A. Algunos criterios
generales
B. ¿Qué debemos hacer
con embriones congelados "sobrantes"? Presentación de
alternativas
C. Adopción de embriones
congelados
D. Dejar morir a los embriones
congelados
E. En el cruce de caminos:
conclusión
Las técnicas
de reproducción artificial son el origen de
situaciones nunca imaginadas hasta ahora. Una nueva
situación ha nacido a raíz de la acumulación
de embriones congelados como consecuencia de algunas
técnicas de fecundación extracorpórea, lo cual
suscita una serie de problemas que
merecen una profunda reflexión ética.
Intentemos elaborar algunas reflexiones que puedan
servir para encontrar soluciones que
respeten la dignidad de
los embriones congelados, su vida y su llamada a nacer en una
familia que
los acoja y los ame.
Dividimos estas ideas en cuatro partes. En la primera
ofrecemos algunos criterios generales que ponen de manifiesto
cuál sea la modalidad de concepción que mejor
respete la dignidad de todo embrión humano. En la segunda
presentamos las principales alternativas que pueden ser escogidas
ante las situaciones creadas por la congelación de
embriones. En la tercera estudiamos las implicaciones
éticas de la adopción
de los embriones congelados abandonados. En la cuarta, la
posibilidad de dejarlos morir por medio de la
descongelación. Al final, ofrecemos unas breves
conclusiones.
Quiero hacer notar, antes de seguir adelante, que
en este tema se emplean con cierta frecuencia términos
como "usar", "producir", "producción", "objetos", "bienes", etc.
Tal uso muestra hasta
qué punto algunas de las técnicas de
reproducción artificial tratan a los embriones como cosas.
Hubiéramos querido no recurrir a tales términos,
pero quienes observan lo que se hace en algunas de las
clínicas de fertilidad no pueden sino reconocer que tales
vocablos describen el modo de actuar de los científicos
sobre embriones que son hermanos nuestros, seres humanos con la
misma dignidad que nosotros.
A. Algunos criterios
generales
1. Todo embrión humano merece el respeto propio de
un individuo de
nuestra especie. Este respeto le es debido no como consecuencia
de una ley, ni como
resultado del mayor o menor afecto que sus padres u otras
personas puedan sentir hacia él. El embrión humano
goza de una dignidad intrínseca simplemente por ser lo que
es, y tal dignidad no se pierde por el hecho de que algunos
ignoren o desprecien sus derechos fundamentales,
entre ellos el derecho a la vida.
2. La concepción que mejor respeta la
dignidad de cada embrión humano es la que se produce a
raíz de una relación sexual entre un hombre y una
mujer que, unidos
en matrimonio,
expresan a través de tal relación su mutuo amor y
respeto. Tal concepción debe producirse en el útero
de la madre y no fuera del mismo, por los problemas y riesgos que
implica toda fecundación extracorpórea. Por lo
mismo, la deontología médica, la sensibilidad
ética de los esposos y las mismas legislaciones nacionales
e internacionales deberían prohibir cualquier forma de
fecundación extracorpórea.
3. Un embrión concebido por medio de la FIV
(fecundación in vitro) o por medio de la ICSI
(inyección intracitoplásmica -o
intracitoplasmática- de espermatozoide) inicia su vida
fuera del útero materno, en unas condiciones que ponen en
peligro su integridad y su misma supervivencia. Sin embargo, ello
no disminuye en nada su dignidad, por lo que merece el respeto
que es debido a todo individuo de la especie humana. Queda claro,
como acabamos de decir en el párrafo
anterior, que tales técnicas deberían quedar
totalmente prohibidas.
