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El Irrepetible-Absoluto y su interacción divino-humana



    1. Análisis del
      Einmalig-Keineswegs
    2. Necesidad de la
      irrupción del Irrepetible-Absoluto: Verbum caro factum
      est
    3. El Irrepetible-Absoluto y
      su normatividad
    4. El Irrepetible-Absoluto y
      el Abba: la interrelación en Cristo entre su
      singularidad, su libertad, su receptividad absolutas y "su
      tiempo"
    5. El
      Irrepetible-Absoluto y la
      Revelación
    6. El Irrepetible-Absoluto
      como camino hacia Dios
    7. Conclusión
    8. Bibliografía

    Introducción

    Considerando la propuesta de la materia, la
    cuál permite una amplia gama de temas cuyo margen sea
    Lo Cristiano; los temas que más se acercan a tal
    iniciativa, o que, mejor dicho, lo expresan más
    cabalmente, son los que giran entorno a la persona de
    Jesucristo. De allí que he considerado abocarme en su
    persona, la cual es la figura más representativa,
    eminentemente, que abre, confirma y vivifica toda la realidad que
    implica el término "cristiano".

    El presente trabajo, si
    bien no puede dejar de sumergirse en toda la riqueza que la
    teología ha incorporado al contemplar la persona de
    Cristo, tampoco pretende desarrollar un esquema puramente
    cristológico; sino que intenta un abordaje a la
    consideración de Jesucristo, que desarrolla el
    teólogo suizo, Hans Urs Von Balthasar, en cuanto lo
    considera el Irrepetible-Absoluto.

    Tal visión es realizada desde la dinámica de la encarnación
    acontecida en la Historia. De allí que los puntos a tratar
    manifiesten tal dinámica que repercute en aquel sujeto
    fáctico-histórico, el cual se ha convertido en el
    "blanco" de la obra salvífica de Dios.

    La exposición
    mostrará un descensus, que va desde el tratamiento
    de la segunda persona de la Trinidad, tanto en su dinámica
    esencial (1-2-3) e intradivina (4), como en su relación
    con el hombre
    (5-6). Aunque ningún tema estará desligado del
    factor "historia", ya que H. V. Balthasar quiso tratar el tema
    desde la Teología de la Historia, integrará
    líneas teológicas que marcan fuertemente la
    cristología.

    1. Análisis del
    Einmalig-Keineswegs

    "Quien emprende la consideración de lo
    histórico en su conjunto, debe asignarle, si no quiere
    caer en un mito gnóstico, un sujeto general que obre y se
    manifieste en lo histórico, y que a la vez sea una esencia
    universal normativa".

    En la propuesta de esta densa consideración, en
    la cuál el teólogo suizo, Hans Urs Von Bhaltasar,
    manifiesta el estudio que realizará sobre una
    visión teológica de la historia, es necesario
    abordar el tema del Einmalig-Keineswegs
    (Irrepetible-Absoluto) no para quedarnos en una mera
    cristología que degrade toda la realidad que implica la
    humanidad, sino más bien, todo lo contrario, para
    comprender la misma realidad de modo pleno desde la excelsa obra
    de la Encarnación del Verbo, ya que el cristianismo
    es la "concentración de la realidad, historia y persona en
    la humanidad de uno de nuestra raza de hombres".

    En la propuesta del Einmalig (Irrepetible)
    podemos realizar previamente una mirada desde la metafísica
    del hombre en
    general. Entendemos por irrepetible aquello único en su
    realización que ha tenido un acontecer propio en el
    tiempo
    aportando una novedad. De allí que el hombre se realice en
    su concreción "aquí y ahora" en la innovación que aporte a su existencia desde
    su situación esencial de sujeto libre.

    Pero en él esa irrepetibilidad es relativa ya que
    esta ligado a la universalidad de su esencia humana que comparte
    con otros, sin que esto sea negativo en su intensión, ya
    que, "desde la historia, lleva al concepto
    más misterioso de una comunicación y comunión de todas las
    personas libres de idéntica esencia metafísica, en
    esa esencia, de tal manera que si esa esencia se representa como
    realizada históricamente, debe realizarse en una comunidad de
    destino de las personas que la integran" (Vemos por ejemplo al
    pueblo de Israel).

    En todo caso, más allá de toda
    conclusión de carácter social, es objetivo
    considerar que hay una solidaridad que
    conecta a todos los hombres, la cual debe ser asumida desde la
    libertad, y
    que por lo tanto, las decisiones de cada uno tienen su
    repercusión en la humanidad, de allí que mi
    realización incumba a todos en tal humanidad que fue, es y
    será.

    Vemos también, en el misterio de Dios la
    irrepetibilidad, pero dándose en Él en sentido
    eminentemente pleno, ya que Él es el ipsum esse per se
    subsistens
    imparticipado, que en la realidad absoluta y
    única de su esencia le es propia la originalidad plena de
    su ser.

