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Vender vino sin botellas la economía de la mente en la Red Global




Enviado por John Perry Barlow



     

    En marzo de 2004 se cumplen diez años desde que
    este artículo -absolutamente pionero y que fijó las
    bases para una crítica
    eficaz a la propiedad
    intelectual en la era digital- vio la luz en papel, en
    la revista Wired
    con el título «The Economy of Ideas». (1)
    Desde entonces ha sido citado y reproducido innumerables veces y
    se ha convertido en una referencia imprescindible para una
    crítica cabal a quienes tratan de imponer el viejo
    modelo de la
    propiedad
    intelectual y del copyright a Internet y a toda obra
    digital. Muchas de sus previsiones han resultado asombrosamente
    certeras y, pese al tiempo
    transcurrido, el artículo conserva su vigencia en lo
    fundamental. Sin embargo, en castellano solo
    ha aparecido (que sepamos) en un especial de la revista El
    Paseante (Nº 27-28), titulado «La revolución
    digital y sus dilemas», publicado en 1998 y por tanto
    bastante difícil de encontrar hoy en día.
    Además, era una traducción incompleta pues, por causas que
    desconocemos, se publicó con sensibles recortes. Aparte de
    la de El Paseante, no existe ninguna otra traducción
    castellana en la Red, por lo que, con motivo de los diez
    años de su publicación en Wired, hemos decidido
    ponerla disponible, revisando la traducción
    cuidadosamente, corrigiendo algunas erratas y errores de interpretación y traduciendo todos los
    fragmentos (nada menos que doce párrafos) que no se
    incluyeron en la traducción original, trabajo este
    último que hay que agradecer a Raúl Sánchez.
    También hemos devuelto al texto su
    estructura
    original, basándonos en la versión publicada por la
    EFF. (2) ( Las
    notas a pie de páginas son todas de esta edición.

    Si la naturaleza ha
    creado alguna cosa menos susceptible que las demás de ser
    objeto de propiedad exclusiva, esa es la acción
    del poder del
    pensamiento
    que llamamos idea, algo que un individuo
    puede poseer de manera exclusiva mientras la tenga guardada. Sin
    embargo, en el momento en que se divulga, se fuerza a
    sí misma a convertirse en posesión de todos, y su
    receptor no puede desposeerse de ella. Su peculiar carácter es también tal que nadie
    posee menos de ellas porque otros posean el todo. Aquel que
    recibe una idea mía, recibe instrucción sin mermar
    la mía, del mismo modo que quien disfruta de mi vela
    encendida recibe mi luz sin que yo reciba menos. El hecho de que
    las ideas se puedan difundir libremente de unos a otros por todo
    el globo, para moral y mutua
    instrucción de las personas y para la mejora de su
    condición, parece haber sido concebido de manera peculiar
    y benevolente por la naturaleza, cuando las hizo, como el fuego,
    susceptibles de expandirse por el espacio, si ver reducida su
    densidad en
    ningún momento y, como el aire, en el que
    respiramos, nos movemos y se desarrolla nuestro ser
    físico, incapaz de ser confinadas o poseídas de
    manera exclusiva. Las invenciones, pues, no pueden ser, por su
    naturaleza, sujetas a propiedad THOMAS JEFFERSON.

    En todo el tiempo que llevo recorriendo el ciberespacio,
    sigue sin haberse resuelto un inmenso interrogante que se halla
    en la raíz de casi todas las tribulaciones legales,
    éticas, gubernamentales y sociales que se plantean en el
    mundo virtual. Me refiero al problema de la propiedad
    digitalizada.

    El acertijo es el siguiente: si nuestra propiedad se
    puede reproducir infinitamente y distribuir de modo
    instantáneo por todo el planeta sin coste alguno, sin que
    lo sepamos, sin que ni siquiera abandone nuestra posesión,
    ¿cómo podemos protegerla? ¿Cómo se
    nos va a pagar el trabajo que
    hagamos con la mente? Y, si no podemos cobrar, ¿qué
    nos asegurará la continuidad de la creación y la
    distribución de tal trabajo?

    Puesto que carecemos de una solución a lo que
    constituye un desafío completamente nuevo, y al parecer
    somos incapaces de retrasar la galopante digitalización de
    todo lo que no sea obstinadamente físico, estamos
    navegando hacia el futuro en un barco que se hunde.

    Esta nave, el canon acumulado del copyright y la
    ley de
    patentes, se creó para transportar formas y métodos de
    expresión completamente distintos de la vaporosa carga que
    ahora se le pide que lleve. Hace aguas por dentro y por
    fuera.

    Los esfuerzos legales para que el viejo barco se
    mantenga a flote revisten tres formas: una frenética
    reordenación de las sillas de cubierta, firmes avisos de
    que si la nave se hunde habrán de enfrentarse a duros
    castigos criminales y una actitud
    fría y serena que se desentiende del problema.

    La legislación de propiedad intelectual no se
    puede remendar, adaptar o expandir para que contenga los gases de la
    expresión digitalizada, de la misma manera que tampoco se
    puede revisar la ley de bienes
    inmuebles para que cubra la asignación del espectro de la
    radiodifusión. (Lo que, de hecho, se parece mucho a lo que
    se intenta hacer aquí.) Tendremos que desarrollar un
    conjunto completamente nuevo de métodos acorde con este
    conjunto enteramente nuevo de circunstancias.

    La mayoría de la gente que crea software -programadores,
    hackers y
    navegantes de la Red- ya lo sabe. Por desgracia, ni las
    compañías para las que trabajan ni los abogados que
    estas compañías contratan tienen la suficiente
    experiencia directa con bienes
    inmateriales como para entender por qué son tan
    problemáticos. Actúan como si se pudiera lograr que
    las viejas leyes
    funcionasen, bien mediante una grotesca expansión o por la
    fuerza. Se equivocan.

    La fuente de este acertijo es tan simple como compleja
    su resolución. La tecnología digital
    está separando la información del plano físico, donde
    la ley de propiedad de todo tipo siempre se ha definido con
    nitidez.

    A lo largo de la historia del copyright y las
    patentes, los pensadores han reivindicado la propiedad no de sus
    ideas sino de la expresión de las mismas. Las ideas,
    así como los hechos relativos a los fenómenos del
    mundo, se consideraban propiedad colectiva de la humanidad. En el
    caso del copyright se podía reivindicar la franquicia del
    giro exacto de una frase para transmitir una idea concreta o del
    orden de exposición
    de los hechos.

    La franquicia se imponía en el preciso momento en
    que «la palabra se hacía carne» al abandonar
    la mente de su creador y penetrar en algún objeto
    físico, ya fuera un libro o
    cualquier artilugio. La posterior llegada de otros medios de
    comunicación comerciales distintos del libro no
    alteró la importancia legal de ese momento. La ley
    protegía la expresión y con pocas (y recientes)
    excepciones, expresar equivalía a convertir algo en un
    hecho.

    Proteger la expresión física tenía a
    su favor la fuerza de la comodidad. El copyright funcionaba bien
    porque, a pesar de Gutemberg, era difícil hacer un libro.
    Es más, los libros dejaban
    a sus contenidos en una condición estática
    cuya alteración suponía un desafío tan
    grande como su reproducción. Falsificar o distribuir
    volúmenes falsificados eran actividades obvias y visibles,
    era muy fácil pillar a alguien. Por último, a
    diferencia de palabras o imágenes
    sin encuadernar, los libros tenían superficies materiales
    donde se podían incluir avisos de copyright, marcas de editor
    y etiquetas con el precio.

    Aún era más apremiante patentar la
    conversión de lo mental a lo físico. Hasta hace
    poco, una patente era o bien una descripción de la forma que había
    que dar a los materiales para cumplir un determinado
    propósito, o una descripción de cómo se
    llevaba a cabo este proceso. En
    cualquiera de los dos casos, el quid conceptual de la patente era
    el resultado material. Si alguna limitación material
    impedía obtener un objeto con sentido, la patente se
    rechazaba. No se podía patentar una botella Klein ni una
    pala hecha de seda. Tenía que ser una cosa y la cosa
    tenía que funcionar.

    De este modo, los derechos de la
    invención y de la autoría se vinculaban a
    actividades del mundo físico. No se pagaban las ideas sino
    la capacidad de volcarlas en la realidad. A efectos
    prácticos, el valor estaba
    en la transmisión y no en el pensamiento
    transmitido.

