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Intelectuales Públicos y la Política Educacional




Enviado por Henry Giroux




    Intelectuales Públicos y la Política
    Educacional

     

    En oposición a lo corporativo de todo el
    ámbito educacional, los educadores vanguardistas necesitan
    definir la educación
    superior como un recurso vital para la vida
    democrática y cívica de la nación.

    Es en el corazón de
    tal tarea donde está el desafío para los
    académicos, trabajadores de la cultura y
    organizadores del trabajo de
    manera que se unan y se opongan a la transformación de
    la
    educación superior en esferas comerciales, con el
    objetivo de
    impedir lo que Bill Readings ha denominado una corporación
    orientada al consumidor,
    más preocupada de la contabilidad
    que de la responsabilidad.

    Como Zygmunt Bauman nos recuerda, las escuelas
    constituyen uno de los pocos espacios públicos que quedan,
    donde los estudiantes pueden aprender habilidades para la
    participación ciudadana y acción
    política efectiva. Y, donde no existen tales instituciones
    tampoco hay "ciudadanía". La educación
    pública y superior pueden ser uno de los pocos lugares que
    queden donde los estudiantes pueden aprender acerca de los
    límites
    de los valores
    comerciales, lo que quiere decir aprender las destrezas de la
    ciudadanía social y la forma de profundizar y expandir las
    posibilidades de representación colectiva y de la vida
    democrática.

    Es necesario defender la educación superior como
    una esfera pública de vital importancia para desarrollar y
    nutrir el balance apropiado entre las esferas públicas
    democráticas y el poder
    comercial; entre las identidades basadas en principios
    democráticos y aquellas empapadas en un individualismo
    egocéntrico, que aplaude el egoísmo, el sacar
    provecho y la codicia. Este escrito sugiere que la
    educación superior sea defendida a través del
    trabajo intelectual que tímidamente recuerda la
    tensión entre los imperativos democráticos o
    posibilidades de las instituciones públicas y su
    realización diaria dentro de una sociedad
    dominada por principios de mercado.

    Si la universidad va a
    seguir siendo un lugar de pensamiento
    crítico, trabajo colectivo y lucha social, los intelectuales
    públicos necesitan expandir el significado y
    propósito de ésta. Es decir, necesitan definir la
    educación superior como un recurso vital de la vida
    moral de la
    nación,
    abiertos a los trabajadores y comunidades cuyos recursos,
    conocimientos y siempre han sido visualizados como
    marginales.

    El objetivo aquí es redefinir estos conocimientos
    y aptitudes para reconstruir en un sentido más amplio una
    tradición capaz de unir el pensamiento crítico con
    la acción colectiva, la representación del hombre con la
    responsabilidad
    social, el
    conocimiento y el poder a una profunda impaciencia con un
    status quo basado en profundas desigualdades e
    injusticias.

    Aquí está en juego
    más que el hecho de reconocer los límites y
    costos
    sociales de una filosofía neoliberal, que reduce todas las
    relaciones al intercambio de bienes y
    dinero,
    está también la responsabilidad que tienen los
    intelectuales críticos y otros activistas de volver a
    pensar en la naturaleza del
    público. Existe también una necesidad de dirigir
    nuevas formas de ciudadanía social y de educación
    cívica que tengan un efecto en el diario vivir de la gente
    y en sus luchas expresadas a través de un amplio rango de
    instituciones. Pienso que el staff académico y otros
    tienen una enorme responsabilidad oponiéndose al neoliberalismo
    trayendo de vuelta la cultura política democrática
    al quehacer diario.

    Parte de este desafío sugiere el crear nuevas
    instancias de lucha, vocabulario y posiciones temáticas
    que permitan a la gente llegar a ser más de lo que son
    ahora, en una amplia gama de esferas públicas, cuestionar
    lo que ellos han llegado a ser en las formaciones sociales e
    institucionales existentes y "pensar ciertamente en sus
    experiencias de manera que puedan transformar sus relaciones de
    subordinación y opresión". En parte este paper
    sugiere resistir el ataque de las esferas públicas
    existentes tales como las escuelas, mientras se crean
    simultáneamente nuevos espacios en clubes, vecindades,
    librerías, colegios y otros espacios donde sean posibles
    el diálogo y
    los intercambios críticos.

