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La Unión Europea frente al reto de la democracia con bienestar social




Enviado por Juan Torres López



    Se puede afirmar con razón que los años
    noventa van a ser cruciales para el futuro de la comunidad
    europea. Los grandes retos están marcados con solemnidad
    por las autoridades de todos los estados: consolidar y redefinir
    posiblemente el orden surgido en Maastricht, diseñar la
    estrategia
    definitiva de entrelazamiento con las economías y las
    sociedades del
    Este de Europa o alcanzar
    una posición estable en el contexto de las relaciones
    internacionales.

    Sin embargo, no suele tener tanto eco en las
    preocupaciones de los gobernantes la estrategia posible o
    deseable para invertir la tendencia muy negativa que ha afectado
    al bienestar social en Europa durante los últimos
    años.

    En estos papeles pretendo establecer sumariamente las
    condiciones del bienestar en la Europa presente y las
    limitaciones que tienen los proyectos de
    integración dominantes.

    1. Los años
    ochenta, una auténtica década del
    malestar

    Los últimos años han sido especialmente
    negativos para la mayoría de los ciudadanos europeos si se
    atiende a sus condiciones de vida y trabajo.

    Por una parte, se padece un nivel demasiado grande de
    desigualdad y malestar social.

    En la Europa que se vanagloria de constituir el corazón
    mismo del progreso y la democracia, el 10% de la población más rica disfruta entre el
    30% y el 35% de la renta, mientras que no más del 5% de la
    población dispone de la cuarta parte de la riqueza total.
    A principios de
    los años noventa, y según datos
    proporcionados por diferentes estadísticas de la propia Comunidad
    Económica Europea, en su seno había 48 millones de
    ciudadanos pobres, 16 millones de analfabetos, 6 millones de
    parados de larga duración, 11 millones de individuos sin
    techo y unos 10 millones de personas en situación de
    pobreza
    extrema[1].

    El 43% de la población activa del Reino Unido, el
    41,2% de la de Bélgica o el 37,5% de la española,
    por citar algunos ejemplos, habitaba en regiones con tejidos
    industriales en grave decadencia. ­Las dimensiones del
    desempleo en
    la Comunidad, como se sabe, son extraordinarias. Baste tan
    sólo recordar que uno de cada tres ciudadanos europeos ha
    estado alguna
    vez en paro.

    Si se da el valor 100 a la
    media comunitaria de pobreza, resulta que la tasa de pobreza
    entre los menores de 25 años sería de 121 en el
    conjunto comunitario y más elevada en algunos
    países como Países Bajos (155), Irlanda (143) o el
    Reino Unido (132), mientras que la tasa de pobreza de la
    población de mayor edad sería 136, siendo
    también 100 la media de la población total pobre
    comunitaria. Incluso la esperanza de vida de los niños
    europeos es desigual según cual sea su lugar de nacimiento
    y las condiciones económico-sociales de sus padres: los
    niños nacidos de padres sin cualificación tienen
    una esperanza media de vida ocho años inferior a la de
    aquellos cuyos padres ocupan funciones de
    cuadros superiores.

    Por otro lado, estos fenómenos, lejos de
    disminuir, han aumentado en los últimos
    años.

    El índice de disparidad interregional relativo al
    PIBpc aumentó entre 1.980 y 1.988 al pasar de 26.1 a
    27.5.

    Mientras que en 1.970 el número de pobres
    (ciudadanos con ingresos menores
    a la mitad de los ingresos medio correspondiente a su Estado)
    existentes en la Comunidad se cifraba en treinta millones, en
    1.985 eran más de cincuenta millones las personas que no
    superaban el umbral de pobreza.

    La tasa comunitaria de desempleo en 1.990 (10,4%) era
    más del doble de la correspondiente a la media de los
    años 1.974 a 1.981.

    Este deterioro en las condiciones de vida y trabajo fue
    reconocido explícitamente por la propia Comunidad Europea
    cuando, en 1.989, afirmaba que "a pesar de la evolución macroeconómica favorable,
    el número de indigentes ha seguido aumentando en los diez
    últimos años en la mayor parte de los países
    de la Comunidad…se observa claramente que el número de
    personas que dependen de la asistencia social se ha incrementado
    desde el principio de la década de los setenta; este
    número se ha duplicado incluso en varios Estados
    miembros…No obstante (la ampliación del campo de
    cobertura social) la tendencia de fondo sigue siendo el aumento
    del número de indigentes"[2].

