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Travesía bibliográfica



    El cerco a la vida por parte del actual sistema de
    civilización capitalista está llegando a unos
    límites
    que ponen en cuestión la continuación de
    ésta, estando pues hoy confrontados, como decía
    Anders, con la pregunta ya no de cómo viviremos sino si
    viviremos. El proceso de
    mundialización del capital
    convirtiendo todo en mercancía ha llegado hasta la vida
    misma a través de la agroindustria, la industria
    química y
    nuclear, las técnicas
    de modificación genética,
    la biotecnología,… El desarrollo
    técnico que conocemos, enraizado en el actual sistema
    capitalista, transforma todas las ramas de la vida: la
    comunicación, la salud, la alimentación, y
    modifica todo el medio que la circunda: el clima, el
    aire, el agua en un
    proceso de apropiación, rentabilización y
    devastación (polución química,
    radioactividad, deforestación, desertización,…)
    llevando a la vida al extremo de su extinción. No es de
    extrañar pues que más allá de un ecologismo
    convencional que en su crítica
    de tales fenómenos deja en pie la
    organización social que los promueve, abunde una
    reflexión sobre la lógica
    misma que los sustenta, sobre la naturaleza del
    progreso técnico y sobre la técnica misma
    (1), y se intente replantear
    nuestra relación con la naturaleza. Ha sido necesario
    llegar hasta este atolladero para poder
    emprender una crítica al progreso técnico sin ser
    tachados de reaccionarios. En efecto, todo el discurso
    intelectual de la izquierda estaba ocupado por la
    magnificación de tal progreso y era, por tanto,
    considerado reaccionario y obsoleto el cuestionarlo, de una
    manera muy parecida a lo que pasó con esta izquierda y la
    crítica al socialismo
    realmente inexistente establecido en la URSS, y al marxismo como
    ideología que lo sustentaba: toda esta
    crítica, incluso en nombre de Marx y del
    socialismo, fue considerada por esta izquierda intelectual de
    reaccionaria (2).

    La concepción progresista de la historia da por hecho
    incuestionable que la explotación de la naturaleza por
    parte del hombre no
    tiene límites. Desde el Génesis hasta EL
    Capital
    concuerdan que la naturaleza está a nuestro
    servicio.
    Tampoco durante los procesos
    emancipatorios que tuvieron lugar durante el siglo XIX se
    abandonó tal premisa. En efecto, una comprensión
    banal y estereotipada del proceso revolucionario entendido como
    lucha de clases ha dejado de lado esta cuestión de la
    relación del hombre y de la mujer (de la
    especie humana) con la naturaleza, sin cuestionar su
    antropocentrismo. En esto poco difieren partidarios de Marx o del
    anarquismo (3). Ambos
    participan de una visión progresista de la historia y de
    una confianza en la ciencia y
    en la técnica respecto al mismo proceso emancipador.
    Cuando en los quince primeros años del siglo XIX en
    Inglaterra los
    obreros se enfrentan a la introducción de las máquinas
    porque veían que tal introducción iba a transformar
    sus condiciones de vida (lo que se conocerá como el
    movimiento
    luddita) (4), Marx
    creyó que se equivocaban al rebelarse aquellos obreros
    contra aquella forma particular del instrumento, en el que ven la
    encarnación técnica del capital, en vez de
    rebelarse contra su modo de uso capitalista. Así escribe
    en el primer libro de El
    Capital: "Falta tiempo y
    experiencia para que los obreros, habiendo aprendido a distinguir
    entre la máquina y su uso capitalista, dirijan sus ataques
    no contra el modo material de producción, sino contra su modo social de
    explotación".