4. En el caso de que haya laboratorios que,
amparados en leyes injustas,
apliquen la FIV, la ICSI u otras formas de fecundación
extracorpórea, se debería exigir a los
científicos el máximo respeto y protección a
los embriones concebidos mediante tales técnicas. Esto
implica que cada embrión concebido in vitro debe ser
transferido lo más pronto posible al útero materno
para garantizar, en la medida de lo posible, su supervivencia,
para ofrecerle aquellas condiciones naturales en las que pueda
desarrollarse sin interferencias ajenas a lo que es el recorrido
natural de toda vida humana. Por lo mismo, nunca deberán
ser producidos en laboratorio
más embriones de los que puedan ser transferidos al
útero materno, para garantizar así el máximo
bien tanto de la madre como de los mismos embriones.
5. Un embrión concebido en laboratorio y
congelado en vistas a su posible "uso" en una sucesiva
transferencia se encuentra en una situación gravemente
lesiva de sus derechos fundamentales. Congelar un embrión
en un laboratorio significa suspender el desarrollo
natural que todo individuo de la especie humana debe poder realizar
según su condición biológica y temporal. Por
lo mismo, los códigos deontológicos de las
clínicas de fertilidad, los esposos que recurren a las
mismas, y el mismo estado, deben
excluir e, incluso, prohibir, la congelación de embriones
(a no ser que tal operación sea realizada en función
del bien del mismo embrión por razones
médicas).
6. Siendo la congelación una
situación innatural y lesiva del derecho a la vida e
integridad física de los
embriones, los laboratorios deben suspender cuanto antes la
situación que mantiene congelados a tales embriones. La
descongelación debe efectuarse en vistas del mayor bien
del embrión, bien que será alcanzable
normalmente a través de la transferencia (en el
útero de la propia madre) de aquellos embriones que, una
vez descongelados, conserven la vida.
B. ¿Qué
debemos hacer con embriones congelados "sobrantes"?
Presentación de alternativas
Muchas naciones han permitido o legalizado
técnicas de fecundación artificial
extracorpórea en las que la congelación de
embriones resulta una rutina más dentro de los procedimientos
seguidos por los laboratorios. Como consecuencia, se han
acumulado numerosos embriones congelados, muchos de los cuales
son considerados "sobrantes" por diversos motivos: porque ya no
son deseados por las parejas que los encargaron; porque han
desaparecido tales parejas; porque ha muerto la esposa que
debía acogerlos en su útero; porque han
transcurrido muchos años y no sabemos si esos embriones
sobrevivirán a la descongelación o no;
etc.
¿Qué debemos hacer con estos
embriones? La pregunta, tal y como está formulada, nos
pone en una perspectiva ética. Vemos ahora algunas
alternativas y ofrecemos un breve juicio sobre cada una de
ellas.
1. La alternativa más correcta desde el punto de
vista ético sería la descongelación de
aquellos embriones que puedan ser transferidos al útero de
sus respectivas madres, las cuales son responsables, en primera
instancia, de la vida y de la salud de esos hijos suyos
que se encuentran ahora en estado de
congelación.
2. Existen otras alternativas que resultan
gravemente contrarias a la ética por atentar contra la
vida, la integridad física y la dignidad de estos
embriones. Tales alternativas inmorales son: la simple
destrucción de embriones; la venta de los
mismos como material biológico; la utilización de
esos embriones para la experimentación (con su
consiguiente destrucción); mantenerlos congelados de modo
indefinido, sin buscar ninguna solución al problema o
simplemente para observar experimentalmente cuánto
tiempo
resisten en estado de congelación (sin tener en cuenta
para nada el derecho a la vida de tales embriones).
3. Otras alternativas pueden ser aceptables desde
el punto de vista ético, pero implican una serie de
dificultades o de complicaciones que no permiten un juicio claro
sobre el cómo llevarlas a cabo del mejor modo posible.
Tales alternativas serían: la adopción de embriones
congelados por esposos voluntarios (distintos, por lo tanto, de
los padres naturales o legales); la suspensión de la
congelación como un medio que permita la muerte
natural de los mismos; continuar el proceso de
congelación no como puro acto experimental, sino en vistas
a encontrar en el futuro voluntarios que quieran
adoptarlos.