    No puede dejar de ser significativo que, justamente
    cuando la Comunidad disponía de más instrumentos
    para la coordinación política y
    económica, cuando más avanzado estaba el proceso de
    integración, mayores fuesen las expresiones de malestar
    social. Sin duda, eso debe llevar a reflexionar sobre la naturaleza de
    este proceso y sobre los objetivos que,
    verdaderamente, se han perseguido.

    2. La Europa de Maastricht
    como
    proyecto
    neoliberal

    Como muestra,
    quizá anecdótica pero relevante, de esto
    último se puede hacer referencia al origen del acta Unica
    que, como es sabido, constituyó el germen de la
    integración posterior. Preocupado por la
    ralentización del proyecto de integración que
    llevase al mercado
    único, el dirigente de la compañía Phillips
    Wisse Dekker reunió a cuarenta representantes de "las
    más grandes empresas
    europeas" -en sus propias palabras- y de entre ellos salió
    el documento que luego sería asumido por el Comisario
    Cockfield para la elaboración de la propuesta de 300
    directivas en las que se basaría el Acta
    Unica.[3].

    Y eso es algo que no debe extrañar pues es un
    hecho reconocido que el objetivo
    central de las políticas
    económicas comunitarias ha sido mejorar la competitividad
    global de la economía comunitaria
    que permitiera fortalecer la posición comercial de las
    grandes empresas europeas en el contexto mundial, es decir de
    aquellas cuyos dirigentes estimularon el nacimiento del Acta
    Unica y propusieron sus contenidos; y ello "aunque como efecto
    lateral aumenten las diferencias regionales y
    sociales"[4].

    Más adelante, el Tratado de la Unión
    Europea (art. 3 A) estableció claramente que la política
    económica encaminada a alcanzar los objetivos
    comunitarios se llevará a cabo con "respeto al
    principio de una economía de mercado abierta y de libre
    competencia".

    De su asunción se siguen cuatro grandes criterios
    que deben gobernar la integración de las estructuras
    económicas de los estados miembros: la mayor movilidad
    posible de los factores (que garantice su desplazamiento
    allí donde su uso resulta ser más valioso), la
    flexibilidad salarial (que evite que los costes salariales
    constituyan un factor de rechazo a la valorización de los
    capitales en los lugares donde éstos encuentren mejores
    condiciones de aplicación en virtud de la búsqueda
    de economías de escala y
    proyección de mercado), la convergencia de
    políticas económicas (que permita hacer efectiva la
    unión económica, puesto que ésta comporta
    una limitación en los instrumentos de política
    económica de cada estado) y la política de
    competencia (que elimine trabas y obstáculos para la
    rentabilización de los capitales en el
    mercado).

    Se supone que el funcionamiento del mercado
    garantizará la movilidad suficiente y la eficiencia
    necesaria de manera que el Mercado Unico primero y la
    Unión Económica y Monetaria más tarde
    permitan que "todos salgan ganando"[5]
    con la integración.

    La plena movilidad, por una lado, haría posible
    la expresión de las ventajas comparativas de cada Estado o
    región permitiendo la especialización y la ventaja
    recíproca de todas ellas, mientras que la diferencial de
    salarios, lejos
    de constituir un incómodo elemento de divergencia,
    sería el factor que garantizaría el fluir de los
    capitales a las regiones menos desarrolladas y con más
    bajos costes del trabajo.

    3. Los desafíos
    democráticos

    El problema es que estas pretensiones
    difícilmente pueden cumplirse. Sucede más bien todo
    lo contrario y, precisamente por ello, se produce un permanente
    proceso de desequilibrio, de desigualdad y de carencia que, en mi
    opinión, constituyen auténticas hipotecas para
    lograr un régimen de auténtica democracia para
    todos los ciudadanos.

    En particular, me parece que pueden destacarse cuatro
    grandes limitaciones del actual proyecto integrador.

    – En primer lugar, la renuncia a sobreponerse a las
    inercias del mercado.

    Cuando se profundiza en la dinámica del mercado, resulta que
    ésta no produce el efecto equilibrador pretendido, sino
    más bien el contrario. Como puso de manifiesto el IFORME
    PADOA, "las regiones sólo tienden a igualar sus ingresos
    per capita, como resultado de la movilidad de los capitales y de
    la mano de obra, bajo ciertas condiciones excepcionales y nada
    realistas…La historia y la teoría
    económica enseñan que cualquier
    extrapolación de la teoría de la "mano invisible"
    al mundo real de la economía regional, en presencia de
    medidas de apertura de mercados,
    carecería de todo fundamento"[6].

