Intelectuales Públicos y la Política
Educacional
En oposición a lo corporativo de todo el
ámbito educacional, los educadores vanguardistas necesitan
definir la educación
superior como un recurso vital para la vida
democrática y cívica de la nación.
Es en el corazón de
tal tarea donde está el desafío para los
académicos, trabajadores de la cultura y
organizadores del trabajo de
manera que se unan y se opongan a la transformación de
la
educación superior en esferas comerciales, con el
objetivo de
impedir lo que Bill Readings ha denominado una corporación
orientada al consumidor,
más preocupada de la contabilidad
que de la responsabilidad.
Como Zygmunt Bauman nos recuerda, las escuelas
constituyen uno de los pocos espacios públicos que quedan,
donde los estudiantes pueden aprender habilidades para la
participación ciudadana y acción
política efectiva. Y, donde no existen tales instituciones
tampoco hay "ciudadanía". La educación
pública y superior pueden ser uno de los pocos lugares que
queden donde los estudiantes pueden aprender acerca de los
límites
de los valores
comerciales, lo que quiere decir aprender las destrezas de la
ciudadanía social y la forma de profundizar y expandir las
posibilidades de representación colectiva y de la vida
democrática.
Es necesario defender la educación superior como
una esfera pública de vital importancia para desarrollar y
nutrir el balance apropiado entre las esferas públicas
democráticas y el poder
comercial; entre las identidades basadas en principios
democráticos y aquellas empapadas en un individualismo
egocéntrico, que aplaude el egoísmo, el sacar
provecho y la codicia. Este escrito sugiere que la
educación superior sea defendida a través del
trabajo intelectual que tímidamente recuerda la
tensión entre los imperativos democráticos o
posibilidades de las instituciones públicas y su
realización diaria dentro de una sociedad
dominada por principios de mercado.
Si la universidad va a
seguir siendo un lugar de pensamiento
crítico, trabajo colectivo y lucha social, los intelectuales
públicos necesitan expandir el significado y
propósito de ésta. Es decir, necesitan definir la
educación superior como un recurso vital de la vida
moral de la
nación,
abiertos a los trabajadores y comunidades cuyos recursos,
conocimientos y siempre han sido visualizados como
marginales.
El objetivo aquí es redefinir estos conocimientos
y aptitudes para reconstruir en un sentido más amplio una
tradición capaz de unir el pensamiento crítico con
la acción colectiva, la representación del hombre con la
responsabilidad
social, el
conocimiento y el poder a una profunda impaciencia con un
status quo basado en profundas desigualdades e
injusticias.
Aquí está en juego
más que el hecho de reconocer los límites y
costos
sociales de una filosofía neoliberal, que reduce todas las
relaciones al intercambio de bienes y
dinero,
está también la responsabilidad que tienen los
intelectuales críticos y otros activistas de volver a
pensar en la naturaleza del
público. Existe también una necesidad de dirigir
nuevas formas de ciudadanía social y de educación
cívica que tengan un efecto en el diario vivir de la gente
y en sus luchas expresadas a través de un amplio rango de
instituciones. Pienso que el staff académico y otros
tienen una enorme responsabilidad oponiéndose al neoliberalismo
trayendo de vuelta la cultura política democrática
al quehacer diario.
Parte de este desafío sugiere el crear nuevas
instancias de lucha, vocabulario y posiciones temáticas
que permitan a la gente llegar a ser más de lo que son
ahora, en una amplia gama de esferas públicas, cuestionar
lo que ellos han llegado a ser en las formaciones sociales e
institucionales existentes y "pensar ciertamente en sus
experiencias de manera que puedan transformar sus relaciones de
subordinación y opresión". En parte este paper
sugiere resistir el ataque de las esferas públicas
existentes tales como las escuelas, mientras se crean
simultáneamente nuevos espacios en clubes, vecindades,
librerías, colegios y otros espacios donde sean posibles
el diálogo y
los intercambios críticos.
Como intelectuales públicos, los educadores
necesitan revitalizar el lenguaje de
la educación cívica como parte de un discurso
más amplio acerca de la representación
política y de la ciudadanía crítica
en un mundo global y recoger este pensamiento utópico del
militante como una forma de esperanza.
En este contexto, el utopismo sugiere que toda
noción viable de lo político debe dirigir la
primacía de la pedagogía como parte de un intento
más amplio por revitalizar las condiciones para el
desempeño social e individual y al mismo
tiempo dirigir
los problemas
más básicos, enfrentando los prospectos para una
justicia
social y democracia
global. Los educadores necesitan un vocabulario nuevo para
enlazar la esperanza, la ciudadanía social y la
educación, con las exigencias de la democracia
sustantiva.
Estoy sugiriendo que los educadores requerimos de un
nuevo vocabulario a fin de conectar la forma en que leemos de
manera crítica, con aquella en que nos involucramos en
movimientos tendientes a un cambio social.