    Hoy, a posteriori, visto el estadio actual del
    desarrollo de la técnica, visto adónde nos ha
    llevado la revolución
    de las máquinas, podemos preguntarnos quién
    tenía razón, si los que pensaban que la
    técnica no era neutral y que no sólo importaba su
    modo de uso, o los progresistas. Para Marx se trataba de impulsar
    el desarrollo de las fuerzas productivas que en su arranque
    revolucionario el capitalismo
    había desarrollado, pero hacerlo en un sistema social, el
    comunismo, no
    basado en la explotación del trabajo. A
    partir de esta concepción, la naturaleza será pues
    un objeto a transformar: no tiene valor si no es
    transformada por el hombre.
    Éste es considerado básicamente como productor, y
    el mundo como un producto del
    trabajo humano. La mitología, que era una forma de dominio del
    hombre sobre la naturaleza, desaparece cuando ésta es
    dominada realmente (5).
    Transformar la naturaleza mediante el desarrollo de las fuerzas
    productivas, fuera del corsé capitalista, será pues
    para los revolucionarios del siglo XIX la tarea del
    proletariado6.

    Ante esta perspectiva pues, la crítica del
    antropocentrismo y del progreso técnico está a la
    orden del día. El paso más osado lo dan los
    llamados primitivistas. Radicalmente opuestos al progreso
    técnico buscan en el pasado de la humanidad el
    desvío que nos ha llevado a la inhumana sociedad
    actual.  Para Zerzan todo se perdió con el paso al
    Neolítico. La armoniosa humanidad que no conoce en el
    Paleolítico ni división del trabajo, ni
    división de sexos, ni apropiación privada empieza,
    con la domesticación, un mal camino. Con la agricultura
    aparecen la noción de tiempo, el lenguaje,
    la numeración y el arte, es decir
    toda la cultura
    simbólica que abre el camino a la domesticación de
    la naturaleza y la domesticación de los hombres a
    través del trabajo: los símbolos son necesarios para la
    imposición de un orden social. Con la agricultura da
    comienzo la acumulación y el Estado.
    Aquí se dio, para Zerzan, un paso en falso, tomando un
    camino monstruoso a partir de la cultura simbólica y de la
    división del trabajo. 

    ¿Cómo se dio este paso? Los manuales
    clásicos hablan del factor climático y del factor
    demográfico para explicar el paso del homo sapiens al
    Neolítico. Para Cauvin se trata más bien de un
    cambio
    simbólico: "una revolución de signos ha
    precedido los inicios de la economía
    agrícola", y descarta la primacía de los factores
    externos, clima y demografía. El paso a la agricultura no es
    una respuesta a una situación de penuria provocada por el
    aumento demográfico y el clima (estamos, como muestra Sahlins,
    en la edad de la abundancia), sino que se corresponde con la
    mutación religiosa: cambian los sistemas de
    representación perceptibles en el arte y en los ritos (en
    el periodo khiamien, 10.000-9.500 a de C., el arte deja de ser
    zoomórfico para representar a la mujer diosa). El
    desarrollo de un sistema simbólico -la religión, que implica
    un arriba y un abajo- marca un nuevo
    comportamiento
    del hombre frente a la naturaleza..

    La crítica al progreso técnico tiene sus
    clásicos, cada uno a su manera, en Mumford, Ellul, y
    Anders, que escribieron sus ensayos en los
    años 50 del pasado siglo XX.

    Para Ellul no se trata de estar o no en contra de la
    técnica, cosa que no tiene mayor sentido: es, dice, como
    estar en contra de una avalancha de nieve o en contra del
    cáncer. Lo que intenta Ellul es pensar la técnica,
    el fenómeno técnico en su conjunto, fenómeno
    regido por el principio de la eficacia y que
    hoy se ha convertido en sistema (todas las piezas están
    interrelacionadas), siendo así el factor determinante de
    nuestra sociedad. Para Ellul la Técnica es una actividad
    del hombre regida por el principio de la eficacia, y no un simple
    medio al que se le podrían asignar diferentes fines. One
    best way –el mejor camino- es su naturaleza y su divisa: la
    búsqueda del mejor medio en todos los terrenos. La
    técnica progresa de manera puramente causal, por
    autocrecimiento. No tiene sentido hablar de un buen uso o un mal
    uso: sólo tiene un uso, el uso técnico;
    técnica y su uso son lo mismo. El progreso técnico
    es ambivalente, no es bueno ni malo, mezcla de elementos
    positivos y negativos: cualquier progreso técnico se paga
    de una u otra forma; el progreso técnico plantea
    más problemas que
    los que resuelve; sus efectos nefastos son inseparables de sus
    aspectos positivos; y, más allá de los efectos
    pretendidos tiene efectos imprevisibles (de la investigación con el átomo se
    pasa a Hiroshima o a Tchernobyl). Ningún límite
    ético va a frenar su desarrollo, cumpliendo así la
    ley
    fundamental de la civilización técnica anunciada
    por Dennos Gabor: todo aquello que puede hacerse se hará.
    Es infantil pues querer someter la máquina al ideal, dice
    Ellul, de la misma forma que Marx decía que era tan
    piadoso como vano querer impedir que el valor de cambio se
    transformara en capital. Ellul, que parte de Marx para entender
    la nueva sociedad capitalista pretende llevar su análisis hasta la Técnica, el
    fenómeno hoy mayor de nuestra sociedad.

