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La muerte y los límites de la medicina




Enviado por sangiola



    INTRODUCCION

    Los seres vivos, entendidos como sistemas que
    metabolizan y se autoperpetúan, son la materia
    más permanente y duradera conocida en nuestro planeta.
    Durante los últimos 3000 millones de años,
    océanos, montañas y continentes han aparecido y
    desaparecido varias veces, pero durante este período la
    materia
    viviente no sólo ha seguido existiendo, sino que se ha
    hecho cada vez más abundante. En su estado de
    equilibrio
    perfecto, las funciones
    metabólicas de regulación hacen posibles las
    funciones de
    autoperpetuación (reproducción y adaptación
    al medio), las que a su vez sostienen a las funciones
    metabólicas.

    Pero el lapso de la existencia de cada organismo es
    invariablemente limitado. La muerte es
    un atributo intrínseco de la materia
    viviente porque las partes del organismo que mantienen el estado de
    equilibrio
    están sujetas a la rotura o al desgaste. Cuando los
    controles dejan de ser eficaces el organismo sufre una
    enfermedad. Nos encontramos ante un desequilibrio
    temporario: si otros controles están intactos, el
    organismo puede iniciar una auto reparación, pero con el
    tiempo son
    tantos los controles que fallan que el desequilibrio se hace
    irreversible y el organismo debe morir.

    Puede ser que antes de morir haya llevado a cabo una
    importante función de autoperpetuación, la
    reproducción. Mediante la utilización de
    energía y materias primas, los seres vivos pueden aumentar
    en tamaño y en número. La reproducción
    compensa a la inevitable muerte
    individual, dando origen a generaciones sucesivas para que la
    vida pueda continuar indefinidamente.

    De todos los seres vivos, el hombre es
    el único que tiene conciencia de su
    propia finitud. Pero el hombre no
    puede conceptualizar la muerte como
    algo meramente biológico, la muerte es
    parte de su historia y de su forma de
    vivir dentro de un entorno social, y la idea que tiene sobre
    la muerte es
    un fenómeno cultural (1).

    A lo largo de su historia, la Humanidad ha
    manifestado una constante y universal preocupación con
    respecto a la muerte. Los
    ritos y costumbres funerarias son algo exclusivo de nuestra
    especie, estas prácticas están estrechamente
    vinculadas con las creencias religiosas sobre la naturaleza de la
    muerte y la
    existencia de una vida posterior. Cumplen una función
    social importante y están revestidas de simbolismo, el
    estudio del tratamiento que cada pueblo le da a sus muertos nos
    permite comprender mejor su forma de vivir, sus valores y su
    pensamiento.

    Las primeras prácticas funerarias de las que se
    tienen evidencias provienen de grupos de Homo
    Sapiens. El hombre de
    Neanderthal pintaba a sus muertos con ocre rojo y los adornaba
    con objetos religiosos o amuletos. A veces al fallecido se le
    ataban los pies. En el antiguo Egipto el
    tratamiento del cadáver era meticuloso: las
    técnicas de embalsamamiento tenían como finalidad
    preservar el cuerpo para que pudiera pasar intacto a la siguiente
    vida. Entre los mayas se
    diferenciaba el enterramiento según la clase social del
    muerto: la gente ordinaria se enterraba bajo el piso de la casa,
    a los nobles se los incineraba y sobre sus tumbas se
    construían templos funerarios. Los aztecas
    creían en la existencia del Paraíso y del Infierno,
    y preparaban a sus muertos para luchar a lo largo de un camino
    lleno de obstáculos al final del cual los esperaba el
    Señor de los Muertos, que decidía sus
    destinos.

    Algunos antropólogos han observado que, a pesar
    de la gran variación de prácticas funerarias, hay
    elementos simbólicos que son constantes. Uno de estos
    simbolismos

    es el color: si bien la
    asociación del color negro con
    la muerte no es
    universal, el uso de ropa negra está muy difundido. Otro
    elemento es el pelo de los familiares: en algunos casos rapado,
    en otros desordenado en señal de tristeza. Un tercer
    elemento es el ruido: golpes
    de tambor, tañido de campanas, salvas de cañonazos,
    etc. Finalmente está la realización de
    prácticas rituales fijas durante la procesión con
    el cadáver.

    El antropólogo belga Arnold van Gennep
    acuñó el término "ritos de paso" para
    referirse a las ceremonias que, en cada cultura,
    marcan el paso de una fase de la vida a otra, o de un determinado
    estatus social a otro diferente. Los cambios más
    importantes en la vida de los seres humanos son el nacimiento, la
    pubertad, el matrimonio y
    finalmente, la muerte; cada
    uno de estos cambios es representado en forma simbólica
    para reafirmar los valores y
    las normas de una
    determinada sociedad. Van
    Gennep identifica tres fases principales dentro de un rito de
    paso: la separación (la persona en
    cuestión pierde su estatus anterior), la marginalidad
    (período de transición con rituales
    específicos que a menudo implican la suspensión del
    contacto social habitual), y la reincorporación
    (readmisión en la sociedad con el
    nuevo estatus adquirido).

    Todos los ritos funerarios, simples o complejos, indican
    la creencia en otra forma de seguir viviendo, en otra modalidad
    de existir, representan la transición del ser humano de un
    estado a otro,
    se contraponen a la idea de la desaparición absoluta. La
    persona mayor,
    o gravemente enferma, es separada de la vida activa y de su
    contacto social normal. Luego del fallecimiento, el funeral y las
    prácticas religiosas permiten a los deudos expresar su
    dolor públicamente, el muerto es entonces reincorporado
    con un nuevo estado social:
    ya no puede ser criticado, se le perdonan todas sus faltas y se
    remarcan sus virtudes, recordando los hechos y anécdotas
    más notables que ha protagonizado durante su existencia.
    Este recuerdo constante es lo que lo mantiene vivo en la mente de
    sus familiares y amigos. En algunas sociedades
    primitivas el muerto, que existe de alguna manera, se convierte
    en algo peligroso y temible, en un espíritu maligno del
    que hay que defenderse o al que hay que aplacar.

    La muerte es
    la interrupción de la vida, lo opuesto a ella, es
    inevitable y universal pero totalmente desconocida, incontrolable
    y por lo tanto, peligrosa. Encarna todas las fantasías de
    separación y abandono, introduce el desorden dentro de
    nuestro micromundo ordenado y equilibrado. Es inimaginable para
    nosotros mismos o para nuestros seres más amados. Nos
    produce ansiedad y temor: prolongamos nuestro ser más
    allá de la muerte
    (2) y nos imaginamos como espectros vacíos y
    eternamente incomunicados.

    La Medicina
    nació para conjurar la muerte.
    Nació mágica: los primeros médicos fueron
    los chamanes, sanadores y médiums, con poderes para hablar
    con los espíritus, y hacer regresar a los difuntos del
    reino de las sombras.

    ASPECTOS CONCEPTUALES Y ETICOS DE LA
    MUERTE:

    Las etapas por las que pasa un hombre desde
    la culminación de su desarrollo
    hasta su desaparición, son, según Kjellstrand: a)
    despierto y en uso de razón o dormido, b) estado
    vegetativo persistente, en el que se ha perdido en forma
    irreversible la función de la corteza cerebral, c) muerto,
    en el cual se han perdido en forma irreversible las funciones de la
    corteza cerebral y del tallo encefálico, d) cadáver
    con rigidez y livideces, e) cese del crecimiento de las faneras,
    f) putrefacción, g) descomposición, h) cenizas, i)
    nada.

    Otro punto de vista sobre las etapas del hombre es el
    de Laín Entralgo: a) hombre sano,
    b) enfermo curable, c) enfermo incurable, d) enfermo terminal
    ("muerte cierta,
    hora incierta").

    A pesar de que el hombre es
    el único ser que tiene conciencia de su
    mortalidad, en lo más profundo del inconsciente cada uno
    de nosotros está convencido de ser inmortal, y la muerte nos
    resulta imposible de imaginar (3).

    La muerte puede
    analizarse desde dos aspectos: como un hecho natural que tiene
    lugar en el orden biológico de las cosas o en su
    relación específica con la naturaleza
    humana. Desde este último punto de vista, lo que muere no
    es solamente el cuerpo del hombre, sino
    también su conciencia, su
    historia y su
    mundo particular, la muerte es por
    lo tanto, un acontecimiento estrictamente personal.

    El concepto de
    muerte ha
    cambiado durante el transcurso de la historia humana, y ha tenido
    que redefinirse en las últimas décadas. La
    aparición de medidas de soporte de las funciones vitales
    hace que en muchas mentes aparezcan dudas sobre si ha ocurrido o
    no la muerte. Los
    requerimientos de la ciencia
    actual obligan a que se determine en qué situación
    debe considerarse que un ser humano ha muerto. Las circunstancias
    en las que se puede plantear esta duda son más bien raras,
    y se refieren a casos muy específicos con lesiones del
    sistema nervioso
    central que por su severidad e irreversibilidad supongan un
    diagnóstico dificultoso.

    Desde el punto de vista biológico la muerte es
    un proceso
    durante el cual uno o más órganos vitales van a
    dejar de funcionar, lo que será seguido de muerte
    celular. Paulatinamente se van sumando otros órganos,
    hasta alcanzar la necrosis de todas las células
    del cuerpo. Pero la muerte no
    es un fenómeno que pueda ser catalogado solamente desde el
    punto de vista biológico, la muerte tiene
    un significado social y legal, una fecha y una hora determinadas,
    las cuales corresponden al momento en que el ser humano cumple
    con la definición y los criterios de muerte.

    La definición de muerte que es más
    aceptada en la actualidad corresponde a Bernat: "La muerte es
    el cese permanente del funcionamiento del organismo como una

    totalidad". En forma similar, el Comité Sueco para
    la Definición de la Muerte expresó: "La muerte
    es la pérdida irreversible de la capacidad para integrar y
    coordinar las funciones del
    organismo, físicas y mentales, dentro de una unidad
    funcional"
    (4).

    Estas definiciones se refieren a la muerte
    encefálica total, y abarca los siguientes
    aspectos:

    • Hace mención al cese del funcionamiento del
      tallo y de los hemisferios cerebrales, es decir, de todo el
      encéfalo, sin incluir las funciones
      cerebelosas.
    • Tanto las funciones
      mentales como las físicas son indispensables para la
      "totalidad

    integrada" de un organismo, cuya ausencia irreversible
    es lo que determina la muerte de éste.

    • El criterio de muerte de todo el encéfalo no
      requiere el cese de funcionamiento de todas las neuronas, sino
      más bien de aquellas que integran áreas
      críticas para mantener las actividades del tallo y de la
      corteza cerebral, o sea, las redes
      neuronales responsables de mantener al organismo como una
      unidad integrada.
    • Una persona puede
      estar muerta aunque ciertos órganos sigan funcionando.
      La muerte del organismo como totalidad no es lo mismo que la
      muerte total del organismo.

    Las siguientes son las distintas interpretaciones del
    fenómeno de la muerte que ha hecho el hombre a lo
    largo de su historia:

    1. Separación irreversible del cuerpo y del
      alma
      : es la concepción filosófica-religiosa,
      sus orígenes se atribuyen a Platón.
      En el terreno médico su aplicación es
      imposible.
    2. Cese irreversible del metabolismo
      de todas las células
      del cuerpo:
      la muerte es entendida aquí en
      términos biológicos, se iguala la muerte del
      hombre con
      la muerte de las células
      del organismo. El principal criterio diagnóstico sería la
      putrefacción del cuerpo.
    3. Pérdida irreversible del flujo de los
      fluidos vitales en el organismo
      : los criterios
      tradicionales de muerte se han basado en este concepto. Pero
      sin duda existe una gran diferencia entre afirmar que el cese
      de circulación de la sangre
      oxigenada conduce a la muerte y que la muerte consiste
      solamente en eso. Esta definición establece a las
      funciones
      del miocardio y de los pulmones como el centro de la vida
      humana. En la actualidad, estas funciones
      pueden ser reemplazadas por aparatos mecánicos de
      soporte vital.
    4. Pérdida irreversible de la capacidad de
      interacción social:
      esta definición se basa
      en que la característica específica del
      hombre es su
      capacidad de raciocinio, el ser humano que pierde totalmente
      las funciones
      mentales, incluyendo la conciencia,
      debería considerarse muerto. Las objeciones que pueden
      hacerse a este concepto son
      que toma sólo la parte mental para definir la muerte, y
      no la totalidad de mente y cuerpo; y que nuevos contingentes de
      seres humanos con funciones
      mentales alteradas, como por ejemplo los autistas o los
      dementes, deberían considerarse como
      muertos.
    5. Pérdida irreversible de la capacidad para
      la integración corporal:
      parte del
      principio de que cuando un ser humano ha cesado de funcionar
      como una unidad integrada se ha perdido la característica específica de la
      vida humana y la persona ha
      muerto. El hecho de que ciertos órganos sean capaces de
      seguir funcionando ya sea en el cuerpo mismo, o en una
      solución de nutrientes, o en el cuerpo de otra persona, es un
      problema distinto. No es la totalidad del ser humano lo que
      sigue viviendo, sino partes aisladas que antes formaban una
      unidad.