    Ahora bien, en la consideración del
    Keineswegs (Absoluto), vemos un término aplicado a
    Dios desde su total infinitud, pero ¿de qué le
    serviría al hombre si sólo queda relegado al plano
    de lo "supra-trascendente" inalcanzable? ; si, desde la
    perspectiva de la propuesta inicial, buscáramos la
    respuesta en el mismo hombre ¿no nos
    decepcionaríamos de que en el afán de comprender su
    existencia y su historia, no es capaz de trascenderlas buscando
    una síntesis
    total de las mismas en él mismo?. Es clara la
    problemática al ver que "ningún individuo
    podría elevarse dominadoramente sobre los demás,
    sin poner en peligro metafísicamente la humanidad de los
    otros y sin destronarla de su dignidad".

    Por otra parte Dios "no necesita "historia" para
    llevarse como mediador hacia sí mismo". En consecuencia,
    vemos dos peligros al abordar la temática desde una
    polaridad que mira un extremo sin considerar al otro, donde
    peligraría la autosuficiencia divina o la particularidad
    humana.

    Consecuentemente, el desarrollo
    expuesto hasta ahora, no es para quedarnos en una abstracta
    elaboración gnoseológica, donde el análisis
    del Irrepetible-Absoluto sea para alcanzar una comprensión
    sintética de la historia, sino, para que, desde su propia
    realidad, podamos captar, desde nuestra pobre capacidad, toda la
    riqueza que expresa en su accionar
    salvífico-redentor.

    2. Necesidad de la
    irrupción del Irrepetible-Absoluto:
    Verbum caro
    factum est.

    "Después de la caída de estos (Hombres),
    alentó (Dios) en ellos la esperanza de la salvación
    (Gén., 3, 15) con la promesa de la
    redención".

    Podemos decir que se puede ver un "quiasmo" entre las
    realidades de la salvación y de la redención, donde
    "la esperanza de la salvación" esta propuesta desde "la
    promesa de la redención. Ello supone que sería un
    error identificar ambos puntos. La salvación no supone la
    inserción del pecado del hombre (por la aceptación
    libre del mismo por parte del hombre) sino el hecho de ser
    creatura, con lo cual, en su situación limitada, no puede
    alcanzar su plenitud sino desde aquello que lo trasciende, de
    allí que siempre estuvo llamado a ella, aún en su
    situación primordial (Adán-Eva, en sentido
    figurativo). "Anunciar la salvación es anunciar la vida en
    todas sus dimensiones". En cambio, la
    redención sí supone la introducción del pecado en la historia, de
    allí que es posterior al designio salvífico de
    Dios. Por lo tanto, ambas deben darse en el hombre, el cual es
    limitado y esta herido por el pecado; si acaso quiere
    trascenderse en orden a su plenificación.

    Para superar la finitud fáctica-histórica,
    que supone la esencia humana (profundizada por la
    situación de "caída"), es necesario que alguno,
    lograra en sí, un enlace intrínseco con el polo de
    lo esencial universal. "Para superar ese límite
    hacía falta un milagro que para el pensamiento
    filosófico resulta inhallable e inimaginable: la
    unión entitativa de Dios y el hombre en un sujeto, que,
    como tal, sólo podía ser algo irrepetible
    absolutamente, porque su personalidad
    humana, sin ser quebrantada ni violentada, sería asumida
    en la persona divina que en ella se encarnaba y manifestaba". Tal
    unión conlleva la realidad del centro óntico del
    hombre en el centro óntico de Dios, sin ser desintegrado,
    sino, plenificado. Y tal realidad, la vemos en la "unión
    hipostática".

    A lo largo de la historia se han visto diferentes
    herejías con respecto a la consideración de este
    punto. Tanto el arrianismo como el docetismo, y demás
    concepciones erróneas que no vienen al caso, han sido
    interpretaciones unilaterales de la realidad bi-dimensional de la
    encarnación del Verbo, quitando lo propio de la
    redención, que mira la naturaleza del
    hombre, en su situación creada y normal, sin trasladarla a
    un orden más alto de ser y sin considerar la persona del
    redentor como mera apariencia de hombre.

    Ahora bien, considerando que el Unigénito nos
    permite el enlace con lo divino al ser a la vez el
    Primogénito, vemos la prioridad de la acción
    en Él mismo, en el hecho de interrelacionar su
    irrepetibilidad con la multiplicada realidad humana, al realizar
    el descensus a tal realidad, ya que "siendo de
    condición divina, no codició el ser igual a Dios
    sino que se despojó de sí mismo tomando la
    condición de esclavo, asumiendo condición humana y
    apareciendo en su porte como hombre" (Fil. 2, 6-7). Esto conlleva
    la ascensio de la naturaleza
    humana a Dios. "Solo entonces se hace comprensible… que en
    la irrepetibilidad de Cristo pueda estar incluida la
    redención de nuestra multiplicidad".