Vamos, pues, a considerar las alternativas de este
tercer grupo. La
última de ellas (continuar la congelación en vistas
a una solución futura), depende en parte de la
valoración que demos a la adopción de embriones
congelados, por lo que la hacemos depender de la misma y no la
tocaremos de modo específico.
C. Adopción
de embriones congelados
La discusión sobre esta posibilidad ha
dividido enormemente a los expertos en bioética.
No queremos detenernos en los motivos de cada posición,
que pueden encontrarse en diversos estudios y publicaciones. Nos
limitamos a ofrecer algunas pistas para enjuiciar esta
alternativa.
Como dijimos, un embrión congelado se
encuentra en un estado violento, innatural: el laboratorio lo ha
"producido" fuera del útero materno y ha suspendido su
desarrollo vital. Además, los procesos de
congelación y de descongelación implican graves
riesgos para la salud y la misma vida del embrión, pues un
número no pequeño de embriones muere al ser
descongelados.
En el caso de total abandono del embrión
(debido al rechazo de sus padres naturales o legales, o por otros
motivos), ¿cuál es el comportamiento
correcto frente al embrión congelado? Lo mínimo que
podemos hacer por él es ofrecerle un lugar en el que, tras
su descongelación, pueda continuar el desarrollo de su
existencia. Tal lugar, hoy por hoy, sólo puede ser el
útero de una mujer. Puesto que la madre natural o legal ha
rechazado o abandonado a su hijo congelado, el que una mujer,
preferentemente casada (el mejor bien del embrión exige
nacer dentro de un matrimonio, como se suele actuar a la hora de
escoger los padres que adoptarán niños
abandonados), se ofrezca para que en su útero el
embrión reciba la oportunidad de continuar su camino vital
es un gesto de generosidad que muestra hasta qué punto
cada embrión merece nuestro respeto, amor, e, incluso,
algún sacrificio.
Las analogías para comprender el gesto de
adopción son muchas. Un bombero que entra en una escuela en llamas
para salvar a un niño desmayado por el humo; un
señor que se arroja al mar, entre olas peligrosas, para
rescatar a otra persona que se
está ahogando; un adulto que da uno de sus riñones
a otra persona para que pueda sobrevivir unos años
más. Ciertamente, no existe obligación de arriesgar
la propia vida cuando no está suficientemente claro que se
pueda alcanzar un beneficio importante a través del propio
sacrificio, sacrificio que puede incluir el riesgo de perder
la propia vida. Pero no por ello dejamos de admirar el
heroísmo del bombero que muere, aunque ni siquiera haya
conseguido salvar al niño necesitado y deje viuda a su
esposa y huérfanos a sus hijos.
En el caso de la adopción de embriones
congelados, la mujer
adoptante hace un acto que conlleva no pocos riesgos: algunos
debidos a la misma técnica, otros ocasionados por el hecho
de llevar en su seno a un hijo que no es suyo. Pero con la
suficientemente atención médica y con los estudios
básicos sobre compatibilidad sanguínea e
inmunológica, la medicina
permite el que mujeres puedan llevar a cabo embarazos con hijos
que no son suyos. ¿Por qué no aprovechar estos
conocimientos técnicos para ofrecer una oportunidad y una
señal de respeto a algunos embriones que esperan salir de
la "nevera" en la que viven aprisionados?
Si se promueve la adopción de embriones,
surge el problema de la selección:
¿cuáles serán rescatados? Como normalmente
serán pocas las mujeres que se ofrezcan para adoptar
embriones congelados, algunos dicen que es indigno el establecer
parámetros según los cuales a algunos se les
ofrecerá una oportunidad de vivir mientras que otros
seguirán congelados. Esta objeción tiene un peso
pequeño. Basta con considerar un ejemplo parecido. Si
tenemos sólo un riñón compatible con tres
posibles receptores, es obvio que sólo podemos darlo a uno
de ellos, y que esto implica hacer una selección en vistas
del mayor bien alcanzable según criterios lo más
justos posibles. Pero esto no significa que, para evitar
cualquier "discriminación", no demos el
riñón a ninguno de los tres: si podemos salvar la
vida de uno, vale la pena ver cómo hacer una
elección lo más justa posible, aunque luego
tengamos que llorar la muerte de las
otras dos personas que no han podido recibir el deseado
transplante.