    Como intelectuales públicos, los educadores
    necesitan revitalizar el lenguaje de
    la educación cívica como parte de un discurso
    más amplio acerca de la representación
    política y de la ciudadanía crítica
    en un mundo global y recoger este pensamiento utópico del
    militante como una forma de esperanza.

    En este contexto, el utopismo sugiere que toda
    noción viable de lo político debe dirigir la
    primacía de la pedagogía como parte de un intento
    más amplio por revitalizar las condiciones para el
    desempeño social e individual y al mismo
    tiempo dirigir
    los problemas
    más básicos, enfrentando los prospectos para una
    justicia
    social y democracia
    global. Los educadores necesitan un vocabulario nuevo para
    enlazar la esperanza, la ciudadanía social y la
    educación, con las exigencias de la democracia
    sustantiva.

    Estoy sugiriendo que los educadores requerimos de un
    nuevo vocabulario a fin de conectar la forma en que leemos de
    manera crítica, con aquella en que nos involucramos en
    movimientos tendientes a un cambio social.
    También creo que, simplemente invocando la relación
    entre la teoría
    y la práctica, la acción crítica y social no
    dará resultado. Cualquier tentativa por dar un nuevo matiz
    a una política democrática sustantiva debe
    representar por una parte como las personas aprenden a ser
    agentes políticos y qué tipo de trabajo educacional
    es necesario dentro de qué tipo de espacios
    públicos con el objetivo de dar a la gente la posibilidad
    de utilizar a cabalidad sus recursos intelectuales además
    de proporcionar una crítica profunda de las instituciones
    existentes y luchar para crear, como Stuart Hall dice lo que
    sería "un buen nivel de vida o una mejor calidad de
    vida para la mayoría de la gente".

    Como educadores críticos, se nos exige entender
    más cabalmente por qué las herramientas
    que usamos en el pasado aparecen inoportunas en el presente,
    fallando a menudo en responder a los problemas que enfrenta en la
    actualidad EEUU y otros países del mundo. Más
    específicamente enfrentamos el desafío debido a la
    carencia de discursos
    críticos que llenen el hueco producido entre la forma en
    que la sociedad se representa y cómo y por qué a
    los individuos les cuesta entender y comprometerse en tales
    representaciones, a fin de intervenir en las relaciones sociales
    opresivas que a menudo legitiman.

    El creciente ataque a la educación pública
    y superior en la sociedad americana podría decir menos
    acerca de la apatía que la población estima, de lo que podría
    decir del quiebre de los lenguajes políticos antiguos y de
    la necesidad de que exista un nuevo lenguaje y
    visión, para así clasificar nuestros proyectos
    intelectuales, éticos políticos, especialmente
    aquellos que trabajan para resolver cuestionamientos de
    representación ética y
    regreso a la vida política y pública. Junto con
    wste artículo, Sheldon Wolin argumentó
    recientemente que necesitamos repensar la noción de
    pérdida y la forma en cómo ésta impacta en
    la posibilidad de abrirse a la vida pública
    democrática.

    Wolin apunta a la necesidad de educadores
    críticos, teóricos y progresivos para que obtengan
    preguntas acerca de "lo que sobrevive a lo derrotado, lo no
    digerible, inasimilable, lo no completamente obsoleto". El
    argumento que "algo se está perdiendo " en una era de
    políticos fabricados, y abastecimiento
    pseudo-público, producido casi exclusivamente por la
    histeria comercial del mercado. Lo que se está perdiendo
    es un lenguaje, movimiento y
    visión que se niega a comparar la democracia con el
    consumismo, las relaciones del mercado y la privatización.

    Como no existe un lenguaje, formaciones sociales y
    esferas públicas lo que hagan operativo, la
    política se convierte en narcisista predisponiendo a un
    pesimismo de amplia expansión y a la atracción
    catártica del espectáculo. Se suma a esto, que el
    servicio
    público y la intervención del gobierno es
    mirada despectivamente, ya sea por burocrática o por
    restringir la libertad
    individual.