    La economía comunitaria se caracteriza por la
    amplia presencia de fenómenos de concentración
    oligopólica (frente a los que, por cierto, tan poco
    combate presenta la política "de competencia") que
    originan que los mercados sean extraordinariamente imperfectos.
    Además, la existencia de economías de escala como
    determinantes -más que la ventaja comparativa- de la
    especialización en el comercio son
    circunstancias que, como también señaló
    Krugman [7], no permiten
    distinguir claramente las consecuencias positivas de la
    integración en todas las zonas afectadas. Por el
    contrario, este autor indica que "el principal obstáculo
    para reforzar la integración
    económica reside en el hecho de que, al menos a corto
    plazo, sus beneficios no se distribuyen de igual manera entre los
    países" [8]. Como tampoco
    hay evidencia empírica alguna de que los costes salariales
    más bajos de las regiones menos desarrolladas constituyan
    un incentivo suficiente para la atracción de capitales,
    toda vez que éstos, en las condiciones de
    transnacionalización existentes, pueden supeditar como
    regla general la variable salarial a otras como la productividad,
    los costes derivados de la peor infraestructura, la
    diferenciación de precios que
    permite la estructura
    oligopólica del mercado, o la más habitual
    aparición de economías de escala, de
    concentración o integración en las zonas más
    desarrolladas.

    Estas circunstancias, y el hecho de que la
    integración a través del mercado conlleva una
    reducción de las barreras que pueden proteger a las
    economías más débiles, ocasionan, por lo
    tanto, una mayor indefensión de estas últimas y, en
    suma, que sean las más desfavorecidas, tal y como han
    puesto de manifiesto los diferentes informes que
    se han venido citando.

    – En segundo lugar, el debilitamiento progresivo de la
    política y la protección social.

    En el Tratado de la Unión Europea la
    cohesión social sigue constituyendo un objetivo del
    proyecto integrador (art. 2), aunque no una condición para
    impulsar el crecimiento
    económico y para determinar las medidas de
    política económica. De hecho, tal y como puede
    comprobarse en el Protocolo sobre
    la cohesión económica y social que acompaña
    al Tratado, se reduce al fomento de mecanismos reequilibradores,
    renunciándose, de esa forma, a comprenderla como un
    prerequisito del crecimiento económico igualador e
    igualitario.

    Puede decirse, por tanto, que se ha renunciado a la
    cohesión social tal y como había sido formulada
    inicialmente, como el "­grado hasta el cual las desigualdades
    en el bienestar económico y social entre distintas
    regiones o grupos de la
    Comunidad son política y socialmente tolerables"
    [9].

    Desde antes del Tratado, y después con mucha
    mayor rotundidad, el concepto de
    cohesión social ha ido perdiendo, especialmente a la hora
    de hacer efectivas las políticas económicas
    globales, esa significación amplia y ligada a la
    fijación de objetivos concretos sobre el bienestar social,
    para quedar reducida a una simple aspiración compensatoria
    ante los desequilibrios que esas mismas generan.

    El punto de partida esencial que se consolida con el
    Tratado de Mastricht es que debe llevarse a cabo sobre la base
    del "ajuste de mercado", tal y como expresó en su
    día con total claridad la principal autoridad
    monetaria europea al afirmar que "la reducción de los
    desequilibrios estructurales debe ser corregida principalmente a
    través de los mecanismos de ajuste de mercado: el
    otorgamiento de asistencia financiera para promover la
    cohesión económica y social tan sólo
    lograría minar ese proceso" [10].

    Y lo que resulta esencial en este sentido es que la
    dinámica del mercado es no sólo productora, sino
    también reproductora de desigualdad cuando se parte de
    dotaciones iniciales de recursos
    desiguales, tal y como evidentemente sucede en la realidad
    comunitaria. Precisamente por ello, cuando se prioriza el
    fortalecimiento del mercado y si es que no se desea un
    auténtico desbordamiento de los desequilibrios, resulta
    necesario un extraordinario esfuerzo presupuestario tan
    sólo para limitar un impacto desigualador tan grande como
    el que, en el caso de la Comunidad Europea, lleva consigo la
    construcción del mercado
    único.