    Este concepto de
    muerte supone la pérdida irreversible de todas las
    funciones encefálicas, tanto mentales (actividad
    intelectual, conciencia,
    memoria,
    emociones)
    como vegetativas (respiración, presión arterial,
    temperatura).
    Las primeras dependen de la corteza cerebral, y las segundas del
    tronco del encéfalo y del hipotálamo. Cuando cesa
    el

    funcionamiento del encéfalo, las funciones
    físicas se van deteniendo sucesivamente. Algunas de ellas,
    como la respiración, se detienen en forma
    inmediata, a no ser que sea reemplazada por ventilación
    mecánica. El corazón
    late unos pocos minutos hasta que se acaba el oxígeno en
    la sangre. Las
    células
    del pelo y de las uñas continúan vivas unas cuantas
    horas, lo que significa que el proceso de la
    muerte es más lento para ellas.

    Adoptando como definición de muerte el cese del
    funcionamiento del organismo como totalidad, el diagnóstico de muerte puede hacerse por
    criterios indirectos o criterios directos:

    1. A partir del desarrollo
      de las técnicas de resucitación cardiopulmonar
      muchas personas que antiguamente hubieran muerto como
      consecuencia de un paro cardiorrespiratorio han podido
      recuperarse. En la actualidad, la ausencia de actividad
      cardiopulmonar no es sinónimo de muerte, excepto
      cuando hayan pasado quince o veinte minutos sin aplicar
      maniobras de resucitación o cuando el paciente no
      responde a estas maniobras.

    2. Criterios indirectos: es la comprobación de la
      ausencia irreversible de las funciones cardiopulmonares, es
      decir, circulación y respiración. La detención de la
      actividad cardíaca por más de quince o veinte
      minutos produce un daño permanente de todas las estructuras
      encefálicas.
    3. Criterios directos: consisten en la
      comprobación de la pérdida irreversible de las
      funciones de la corteza cerebral y del tronco
      encefálico, en un sujeto que está siendo
      ventilado mecánicamente, lo que mantiene la
      circulación de sangre
      oxigenada a través del cuerpo. Estos criterios directos
      son los llamados criterios de muerte cerebral.

    El automatismo de la función respiratoria se ha
    perdido por el daño de los centros respiratorios del
    tronco del encéfalo, pero el automatismo cardíaco
    se mantiene gracias al nodo sinusal de la aurícula
    derecha, que proseguirá con su actividad mientras la
    sangre que lo
    irrigue tenga la suficiente cantidad de
    oxígeno.

    Los criterios actuales para determinar que un sujeto
    inconsciente y sometido a respiración mecánica se encuentra en estado de
    muerte cerebral, son los siguientes, según el Informe de la
    Comisión Presidencial de los EEUU de 1981:

    • Ausencia de función del tronco y de los
      hemisferios cerebrales: el sujeto no debe tener respuestas
      mediadas por estructuras
      encefálicas.
    • Etiología bien definida y suficiente como para
      producir un daño irreversible.
    • Persistencia de la ausencia de funciones
      encefálicas durante un período de observación (doce horas, o dos
      electroencefalogramas negativos con una diferencia de seis
      horas entre ellos).
    • Exclusión de hipotermia, intoxicación
      por drogas,
      encefalopatías metabólicas y shock.

    Se han citado varios argumentos objetando estos
    criterios directos de muerte cerebral:

    • Los pacientes con muerte encefálica mantienen
      las funciones endócrinas del
      hipotálamo.
    • Un cierto número de pacientes que
      reúnen los criterios de muerte encefálica tienen
      actividad eléctrica detectable en el
      electroencefalograma.
    • En sujetos con diagnóstico de muerte encefálica
      se han registrado respuestas a ciertos estímulos, como
      por ejemplo cambios hemodinámicos al realizar la
      incisión quirúrgica para la extracción de
      órganos para transplante.

    Cuando se alude a "muerte cerebral" no se hace
    referencia a las funciones de todo el encéfalo, sino a la
    falta de actividad de aquellas redes
    neuronales de la corteza y del tronco encefálico
    responsables de mantener al organismo funcionando como una
    totalidad integrada. Pueden mantenerse sin embargo algunos
    islotes neuronales funcionando, responsables de las funciones
    endócrinas y de cierta actividad en el
    electroencefalograma.

    Uno de los más graves problemas en
    relación con el diagnóstico de muerte encefálica es
    la ignorancia de los mismos médicos, que a veces afecta
    justamente a los profesionales que se encargan de este tipo de
    diagnóstico, como neurocirujanos,
    intensivistas y anestesistas. En encuestas
    realizadas en distintos países se observó que entre
    un 6 y un 20% de especialistas no están convencidos de que
    un sujeto que reúne los criterios de muerte cerebral
    esté realmente muerto. Un diagnóstico de muerte cerebral requiere la
    realización de una serie de pasos en la forma más
    estricta posible, de manera que al concluir los períodos
    de observación los médicos estén
    seguros de que
    se cumplen exhaustivamente los criterios antes expuestos, o,
    dicho de otra forma, de que están ante un sujeto muerto
    sin ningún género de dudas, de manera tal que
    puedan redactar el certificado de defunción, y retirar el
    ventilador si no se va a proceder a la ablación de
    órganos para transplante. La correcta aplicación
    del protocolo de
    muerte tiene una especificidad y una sensibilidad del 100% tal
    como se ha podido comprobar reuniendo más de 800 casos, y
    en la revisión hecha por Jennet de más de 1000
    casos de sobrevivientes que estuvieron en coma, ninguno de los
    cuales llegó a reunir los criterios de muerte
    cerebral.

    El no retirar el ventilador una vez completadas las
    exigencias para diagnosticar la muerte demuestra falta de
    experiencia de los médicos a cargo, o temor de ser
    acusados de la muerte del paciente, o no estar convencidos de que
    la muerte cerebral es equivalente a la muerte que se diagnostica
    cuando cesan las funciones cardiopulmonares. Continuar con la
    ventilación mecánica hasta que el corazón se
    detenga, lo cual puede llevar horas, días o semanas, no
    favorece ni al fallecido, ni a la familia, ni
    al equipo de salud ni a la Medicina. Tratar
    a un ser humano muerto como si estuviese vivo es una
    distorsión grave del quehacer médico, que viola el
    principio ético de justicia
    distributiva al ocupar recursos
    tecnológicos que podrían ser asignados a un
    paciente vivo.

    El ingreso y la permanencia de pacientes en la Unidad de
    Terapia Intensiva debe estar sometido a rigurosas reglas de
    evaluación, para evitar el mal uso de
    servicios y
    recursos en
    enfermedades que
    no los necesitan o en la asistencia de enfermos en etapas
    terminales e irreversibles de sus padecimientos. La
    utilización de tales recursos se
    traduce a veces en una prolongación innecesaria y dolorosa
    del proceso de
    morir.

    No existe justificación para mantener sujetos
    muertos en las unidades de Terapia Intensiva, excepto en tres
    situaciones puntuales:

    • Cuando el sujeto va a ser donante de
      órganos.
    • Cuando el sujeto va a ser utilizado, con las debidas
      autorizaciones, en un proyecto de
      investigación.
    • Cuando se trata de una mujer
      embarazada y exista la perspectiva de salvar la vida del
      feto.

    Las excepciones tienen que ver con el beneficio que
    pueda derivarse para los seres humanos vivos, ya que el paciente
    con muerte cerebral no puede obtener de su permanencia en una
    Unidad de Terapia Intensiva ningún tipo de
    beneficio.

    LOS DERECHOS DEL ENFERMO:
    (5)

    La Medicina ha
    estado siempre
    enlazada al principio moral de
    beneficencia. El objetivo
    básico del médico era usar sus conocimientos para
    hacer el bien, y esta trascendental misión le
    otorgaba una licencia implícita para hacer todo lo que
    considerara necesario en el desempeño de su tarea. El
    papel del
    enfermo era obedecer sin cuestionamientos, ponerse en manos del
    médico para que éste lo guiara, con la autoridad y
    sabiduría con las que guía un padre a su hijo
    pequeño. Podemos decir entonces que el modelo
    tradicional de la Medicina basada
    en el principio de beneficencia es un modelo
    paternalista, el descubrimiento de la autonomía del
    individuo ha sido muy posterior en la historia de la humanidad, y
    tiene sus orígenes en la tradición jurídica,
    no en la tradición médica. La sociedad tuvo que
    recorrer un largo camino hasta que el concepto de
    autonomía y el reconocimiento de los derechos de todos los
    hombres se plasmaran en forma de leyes y se
    extendieran para modificar profundamente los valores
    éticos de la Medicina.

    Sin embargo hasta este momento no se ha podido socavar
    la tradición exclusivista y cerrada de nuestra
    profesión que la convierten en un monopolio. En
    efecto, sólo los médicos son considerados aptos
    para enseñar los aspectos más importantes de las
    artes médicas, para diseñar el curriculum de
    la carrera, y para conceder las licencias necesarias que
    autorizan el ejercicio de la profesión a los nuevos
    médicos.

    El principio de autonomía puede considerarse como
    una conquista del mundo moderno. El hombre
    construye un orden moral que se
    impone al orden de la naturaleza, ya no
    es un elemento de la naturaleza sino
    que está por encima de ella, su escala de
    valores es
    superior porque está basada en la inteligencia y
    en la libertad de
    elección. De este orden moral,
    autónomo por ser propio del hombre, nace
    el principio de autonomía. La comunidad
    también tiene un orden moral y la
    finalidad de los gobernantes es la consecución del bien
    común.

    En el transcurso del siglo XVIII aparece el liberalismo,
    una filosofía basada en el humanismo que
    tiene como eje principal el desarrollo de
    la libertad
    personal. John
    Stuart Mill, uno de los más importantes exponentes de esta
    corriente de pensamiento,
    escribe en su ensayo
    "Sobre la Libertad",
    en 1859:

    "Ningún hombre
    puede, en buena lid, ser obligado a actuar o a abstenerse de
    hacerlo, porque de esa actuación o abstención
    haya de derivarse un bien para él, porque ello le ha de
    hacer más dichoso, o porque, en opinión de los
    demás, hacerlo sea prudente o justo. (…) Sobre
    sí mismo, sobre su cuerpo y su espíritu, el
    individuo es soberano".

    Este tipo de ética,
    basada en el principio de autonomía y por lo tanto
    antipaternalista, relaciona la moral de
    una sociedad con el
    estricto respeto de las
    libertades individuales, en tanto que cada individuo no atente
    contra el bienestar de otros. La ética
    autonomista distingue dos grandes ámbitos: el de la
    "moral privada"
    y el de la "moral
    pública". El concepto de
    privacidad cobra gran fuerza y
    relevancia: cada hombre tiene
    un espacio propio dentro del cual es su amo absoluto y
    está a resguardo de las miradas y opiniones de los
    demás. El Estado y
    las legislaciones que no respeten el ámbito de lo privado
    son considerados inmorales.

