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Inteligencia colectiva y propiedad intelectual




Enviado por Pierre Lévy



    Pensar a un tiempo, con
    los mismos conceptos, la inteligencia colectiva y la economía del conocimiento,
    tal es el proyecto
    teórico que sostiene este artículo. Dentro del
    cuadro general, quisiera sugerir que el capitalismo
    informacional que se inventa hoy día en la cibercultura
    se dirige hacia una cierta forma de comunismo, pero
    un comunismo paradójico, puesto que no excluiría la
    propiedad
    privada del principal medio de producción contemporáneo: la idea.
    El
    conocimiento humano deviene el principal factor de
    producción de riquezas, mientras que los servicios e
    informaciones que engendra, tiende a convertirse en los bienes
    esenciales cambiados en el mercado.
    Continuamos y se continuará siempre vendiendo y comprando
    objetos materiales.
    Pero las mercancías poderosas se producen a partir de
    ideas, que vienen ellas mismas de procesos de
    búsqueda y de desarrollo.
    Ellas manifiestan estilos estéticos que contribuyen
    intrínsecamente a su valor:
    incorporan agenciamientos complejos de competencias
    entre colaboradores, proveedores,
    socios y consumidores; cristalizan toda una coordinación compleja. Su coste implica
    pagos sobre patentes y derechos de
    autor, gastos de
    formación, de marketing, de
    publicidad, de
    comunicación, etc. La materia se
    sobrecarga de información. Las cosas son acumuladores de
    conocimientos. El uso de una información no la destruye, y
    su cesión no hace que quien la tenía la pierda.
    Añadamos a esto que la extensión del ciberespacio
    vuelve todos los signos
    virtualmente omnipresentes en la red, disminuyendo
    notablemente su coste de reproducción o de acceso. Desde ese
    momento, el postulado de la escasez de bienes
    pierde su pertinencia, lo que cuestiona los fundamentos de las
    teorías
    clásicas, y debe animarnos a imaginar nuevas formas de
    pensar los fenómenos económicos. Es por esto que,
    sin excluir otras aproximaciones, propongo aquí
    afrontar el capitalismo informacional como la forma que toman hoy
    día los fenómenos cognitivos a escala
    colectiva
    . En esta perspectiva, la economía
    devendría (con la antropología, la filosofía, la
    psicología
    social, la robótica social, la vida artificial, la
    ecología,
    la teoría
    de juegos, etc.)
    una de las disciplinas concurrentes a la comprensión de la
    inteligencia colectiva. Entre los hechos que me animan a seguir
    esta línea de pensamiento
    quisiera señalar que las empresas de la
    llamada “nueva economía'' obtienen la mayoría de
    sus rentas de servicios intelectuales,
    copyrights, licencias y patentes. Su actividad cotidiana consiste
    en un arriesgado proceso de
    aprendizaje y
    de búsqueda colectiva. Su posición es de
    movilización de redes, de animación
    de comunidades virtuales y de concurrencia planetaria en el
    ciberespacio. Por otro lado, las universidades y laboratorios
    públicos razonan como empresas, registran patentes, venden
    sus servicios intelectuales, etc. Dicho de otro modo: existen
    cada vez más semejanzas entre el trabajo en
    la nueva economía y la actividad de la comunidad
    científica (que tiende a recuperarse), incluso con el tipo
    de trabajo
    creativo tradicionalmente practicado por los ciudadanos de la
    república de las ciencias y de
    las artes. Esto no significa, en absoluto, que el mundo del
    trabajo se transforme en paraíso, sino que el trabajo
    cambia de naturaleza al
    hacerse progresivamente más creativo, intelectual,
    relacional, virtual, problemático… y de este modo,
    quizá más “difícil''.

     

    El triángulo creador
    de la economía de la información: ideas,
    informaciones, moneda