    3. El
    Irrepetible-Absoluto y su normatividad

    Desde la vida de Jesús, sería reducida la
    mirada sobre su acción como una simple liberación
    del pecado. En Él se conjugan la realidad de la
    salvación y de la redención en una integridad que
    lo conforma como portador de plenitud para el hombre: Él
    mismo es salvación. De allí que al "hacerse carne"
    (Jn. 1, 14) asume la compleja finitud humana abriendo las puertas
    al hombre a una nueva relación con Dios. Por lo tanto,
    vemos que al hablar de salvación cristiana contemplamos
    toda la situación del hombre, no sólo su
    situación de pecado sino su misma esencia humana
    necesitada.

    Es necesario ver que la unión del Verbo con la
    naturaleza humana es de por sí salvífica, siendo
    norma de todo hombre, debido a que obra en la historia.
    Así, "la irrepetibilidad absoluta de Dios, que se une con
    la humanidad de Jesús, se sirve, para tener lugar, de la
    irrepetibilidad relativa de esta personalidad histórica,
    dada por el ser humano". Por lo tanto, el Redentor es
    único por su participación en la irrepetibilidad
    divina. Además, en Él se integra la irrepetibilidad
    con las leyes normativas
    de la naturaleza humana, las cuales a él se someten y
    ordenan sin ser eliminadas.

    Ahora bien, tal normatividad,
    histórica-salvífica, no se da sino por su
    irrepetibilidad, ya que radica en ella "la revelación de
    la libre y concreta voluntad de Dios sobre el mundo" que obra en
    la historia por la irrepetibilidad de la unión
    hipostática de la irrepetibilidad de Jesús de
    Nazaret, el Verbo de Dios. Asombrosa realidad de la
    "conexión" del polo de lo humano y lo divino manifestada
    en la persona de Jesucristo.

    "Jesucristo prueba que ha de ser, en cuanto el
    irrepetible, el Señor de todas las normas de la
    creación, tanto en el dominio de lo
    esencial cuanto en el de la historia".

    Su generalidad está en lo particular. Podemos
    decir que Él mismo es historia, punto central y originario
    de lo histórico desde donde emana toda la historia,
    después y antes de él mismo y en donde conserva su
    centralidad. "Cristo se hace así, para la comunidad
    primitiva, el criterio según el cual todas las vicisitudes
    humanas pueden ser releídas y valoradas: este singular es
    la norma de la historia".

    Verdaderamente la luz de Cristo nos
    muestra la
    verdad novedosa, que estuvo desde siempre, de que "todo fue
    creado por Él y para Él" (1 Col. 1, 16).
    Además, Él está engendrado en el eterno hoy
    y por tanto consuma su obra en el tiempo de una sola vez y para
    siempre, lo que esto da lugar a tratar el tema de su
    singularidad, tanto en la dimensión operativa, como en la
    dimensión esencial de su persona.

    4. El
    Irrepetible-Absoluto y el Abba: la interrelación en
    Cristo entre su singularidad, su libertad, su receptividad
    absolutas y "su tiempo".

    Cuatro consideraciones claves convienen remarcar en la
    relación entre Jesús y su Padre; consideraciones
    que no permiten que la cristología se quede en un sutil
    "cristomonismo barthiano" sino que expresan la trascendencia de
    Cristo en sí y por su absoluta apertura al
    Padre.

    1. Persona difícilmente entendida a lo largo
      de la historia ha sido Jesucristo. "Signo de
      contradicción" (Lc. 2, 34) por su doctrina, sus
      obras y su persona. Considerando a Olegario González
      de Cardedal, podríamos demarcar tal singularidad en
      torno a
      "su autoridad personal, derivada de la forma
      concreta de su existencia, de su predicación, de su
      libertad para estar ante Dios y ante los hombres, de la
      manera de su vivir y de su morir; el hecho de su
      resurrección
      , sentida e interpretada por los
      apóstoles como la respuesta de Dios a la
      acción de los hombres, glorificando a Jesús y
      constituyendo Señor del mundo a quién ellos
      habían humillado y desterrado del mundo
      dándole muerte;
      su dimensión divina, por la cual
      él vive la común humanidad en un nivel tal de
      plenitud, que nos vemos obligados a confesar que es Dios
      mismo quién está presente en Él,
      operando desde Él y viviendo en Él; por lo
      cual podemos al tiempo decir que Él esta en Dios,
      opera desde Dios, es < Dios
      con nosotros> ".

      En último termino "la singularidad de
      Jesús emerge de aquella ultimidad personal", que se da por el hecho de ser
      irrepetible absoluto, segunda persona de la Trinidad que
      realiza la salvación humana. De allí que la
      singularidad de Cristo adquiere y posee una soberanía absoluta e inalcanzable por
      parte del hombre, siendo propia la obra de Él, y de
      nadie más.

    2. Singularidad
    3. Libertad, Receptividad y "el tiempo" de
      Cristo.

    Por otra parte, si quisiéramos mantenernos en un
    desarrollo que siga expresando la ilimitada riqueza de la obra
    del Verbo en su encarnación, podrían encontrarse
    ciertos riesgos de
    caer en una visión mecanicista del mismo donde no se lo
    vería más que desde la pura funcionalidad e
    instrumentalidad. De allí que podemos deducir la necesidad
    de referirnos a la libertad absoluta de la acción de
    Jesucristo. "La autodeterminación fundamental viene a
    traducirse así en el nivel de las múltiples
    decisiones de todo momento, más o menos conscientemente
    poseídas: es el nivel de la libertad < situada> o
    < empeñada> , o sea, de la libertad vista en la
    tensión dentro de la amplitud trascendental de la
    opción fundamental y la finitud de la posibilidad presente
    de la situación concreta".

