Develando el lenguaje de los jóvenes en riesgo
La ética del
psicoanalista está íntimamente correspondida
con lo que acontece entre el analista y el paciente, analista que
acompaña y hace de soporte al sujeto sufriente que
consulta, abordando su ser único, su singularidad, hacia
el encuentro de su deseo y al arribo de una verdad que el
sufriente, en calidad de
paciente, ignora. Por lo tanto se trata del desciframiento de las
causas que motivaron el dolor, dolor que es diferente en cada
uno.
Esa verdad a la que se arriba, y las demás
cuestiones que fueron irrumpiendo para ese hallazgo, deben ser
guardadas (a eso llamamos el secreto profesional) hay una verdad
íntima que se anuncia en el marco del tratamiento, pero
que los otros no deben saber, el psicoanalista debe impedir,
desde sí, el anuncio, guardar silencio.
En última instancia, podrá hacerlo pero a
condición de velar la identidad del
paciente, modificando todo dato que pudiera delatar de quien se
trata. Así los profesionales podemos mediante escritos o
Ateneos, exponer el Caso, dando cuenta del trabajo
realizado, pero solo a condición de sostener el
velo.
La posición ética de un
investigador, presenta cierta similitud con la del analista,
en el sentido de que va accediendo a zonas oscuras, ignorando
qué es lo que se oculta allí, como un
antropólogo que cavando halla restos de una cultura
arcaica. Pero concluida la investigación, corresponde anunciar a la
comunidad, los
hallazgos obtenidos, para contribuir al avance del conocimiento
científico, ese es su deber, anunciar la verdad sin
máscaras, pero, preservando las identidades.
En el caso de quien les habla coinciden ambas
posiciones, la de psicoanalista e investigador, es por ello que
en primera instancia anunciaré a ustedes, contundentes
datos acerca
de una investigación reciente, realizada en conjunto con
el politólogo Germán Sarlangue desde el Servicio
Unción de la UCA, investigación que trata del
análisis de aproximadamente 800 adolescentes
"Detenidos" en institutos de máxima seguridad y como
consecuencia de diversas causas jurídicas en las que se
vieron implicados.
Anunciaré estadísticas que exhiben conclusiones hasta
hoy adulteradas, quitando así las máscaras
sostenidas por los vulgares que hablan a la sociedad sin
sustento científico. Solo permanecerán ocultos los
rostros velados de cientos de niños y
adolescentes que al momento de la investigación esperaban
la libertad,
libertad que posiblemente no habían conquistado ni antes
de ser encerrados. Sabrán comprender, los anuncios se
tornarán denuncia de una realidad sumamente
compleja.
Entre los aproximadamente 800 adolescentes
internados, nacidos en el año 1981, solo el 27% de los
analizados vivían en un hogar constituido por ambos padres
Biológicos, el 32% solo con la madre, el 11% solo con el
padre, el 17% en una familia
ensamblada, (es decir con un progenitor y un padrastro o
madrastra, hermanastros, etc.) y casi un 6% se trataba de
niños en situación de calle, sin familia. En una
palabra, casi el 73% de los hogares había sufrido la
separación o pérdida de uno o ambos
progenitores.
Confirmando, científicamente, lo que la
práctica clínica institucional venía
anunciando, el padecimiento de los niños y adolescentes en
situación de riesgo, asociado
entre otras cuestiones, básicamente, a fallas y
desintegración en la estructura y
dinámica familiar, con una marcada ausencia
de la figura paterna o con una presencia y un poder cada vez
más limitados. Padres que no pueden, por diversas razones,
cumplir con las funciones que les
conciernen.
La misma investigación refuta terribles Mitos
Sociales, entre ellos el que estigmatiza, con desleal injusticia,
a las poblaciones humildes, residentes en barrios de emergencia,
el 45% de jóvenes ingresantes, casi la mitad,
provenían de históricos barrios porteños y
solo el 21% de villas. Seguramente alivia localizar "la delincuencia"
en las villas, pero lamentablemente, para los que inventaron ese
recurso, apunto que: las carencias, el abandono y la
transgresión, se localizan en todos los ámbitos
barriales.