    – En tercer lugar, la renuncia a la Hacienda Europea y a
    los impulsos redistributivos.

    La posible magnitud de ese esfuerzo se ve enormemente
    reducida en el seno de la Comunidad, en primer lugar, por las
    limitaciones propias de su política presupuestaria y, en
    segundo, porque el camino hacia la Unión Económica
    y Monetaria se orientó por la senda más útil
    para hacer posible tan sólo la libertad de
    operar en los mercados y para fortalecer un modelo de
    crecimiento cuyo carácter "intrínsecamente
    desequilibrador" [11] ya
    había sido puesto de manifiesto reiteradas veces como una
    importante amenaza para los desequilibrios existentes en el
    interior de la Europa comunitaria [12].

    El conocido como Informe
    MacDougall [13] puso de relieve la
    gran potencia
    redistributiva del sistema
    tributario y del gasto
    público en Europa al señalar cómo
    habían contribuido a reducir las desigualdades en renta
    per capita de los países estudiados en torno a valores
    cercanos al 40%. Pues bien, para alcanzar este efecto en la
    Comunidad de los doce sería preciso un volumen de
    transferencias equivalente aproximadamente al 2% del PIB
    comunitario, mientras que el gasto total comunitario en 1.992
    representó algo menos del 1,3% de dicha
    magnitud.

    Además, y como consecuencia del diseño
    del ajuste y de las reglas de convergencia establecidas para
    alcanzar la Unión Económica y Monetaria
    predominante, se produce una importante pérdida de
    impulsos fiscales como consecuencia de tres circunstancias
    singulares: la supeditación de las políticas
    presupuestarias al cumplimiento de los objetivos de estabilidad
    monetaria exigidos, la pérdida de versatilidad de los
    instrumentos tradicionales de la Política
    Fiscal como consecuencia de la limitación de los
    déficits públicos y, por último, a causa del
    fenómeno llamado de "desfiscalización competitiva",
    provocado por la menor recaudación a que puede dar lugar
    el incentivo a la movilización de los factores. Y, en
    definitiva y de manera mucho más trascendental, porque se
    ha renunciado a la creación de una auténtica
    Hacienda Europea, condición imprescindible -en un proceso
    cuyo contexto final pretende ser el de la unión
    política- para que la integración económica
    fuese una realidad no sólo desde la perspectiva del
    equilibrio
    entre los agregados económicos relativos a la moneda y la
    estabilidad de los precios.

    Todo ello permite concluir claramente, como lo hizo el
    Informe IFO, que las dotaciones presupuestarias "no pueden paliar
    de modo significativo las disparidades regionales ni siquiera
    cuando los efectos positivos sean considerables en las regiones
    problemáticas" [14].

    – En cuarto lugar, el (antidemocrático)
    privilegio concedido a la política
    monetaria.

    Finalmente, hay que destacar la prioridad concedida a la
    Política Monetaria a la hora de abordar los desequilibrios
    que produce el proceso de integración en su conjunto y en
    el interior de cada economía y que viene a convertir a la
    moneda en el signo distintivo de la Unión
    Europea.

    Este vigor inusitado que se le proporciona a la
    política monetaria tiene un significado triple que tampoco
    debe pasar desapercibido desde el punto de vista del bienestar.
    En primer lugar que esta política tiene la ventaja de que
    requiere menos aparato administrativo y se instrumenta desde los
    Bancos
    Centrales (en el futuro, y con gran autonomía, desde el
    Banco Central
    Europeo) organismos más defendidos del control
    parlamentario y ciudadano, lo que sin duda limita las
    posibilidades del necesario control democrático de las
    decisiones económicas que dieron origen al Estado
    Moderno.

    En segundo lugar, que permite además regular
    directamente la circulación monetaria que es el lugar
    privilegiado de realización de los beneficios cuando
    predomina la actividad improductiva y la especulación
    financiera de todo tipo, lo que comporta fundamentalmente una
    regulación privilegiada de los capitales que menos riqueza
    generan y a los que está vinculada la destrucción
    de tejido industrial y productivo en el seno de la Comunidad. En
    tercer lugar, y lo que no es menos importante, que bajo la
    apariencia de que está libre de toda connotación
    redistributiva (se suele argüir que ¡la
    política monetaria la hacen los técnicos!) permite,
    sin embargo, llevar ésta a cabo y a favor de los agentes
    más poderosos que disponen de gran liquidez,
    principalmente las grandes empresas europeas y
    transnacionales.