    Por lo tanto, vemos que la autoposeción absoluta
    de su persona y de su obra le permiten la absoluta
    soberanía, donde "el rango del mandato y de la obediencia,
    de la entrega y de la aceptación, depende de la libertad
    del que actúa. Puede mandar en la medida en que es una
    cosa con su voluntad; lo que presupone, claro está, que su
    voluntad sea una misma cosa con la norma del justo querer. Puede
    darse a otro en la medida en que se posee. Puede recibir a los
    demás en la medida en que está en sí mismo.
    Eso significa: puede cumplir todos esos actos en la medida en que
    es persona y realiza su personalidad".

    "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la
    voluntad del Padre que me ha enviado" (Jn. 6, 38). En
    Jesús, la negatividad ("no hacer mí voluntad)
    fundamenta una mayor positividad ("hacer la voluntad del Padre").
    "Su esencia, en cuanto Hijo del Padre, consiste en recibir de
    otro, del Padre" todo, y recibirlo de forma que todo lo posea
    en sí haciendo uso de todo como propio, "pero no en
    una superación del recibir, sino como su
    confirmación perdurable, eterna, que le funda a Él
    mismo".

    En consecuencia, esto le otorga su Yo, su interioridad y
    su novedad personal absolutas; donde vuelve a confirmarse su
    total irrepetibilidad, siendo sólo Él "imagen, palabra y
    respuesta". En el acto de la receptividad también adquiere
    toda la voluntad soberana de Dios, sobre el mundo asumiendo todo
    propiamente.

    En su eterna conciencia de
    Hijo, al encarnarse no pierde tal apertura, sino que
    progresivamente la va asumiendo, siendo un hombre abierto
    a Dios, en definitiva "El Hombre". Pero en Jesús se da una
    superación del hombre, denotándose en la
    relación entre Él y el tiempo, ya que "la
    receptabilidad para todo lo que viene del Padre es lo que para el
    Hijo se llama tiempo en su forma de existir como criatura, y
    funda temporalidad".

    Por ello, vemos que se abre un nuevo panorama de la
    encarnación del Verbo. Al ser el Hijo eterno, asume en su
    encarnación la temporalidad, debido a que la transforma en
    manifestación de su absoluta y eterna filialidad. Tal
    filialidad no significa apropiación de lo dado sino
    posesión en y por Dios, y a Él ofrecido, para ser
    devuelto en la eterna reciprocidad, de allí que buscar
    diferencias entre su existencia temporal y la celestial,
    sería mirarlo desde una "esquizofrenia
    existencial".

    El Hijo siempre fue, es y será Hijo, y es lo
    propio de Él el serlo.

    Al decir que Jesús posee tiempo significa que
    asume totalmente la voluntad del Padre, y esto no es una simple
    reseña, sino un punto que ilumina las raíces y
    consecuencias más profundas del alejamiento del hombre de
    Dios. El mismo hombre salta el tiempo creado, ordenado,
    providenciado y predestinado de Dios, o sea que no asume la
    verdad que Dios le dio sobre su libertad la cual debe ir
    descubriendo la senda que Aquél puso en su existencia.
    Dios ha determinado desde siempre todo bien para el hombre, pero
    éste, debe encontrarlo a su debido tiempo. Por lo
    tanto, la obra del Hijo, como Salvador, es la reordenación
    de ese erróneo apresuramiento del hombre (no
    sólo el pecado original) el cuál ha considerado la
    búsqueda de su felicidad en algo que no era
    Dios.

    Cristo es la verdadera existencia que debe ser seguida,
    asumida y aceptada. De aquí, que el testimonio
    neotestamentario acentúe su paciencia, su humildad, su
    permanencia, su sometimiento, su obediencia, su docilidad, etc.
    Por ejemplo, la relación entre Jesús y "su hora"
    (Jn. 2,4) expresa aquello que llega a su debido momento, sin
    poder ser
    atrasado o apresurado, ni siquiera con su conocimiento
    (Mc. 13, 32), y esto, porque "el Hijo quiere recibir del Padre su
    hora tan nueva, tan inmediatamente nacida del amor
    originario y de la eternidad, que en ella no esté visible
    ninguna huella ni marca de dedos
    sino en cuanto de la Voluntad del Padre". En cuanto Dios
    podría conocerla, pero se guarda el derecho por ser Hijo.
    "Su perfección es su obediencia que no se anticipa… y
    decir < sí> al Espíritu
    Santo, que transmite como mediador la voluntad del Padre para
    cada instante", el cual es acogido desde la absoluta libertad.
    Por lo tanto, podemos decir que "Dios no tiene otro tiempo para
    el mundo sino en el Hijo, pero en Él tiene todo
    tiempo". De allí que el tiempo verdadero es y debe ser
    aquel en el que el hombre se encuentre con Dios, y no el irreal,
    el cual es el perdido en la proyección hacia la
    nada.

