialmente la que realizan con autonomía los bancos centrales,
    o la que lleva a cabo la Unión Europea), que ha alejado
    más que nunca la perspectiva del deseado equilibrio
    competitivo y que, en particular, ha llevado a una
    expansión desconocida de la corrupción y de la utilización
    privada de los procedimientos de
    decisión colectiva.

    5. Mayor proteccionismo de los
    países poderosos
    , al mismo tiempo que han obligado a
    los países más débiles a abrir sus fronteras
    y reorientar sus aparatos productivos para abaratar los
    suministros al Norte. No puede ser ajeno a ello, por ejemplo, el
    que los países pobres hayan terminado por ser
    suministradores netos de capitales a los paises
    ricos.

    6. Destrucción del aparato
    produtivo, financierización de las economías y
    crisis financieras recurrentes
    , en contra de la pretendida
    estimulación de la actividad empresarial y de la
    creación de riqueza.

    7. Aumento vertiginoso de
    concentración de la riqueza, de la pobreza, las
    desigualdades y el malestar social
    . Hoy día, y a pesar
    de disponer de más y mejores recursos, en nuestro planeta
    hay más analfabetos, más personas sin vivienda,
    más desnutridos y más pobres, más malestar
    social. Valga como prueba que, según el último
    informe del PNUD,
    en 1960, el 20% de la población era 30 veces más
    rico que el 20% más pobre, en 1990 se ha enriquecido 60
    veces más

    8. Ahora bien, junto a todo lo anterior,
    sin embargo, se ha alcanzado un objetivo principal: recuperar
    el beneficio
    . Mientras que la tasa de rentabilidad del
    capital privado en la Unión Europea fue del 12% en 1980,
    en 1994 subió al 15,9%. Paralelamente, la
    participación de los salarios en el PIB
    disminuyó entre 1980 y 1994 del 76,4% al 70,6% en la
    Unión Europea, mientras que el salario real por persona ocupada
    que tuvo un crecimiento medio anual del 4,5% en los años
    setenta, sólo creció un 0,7% entre 1990 y 1994. Sin
    ir más lejos, en España, a
    pesar de que las políticas neoliberales se han aplicado de
    manera algo más matizada, la parte correspondiente al
    beneficio en el total de las rentas ha retrocedido, a su favor, a
    la que tenían hace veinticinco
    años.

    Años atrás, cuando
    aún no se había hecho tan extraordinariamente
    fuerte el pensamiento neoliberal, el Premio Nobel de
    Economía Robert Solow descubría con rotundidad lo
    único que podía esperarse de las políticas
    que inspira: "Que hay detrás de las
    políticas conservadoras? -se preguntaba Solow. Y
    respondía- distribución de riqueza y de poder; su
    programa -el
    de las políticas conservadoras- es y siempre ha sido la
    redistribución de riqueza en favor de los más ricos
    y de poder en favor de los más
    poderosos".

    Esa es la verdadera y la única
    cara del neoliberalismo: más opulencia aún para los
    poderos, más miseria para los miserables cada vez
    más numerosos y un poder mediático omnipresente
    para cometer lo que Baudrillard acaba de calificar como el crimen
    perfecto de nuestra época: matar incluso a la
    verdad.

    4. BIBLIOGRAFIA BASICA
    RECOMENDADA

    ANISI, D. (1988). "Trabajar con red. Panfleto sobre la
    crisis". Alianza, Madrid.

    BERZOSA, C. Coord. (1994). "La
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    Juan Torres López.

    Catedrático de Economía Aplicada de la
    Universidad de Málaga

    Juantorres[arroba]uma.es

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