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La verdad que surge entre enigmas y paradojas




Enviado por Walter Beller



    En el psicoanálisis la verdad es un
    acontecimiento que comprende al menos cuatro clases de orden: lo
    difuso, lo paradojal, lo enigmatizante y lo ético. Estas
    características hacen que la noción de verdad
    resulte una temática convergente de la filosofía
    con el psicoanálisis, sin que la primera se confunda o
    traslape con el segundo.

    Empleo el término lo ‘difuso’, y su
    sinónimo: lo ‘borroso’, en el sentido
    técnico que se usa para designar una categoría en
    el ámbito particular de las matemáticas referida a la teoría
    de conjuntos
    difusos y a la lógica
    borrosa. De acuerdo con los planteamientos de su creador, Lofti
    Zadeh, la verdad se establece mediante términos que
    resultan estructuralmente vagos, imprecisos o ambiguos, que son
    los términos que manejamos enorme frecuencia en los
    discursos
    científico y cotidiano. Tal clase de
    expresiones han sido rechazadas o excluidas por
    matemáticos y lógicos que mantienen los modelos
    clásicos de la exactitud y el principio de bivalencia. Sin
    embargo, los términos con vaguedad e imprecisión
    constituyen el alma viva de
    la escucha en el psicoanálisis, como se reconoce desde
    Freud. Y son
    ésos los que fundamentan los sistemas de la
    lógica difusa, cuyas aplicaciones científicas y
    técnicas son ya bastante numerosas y
    fructíferas.

    Las investigaciones
    de Freud y los desarrollos de la teoría de lo difuso se
    enmarcan bajo el principio de la borrosidad. Define la borrosidad
    la aseveración de que todo, incluida la verdad, es una
    cuestión de grado. Por tanto, sostiene que entre lo
    verdadero y lo falso median un conjunto infinito de valores. La
    borrosidad es un principio no-aristotélico. Se diferencia
    de lógica clásica u ortodoxa cuya concepción
    de la verdad está encerrada en el principio de bivalencia.
    En ese tenor rigen exclusivamente dos valores de verdad: lo
    verdadero y lo falso, de manera que todo enunciado es o bien
    verdadero o bien falso. Nunca ambas cosas a la vez y
    necesariamente una de ellas. Correlacionado con la bivalencia
    está el precepto del tercero excluido que afirma que entre
    dos propiedades contradictorias, todo objeto debe tener
    necesariamente una u otra de ellas, por lo cual será
    imposible sostener que algo sea A y no A al mismo tiempo.

    Sobre el rechazo del principio de bivalencia se erigen
    las lógicas polivalentes o multivaloradas, que son las que
    desplazan un universo
    concebido en términos de blanco y negro, mostrando que el
    pensamiento
    tiene una policromía mucho más vasta. En este
    contexto se sitúan las contribuciones de la lógica
    difusa.

    Por su parte, Freud, explorando el discurso del
    inconciente, encontró que lejos de la exactitud y la
    precisión requeridas por la lógica tradicional, la
    verdad es más bien algo del orden de lo difuso, en el
    sentido que hemos indicado. Freud le dio un nombre: ambivalencia.
    De una manera general, se habla de ambivalencia cuando se da una
    presencia simultánea en el mismo sujeto de deseos, ideas o
    afectos antitéticos (en particular del par amor-odio)
    respecto de un mismo objeto. De este modo, la afirmación y
    la negación son simultáneas e inseparables. La
    ambivalencia muestra que el
    sujeto está escindido y que el inconciente no está
    regido por el principio de la bivalencia sino que más bien
    se constituye por la violación de tal
    principio.

    Desde el punto de vista de la lógica difusa, un
    enunciado que contiene términos vagos o ambiguos tiene
    cierto grado de pertenencia en un conjunto difuso. Decir que Juan
    es joven implica que el valor de
    verdad o de pertenencia a un conjunto depende de su
    compatibilidad dentro de un conjunto borroso. En general, en todo
    conjunto borroso se tienen diversos grados cuyos valores
    lingüísticos son subconjuntos borrosos como
    no-verdadero, muy verdadero, no muy verdadero, más o menos
    verdadero, y otros muchos valores además de verdadero y
    falso. La lógica bivalente sólo admite dos valores,
    mismos que puntúan como 1 y 0, en tanto que la
    lógica difusa admite todo un repertorio de valores
    numéricos que son los mismos que encontramos entre el 0 y
    el 1, lo cual permite un número infinito de
    puntuaciones.