    Ahora bien, cabe proponer un nuevo punto que emana de
    todo lo tratado hasta ahora pero que a la vez completa y expresa
    una relación de estrechez entre la existencia de
    Jesucristo y su obra. Ambas dimensiones se identifican en
    Él y revelan el porque de su caminar en este
    mundo.

    5.
    El Irrepetible-Absoluto y la Revelación

    "En Jesús, Dios ha sido un alguien con quien los
    humanos han podido convivir, o quizá, mejor,
    pudiéramos decir que Jesús es la necesaria
    humanidad de Dios para poder Él ser connatural y solidario
    con sus criaturas. Condescendencia, cercanía, oferta y
    presencia de Dios acontecen para los humanos en Jesús en
    una radicalidad tal para Él y para nosotros, que Él
    se define a sí mismo como humanidad, palabra, Hijo de
    Dios".

    Con Olegario G. De Cardedal se podría ver muy
    solapadamente lo que se viene desarrollando. Pero es necesario
    tratar el tema por el cual todo lo anterior tiene su
    dasein: La Revelación; ya que sin ella
    difícil hubiese sido al hombre llegar a los postulados
    mencionados. Pero, la Revelación no es algo, sino alguien,
    "Jesús de Nazaret [el cual] se convirtió… para
    los cristianos en la potenciación suprema del
    hombre".

    De allí que hay que mirarla desde dos aspectos:
    Desde la dinámica divina (Jesucristo en cuanto Revelador y
    Revelación) y desde la dinámica humana
    (Correspondencia del hombre: la Fe).

    1. "Dios sólo establece su relación con
      el mundo allí donde Jesucristo es Él mismo el
      centro de esa relación, el contenido y cumplimiento
      de la eterna Alianza". Tres características de
      Jesucristo que claramente denota H. U. Von Balthasar; de
      allí que Dios al revelarse a los hombres lo hace de
      una manera insuperable en su Hijo. Por tanto esto hace
      suponer que Jesucristo es el Revelador del Padre, pero no
      de manera extrínseca sino
      intrínseca.

      El punto central para la intrinsicidad de la
      revelación en la persona de Jesús se debe a
      la unión hipostática. "Debido a ella "no hay
      nada en Él que no sirva a la autorrevelación
      de Dios". La relación con el Padre en lo
      intratrinitario es tan absoluta que el Verbo en cuanto Hijo
      "nunca entiende y aplica su modo de ser persona como algo
      excluyente, sino sólo como el lugar de recibir y de
      la respuesta", acarreando que su autoconciencia no se
      objetiva en Él, al encarnarse, sino que "la tiene
      sólo para regalarla al Padre y a los hombres"; por
      lo tanto Él puede ser la Palabra y el Verbo de Dios.
      "Cristo es la luz como vida, gracia, verdad. La
      vida, la gracia, la verdad habitan en
      el Hijo, que en cuanto verbo de Dios está
      en Dios y es Dios, y vienen al mundo a
      través del Hijo".

      Un conflicto que la Iglesia
      ha tenido que superar ha sido el de la aparición del
      gnosticismo el cual miraba a un Dios, considerado puramente
      como trascendencia espiritual, que en su total
      superación de lo fáctico, solo podía
      ser alcanzado por el pensamiento que lo hallaba sólo
      como espíritu. Pero, ésta, a la vez que
      muchas otras líneas heréticas de matiz
      espiritualista o racionalista, no han sido absolutamente
      contraproducentes para la misma Iglesia, sino motivo de una
      fructífera superación donde, en este punto,
      ha reafirmado siempre la necesidad de relacionar la
      revelación con el "lugar" donde se lleva a cabo, la
      Historia, ya que eso señala la
      Encarnación.

      "No puede ser simplemente Dios como el actor que
      obra en el mundo; debe ser un trozo del cosmos, un momento
      de su historia y, además, en su punto cumbre. Y esto
      es lo que afirma también el dogma
      cristológico: Jesús es verdaderamente hombre,
      verdaderamente un trozo de la
      tierra, verdaderamente un momento en el devenir
      biológico de este mundo, un momento en la historia
      natural humana, pues nació de mujer
      (Gál. 4, 4)". Con estas palabras Karl Rahner expresa
      bellamente la radicalidad que implica afirmar la
      historicidad del Verbo Incarnatio.

      Ahora bien, Cristo, concentración de los
      misterios de encarnación, salvación,
      redención y revelación, ¿podría
      tan solo trocar la conciencia del hombre en su
      "afán" de levantarlo de la situación que
      empecinadamente está?; ¿podría
      "amarrarle", aunque sea un momento, la libertad para
      arriarla hacia Él?.

      Su amor lo impide, el amor
      de Dios por la creación lo impide desde su soberana
      y absoluta libertad y potestad. Quizás muchos
      piensen que el gran error de Dios fue haber creado al
      hombre con un "pedacito" de sí, o sea haberlo hecho
      a su semejanza, por tanto, haberlo hecho
      persona.