    Pero donde Marx decía capital Ellul dice
    técnica: si para Marx la alienación era inherente
    al modo de producción capitalista, para Ellul la
    alienación es concomitante con la técnica. Para
    Ellul sólo una revolución podría modificar
    la orientación del progreso técnico, suprimiendo el
    Estado
    burocrático y rechazando el crecimiento
    económico. Pero esto sería ir contra la
    ideología dominante, contra el progreso.

    En la misma línea Charbonneau, amigo de Ellul con
    quien comparte ideas y prácticas, piensa que el
    crecimiento técnico indefinido es el hecho y el dogma
    mayor de nuestro tiempo (como antes lo era la inmutabilidad de un
    orden natural y divino). El mito del
    progreso se basa en la creencia de la neutralidad de la
    técnica y de la ciencia; pero
    la técnica no es un simple medio que puede servir para
    cualquier fin, sino el producto de una sociedad orientada hacia
    la explotación de la naturaleza y de los hombres. La
    técnica deviene su propio fin: la razón de ser del
    progreso técnico es el mismo progreso técnico. Al
    buscar sistemáticamente la eficacia (cuando la eficacia se
    convierte en fin, el fin –el hombre- se convierte en
    medio), la técnica engendra la organización, que es la verdadera
    máquina. Aquí Charbonneau recuerda la
    megamáquina, concepto
    introducido por Mumford.

     También Mumford cuestiona el progreso
    técnico: con el actual avance de la técnica
    (megatécnica) el hombre se convierte en un animal pasivo y
    sin finalidades, y pasa a ser una pieza de la máquina.
    Para él la técnica no es la esencia del género
    humano, y discute las teorías
    en voga acerca de la naturaleza del hombre que sobreestiman la
    función
    que en el desarrollo
    humano ejercieron las primeras herramientas
    (homo faber), mostrando cómo en la fabricación de
    herramientas nada hay de exclusivamente humano (otros animales le
    superaban en habilidad técnica) hasta que no aparece la
    simbolización y el lenguaje (homo
    sapiens).

    La evolución del lenguaje es más
    importante que la fabricación de herramientas, y, frente a
    la teoría
    que considera al hombre primordialmente como animal hacedor de
    herramientas, afirma que el hombre es un hacedor de sí
    mismo y de la organización social.  En cuanto a las
    técnicas Mumford distingue aquellas que el hombre
    aún puede controlar, técnicas a pequeña
    escala basadas en
    la habilidad humana, de aquellas que se le imponen: las que
    aparecen con la civilización (Mesopotamia,
    antiguo Egipto), la
    Megamáquina que conjuga la invención
    técnica, la observación científica y el control
    político.

    Quizá sea la de Anders la crítica
    más radical de nuestra civilización técnica.
    Confrontados con el Apocalipsis a partir del desarrollo nuclear,
    la cuestión no es ya cómo vivir sino si
    continuará la vida. Como Ellul, niega cualquier
    neutralidad de la técnica respecto a su uso: el conjunto
    (sistema) de instrumentos (el macro-instrumento) que se nos
    imponen no son meros medios a
    nuestro alcance para obtener unos fines previamente decididos por
    nosotros, sino que determinan ya, por su estructura y
    por su función, su utilización.