    Una formulación muy semejante se encuentra en
    Freud al abordar lo que denominó concepto
    inconciente. (Que no se trata del concepto de lo inconciente ni
    tampoco de una manera inconciente de procesar conceptos.) Se
    refería Freud a una unidad del "tren de pensamientos"
    inconciente contenida en la conocida ecuación: pene,
    heces, niño, los cuales dan por resultado la unidad o el
    concepto inconciente: "lo pequeño separable del cuerpo".
    De esta ecuación que establece el psicoanálisis
    derivan luego, y por el sesgo de las heces, tanto el regalo como
    el dinero.
    Pero los términos pene, heces y niño forman una
    unidad, es decir, un conjunto que mantiene la ambigüedad y
    la imprecisión de los términos bajo la forma "lo
    pequeño separable del cuerpo". Nada de esto es pensable en
    una lógica bivalente; pero sí es pensable o
    articulable en la lógica de lo difuso, que es una
    lógica que excluye la alternativa de todo o nada, dando
    paso a los grados intermedios; es la lógica que abandona
    la oposición negro/blanco y cede su lugar a las
    tonalidades del gris.

    Por otra parte, la verdad adopta, en el
    psicoanálisis, la forma del enigma. Muchas veces en
    filosofía se suele indicar que un enigma es un problema
    que no se puede resolver, aunque no es un misterio (si fuese un
    misterio excedería nuestros medios de
    conocimiento),
    ni tampoco es un aporía (si fuese aporía
    sería lógicamente insoluble). No se puede resolver,
    expresa Wittgenstein, porque se trata de un problema que
    está mal planteado. En este sentido, encarar un enigma
    implicaría vérselas con un seudoproblema. Y de los
    falsos problemas no
    puede emerger ninguna verdad. Enigma y verdad serían
    entonces antitéticos. Sin embargo, el psicoanálisis
    no retrocede ante los enigmas. Los sueños, un objeto
    privilegiado del psicoanálisis, resultan
    enigmáticos para el soñante, y también para
    el analista que los interpreta. Pero eso no es óbice para
    tratar de encontrar en ellos una verdad.

    Enigma connota algo oscuro cuyo significado le parece al
    sujeto indescifrable. Un enigma lo propone quien ocupa el lugar
    del analizante en la posición de la Esfinge y se dirige a
    quien ocupa el lugar de analista en la posición de Edipo.
    Cuando el analista interpreta o construye, invierte la
    relación porque responde enigmáticamente. En el
    proceso
    analítico hay otras modalidades de lo enigmático.
    El sujeto que expresa un síntoma tiene en su historia una serie de puntos
    enigmáticos, condensados de tal manera que apuntan a un
    determinado goce y esto hace que el sujeto vuelva incesantemente
    sobre esos puntos en su discurso. El punto enigmático
    retorna como efecto de la compulsión a la
    repetición, emergiendo en el habla que el sujeto dirige al
    Otro, lugar donde coloca al analista. El punto, aparentemente sin
    sentido para el sujeto, es un enigma y como todo enigma
    entraña un sentido pleno. El sujeto sabe pero no quiere
    saber.

    Por eso, el enigma tiene la estructura de
    una paradoja. Freud advertía: "Yo os aseguro que es
    posible y hasta muy probable que el durmiente sepa, a pesar de
    todo, lo que significa su sueño; pero no sabiendo lo que
    sabe cree ignorarlo". Con esta tensión entre saber y no
    saber, como términos difusos, y durante el transcurso de
    la dirección de la cura, el sujeto
    comenzará a conferir un sentido al acontecimiento
    enigmático para, más adelante, atribuirle otro
    sentido, y tiempo más tarde le conferirá
    todavía otro sentido y así sucesivamente. En otras
    palabras, el sujeto va resignificando su propia historia, lo que
    va a permitir diversas interpretaciones del mismo acontecimiento.
    Lo cual es posible porque otros significantes pueden ser
    asociados al acontecimiento, y esto sucede debido a que el
    acontecimiento mismo tiene una estructura
    significante.

    La verdad, que es una cierta develación del
    enigma, no es algo que se encuentre localizado en el presente o
    en el futuro, sino algo que siempre estuvo inscrito en el pasado,
    como lo señalaba Freud. La verdad es el alfa y el omega,
    pero está inscrita desde siempre en el alfa. El
    inconciente es un saber que garantiza lo propio de la
    repetición; es el saber de la repetición. Es el
    lugar de la verdad. Decía Freud que lo que le interesaba
    era la "verdad histórica". Esto es, la verdad que funda la
    historia y la verdad producida en la historia. Verdad e historia
    en un conjunto borroso.