    Me gustaría presentar ahora el triángulo
    creador de lo que parece ser la dinámica común de la inteligencia
    colectiva y del capitalismo informacional (idea moneda
    información idea, etc.). Recuerdo que parto de esa
    proposición: la economía de la
    información es la medida colectiva, o social, de la
    inteligencia
    . Ahora bien, la inteligencia es
    sémios,
    producción de signos a partir de signos, lenguaje
    inscrito en una espiral dialógica y multilógica de
    creación de sentido, interpretación infinita de constelaciones
    de signos, ellos mismos producidos por interpretación,
    deducción, inducción, abducción,
    derivación, señales, traducción, cálculo,
    etc. Que el lenguaje,
    todas las formas de lenguaje y de signos culturales no puedan
    desplegarse más que en un horizonte social, o colectivo,
    es algo que no requiere largas demostraciones. El pensamiento
    colectivo no es otra cosa que la vida de los signos: sus
    reproducciones, sus mutaciones, sus viajes y sus
    crecimientos. La esencia del signo es la de llevar sentido, es
    decir, de suscitar interpretación, de relanzar la
    semiosis. Pero, bien entendido, el signo no es tal sino en -o
    para- un espíritu o una inteligencia. La inteligencia
    colectiva sería entonces el medio del signo, o
    quizá su sustancia. (Normalmente se indica la cosa de
    manera más chata, señalando el carácter convencional del signo.) A
    fin de aclarar la dimensión económica de la
    semiosis (la vida del espíritu) distinguiré tres
    polos -o dimensiones- del signo, y trataré de desarmar sus
    articulaciones y
    sus interacciones.

    El signo es, en principio, idea. En el plano
    cognitivo, la idea es una forma, es decir, una cierta estructura de
    relaciones. Ella es abstracta: podemos encontrarla,
    idéntica, en numerosas ocurrencias, circunstancias,
    ejemplares, traslaciones, copias diferentes. Como el inventor de
    la idea de idea –Platón
    expusiera ya con rigor, la idea es única y estática.
    Virtualmente una idea (una obra musical, una imagen, un poema,
    un teorema, un programa
    informático, etc.) no tiene necesidad, para que la
    inteligencia colectiva pueda disponer de ella, más que de
    estar localizable en una dirección Web. Esto no
    puede impedirnos el pensar la idea como un acontecimiento, puesto
    que las ideas “aparecen''. Pero la invención (o el
    descubrimiento, o la creación) de una idea, constituye un
    acontecimiento en la eternidad. La idea pertenece a la
    memoria.

    El signo es también información. En
    el plano cognitivo, la información surge del reencuentro
    entre una memoria
    individual (una cierta asociación de ideas) y una idea
    disponible en la inteligencia colectiva. En un tiempo y en un
    momento dado, el contacto con una cierta forma significante
    reorganiza una memoria individual: la información. La
    información es tanto más grande cuanto que el
    “mensaje'' (la idea reencontrada) es improbable, es decir,
    eficaz en la transformación de la imagen que el individuo se
    hace de su entorno. La misma idea puede producir informaciones
    muy diferentes, según las circunstancias y los
    dispositivos individuales de quienes toman contacto con ella. La
    información representa, así, el movimiento
    efímero del espíritu, la chispa que nace del choque
    de las ideas. Si la idea pertenece a la eternidad, la
    información se relaciona con el instante. Así como
    la idea corresponde a la memoria, es decir, a la estabilidad
    (relativa) y a la función
    acumulativa del espíritu colectivo, la información
    corresponde a la percepción, es decir, al flujo evanescente
    de las diferencias que engendran sin fin otras diferencias en la
    vida del espíritu.

    Finalmente el signo es moneda. Sabemos ya que la
    moneda sirve para medir el valor de los bienes económicos,
    y que funciona igualmente como equivalente general en el cambio. Pero
    no nos interesa aquí la función cognitiva de la
    moneda. Señalemos, para empezar, que la moneda es
    signo, signo convencional. Su carácter
    puramente semiótico (o “virtual'') se muestra cada vez
    más abierto al curso de la historia económica
    (lingotes de oro, moneda acuñada por la ciudad o el reino,
    moneda fiduciaria, moneda imprimida, moneda sin equivalente
    material, moneda electrónica…). Indiquemos seguidamente
    que los signos monetarios pueden servir de traductores entre
    ideas, entre informaciones, entre ideas e informaciones. Las
    ideas y las informaciones se venden y se compran, tienen un
    precio.
    El dinero
    puede servir para explotar ideas, la información para
    orientar las compras y las
    inversiones,
    etc. Existen, así, equivalencias y circuitos que
    transforman las ideas y las informaciones en dinero, y
    viceversa.