Otros autores creen que el iniciar un embarazo a
través de la transferencia de embriones que no son hijos
de la pareja va contra la unidad del matrimonio, o contra la
dignidad de la mujer (que sería "usada" como si fuese una
incubadora). La objeción es seria, pero con un
discernimiento correcto puede ser superada. Se trata de salvar la
vida de los embriones congelados. ¿Cómo? Mediante
el inicio de un embarazo con un hijo adoptado. Se daña la
unidad del matrimonio con la infidelidad o el divorcio, y se
daña la dignidad de una persona cuando se atenta, de
alguna manera, contra ella. Pero en la adopción de
embriones no ocurre ninguna de estas dos cosas. ¿Se puede
decir que comete un error la mujer que, por amor a un
embrión desconocido, ofrece una parte tan íntima de
sí misma para dar al embrión una oportunidad para
continuar su vida? ¿No sería su gesto, más
bien, una señal del respeto que merece cada embrión
humano, un grito al mundo moderno que tantas veces guarda
silencio ante la destrucción de embriones, el recurso al
aborto e,
incluso, el tolerar con bastante indulgencia algunos
infanticidios de niños minusválidos?
Es cierto que normalmente un hombre o una mujer llegan a
ser padre y madre a través de sus relaciones
sexuales. Pero ante un niño ya nacido y abandonado, la
adopción implica un nuevo modo de vivir la paternidad,
ciertamente no como resultado de la dimensión
física del mutuo amor de los esposos, sino como
señal del respeto y cariño que merece un
niño abandonado. ¿No se puede aplicar este mismo
criterio a la situación de los embriones congelados,
aunque su salvación implique un gesto, quizá
heroico, de donación de la mujer que ofrece su
útero para acogerlos?
D. Dejar morir a los
embriones congelados
Hay quienes proponen que lo mejor que podemos
hacer con los embriones congelados que han sido abandonados por
sus padres (porque no los quieren, porque la clínica no
los localiza, porque han muerto, etc.) es dejarles
morir.
Existe, ciertamente, una distinción entre
matar y dejar morir. Pero pueden darse casos en los que un "dejar
morir" sea equivalente a matar. Pensemos, por ejemplo, en una
persona que acaba de sufrir un infarto. Si un
médico se niega a reanimarlo sin ningún motivo
aparentemente válido, no comete un crimen violento (no
dispara al enfermo), pero su omisión es causa de una
muerte que se habría evitado en el caso de que hubiese
hecho lo normal en esos casos. Este ejemplo indica que no todo
"dejar morir" es éticamente correcto. Hay casos en los que
es posible condenar judicialmente a quien ha omitido una ayuda
debida a quien la necesitaba y ha provocado, por lo mismo, su
muerte o un grave daño.
¿No podemos establecer una analogía
entre el dejar morir a un enfermo terminal y el dejar morir a los
embriones congelados? En el caso del enfermo terminal, algunos
actos médicos, que resultarían útiles en
otros casos, resultan desproporcionados y sólo provocan
graves dolores y un alargarse de la agonía. Tales actos
han de ser evitados. En ese sentido, sí sería
correcto "dejar morir" al enfermo terminal, siempre que no se
omitan las curas básicas que se le debe como persona
(hidratación, nutrición, higiene,
tratamiento del dolor, etc.).
