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Teología de la Historia en la Civitas Dei



    1. Contexto y Estructura de la
      obra
    2. La Civitas terrena y la
      Civitas Dei
    3. El procursus de las civitates
      y el sentido de la Historia
    4. El hombre en la
      Historia
    5. El Novum
    6. Excursus
    7. Conclusión
    8. Bibliografía

    Introducción

    Este trabajo
    tendrá como base el pensamiento de
    Agustín de
    Hipona sobre su obra "Civitas Dei". Para ello
    considero necesario describir cada civitas para luego
    describir la visión teológica de la historia. Digo
    teología de la historia, apoyándome en los autores
    que lo han tratado, y que no han podido opacar la visión
    trascendente que da la fe. Por más que se vea una
    sistematicidad filosófica (considerando toda la influencia
    platónica), es imprescindible el dato revelado.

    Propuse al final un excursus donde se
    solidificará la visión agustiniana con todo el
    bosquejo cristológico analizado por Han Urs Von Balthasar,
    el cuál, con la idea del Irrepetible Absoluto,
    concluirá en Cristo como Señor de la
    historia.

    Contexto y
    estructura
    de la obra

    "En el entretanto, Roma fue
    destruida por la invasión e ímpetu arrollador de
    los godos, acuchillados por Alarico. Los adoradores de muchos
    dioses falsos, cuyo nombre, corriente ya, es el de paganos,
    empeñados en hacer responsable de dicho asolamiento a la
    religión
    cristiana, comenzaron a blasfemar del Dios verdadero, con una
    acritud y un amargor desusado hasta entonces. Por lo cual, yo,
    ardiendo en celo por la casa de Dios, tomé por mi cuenta
    escribir estos libros de la
    Ciudad de Dios contra sus blasfemias o errores."

    En este fragmento se dilucida el porqué del
    trabajo de Agustín, el cual expresa una visión muy
    amplia de su contemporaneidad. Él comenzó a
    escribirla hacia el 413; en ese entonces, ya la irrupción
    barbara en el Imperio Romano
    había pasado de un establecimiento pacífico a una
    molestia preocupante.

    Esto influyó mucho en su pensamiento, pero,
    además, hay que considerar el gran cambio de
    visión que se producía en el hombre de
    aquél entonces, al reconocerse culturas, en ese entonces
    actuales, y otras desaparecidas.

    El mundo antiguo, considerado de matices intangibles y
    eternos, se iba disolviendo ante la confusión del
    Occidente con el Oriente, del Norte con el Sur. Considerando,
    incluso el proceso
    patrístico apologético religioso, el cuál,
    desde hacía tiempo,
    "inició un camino que, abandonando las tradiciones
    antiguas particulares, se abría a un proceso más
    conforme a las exigencias de la razón universal"; la
    filosofía fue una gran herramienta para él
    dialogó del cristianismo
    con otras culturas y la propagación del mismo.
    Agustín, aquí es notable, ya que "consiguió
    hacer la primera gran síntesis
    del pensamiento filosófico y teológico en la que
    confluían las corrientes del pensamiento griego y
    latino".

    Pero más allá de todas las innovaciones
    que aportaba el cristianismo; en este contexto mencionado, las
    preocupaciones del imperio romano se volcaron en absurdas
    injurias contra aquél, al cuál se le
    atribuyó las desgracias del saqueo de Roma.

    En la obra se ve algo más que una simple
    respuesta a dichas acusaciones, "el genio de Agustín supo
    ascender a una síntesis de la historia humana y divina en
    la que nuestro linaje, dividido en dos ejércitos, se
    combate a sí mismo bajo la mirada de Dios". Además,
    se ven propuestas apologéticas, teológicas,
    sociológicas, morales y una importante filosofía de
    la historia.

    La obra se divide en dos partes:

    • En la primera, vemos diez libros, donde los primeros
      cinco manifiestan una requisitoria de la historia romana,
      demostrando que los dioses no son dignos de confianza, incluso,
      en la preservación del mundo presente. Los otros cinco
      conlleva una requisitoria del paganismo, tanto el que
      corresponde a la tradición popular como a la
      filosófica, demostrando que tal tampoco asegura una
      estabilidad en el mundo.
    • La segunda parte plantea la cuestión de las
      dos ciudades, donde se ve el origen de ambas (XI-XIV), el curso
      a través de los siglos (XV-XVIII) y el fin
      antagónico de ambas (XIX-XXII).