    Contra el neoliberalismo, los educadores críticos
    necesitan resucitar un lenguaje de resistencia y
    posibilidad, un lenguaje que acoja un utopianismo y al mismo
    tiempo esté constantemente atento a esas fuerzas que
    buscan tomar dicha esperanza en un nuevo slogan o, a castigar a
    aquellos que se atreven a mirar mas allá del horizonte de
    lo dado. La esperanza en este caso es la condición previa
    a la lucha individual y social, la práctica actual de la
    educación crítica en una amplia variedad de sitios,
    el sello de valentía por parte de los intelectuales fuera
    y dentro de la academia; éstos usan los recursos de la
    teoría para dirigir los problemas
    sociales urgentes.

    Pero, la esperanza es también un referente para
    el coraje cívico y su
    habilidad para mediar la memoria de
    la pérdida y la experiencia de la injusticia como parte de
    un intento más amplio para iniciar nuevas instancias de
    lucha, refutar el trabajo del
    poder opresivo y mirar las diferentes formas de dominancia. El
    coraje cívico como una práctica política
    comienza cuando la vida de uno deja de ser tomada a la ligera. Se
    concreta la posibilidad de transformar la esperanza y la
    política en un espacio ético, y en un acto
    público que confronta el flujo de la experiencia diaria y
    el peso del sufrimiento social con la fuerza de la
    resistencia individual y colectiva y el proyecto
    interminable de la transformación social
    democrática.

    Yo creo que los académicos deben combinar los
    roles interdependientes del educador crítico y del
    ciudadano activo. Ellos deben encontrar formas de conectar la
    práctica de la enseñanza en el aula, con el manejo del
    poder en la sociedad más amplia. Pienso que Edward Said da
    en el blanco cuando argumenta que el intelectual público
    debe funcionar dentro de instituciones, en parte, como un
    exiliado, como alguien que públicamente debe hacer
    preguntas embarazosas, para confrontar lo ortodoxo con el dogma,
    alguien que no opte además por gobiernos a
    corporaciones.

    Desde esta perspectiva, el educador como intelectual
    público se convierte en el responsable de ligar diversas
    experiencias que producen el conocimiento,
    las identidades y los valores
    sociales en la universidad, con la calidad de vida
    política y moral en la sociedad. Y, él o ella lo
    hacen involucrándose en conversaciones públicas sin
    temor a la controversia o a adoptar una postura
    crítica.

    Los intelectuales que sienten un gran sentido de
    responsabilidad hacia la humanidad pueden no ser capaces de esto
    y no tienen necesariamente que explicar los problemas de la
    humanidad en términos de pretender ser absolutos de
    abarcar todo, por el contrario, los intelectuales públicos
    necesitan acercarse a los temas sociales conscientes de las
    múltiples conexiones y asuntos que unen a la humanidad,
    pero ellos necesitan hacerlo como intelectuales que se mueven
    dentro y a través de diversos lugares de aprendizaje como
    parte de una política comprometida y práctica que
    reconoce la importancia de "hacer preguntas, hacer distinciones,
    trayendo a la memoria todas
    aquellas cosas que tienden a ser pasadas por alto o dejadas
    atrás en el apuro por hacer juicios y acciones
    colectivas. En este discurso las experiencias que conforman la
    producción del conocimiento, las
    identidades y valores sociales en la universidad están
    indefectiblemente ligadas a la calidad de la vida moral y
    política de la sociedad entendiendo ésta en los
    más amplios términos.

    Si los educadores van a funcionar como intelectuales
    públicos, ellos necesitan proveer a los estudiantes de
    oportunidades para aprender que la relación entre el
    conocimiento y el poder, puede ser liberadora, que su historia y conocimiento
    importan, y que o que los estudiantes dicen y hacen cuenta en su
    lucha para desaprender privilegios, productivamente reconstruir
    sus relaciones con otros, y transformar, cuando sea necesario, el
    mundo alrededor de ellos. Mas específicamente tales
    educadores necesitan buscar formas de pedagogía que
    cierren el espacio entre la universidad y la vida diaria. Su
    currículum necesita ser organizado alrededor del
    conocimiento de comunidades, culturas y tradiciones que den a los
    estudiantes un sentido de historia, identidad y
    lugar.