    En otras palabras, se protegía la botella y no el
    vino.

    Ahora, a medida que la información entra en el
    ciberespacio, hogar natural de la mente, estas botellas
    están desapareciendo. Con la llegada de la
    digitalización, es posible sustituir todas las formas
    previas de almacenamiento de
    información por una meta-botella: patrones complejos -y
    muy líquidos- de unos y ceros.

    Incluso las botellas físico-digitales a las que
    nos hemos acostumbrado, los disquetes, CD-ROM y otros
    paquetes distintos de bits plastificados, desaparecerán
    cuando todos los ordenadores se enchufen a la red global. Si bien
    puede que Internet nunca incluya todas y cada una de las CPU del
    planeta, se duplica de año en año y cabe esperar
    que se convierta en el principal medio de transmisión de
    información y quizás, con el paso del tiempo, en el
    único.

    Cuando esto ocurra, todos los bienes de la era de la
    información -todas las expresiones antaño
    contenidas en libros, películas, discos o boletines
    informativos- existirán bien como pensamiento puro o como
    algo muy parecido al pensamiento: condiciones de voltaje que
    recorren la Red a la velocidad de
    la luz y que de hecho se podrían contemplar, como
    píxeles brillantes o sonidos transmitidos, pero nunca
    decir que se «poseen» en el antiguo sentido de la
    palabra.

    Alguien podría objetar que la información
    seguirá necesitando algún tipo de
    manifestación física, como su existencia
    magnética en los titánicos discos duros
    de servidores
    lejanos, pero estas botellas carecen de toda forma
    macroscópicamente diferenciada o personalmente
    significativa.

    También habrá quien sostenga que hemos
    estado
    tratando con expresiones sin embotellar desde la llegada de
    la radio, y
    estará en lo cierto. Pero durante casi toda la historia de
    la difusión audiovisual no ha habido ninguna manera
    práctica de capturar productos de
    software del éter electromagnético y reproducirlos
    con una calidad igual a
    la que ofrecen los paquetes comerciales. Esto ha cambiado solo
    recientemente y poco se ha hecho en términos legales o
    técnicos para abordar el cambio.

    Que el consumidor pagara
    por los productos retransmitidos solía ser un asunto
    irrelevante. Los consumidores mismos eran el producto. Los
    medios de
    difusión sonora se financiaban vendiendo la atención de su público a los
    anunciantes o bien utilizando al gobierno para que
    estableciese el pago a través de impuestos o con
    la quejumbrosa mendicidad de las campañas anuales de
    recaudación de fondos.

    Todos los modelos de
    apoyo a la difusión audiovisual son defectuosos. Casi sin
    excepciones, la financiación a través de los
    anunciantes o del gobierno ha contaminado la pureza de los
    productos transmitidos. En cualquier caso, el marketing
    directo está matando paulatinamente el modelo de
    financiación a través de anunciantes.

    Los medios de difusión aportaron otro método
    para pagar un producto virtual: los derechos de
    autor que los difusores pagan a los autores de canciones a
    través de organizaciones
    como ASCAP y BMI. Pero, como miembro de ASCAP, puedo asegurarles
    que este no es un modelo que debamos emular. Los métodos
    de control son
    totalmente aproximativos. No hay ningún sistema paralelo
    de contabilidad
    en el flujo de ingresos. De
    verdad que no funciona. Se lo aseguro.

    En todo caso, sin nuestros antiguos métodos para
    definir físicamente la expresión de las ideas, y en
    ausencia de nuevos métodos satisfactorios para la
    transacción no física, no sabemos cómo
    asegurar un pago fiable del trabajo mental. Para empeorar
    aún más las cosas, esto sucede en un momento en que
    la mente humana está sustituyendo a la luz solar y a los
    depósitos minerales como
    fuente principal de riqueza.

    Es más, la creciente dificultad para endurecer
    las leyes existentes en torno al
    copyright y las patentes está ya poniendo en peligro la
    fuente última de la propiedad intelectual, el libre
    intercambio de ideas.

    Esto es, cuando los artículos primarios de
    comercio de
    una sociedad se
    parecen tanto al habla que acaban por no distinguirse de ella, y
    cuando los métodos tradicionales de proteger la propiedad
    de los artículos se han vuelto ineficaces, intentar
    solucionar el tema aplicando la ley de modo más amplio y
    contundente constituirá una amenaza inevitable a la
    libertad de
    expresión.

    La mayor limitación a las futuras libertades
    quizás no venga del gobierno sino de los departamentos
    jurídicos de las empresas, que
    intentan proteger con la fuerza lo que ya no se puede proteger
    mediante la eficiencia
    práctica o el consentimiento social general.

    Cuando Jefferson y sus colegas de la
    Ilustración concibieron el sistema que se
    convirtió en la ley estadounidense del copyright, su
    objetivo
    primordial era asegurar la distribución generalizada del
    pensamiento, y no el beneficio. El beneficio era el combustible
    que habría de transportar las ideas a las bibliotecas y las
    mentes de su nueva república. Las bibliotecas
    comprarían libros, recompensando así a los autores
    por su trabajo de reunir unas ideas que, «imposibles de
    limitar» por otros medios, quedaban de este modo a la libre
    disposición del público. Pero ¿qué
    papel desempeñan las bibliotecas si no hay libros?
    ¿Cómo paga la sociedad la distribución de
    las ideas si no es cobrando por las ideas mismas?

    Viene a complicar aún más la
    cuestión el hecho de que, junto a las botellas
    físicas donde ha residido la propiedad intelectual, la
    tecnología digital también está borrando las
    jurisdicciones legales del mundo físico y
    sustituyéndolas por los mares sin límites, y
    quizás para siempre sin ley, del ciberespacio.

    En el ciberespacio no solo no hay límites
    nacionales o locales que acoten el escenario de un crimen y
    determinen el método de interponer una acción
    judicial, sino que tampoco hay claros acuerdos culturales sobre
    qué pueda ser un crimen. Las diferencias básicas y
    no resueltas entre las concepciones culturales de Europa y Asia sobre lo que
    es propiedad intelectual solo pueden aumentar en una
    región donde numerosas transacciones se llevan a cabo en
    ambos hemisferios y, al mismo tiempo, en ninguno.

    Las nociones de propiedad, valor y posesión,
    así como la naturaleza misma de la riqueza, están
    cambiando de forma más radical que en ningún otro
    momento desde que los sumerios horadaron la arcilla húmeda
    por vez primera con escritura
    cuneiforme y dijeron que era grano almacenado.

    Muy pocas personas son conscientes de la magnitud de
    este cambio, y entre ellas aún menos son abogados o tienen
    cargos públicos. Quienes sí advierten estos cambios
    deben preparar respuestas ante la confusión legal y social
    que estallará a medida que los esfuerzos por proteger las
    nuevas formas de propiedad con viejos métodos se vuelvan
    cada vez más vanos y, en consecuencia, más
    insistentes. De la espada al escrito y al bit

     

    1. De la espada al escrito y
    al bit

    Hoy en día, la humanidad parece encaminada a
    crear una economía
    mundial cuya base fundamental son bienes que no asumen
    ninguna forma material. Con esto, quizás estemos
    eliminando toda conexión predecible entre los creadores y
    la justa recompensa a la utilidad o el
    placer que otros puedan encontrar en sus obras.

    Sin esa conexión, y sin que se produzca un cambio
    fundamental en la consciencia para integrar su pérdida,
    estarnos construyendo nuestro futuro sobre el escándalo,
    el litigio y la evasión institucionalizada del pago, que
    sólo se dará como respuesta a la fuerza bruta.
    Puede que volvamos a los viejos malos tiempos de la
    propiedad.

    En los momentos más oscuros de la historia
    humana, la posesión y distribución de la propiedad
    era en gran parte un asunto militar. La «propiedad»
    era patrimonio
    exclusivo de quienes contaran con las armas más
    horribles, ya fueran puños o ejércitos, y la
    voluntad más férrea de utilizarlas. La propiedad
    era el derecho divino de los pendencieros.