    La privacidad cambia la visión del cuerpo propio
    y del ajeno, crea un nuevo pudor en torno a las
    costumbres y ciertos actos se hacen íntimos y quedan
    relegados a la confidencialidad del hogar. Las habitaciones se
    separan, se hacen más pequeñas y se especializan,
    aparecen nuevas normas de
    educación
    y nuevas reglas de urbanidad.

    En el mundo de la salud la revolución
    liberal llegó con muchos años de retraso comparada
    con los cambios sociales que se habían producido. No fue
    fácil extrapolar la autonomía de todo ser humano
    adulto y en su sano juicio al ser humano enfermo en
    relación con su médico. Pero finalmente, en un
    cambio de
    conciencia que se
    extiende hasta la actualidad, frente al paternalismo del
    médico, va cobrando cada vez más fuerza la
    autonomía del enfermo, y su derecho a decidir en lo
    concerniente a su cuerpo y su vida. Si todo ser humano es
    autónomo, el enfermo también lo es.

    Para poder tomar
    decisiones en relación con su salud, el enfermo debe
    conocer toda la información posible con respecto a su
    estado, a los
    procedimientos
    diagnósticos y terapéuticos realizables, y a lo que
    razonablemente puede esperar de ellos. El médico tiene la
    obligación moral de darle
    toda la información de manera de posibilitarle una
    elección inteligente. Para el médico puede estar
    muy claro lo que el paciente tiene que hacer, pero este hecho no
    lo autoriza a decidir por él. Este concepto se
    conoce como "criterio de la persona
    razonable" y se opone jurídicamente al "criterio de la
    práctica profesional" que dejaba en manos del
    médico la decisión de la cantidad y calidad de
    información que debía suministrar al
    paciente. Los médicos americanos del siglo pasado
    consideraban que el primer rasgo de incompetencia de un paciente
    era rechazar un tratamiento que ellos juzgaban eficaz.

    Existen diversas formulaciones de los derechos del enfermo. En la
    Declaración de los Derechos del Paciente de
    la Asociación Norteamericana de Hospitales del 6 de
    febrero de 1973, se incluye el siguiente
    artículo:

    "El paciente tiene derecho de rechazar el
    tratamiento hasta los límites permitidos por la ley y de ser
    informado sobre las consecuencias médicas de su
    acción"
    (6).

    Todas las declaraciones de derechos de los pacientes se
    basan en los principios
    generales de conocer y de decidir. Al clásico derecho a la
    salud se le
    agregan otros nuevos, pero no de menor importancia: el derecho al
    consentimiento informado, el derecho a la privacidad, el derecho
    a no sufrir y a morir con dignidad. Todos se fundamentan en que
    un ser humano adulto y en su sano juicio puede decidir qué
    debe hacerse con su cuerpo. Se incorpora al paciente en el
    proceso de
    toma de
    decisiones y se reconoce su derecho a la decisión
    final.

    En enero de 1976, la Asamblea Parlamentaria del Consejo
    de Europa invita por
    medio de un documento a los Estados miembros a tomar las medidas
    necesarias para que los pacientes puedan recibir alivio a sus
    sufrimientos, sean debidamente informados sobre su enfermedad y
    sus posibilidades terapéuticas, y puedan prepararse
    psicológicamente para morir. Invita a crear una
    comisión especial de ética para
    el tratamiento de los pacientes moribundos, para determinar
    principios
    orientativos sobre el uso de medios
    artificiales para prolongar la vida, y para examinar los casos de
    los médicos que no hayan prolongado con dichos medios la vida
    de los pacientes en agonía y sin posibilidades de
    salvación.

    En 1982 una comisión creada en Estados Unidos
    para el estudio de los problemas
    éticos en Medicina publica
    un informe en tres
    volúmenes sobre el tema del consentimiento informado,
    basado en el principio de autodeterminación de las
    personas adultas. En él podemos leer:

    "Cuando surge un conflicto
    entre la autodeterminación de un paciente competente y
    su aparente bienestar, que no consigue resolverse tras adecuada
    deliberación, la autodeterminación del paciente
    competente tiene y generalmente debe tener mayor peso que las
    demás opiniones de la gente sobre el bienestar de este
    individuo…".

    La influencia que han tenido estas recomendaciones en
    Estados Unidos
    ha sido muy grande, pero todavía no se ha plasmado en
    leyes
    concretas.

    En conclusión, se acepta actualmente en Medicina que un
    paciente competente tiene derecho a tomar decisiones sobre su
    cuerpo y su vida (aunque éstas sean aparentemente
    contrarias a su bienestar), decisiones que debe basar en la
    información proporcionada por los
    médicos. La autonomía es una condición
    inherente a todo ser humano que se traduce en la posibilidad de
    realizar elecciones autónomas. Para considerar una
    elección como autónoma debe cumplir con cuatro
    condiciones:

    • Ser intencional: es decir, ser "deseada" de acuerdo a
      un plan
      determinado.
    • Estar hecha con conocimiento: se considera "conocimiento" a comprender correctamente la
      naturaleza
      de la acción y poder prever
      sus consecuencias.
    • Ausencia de control
      externo: una acción autónoma no debe estar
      influida por terceros, ni por compulsiones o fobias internas
      imposibles de controlar.
    • Ser auténtica: una elección es
      auténtica cuando es coherente con el estilo de vida y
      con la escala de
      valores de
      una persona.

    Un paciente competente puede realizar elecciones libres
    y autónomas si comprende su enfermedad, el tratamiento
    propuesto, las posibilidades de curación, y efectúa
    su decisión en forma racional y reflexiva basándose
    en sus creencias y valores
    personales. Puede, por lo tanto (y su decisión debe ser
    respetada) aceptar un tratamiento ineficaz o bien rechazar un
    tratamiento eficaz desde el punto de vista científico
    (7).

    La muerte, como último acto de una vida libre y
    autónoma, es una elección y una responsabilidad que sólo atañe a
    cada ser humano.

    PRINCIPIOS ETICOS DE LA MEDICINA DE LA
    ERA TECNOLOGICA:

    En forma progresiva a lo largo de la Historia, el hombre ha
    tomado conciencia de
    que, por ser tal, es merecedor de respeto hacia su
    persona y de
    reconocimiento hacia sus derechos. El ser humano
    posee una moral propia,
    una libertad para
    tomar decisiones a la que llamamos autonomía, y una
    responsabilidad por las consecuencias de sus
    acciones.
    Está sujeto a derechos y a obligaciones.
    Tiene conciencia de
    sí mismo y capacidad para relacionarse y comunicarse con
    otras personas y con el mundo que lo rodea. Además, posee
    dignidad, característica que no se puede cuantificar
    desde el punto de vista material, pero que, desgraciadamente, no
    ha sido reconocida como tal en todos los tiempos y en todos los
    lugares del mundo.

    Desde sus orígenes la Medicina se ha
    propuesto como objetivo el
    respeto a la
    dignidad del enfermo y de su familia,
    además de la asistencia solidaria durante el estado de
    necesidad. Los fundamentos de la moral
    médica consisten en principios
    universales cuya finalidad es buscar el bien del enfermo, pero
    dentro del marco del reconocimiento de su libertad de
    decisión y del respeto hacia su
    dignidad.

    En cualquier decisión médica hay que hacer
    dos tipos de juicio: uno es el científico, dirigido a
    buscar una solución al problema biofísico del
    paciente, y el otro es el juicio moral. En
    primer término, lo importante es reconocer y percibir que
    existe una faceta moral en la
    decisión a tomar, luego, pasar a analizar desde el punto
    de vista de la ética
    médica, las opciones que se nos presentan. Pueden existir
    tres situaciones básicas:

    • Que haya solamente una opción acorde con los
      principios
      éticos.
    • Que existan varias alternativas consistentes con los
      principios
      éticos; en este caso lo recomendable es elegir la
      opción que mayores beneficios reporte al
      paciente.
    • Que exista un dilema ético, es decir, que al
      elegir una opción se cumple con un principio
      ético, pero se viola otro. Este tipo de casos es
      frecuente en Medicina
      Intensiva, y las soluciones
      no suelen ser completamente satisfactorias.

    Los principios
    fundamentales del quehacer médico actual son los
    siguientes: dignidad de la persona, que
    comprende tres puntos básicos: el principio de
    autonomía, el principio de beneficencia y el principio de
    privacidad; santidad de la vida; calidad de la
    vida; no inducción al daño, y por
    último, justicia
    distributiva (8).

    1.- Autonomía de la persona: permite
    que cada uno conduzca su vida de acuerdo a sus intereses,
    valores,
    deseos y creencias. La autonomía es una característica fundamental de la persona, que
    tiende a promover el bienestar al permitirle seleccionar aquello
    que considera que es mejor para sí misma. El principio de
    autonomía da origen a la norma moral de no
    coartar la libertad de
    las personas, y tiene como obligaciones
    médicas derivadas el
    consentimiento informado y el respeto por las
    decisiones de los pacientes.

    2.- Principio de beneficencia: el principio más
    antiguo de la ética
    médica, estrechamente vinculado a la solidaridad y al
    amor por los
    semejantes. Es lo que hace que el médico, ante los
    sentimientos ambivalentes que despierta la persona enferma,
    se decida por la atención y el cuidado y no por el
    abandono.

    3.- Principio de privacidad: hace referencia al respeto que el
    médico debe tener por la vida privada del paciente, y va
    unido a la norma moral que
    obliga a mantener el secreto profesional. El resguardo de la
    privacidad existe desde tiempos remotos en la tradición
    médica, como lo demuestra el Juramento
    Hipocrático.

    4.- Principio de la santidad de la vida: la vida es un
    bien fundamental de cada individuo y es necesaria para que
    desarrolle cualquier tipo de valores. A
    este principio corresponde la obligación moral de
    preservar la vida, y tiene raíces religiosas,
    filosóficas, políticas
    y sociales.

    5.- Principio de calidad de la
    vida: existe la necesidad de que la vida humana no esté
    restringida por limitaciones físicas, mentales o sociales
    para que una persona pueda desarrollar al máximo sus
    potencialidades. Hay situaciones en las cuales, como consecuencia
    de una enfermedad, la vida puede tener escaso significado para un
    individuo al verse severamente limitado en su capacidad para
    desarrollar sus propios valores. En
    tales casos, la persona enferma puede rehusarse al mantenimiento
    artificial de su vida, basándose en este principio. El
    principio de calidad de
    vida implica como obligación médica derivada el
    alivio del sufrimiento.

    6.- Principio de no inducción al daño: aunque una
    acción médica, como por ejemplo un acto
    quirúrgico, conlleva un daño, se justifica su
    realización por los beneficios que le reportará al
    paciente. El principio de no inducir daño implica no
    producir dolores o discapacidades evitables, y las obligaciones
    médicas derivadas son el
    análisis del riesgo-beneficio
    de cada acto médico, y el no prolongar el proceso de
    morir. La medicina actual
    tiene la facultad de postergar el momento de la muerte por
    días, semanas o meses, mediante el empleo de
    soportes artificiales en la Unidad de Terapia Intensiva. Es lo
    que se denomina "congelamiento del momento de la muerte". En la
    Declaración de Ética de
    la Federación Panamericana e Ibérica de Medicina
    Crítica y Terapia Intensiva puede leerse: "El
    propósito final del tratamiento de los pacientes en la
    Unidad de Cuidados Intensivos es su total recuperación, de
    tal forma que estén en condiciones de reincorporarse al
    seno de sus familias y de la sociedad. Como
    intensivistas debemos ser conscientes de que este desideratum no
    es lograble en todos los pacientes. En algunos casos la
    recuperación es sólo parcial, y en otros, la muerte
    será el resultado. Tener clara esta realidad es muy
    importante a fin de evitar el exceso de terapéutica y la
    prolongación innecesaria del proceso de
    morir".

    7.- Principio de justicia
    distributiva: toda persona enferma debe tener acceso a los
    medios de
    diagnóstico y tratamiento que su
    condición exige para lograr la restitución de la
    salud. Las
    obligaciones
    derivadas son la
    adecuación de la distribución de recursos y el
    nivel de atención médica apropiado.
    Desafortunadamente, en los hospitales públicos cada vez es
    más notoria la diferencia entre las demandas de los
    pacientes y la disponibilidad de recursos.