    En lo que acontece se ha de considerar la segunda parte
    de la obra, donde se describen las dos ciudades, tratando de
    explayar las diferentes características de cada
    una.

    La Civitas
    terrena
    y la Civitas Dei

    En Agustín se encuentra la doctrina
    sociológica de que el hombre es
    sociable por naturaleza, ya
    que fue creado unum ac singulum, a diferencia de los
    animales en
    donde cada uno es en la especie sólo un número.
    Esta individualidad lleva al hombre a agruparse de diferentes
    grados o formas de convivencia. En el término
    "civitas", él quiere denotar "la socialidad humana
    en cuanto dimensión del ser del hombre", pero no
    científicamente, sino en cuanto competencia
    intrínseca del mismo.

    En esta dimensión él distingue dos
    géneros de socialidad humana: la civitas Dei y la
    civitas terrena. Ambas "no son objetividades entitativas
    sociales, sino diversas modalidades de funcionamiento social".
    Cabe destacar que ambas son definidas frente a tres propiedades
    trascendentales, notándose una gradualidad entre las
    mismas. Ellas son el bonum, la veritas y la
    charitas.

    • Frente el bonum se ve la socialidad del hombre
      viviendo secundum carnem y secundum spiritus.
      "Vivere secundum carnem es algo ciertamente malo, a
      pesar de que la naturaleza de la carne no es un mal"; si no que
      cabría de ver que se intenta expresar la funcionalidad
      social del hombre en donde las estructuras
      entitativas no son reguladas mediante su estructura
      trascendental; de modo que se vive en la civitas
      terrena
      . En cambio, vivere secundum spiritus,
      designa la socialidad humana en consideración de su
      estructura trascendental, viendose así la civitas
      Dei
      .
    • Frente a la veritas se considera al hombre
      viviendo secundum hominem y secundum Deum. En la
      primer designación se manifiesta el vivir según
      él mismo y no según Dios, como en la segunda;
      considerándose así que el hombre vive secundum
      veritatem
      o secundum mendacium.
    • Frente a la charitas se ven dos disposiciones
      del hombre, dos amores, "a saber: el amor sui hasta el
      desprecio de Dios y el amor Dei hasta el desprecio de
      sí propio". El primero designa una actitud
      falta de solidaridad y
      por ello antisocial, en cambio, el segundo, una actitud
      solidaria y por lo tanto abierta a la sociedad.

    Los perfiles mencionados denotan la trascendencia de las
    civitates duas, las cuales son universales, y en donde, a
    través de las modalidades de comportamiento
    se expresa la socialidad humana. Pero hay que considerar que se
    muestran "perplexas y permixtas", donde sólo la
    distinción de ambas esta reservada a exclusivamente a
    Dios.

    Esta trascendencia se despliega en el mundus el
    cual no designa solamente las cosas, sino también a los
    habitantes del mundo, un acontecimiento de la existencia
    trascendental del mismo. Por ello el hombre mismo es
    mundus, donde ambas civitates se enfrentan
    antagónicamente, y en donde, la civitas Dei
    prevalecerá sobre la civitas terrena. Así,
    él deberá elegir entre una conversio a Deo o
    una adversio a Deo, en donde la buena elección
    concluirá en la pax, la cual es la tranquilidad
    en el orden.
    "Por esta paz obra y por esta paz "suspira el
    pueblo de Dios durante su peregrinación desde el comienzo
    del viaje hasta el regreso".

    Más allá de toda interpretación política se
    intentará analizar la historia desde las consideraciones
    agustinianas, las cuales muestran una visión muy correcta
    de la visión cristiana de la historia.

    El
    procursus de las civitates y el sentido de la
    Historia

    En su visión histórica, Agustín
    utiliza la civitas como categoría de
    interpretación histórica, la cuál le permite
    "incidir en la historia y vislumbrar su sentido, y la
    interpretación de la historia viene a ser un asumir el
    sentido del procursus de ambas
    civitates".