    ¿Qué relaciones unen a la inteligencia y
    al dinero? ¿En qué constituye la moneda una
    dimensión de la cognición? Si yo dispongo de una
    cierta suma de dinero, puedo entonces comprar esto o eso,
    pero no esto y eso. Debo escoger, o sea, evaluar,
    jerarquizar los posibles que se me ofrecen. El dinero simboliza
    un cierto límite. Me obliga a hacer frente a la finitud,
    pero también, al mismo tiempo, a la cuestión del
    bien y del mal, de lo mejor y de lo peor; en una palabra: a las
    problemáticas interdependientes del valor, de la
    elección y de la libertad. Si
    nada costara dinero, haríamos cualquier cosa, nada
    tendría sentido. El sentido no está solamente
    relacionado con la forma ideal y con la novedad informacional,
    sino que tiene también la necesidad del precio, del valor,
    de la elección, de la libertad. Ahora bien, es
    precisamente a causa de nuestra finitud, de nuestra mortalidad,
    que las cosas tienen “precio'', y que se nos plantea la
    cuestión de elegir, de lo que vale y de lo que vale menos.
    El espíritu no es libre sino frente a la muerte. El
    dinero actualiza en la inteligencia colectiva esta libertad y
    esta mortalidad. Por la inversión, el dinero figura igualmente en
    la apertura al futuro y al otro, a la energía fecunda, a
    la excitación y al riesgo.
    Líbido económica, dimensión colectiva de la
    energía psíquica, el dinero se invierte y se gasta.
    Representa la dimensión corporal, emocional,
    energética, sexual, mortal, pragmática del
    pensamiento colectivo, su dimensión de libertad incarnada,
    su potencia. Por esta razón es “tabú'',
    sucio, rechazado, secretamente deseado, abiertamente adorado,
    objeto de todas las envidias, robos y corrupciones.

    No existe inteligencia más que en una
    circulación continua entre la memoria, la
    percepción y la acción.
    Si la idea representa la memoria de la inteligencia
    colectiva, y la información su percepción
    efervescente, móvil y distribuida por todas partes,
    entonces el dinero tiene lugar como vector de
    acción de la inteligencia colectiva: por él
    pasa la elección, la evaluación, el compromiso, la finitud y la
    responsabilidad.

    Con la idea, la información y la moneda, tenemos
    no sólo las tres dimensiones de la cognición
    colectiva, sino también las del tiempo, que es la vida del
    espíritu. La idea se mantiene en la eternidad. La
    información efímera se evapora, inasible, sobre el
    punto del instante. En cuanto al dinero, representa la
    transformación, el paso, la bifurcación, la
    muerte,
    pérdida, el nacimiento, la fecundidad de lo
    virtual.

    ¿Cómo se engendran, las tres dimensiones
    del signo, mutuamente? La idea atrae al dinero, que sabe que ella
    le permitirá reproducirse (el capital se
    aventura en la búsqueda de buenas ideas), puesto que las
    ideas engendran dinero.

    Sin ideas, sin conocimientos, sin obras, sin imágenes,
    sin memoria organizada, imposible ganar dinero. El dinero, a su
    vez, proporciona la energía necesaria (en salarios, por
    ejemplo) para producir o buscar informaciones, para explotar
    ideas. La información, para cerrar el círculo,
    alimenta la eclosión de ideas.

    Y si nosotros recorremos el círculo en la otra
    dirección, descubrimos que las ideas (la memoria) son
    necesarias para la interpretación de las informaciones.
    Son ellas quienes dan sentido al flujo informacional que las
    descompone, las entrecruza y las reorganiza. Las ideas extienden
    la tela de eternidad sobre la que toman forma todas las figuras
    del sentido.

    El dinero, por su parte, evalúa las ideas:
    capitales y contratos
    obtenidos, subvenciones recibidas, rentas engendradas por las
    patentes y derechos de autor,
    beneficios adquiridos por la venta de un
    producto''
    -ideal en su esencia- de la inteligencia colectiva. Esta
    evaluación resulta de una multitud de cosas bajo
    coacción, de una infinidad de acciones
    responsables, implicadas, y concretamente encarnadas, del
    espíritu colectivo. He aquí este famoso “mercado''
    tan detestado, juez inmanente de las ideas, expresión
    desnuda del deseo -y escandalosa como deseo- de la inteligencia
    colectiva.

    Finalmente, la información representa el sistema
    perceptivo de la inteligencia colectiva. Ella origina el dinero,
    indicando a la energía monetaria sus puntos de
    aplicaciones posibles: ¿Dónde consumir?
    ¿Dónde invertir? Y de la ola informacional
    fecundada por la potencia de la
    libertad, emergen las ideas, que suben hacia el cielo inteligible
    de la noosfera como las estrellas de un universo en
    expansión.