    EL MEDICO FRENTE A LA MUERTE:

    En la actualidad la muerte se ha deshumanizado: al
    moribundo se lo separa de su familia y se lo
    aísla en un hospital, donde queda abandonado entre
    extraños. El duelo es un período breve, los
    cementerios se construyen apartados de las poblaciones, el hombre
    moderno se empeña en alejar lo más posible a la
    muerte de su rutina diaria. Esta forma impersonal de morir es una
    característica de nuestra época
    hipertecnológica, que ha convertido a la muerte en un tema
    tabú, a pesar de los esfuerzos de diferentes
    sociólogos y psiquiatras que, a partir de la década
    del ’50, iniciaron el estudio del proceso de
    agonía y de los problemas
    emocionales que atraviesan el moribundo y su familia. El
    libro de la
    Dra. Elisabeth Kübler-Ross, "Sobre la muerte y la
    Agonía"
    , aparecido en 1969, causó gran impacto
    en la sociedad. En
    él se describen las distintas fases por las que pasa el
    paciente terminal: negación, enfado, discusión,
    depresión y aceptación
    (9).

    El médico en formación aprende a actuar
    como si todos los pacientes tuvieran posibilidades de
    recuperación. Los únicos objetivos de
    la Medicina parecen ser luchar contra la enfermedad, evitar la
    muerte y lograr una curación completa del enfermo para
    devolvérselo a su familia y a la
    sociedad. Esta
    visión tan parcializada de la realidad conduce a grandes
    frustraciones y a un mal manejo de actividades que son inherentes
    al quehacer médico, lo que se puede traducir en incremento
    del sufrimiento y de la ansiedad del paciente y de la familia, y
    de la inseguridad
    del equipo de salud.

    Ante el hombre
    moribundo todo ser humano (incluyendo al médico)
    experimenta sensaciones ambivalentes, que oscilan entre la
    compasión y el deseo de prestar ayuda, y la angustia que
    conduce al rechazo y al abandono (10). El enfermo
    mismo propicia estos sentimientos mostrándose muchas veces
    agresivo y reclamante, tanto con el médico como con
    la familia. La
    Medicina de la antigüedad proscribía al médico
    tratar enfermos graves que no tenían esperanzas de
    recuperación. En el papiro de Smith de la medicina egipcia
    de hace 3600 años se clasifica a las enfermedades en tres tipos:
    las que pueden curarse, las que se tratan y las que no se pueden
    curar. Para los griegos, que veían en la muerte algo
    odioso, no tenía sentido prolongar la vida de los
    enfermos, ni asistir a los moribundos, "aunque sean más
    ricos que Midas", como dice Platón en
    "La República". En los libros de la
    Escuela de Kos se
    describen los objetivos de
    la Medicina de la siguiente forma:

    "Eliminar los sufrimientos del enfermo, atenuar las
    enfermedades, y
    abstenerse de tratar a los enfermos incurables porque en ellos
    nada puede hacer el arte".

    El cristianismo
    trastocó este concepto,
    otorgándole gran mérito al cuidado de los enfermos
    y moribundos. A comienzos de la Edad Media,
    Europa
    sufrió una completa desorganización de la comunidad
    médica laica; surgió entonces una medicina
    eclesiástica desde las enfermerías de los
    monasterios, que se dedicaba al cuidado de leprosos y moribundos.
    El médico italiano Constantino el Africano, se
    convirtió en monje benedictino y se retiró a la
    abadía de Montecassino para traducir al latín los
    textos de los médicos árabes y griegos
    clásicos. La formación médica era totalmente
    teórica, el cirujano tenía un estatus social
    inferior al del médico, que no realizaba ningún
    tipo de maniobra semiológica, y recién en el siglo
    XIII se autorizó la disección de cadáveres
    humanos.

    En la época del Renacimiento se
    incentivó la investigación en las ciencias
    básicas: anatomía, fisiología e histología.
    André Vesalio publicó su tratado de anatomía "De Humani
    Corporis Fabrica" en 1543, que marcó un hito en la
    historia de la
    Medicina, poniendo de relieve los
    errores anatómicos de Galeno. No existe un cambio de
    mentalidad abrupto, pero poco a poco los médicos se
    acercan al lecho del enfermo para estudiar sus
    síntomas.

    Durante la Ilustración se acentúa el
    énfasis en la investigación de las causas de las enfermedades. Los experimentos
    científicos y los escritos filosóficos impactan a
    la sociedad y se
    ponen de moda en los
    más altos círculos. Hay una fe constante en el
    poder de la
    razón humana, y en que, mediante su utilización, es
    posible un progreso científico y técnico ilimitado.
    Isaac Newton
    postula la teoría
    de la gravitación universal, es decir, que el hombre
    puede mediante la observación de la naturaleza,
    desentrañar las leyes del
    Universo.
    Edward Jenner descubre la vacuna contra la viruela, una de las
    principales causas de mortalidad del siglo XVIII. El
    médico británico James Lind trata el escorbuto con
    jugo de limón y el reformador social John Howard fomenta
    el tratamiento de los internos en los hospitales y
    cárceles de toda Europa. Se
    describe por primera vez en 1761 la percusión para
    diagnosticar las enfermedades del
    tórax.

    En el siglo XIX se dan grandes avances
    técnicos en el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades y en los
    métodos
    quirúrgicos. Théophile Laënnec inventa el
    estetoscopio, Wilhelm Roentgen descubre los rayos X, Johann
    Mendel postula
    las leyes de la
    herencia y
    Charles Darwin, la
    teoría
    de la evolución. El desarrollo de
    la bacteriología es una de las contribuciones más
    importantes en la historia de la Medicina. En
    pocas décadas se aislaron los gérmenes productores
    de enfermedades tan
    diseminadas como la difteria, la tuberculosis, la
    lepra, y la peste. Los médicos comienzan a relacionar a
    las enfermedades con
    algunas lacras sociales evitables como la pobreza, la
    promiscuidad, la contaminación y el abandono. La medicina
    ofrece ahora esperanzas a los pacientes, y en respuesta, la
    población demanda la
    extensión de la atención médica para cubrir
    a grupos más
    numerosos.

    El progreso científico y los reclamos de una
    sociedad
    ansiosa por sobrevivir estimulan la rebelión contra la
    muerte, que parece ahora una amenaza mucho más lejana y
    evitable. La gente ya no muere por las calles, víctima de
    incontrolables epidemias, gracias a la prevención y a las
    constantes mejoras instrumentadas por la salud pública. Esta
    rebelión contra la muerte pasa a convertirse en la
    época actual en una negación de la muerte. Los
    avances tecnológicos hacen que la muerte se vea como un
    accidente, o como una falla en la calidad, cantidad
    o celeridad de la atención médica.

    La negación colectiva de la muerte que
    caracteriza a nuestra sociedad, y que
    está asociada a una negación colectiva del
    envejecimiento y a una sobreestimación de la juventud y de
    la belleza física, hace que la
    aparición del estudio sistemático de los procesos de
    agonía y muerte dentro de la Medicina sea relativamente
    reciente. La tanatología, asesorando a los pacientes,
    familiares y médicos, puede hacer que la experiencia de la
    muerte sea menos alienante y desolada, facilitando el
    diálogo entre todos y la expresión más
    abierta de las emociones.

    En la situación de enfermedad, el rol del
    médico y el rol del paciente están claramente
    definidos: el paciente debe prestar toda su colaboración,
    y el médico, a su vez,

    debe curarlo. Cuando el paciente enfermo pasa a ser el
    paciente moribundo, las cosas ya no son tan simples, no existe
    una "curación" que pueda ofrecerse como recompensa. El
    médico siente que él "ya no puede hacer nada". Esta
    situación es frustrante, ya que durante su carrera
    aprendió que, ante cada enfermedad, ante cada
    situación clínica, debe seguir una serie
    sistematizada de pasos para obtener determinados resultados.
    Cuando piensa que no hay nada que hacer, se siente totalmente
    desvalido y angustiado. La familia del
    paciente, sumida en la ansiedad y la impotencia, presiona al
    médico con una demanda
    incesante de esperanzas de curación y sobrevida; como
    resultado, el médico tratará de desembarazarse
    tanto del paciente como de la
    familia.

    La agonía de un paciente es vivida por el
    profesional como un fracaso personal, y
    también lo enfrenta a la idea, fuertemente resistida, de
    su propia muerte. Traslada al paciente sus sentimientos de
    rechazo y de rabia, que se manifiestan a través de
    distintas conductas: abandonarlo, descalificarlo, doparlo con
    medicación para que esté tranquilo y dócil,
    o someterlo a una serie interminable de exámenes
    engorrosos o a tratamientos y cirugías de dudosa utilidad
    (11).

    Participando de la agonía de un ser querido, la
    familia
    también experimenta una anticipación de la propia
    muerte (12). La muerte representa la separación
    y el abandono, el modo de vivenciarla de los adultos tiene que
    ver con el manejo de las situaciones de pérdida que
    experimentaron durante su desarrollo
    emocional. La familia
    puede pasar por una etapa de negación, rechazando la
    inminencia de la muerte, y dejando al moribundo en manos del
    equipo de salud,
    pensando que es lo mejor que se puede hacer; el equipo
    médico, a su vez, espera que sea la familia la
    que se haga cargo, ante lo cual el paciente termina abandonado
    por todos. Es frecuente también que la familia
    traslade sus sentimientos de culpa al médico, y lo acuse
    de haber hecho poco o nada por el paciente.

    En cuanto al propio enfermo, usualmente no sabe que su
    situación es terminal, porque tanto la familia
    como el médico le ocultan esta información. Pero aunque perciba la
    gravedad de su enfermedad y considere internamente la idea de la
    muerte, los que lo rodean esperan que actúe como si no lo
    supiera. No se le permite expresar libremente su depresión
    o su enfado, estos sentimientos lo llenan de culpa, y la
    separación de su ambiente
    natural lo hace sentir aislado y castigado. El hecho de que la
    muerte sea una experiencia personal e
    individual no quiere decir que el enfermo deba pasar sus
    últimos momentos en una situación de angustia y
    desolación.

    Llegar a una muerte serena y sin sufrimientos es una
    tarea compartida entre el médico, el paciente y su
    familia, y
    requiere por lo tanto un diálogo constante y honesto. El
    médico tiene que estar capacitado para poder entender
    y manejar sus propios sentimientos, para asesorar a la familia, y
    ayudar a su paciente a "bien morir", porque aunque no pueda
    ofrecer una curación, tiene la obligación moral de
    brindar alivio y consuelo hasta el último
    momento.

    LIMITACION DE LAS MEDIDAS TERAPEUTICAS:
    (13)

    En la Medicina de la actualidad, ante un paciente
    internado en una Unidad de Terapia Intensiva, es importante
    determinar cuáles son los objetivos del
    tratamiento instituido, ya que necesariamente éstos van a
    variar de acuerdo con las condiciones en que esté el
    enfermo. Si el paciente tiene posibilidades de recuperarse,
    entonces los objetivos de
    la terapéutica serán salvar la vida, preservar las
    funciones del organismo, aliviar el dolor y restituir la salud.

    Si el paciente tiene pocas o ninguna posibilidad de
    curación, es decir, si se ha convertido en un paciente
    terminal, los objetivos del
    tratamiento deberán ser redefinidos. En estas condiciones
    lo principal será el alivio del dolor, ofrecer la
    máxima confortabilidad, evitar el congelamiento del
    proceso de
    morir, y facilitar el contacto con los familiares. Lo ideal para
    un paciente terminal sería el egreso de la Unidad de
    Terapia Intensiva, siempre que no requiera asistencia
    ventilatoria mecánica.

    Los principios
    éticos que entran en vigencia son el de calidad de
    vida, que obliga al alivio del sufrimiento, y el principio de
    no inducción al daño, que lleva a
    evitar la prolongación del proceso de
    morir.