      Pero, qué alegría la del hombre que
      descubre esto; que ensancha la mirada limitada sobre
      sí en pos de una superación que está a
      su alcance, si es que camina a su fin verdadero, donde
      redescubrirá la plenitud vital que implica ser
      persona, a la luz de la "Persona". Todo quedará en
      el misterio de lo que implica ser persona, y en los que
      estén implicados en tal situación
      existencial. Pero dejando de lado todo análisis
      subjetivo conviene abocarnos a la objetividad de la
      relación entre la salida al encuentro de Dios y la
      decisión del hombre de responder a ello.

    2. Jesucristo en cuanto Revelador y
      Revelación
    3. Correspondencia del hombre: La
      Fe

    "Comunicación de Dios mismo es, por tanto,
    comunicación a la libertad e intercomunicación a la
    libertad e intercomunicación de los sujetos
    cósmicos plurales. Esta autocomunicación de Dios se
    dirige necesariamente a una historia libre de la humanidad,
    sólo puede acontecer en una aceptación libre
    por parte de los sujetos libres y, por supuesto, en una historia
    común.

    La comunicación de Dios mismo no se hace de
    pronto acósmica, dirigida solamente a una subjetividad
    aislada. Es histórica de cara a la humanidad y se dirige a
    la intercomunicación de los hombres, pues sólo en
    esto y a través de esto puede acontecer
    históricamente la aceptación de la
    comunicación de Dios mismo"

    Con K. Rahner vemos, por tanto, que la revelación
    de Dios interpela a la libertad del hombre; y, eminentemente,
    Cristo, Salvador y Revelador irrepetible absoluto,
    interpela, por la irrepetibilidad de su persona, de sus obras y
    de su mensaje, totalmente, al hombre; así, su vida lo
    confirma, donde fue objeto de rechazo y de aceptación
    radicales. De allí, que el término Salvador,
    indique "aquella subjetividad histórica en la que el
    suceso de la comunicación absoluta de Dios mismo al mundo
    espiritual está ahí como irrevocable en
    conjunto".

    Pero, es consecuente, proponer la aceptación
    humana de lo desarrollado ya que "la simple luz de la
    razón no basta para iluminar esta obra y se puede
    comprobar de un modo irrefutable que todo aquel que intente
    dominarla mediante esa luz no le hace justicia"
    .

    La fe, en cambió, "ve esa forma [lo revelado que
    transforma] tal como es, y de un modo tan palpable que la
    evidencia de la verdad de la cosa brilla en la cosa misma y a
    partir de ella". Ella posee una "velocidad de
    intuición", en cuanto capta desde la inmediatez. La fe es
    don de Dios; y más allá de toda mirada puramente
    antropológica del hombre que naturalmente posee un grado
    de "creencia", el cual le permite elegir, decidir y por tanto
    caminar, aquélla accede a un plano que hace trascender la
    mera mirada humana de lo fáctico en una "credibilidad" que
    confía en un postulado sobrenatural.

    Pero hay que aclarar que, al ser un don de Dios ofrecido
    al hombre, éste, en su recepción, como naturaleza
    racional, no puede basarse en una pura captación intuitiva
    de lo que lo trasciende, sino que su racionalidad, que
    está en la temporalidad, se mueve discursivamente en la
    búsqueda de toda verdad. De allí todos los
    esfuerzos que manifiesta la historia acerca del diálogo
    entre la fe y la razón.

    En la correspondencia entre la revelación y su
    acogida la luz interior, en su disposición, necesita
    totalmente de la forma objetiva de la revelación para
    encontrar su propio contenido, contenido que es acogido no
    sólo en la fides quae, siendo lo revelado una pura
    objetividad, si no también, a través de la fides
    qua
    , donde, por tanto, lo objetivo de lo revelado transforme
    la subjetividad del que lo acoja, sin que el contenido quede en
    una pura inmanentización (encerrándose en una pura
    lógica
    humana) ya que sigue conservando su objetividad.

    Vemos por tanto, sin querer desarrollar un
    análisis gnosceológico de la fe, que Dios otorga
    aquello por lo cual quiere que se lo busque, pero ¿ de
    qué le valdría un mero acercamiento a lo que quiere
    que sea conocido si en concreto el
    hombre sigue su rumbo sin horizonte?. ¿ Cuál es el
    contenido de la revelación que transforma al
    hombre?

    El Irrepetible-Absoluto, en su persona, su obra y su
    palabra, obran en la revelación ya que todo Él es
    la revelación. Por ello en la acogida por la fe de lo
    revelado se acoge al mismo Jesucristo, no sólo en cuanto
    Redentor, sino también, en cuanto Salvación; "en
    Jesús [se recibe] de Dios el don de la vida, del
    conocimiento, de la inmortalidad y de la santidad, porque
    Jesús no [es] un mensajero más en la
    sucesión veterotestamentaria de los profetas o sapiencial
    de las filosofías, sino que en Él Dios mismo
    está visitando a su pueblo". Por lo tanto, el misterio de
    Cristo, no se queda en una simple manifestación sino que
    es transformación de toda la persona en su integridad, de
    allí que el punto siguiente proclama a Cristo como el
    camino perfectísimo hacia Dios y una clara
    dilucidación de las virtudes teologales, que corrigen su
    visión errónea y expresan tres grandes dones que
    Dios le dió al hombre para, por Cristo, ir hacia
    Él.