    Esto no llevaría a una racionalización de
    la historia, donde "el historiador consiente de su responsabilidad no osará nunca… decir
    qué contribución al advenimiento del Reino ha
    presentado tal episodio del drama de la historia, tal acto
    concreto
    realizado por tal hombre determinado, tal vida humana, tal
    época, tal pueblo, tal civilización". Si no,
    más bien, considerar que el procursus es visto como
    el desarrollo de
    la Historia
    Universal, donde, aquí, él ve un "progreso
    lineal hacia un ser trascendente" que es el que da el sentido
    total a todo.

    Es notable la visión agustiniana frente a la del
    mundo griego. El mundo antiguo, especialmente el estoico y el
    platónico, veían a la historia como innecesaria,
    "es a lo sumo un ejercicio, pero no una experiencia fundamental",
    ve en ella un sin sentido, ya que considera como realidades
    sólo a la Razón, a la Naturaleza, al Mundo
    inteligible, etc., en concreto, lo que no cambia.

    Por ello para él no hay tiempo, solo los
    "locales"; "si hay para el griego un tiempo, se trata
    entonces de uno donde ningún momento se distingue de otro
    salvo para formar parte de un determinado ritmo". La Naturaleza
    representaba lo permanente, el absoluto al cual el hombre vuelve
    por la eterna ley de la
    restitución, siendo así, él mismo, parte de
    la Naturaleza. Desde el punto de vista del origen del mundo, no
    hay un origen inicial, es eterno; y, además, todas las
    cosas entran dentro de la cerrada circularidad del eterno
    retorno.

    En la visión cristiana se ve que la historia no
    tiene que ser solo total, sino que, además, poseer un
    sentido. Esto nace a partir del judaísmo, que comienza a
    denotar que la historia posee un plan de
    desarrollo. Agustín propondrá dos tareas: una
    será teologizar la historia, o sea, ver lo
    histórico desde la teología; otra será
    historizar la teología, en donde la realidad misma es
    histórica porque es teológica.

    En la búsqueda por el sentido de la historia,
    Agustín ve que ésta "no puede explicarse por algo
    ajeno a ella, pues en tal caso se desvanecería su
    realidad. Por el otro, no puede explicarse por sí misma,
    pues en tal caso carecería de sentido buscarle un fin".
    Habrá que figurar algo que la trascienda y que sea capaz
    de mantener su presencia y su prestancia.

    De allí, que la razón de ser de la
    historia es cimentada en la divinidad, la cual "sabe qué
    debe procurar en cada momento, que añadir, quitar,
    sustraer, transmitir o limitar"; con lo cual, será
    necesario para ver a la misma como totalidad.

    Ahora bien, en el sentido del procursus nos
    encontramos con un summum principium que ordena al mismo.
    Con ésta idea Agustín rompe con la teoría
    del eterno retorno. "Para Agustín la historia no es un
    circuitus, sino un movimiento
    lineal (procursus), que tiene un sentido desde su origen
    hacia su fin.

    Cabe manifestar así, que cada época
    encuentra su significado dentro del todo, más allá
    de lo oscura que haya sido, donde se puede "conjeturar la
    relación de cada acontecimiento con la ley única
    que regula toda la composición". Pero estas
    contradicciones nos hacen ver, que más bien, se va a un
    ser trascendente, con lo cual, también rompemos con la
    visión moderna de la historia, que creía en un
    progreso cuyo fin es una perfección
    intrahistórica.

    El hombre en la
    Historia

    Un aspecto importante, que Agustín recalca, es el
    fenómeno del hombre en la historia. Él, desde la
    visión cristiana, mira la naturaleza como poseedora de
    sentido, sólo a partir del desenvolvimiento del hombre; de
    allí que la naturaleza es parte del mismo y no viceversa.
    Este desenvolvimiento supone un factor importante, que es la
    libertad.