    Una parte importante del quehacer médico es saber
    cómo manejar las situaciones en las cuales un paciente
    pasa del "estado
    crítico" al "estado
    terminal". Lo primero es tomar conciencia de
    esto, basándose en una opinión colectiva del equipo
    tratante, para hacer un cambio en los
    objetivos
    terapéuticos inmediatamente después. Las siguientes
    son las palabras del Profesor G.R. Dunstan, de la Universidad de
    Londres:

    "El éxito de los cuidados intensivos no debe
    ser medico únicamente por las estadísticas de sobrevivencia, como si
    cada muerte fuese un fracaso médico. Debe mejor ser
    medido por la calidad de las
    vidas preservadas o recuperadas, y por la calidad del
    morir de aquellos cuyo resultado fue la muerte, y por la
    calidad de las
    interrelaciones humanas que se dieron en cada
    muerte".

    La no aplicación o la suspensión de
    medidas de soporte vital son procesos por
    los cuales algunas intervenciones médicas, o no son
    realizadas, o son retiradas de los pacientes, teniendo como
    expectativa que la muerte se producirá como consecuencia
    de esta decisión. El tiempo que
    transcurre entre la decisión y la muerte del paciente es
    variable, dependiendo de su condición física, de la medida
    que se restringe y de la forma en que se lleva a cabo este
    proceso.

    Las órdenes de no resucitación, por
    ejemplo, se dan cuando un paro cardíaco se produce como el
    evento final de una enfermedad irreversible que lleva
    inevitablemente a la muerte, no cuando el paro es un
    fenómeno primario y accidental, cuya resolución
    permitiría al paciente seguir con su vida dentro de
    condiciones de normalidad.

    La limitación de las medidas terapéuticas
    dentro de la Medicina Crítica tiene tres aspectos a
    considerar. El primero es la restricción del ingreso de
    pacientes, cuando la aplicación de tratamientos o de
    soportes mecánicos no representara un cambio en el
    pronóstico del enfermo, es decir, que moriría en
    breve plazo tanto dentro como fuera de la Unidad de Terapia
    Intensiva. El segundo caso es el de aquel enfermo ya ingresado en
    Terapia que por su evolución desfavorable se ha convertido en
    un paciente terminal,

    aquí las medidas de soporte sólo
    servirían para prolongar el proceso de
    morir, y no para preservar la vida, y son consideradas por lo
    tanto como medidas desproporcionadas o "extraordinarias". El
    tercer aspecto es el egreso del paciente terminal de la Unidad de
    Terapia Intensiva, aún en malas condiciones, para que en
    la etapa final de su vida pueda estar con sus seres queridos. Si
    el enfermo está con ventilador mecánico, este tipo
    de limitación de la terapéutica no puede llevarse a
    cabo.

    Hay cuatro razones básicas para limitar las
    medidas terapéuticas:

    1. Cuando el paciente tiene un mal pronóstico
      pese al mantenimiento de dichas medidas.
    2. Cuando la carga que supone el tratamiento no sea
      proporcional con los beneficios que éste podría
      reportar, ya sea para el paciente en particular, o
      secundariamente para otros pacientes en cuanto a la distribución de recursos.
    3. Cuando la calidad de
      vida del paciente superviviente fuera inaceptable para
      él.
    4. Cuando una o más medidas terapéuticas
      son rechazadas por un enfermo competente para
      decidir.

    Los tratamientos que sólo sirven para preservar a
    un ser humano permanentemente inconsciente o los que no pueden
    terminar con la dependencia del cuidado intensivo deben ser
    considerados inútiles. Por ejemplo:

    • Los tratamientos aplicados a pacientes en estado
      vegetativo persistente.
    • La resucitación cardiopulmonar cuando no
      está indicada.
    • La tecnología que reemplaza órganos
      irreversiblemente dañados durante varias
      semanas.

    En los casos en que se considere que no existe
    indicación médica en la aplicación o
    continuación de una medida terapéutica
    inútil no existe obligación moral de solicitar el
    consentimiento al paciente o a sus familiares. Es fundamental
    tener en claro cuáles son los objetivos de
    los tratamientos que se aplican en una unidad de Terapia, como se
    expuso anteriormente.

    Hacer el balance del costo-beneficio
    de un tratamiento está relacionado con el principio
    ético de no inducción al daño. Evidentemente,
    cuando el sufrimiento o discapacidad que
    produce una terapéutica, o las cargas económicas
    que se derivan de ella para el paciente, para sus familiares y
    para la sociedad, no
    compensan los beneficios esperables, los médicos no
    están obligados a sugerirla como alternativa.

    Si la calidad de
    vida del eventual sobreviviente de una terapéutica no
    es tolerable para él mismo, no hay duda de que se debe
    respetar la decisión del paciente, y en caso de que
    éste no sea competente, la de la persona que lo
    representa. El equipo de salud debe respetar la
    decisión del paciente de rehusar un tratamiento cuando
    éste se encuentra en pleno uso de sus facultades
    intelectuales, está debidamente informado de su
    situación y no existen presiones coercitivas de ninguna
    clase. El principio ético que funciona en estos casos es
    el de autonomía de la persona, que puede ejercer el
    paciente en el momento que se le plantea el problema, o por medio
    de documentos
    redactados por adelantado, como por ejemplo, el testamento
    biológico (living will) o el acta de muerte
    natural. En la situación de emergencia, si el paciente no
    está en condiciones de decidir, los médicos deben
    actuar para salvarle la vida, aunque algún familiar,
    incluyendo al cónyuge, se oponga al tratamiento. En tal
    condición el principio ético que predomina es el
    de

    la santidad de la vida, así como el "principio de
    necesidad" del orden jurídico.

    Podemos mencionar tres cuestiones fundamentales de la
    limitación de las medidas terapéuticas, que son las
    que siguen:

    1. El interés del paciente es lo
      fundamental
      : cuando se van a reducir las medidas
      terapéuticas la decisión debe tomarse en base a
      lo que sea mejor para el enfermo, tratando de evitar el
      congelamiento del momento de la muerte en condiciones
      patológicas irrecuperables. Una decisión como
      ésta implica una alta calidad
      ética
      y exige que el equipo de salud realice un juicio
      de tipo científico y de tipo moral, y sólo es
      aceptable en casos en que cualquier medida terapéutica
      sea inútil en función de la severidad de las
      condiciones del paciente.

      El Comité de Ética
      del Centro Médico de la Universidad de Stanford expresa respecto a
      este tema: "Debe buscarse la unanimidad entre los miembros
      del equipo de atención a la salud. Pueden surgir
      problemas
      cuando algún profesional se siente excluido del
      proceso de
      toma de decisión. Dado que las enfermeras proveen la
      mayor parte del cuidado del paciente, ellas a menudo tienen
      información sobre el enfermo y su
      familia que
      sólo es obtenida por las personas que pasan horas al
      lado del paciente"
      . Una decisión de
      limitación de las medidas terapéuticas requiere
      que la opinión sea unánime y libremente
      expresada, incluyendo la de los médicos de mayor
      experiencia, la de los residentes y la de las enfermeras que
      cuidan al paciente. Al valorar las expectativas de
      supervivencia del paciente deben considerarse los
      valores de los índices predictivos calculados para
      Terapia Intensiva, así como los conocimientos y la
      experiencia personal de
      los profesionales a cargo. Si existen opiniones en contra de
      la limitación de las medidas terapéuticas los
      que las sostengan deben razonar y discutir sus
      motivaciones.

    2. La opinión del equipo de salud debe ser
      unánime:
      el pronóstico del paciente debe ser
      de irrecuperabilidad, por lo tanto hay que convocar a todos los
      integrantes del equipo responsable del paciente para minimizar
      las posibilidades de error. En realidad, no se puede exigir un
      pronóstico infalible, sino un pronóstico
      razonable calculado con la máxima seriedad.
    3. La primera medida a restringir es la
      Reanimación Cardiopulmonar:
      el equipo de salud llega
      a la conclusión en su totalidad, de que de presentarse
      un paro cardíaco, no existe indicación para
      masaje cardíaco externo o desfibrilación, porque
      el paro representa el evento final de una enfermedad grave cuyo
      resultado inevitable es la muerte del paciente.

    Desde el punto de vista ético no existe
    diferencia entre la no aplicación (no iniciar) y la
    suspensión (retiro) de una medida de soporte vital.
    Según el grupo de
    trabajo de Ética de
    la Sociedad
    Americana de Medicina Crítica: "Una decisión de
    retirar un tratamiento ya iniciado no debería considerarse
    como más problemática que una decisión de no
    iniciar un tratamiento. Los tratamientos de soporte vital pueden
    ser necesarios para permitir una evaluación
    completa de la condición del paciente y este tipo de
    terapéutica no debe ser omitida durante la evaluación".

    La Federación Mundial de Sociedades de
    Medicina Intensiva y la Federación Panamericana e
    Ibérica de Medicina Crítica y Terapia Intensiva se
    expresan de esta manera: " No existe diferencia desde el punto
    de vista ético entre la no aplicación y la
    suspensión de medidas de soporte vital en pacientes sin
    expectativas de recuperación, dado que estos tipos de
    terapéutica están indicados con el fin de preservar
    la vida personal,
    y

    no para prolongar el proceso de morir". Este
    concepto es
    importante ya que muchas veces hay que iniciar medidas de soporte
    y en un segundo paso decidir si se las suspende o no.
    Según una encuesta
    realizada por el Comité de Ética de
    la Sociedad Americana de Medicina Crítica desde el punto
    de vista psicológico a los médicos les afecta menos
    no iniciar una medida de soporte vital que suspenderla, a pesar
    que desde el punto de vista ético-legal es lo mismo. Esto
    podría explicarse porque si el médico decide no
    iniciar una medida de soporte vital, no entra en contacto con el
    paciente y no establece vínculos con él, en
    cambio, si la
    inicia y después decide discontinuarla porque sólo
    sirve para prolongar la agonía, se convierte en el
    conductor del proceso que culminará con la muerte del
    paciente.

    Uno de los problemas que
    dificultan el entendimiento de la decisión de limitar las
    medidas terapéuticas es la terminología utilizada.
    El término "medida extraordinaria" se utiliza para
    calificar a una medida terapéutica como desproporcionada o
    sin obligación moral en un paciente irrecuperable, y no
    como sinónimo de "poco usual" o "fuera de lo
    común". La definición de "medida extraordinaria" es
    la siguiente: "Toda aquella intervención
    terapéutica que para su puesta en práctica requiere
    excesivo gasto, sufrimiento u otros inconvenientes, o aquella que
    si es usada no ofrecería una razonable esperanza de
    mejoría".

    Medida extraordinaria es, por lo tanto, aquella que para
    un determinado paciente resulta inútil o desproporcionada,
    que sirve más para prolongar el morir que para salvar la
    vida. Lo que la califica de extraordinaria no es su naturaleza sino
    su futilidad frente a un paciente en lo relativo a cambiar su
    pronóstico. Una medida extraordinaria para un paciente
    puede ser perfectamente ordinaria y aplicable para otro. El Papa
    Pío XII expresó:

    "Los médicos no tienen obligación de
    continuar el uso de medidas extraordinarias para mantener con
    vida a un sujeto irrecuperable".

    EL PACIENTE EN ESTADO
    VEGETATIVO:

    El estado
    vegetativo persistente, término acuñado en 1972 por
    Jennett y Plum, es una condición clínica
    caracterizada por el desconocimiento completo de uno mismo y del
    medio, con ciclos sueño-vigilia y preservación
    completa o parcial de las funciones hipotalámicas y
    vegetativas del tronco del encéfalo. La condición
    puede ser transitoria o permanente, y puede ser el resultado de
    enfermedades
    neurológicas degenerativas, metabólicas o
    malformaciones graves del sistema nervioso
    central.

    El diagnóstico del estado
    vegetativo se hace cuando existen los siguientes
    criterios:

    • Ausencia de reconocimiento de sí mismo y del
      medio e incapacidad para interactuar con los
      demás.
    • Ausencia de respuestas conductuales sostenidas,
      reproducibles, con propósito o voluntarias, a
      estímulos visuales, auditivos, táctiles o
      noiciceptivos.
    • Ausencia de lenguaje de
      comprensión o expresión.
    • Conservación de los ciclos de
      sueño-vigilia.
    • Preservación de las funciones
      hipotalámicas y del tronco encefálico como para
      permitir la sobrevida con cuidados médicos
      adecuados.
    • Incontinencia de orina y materia
      fecal.
    • Preservación variable de los reflejos de
      nervios craneales (pupilar, óculo-cefálico,
      corneal, vestíbulo-ocular y deglutorio) y reflejos
      espinales.