     

    La propiedad intelectual y
    el anillo de la inteligencia colectiva

    Examinemos ahora la cuestión de la propiedad en
    la economía de la información. Y, para comenzar, la
    misma información (en el sentido riguroso que he tratado
    de darle más arriba), ¿puede ser objeto de
    apropiación? La respuesta, evidentemente es no. La
    información, al pertenecer al orden del acontecimiento,
    situado y dado, en contexto, forzosamente indisociable de una
    subjetividad, puede, sin duda, cumplir el papel de un servicio
    remunerado (de formación o de consejo, por ejemplo), pero
    no de algo de lo que se es dueño, hablando con propiedad.
    No podemos ser propietarios del momento de un proceso. La
    “disminución de incertidumbre'' de la teoría de
    la
    comunicación es, por naturaleza, absolutamente
    transitoria y singular. Yo podría invocar la propiedad de
    este texto, no de
    la información que ustedes saquen de él.

    Veamos ahora el caso del dinero. La moneda pertenece al
    Estado, pero
    también a las personas físicas o morales que la
    cambian, la acumulan, la invierten, etc. La moneda no funciona
    como tal más que porque su propiedad es a un
    tiempo
    absolutamente pública y completamente privada,
    enteramente personal y
    totalmente circulante, sin olor, reciclable, blanqueable,
    imponible…

    En tanto que la información es inapropiable -por
    demasiao volátil- y el dinero simultaneamente privado y
    público, la idea, en lo que a ella se refiere, puede ser
    o bien privada, o bien pública. La
    información no pertenece a nadie; “se produce''. El
    dinero es de todo el mundo y pasa por alguien. La idea viene de
    alguien y pasa a todo el mundo. Que no venga de alguien sino
    mediante una conexión en el espacio metapersonal del
    espíritu, eso es otra historia.

    El principal medio de producción, desde la
    revolución
    neolítica hasta la revolución
    industrial, ha sido la tierra. A
    partir de la revolución industrial eran las instalaciones
    técnicas, las fábricas, las máquinas
    (incluidas las máquinas agrícolas) lo que
    permitía producir en masa los bienes que se vendían
    en el mercado. Desde hace algunas decenas de años, y
    probablemente cada vez más en el futuro, los principales
    medios de
    producción serán las ideas. De algún modo,
    las ideas constituyen una suerte de territorio intelectual a
    partir del cual se producen las principales riquezas, exactamente
    como la tierra desde
    hace 10 000años hasta el fin de la Edad Media. Es
    más importante hoy día tener un título de
    propiedad sobre alguna canción de éxito,
    sobre un software, sobre una
    molécula o una simiente genéticamente modificada
    que sobre una parcela de tierra. La vida económica
    contemporánea enraiza en el mundo de las ideas. Es por
    esto que el tema de la propiedad intelectual adviene al primer
    plano de la actualidad. Al final de este artículo
    esbozaré la tesis
    según la cual el capitalismo informacional tiende hacia
    una cierta forma de comunismo. Pero no creo que ese inesperado
    comunismo pueda fundarse sobre una propiedad colectiva
    integral de las ideas, esto es, de los medios de
    producción contemporáneos. En efecto, la
    experiencia histórica muestra, primeramente, que la
    propiedad intelectual colectiva – o estática – integral y
    obligatoria de los medios de producción se encuentra casi
    siempre asociada a la negación de la libertad y de la
    responsabilidad individual, como libertades políticas.
    Además, favorece menos que la propiedad individual el
    crecimiento y la prosperidad general. Por el contrario, cuando se
    escoge libremente, la propiedad colectiva puede revelarse
    al mismo tiempo productora y liberadora: monasterios okibutz para
    la tierra, cooperativas
    para las fábricas, comunidad científica o software libre
    para las ideas, etc.

    Por otro lado, conviene recordar que la propiedad
    individual garantizada por la ley es una
    preciosa conquista histórica que no existía
    en las diferentes formas de “despotismos orientales'', y que no
    está asegurada en los regímenes feudales o
    totalitarios. La propiedad intelectual es reconocida por las
    diferentes declaraciones de los derechos del hombre, en las
    legislaciones de los países más
    democráticos. Que la protección de la propiedad
    privada favorece a los propietarios, de ello no duda nadie.
    ¿Pero las desigualdades asíinscritas en el derecho,
    no son preferibles a una situación en la que la empresa
    privada, a saber, el nervio de la innovación y de la diversidad de la
    oferta
    económica, se desaliente? Compárese la
    situación de Corea del Norte con la de Corea del
    Sur.