    4. La democracia
    eurocrática, o la
    esquizofrenia de
    la retórica europeísta

    Todo lo anterior viene a producir la enorme
    esquizofrenia que caracteriza al proceso hacia la Unión
    después del Tratado de Maastricht y de la puesta en
    práctica de los programas de
    convergencia: cuando más necesario es el apoyo ciudadano
    para la integración, cuando más falta hace la
    legitimización pública del proceso, más
    ciudadanos descontentos se crean, porque cada vez son más
    los parados y los indigentes, es decir los que no están
    llamados a disfrutar del festín generado para que las
    grandes empresas puedan "competir de manera más agresiva
    en el mercado mundial".

    Pero incluso a pesar del sesgo marcadamente liberal y
    monetarista del que se impregnó finalmente el Informe
    Delors, en él se llegó a advertir (punto 29) que
    "si no se presta suficiente atención a los desequilibrios regionales la
    Unión Económica habría de enfrentarse a
    graves riesgos
    económicos y políticos". Más adelante, el
    citado informe del IFO aventuraba igualmente futuros problemas
    incluso de "desintegración progresiva de las unidades que
    constituyen la Comunidad" [15]
    por esta causa.

    5. Notas

    [1] Las fuentes de
    estos datos y de los que siguen pueden encontrarse en TORRES
    LOPEZ, J. "El Tratado de la Unión Europea y las
    condiciones para el bienestar social en Europa", en CAPARROS, R.
    "La Europa de Maastricht". Universidad de
    Málaga, Málaga, 1.994.

    [2] COMISION DE LAS COMUNIDADES
    EUROPEAS. "Propuesta de decisión del Consejo relativa a la
    implantación de un programa a medio
    plazo de medidas para la integración económica y
    social de los grupos menos favorecidos". Bruselas 1.989,
    p.3.

    [3] KAPLAN, G. 1.990.
    "Countdown to '92. Gearing up vor competitiveness". En IEE
    Spectrum, vol 27-6, pp. 22 y ss. La propuesta de Dekker fue algo
    más allá: llegó a proponer -aunque sin
    éxito
    que el nacimiento del mercado único coincidiese con la
    celebración del centenario de su empresa en
    1.991.

    [4] NAM, Ch W. y REUTER,
    J.(IFO-Institut für Wirtschaftsfors­chung). "El impacto
    de 1.992 y la legislación asociada sobre regiones menos
    favorecidas de la Comunidad Europea". Parlamento Europeo.
    Bruselas 1.991, p. 12.

    [5] NATIONAL INSTITUTE OF
    ECONOMIC AND SOCIAL RESEARCH (NIESR). "Una nueva estrategia para
    la cohesión económica y social después de
    1.992". Parlamento Europeo. Bruselas 1.991. p. 34.

    [6] INFORME DE TOMMASO
    PADOA-SCHIOPPA. "Eficacia,
    estabilidad y equidad. Una
    estrategia para la evolución del sistema
    económico de la Comunidad Europea". Alianza. Madrid 1.987,
    p. 121.

    [7] KRUGMAN, p. "La
    integración económica en Europa: problemas
    conceptua­les", en INFORME PADOA, cit., pp.
    145-179>

    [8] Ibiden. p. 121.

    [9] NATIONAL INSTITUTE OF
    ECONOMIC AND SOCIAL RESEARCH (NIESR), ob.cit., p. a.

    [10] Cit. por GALLEGO
    GREDILLA, J.A. "Unión Económica y Monetaria y
    desarrollo
    regional" en PEREZ CAMPANERO, J. (coord.), "España
    ante la Unión Económica y Monetaria en Europa".
    FEDEA. Madrid 1.991, p. 101.

    [11] Esta expresión se
    encuentra en NIESR, ob. cit., p. 11.

    [12] "La transición
    hacia la Unión Económica y Monetaria puede
    comportar una ampliación de los desequilibrios existentes
    y la aplicación de las políticas comunes
    podría dar lugar a su perpetuación", NIESR, ob.
    cit., p. 42.

    [13] MacDOUGALL, D. "Informe
    del Grupo de
    estudio sobre el papel de la hacienda pública en la
    integración europea". Bruselas 1.977.

    [14] INFORME IFO, ob. cit.,
    p.3.

    [15] NAM y otros, ob. cit.,
    p. 12.

    Juan Torres López

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