El embrión congelado se encuentra en una
situación muy distinta. Un porcentaje no pequeño de
embriones congelados podría sobrevivir si fuesen
descongelados de modo adecuado, y luego transferidos al
útero de una madre adoptante. En otras palabras, si
mueren no es como resultado natural de la simple
descongelación, sino por el hecho de que, una vez
descongelados, no han sido tratados de modo
conveniente ni transferidos a un útero. Estas
omisiones serían la verdadera causa de su
muerte.
Por lo mismo, hemos de reconocer que los embriones
congelados no se encuentran en un proceso irreversible de muerte,
como lo estaría el enfermo terminal. Dejarles morir, por
lo tanto, no es simplemente darles "permiso" para que desemboquen
en la muerte a la que estarían orientados "naturalmente"
si se suprime la injusticia de la congelación, sino que
dejarlos morir implica el fracaso de una sociedad que
no ha sabido garantizarles la transferencia al útero de
sus madres o en el útero de alguna mujer que se haya
ofrecido para darles una oportunidad de continuar su proceso
vital.
Un ejemplo puede ilustrar esta valoración.
Imaginemos un laboratorio que tiene congelados dos grupos de
embriones. El primer grupo son "embriones sobrantes": sus padres
han declarado no tener intención de usarlos y han
autorizado su destrucción o el que se les deje morir. El
segundo grupo son embriones todavía objeto de interés
por parte de quienes los encargaron, en vistas a una futura
transferencia (en unos meses o unos años). Un día
un científico decide descongelar y dejar morir a los
embriones del primer grupo, pero se equivoca y deja morir a los
del segundo grupo. Desde el punto de vista objetivo, la
acción
ha sido simplemente "dejar morir a embriones congelados". En la
práctica, los "titulares de derechos" sobre esos embriones
del segundo grupo demandarán al científico por
imprudencia grave: ha destruido a hijos que todavía eran
deseados.
Alguno dirá que el valor de esos
embriones nacía precisamente del hecho de ser "bienes"
especialmente apreciados por sus "poseedores". Nosotros
respondemos que un embrión vale tanto si es querido como
si no, tanto si se considera que puede ser "útil" para una
transferencia futura como si sus padres ya no desean acogerlo y
defender su derecho a la vida. En otras palabras, los dos grupos
de embriones del anterior ejemplo tienen el mismo derecho a la
vida y la misma dignidad. Indignarnos porque se ha "dejado morir"
embriones deseados, y quedarnos impasibles si se "deja morir" a
embriones no deseados, nos parece una enorme injusticia y un
atentado grave contra el derecho a la vida que tiene todo
embrión, independientemente de si es o no es amado por
quien debería responsabilizarse de su
existencia.
Desde luego, si algún día la ciencia
llega a determinar que a partir de 10, 15 ó 20 años
de congelación, todos los embriones mueren al ser
descongelados, incluso cuando se hace todo lo posible por
rescatarlos para transferirlos en una mujer, en ese caso
resultaría absurdo e indigno mantenerlos congelados
más allá de ese número de años. En
este supuesto, lo más correcto sería sacarlos del
congelador y permitirles una muerte digna. Mientras no tengamos
certeza acerca de este punto (certeza que es alcanzable
sólo por la ciencia, la
cual no debe usar métodos
injustos para llegar a tal certeza), lo mejor que podemos hacer
por estos embriones es buscar a alguien que pueda adoptarlos. Si
nos faltan adoptantes, podemos mantenerlos todavía por
algún tiempo en estado de espera, en su situación
(que sigue siendo injusta) de congelación, en vistas a que
un día no muy lejano puedan ser adoptados.