    ¿De qué historia habla el
    psicoanálisis? De aquella que es escrita, conservada y
    borrada (borrada y conservada en la "pizarra mágica"), es
    decir, la historia que permanece y cambia en el fantasma; la
    historia que se sigue escribiendo en el curso del análisis y la que está por
    escribirse. Porque el análisis es siempre terminable e
    interminable. ¿De qué verdad habla el
    psicoanálisis? De aquella que anuda represión y
    fantasma, repetición y diferencia, recuerdo y olvido y, en
    última instancia, inconciente y lenguaje.

    Dijimos antes que quien ocupa el lugar de analizante
    esboza un enigma desde la posición de la Esfinge y lo
    dirige a quien ocupa el lugar del analizante ubicado en la
    posición de Edipo. De acuerdo con Lacan, en el primer piso
    del grafo del deseo, cuando el hablante espera para su demanda una
    respuesta del Otro, que conforma el tesoro de los significantes,
    obtiene su propia respuesta en forma invertida. Pero en el
    segundo piso del grafo del deseo, el hablante encuentra una
    pregunta en lugar de una respuesta.

    En el segundo caso, el Otro, que constituye el orden
    simbólico, responde con una carencia, carencia que se
    presenta como una pregunta para el sujeto. Lacan le da nombre a
    esa falta: el significante de una falta en el Otro. Con ello
    indica que en el Otro, lugar significante, falta un significante.
    Así, si en el piso inferior del grafo del deseo el Otro es
    el garante de la verdad, en el piso superior la verdad
    desfallece, precisamente porque falta algo para dar
    significación absoluta a la verdad. Por eso dice Lacan que
    la verdad es posible, pero no toda dado que ella es materialmente
    imposible, al faltar las palabras.

    El que se haga presente el significante de una falta en
    el Otro, hace imposible que exista una garantía de la
    verdad, porque como Lacan dice no hay Otro del Otro. Freud
    inventó un mito para
    pensar esa imposibilidad: el mito del padre de la horda, que es
    el Padre muerto. No es un hecho histórico, ni es
    "verificable" ni "falsable". Es un mito que designa una falta,
    una muerte en el
    origen. Que el Padre esté muerto casi equivale al
    enunciado de Nietzsche:
    Dios ha muerto, y por ello no hay garantía de la verdad. Y
    digo que casi equivale al enunciado nietzscheano pues la
    aseveración de que Dios ha muerto supone que estuvo vivo,
    mientras que el mito construido por Freud indica que hubo una
    muerte en el origen. Por eso añade Lacan que la tumba
    está vacía, que no hay ningún
    cadáver. Pero si nunca estuvo muerto, entonces no se le
    puede matar.

    Ahora bien, si falta un significante en la cadena
    significante, como en toda cadena discreta, implica que cualquier
    articulación se da en función de
    una falta. Al mismo tiempo, la falta hace movilizar y funcionar a
    la cadena significante. Lacan sostiene dos afirmaciones
    contradictorias: que falta un significante y que la
    batería significante está completa. Con ello quiere
    decir que no se trata de la falta de un significante de una
    lengua (algo
    que podría faltar en un diccionario),
    sino que se trata de un significante que estructuralmente
    falta.

    Otra manera de expresarlo es reconocer que el orden
    simbólico es incompleto. Lacan tomará de las
    disciplinas formales la prueba de su incompletitud. Gödel
    demostró que la matemática, o cualquier otro sistema que la
    contenga, no puede ser a la vez consistente y completa. El
    precio de la
    consistencia es la incompletud. Existen enunciados verdaderos que
    son al propio tiempo indecidibles, es decir que su verdad o
    falsedad no pueden demostrarse a partir de los axiomas.
    Indecidible equivale a que si una proposición se verifica,
    entonces se contradice, y si se demuestra falsa, entonces se
    verifica. Esto ocurre en el terreno de la matemática, pero
    en el psicoanálisis contamos con una fórmula
    análoga: lo indemostrable teóricamente define el
    goce femenino articulado en el enigma de su
    satisfacción.

    En fin, que el orden simbólico no sea completo se
    corresponde con la afirmación de que el sujeto está
    dividido. La incompletud del Otro, del orden simbólico,
    conlleva un problema para establecer la verdad: no se puede saber
    la verdad de la verdad, o sea que no se puede saber a ciencia cierta
    sobre la verdad.  Y es que cuando se trata de probar la
    verdad de la verdad se incurre en paradojas autoreferenciales,
    como pasa con la paradoja del mentiroso. Toda palabra verdadera
    es mentirosa, pues la palabra no es la cosa: a la palabra
    árbol no le brotan ramas ni hojas. Toda palabra es
    mentirosa o verdadera, pero si es mentirosa debe decir de
    sí misma que no es mentirosa, y si es verdadera debe decir
    de sí misma que no es mentirosa. Una palabra mentirosa
    para mentir dice de sí misma que no es mentirosa, es decir
    hace exactamente lo mismo que la palabra verdadera. Por tanto, no
    hay palabra que pueda evitar los efectos de la falta de verdad de
    la verdad.