    Interesémonos ahora más particularmente en
    la propiedad intelectual. Patentes y derechos de autor, de
    los que la definición precisa data tan solo del siglo
    XVIII, representan grandes progresos en la historia del
    derecho, así como en la historia económica, no
    solamente porque protegen y alientana los creadores, sino
    también porque al hacer entrar la idea en el circuito
    económico, transforman de manera radical la naturaleza
    misma de la economía. Hoy día apenas comenzamos a
    comprender la profunda naturaleza de esta
    transformación.

    La propiedad intelectual difiere de otros tipos de
    propiedad de los medios de producción. En el caso de las
    ideas, en efecto, la propiedad se ejerce sobre porciones de un
    territorio indefinidamente extendido, y no sobre un recurso
    finito -como en el caso de la tierra- o difícilmente
    extensible, como en el caso de los medios de producción
    materiales. El mundo de las ideas es infinito. Y jamás
    será completamente descubierto, descifrado, balizado,
    conquistado, cartografiado… y apropiado. A la extensión
    virtualmente infinita de sus objetos posibles, la propiedad
    intelectual añadeotra característica: su
    carácter temporal. Tanto patentes como derechos, al cabo
    de algunas decenas de años, terminan por caer en eso que
    llamamos “el dominio
    público''. Así, los creadores de ideas no
    permanecen propietarios (ni ellos ni quienes han comprado sus
    derechos) más que por un tiempo limitado. Xeros no recibe
    más derechos de autorsobre el procedimiento de
    la copia en papel normal. Yo puedo cantar un poema de Victor Hugo
    sin pagar derechos a sus herederos. Tarde o temprano, las ideas
    acaban por reunirse, gracias a la memoria común de la
    inteligencia colectiva, la herencia de la
    humanidad. De este modo, las ideas no son apropiadas ni
    apropiables más que en la zona en la que precisamente el
    campo intelectual se dilata -con la frontera
    sobre este límite de conocido y desconocido, en el que la
    fuerza de
    cuestionamiento, la energía creativa y la potencia
    financiera alcanza su punto más vivo. Podemos
    representarnos el mundo de las ideas como un plano infinito sobre
    el que se extiende un anillo. En el interior del anillo: el
    patrimonio
    común de la humanidad. En el exterior, la apertura, la
    trascendencia, la intotalizable totalidad de aquello que
    aún no ha sido imaginado, demostrado, creado, concebido ni
    formulado, la llamada,la pregunta, la vida. Ni el interior ni el
    exterior son apropiados. El anillo móvil, como la albura
    del árbol, atrae a la savia energética, afectiva,
    intelectual y financiera. El mundo de las ideas crece gracias a
    este anillo vivo -la inteligencia colectiva en acto- que se
    dilata hacia la trascendencia. Es también en este anillo,
    y únicamente en él, en donde se aplica la propiedad
    intelectual, atrayendo y redistribuyendo los flujos financieros,
    canalizando el trabajo y la atención, para mayor beneficio
    (simbólico y financiero) de quienes personalmente han
    invertido… pero finalmente en beneficio de todos.

     

    El abandono voluntario de la
    propiedad intelectual

    El razonamiento siguiente: “Puesto que los signos son
    digitalizables, esto es, ubicables en la red, pertenecen a todo
    el mundo'', no me parece convincente del todo. La propiedad no
    sirve únicamente a los intereses de los poderes (aunque
    también lo hace, por supuesto), también juega un
    papel esencial en la economía de la inteligencia
    colectiva. Es bueno que un circuito virtuoso venga a alimentar, a
    su término,las zonas del espíritu colectivo que
    produce los mejores frutos. Pero si la finalidad última es
    la vitalidad de la inteligencia colectiva, la potencia de
    expansión de su corona de oro, la propiedad intelectual
    clásica puede, a veces, no constituir la mejor
    solución. En ciertos casos, una renuncia voluntaria
    a la apropiación de las ideas (de los nombres, de los
    textos, de las imágenes, de las músicas, de los
    programas, de
    los métodos
    técnicos, etc.) puede permitir a las ideas producir
    más sentido y acontecimientos en la inteligencia
    colectiva. Incluso puede ocurrir que un autor, un
    científico o una información célebre, por
    ejemplo, se transforme entonces ello mismo en idea, en icono.
    Esta renuncia voluntaria constituye la regla para los
    científicos que trabajan en laboratorios públicos
    sobre asuntos fundamentales. En el mundo del software
    libre, la no apropiación -debidamente reglamentada-
    permite, a todos aquellos que lo deseen, mejorar los programas.
    También el uso en la comunidad de músicos y DJ's
    que trabajan a partir de muestras. Igualmente podría
    citarse el “copyleft'', inspirado en el software libre, que se
    difunde en medios de artistas. Dicho de otro modo: redes de
    cooperadores pueden decidir -voluntariamente- dejar el producto
    de su trabajo intelectual en el dominio público, para que
    eso acelere el proceso de la creación y de la inteligencia
    colectiva. Pero hay que señalar que estas decisiones, de
    grupos o de
    individuos, son voluntarias, y que suponen la existencia
    previa, disponible, garantizada por la ley, de la propiedad
    intelectual. El caso de Napster es diferente de los que acabamos
    de evocar, porque ese dispositivo no favorece necesariamente la
    creatividad colectiva, y no viene de una decisión
    voluntaria de los creadores. Las prácticas de
    mutualización de los recursos
    informacionales, ciertamente prometen un gran futuro, pero bajo
    formas probablemente diferentes de las que hemos visto
    desarrollarse en los últimos años. No soy nada
    original si digo que será necesario encontrar medios de
    remunerar a los creadores.