En lo educativo hay otro dato categórico, el 29%
no alcanzó el 7mo grado, comprobándose a su vez que
el sistema estatal y
privado de salud y
educativo no se encuentra eficazmente desconcentrado
territorialmente, advirtiéndose una significativa carencia
de tales prestaciones,
en los barrios con mayor cantidad de jóvenes
institucionalizados.
En lo que hace a la edad, es entre 16 y 17 años
la que concentra la mayor cantidad de ingresos, siendo
de los hechos calificados como delitos, a
pesar del sensacionalismo mediático, los hechos contra la
propiedad el
80%, ascendiendo el uso de armas cada
año. A medida que la clase 81
analizada, iba creciendo, la misma dejaba atrás las causas
de ingreso por motivos asistenciales para implicarse a partir,
principalmente de los 16 años, en hechos vinculados contra
la propiedad.
Entonces podríamos peguntarnos ¿Qué
sentido tendría disminuir la edad de inimputabilidad, si la franja con mayores
conflictivas es la que va entre los 16 – 18 años?
Edad en la que comienza a comprenderse lo vivido y sufrido en los
primeros años de vida, pero edad también en la que
comienza a intentarse conquistar un lugar en la sociedad, lugar
que tal vez ya se lo intuya como inaccesible.
Si tienen entre 4 y 10 años aproximadamente,
todavía algunos se movilizarán ante los
niños en situación de calle, pero si son
adolescentes los que se encuentran a la deriva por la ciudad,
seguramente pocos van a sorprenderse, muchos a cuidarse. Entonces
los jóvenes apelarán con otras acciones,
aunque algunas sean socialmente ilegales, buscando conmover al
adulto, porque tal vez lo vienen intentando desde niños,
sin que surjan figuras representativas capaces de
orientarlos.
Continuando con los datos obtenidos en la
investigación, en lo que hace a los reingresos, el 82% de
los casos investigados ingresó, en los diez años de
análisis, entre uno y dos veces al sistema de seguridad.
Ya en una investigación anterior habíamos
comprobado y refutado otro Mito Social,
entre los años 1995 y 1998 no ascendió la cantidad
de ingresos a los institutos de menores, pero sí aumento
el tiempo de
permanencia en el encierro en los últimos años,
concentrándose la mayor cantidad de casos, dentro de los
dos meses de encierro y hasta más de un
año.
Es decir que, contrariamente con lo que circula
socialmente, la cuestión no es que los jóvenes
entran y salen rápidamente por la misma puerta que
ingresaron, ya que permanecen como mínimo dos meses.
Tiempo por demás significativo que dejará en la
vida de varios jóvenes más que una causa
jurídica: las marcas que la
maquinaria del encierro perpetró, aplastando su
singularidad, en le hacinamiento y en un ambiente
dónde la violencia es,
primordialmente, el modo de subsistencia, como también
sucede muchas veces en el afuera, pero con el nada relativo
agregado del encierro.
Ahora es tiempo de algunas consideraciones. El
psicólogo en las instituciones
cerradas debe, para encarnar su función,
en primera instancia, desasirse del lugar donde será
ubicado por el adolescente, en tanto otro agente o eslabón
de la maquinaria jurídica que lo interrogará
nuevamente, para ello ofertará un lugar diferencial para
que el joven pueda hablar de lo que le sucedió y lo que le
sucede, sin que se centralice el diálogo en
lo concerniente a la causa jurídica, en la que
posiblemente se haya implicado.
Lo que intentaremos en el espacio del tratamiento, es
que se implique, pero en su historia, donde la causa de
ingreso sea tal vez, como en un sinnúmero de casos, la
última señal de alarma que halló, el grito
pidiendo ayuda para movilizar a un otro.