    A pesar que es fundamental para los profesores formados
    en la universidad aumentar el curriculum
    para reflejar las riquezas y diversidad de estudiantes a los que
    enseñan, los profesores necesitan también
    descentrar el currículum y aumentarlo. Esto es, como
    Stanley Aronowitz lo señala; los estudiantes
    deberían estar involucrados en la tarea "incluyendo metas
    fijas de aprendizaje, seleccionando cursos y teniendo una
    organización autónoma que incluya
    prensa libre".
    La distribución del poder entre profesores,
    estudiantes y administrativos, no sólo provee las
    condiciones para que los estudiantes se transformen en agentes de
    su proceso de
    aprendizaje, sino que también provee las bases para
    el aprendizaje
    colectivo, la acción cívica y la responsabilidad
    ética. La entidad estudiantil agente de su propio
    aprendizaje, nace primariamente de una experiencia vivida y de
    lucha.

    Aún a riesgo de ser
    demasiado audaz, yo he sugerido que los educadores deben
    transformarse en proveedores;
    ellos necesitan tomar una postura y al mismo tiempo rehusar
    involucrarse con un relativismo cínico o una
    política doctrinaria. En parte lo que quiero decir es que
    lo central a la vida intelectual es el imperativo
    pedagógico y político que los académicos se
    involucren en una rigurosa crítica social, al mismo tiempo
    que se transformen en una porfiada fuerza que desafía a
    los falsos profetas, desestimando las afirmaciones del
    triunfalismo e involucrándose críticamente en todas
    aquellas relaciones sociales que promueven la violencia
    material y simbólica.

    Al mismo tiempo tales intelectuales deben ser
    profundamente críticos de su autoridad y
    cómo ella estructura las
    relaciones en una sala de clases y prácticas culturales.
    De esta manera la autoridad que ellos legitiman en la sala de
    clases (y en otras esferas públicas) se
    transformaría tanto en objeto de autocrítica,
    cuanto un referente crítico para expresar una más
    "fundamental disputa con la autoridad misma". Central para mi
    argumento es la necesidad que los educadores se definan a
    sí mismos no tanto como especialistas estrechos, gerentes
    de la sala de clases, sino como intelectuales públicos
    comprometidos y deseosos de tratar aquellos problemas
    económicos, políticos y sociales, que deben
    solucionarse, si tanto la gente joven como los adultos toman
    seriamente un futuro que abre las promesas de una democracia
    viable y sustantiva.

    Se habla mucho entre los teóricos sociales acerca
    de la muerte de
    la política y de la inhabilidad de los seres humanos para
    imaginarse un mundo mas justo y equitativo de modo de mejorarlo.
    Yo esperaría que de todos los grupos, los
    educadores serían los más vociferantes y activos en
    desafiar ésta asumción, haciendo claro que el
    corazón de cualquier forma de pedagogía
    crítica, debe asumir que el aprendizaje debiese ser usado
    para expandir el bien público y promover un cambio social
    democrático. La acción individual y social adquiere
    sentido como parte de la intención de imaginarse algo
    diferente para actuar diferente. Y el conocimiento puede ser
    usado para ampliar la libertad humana y promover la justicia
    social y no simplemente para crear ganancias. Me doy cuenta que
    esto suena un poco utópico, pero no tenemos mucho donde
    elegir, si vamos a luchar por un futuro que no repita
    indefinidamente el presente, un futuro que permita que los
    profesores, estudiantes y otros, trabajen diligentemente y sin
    cansancio para hacer a la desesperación poco convincente y
    a la esperanza práctica para todos los miembros de la
    sociedad…

     

    Henry Giroux

    Penn State University

    Traducción realizada por: Alejandra Torrealba
    Klarcke

     

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