    Jennett y Plum diferencian el estado
    vegetativo persistente del permanente. El adjetivo persistente se
    refiere a una incapacidad con futuro incierto, mientras que
    permanente indica irreversibilidad. El estado
    vegetativo persistente es un diagnóstico; el estado
    vegetativo permanente es un pronóstico.

    La Tomografía por Emisión de Positrones ha
    demostrado que los pacientes en estado vegetativo persistente
    tienen una tasa de empleo de
    glucosa a nivel del cerebro muy
    inferior a la del sueño. Tal gasto metabólico
    sólo es comparable con el de una anestesia profunda. La
    función cognitiva de la corteza cerebral está
    perdida, el paciente se encuentra en un estado en que no puede
    pensar ni sentir dolor, es un ser humano sin capacidades de
    autoconciencia y heterorelación.

    No existe una prueba diagnóstica precisa para
    estos casos. El diagnóstico depende de la observación clínica durante varias
    semanas, de la edad del paciente, del tipo de daño
    cerebral y de la duración del período de
    inconciencia.

    La recuperación de la conciencia luego
    de un estado vegetativo post-traumático es improbable
    pasados doce meses en adultos y niños. La
    recuperación de un estado vegetativo no traumático
    es muy rara luego de tres meses en adultos y niños.
    Pacientes con desórdenes metabólicos, degenerativos
    o malformaciones congénitas que han pasado varios meses en
    estado vegetativo probablemente nunca recuperarán la
    conciencia.

    Las medidas de cuidado médico y de enfermería
    que necesita un paciente en estado vegetativo son las
    siguientes:

    1. Medidas de soporte vital.
    2. Administración de medicamentos y de derivados
      sanguíneos.
    3. Cuidados generales de higiene y
      protección de la piel y
      faneras.

    Estos pacientes no suelen requerir soportes vitales
    mecánicos a menos que aparezca alguna complicación
    en el transcurso de su enfermedad, en cuyo caso no es
    recomendable aplicárselos. En caso de paro cardíaco
    no es razonable practicar medidas de resucitación
    cardiopulmonar. El uso de medicamentos debe estar restringido,
    incluyendo los antibióticos. Un individuo en estas
    condiciones tampoco debe mantenerse en una Unidad de Terapia
    Intensiva, ya que estará mejor en un sitio donde sus seres
    queridos puedan acompañarlo, aunque él no tenga
    conciencia de
    esto.

    Cualquier terapéutica puede considerarse
    desproporcionada si tiene como único objetivo
    mantener a un ser humano permanentemente inconsciente y privado
    de sus características de persona y de su
    dignidad. Muchas cortes en Estados Unidos
    han considerado que el suministro de alimentación e
    hidratación parenteral en este tipo de pacientes es
    comparable con una terapéutica, y por lo tanto,
    suspendible. Numerosos grupos de
    especialistas en Ética
    Médica se han mostrado de acuerdo, y, aunque suele haber
    votos disidentes, representan la minoría
    (14).

    El problema ético de la restricción de las
    medidas terapéuticas en estos pacientes se relaciona con
    el principio de santidad de la vida, aunque debemos tener
    presente que la vida a la que alude este principio es la vida
    humana autoconsciente, con capacidad para relacionarse con el
    mundo y tomar decisiones, y con dignidad plena.

    La calidad de
    vida de un paciente en estado vegetativo es de una pobreza absoluta,
    al convertirse en un mero cuerpo siempre dependiente del cuidado
    de los demás, sin ningún tipo de pensamientos,
    emociones; un
    cuerpo, en fin, vacío de espiritualidad. No se puede
    aplicar el principio de dignidad de persona, porque el paciente
    perdió las características de persona, y está
    imposibilitado para ejercer el derecho a la autonomía y la
    libertad de
    decidir. El principio de privacidad se mantiene en
    relación con la intimidad del paciente y con el respeto por sus
    confidencias, ya que este principio trasciende inclusive a la
    muerte.

    El principio de beneficencia sólo se puede
    aplicar indirectamente, a través de la ayuda,
    asesoramiento y consuelo que se les pueda dar a los familiares.
    Por último, el principio de justicia
    distributiva coloca al paciente en estado vegetativo en franca
    desventaja en relación con las necesidades de cualquier
    otro paciente en cuanto a la asignación de recursos
    técnicos, cuidados o medicamentos.

    MUERTE DIGNA Y EUTANASIA:

    No puede existir ninguna duda de que el poder
    prepararse para la propia muerte es un derecho que tienen todos
    los seres humanos como tales. La expresión "morir
    dignamente" se refiere a una forma de morir sin sufrimientos, con
    asistencia material, psicológica y religiosa, y con
    conocimiento
    pleno del momento por el cual se está atravesando. En
    muchos casos, aunque el equipo de salud pueda tener las mejores
    intenciones, el grado de deterioro físico y
    psicológico del paciente convierte a la última
    etapa de la existencia en un proceso penoso y angustiante, en el
    transcurso del cual la muerte puede aparecer como una
    liberación.

    El deber del médico que atiende a un paciente
    terminal durante su agonía comprende el alivio del dolor,
    procurar la mayor confortabilidad y contacto con los seres
    queridos, y no emprender ningún tipo de acción
    terapéutica que pueda ocasionar molestias o sufrimientos
    sin esperanza de obtener beneficio alguno. En palabras del
    Congreso Nacional de Comisiones de Deontología
    Médica (Madrid, 1984): "La profesión
    médica se esforzará en conseguir que las
    circunstancias que rodean la muerte sean acordes con la dignidad
    de la condición humana".

    El derecho a morir dignamente se conoce como
    "ortotanasia". No debe entenderse como derecho en el sentido
    jurídico de la palabra, sino más bien como una
    exigencia ética que
    se desprende de los principios de
    autonomía del paciente, de no inducción al daño, y de calidad de
    vida. La práctica plena de este derecho requiere un
    compromiso social para cubrir una serie de exigencias que,
    desgraciadamente, estamos lejos de alcanzar en la actualidad
    (15):

    • Atención médica del moribundo con todos
      los medios
      disponibles para aliviar el dolor y mejorar la calidad de
      vida.
    • No privar al moribundo de su propia muerte en cuanto
      a acción personal.
    • Dejar de ver a la muerte como el tema tabú de
      la sociedad actual.
    • Organizar un nuevo tipo de servicio
      hospitalario con personal
      capacitado e infraestructura adecuada cuyo objetivo sea
      la atención física y emocional
      del paciente moribundo.
    • Favorecer la asistencia religiosa durante la
      agonía.
    • Proporcionar al moribundo todos los medicamentos
      necesarios para calmar el dolor, aunque supongan abreviar la
      vida y los períodos de conciencia.

    En la actualidad existen numerosas asociaciones que
    reivindican el derecho del enfermo a morir con dignidad, en
    algunos casos refiriéndose directamente a la
    práctica de la eutanasia. La
    pionera fue Exit, creada en Londres en 1935. Estas
    asociaciones plantean como objetivos el
    derecho a disponer del cuerpo y de la vida, a elegir libremente
    el momento de morir, al alivio del sufrimiento y a no prolongar
    la vida por medios
    artificiales.

    Desde el punto de vista práctico en lo que todo
    el mundo está de acuerdo es en que hay que evitar la
    distanasia, es decir, la prolongación de la agonía
    por medio de la utilización de medios
    ordinarios o extraordinarios. Aún así, los casos de
    distanasia son frecuentes. Las situaciones de distanasia pueden
    clasificarse según diversos criterios:

    • En referencia al carácter ordinario o
      extraordinario de los medios
      empleados para mantener con vida al paciente.
    • En referencia a la naturaleza
      misma del paciente (edad, etc.).
    • En referencia a las esperanzas de
      recuperación.

    Como se vio anteriormente, el único criterio
    válido para considerar una situación como
    verdaderamente distanásica es la expectativa de
    recuperación del paciente. En este tipo de casos se
    produce un conflicto
    ético entre el principio de santidad de vida y el derecho
    a morir dignamente. En otras palabras hay que realizar una
    elección entre prolongar la situación
    distanásica por respeto a la
    vida, o discontinuar con las medidas terapéuticas y dejar
    morir al paciente.

    Todas las situaciones distanásicas representan en
    el fondo una distorsión de la tarea médica que se
    traduce en la obsesión de prolongar una vida humana (o la
    vida vegetativa de un organismo humano) más allá de
    los límites naturales que nos caracterizan como
    personas.

    En la Propuesta Conjunta de la Iglesia
    Anglicana y la Conferencia
    Episcopal Católica de Inglaterra en
    relación con el problema de la eutanasia,
    podemos leer lo siguiente:

    "Ninguna de nuestras Iglesias sostiene que un
    moribundo o una persona gravemente enferma deba mantenerse con
    vida por todos los medios
    posibles y el mayor tiempo posible
    (…) Los médicos no tienen la obligación
    incondicional de prolongar la vida utilizando todos los
    medios
    disponibles. La declaración sobre la eutanasia de
    la Doctrina de la Fe dice que el tratamiento para un moribundo
    debería ser proporcional al efecto terapéutico
    esperado, y no debería ser en grado desproporcionado,
    doloroso, molesto, arriesgado ni oneroso, según cada
    caso. Por lo tanto, se puede administrar o no un tratamiento.
    Se trata de un tema que exige mucha delicadeza de juicio"

    (16).

    Hans Küng, conocido teólogo y profesor de la
    Universidad de
    Tubinga, se expresa de la siguiente manera al
    respecto:

    "Dado que el hombre tiene
    derecho a una muerte natural, humana, verdaderamente humana,
    uno de los medios de
    humanizar su muerte es reducir el dolor corporal a
    límites soportables y ayudar con psicofármacos al
    paciente para que su mente pueda superar emocionalmente la
    última fase de su vida".

    En casos de pacientes terminales con dolores
    difíciles de controlar, se aplica el llamado Principio de
    Doble Efecto, que proviene de la teología moral
    católica y cuya formulación es: "Una
    acción, buena por sí misma, y que tiene dos
    efectos, uno bueno intentado y no obtenible de otra forma, y uno
    malo previsto y únicamente permitido como concomitante,
    puede ser llevada a la práctica lícitamente si
    existe una proporción razonable entre el bien intentado y
    el mal permitido"
    (17).

    El ejemplo típico es la utilización de un
    analgésico como la morfina, en dosis crecientes. A partir
    de una determinada dosis se incrementa el riesgo de paro
    respiratorio (efecto malo concomitante) para lograr una analgesia
    satisfactoria (efecto bueno deseado). En estos casos se considera
    moralmente permitido el incremento de la dosis a pesar

    de la posibilidad de muerte introducida por la droga.

    Campbell, profesor de ética de la Universidad de
    Edimburgo, señaló las condiciones que deben
    verificarse para la aplicación de este
    principio:

    1. La acción en sí misma no debe ser
      intrínsecamente mala.
    2. El buen efecto no debe ser consecuencia del mal
      efecto.
    3. El buen efecto debe ser el intentado directamente, y
      el mal efecto el tolerado.
    4. El buen efecto debe ser igual o mayor que el mal
      efecto.

    Como formas de evitar la distanasia podemos agregar el
    apoyo, la compañía y el consuelo de parte de los
    seres queridos, la satisfacción de las creencias
    religiosas, y la confianza y comunicación del paciente y de sus
    familiares con los médicos y enfermeras que lo cuidan. El
    establecimiento de un plan de
    acción en beneficio del paciente una vez que se
    llegó a la conclusión de la irreversibilidad del
    proceso en forma unánime por todo el equipo de salud,
    permitirá evitar el congelamiento del momento de
    morir.