También creo que, simplemente invocando la relación
entre la teoría
y la práctica, la acción crítica y social no
dará resultado. Cualquier tentativa por dar un nuevo matiz
a una política democrática sustantiva debe
representar por una parte como las personas aprenden a ser
agentes políticos y qué tipo de trabajo educacional
es necesario dentro de qué tipo de espacios
públicos con el objetivo de dar a la gente la posibilidad
de utilizar a cabalidad sus recursos intelectuales además
de proporcionar una crítica profunda de las instituciones
existentes y luchar para crear, como Stuart Hall dice lo que
sería "un buen nivel de vida o una mejor calidad de
vida para la mayoría de la gente".
Como educadores críticos, se nos exige entender
más cabalmente por qué las herramientas
que usamos en el pasado aparecen inoportunas en el presente,
fallando a menudo en responder a los problemas que enfrenta en la
actualidad EEUU y otros países del mundo. Más
específicamente enfrentamos el desafío debido a la
carencia de discursos
críticos que llenen el hueco producido entre la forma en
que la sociedad se representa y cómo y por qué a
los individuos les cuesta entender y comprometerse en tales
representaciones, a fin de intervenir en las relaciones sociales
opresivas que a menudo legitiman.
El creciente ataque a la educación pública
y superior en la sociedad americana podría decir menos
acerca de la apatía que la población estima, de lo que podría
decir del quiebre de los lenguajes políticos antiguos y de
la necesidad de que exista un nuevo lenguaje y
visión, para así clasificar nuestros proyectos
intelectuales, éticos políticos, especialmente
aquellos que trabajan para resolver cuestionamientos de
representación ética y
regreso a la vida política y pública. Junto con
wste artículo, Sheldon Wolin argumentó
recientemente que necesitamos repensar la noción de
pérdida y la forma en cómo ésta impacta en
la posibilidad de abrirse a la vida pública
democrática.
Wolin apunta a la necesidad de educadores
críticos, teóricos y progresivos para que obtengan
preguntas acerca de "lo que sobrevive a lo derrotado, lo no
digerible, inasimilable, lo no completamente obsoleto". El
argumento que "algo se está perdiendo " en una era de
políticos fabricados, y abastecimiento
pseudo-público, producido casi exclusivamente por la
histeria comercial del mercado. Lo que se está perdiendo
es un lenguaje, movimiento y
visión que se niega a comparar la democracia con el
consumismo, las relaciones del mercado y la privatización.
Como no existe un lenguaje, formaciones sociales y
esferas públicas lo que hagan operativo, la
política se convierte en narcisista predisponiendo a un
pesimismo de amplia expansión y a la atracción
catártica del espectáculo. Se suma a esto, que el
servicio
público y la intervención del gobierno es
mirada despectivamente, ya sea por burocrática o por
restringir la libertad
individual.
Contra el neoliberalismo, los educadores críticos
necesitan resucitar un lenguaje de resistencia y
posibilidad, un lenguaje que acoja un utopianismo y al mismo
tiempo esté constantemente atento a esas fuerzas que
buscan tomar dicha esperanza en un nuevo slogan o, a castigar a
aquellos que se atreven a mirar mas allá del horizonte de
lo dado. La esperanza en este caso es la condición previa
a la lucha individual y social, la práctica actual de la
educación crítica en una amplia variedad de sitios,
el sello de valentía por parte de los intelectuales fuera
y dentro de la academia; éstos usan los recursos de la
teoría para dirigir los problemas
sociales urgentes.
Pero, la esperanza es también un referente para
el coraje cívico y su
habilidad para mediar la memoria de
la pérdida y la experiencia de la injusticia como parte de
un intento más amplio para iniciar nuevas instancias de
lucha, refutar el trabajo del
poder opresivo y mirar las diferentes formas de dominancia. El
coraje cívico como una práctica política
comienza cuando la vida de uno deja de ser tomada a la ligera. Se
concreta la posibilidad de transformar la esperanza y la
política en un espacio ético, y en un acto
público que confronta el flujo de la experiencia diaria y
el peso del sufrimiento social con la fuerza de la
resistencia individual y colectiva y el proyecto
interminable de la transformación social
democrática.
Yo creo que los académicos deben combinar los
roles interdependientes del educador crítico y del
ciudadano activo. Ellos deben encontrar formas de conectar la
práctica de la enseñanza en el aula, con el manejo del
poder en la sociedad más amplia. Pienso que Edward Said da
en el blanco cuando argumenta que el intelectual público
debe funcionar dentro de instituciones, en parte, como un
exiliado, como alguien que públicamente debe hacer
preguntas embarazosas, para confrontar lo ortodoxo con el dogma,
alguien que no opte además por gobiernos a
corporaciones.
Desde esta perspectiva, el educador como intelectual
público se convierte en el responsable de ligar diversas
experiencias que producen el conocimiento,
las identidades y los valores
sociales en la universidad, con la calidad de vida
política y moral en la sociedad. Y, él o ella lo
hacen involucrándose en conversaciones públicas sin
temor a la controversia o a adoptar una postura
crítica.