    Hoy ya no es el artesano (como en tiempo de los
    ludditas) el que es amenazado por la máquina sino que
    somos todos, víctimas de las máquinas y de sus
    productos. A
    partir de todos estos instrumentos (Anders analiza en especial
    la radio y
    la
    televisión, cuya forma de mostrar el mundo lo oculta)
    se vuelve imposible nuestra experiencia del mundo, del que
    sólo vemos su fantasma. El hombre entra en el mundo de los
    instrumentos dejando detrás su humanidad (como el
    niño que deja su niñez al entrar
    iniciáticamente en el mundo de los adultos). Ya
    desposeído de sí mismo, no puede alienarse
    más.

     Hoy los análisis, el diagnóstico y las predicciones de estos
    clásicos nos atañen, y de una manera cada vez
    más global (en todos los ámbitos de nuestra vida) y
    más urgente: el hombre es cada vez más
    desposeído de su humanidad; la naturaleza cada vez
    más suplantada y artificializada. Pero al mismo tiempo
    cada día es más difícil articular una
    crítica teórica y práctica de este proceso.
    La rapidez de los cambios deja obsoletas las mismas
    categorías desde las que poder pensar el fenómeno
    técnico. La naturaleza intrínsecamente progresista
    del pensamiento
    técnico impide pensar su crítica
    (7) y su posible
    superación en una sociedad no capitalista, es decir
    más allá del principio de la eficacia (el principio
    de la técnica) y del principio de la valorización
    (el principio del capital), ambos aunados en nuestra sociedad
    actual.

    Es urgente pues revisar la concepción progresista
    de la historia, sepultar los estereotipos y los prejuicios que la
    soportan, los análisis preconcebidos y falsos sobre las
    sociedades
    primitivas, para conocer éstas sociedades, su
    organización, sus modos de vida, para reconocernos en
    aquello que en ellas vemos de más humano: el lenguaje, la
    comunidad, lo
    gratuito, y para replantearnos nuestra posición dentro de
    la naturaleza. Hoy, sin vuelta atrás, sin retroceder hasta
    el punto de desvío, a la búsqueda del
    eslabón perdido.  Sin idealizar el pasado, lleno de
    penuria, de sumisión, de atavismo, de religión. Sin
    convertir la historia en ideología. De nada nos sirve
    comparar, preguntarnos si antes se vivía mejor,… En
    cosas sí, en otras no: estamos ante realidades distintas,
    no comparables. Nuestra crítica no puede ser
    atávica ni nostálgica para conservar lo inaceptable
    de un pasado idealizado, sino rechazo de un pasado y de un
    presente inhumanos.

    Sin magnificar ni minimizar los efectos de la
    técnica: ni deslumbramiento ni rechazo total. Podemos
    ciertamente distinguir una técnica de otra, y aunque el
    principio que recorre a ambas sea el mismo, el principio de la
    eficacia, su impacto en la naturaleza será más o
    menos depredador: pensemos en la industria nuclear o en la
    eólica, por ejemplo. Unas técnicas polucionan
    más que otras, unas penetran, transforman, suplantan,
    artificializan más la naturaleza que otras, convirtiendo a
    la naturaleza cada vez más en un medio técnico. De
    todos modos es difícil generalizar tales distinciones
    porque el principio que las recorre hace posible el paso de una a
    la otra (8): la
    investigación sobre el uranio puede llevar a la bomba
    atómica. El principio de la eficacia no entiende de
    límites éticos, y no hay distinción entre la
    investigación científica y su
    aplicación técnica.