    Al final del primer milenio después de Cristo, la
    aparición de las clases mercantiles y la aristocracia
    terrateniente forzó el desarrollo de
    acuerdos éticos para resolver disputas en torno a la
    propiedad. En la baja Edad Media,
    gobernantes ilustrados como Enrique II de Inglaterra
    empezaron a codificar en cánones esta «ley
    común» no escrita. Estas leyes eran locales, pero no
    importaba demasiado porque se dirigían fundamentalmente a
    los bienes raíces, forma de propiedad que por
    definición es local. Y que, como implicaba el nombre, era
    muy real. (3)

    Todo siguió igual mientras el origen de la
    riqueza era la agricultura,
    pero en los albores de la Revolución
    Industrial la humanidad empezó a concentrarse en los
    medios tanto como en los fines. Las herramientas
    adquirieron un nuevo valor social y, gracias a su propio
    desarrollo, fue posible reproducirlas y distribuirlas en grandes
    cantidades.

    Para fomentar su invención, la mayoría de
    los países occidentales desarrolló el copyright y
    la ley de patentes. Estas leyes tenían como objeto la
    delicada tarea de introducir las creaciones mentales en el mundo
    donde se podían utilizar y entrar en la mente de otras
    personas a la vez que aseguraban a sus inventores una
    compensación por el valor de su uso. Y, como ya se ha
    dicho, tanto los sistemas de la
    ley como los de la práctica que crecieron en torno a esa
    tarea se basaban en la expresión física.

    Puesto que ahora es posible transmitir ideas de una
    mente a otra sin que se concreten en algo físico, estamos
    defendiendo que poseemos las ideas mismas y no meramente su
    expresión. Y, como también es posible crear
    herramientas útiles que nunca revisten forma
    física, nos hemos acostumbrado a patentar abstracciones,
    secuencias de acontecimientos virtuales y fórmulas
    matemáticas -los bienes menos
    «reales» que quepa concebir.

    En ciertos ámbitos, esto sitúa los
    derechos de la propiedad en una condición tan ambigua que,
    de nuevo, la propiedad se adhiere a quienes consiguen formar los
    mayores ejércitos. La única diferencia es que en
    esta ocasión los ejércitos se componen de
    abogados.

    Amenazando a sus contrarios con el interminable
    purgatorio del litigio, frente al que algunos preferirían
    la muerte, los
    abogados reclaman toda idea que pueda haber entrado en otro
    cráneo en el seno del cuerpo colectivo de las empresas a
    las que sirven. Actúan como si esas ideas surgiesen al
    margen de todo pensamiento humano previo. Y pretenden que pensar
    sobre un producto equivalga a manufacturarlo, distribuirlo y
    venderlo.

    Lo que antes se consideraba como un recurso humano
    común distribuido entre las mentes y las bibliotecas del
    mundo, y como un fenómeno de la propia naturaleza, ahora
    se está acotando y recibiendo títulos de propiedad.
    Es como si hubiera surgido un nuevo tipo de empresa que se
    arrogara la propiedad del aire y el
    agua.

    ¿Qué se debe hacer? Aunque produzca cierta
    diversión macabra, bailar sobre la tumba del copyright y
    la patente no es una solución, sobre todo cuando hay tan
    poca gente dispuesta a admitir que el ocupante de esta tumba
    esté siquiera muerto y se trata de mantener a la fuerza lo
    que ya no se puede mantener por acuerdo popular.

    Desesperados porque pierden su resbaladizo asidero, los
    legalistas intentan prolongarlo con todas sus fuerzas. De hecho,
    Estados Unidos
    y otros defensores del GATT están haciendo
    de la observancia de nuestros moribundos sistemas de
    protección de la propiedad intelectual una
    condición para ser miembro del mercado de las
    naciones. Por ejemplo, a China se le
    denegará el estatus de nación
    más favorecida si no llega a un acuerdo para atenerse a un
    conjunto de principios
    culturalmente ajenos que ya no se aplican ni siquiera en su
    país de origen.

    En un mundo más perfecto, sería de sabios
    declarar una moratoria sobre el litigio, la legislación y
    los tratados
    internacionales en este ámbito hasta tener una idea
    clara de los términos y condiciones de la empresa en el
    ciberespacio. Idealmente, las leyes ratifican el consenso social
    ya desarrollado. No son tanto el propio contrato social
    como una serie de memorandos que expresan un propósito
    colectivo surgido de muchos millones de interacciones
    humanas.

    Los humanos no han habitado el ciberespacio con la
    suficiente diversidad como para haber desarrollado un contrato social
    adecuado a las extrañas condiciones nuevas de ese mundo.
    Las leyes anteriores al consenso suelen servir a los pocos que ya
    están establecidos y que pueden conseguir que se acepten,
    y no a la sociedad como un todo.

    En la medida en que la ley o bien la práctica
    social establecida existen en este ámbito, ya han entrado
    en un peligroso desacuerdo. Las leyes relativas a la
    reproducción no autorizada de software comercial son
    claras y severas, pero pocas veces se observan. Es tan
    difícil hacer cumplir en la práctica las leyes
    sobre piratería del software, y romperlas tiene
    ya tal grado de aceptación social, que sólo una
    escasa minoría parece verse obligada, ya sea por temor o
    en conciencia, a
    obedecerlas.

    A veces doy conferencias sobre este asunto, y siempre
    pregunto al auditorio cuántas personas pueden presumir de
    no tener copias de software no autorizado instalado en sus discos
    duros. Nunca he visto más del diez por ciento de manos
    levantadas.

    Cuando existe una divergencia tan profunda entre las
    leyes y la práctica social, no es la sociedad la que se
    adapta. Tan es así que la práctica actual de las
    compañías que comercializan el software, que
    consiste en colgar a unos cuantos chivos expiatorios visibles,
    resulta tan manifiestamente arbitraria que no puede sino redundar
    en la merma del respeto a la
    legislación.

    Parte de la generalizada indiferencia popular hacia el
    copyright del software comercial nace de la incapacidad
    legislativa de entender las condiciones en las que se introdujo.
    Pensar que los sistemas legales basados en el mundo físico
    valdrán para un entorno tan fundamentalmente distinto como
    es el ciberespacio es una locura que habrán de pagar cara
    todos los que hagan negocios en el
    futuro.

    Como expondré en la siguiente sección, la
    propiedad intelectual sin límites es muy distinta de la
    propiedad física y ya no se puede proteger pasando por
    alto esta diferencia. Por ejemplo, si seguimos asumiendo que el
    valor se basa en la escasez, como en
    el caso de los objetos físicos, crearemos leyes que son
    precisamente contrarias a la naturaleza de la información,
    cuyo valor puede aumentar en muchos casos con la
    difusión.

    Las grandes instituciones
    adversas al riesgo,
    más propensas a jugar siguiendo las viejas reglas,
    sufrirán por su apego a lo seguro. Cuantos
    más abogados, armas y dinero
    inviertan en proteger sus derechos o en minar los de sus
    oponentes, más se parecerá la competición
    comercial a la ceremonia Kwakiutl del Potlach, en la que los
    adversarios competían destruyendo sus propias posesiones.
    Su capacidad para producir nueva tecnología se
    estancará a medida que cada nuevo paso les hunda
    más en el pozo de brea de la guerra de
    tribunales.

    La fe en la legislación no será una
    estrategia eficaz
    para las compañías de alta tecnología. Las
    leyes se adaptan mediante constantes complementos que obedecen a
    un ritmo que sólo la geología
    supera en cuanto a su majestuosidad. La tecnología, por el
    contrario, avanza mediante bruscas sacudidas, como si el equilibrio
    puntuado de la evolución biológica sufriera una
    grotesca aceleración. Las condiciones del mundo real
    seguirán cambiando a un ritmo deslumbrante, mientras que
    las leyes les seguirán el paso a gran distancia, cada vez
    más confundidas. Este desajuste es permanente.

    Las prometedoras economías nacerán en un
    estado de parálisis, como parece haber sucedido con el
    multimedia, o
    bien sus propietarios continuarán negándose
    valiente y testarudamente a entrar bajo ningún concepto en el
    juego de la
    propiedad.

    En Estados Unidos ya se puede observar el desarrollo de
    una economía paralela, sobre todo entre empresas
    pequeñas y dúctiles que protegen sus ideas
    penetrando en el mercado con más rapidez que sus grandes
    competidores, cuya protección se basa en el miedo y el
    litigio.