     

    Comunismo y capitalismo
    informacional

    Si el capitalismo informacional conduce a una cierta
    forma de comunismo, ello no es, a mi modo de ver, porque
    renunciaría a la propiedad privada de los medios de
    producción, es decir, a la propiedad intelectual,
    que deviene hoy día la fuente principal de la riqueza.
    Mucho menos porque se eliminaría el dinero.
    ¿Cuáles son entonces los argumentos que me hacen
    defender la tesis de una aproximación del capitalismo
    informacional a un cierto ideal de comunismo? Me contento con
    lanzar aquí algunas pistas con las que concluir este
    artículo, reservándome guardar estas ideas para
    desarrollarlas en una obra futura sobre la teoría del
    capitalismo informacional.

    Gracias al ciberespacio, los conocimientos que
    están en el dominio público jamás han estado
    tan accesibles y utilizables como hoy día, y a un costo tan bajo.
    Toda idea colgada en cualquier parte de la red es inmediatamente
    legible en todas partes, y conectable desde cualquier otra. La
    libertad de
    expresión, de comunicación y de
    asociación crecen a ojos vista. La cibercultura favorece
    el diálogo,
    la cooperación, los cambios transversales de todo tipo,
    una suerte de “comunismo de la inteligencia'' que perfecciona
    una inteligencia colectiva en camino, desde el surgimiento del
    lenguaje.

    La transparencia del cibermercado nos permite orientar
    la economía, escogiendo los productos que
    mejor corresponden a nuestros criterios éticos,
    ecológicos, políticos y sociales. Esta misma
    transparencia, nos autoriza igualmente a invertir en empresas que
    siguen reglas medioambientales, sociales y deontológicas
    aceptables.

    Combinados con el aumento del accionariado popular, y
    con el juego de bolsa
    a pequeña escala y en línea, los movimientos
    convergentes de la inversión socialmente responsable y del
    consumo
    consciente, pueden conducir a una verdadera apropiación
    colectiva de la máquina económica, pero una
    apropiación que, en vez de negarlas, tendría como
    base la propiedad individual y la responsabilidad
    personal.

    El capitalismo informacional parece dirigirse hacia el
    establecimiento de reglas de juego según las cuales las
    más competitivas son precisamente las más
    cooperativas.

    Se tiende a preferir la paz democrática a la
    guerra, a la
    miseria y a las dictaduras, poco propicias a la prosperidad. Se
    favorece el reforzamiento de una escala de gobierno mundial
    que estará probablemente controlado por una forma u otra
    de cyberdemocracia abierta y participativa.

    Es a nosotros a quienes nos toca favorecer las
    tendencias más positivas, que se abren paso en la cultura
    contemporánea, según nuestra situación, a
    nuestra manera personal, con cada uno de nuestros
    actos.

     

    Notas al
    pie

    …sémios,1

    Sobre el tema de la semiosis y de sus nuevas condiciones
    en la cibercultura, ver la notable obra de Jean Pierre Balpe:
    Contextes de l'art numérique, publicada en
    Hermès, Paris, 2000.

     

    Pierre Lévy

    Publicado originalmente en francés en la revista
    Multitudes,
    nº 5, mayo 2001

    Traducción: Beñat Baltza

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