    Sin caer en el simplismo maniqueísta de pensar
    que la técnica es la mala y la naturaleza la buena, que es
    el hombre el que poluciona, degrada,…una naturaleza
    ingenua y virgen. Ni es sólo la especie humana la que
    violenta a la naturaleza (pensemos en los volcanes, en los
    terremotos, en
    la radioactividad natural, etc.), ni es sólo el hombre
    moderno de la civilización industrial (pensemos en los
    efectos del fuego, de la agricultura, de la caza, de la metalurgia,
    etc. sobre la naturaleza). La naturaleza no es una realidad
    armónica, en ella reinan los desequilibrios, y esta
    realidad es el medio, el escenario que constituye y sostiene la
    vida humana (9).

    El hombre y la naturaleza no son dos realidades
    exteriores la una de la otra. Se imbrican y se transforman
    mutuamente. Pero el hombre no es sólo parte de la
    naturaleza; su capacidad de abstracción le permite
    separarse de ella y construir un entorno artificial, cultural.
    Tanto en el caso de su adoración por parte del hombre
    primitivo como en el caso de su suplantación
    técnica por parte del hombre moderno la naturaleza deja de
    ser natural para ser representada, simbolizada, artificializada.
    Como afirma paradójicamente Anders, la artificialidad es
    la naturaleza del hombre (10).
    Debido a su nuevo estatuto cultural incluso las funciones
    más imperativas, más naturales (comer, relacionarse
    sexualmente,…) dejan de ser la respuesta apremiante a una
    necesidad para convertirse en algo más: motivo de comunicación, de fiesta, de
    frustración (11.)
    Subrayar la diferencia entre naturaleza y cultura no significa
    suscribir una posición antropocéntrica, sino
    afirmar el carácter histórico y contingente del
    mundo construido por el hombre, y no caer en la falacia
    reaccionaria que convierte la historia en naturaleza, lo
    contingente en eterno.(12)

     En la busca de una nueva relación del
    hombre con la naturaleza tampoco se trata del retorno a una
    situación idílica que nunca ha existido, pero
    sí de poner en cuestión el principio de la eficacia
    como único criterio del desarrollo y corregirlo y
    equilibrarlo con el principio de la inercia, con el principio de
    conservación que hemos visto prevalecer en sociedades
    anteriores.(13) Tampoco se
    trata de una vuelta ingenua y acrítica a los principios
    ilustrados de la ciencia y de la razón que son
    precisamente los que a caballo del modo de civilización
    capitalista nos han llevado a la actual situación. Con
    esto evidentemente no estamos apostando por un nuevo
    oscurantismo, ni por una crítica reaccionaria del mundo
    moderno, sino señalando las concatenaciones que conducen
    adonde estamos, y por tanto subrayando la necesidad de luchar no
    sólo contra los efectos percibidos sino contra sus causas,
    no sólo contra los efectos más aberrantes y
    excepcionales sino contra aquello que los sustenta, que los hace
    posible.

    ¿Cómo salir? Sabemos que la lógica
    de la valorización no tiene límite, como no la
    tiene la lógica de la eficacia, ambas activas en la
    modificación de nuestras vidas y de la vida. No hay una
    instancia ética ante
    la que detengan su barbarie. Sólo una revolución
    –en el sentido de un cambio radical que marca un antes y un
    después en nuestras relaciones sociales- puede frenarlas,
    y a partir de la cual los habitantes de este planeta podamos
    replantearnos el desarrollo que queremos, valorando sus efectos.
    ¿Esto que parece razonable tiene actualmente algún
    sentido? Ante la amenaza nuclear, ante la amenaza de la
    modificación genética, que sí son actuales,
    ¿qué actuación hoy es pensable, es posible,
    más allá de la orquestación
    mediática, es decir más allá de la
    mediación técnica, más allá de un
    sujeto convertido por la técnica ya en
    objeto? 

    ¿Tiene algún interés
    esta anotación apocalíptica? Quizá la vida
    es más fuerte que su manipulación. Quizá
    nuestra vida corre más aprisa que sus carceleros y fluye
    más libre imponiendo sus deseos a los que pretenden
    encauzarla. Quizá nuestro reducido eurocentrismo
    nos oculta las luchas de los hombres y mujeres de otros pueblos,
    los más, por su sustento y por su dignidad.