Recién ahí, cuando el joven, en el espacio
terapéutico, sienta que hay algo más que aquello
por lo que fue detenido e institucionalizado, que lo cardinal no
es solo la causa jurídica, sino lo que la causa vela, el
porqué llegó a poner su vida o la de otros en
riesgo, ahí recién podrá comenzar a operar
una metamorfosis en su posicionamiento
subjetivo, terreno en el que se podrá maniobrar para el
cambio
posible.
La práctica clínica me autoriza a decir
que, en la mayoría de los niños y adolescentes en
situación de riesgo, la trasgresión se erige como
manifestación visible de un sufrimiento invisible, al modo
del mensaje en una botella que tal vez viene naufragando desde
hace tiempo sin que nadie se interese en leerlo. Mensaje
intentando conmover, movilizar y convocar a un adulto que ordene
su vida.
Cada historia es una novela
única, pero en los niños y adolescentes en riesgo
social hay capítulos en común:
- La desintegración familiar.
- La ausencia de la figura del padre, quien es el
agente trasmisor de la Ley. Por lo
tanto no aparece claramente delimitado lo permitido de lo
prohibido. - La falta de armonía en la pareja, en la que
cada uno parece no poder abandonar los núcleos
infantiles no resueltos, impidiéndose de este modo el
arribo a una paternidad real y responsable. - La falta de diálogo y la violencia
familiar, en sus diversas manifestaciones, como forma de
vinculación. - Fallas en el deseo y reconocimiento de ese hijo y
consecuentemente, respuestas deficitarias a las demandas que
todo niño emite. - Ante la falta de normativización, aparece
una apresurada autonomía de los niños, y la
calle constituyéndose en el lugar donde aparecen las
respuestas que, como veíamos, en el hogar fueron
deficitarias o nulas. - En la calle es dónde también se
agrupan y se consolida la identificación entre pares
con características similares. - El consumo de
diversas sustancias tóxicas se naturaliza y muchas
veces es el primer motor para
la implicancia en actos transgresivos, en el intento por
conseguir el dinero
para la droga. - Se privilegia la actuación impulsiva por
sobre la palabra como herramienta y forma de comunicación.
Por último, y como escenario exclusivo, el
sistema social y político cada vez más precario y
excluyente, que abandona al abandonado, soslayando el complejo
universo de
los jóvenes perdidos, drogados, encerrados, que siguen
buscando, resistiendo, intentando encontrar significantes capaces
de transformar sus vidas, para algún día poder
desprenderse de las marcas que los detienen, desde la temprana
infancia,
lejos de toda posibilidad de crecimiento sano e integración social.
Los jóvenes son quienes con sus actos denuncian
donde trastabillan las funciones de los adultos, por eso los
adultos los usan, los mandan a la guerra, les
dan las armas y la droga, ofreciéndoles todo aquello que
los confunda, para que no hablen, porque cuando los
jóvenes hablan, hablan de los adultos y esa precisamente
es la denuncia que nadie quiere oír.
Los que trabajamos con ellos somos testigos y por eso
hoy estamos aquí, evidenciando y compartiendo con ustedes
la experiencia, para que no se continúe solamente
asistiendo y que esto sea el preludio para comenzar a confrontar,
verdaderamente, a quien se oculta detrás de cada
niño en situación de riesgo, un adulto
irresponsable.
Mientras los adultos continuemos distraídos, los
niños y adolescentes, con su natural insistencia,
seguirán intentando conmovernos y de mil formas, incluso
con su propia muerte.
Para finalizar deseo compartir con ustedes unas breves
palabras del escritor Ernesto
Sábato.
"…Quizá sean los chicos los que nos
vayan a salvar. Porque ¿cómo vamos a poder criarlos
hablándoles de los grandes valores, de
aquellos que justifican la vida, cuando delante de ellos se
hunden millares de hombres y mujeres, sin remedios ni techos
donde protegerse? (…) La falta de gestos humanos genera
una violencia a la que no podremos combatir con armas,
únicamente un sentido más fraterno entre los
hombres la podrá sanar.
Pablo Diego Melicchio