    Al hombre se le ha dado el valioso don de la
    autodeterminación, teniendo la capacidad de regirse, de
    hacerse, "sin ese señorío y esa simultánea
    dependencia no podría haber eso que llamamos historia".
    Por lo tanto el desarrollo histórico del hombre no es un
    proceso necesario, sino libre. "Si lo que ocurre existe de alguna
    manera en el pensamiento divino sin que por ello seamos menos
    libres; si nuestros actos son vistos por Dios sin que por ello
    dejemos de ser sus causas, parciales, pero responsables; si
    nuestro destino está presente por entero a Dios, sin que
    por ello seamos menos sus autores, sino totales, sí al
    menos privilegiados, entonces hay que reconocer que el
    conocimiento histórico nos eleva por encima de las
    ilusiones fatales debidas a la estructura misma de nuestra
    percepción temporal. El conocimiento
    histórico rescata el tiempo, podemos decir
    retomando el consejo de San Pablo (Efe. 5, 16); lo libera de lo
    que hay de falso, tanto en el sentimiento de un desparramarse de
    las cosas, como en la idea del sino. Y acercarse, por
    infinitamente que sea, a la perspectiva desde la que el Ser
    infinitivo ve los seres, es ganar en verdad". Además,
    "sólo en la escatología, cuando conozcamos como somos
    conocidos, podremos participar en el pensamiento divino y darnos
    cuenta de lo que ha sido el movimiento ascendente de esta
    historia más que real".

    Ahora bien, en la libertad esta también la
    posibilidad de su caída, que en realidad se hizo evidente.
    De allí que el hombre debe encaminarse hacia ese fin
    trascendental, en el cual estaba en su origen. Así "la
    historia es, al mismo tiempo que castigo, redención de
    este castigo", donde se ve el drama de la salvación. Este
    drama posee un comienzo, un desarrollo y un fin, pero es drama
    por darse una sola vez; por ello el hombre no puede descansar
    hasta que no lo haga en Dios, ya que sólo hay una patria
    verdadera, la Civitas Dei.

    El
    Novum

    En la interpretación agustiniana de la historia
    se destaca un punto central, de gran desarrollo para el Obispo de
    Hipona; es el novum del nacimiento de Cristo. Este
    representa el Akmé, o sea, el corte, a la vez que
    madurez y culminación. "Lo que Agustín
    señala es que algo nuevo se ha producido en el horizonte
    ontológico de la historia universal e
    individual.

    Este akme´ ha generado dos épocas en
    la historia: la época pre-cristinana y la época
    cristiana (christiana tempora). Para explicar esto
    Agustín ha visto tres hechos históricos que
    manifiestan la nueva época:

    • En primer lugar, considerando el suicidio,
      viendo incluso, aquellas mujeres que se quitaron la vida luego
      de haber sido violadas, él denota que nadie, por
      más honesto que sea, puede atentar contra su estructura
      entitativa (corpus), sino sólo aceptar o denegar
      con su mens.
    • En segundo lugar, manifiesta que el hombre ya
      actúa como libertas y no como fatum. El
      hombre antiguo consideraba que había una necesidad que
      determinaba su existencia, ésta era el fatum o
      destino, que niega la libertad misma. En cambio, en la
      christiana tempora, el hombre es dueño de su
      propio destino realizándose con conciencia
      de libertas.
    • En tercer lugar, Agustín considera que la
      existencia que propone el cristianismo ofrece un novum
      al mundo del pensamiento filosófico. "La
      filosofía conquista en la existencia cristiana un Dios
      que es esse fundante y la veritas última,
      o, en la formulación del De civitates Dei, Dios
      como summum principium de todas las cosas".

    En síntesis, "el significado histórico de
    la tarea agustiniana hay que verla a la luz de este
    cambio, que él mismo trata de captar y
    fundamentar".

    Excursus

    En la propuesta de Cristo como Novum de la
    historia, es muy interesante la mirada que propone el
    teólogo suizo, Hans Urs Von Balthasar. "Quien emprende la
    consideración de lo histórico en su conjunto, debe
    asignarle, si no quiere caer en un mito gnóstico, un sujeto general que obre y se
    manifieste en lo histórico, y que a la vez sea una esencia
    universal normativa".

    Este sujeto, si es Dios no necesita de la historia para
    ser mediador de sí mismo; si es hombre no podrá
    dominarla en su conjunto. Por eso es necesario que conforme en
    sí la unión entitativa de Dios y del hombre. Este
    tiene que ser el einmalig keineswegs (Irrepetible
    Absoluto).