     

    Revista Etcétera

    junio 2004

     

    Bibliografía

    Karl Marx. Elementos fundamentales para la
    crítica de la economía
    política (borrador), 1858. Siglo XXI.

    John Zerzan. Futuro primitivo. Etcétera, 2001
    David Watson. La Megamáquina. Alikornio, 2002.

    Ken Knaab. Misère du primitivisme. Bureau of
    public secrets.  http://www.bopsecrets.org/ Jacques
    Cauvin. Naisance des divinités. Naissance de
    l’agriculture.CNRS. París.

    Marshall D. Sahlins. La edad de piedra, edad de la
    abundancia. Siglo XXI

    Jacques Ellul. La edad de la técnica.
    Límites/Octaedro, 2003.

    Bernad Charbonneau. Le systeme et le caos.
    Económica, 2000.

    Lewis Mumford. El mito de la máquima.
    Emecé, 1965. Con-otros, 2003 Günther Anders.
    L’obssolescence de l’homme. Enciclopedie de
    nuissances.

    M. Horkheimer y T. W. Adorno.
    Dialéctica de la
    ilustración. Trotta, 2003.

    David F.Noble. Una visión diferente del progreso.
    Alikornio, 2000

    Joël Kovel. John Clark. Nature,
    Sociétés humaines, Langages. Atelier de
    création libertaire, 1999

    T. C. McLuhan. Tocar la tierra.
    Límites/Octaedro

     

    Notas

    1. Dedicamos un número de la revista a la
    cuestión más amplia de Técnica y Sociedad.
    Etcétera, nº 5. Febrero de 1985

    2. Sólo a título de ejemplo de entre una
    larga lista recordemos la dificultad que tuvieron para publicarse
    las obras de Istrati ("Vers l’autre flamme"), o de Ciliga
    ("Dix ans au pays du mensonge déconcertant"). Istrati fue
    absolutamente marginado por los intelectuales
    europeos, después del relato de su viaje a la URSS. Ciliga
    tuvo que suprimir de su relato de sus diez años prisionero
    en la URSS que escribió ya en Paris, un capítulo,
    Lenine aussi, crítico con el leninismo.

    3 .Incluso un anarquista defensor de la Tiera como
    Eliseo Reclus participa de esta visión progresista y de la
    idealización de la ciencia.

    4. T.P. Thompson, La formación
    histórica de la clase
    obrera
    . Laia, 1977. Christian Ferrer, Los destructores de
    máquinas. Etcétera, nº 3. John y Paula Zerzan,
    ¿Quién mató a Ned Ludd?.
    Etcétera, nº 9

    5. Adorno y Horkheimer. Dialéctica de la ilustración.

    6. Sabemos que éste, tras su enfrentamiento con
    el naciente capitalismo, luchó por la construcción de una sociedad sin capital y
    sin Estado (1848 europeo, 1920 alemán, 1936 español).
    Después de sus derrotas, intenta hacerse un lugar dentro
    del mundo capitalista. A partir de este momento el
    "proletariado", ya no como sujeto revolucionario sino como
    ideología manejada por los partidos comunistas,
    jugará como obturación del proceso
    revolucionario

    7. Por ejemplo ante el tren de alta velocidad no
    cabe preguntarse porqué ir más de prisa: eso es
    así.

    8.  El Roto.

    9. Amigos de Ludd, boletín de información anti-industrial, nº 3.
    Junio de 2002.

    10. Günther Stern, Pathologie de la
    liberté
    . (Recherches Philosophiques, VI,
    1936-1937).

    11. El hambre, la relación sexual dejan de ser
    necesidades naturales para acceder al registro
    simbólico: se puede dejar de comer por ejemplo por un
    ideal –huelga de
    hambre-, o por lo que manifiesta un síntoma
    anorexia-.

    12. Éste es el pensamiento de la derecha:
    confundir por ejemplo la lluvia con la inundación,
    considerados ambos como hechos naturales, cuando la
    inundación es ya un hecho social.

    13. Pensamos por ejemplo en la relación de los
    nativos americanos con la naturaleza, como nos hace ver T. C.
    McLuhan.

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