    Quizás quienes forman parte del problema
    simplemente se acojan a una cuarentena en los tribunales,
    mientras que los que son parte de la solución
    crearán una nueva sociedad basada, al principio, en la
    piratería y el filibusterismo. Cuando el sistema actual de
    la ley de propiedad intelectual se desplome, como parece
    inevitable que suceda, puede que no surja en su lugar ninguna
    estructura legal que la reemplace.

    Pero algo ocurrirá. Después de todo, la
    gente hace negocios. Cuando el dinero deja
    de tener sentido, los negocios se hacen con trueques. Cuando las
    sociedades se
    desarrollan al margen de la ley, desarrollan sus propios
    códigos, prácticas y sistemas éticos no
    escritos. Si bien la tecnología puede deshacer la ley,
    ofrece métodos para restaurar los derechos
    creativos.

     

    2.. Una taxonomía
    de la información

    Tengo la impresión de que lo más
    productivo que cabe hacer hoy es estudiar con detalle la
    verdadera naturaleza de lo que intentamos proteger.
    ¿Qué sabemos realmente sobre la información
    y sus comportamientos naturales?

    ¿Cuáles son las características
    esenciales de la creación ilimitada? ¿En qué
    se diferencia de formas previas de propiedad?
    ¿Cuántas de nuestras suposiciones sobre ella se han
    referido a sus contenedores más que a sus misteriosos
    contenidos? ¿Cuáles son sus diferentes especies y
    cómo se presta cada una al control? ¿Qué
    tecnologías serán útiles para crear nuevas
    botellas virtuales que sustituyan a las antiguas botellas
    físicas?

    Por supuesto, la información es intangible y
    difícil de definir por naturaleza. Al igual que otros
    fenómenos profundos como la luz o la materia, es un
    ámbito natural de la paradoja. Y así como resulta
    más fácil comprender la luz a la vez como
    partícula y onda, puede que una comprensión de la
    información surja en la congruencia abstracta de sus
    diversas propiedades, que podemos describir con estos tres
    enunciados:

    • La información es una actividad.
    • La información es una forma de
      vida.
    • La información es una
      relación.

    A continuación, analizaré cada uno por
    separado.

     

    2.1. . La
    información es una actividad

    2.1.1. La información es un verbo, no un
    sustantivo

    Liberada de sus contenedores, la información no
    es, obviamente, una cosa. De hecho, es algo que ocurre en el
    campo de la interacción entre mentes, objetos u otras
    piezas de información.

    Gregory Bateson, reflexionando sobre la teoría
    de la información de Claude Shannon, dijo que «la
    información es una diferencia que crea una
    diferencia». Así pues, la información
    sólo existe realmente en el
    D. La creación de esa diferencia es
    una actividad que ocurre dentro de una relación. La
    información es una acción que ocupa tiempo
    más que una presencia que ocupa espacio físico,
    como los artículos materiales. Es el lanzamiento, no la
    pelota de béisbol, la danza, no el
    bailarín.

    2.1.2.
    La información se experimenta, no se posee

    Incluso cuando ha sido encapsulada en alguna forma
    estática como un libro o un disco duro, la
    información sigue siendo algo que nos ocurre cuando la
    descomprimimos mentalmente de su código
    de almacenamiento. Pero, ya se mueva a gigabits por segundo o a
    palabras por minuto, la descodificación es un proceso que
    debe ser ejecutado por y sobre una mente, un proceso que se
    despliega en el tiempo. Hace unos años se publicó
    una historieta en el Bulletin of Atomic Scientists que ilustraba
    este punto a la perfección. En el dibujo, un
    atracador apunta con su pistola al típico personaje con
    aspecto de almacenar mucha información en la cabeza.
    «Deprisa -ordena el bandido- dame todas tus
    ideas».

    2.1.3.
    La información se tiene que mover

    Se dice que los tiburones mueren asfixiados si dejan de
    nadar, y casi se puede decir lo mismo de la información.
    La información que no se está moviendo deja de
    existir y pasa a ser solamente potencial, al menos hasta que se
    le permite moverse de nuevo. Por eso, la práctica de
    acumular información, habitual en las burocracias, es un
    mecanismo especialmente desatinado para los sistemas de valor con
    base física.

    2.1.4.
    La información se transmite por propagación, no por
    distribución

    El modo en que se difunde la información
    también se diferencia mucho de la distribución de
    bienes físicos. Se mueve más como algo propio de la
    naturaleza que como algo procedente de una fábrica. Se
    puede concatenar como un dominó o crecer en la
    típica retícula fractal, como la escarcha que se
    extiende por una ventana, pero no se puede desplazar corno los
    productos manufacturados salvo en la medida en que estos pueden
    contenerla. No se limita a avanzar. Deja rastro allí por
    donde pasa. La distinción económica central entre
    la información y la propiedad física es que la
    primera se puede transferir sin que su dueño original deje
    de poseerla.

     

    2.2. La
    información es una forma de vida

    2.2.1. La
    información quiere ser libre

    Se suele atribuir a Stewart Brand este elegante
    enunciado de lo obvio, que reconoce tanto el deseo natural de los
    secretos a ser dichos como el hecho de que, para empezar, los
    secretos puedan sentir algo similar a un
    «deseo».

    El biólogo y filósofo inglés
    Richard Dawkins propuso la noción de «memes»,
    modelos autorreplicantes de información que se propagan a
    sí mismos por las ecologías de la mente, y dijo que
    eran como formas de vida.

    A mi juicio, son formas de vida en todos los
    aspectos salvo en que no se basan en el átomo de
    carbono. Se
    autorreproducen o interactúan con su entorno y se adaptan
    a él, mutan, persisten. Como cualquier otra forma de vida,
    evolucionan para ocupar los espacios de posibilidad de sus
    entornos locales, que en este caso son los sistemas de creencias
    y las culturas circundantes de sus anfitriones, a saber,
    nosotros.

    En efecto, sociobiólogos como Dawkins
    consideran plausible el argumento de que las formas de vida
    basadas en el carbono también sean información, y
    que, al igual que la gallina es el modo que tiene un huevo de
    hacer otro huevo, el espectáculo biológico al
    completo sea el medio que tiene la molécula del ADN para copiar
    más cuerdas de información exactamente iguales a
    sí misma.

    2.2.2.
    La información se reproduce en las grietas de la
    posibilidad

    Al igual que las hélices del ADN, las ideas son
    expansionistas implacables, siempre en búsqueda de nuevas
    oportunidades para crearse un espacio vital. Y, como ocurre en la
    naturaleza de base carbónica, los organismos más
    robustos son extremadamente hábiles para encontrar nuevos
    lugares donde vivir. Así, de la misma manera que la mosca
    común se ha introducido en casi todos los ecosistemas
    del planeta, el meme de la «vida después de la
    muerte»
    se hizo un hueco en la mayoría de las mentes, o
    psicoecologías.

    Cuanto más universal sea el eco de una idea, una
    imagen o una
    canción, en más mentes se introducirán y
    permanecerán. Intentar frenar la propagacion de un
    segmento muy potente de información es casi tan
    difícil como mantener las llamadas «abejas
    asesinas» al sur de la frontera de
    Estados Unidos. El intento hace agua por todas
    partes.

    2.2.3.
    La información quiere cambiar

    Si las ideas y otros modelos interactivos de
    información son, en efecto, formas de vida, se puede
    suponer que evolucionarán constantemente hacia formas
    mejor adaptadas a su entorno. Y, de hecho, lo hacen sin
    cesar.

    Pero durante mucho tiempo nuestros medios de
    difusión estáticos, ya fueran tallas en piedra,
    tinta sobre papel o tinte sobre celuloide, se han resistido
    tenazmente al impulso evolutivo, subrayando por tanto la
    capacidad del autor para determinar el producto acabado. Pero,
    como en la tradición oral, la información
    digitalizada carece de un «acabado final».

    La información digitalizada, libre de las
    ataduras del empaquetamiento, es un proceso continuo que se
    parece más a las metamorfoseantes leyendas de la
    prehistoria
    que a nada que se pueda envolver con plástico.
    Desde el Neolítico hasta Gutenberg, la información
    se transmitía de boca a boca cambiando con cada nueva
    narración (o canción). Las historias que
    antaño moldearon nuestro sentido del mundo carecían
    de versiones autorizadas. Se adaptaban a cualquier cultura donde
    se contaran.