    Eutanasia, desde el punto de vista jurídico, es
    la muerte provocada por el médico a pedido de un enfermo
    incurable a fin de evitarle dolor y sufrimiento. Caen fuera de
    este concepto las
    muertes causadas a ancianos, enfermos mentales, y otros, que se
    considerarán simplemente como homicidios, y tampoco se
    considera eutanasia el
    no aplicar a un

    enfermo terminal un medio extraordinario que pueda
    procurarle el alargamiento de la vida, pero no la
    curación. Como no suelen existir previsiones
    específicas en los códigos penales, por lo general,
    si la eutanasia se
    practica sin el consentimiento del paciente, en los países
    donde no está legalizada se la considera homicidio, y si
    se lleva a cabo con consentimiento, delito de ayuda
    al suicidio.

    Algunos autores distinguen dos tipos de eutanasia:
    pasiva, que consiste en suspender o no iniciar un tratamiento
    cuando tiene como único objetivo
    prolongar la vida del paciente terminal sin posibilidades de
    curación; y activa, que se produce cuando el
    médico

    suministra alguna medicación o aplica
    algún procedimiento
    para poner fin a la vida del paciente. Sin embargo, desde el
    punto de vista legal, un médico puede decidir la no
    prolongación de la vida de un paciente desahuciado, o la
    administración de una droga que le
    aliviará el sufrimiento aunque le acorte la vida; tampoco
    se considera delito el no
    aplicar a un enfermo una terapéutica extraordinaria que no
    le procurará la curación de su enfermedad. El
    problema puede surgir cuando el paciente se encuentra
    imposibilitado para dar su consentimiento, y no ha manifestado
    ninguna cosa al respecto con anterioridad.

    Son varios los aspectos que hay que tener en cuenta al
    hablar de eutanasia.
    Existen problemas de
    orden jurídico, de orden social, de orden médico y
    de orden ético- moral. Generalmente, los propios pacientes
    o sus familiares son los que solicitan al médico la
    práctica de la eutanasia. El
    entorno social se muestra compasivo
    con los sufrimientos del paciente terminal, pero el médico
    debe valorar cada situación en particular, y tomar su
    decisión en base al código de ética y a las
    leyes
    vigentes.

    El suicidio difiere
    de la eutanasia en
    que el acto de disponer de la vida es llevado a cabo por el
    propio paciente y no por el médico. De no existir un
    componente depresivo, y si el dolor y sufrimiento del paciente
    son difíciles de controlar, el deseo de cometer suicidio puede
    ser racional. Existe controversia en ciertos grupos
    médicos de Estados Unidos
    acerca de la moralidad de asistir a un suicidio en
    determinadas circunstancias. En caso de que el paciente lo lleve
    a cabo, el médico que conozca su situación no
    debe

    intentar la resucitación cardiopulmonar ni
    maniobras de reversión de cualquier tipo, ya

    que evidentemente el enfermo se opondría a su
    aplicación.

    Hay diferencias significativas desde el punto de vista
    ético entre el suicidio y el
    rechazo al tratamiento:

    1. Al rechazar un tratamiento una persona no dispone de
      su vida, sino que impide que otro lo ayude a sobrevivir.
      Rehúsa una medida terapéutica no porque quiera
      matarse, sino porque quiere que se le permita
      morir.
    2. En caso de rechazo al tratamiento, la muerte es el
      resultado de una enfermedad irreversible que es su causa
      directa; en caso de suicidio,
      aunque haya una enfermedad concomitante, la muerte es
      consecuencia directa del acto autoinfringido.
    3. Aún cuando el resultado final sea el mismo,
      hay diferencias en la intención, circunstancias, motivos
      y deseos.
    4. La Iglesia
      Católica condena el suicidio, pero
      permite a los creyentes el rechazo de un tratamiento que se
      juzgue como extraordinario.
    5. Desde el punto de vista jurídico, el suicidio y el
      rechazo al tratamiento son considerados en forma completamente
      distinta. Si bien el suicidio no es
      delito, se
      considera como delincuente a la persona que induce o asiste al
      suicida.

    En el caso del suicidio
    asistido, el acto final es realizado por el paciente, aún
    cuando el médico le haya aportado información o medios para
    suicidarse. En el caso de la eutanasia es
    el médico el que ejecuta un acto propio de su
    profesión que causa la muerte del paciente. Esta es la
    eutanasia
    activa, que es permitida y practicada en Holanda, por ejemplo,
    donde cuenta con la aprobación de la sociedad y de la
    comunidad
    médica, y cuya realización implica la
    inyección endovenosa de una droga letal de
    efecto inmediato.

    El problema se presenta en casos de pacientes
    lúcidos, que padecen grandes sufrimientos, sin
    posibilidades de recuperación, en los que se sabe que la
    muerte ocurrirá en un plazo de días o semanas
    ("muerte cierta, hora incierta"). El paciente puede sentir que es
    lícito acortar el plazo que lo separa de la
    liberación que representa la muerte.

    Dice Karl Jaspers:

    "A este límite se llega cuando los
    sufrimientos físicos y las exigencias del mundo resultan
    tan oprimentes que yo no puedo permanecer más en lo que
    soy; cuando no es el heroísmo el que disminuye sino que,
    por la fuerza,
    decae la posibilidad física, y cuando no
    hay nadie en el mundo que afectuosamente sostenga mi ser. Al
    dolor más profundo puedo ponerle un fin, aunque yo
    esté siempre listo y dispuesto a la vida y a la
    comunicación, y justamente por esto"

    (18).

    Ante tal situación puede surgir el planteo de la
    eutanasia "activa". En los países donde se practica
    habitualmente, se exige que el paciente sea competente para tomar
    decisiones, debe existir documentación que evidencie que
    el enfermo ha requerido la eutanasia en forma voluntaria y
    repetidamente durante un período de tiempo razonable,
    y que padece un sufrimiento importante sin expectativas de
    recuperación. El acto eutanásico debe ser llevado a
    la práctica por un médico, después de
    consultar con otro profesional que no esté directamente
    relacionado con el caso. En Holanda se aplica la eutanasia entre
    cinco y diez mil veces por año.

    Objeciones morales a la eutanasia:

    • Va contra el principio de santidad de la
      vida.
    • Es contraria a las leyes vigentes
      que prohíben cometer homicidio, y es
      igualmente contraria a los preceptos religiosos
      occidentales.
    • Cambiaría la imagen que
      tiene el médico en la actualidad. Las funciones
      tradicionales del médico ante los ojos de la sociedad
      son promover la salud, curar las enfermedades y evitar la
      muerte.
    • Abriría la posibilidad de solicitar la muerte
      para otro tipo de personas además de las desahuciadas,
      como por ejemplo, niños con malformaciones, pacientes en
      estado vegetativo, etc.
    • Se supone que un paciente sometido a dolor, estrés y
      agotamiento físico no está en condiciones
      óptimas como para tomar una decisión reflexiva y
      racional.
    • Probablemente ningún médico ni
      enfermera estarían dispuestos a administrar la
      inyección letal bajo la presión de los prejuicios
      sociales.

    Tradicionalmente en las encuestas
    realizadas a médicos con respecto a este tema, la
    mayoría se muestra en
    desacuerdo con la eutanasia activa, pero aprueba la eutanasia
    pasiva. En una encuesta
    llevada a cabo por alumnos de la Universidad de
    Buenos Aires
    se constató que el 56% de las personas pediría que
    se les practique una eutanasia en condiciones terminales, pero
    sólo el 36% de los médicos está dispuesto a
    realizarla.

    La eutanasia es un acto médico: si alguien, no
    siendo médico, efectúa una eutanasia, está
    cometiendo un homicidio desde
    el punto de vista jurídico. Sin embargo los límites
    de la eutanasia no son fáciles de determinar. El suicidio, que,
    como vimos antes, no es una actuación médica, no se
    puede desligar totalmente de la eutanasia, ya que se
    podría decir que la eutanasia es una forma de suicidio que el
    paciente encarga a su médico. Hay que recalcar que la
    polémica sobre la eutanasia es algo propio de nuestra
    época, en la que confluyen avances tecnológicos
    capaces de reemplazar las funciones vitales del organismo y un
    respeto cada vez
    mayor por la libertad de
    decisión de los pacientes en cuanto a su
    destino.

    El tema de la eutanasia está embebido de juicios
    morales, prejuicios ideológicos y determinaciones políticas.
    Se ha comparado a este procedimiento con
    los genocidios practicados por el régimen nazi. El
    médico es un ser inmerso en la sociedad y depende de los
    juicios de valores de
    ésta para determinar si lo que hace está bien o
    está mal. Todos los hombres conceden gran importancia a la
    opinión de su prójimo. La eutanasia se manifiesta
    como una decisión personal del
    paciente (tan personal como lo
    es la muerte misma) que se coloca por encima de la opinión
    de los demás, o, inclusive, en contra de la opinión
    de los demás, por su característica de contraponer el principio
    de autonomía con el de la santidad de la vida. Al
    médico que practica la eutanasia se lo acusa de intervenir
    en la historia
    biológica o, en otras palabras, de actuar en contra de la
    "naturaleza"
    (19). No podemos creer que abandonar a un paciente
    lúcido y que padece grandes sufrimientos a su suerte, sin
    escuchar sus opiniones y requerimientos, es sinónimo de
    dejar actuar a la "naturaleza". La
    cultura, la
    dignidad y la autodeterminación de los seres humanos
    también forman parte de su naturaleza; si
    bien la muerte es el destino inevitable de todos los seres, estas
    características especiales que hay en
    nosotros nos distinguen como personas, sería de esperar
    que nuestra forma de morir también fuera, en cierto modo,
    especial. Günther Anders señaló que los
    hombres hemos aprendido a vivir culturalmente, pero que
    todavía debemos morir como animales.

    Los hospicios aparecen por primera vez en Inglaterra en
    1967. Su fundadora fue la Dra. Cicely Saunders como "respuesta a
    la concepción negativa y socialmente peligrosa
    según la cual un paciente de una enfermedad incurable, que
    probablemente le causará grandes sufrimientos,
    debería contar con la posibilidad legal de aceptar la
    aceleración de la muerte o la eutanasia"
    (20).

    Los objetivos de
    los hospicios se centran en la atención a los moribundos,
    para prestarles ayuda en lo referente a aceptar la muerte, y
    mejorar las condiciones físicas y emocionales que rodean a
    este proceso. Equipos de salud multidisciplinarios se dedican
    día y noche al cuidado de los pacientes, se controla
    adecuadamente el dolor, y la familia participa
    activamente en la atención del moribundo. Se incluye
    también una atención extrahospicio con las mismas
    características. Bajo estas condiciones,
    los hospicios parecen la solución ideal al dolor
    físico y emocional, y la garantía de una
    agonía y muerte dignas.

    Los partidarios de los hospicios sostienen que si el
    cuidado del paciente terminal es lo suficientemente bueno, el
    moribundo no necesitará reclamar que se le practique una
    eutanasia. En un trabajo publicado en 1995 en Inglaterra
    (Social Science and Medicine) por Clive Seale y col. ,
    basado en cuestionarios hechos a los parientes de aproximadamente
    2000 personas muertas mayoritariamente de cáncer, se
    llegó a la conclusión de que los cuidados
    suministrados en los hospicios no estaban asociados a una
    reducción significativa de la posibilidad de que el
    moribundo deseara morir más pronto o solicitara la
    eutanasia. La única variable dentro de la atención
    del paciente terminal que está positivamente relacionada
    con el deseo de morir rápidamente es el tratamiento del
    dolor, cuando resulta ineficaz o insuficiente
    (21).

    No se puede negar la importancia que tienen los
    hospicios en la actualidad en humanizar el proceso de morir,
    tanto desde el punto de vista físico como espiritual. Sin
    embargo, la opinión de que un paciente internado en un
    hospicio no tiene porqué desear la muerte tiene poco
    asidero científico. Se sabe que la dependencia (no
    poder ir solo
    al baño, o vestirse, o afeitarse) es un factor
    determinante en el deseo de la eutanasia. En la actualidad, la
    gente pone gran énfasis en la autonomía y la
    posibilidad de controlar los acontecimientos de su vida. El hecho
    de contar con una buena atención, ya sea del personal de salud
    o de la familia, no puede
    reemplazar el sentido de autosuficiencia de un paciente que antes
    podía hacer todo por sí mismo, sin necesitar de la
    ayuda de nadie. Si las raíces de la solicitud de eutanasia
    yacen en el temor a la dependencia y en el deseo de autocontrol,
    eso explica porqué una buena atención durante la
    agonía es insuficiente para evitar que los pacientes
    deseen morir antes.