Los intelectuales que sienten un gran sentido de
responsabilidad hacia la humanidad pueden no ser capaces de esto
y no tienen necesariamente que explicar los problemas de la
humanidad en términos de pretender ser absolutos de
abarcar todo, por el contrario, los intelectuales públicos
necesitan acercarse a los temas sociales conscientes de las
múltiples conexiones y asuntos que unen a la humanidad,
pero ellos necesitan hacerlo como intelectuales que se mueven
dentro y a través de diversos lugares de aprendizaje como
parte de una política comprometida y práctica que
reconoce la importancia de "hacer preguntas, hacer distinciones,
trayendo a la memoria todas
aquellas cosas que tienden a ser pasadas por alto o dejadas
atrás en el apuro por hacer juicios y acciones
colectivas. En este discurso las experiencias que conforman la
producción del conocimiento, las
identidades y valores sociales en la universidad están
indefectiblemente ligadas a la calidad de la vida moral y
política de la sociedad entendiendo ésta en los
más amplios términos.
Si los educadores van a funcionar como intelectuales
públicos, ellos necesitan proveer a los estudiantes de
oportunidades para aprender que la relación entre el
conocimiento y el poder, puede ser liberadora, que su historia y conocimiento
importan, y que o que los estudiantes dicen y hacen cuenta en su
lucha para desaprender privilegios, productivamente reconstruir
sus relaciones con otros, y transformar, cuando sea necesario, el
mundo alrededor de ellos. Mas específicamente tales
educadores necesitan buscar formas de pedagogía que
cierren el espacio entre la universidad y la vida diaria. Su
currículum necesita ser organizado alrededor del
conocimiento de comunidades, culturas y tradiciones que den a los
estudiantes un sentido de historia, identidad y
lugar.
A pesar que es fundamental para los profesores formados
en la universidad aumentar el curriculum
para reflejar las riquezas y diversidad de estudiantes a los que
enseñan, los profesores necesitan también
descentrar el currículum y aumentarlo. Esto es, como
Stanley Aronowitz lo señala; los estudiantes
deberían estar involucrados en la tarea "incluyendo metas
fijas de aprendizaje, seleccionando cursos y teniendo una
organización autónoma que incluya
prensa libre".
La distribución del poder entre profesores,
estudiantes y administrativos, no sólo provee las
condiciones para que los estudiantes se transformen en agentes de
su proceso de
aprendizaje, sino que también provee las bases para
el aprendizaje
colectivo, la acción cívica y la responsabilidad
ética. La entidad estudiantil agente de su propio
aprendizaje, nace primariamente de una experiencia vivida y de
lucha.
Aún a riesgo de ser
demasiado audaz, yo he sugerido que los educadores deben
transformarse en proveedores;
ellos necesitan tomar una postura y al mismo tiempo rehusar
involucrarse con un relativismo cínico o una
política doctrinaria. En parte lo que quiero decir es que
lo central a la vida intelectual es el imperativo
pedagógico y político que los académicos se
involucren en una rigurosa crítica social, al mismo tiempo
que se transformen en una porfiada fuerza que desafía a
los falsos profetas, desestimando las afirmaciones del
triunfalismo e involucrándose críticamente en todas
aquellas relaciones sociales que promueven la violencia
material y simbólica.
Al mismo tiempo tales intelectuales deben ser
profundamente críticos de su autoridad y
cómo ella estructura las
relaciones en una sala de clases y prácticas culturales.
De esta manera la autoridad que ellos legitiman en la sala de
clases (y en otras esferas públicas) se
transformaría tanto en objeto de autocrítica,
cuanto un referente crítico para expresar una más
"fundamental disputa con la autoridad misma". Central para mi
argumento es la necesidad que los educadores se definan a
sí mismos no tanto como especialistas estrechos, gerentes
de la sala de clases, sino como intelectuales públicos
comprometidos y deseosos de tratar aquellos problemas
económicos, políticos y sociales, que deben
solucionarse, si tanto la gente joven como los adultos toman
seriamente un futuro que abre las promesas de una democracia
viable y sustantiva.
Se habla mucho entre los teóricos sociales acerca
de la muerte de
la política y de la inhabilidad de los seres humanos para
imaginarse un mundo mas justo y equitativo de modo de mejorarlo.
Yo esperaría que de todos los grupos, los
educadores serían los más vociferantes y activos en
desafiar ésta asumción, haciendo claro que el
corazón de cualquier forma de pedagogía
crítica, debe asumir que el aprendizaje debiese ser usado
para expandir el bien público y promover un cambio social
democrático. La acción individual y social adquiere
sentido como parte de la intención de imaginarse algo
diferente para actuar diferente. Y el conocimiento puede ser
usado para ampliar la libertad humana y promover la justicia
social y no simplemente para crear ganancias. Me doy cuenta que
esto suena un poco utópico, pero no tenemos mucho donde
elegir, si vamos a luchar por un futuro que no repita
indefinidamente el presente, un futuro que permita que los
profesores, estudiantes y otros, trabajen diligentemente y sin
cansancio para hacer a la desesperación poco convincente y
a la esperanza práctica para todos los miembros de la
sociedad…
Henry Giroux
Penn State University
Traducción realizada por: Alejandra Torrealba
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