    Puesto que la narración nunca se plasmaba en
    escritura, el llamado derecho «moral» de los
    narradores a quedarse con sus cuentos no
    estaba protegido ni reconocido. Sencillamente, el cuento
    atravesaba a cada narrador en su camino hacia el siguiente, donde
    asumía una forma distinta. A medida que regresemos a la
    información continua, cabe esperar que disminuya la
    importancia de la autoría. Acaso los creadores tengan que
    renovar sus vínculos con la humildad.

    Pero nuestro sistema de copyright no da cabida a
    expresiones que no se «fijan» en algún punto
    ni a expresiones culturales que no tienen un autor o inventor
    concreto.

    Las improvisaciones de jazz, los espectáculos de
    humoristas, la mímica, los monólogos continuos y
    las retransmisiones que no han sido grabadas carecen del
    requisito constitucional de una fijación mediante la
    «escritura». Si no se les da la forma fija de la
    publicación, las obras líquidas del futuro se
    parecerán más a estas formas que se adaptan y
    cambian continuamente y escaparán, por tanto, al alcance
    del copyright.

    La experto en copyright Pamela Samuelson afirma haber
    asistido el año pasado a una conferencia en la
    que se discutía la cuestión de si los países
    occidentales pueden apropiarse legalmente de la música, los
    diseños y el saber biomédico de los pueblos
    aborígenes sin compensaciones a su tribu de origen, ya que
    esa tribu no es su «autora» o
    «inventora».

    2.2.4.
    La información es perecedera

    A excepción de los clásicos excepcionales,
    la mayor parte de la información es como los productos de
    granja. Su calidad se degrada rápidamente, tanto con el
    tiempo como con la distancia respecto a la fuente de producción. Pero, incluso aquí, el
    valor es enormemente subjetivo y condicional. Los papeles de ayer
    son muy valiosos para el historiador. De hecho, cuanto más
    viejos, más valiosos son. Por el contrario, un agente del
    mercado de futuros puede considerar que la noticia de un
    acontecimiento con más de una hora de vida ha perdido ya
    toda relevancia.

     

    2.3. La
    información es una relación

    2.3.1.
    El significado tiene valor y es exclusivo de cada
    caso

    En la mayoría de los casos, asignamos valor a la
    información basándonos en su significado. El lugar
    donde reside la información, el momento sagrado en que la
    transmisión se convierte en recepción, es un
    ámbito con muchas características y matices
    cambiantes que dependen de la relación entre el emisor y
    el receptor, de la profundidad de su
    interacción.

    Cada relación de este tipo es única.
    Incluso en casos donde el emisor es un medio de difusión
    audiovisual y no hay respuesta, el receptor no es nada pasivo.
    Recibir información es a menudo tan creativo como
    generarla.

    El valor de lo que se envía depende por completo
    de la medida en que cada destinatario tiene los receptores
    necesarios: terminología compartida, atención,
    interés, lenguaje,
    paradigma para
    volver significativo aquello que recibe.

    La comprensión es un elemento crítico que
    cada vez se pasa más por alto al intentar convertir la
    información en una mercancía. Los datos pueden ser
    cualquier conjunto de hechos, útiles o no, inteligibles o
    inescrutables, relacionados o irrelevantes. Los ordenadores
    pueden estar soltando datos nuevos toda la noche sin ayuda
    humana, y los resultados se pueden poner en venta como
    información. Puede que lo sean o que no lo sean.
    Sólo un ser humano puede reconocer el significado que
    separa la información de los datos.

    De hecho, la información, en el sentido
    económico de la palabra, consiste en datos que han sido
    pasados por una mente humana concreta y que se han considerado
    significativos dentro de ese contexto mental. Lo que es
    información para una persona es un
    mero dato para otra.

    2.3.2.
    La familiaridad tiene más valor que la
    escasez

    En los artículos físicos existe una
    correlación directa entre la escasez y el valor. El
    oro es
    más valioso que el trigo, aunque no se pueda comer. Si
    bien no siempre, la condición de la información
    suele ser justo la contraria. Casi todo el software aumenta su
    valor a medida que va siendo más común. La
    familiaridad es un activo importante en el mundo de la
    información. A menudo puede ocurrir que la mejor manera de
    aumentar la demanda de un
    producto sea regalarlo.

    Aunque esto no haya sido siempre así en el caso
    del shareware, software para compartir, se
    podría argumentar que hay una conexión entre la
    cantidad de software comercial que se piratea y la cantidad que
    se vende. El software más pirateado, como el Lotus 1-2-3 o
    el WordPerfect, se convierte en un estándar y se beneficia
    de la ley de los rendimientos crecientes, que se basa en la
    familiaridad.

    Respecto a mi propio producto creativo, canciones de
    rock and roll,
    no hay ninguna duda de que el grupo para el
    que las escribo, Grateful Dead, ha aumentado enormemente su
    popularidad al regalarlas. Desde comienzos de los años
    setenta venimos dejando que la gente grabe nuestros conciertos, y
    en vez de reducir la demanda de nuestro producto esto se ha
    traducido en que ahora tenemos la mayor convocatoria en
    conciertos de Estados Unidos. Cabe atribuir este resultado, al
    menos en parte, a la popularidad que generaron aquellas
    grabaciones piratas.

    Cierto es que no recibo derechos de autor por los
    millones de copias de mis canciones que han sido extraídas
    de esos conciertos, pero no encuentro ninguna razón para
    quejarme. El hecho es que nadie más que Grateful Dead
    puede interpretar una canción de Grateful Dead, así
    que quien desee tener la experiencia y no un pálido
    reflejo tendrá que comprar una entrada. En otras palabras,
    la protección de nuestra propiedad intelectual deriva de
    que somos su única fuente en tiempo real.

    2.3.3.
    La exclusividad tiene valor

    El problema de un modelo que invierte la
    proporción física escasez/ valor es que a veces el
    valor de la información obedece en gran medida a su
    escasez. La posesión exclusiva de ciertos hechos los
    vuelve más útiles. Si todo el mundo conoce las
    condiciones que pueden subir el precio de unas acciones, la
    información carece de valor.

    Pero, de nuevo, el factor crítico suele ser el
    tiempo. No importa si este tipo de información termina
    siendo omnipresente. Lo que importa es estar entre los primeros
    que la poseen y actúan a partir de ella. Aunque los
    secretos potentes por lo general no permanecen secretos, pueden
    seguir siéndolo durante el tiempo suficiente como para
    coadyuvar en la causa de sus primeros dueños.

    2.3.4.
    El punto de vista y la autoridad
    tienen valor

    En un mundo de realidades flotantes y mapas
    contradictorios, las recompensas se otorgarán a aquellos
    comentaristas cuyos mapas se ajusten más
    cómodamente al territorio por su capacidad de avanzar
    resultados predecibles a quienes los utilicen.

    En la información estética, ya sea poesía
    o rock and roll, la gente está dispuesta a comprar el
    último producto de un artista sin haberlo visto antes,
    partiendo de que ha tenido una experiencia placentera con su obra
    previa.

    La realidad es un filtro editorial. La gente paga por la
    autoridad de aquellos editores cuyo punto de vista selectivo
    parece más ajustado. Y, de nuevo, el punto de vista es un
    activo que no se pude robar ni duplicar. Tan solo Esther Dyson ve
    el mundo como ella lo ve y, de hecho, la bonita suma que percibe
    por su boletín informativo responde al privilegio de ver
    el mundo a través de su mirada exclusiva.

    2.3.5.
    El tiempo sustituye al espacio

    En el mundo físico, el valor depende mucho de la
    posesión o de la proximidad espacial. Se posee aquel
    material que cae dentro de ciertos límites dimensionales,
    y la capacidad de actuar directa y exclusivamente, y como se
    quiera, sobre lo que cae dentro de esos límites es el
    principal valor de la posesión. Por supuesto,
    también hay una relación entre valor y escasez, una
    limitación relativa al espacio.

    En el mundo virtual, la proximidad en el tiempo es un
    valor. En general, una información es más valiosa
    cuanto más cerca pueda situarse el comprador del momento
    de su expresión; hay una limitación de tiempo.
    Muchos tipos de información se degradan rápidamente
    con el tiempo o con la reproducción. Su relevancia se
    debilita a medida que va cambiando el territorio que delinean.
    Cuando desaparece el punto donde se produce por vez primera la
    información, entra ruido y se
    pierde la amplitud de banda.