    6. El
    Irrepetible-Absoluto como camino hacia Dios

    1. "La descripción del Hombre-Dios… no
      debe suscitar la impresión de que la au-

      toconciencia de Jesús es absorbida por la
      conciencia del Logos. Nada puede ser más
      plenificador y regalador, para la naturaleza y la
      personalidad del hombre, que este supremo prototipo
      [hecho ejemplar] de un hombre en general que se hace
      arquetipo [idea ejemplar] para todos los demás
      precisamente porque su mismidad no se convierte en tema…,
      sino, de modo radical en oración".

      Con estas palabras, cargadas fuertemente de
      contenido teológico, H. U. V. Balthasar expresa
      claramente la mediación de Jesucristo como el
      más vivo y verdadero camino hacia el
      Padre. Por ello podemos decir con él que Jesucristo
      mismo es oración; sólo Él cumple la
      identificación entre la apertura al Padre en su
      eterno y la receptividad de su ser. Y por
      ello, nos acoge en el ofrecimiento santo y total a su
      Padre. Él es el Hombre que ofrece todo y se ofrece
      todo al que todo le ha dado, de allí que es el
      prototipo de todo hombre para Dios.

      En su inserción en la historia "Cristo no
      se puede poner en el mismo plano que la de Adán ni
      la de los redimidos… [Él], como idea
      prístina del hombre ante Dios…, ha subordinado
      tanto lo modal como lo categorial a su irrepetibilidad…
      [Su tiempo] es plenificación del tiempo de
      Adán, puesto que, yendo más allá de la
      gracia de éste, es acceso a Dios, esto es, apertura
      para el mundo de la eterna interrelación personal de
      Padre e Hijo en el Espíritu". Por ello, el tiempo de
      la historia, el cual está marcado por el pecado, es
      reconocido y asumido para que con su tiempo lo llene a
      aquél otro de sentido.

      "Jesús, al acoger en sí mismo el
      sí, el amén de Dios al mundo,
      devolviéndole con un amén al que nos podemos
      unir todos los creyentes…, se ha constituido en canon
      personal de la fidelidad y en fuente de fidelidad". ¡
      Que gran regalo Jesús nos dejo a través de su
      persona mediante la fidelidad, la cual no es sólo
      ejemplo, sino una realidad intrínseca que le compete
      a todo creyente y que debe ser descubierta y asumida!. En
      ello radicará la realización de uno como
      persona y como creyente.

      Visto el camino, sólo queda andarlo, vista
      la señal sólo queda ponerse en pie y acudir
      en pos de responderle dejándose iluminar. Caminar
      con fe, confiar con esperanza y vivir en el
      amor.

      Si el hombre pudiera armonizar estas tres
      características fundamentales de todo cristiano,
      viviría en un constante y progresivo ordenamiento
      hacia Dios. Fe, Esperanza y Caridad (amor), son tres
      virtudes que la Iglesia llama teologales por su origen
      directo en Dios, las cuales como don, o sea gracia
      objetivada, son ofrecidas al hombre. Las mismas son
      valiosas "herramientas" en la peregrinación
      hacia Dios mismo.

      Sería edificante, expresar a
      continuación, con San Pablo, el cual "aparece como
      difícil amigo…, y como inignorable guía",
      la relación y lugar propio de las mismas
      virtudes.

    2. Arquetipo y Prototipo
    3. Fe, Esperanza y Amor

    La existencia histórica cristiana se desarrolla
    mediante la "fe, esperanza y amor (1 Cor. 13, 13). Pero hay
    consideraciones negativas que afectan a la realidad de las dos
    primeras virtudes, ya que se piensa, que en el pasaje de lo
    temporal la fe y la esperanza dejarán de tener sentido
    funcional. El pasaje paulino muestra otra concepción muy
    diferente: "El amor lo disculpa todo, todo lo cree, todo lo
    espera, todo lo soporta" (1 Cor. 13, 7); . Vemos, por tanto la
    integralidad del amor que supera la fe y la esperanza, pero no
    descartándolas sino integrándolas.

    En la plenitud "la esperanza… sería la
    disposición del amor que queda abierto a lo infinito…
    sabiendo que Dios para él es el siempre mejor; la fe…
    sería la actitud de la
    criatura que se ofrece y entrega, con ello ofrece y entrega
    también toda verdad y evidencia propias, prefiriendo en
    amor la verdad de Dios, siempre mayor y más verdadera, a
    la propia".