    En el psicoanálisis la verdad es carencia. En la
    lógica difusa se afirma que la verdad no se da
    completamente, no se la encuentra al 100%. La concepción
    borrosa o difusa señala que las paradojas de
    autoreferencia son verdades a medias, que son contradicciones
    borrosas. A y no A es una contradicción que vale, porque A
    tiene valor sólo al 50% mientras que no A tiene valor
    sólo al 50% restante. Las paradojas son tanto verdades a
    medias como a medias falsas. No hay verdad al 100%, salvo como
    excepción. El psicoanálisis, con Lacan, es
    más radical: la verdad nunca será completa, ni
    siquiera como excepción.

    Sin embargo, el psicoanálisis no retrocede ante
    la verdad. La verdad es algo que emerge sin control de la
    conciencia. Por
    eso Lacan se inclinó a pensar la verdad en la
    acepción de la alétheia, como descubrimiento, como
    un correr el velo. Pero es también la verdad como
    póiesis, como creación poética. La verdad
    tiene estructura de ficción, ha dicho Lacan. Y eso porque
    el lenguaje
    del analizante se torna poético para decir la verdad. La
    verdad es, en el psicoanálisis, un acontecimiento. El
    acontecimiento puede o no suceder, y cuando sucede no emerge de
    modo lineal: surge como un salto, un hito, un parteaguas. La
    verdad es nueva y vieja a la vez, porque se trata de una verdad
    que siempre ha estado
    ahí, esperando a ser dicha y convertida en texto. Pero
    eso sólo se reconoce a posteriori.

    En psicoanálisis, la verdad permite distinguir
    entre lo acontecido y el acontecimiento. Lo acontecido, el
    trauma, adopta la figura de lo inerte, de la letra que se detiene
    para no circular sino para volverse circular, letra que insiste
    sin que consista, ya que es la figura de la repetición,
    que es lo que impide el recuerdo.

    La tradición escolástica habla de la
    verdad en términos morales, cabe decir individuales, como
    veracidad en la forma de comportarse y de replicar. El
    psicoanálisis va más allá porque mantiene un
    compromiso con una verdad que, cuando acontece, surge con
    amargura. En un análisis, la verdad es amarga, sabe a
    hiel. El psicoanálisis se opone a la práctica de la
    confesión de la Iglesia
    católica, pues en ésta la confesión conduce
    a la absolución, al perdón de los pecados, de lo
    cual debería surgir un acto de contrición, de
    arrepentimiento, y luego el perdón que significa el
    olvido. En el psicoanálisis no hay perdón, ni
    absolución de la culpa. ¿Por qué? Porque si
    el sujeto se siente culpable, es culpable.

    En el análisis, la verdad pertenece al orden de
    lo siniestro. Pero es la única verdad que puede conducir a
    una rectificación subjetiva. Las verdades inocentes, leves
    y etéreas, dulces, amigables y condescendientes lo
    único que hacen es provocar un reforzamiento narcisista.
    Las verdades que duelen en el alma, las confesadas por ser
    inconfesables, las que perturban hasta la médula del
    hueso, las que tocan lo real (en el sentido lacaniano del
    término), son esas verdades tienen que ver con el deseo.
    Ante la verdad, el sujeto permanece siempre descentrado, ajeno y
    extraño a sí mismo. Es un efecto del deseo.
    Reconocer la dimensión del deseo es un compromiso
    ético y no moral. En
    psicoanálisis, si la verdad tiene que ver con el deseo y
    el deseo es esencialmente ético, la verdad en este
    ámbito no puede ser más que éticamente
    relevante.

    En suma, la verdad como un todo completo y como algo
    completamente opuesto a la falsedad no es sostenible salvo por
    quienes mantienen el principio de identidad, A
    es A, que es una forma de la compulsión a la
    repetición. La lógica difusa como la lógica
    para consistente muestran otros derroteros para la razón y
    la ontología. Las contradicciones y las
    paradojas dejan de ser excepciones para convertirse en regla. El
    psicoanálisis va más allá y con ese
    más allá cuestiona el alcance de la lógica
    formal, ya que estructuralmente siempre queda una falta que es
    fundante. La verdad no es toda, pero es verdad y sólo con
    esta verdad fragmentaria, variable, escasa, precaria se erige una
    ética
    que no puede ser más que la ética del deseo. Y como
    el deseo es siempre enigmático, la verdad no es y ni
    será jamás toda.

     

    Walter Beller Taboada

    En: Revista
    Carta
    Psicoanalítica:

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