    2.3.6.
    La protección de la ejecución

    En el pueblo donde nací, no se concede demasiado
    mérito a nadie simplemente porque tenga ideas. Se le juzga
    por lo que puedas hacer con ellas. A medida que se aceleran las
    cosas, la mejor manera de proteger los proyectos que se
    convierten en objetos físicos es ejecutarlos. O como lo
    expresara una vez Steve Jobs, «los artistas
    auténticos ejecutan». El triunfador suele ser quien
    antes llega al mercado (y con la suficiente fuerza organizativa
    como para mantener el primer puesto).

    Pero, a medida que nos concentramos en el comercio de la
    información, somos muchos los que pensamos que la
    originalidad basta en sí misma para transmitir valor, y
    que merece, con los respaldos legales adecuados, un salario fijo. De
    hecho, la mejor manera de proteger la propiedad intelectual es
    actuar en consecuencia. No basta con inventar y patentar,
    también hay que innovar. Alguien sostiene que
    inventó el microprocesador
    antes que Intel. Quizás sea cierto. Pero, si de hecho
    hubiera empezado a distribuir microprocesadores
    antes que Intel, su reclamación no parecería tan
    espuria.

    2.3.7.
    La información es su propia recompensa

    Es un tópico decir que el dinero es
    información. A excepción del krugerand, la
    calderilla y los contenidos de los maletines que se suelen
    asociar a los capos del narcotráfico, la mayor parte del dinero del
    mundo informatizado está cifrado en unos y ceros. El
    suministro global de dinero se propaga por la red con fluidez
    meteorológica. También es evidente que la
    información se ha vuelto tan fundamental para la
    creación de la riqueza moderna como antaño lo
    fueran la posesión de tierras y la luz solar.

    Lo que no es tan obvio es hasta qué punto la
    información está empezando a tener un valor
    intrínseco, no como un medio para adquirir sino como
    objeto de la adquisición. Supongo que, de manera menos
    explícita, esto siempre ha sido así. En la política y en el
    mundo académico, poder e información siempre han
    mantenido un vínculo estrecho.

    Sin embargo, ahora que la información se compra
    cada vez más con dinero, vemos que comprar
    información con otra información es un mero
    intercambio económico que no precisa la conversión
    en otra moneda. Esto supone cierto desafío para quienes
    gustan de tener las cuentas claras,
    ya que, al margen de la teoría de la información,
    los tipos de cambio de la información son demasiado
    escurridizos como para cuantificarlos con cifras
    decimales.

    No obstante, casi todo lo que compra un estadounidense
    de clase media
    tiene poco que ver con la supervivencia. Compramos belleza,
    prestigio, experiencia, educación y todos los
    oscuros placeres de la posesión. Muchas de estas cosas no
    sólo se pueden expresar en términos no materiales,
    sino que además se pueden adquirir por medios no
    materiales.

    Y luego están los inexplicables placeres de la
    propia información, el deleite de aprender, saber y
    enseñar. Esa sensación extraña y agradable
    de que la información entra y sale de uno mismo. jugar con
    ideas es un divertimento por el que la gente debe de estar
    dispuesta a pagar mucho, dado el mercado que tienen los libros y
    los cursillos. Estaríamos dispuestos a gastar aún
    más dinero en este tipo de placeres de no haber tantas
    oportunidades de pagar las ideas con otras ideas.

    Esto explica mucho trabajo «voluntario»
    colectivo que llena los archivos, los
    foros y las bases de datos de
    Internet. Sus habitantes no trabajan de balde, como se suele
    creer. Se les paga con algo que no es dinero. Es una
    economía que consiste casi por completo en
    información. Puede que ésta se convierta en la
    forma dominante del comercio humano, y si seguirnos
    empeñados en modelar la economía sobre una base
    estrictamente monetaria quizás nos equivoquemos
    seriamente.

     

    3.
    Cobrar en el ciberespacio

    Como se relaciona todo lo anterior con las posibles
    soluciones a
    la crisis de la
    propiedad intelectual es algo que apenas he comenzado a pensar.
    Los paradigmas se
    distorsionan cuando se contempla la información con ojos
    atentos, al ver lo poco que tiene que ver con las materias primas
    que se venden en los mercados de
    futuros, al imaginar las tambaleantes farsas de jurisprudencia
    que se amontonarán si seguimos tratándola
    legalmente como si se les pareciera.

    Como ya dije, creo que en algún momento de la
    próxima década estas actitudes
    obsoletas se harán añicos y a nosotros, no nos
    quedará más remedio que incorporarnos a nuevos
    sistemas que funcionen.

    En realidad, no tengo una imagen tan sombría de
    nuestras perspectivas como podrían suponer hasta ahora los
    lectores de esta jeremiada. Surgirán soluciones. La
    naturaleza aborrece el vacío y lo mismo le ocurre al
    comercio.

    Uno de los aspectos de la frontera electrónica que más atractivo me ha
    resultado siempre -y la razón de que Mitch Kapor y yo
    eligiésemos esa expresión cuando fundamos la EFF
    (4) ) )es el grado de semejanza con el Oeste
    americano del siglo XIX en su preferencia natural por los
    mecanismos sociales que surgen de sus propias condiciones, frente
    a aquellos que se imponen desde el exterior.

    Hasta que el Oeste se colonizó y
    «civilizó» por completo en este siglo, el
    orden se establecía según un Código del
    Oeste no escrito, que tenía la fluidez de los buenos
    modales más que la rigidez de la ley. La ética era
    más importante que las normas, que en
    cualquier caso se hacían respetar muy poco.

    En mi opinión, la ley, tal y como la entendemos,
    se desarrolló para proteger los intereses que surgieron en
    las dos «olas» económicas que con tanta
    exactitud identificó Alvin Toffler en La tercera
    ola. (5) La primera ola se
    basaba en la agricultura y necesitaba la ley para disponer la
    posesión de la principal fuente de producción,
    la tierra. En
    la segunda ola, la manufactura se
    convirtió en la fuente económica fundamental, y la
    estructura de la ley moderna creció en torno a las
    instituciones que necesitaban protección para sus reservas
    de capital,
    fuerza humana y maquinaria.

    Ambos sistemas económicos necesitaban
    estabilidad. Sus leyes estaban concebidas para resistir el cambio
    y asegurar cierta constancia distributiva dentro de un marco
    social bastante estático. Había que limitar la
    disponibilidad para preservar la capacidad de predecir, necesaria
    tanto para la
    administración de la tierra como
    para la formación de capital.

    En la tercera ola, en la que acabamos de
    entrar, la información sustituye en gran medida a la
    tierra, el capital y la maquinaria, y, como detallé antes,
    donde más a gusto se encuentra la información es en
    un entorno mucho más fluido y adaptable. Es probable que
    la tercera ola provoque un cambio fundamental en los
    propósitos y métodos de la ley, y que su
    repercusión vaya mucho más allá de los
    estatutos que rigen la propiedad intelectual.

    Puede que el propio «terreno» -la arquitectura de
    la red- cumpla muchos de los objetivos que
    en el pasado sólo se podían mantener por
    imposición legal. Por ejemplo, quizás sea
    innecesario asegurar constitucionalmente la libertad de
    expresión en un entorno que trata la censura como si fuera
    una disfunción y busca la fórmula para transmitir
    ideas prohibidas esquivando la censura.

    Puede que surjan similares mecanismos naturales de
    equilibrio para nivelar las discontinuidades sociales que antes
    necesitaban de la mediación legal para solucionarse. En la
    red, lo más probable es que estas diferencias sean
    abarcadas por un espectro continuo que conecta tanto como
    separa.

    Y, a pesar de asirse férreamente a la vieja
    estructura legal, las compañías que comercian con
    la información quizá vean que, debido a su
    creciente incapacidad para acercarse con sensatez a cuestiones
    tecnológicas, los tribunales ya no producirán
    resultados con la previsión suficiente como para apoyar
    proyectos a largo plazo. Cada litigio se convierte en algo
    parecido a una ruleta rusa, dependiendo de la ignorancia del juez
    que lo preside.

    La «ley» sin codificar o adaptable, aunque
    sea tan «rápida, holgada e incontrolable» como
    otras formas emergentes, probablemente esté muy cerca de
    algo parecido a la justicia. De
    hecho, ya se puede ver el desarrollo de nuevas prácticas
    más adecuadas a las condiciones del comercio virtual. Las
    formas de vida de la información son métodos que
    evolucionan para proteger su reproducción
    continua.