    O sea, que ontológicamente, más
    allá de la diversidad de individuos, que denota una
    irrepetibilidad de individuos, viendose la diferencia de identidad de
    uno con otro; en la humanidad se comparte una misma esencia, una
    misma naturaleza. Pero sí uno de nosotros (Fil. 2, 7) es
    entitativamente uno con Dios, queda asumido en su absoluta
    irrepetibilidad ontológica, ya que es el Uno; de
    allí la irrepetibilidad del Redentor y de su acto
    salvífico.

    Por lo tanto, en Cristo se da una soberanía sobre todas las cosas (Fil. 2, 9)
    por su unión hipostática. Por ello "no hay nada en
    él que no sirva a la auto-revelación de Dios", ni
    nada que no sirva a la salvación del hombre. Él es
    el Señor de todas las cosas, tanto en el dominio de lo que
    es esencial como también de la historia, debido a que el
    contenido histórico irrepetible "no queda destruido
    (gratia non destruit naturam), sino elevado más
    allá de sí mismo y perfeccionado (sed elevat et
    perfecit
    )".

    Por ello es norma de la historia, ya que "en la vida de
    Cristo lo fáctico no sólo coincide con lo normativo
    de hecho, sino "necesariamente", porque el "hecho es a la vez
    manifestación de Dios y prototipo de toda humanidad para
    Dios". "Él mismo es Historia". Es el centro de lo
    histórico en general, desde donde surge toda la historia,
    antes y después de Él, y en donde conserva su
    centralidad.

    En conclusión se ve de manera absoluta el sentido
    total que Cristo le da a la historia, sentido que Agustín
    comenzó a proponerlo en la teología cristiana. Su
    visión histórica ha ayudado al cristianismo a
    fundamentar su esperanza en la intervención divina en la
    historia, principalmente en la persona de
    Cristo.

    Conclusión

    La fe la experiencia de vida, el corazón
    aguerrido por buscar la verdad, fueron instrumentos para que
    Agustín marcara a fuego la historia y el pensamiento del
    cristianismo. "En él, además, la gran unidad del
    saber que encontraba su fundamento en el pensamiento
    bíblico fue confirmada y sostenida por la profundidad del
    pensamiento especulativo". "Gracias a su historia personal, y
    ayudado por una admirable santidad de vida, fue capaz de
    introducir en sus obras una multitud de datos que,
    haciendo referencia a la experiencia, anunciaban futuros
    desarrollos de algunas corrientes filosóficas".

    Bibliografía

    • San Agustín. La Ciudad de Dios.
      Editorial Poblet. Buenos Aires.
      1945.
    • San Agustín. Confesiones. Ed. San
      Pablo. Buenos Aires. 2001.
    • San Agustín. Retractaciones. B.A.C.
      Madrid.
      1948.
    • Hans Urs Von Balthasar. Teología de la
      Historia
      . Ediciones Guadarrama. Madrid. 1959.
    • Hans Urs Von Balthasar. Gloria. Estilos
      Eclesiásticos.
      Ediciones Encuentro. Madrid.
      1986.
    • Étienne Gilson. El Espíritu de la
      Filosofía Medieval.
      Ed. EMECÉ. Buenos Aires.
      1952.
    • Jean Guitton. Historia y Destino. Ed. Rialp.
      Madrid. 1977.
    • Henri-Irene Marrou. Teología de la
      Historia.
      Ed. Rialp. Madrid. 1978.
    • José Ferrater Mora. Cuatro visiones de la
      Historia Universal.
      Ed. Alianza. Barcelona.
      1997.
    • José Villalobos. Ser y Verdad en
      Agustín de Hipona.
      Universidad de Sevilla. Sevilla.
      1982.
    • Juan Pablo II. Fides et Ratio. 1998. Ed.
      Paulinas. 2001.
    • Juan Pablo II. Augustinum Hipponensem.
      1986.

     

    Presentado por:

    Pablo Balario

    Pontificia Universidad
    Católica Argentina

    "Santa María de los Buenos Aires"

    Facultad de Teología

    Carrera: Bachillerato + Profesorado en
    Teología

    Materia: Filosofía de la Historia

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