    Ambas están en una apertura hacia lo absoluta, la
    esperanza hacia el Dios siempre mejor y la fe, hacia el Dios como
    dador infinito. Por ello se ve que en tal apertura a lo total
    "ambas cosas son en su núcleo modos auténticos del
    amor", el cual, tanto en la vida eterna como, en la vida terrena,
    sigue y seguirá siendo el normador de todo hombre, ya que,
    él mismo a imagen del Hijo, que recibe el amor del Padre y
    corresponde a ese amor en el ordenamiento de todas las cosas como
    Irrepetible–Absoluto, también ordena a Dios toda la
    realidad del hombre.

    Fe, Esperanza y Amor; tres términos que
    podrían caer en mera conceptualización si no se los
    considera como potencializaciones de la realidad humana.
    Sólo el misterio de la libertad de cada uno podrá
    adherir o no, a ellos y por ende a Jesucristo. Pero adherir a
    Él significa, principalmente, reconocerlo como el
    Irrepetible-Absoluto, el cual enlaza la eternidad y el
    tiempo. "Si el acto de existir del hombre Cristo se funda
    centralmente en una visión temporal…, entonces el
    imitador no logra realizar nada de ese acto, y su carácter
    prototípico y arquetípico se vuelve dudoso por ello
    mismo…. Si de Cristo se dice que es fundador… y
    perfeccionador… de la fe, eso no puede entenderse en sentido de
    una mera causalidad práctica, sino que debe querer
    expresar una causa ejemplar operante".

    En la imitación de la fidelidad obediencial y de
    la paciente renuncia de Jesús, características que
    permiten a Jesús estrechar la mano de Dios con la del
    hombre; se ve en total profundidad lo que significa cree, esperar
    y amar. "Solo así se abre la verdadera intimidad de la
    imitación, en la participación de una
    análoga vida espiritual" a la que invitan la persona, la
    obra y los hechos del Irrepetible-Absoluto, Jesús de
    Nazaret, Verbo e Hijo del Dios eterno.

    Conclusión

    La visión de Cristo como el Irrepetible, que a la
    vez es el Absoluto, permite una gran interacción de temas
    que ayudan a su vez a expresar la realidad de este Dios que se
    encarna. ¡Cuanta riqueza hay en este sublime misterio!,
    misterio del "universal concreto, irreductible a una
    universalidad vaga y abstracta", y que expresa el punto
    más fecundo del diálogo entre la fe y la
    razón.

    Sería provechoso que se vean trabajos de investigación desde la
    puntualización teológica-histórica sobre la
    Cristología de la historia, la cual depurada de toda
    visión errónea barthiana exprese la absoluta
    belleza de la obra de Cristo. Muchas puertas se podrían
    abrir en este intrincado mundo, surgiendo fervorosos personajes
    que, así como H. U. V. Balthasar, sueñen, piensen y
    desarrollen una teología que ilumine toda la realidad
    humana. Es posible hacerlo, así como para este
    teólogo suizo, fue posible una nueva mirada de lo
    teológico matizado desde lo estético, en donde en
    el culmen de lo bello en sí se cobija el rostro de
    Dios.

    Ayudar al hombre de hoy es compromiso urgente e
    imprescindible, mucho más en el cristiano. Desde el
    enfoque tratado se puede dar mucho sentido a la existencia
    humana, la cuál muchas veces no reconoce su propia
    dignidad y a lo que está llamada.

    El Irrepetible-Absoluto abre sus brazos como firme faro
    que orienta a lo propio, a lo esencial, a lo
    salvífico-redentor que es descubrir que "todo fue creado
    por Él y para Él" (1 Col. 1, 16). De aquí,
    que el hombre asume el lugar que le corresponde en la
    creación y entra a participar en la dinámica del
    Hijo eterno, de su total receptividad al Padre.

    Bibliografía

    • Hans Urs Von Balthasar. Teología de la
      Historia
      . Ed. Guadarrama. Madrid.
      1959.
    • Hans Urs Von Balthasar. Gloria. La Percepción de la Forma. Vol. I. Ed.
      Encuentro. Madrid. 1985.
    • Olegario González de Cardedal. Jesús
      de Nazaret
      . B.A.C. Madrid. 1978.
    • Olegario González de Cardedal. Elogio de la
      Encina
      . B.A.C.. Madrid. 1978.
    • Karl Rahner. Curso Fundamental sobre la Fe.
      Ed. Herder. Barcelona. 1979.
    • Romano Guardini. Realidad Humana del
      Señor.
      Ed. Guadarrama. Madrid. 1960.
    • Bruno Forte. Gesu de Nazaret, storia di Dio, Dio
      della storia.
      Ed. Paoline. Roma.
      1982.
    • Francisco de Mier. Salvados y Salvadores. Ed.
      San Pablo. Madrid. 1998.
    • Ricardo Ferrara. El Misterio de Dios. Ed.
      Sígueme. Salamanca. 2005.

     

    Presentado por:

    Pablo Balario

    Pontificia Universidad
    Católica Argentina

    "Santa María de los Buenos
    Aires"

    Facultad de Teología

    Carrera: Bachillerato + Profesorado en
    Teología

    Materia: Teología Fundamental III

    Revelación

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