    Por ejemplo, aunque la letra pequeña del sobre de
    un disquete comercial plantea puntillosas exigencias a quien lo
    abre, hay, como digo, poca gente que lea esas condiciones y mucha
    menos que las cumpla a rajatabla. Y aún así el
    negocio del software sigue siendo un sector muy sano de la
    economía de Estados Unidos.

    Y esto ¿a qué se debe? A que la gente
    termina comprando el software que realmente utiliza. Cuando un
    programa se
    vuelve fundamental para el propio trabajo, se quiere tener la
    última versión, el mejor soporte, los manuales
    actualizados, todos los privilegios vinculados a la
    posesión. En ausencia de una ley vigente, estas
    consideraciones prácticas serán cada vez más
    importantes para cobrar aquello que fácilmente se
    podría obtener gratis.

    Por supuesto que hay quien compra software por respeto a
    la ética o con la idea abstracta de que no comprarlo
    contribuiría a que no se fabricara, pero voy a dejar estos
    motivos de lado. Si bien pienso que el fracaso de la ley
    desembocará casi con toda certeza en un renacimiento
    compensador de la ética como modelo organizativo de la
    sociedad, no tengo espacio para defender aquí esta
    creencia.

    En su lugar diré que, a mi modo de ver y como en
    el caso antes citado, la compensación por la
    creación de software se guiará fundamentalmente por
    consideraciones prácticas, todas ellas inherentes a las
    verdaderas propiedades de la información digital,
    dónde reside su valor y cómo puede ser a la vez
    manipulada y protegida por la tecnología.

    Aunque el acertijo sigue siendo un acertijo, empiezo a
    ver desde dónde pueden venir las soluciones, que en parte
    consisten en ampliar esas soluciones prácticas que ya
    están en marcha.

     

    4. La
    relación y sus herramientas

    Creo que hay una idea básica para comprender el
    comercio líquido: la economía de la
    información, en ausencia de objetos, se basará
    más en la relación que en la
    posesión.

    Un modelo ya existente para la transmisión futura
    de la propiedad intelectual es la ejecución en tiempo
    real, un medio que en la actualidad sólo se usa en
    teatro,
    música, conferencias y enseñanza. A mi juicio, el concepto de
    ejecución se ampliará hasta incluir casi toda la
    economía de la información, desde los culebrones
    hasta los análisis bursátiles. En estos casos,
    el intercambio comercial se parecerá más a la venta
    de entradas para un espectáculo continuo que a la compra
    de distintos paquetes de lo que se muestra.

    El otro modelo, por supuesto, es el de los servicios.
    Todo el sector profesional médicos, abogados, asesores,
    arquitectos, etc. está ya cobrando directamente por su
    propiedad intelectual. ¿Quién necesita el copyright
    cuando tiene una cuota fija?

    De hecho, hasta finales del siglo XVIII este modelo se
    aplicaba a muchos ámbitos que hoy caen bajo el copyright.
    Antes de la industrialización de la creación, los
    escritores, compositores y artistas trabajaban al servicio
    privado de los patronos. Sin objetos que se puedan distribuir en
    un mercado de masas, los creadores regresarán a una
    situación parecida, si bien servirán a muchos
    patronos en vez de a uno sólo. Ya se puede ver como surgen
    compañías cuya existencia se basa en apoyar y
    mejorar el software que crean más que en venderlo por
    piezas plastificadas o incluirlo en paquetes.

    La nueva compañía de Trip Hawkins para la
    creación y comercialización bajo licencia de
    herramientas multimedia, 3DO, es un ejemplo de lo estamos
    tratando. 3DO no pretende producir ningún tipo de software
    comercial o aparatos para los consumidores. Pretenden, en su
    lugar, hacer las veces de una especie de órgano de
    calificación de estándares privados, que
    mediaría entre los creadores de software y de aparatos
    informáticos, que serían los titulares de sus
    licencias. Proporcionarán un punto de comunidad de
    intereses para las relaciones entre un amplio espectro de
    entidades.

    En todo caso, tanto si uno se considera un proveedor de
    servicios como si es un ejecutante, la futura protección
    de la propiedad intelectual dependerá de la propia
    capacidad de controlar la relación con el mercado, una
    relación que con toda probabilidad
    perdurará y crecerá con el tiempo.

    El valor de esa relación residirá en la
    calidad de la ejecución, la originalidad del punto de
    vista, las destrezas, su relevancia para el propio mercado y,
    bajo todo esto, la capacidad de ese mercado para comunicar los
    servicios creativos de manera ágil, cómoda e
    interactiva.

     

    5.
    Interacción y protección

    La interacción directa otorgará una gran
    protección a la propiedad intelectual en el futuro; de
    hecho, ya la ha dado. Nadie sabe cuántos piratas de
    software han comprado copias legítimas de un programa
    después de llamar al editor para pedirle asesoramiento
    técnico y que éste les haya pedido alguna prueba de
    compra, pero supongo que la cifra es muy alta.

    El mismo tipo de control se podrá ejercer sobre
    las relaciones de «pregunta y respuesta» entre
    autoridades (o artistas) y aquellos que soliciten sus destrezas.
    Boletines informativos, revistas y libros saldrán
    reforzados por la capacidad de los suscriptores para hacerles
    preguntas directas a los autores.

    La interactividad será un bien facturable incluso
    sin la autoría. A medida que vaya entrando la gente en la
    red y obteniendo su información directamente del punto
    donde se produce, sin que se filtre a través de los
    centralizados medios de comunicación, intentará desarrollar
    la misma capacidad interactiva para investigar la realidad que en
    el pasado sólo la experiencia les suministraba. El acceso
    directo a estos distantes «ojos y orejas» será
    mucho más fácil de delimitar que el acceso a
    paquetes fijos de información almacenada pero
    fácilmente reproducible.

    En la mayoría de los casos, el control se
    basará en restringir el acceso a la información
    más reciente y con mayor amplitud de banda. Será
    cuestión de definir la entrada, el sitio donde se
    actúa, el actor y la identidad del
    portador de la entrada, definiciones que, en mi opinión,
    surgirán de la tecnología, no de la ley. En la
    mayoría de los casos, la tecnología definidora
    será la criptografía.

     

    6.
    Cripto-embotellamiento

    La criptografía, como he dicho quizás ya
    demasiadas veces, es el «material» con el que se
    construirán las paredes y los límites -y las
    botellas- del ciberespacio.

    Evidentemente, la criptografía o cualquier otro
    método puramente técnico de protección de la
    propiedad plantea problemas.
    Siempre me ha parecido que a mayor seguridad de los
    artículos, más posibilidad de convertirlos en
    objeto de deseo. Viniendo de un lugar donde la gente deja puestas
    las llaves del coche y ni siquiera tiene llaves de su casa, estoy
    convencido de que el mejor obstáculo contra el crimen es
    una sociedad con una ética intacta.

    Aunque admito que no es éste el tipo de sociedad
    en que vivimos la mayoría de nosotros, también creo
    que un exceso de confianza social en la protección con
    barricadas terminará debilitando la conciencia al hacer de
    la intrusión y el robo un deporte, y no un crimen. Esto
    ocurre ya en el ámbito digital, como es evidente en las
    actividades de los que asaltan sistemas
    informáticos.

    Es más, me atrevería a sostener que los
    esfuerzos iniciales por proteger el copyright digital mediante la
    protección de la copia contribuyeron a la situación
    actual, en la que los usuarios de ordenadores, que en otros
    sentidos actúan éticamente, no parecen oponer
    reparos morales al software pirateado.

    En vez de cultivar entre los recién
    informatizados un sentido del respeto hacia el trabajo de sus
    colegas, la confianza temprana en la protección de la
    copia abocó en la idea subliminal de que asaltar un
    paquete de software «concedía» en cierto
    sentido el derecho a usarlo. Limitados no por la conciencia sino
    por la destreza técnica, muchos se sintieron libres para
    hacer todo aquello que les permitiera salirse con la suya. Esto
    seguirá siendo un riesgo potencial de la codificación del comercio
    digitalizado.