    LA MUERTE Y LOS LIMITES DE LA
    MEDICINA: DISCUSION

    La muerte actual ya no sucede en los hogares, sino que
    se ha desplazado hacia los hospitales. Si bien éstos
    pueden brindar recursos
    técnicos apreciables de disponibilidad inmediata, es por
    lo menos dudoso que sean lugares adecuados para morir dignamente.
    A la familia actual,
    pequeña y dispersa, le resulta económicamente
    perjudicial suspender las actividades laborales para asistir al
    enfermo, su concepto
    instintivo es que éste estará mejor en una
    institución que le brinde las mayores alternativas
    terapéuticas. Desgraciadamente, la hospitalización
    o la internación en una Unidad de Terapia Intensiva no
    siempre producirán como resultado la restitución de
    la salud del paciente internado. El hospital obliga al paciente a
    separarse de su ambiente
    natural y a cumplir con una serie de normas, entre las
    que se encuentran ser dócil, obediente y sobre todo, no
    cuestionar a los profesionales que lo están atendiendo.
    Por algo se dice siempre que los peores pacientes son los
    médicos.

    Los aspectos burocráticos en los que debe
    sumergirse la familia del
    paciente internado tampoco favorecen un estado emocional
    óptimo para prepararse para la muerte de un ser querido.
    Por otra parte, los médicos no están capacitados
    para manejar las situaciones de irreversibilidad, la
    frustración que sienten los lleva a rechazar al paciente.
    La idea en la que los médicos han sido educados es la de
    restituir la salud, y el objetivo con
    el que se construyen los hospitales es la curación de los
    enfermos. En la mayoría de los centros de salud el
    recambio del personal favorece
    las conductas evasivas.

    Las siguientes son las conductas que se producen en la
    interacción con los pacientes terminales
    (22):

    • Cerrada: muy extendida, consiste en no comunicar al
      paciente la gravedad de su situación, pretextando su
      bienestar.
    • Evasiva: se anima al paciente y se eluden las
      preguntas comprometedoras.
    • Sospechosa: el paciente experimenta dudas acerca de
      su recuperación pero no las manifiesta o no son
      respondidas.
    • Abierta: el equipo sanitario y la familia deciden
      comunicar al paciente la gravedad de su estado ante la demanda de
      éste.

    El hecho de que muchos profesionales estén en
    contra de la conducta abierta
    quizá represente la necesidad de mantener al paciente bajo
    control, con la
    excusa de evitarle perturbaciones innecesarias, o una
    negación que sirve para ocultar los propios temores frente
    a la muerte. Lo importante es que si se acepta comunicar la
    verdad del pronóstico, el médico debe brindar
    comprensión y afecto al paciente y a sus familiares, en
    forma dedicada y continua.

    Existen supuestos y principios
    básicos en el cuidado del paciente terminal que afectan a
    la familia, al
    enfermo y al equipo sanitario (International Work Group on Death,
    Dying and Bereavement, 1978).

    Los supuestos son los siguientes:

    • Los problemas
      del paciente y de la familia son
      diversos: psicológicos, legales, espirituales,
      económicos, etc.
    • El proceso de morir produce sensaciones de
      aislamiento y de soledad.
    • El equipo sanitario debe ocuparse personalmente de
      los problemas y
      dudas del paciente y de su familia.
    • El dolor y los síntomas de deterioro son
      controlables.
    • El paciente puede necesitar al equipo de salud de
      día o de noche.
    • Los familiares pueden ignorar lo que significa el
      proceso de morir.
    • El paciente necesita estar con su
      familia.
    • Cuidar a un enfermo moribundo produce un gran
      desgaste emocional en el equipo médico.

    A continuación se enumeran los principios
    básicos de la atención del paciente
    terminal:

    • El enfermo debe sentirse apreciado.
    • El equipo de salud debe reunirse
      periódicamente con los familiares para discutir los
      problemas de
      la atención del paciente.
    • Se deben facilitar las visitas al
      paciente.
    • Los componentes religiosos y emocionales son tan
      importantes como los cuidados médicos.
    • Se debe informar al paciente sobre su enfermedad si
      él así lo desea.
    • Para establecer una buena relación con el
      moribundo y su familia el equipo de salud debe tener tiempo y
      predisposición.

    La muerte hospitalaria supone un cambio radical
    para un ser humano, que necesitará gran ayuda para
    soportar el trance, y enfrentar las pérdidas de todo tipo
    a las que lleva la enfermedad terminal.

    Los hospicios se presentan como una alternativa para
    dignificar el proceso de morir, brindando una atención
    cuidadosa al paciente terminal, que éste no
    encontrará en los centros hospitalarios, ya sea por falta
    de tiempo, de
    recursos o por
    ignorancia del personal a cargo de su cuidado. Los hospicios
    facilitan la aceptación de la muerte.

    La eutanasia activa es un tema muy polémico en la
    sociedad actual. Es necesario un clima cultural
    muy particular para llegar a la discusión de la eutanasia,
    un clima en donde la
    autonomía y la libertad de
    elección de las personas estén por encima de
    cualquier otro valor. Como
    hemos visto, este tipo de clima cultural
    llegó hace poco tiempo al
    ámbito de la Medicina. El pedido de eutanasia no indica
    necesariamente que el paciente se esté dando por vencido
    ante su enfermedad, ni que piense que su médico le ha
    fallado, sino que quiere hacerse cargo del control de los
    acontecimientos de su vida y obviamente, también de los
    acontecimientos de su propia muerte. En la actualidad hay muchos
    tipos de terapia para mantener el dolor más o menos
    controlado, pero la dependencia es una carga muy difícil
    de sobrellevar para cualquier ser humano, ante la cual un pedido
    persistente de eutanasia puede presentarse como una alternativa
    válida y racional.

    LA MUERTE Y LOS LIMITES DE LA
    MEDICINA: CONCLUSIONES

    El enfermo terminal se encuentra en un estado
    físico y psicológico muy particular, que hay que
    comprender para que no se generen tensiones y se interrumpa
    la
    comunicación médico-paciente. Demandará
    del médico muchas cosas que éste quizá no
    esté dispuesto o capacitado para darle. Para llegar a una
    muerte digna en un centro hospitalario, habría que
    establecer profundos cambios en la educación de
    médicos y enfermeras, crear espacios adecuados con
    infraestructura acorde a tal fin en los hospitales, y facilitar
    que la muerte se pueda compartir con los seres
    queridos.

    La Dra. Kübler-Ross describe las etapas
    clásicas por las que pasa el paciente terminal:
    negación, ira, negociación, depresión
    y aceptación. Estas etapas sin embargo, no se
    cumplirán de manera lineal y continua en todos los
    pacientes, ya que la forma de ver la muerte estará
    relacionada con el carácter, religiosidad e historia personal de cada
    uno.

    El objetivo de la
    Medicina ante un paciente terminal coincide con el que proponen
    las asociaciones pro derecho a morir dignamente: "Alivio de los
    sufrimientos y dignidad de la muerte". Los hospicios o en su
    reemplazo, una atención dedicada y cuidadosa, representan
    una alternativa para poder
    sobrellevar mejor el desamparo del morir hospitalario, aunque no
    es la única. La supresión de medidas
    terapéuticas en caso de pacientes terminales o en estado
    vegetativo permanente, y la eutanasia activa cuando el mismo
    paciente no puede tolerar las condiciones de vida, son
    alternativas que primero tienen que aceptar los médicos y
    luego la sociedad, aunque para los médicos sea más
    aceptable desde el punto de vista emocional encarnizarse en una
    lucha terapéutica infatigable para mantener a su paciente
    vivo.

    Las conclusiones que se desprenden de la
    realización de este trabajo son:

    • El médico no está lo suficientemente
      preparado como para aceptar la muerte de un paciente y el
      papel que le
      toca desempeñar en relación con
      ésta.
    • Todos los seres humanos son libres y
      autónomos, incluyendo a los pacientes enfermos y a los
      pacientes moribundos. Por lo tanto, tienen derecho a decidir
      qué es lo que se puede hacer con su cuerpo y con su
      existencia.
    • El paciente tiene derecho a conocer la gravedad de su
      situación.
    • Hay situaciones en las que las condiciones de vida de
      un individuo pueden ser inaceptables para él mismo de
      acuerdo con su escala de
      valores
      personales. El médico debe respetar la decisión
      del paciente de rehusar un tratamiento determinado o la
      prolongación de la vida por medios
      artificiales.
    • La restricción de las medidas
      terapéuticas (eutanasia pasiva) se realiza en beneficio
      del paciente para evitar el congelamiento de la muerte, siempre
      que la opinión del equipo de salud sea
      unánime.
    • La muerte digna u "ortotanasia" es un derecho
      inalienable de todo ser humano que no siempre puede alcanzarse
      en los hospitales en las condiciones actuales.
    • El alivio del dolor y no prolongar la agonía
      son condiciones indispensables para una muerte
      digna.
    • Deben formarse comités interdisciplinarios
      para estudiar los casos particulares en los cuales un paciente
      competente solicita en forma persistente la eutanasia. Las
      leyes deben
      adecuarse también a estas situaciones.

    LA MUERTE Y LOS LIMITES DE LA
    MEDICINA: RESUMEN

    La muerte se ha desplazado desde la intimidad de los
    hogares a los centros hospitalarios, sin que éstos
    reúnan las condiciones adecuadas para asegurarle a los
    pacientes una muerte digna. El equipo de salud tampoco
    está preparado para manejar las complejas interacciones
    que le demandan el paciente moribundo y su familia. Desde los
    años ’50 aproximadamente la tanatología
    potencia la
    aparición de asesoramiento y terapia para todos los que
    están implicados en el proceso de morir: paciente,
    familiares y médicos, centrándose en aliviar los
    sufrimientos de los enfermos y en no reprimir sus emociones. La
    experiencia de la muerte lleva implícitos sentimientos de
    soledad y de angustia.

    Las obligaciones
    actuales del médico comprenden no prolongar el proceso de
    morir, decirle la verdad al enfermo con respecto a la gravedad de
    su situación, si éste se lo solicita, y facilitar
    una elección inteligente para el paciente
    presentándole con veracidad las alternativas
    terapéuticas y lo que puede esperar de ellas. El paciente
    competente tiene derecho a realizar elecciones autónomas
    en lo que se refiere a su cuerpo y a su vida, incluyendo la
    decisión final y absolutamente personal acerca de
    cuándo y cómo morir.

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    21. Seale, C. y otros, "Euthanasia: The Role of Good
      Care"
      en "Social Science
    22. Ob. Cit. Nota 9, pp. 89-90.

    LA MUERTE Y LOS LÍMITES DE LA MEDICINA:
    INDICE

     

    • INTRODUCCIÓN.
    • ASPECTOS CONCEPTUALES Y ÉTICOS DE LA
      MUERTE.
    • LOS DERECHOS DEL
      ENFERMO.
    • PRINCIPIOS ÉTICOS DE LA MEDICINA DE LA ERA
      TECNOLÓGICA.
    • EL MÉDICO FRENTE A LA MUERTE.
    • LIMITACIÓN DE LAS MEDIDAS
      TERAPÉUTICAS.
    • EL PACIENTE EN ESTADO VEGETATIVO.
    • MUERTE DIGNA Y EUTANASIA.
    • DISCUSIÓN.
    • CONCLUSIONES.
    • RESUMEN.
    • BIBLIOGRAFIA.
    • INDICE.

    Autora: Dra. Silvia Angiola (35)

    Médica Especialista en Diagnóstico por
    Imágenes

    Vicedirectora de la Carrera de Especialistas en D. Por
    Imágenes de la Universidad de
    Buenos Aires
    (Sede Académica Hospital Ramos Mejía).

    Buenos Aires, Argentina.

    E mail:

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