Queda un punto problemático que ha sido
suscitado recientemente. Pensemos en un embrión que ha
sido dejado morir por descongelación. ¿Es posible,
desde el punto de vista ético, tomar sus células
aún vivas, cuando haya muerto, para usarlas como material
de experimentación, en especial en el nuevo sector de la
ciencia que se ha abierto con los estudios sobre células
madres (también llamadas células estaminales)? La
respuesta, según creemos, debería ser un rotundo
no. En primer lugar, porque no resulta fácil definir
cuándo muere un embrión en sus primeras etapas de
desarrollo. En segundo lugar, porque algunos embriones han sido
congelados cuando se encontraban en las primeras fases de
desarrollo (cuando tenían 2, 4 u 8 células, por
ejemplo). Las células de estos embriones, una vez
descongelados, pueden, en condiciones adecuadas y tras una fuerte
intervención técnica, permitir la creación
de un nuevo individuo completo (un gemelo o clon del
embrión muerto o destruido). Decir que tomamos tales
células desde un embrión ya muerto para usarlas
como material biológico puede encubrir una realidad
sumamente grave: seguramente algunas de esas células
serán cultivadas para formar embriones completos que luego
serán destruidos con la excusa de que han sido
"fabricados" para la experimentación. La situación
sería distinta si la congelación se produjo cuando
el embrión tenía un mayor número de
células (en el 5 día de vida embrionaria, fase de
blastocisto), pero no la consideramos por ahora.
E. En el cruce de caminos:
conclusión
No pretendemos, con estas líneas, haber dado una
respuesta definitiva a la situación que se ha creado por
la práctica de la congelación de embriones. Cada
solución, cada alternativa, implica innumerables aspectos
a tener en cuenta, algunos de los cuales conllevan serias
consecuencias éticas, sociales y científicas. Lo
importante es buscar siempre aquellas acciones que
más promuevan el bien del embrión.
Como ya indicamos, la medida urgente que debería
ser tomada cuanto antes es la prohibición de cualquier
técnica de reproducción artificial
extracorpórea. Igualmente, allí donde no sea
posible por ahora impedir el que se utilicen técnicas como
la FIV o la ICSI, al menos debe prohibirse la creación de
embriones sobrantes y la congelación de embriones no
realizada en función del máximo bien del mismo
embrión (y no según los beneficios que pretenda
obtener el laboratorio o centro de reproducción
artificial, o según los planes y deseos de la pareja que
quiere producir embriones "de reserva").
Ante la situación dramática en la que se
encuentran miles de embriones congelados, creemos que su dignidad
merece promover una cultura de la
responsabilidad y de la solidaridad.
Responsabilidad: de los padres que permitieron su
"producción", para ofrecerles cuanto antes un lugar en
la familia,
aunque esto pueda implicar serios sacrificios. Las
clínicas de reproducción artificial
deberían, por lo mismo, prohibir todo lo que signifique
hacer embriones sobrantes, para que los esposos no se encuentren
en serias dificultades a la hora de intentar acogerlos con
el amor y
respeto que se merecen esos hijos congelados.
Solidaridad: de aquellas mujeres casadas que
sientan la llamada a la adopción de algunos de ellos. Esta
solución será una gota de agua en el
desierto. Mientras se encuentren personas adoptantes que puedan
acogerlos del mejor modo posible, esos embriones deberían
ser mantenidos vivos en esa situación de
congelación, hasta que se conozcan nuevos datos sobre sus
posibilidades de supervivencia.
El testimonio que ofrecen a la sociedad aquellas
familias que piden adoptar embriones congelados y abandonados es
claro: quieren gritar al mundo de hoy que cada individuo de la
especie humana debe ser respetado y ayudado en su camino vital.
Frente a quienes reducen al embrión a un "objeto" de deseo
que se acepta o se rechaza si encaja con los planes de los
adultos, estas familias nos dejan el ejemplo de su entrega,
incluso sacrificada, por el bien de esos embriones. ¿No
podemos decir que su gesto, a pesar de las dificultades que
entraña, es como un faro de luz y de
esperanza para un mundo necesitado de gestos de donación y
entrega a los más débiles?
(Agradezco a los profesores Pilar Calva, Francisco
José Ballesta y José María Antón
las observaciones y sugerencias que me han ofrecido sobre estas
reflexiones).
Fernando Pascual