    Más aún, es prudente recordar que la
    protección contra la copia fue rechazada por casi todos
    los ámbitos del mercado. Muchos de los próximos
    esfuerzos para usar los modelos de protección basados en
    la criptografía probablemente sufrirán el mismo
    destino. La gente no va a tolerar ciertas cosas que dificultan
    aún más el uso de los ordenadores sin que haya
    ningún beneficio para el usuario.

    Aun así, la codificación ya ha demostrado
    cierta utilidad burda. Hace poco se dispararon las nuevas
    suscripciones a varios servicios de televisión
    comercial vía satélite después de que
    desplegaran una mayor codificación en sus alimentadores. Y
    esto a pesar de un floreciente comercio casero de chips
    descodificadores a manos de tipos que parecen destiladores
    ilegales de alcohol
    más que expertos en descodificar claves.

    Otro problema evidente de la codificación como
    solución global es que, una vez que algo ha sido
    descodificado por un mediador autorizado legítimo, puede
    volverse accesible a la reproducción masiva.

    En algunos casos, puede que no sea un problema realizar
    la reproducción después de descodificar. El valor
    de muchos artículos de software se degrada con el paso del
    tiempo. Quizás el único interés real por
    algunos de estos productos lo tengan aquellos que han comprado
    las llaves de la inmediatez.

    Es más, a medida que el software se vuelva
    más modular y la distribución avance por la red,
    comenzará a sufrir una metamorfosis al relacionarse
    directamente con la base del usuario. Las actualizaciones
    discontinuas se nivelarán en un proceso constante de
    adaptación y perfeccionamiento cada vez mayores, en parte
    debido al hombre y en
    parte a algoritmos
    genéticos. Las copias pirateadas de software quizás
    se vuelvan demasiado estáticas como para serle de
    algún valor a alguien.

    Incluso en casos como los de las imágenes, donde
    se supone que la información permanece inalterada, el
    fichero sin encriptar todavía sería susceptible de
    entretejerse con secuencias de código que
    continuarían protegiéndolo con arreglo a un amplio
    abanico de modalidades.

    En la mayoría de los esquemas que puedo imaginar,
    el fichero continuaría «con vida» con un
    software incrustado permanentemente que podría
    «sentir» las condiciones del entorno e interaccionar
    por las mismas. Por ejemplo, podría contener código
    que detectaría el proceso de duplicación y
    provocaría su autodestrucción.

    Otros métodos podrían dotar al fichero de
    la capacidad de «llamar a casa» a través de la
    Red hasta localizar a su propietario original. La integridad
    permanente de algunos ficheros podría requerir su
    «alimentación» periódica con el
    dinero digital de su anfitrión (host), que
    estos harían llegar después a sus
    autores.

    Por supuesto, los ficheros dotados de la capacidad
    independiente de comunicar con sus dispositivos de origen se
    parecen inquietantemente al gusano de Internet Morris. Los
    ficheros «vivos» poseen una cierta cualidad viral. De
    esta suerte, se plantearían cuestiones graves de
    vulneración de la privacidad si nuestros ordenadores
    vinieran equipados con espías digitales.

    El núcleo de la cuestión es que la
    criptografía posibilitará muchas tecnologías
    de protección que se desarrollarán
    rápidamente por la obsesiva competición que siempre
    han sostenido los que hacen los cerrojos y los que los
    rompen.

    Pero la criptografía no se usará solo para
    hacer cerrojos. También es vital para las firmas
    digitalizadas y el dinero digital antes mencionado. Ambos
    serán, a mi juicio, fundamentales para la
    protección futura de la propiedad intelectual.

    Considero que el fracaso generalmente reconocido que ha
    sufrido el modelo shareware en el ámbito del software tuvo
    menos que ver con la honestidad que
    con la simple incomodidad de pagarlo. Si el proceso de pago se
    puede automatizar, como lo permitirán el dinero y las
    firmas digitales, los creadores de artículos de software
    cosecharán unos beneficios mucho más
    altos.

    Es más, se les dispensará de muchos de los
    costes indirectos que hoy se añaden al márketing,
    la manufactura, las ventas y la
    distribución de productos de información, ya sean
    programas
    informáticos, libros, CD o
    películas. Esto reducirá los precios y
    aumentará la posibilidad del pago no
    obligatorio.

    Pero, naturalmente, hay un problema fundamental en un
    sistema que exige el pago, a través de la
    tecnología, por cada acceso a una expresión
    concreta. Desafía el propósito jeffersoniano
    original de hacer accesibles para todos las ideas al margen de su
    situación económica. No me siento cómodo con
    un modelo que limite la investigación a los ricos.

     

    7. Una
    economía de verbos

    Las formas y futuras protecciones de la propiedad
    intelectual se han vuelto mucho más opacas desde que
    empezó la Era virtual. No obstante, puedo proponer (o
    reiterar) unos cuantos enunciados directos que, sinceramente, no
    creo que resulten demasiado ingenuos dentro de cincuenta
    años.

    • En ausencia de los viejos contenedores, casi todo lo
      que creemos saber sobre la propiedad intelectual es
      erróneo. Tendremos que desaprenderlo. Vamos a tener que
      considerar el fenómeno de la información como
      algo nunca visto previamente.
    • Las protecciones que desarrollaremos se
      apoyarán mucho más en la ética y la
      tecnología que en la ley.
    • El cifrado será la base técnica de la
      mayoría de las protecciones de la propiedad intelectual.
      (Y, por esta y otras razones, debería volverse
      más accesible.)
    • La economía del futuro se basará en la
      relación más que en la posesión.
      Será continua más que secuencial.
    • Y, por último, en los años venideros la
      mayor parte del intercambio humano será virtual
      más que físico, y no consistirá en materia
      sino en la materia de la que están hechos los
      sueños. Nuestros futuros negocios se llevarán a
      cabo en un mundo hecho de verbos más que de
      sustantivos.

    Ojo Caliente, New Mexico, October 1, 1992

    New York, New York, November 6, 1992

    Brookline, Massachusetts, November 8, 1992

    New York, New York, November 15, 1993

    San Francisco, California, November 20, 1993

    Pinedale, Wyoming, November 24-30, 1993

    New York, New York, December 13-14, 1993

    Esta expresión ha vivido y crecido hasta ahora
    durante el periodo de tiempo y en los lugares detallados
    más arriba. A pesar de su publicación expresa
    aquí, espero que continúe evolucionando de forma
    líquida y, de ser posible, durante muchos
    años.

    Los pensamientos que contiene no me
    «pertenecen» en exclusiva, sino que se han armado a
    sí mismos dentro de un campo de interacción que ha
    existido entre mí y muchas otras personas, a las que
    quiero expresar mi agradecimiento. Quiero recordar en particular
    a: Pamela Samuelson, Kevin Kelly, Mitch Kapor, Mike Godwin,
    Stewart Brand, Mike Holderness, Miram Barlow, Danny Hillis, Trip
    Hawkins y Alvin Toffler.

    No obstante, debo confesar que cuando Wired
    me envía un cheque a
    cambio de haber «colgado» temporalmente el
    artículo en sus páginas, soy el único que lo
    cobra…

     

    John Perry Barlow

    1994

    Edición,
    revisión y notas de esta edición: Miquel
    Vidal (miquel AT sindominio DOT net)
     

     

     

    Notas al pie

    (1) … ideas».


    http://www.wired.com/wired/archive/2.03/economy.ideas_pr.html

    (2) … EFF.


    http://www.eff.org/Publications/John_Perry_Barlow/HTML/idea_economy_article.html

    (3) … real.

    Real estate es el término
    inglés para «bienes raíces» [N.
    de la T.]

    (4) … EFF

    La Electronic Frontier Foundation, fundada tras la
    famosa caza de hackers de 1990
    que describe Sterling en The hacker
    crackdown, es la decana de los ciberderechos y
    probablemente el lobby más importante en
    defensa de los derechos digitales a nivel mundial. [N. del
    E.]

    (5) … ola.

    Hay edición castellana del mismo año de su
    publicación original: La tercera ola, Alvin
    Toffler, Plaza&Janés, Barcelona, 1980. Esta obra
    temprana y visionaria fue enormemente influyente en todos los
    teóricos, emprendedores y «futurólogos»
    de la sociedad de la información, en los primeros
    editorialistas de Wired, incluyendo como vemos al
    propio Barlow. También se dice que inspiró a J.
    Atkins, uno de los creadores de la música tecno y al
    fundador de AOL para lanzar sus servicios en línea.
    [N. del E.]

     

     

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